1. Había sido un error aceptar el reto, el acelerado palpitar de su pulso, la
reacción inmediata de su cuerpo al sentir sobre el cuello el cálido aliento de él
y sobre todo el darse cuenta de lo mucho que le importaba realmente
demostrarle que estaba equivocado, le habían hecho ver a las claras lo
vulnerable que era ante ese hombre. El por qué era una incógnita. El señor
Castro era atractivo con su aire saludable y enérgico y esos increíbles ojos
del color de la miel, pero aparte de esto no tenía nada más que pudiese
atraer su atención con tanta eficacia: su actitud hacia ella era de lo más
desagradable y además siempre que lo pillaba mirándola lo hacía con el ceño
fruncido y con una intensidad desconcertante que le hacía pensar en un
técnico de laboratorio buscando un virus dentro de una muestra.
El hecho es que había sido incapaz de echarse atrás y ahora, una semana
después, iba a volver a encontrarse con él y esta vez en su casa. Tras
rellenar el cuestionario ella lo había leído con atención hasta memorizar sus
gustos y luego le había indicado la necesidad de ver su guardarropa para
descartar aquellas prendas que no se ajustaran al nuevo estilo a conseguir y
las que estuvieran irremediablemente pasadas de moda. Él la había citado
para ese día.
Inés había pasado toda la noche inquieta en un duermevela provocado por la
aprensión; ni siquiera podía desahogarse con Laura pues ésta había
aprovechado una oferta por internet para hacer un crucero con su hermana.
Por más que se repitió a sí misma que sólo era un trabajo para el que estaba
perfectamente capacitada, su inseguridad y, sobre todo, el extraño influjo que
el señor Castro ejercía sobre ella, hacían que se sintiera como una mosca
atrapada en una telaraña.
La dirección que le había dado correspondía a una zona tranquila y
acomodada en las afueras de Madrid. Una vez frente al portal hizo una
profunda inspiración y tocó el botón correspondiente al segundo D.
- ¿Sí?
- Soy Inés – entonces se dio cuenta de que había prescindido del
tratamiento formal y se recriminó mentalmente. No quería acortar
distancias con el señor Castro de ninguna de las maneras.
2. Cuando él abrió la puerta, Inés no pudo evitar retener el aire con un jadeo
ahogado: puede que combinando camisas, chaquetas y corbatas fuera un
desastre, pero con unos vaqueros desgastados y una sencilla camiseta azul
marino era el paradigma de la virilidad. Inés llevaba muchísimo tiempo sin
experimentar ese repentino deseo físico que ahora sentía y un involuntario
rubor coloreó sus mejillas al darse cuenta de que se había quedado
mirándolo con el mismo apetito con el que una loba hambrienta observaría a
un descuidado cervatillo.
- Buenas tardes señor Castro.
- Buenas tardes – en sus bien dibujados labios bailoteaba el esbozo de
una sonrisa y ella tuvo la desagradable certeza de que había
interpretado correctamente sus pensamientos. – Creo que ahora que
se dispone a visitar mi casa podríamos comenzar a tutearnos.
Si, era lógico pero de repente hacer esa concesión le pareció peligroso, muy
peligroso, aunque por otra parte, ¿cómo negarse? ¿con qué argumentos?
- De acuerdo…..
- Lucas.
“Lucas”, su nombre le supo a ambrosía y de pronto, dándose cuenta de que
estaba soñando despierta otra vez se obligó a salir de su absurdo
ensimismamiento recordándose a sí misma lo desagradable que se había
mostrado él con ella.
El apartamento sorprendió a Inés por austero. A pesar de no carecer de
comodidades Lucas tenía lo justo para rodearse de un ambiente agradable
pero sin lujos. Todo se veía pulcramente ordenado, sin objetos inútiles ni
ostentosos. Una de las preguntas que se había hecho Inés con cierta
frecuencia obtuvo su respuesta de inmediato: evidentemente su apartamento
era el hogar de un hombre soltero; ahora sabía que Lucas no estaba casado.
- ¿Te apetece algo de beber? – él la había dejado curiosear durante
unos segundos -, una cerveza, un refresco….
Inés, a su pesar, esbozó una franca sonrisa y algo de su turbación
desapareció.
- Tal vez después de examinar el vestidor.
- Mi vestidor no es más que un armario…
A la vez que decía esto, Lucas la iba guiando hacia su dormitorio. Una vez en
3. la amplia habitación, Inés volvió a sonrojare al observar la amplia cama que
presidía la estancia. Temiendo que él la descubriera apartó la vista
rápidamente y la centró en el armario empotrado de tres puertas que él abría
en ese momento.
Mientras Inés examinaba concienzudamente el interior de su armario, Lucas
la observaba a ella, incapaz de disimular una arrogante sonrisa de orgullo
masculino; después de todo ella no era inmune a la atracción casi tangible
que flotaba entre ambos, lo había notado claramente en la forma en que lo
había mirado al llegar. Una mirada tan explícita como esa era muy difícil de
malinterpretar.
Transcurrieron unos minutos en silencio y de repente ella se volvió y lo miró
con los ojos chispeantes y una ligera sonrisa embelleciendo sus ya de por si
hermosos rasgos. Lucas se quedó por unos instantes absolutamente
hechizado, asombrado al verla tan alejada de su habitual imagen de frialdad y
distanciamiento.
- No te calientas mucho la cabeza a la hora de comprar ropa ¿no es
cierto?
Él echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada mientras Inés fijaba su
mirada en los fuertes tendones de su cuello que la postura ponía de
manifiesto.
- Lo cierto es que hasta que me puse al frente de Bonitel sólo me ponía
traje en ocasiones especiales, una boda, el bautizo de mi sobrina….,
ese tipo de cosas.
- Bueno, podrás conservar toda tu ropa sport, pero los trajes y las
camisas, bien…, la mayoría no te favorece y son algo anticuadas.
Creo que deberíamos conseguirte un guardarropa nuevo. Al leer el
cuestionario hice una lista de algunos establecimientos en los que es
probable encontrar prendas que te irían bien, más que nada para
evitar que pierdas mucho tiempo en algo que es evidente que no te
gusta. Luego …
- ¡¡Tiempo, por favor!! Creo que ahora es el momento de tomarnos esa
cerveza; hablar de ropa y tiendas me provoca un terrible dolor de
cabeza.
Ella sonrió.
4. - Está bien.
Una vez sentada en el amplio salón frente a una mesa baja de líneas simples
y funcionales, Inés observaba a hurtadillas como él abría las cervezas. Era
consciente de que la incomodidad que hasta el momento había regido sus
encuentros se había disipado, pero ahora entre ellos flotaba una especie de
tensión que conseguía enervarla, pues si bien el señor Castro era un hombre
irritante y exasperante, Lucas era infinitamente más peligroso. “Es sólo un
trabajo Inés, y es mejor que él se muestre amable y razonable”.
Lucas se sentó frente a ella en una silla giratoria de aspecto cómodo y
durante unos segundos ambos bebieron en silencio. Luego él le preguntó por
qué había decidido desempeñar ese trabajo.
La pregunta era inofensiva pero Inés se cerró como un caracol cuando es
molestado. Tratando de desviar su atención le explicó vagamente que había
querido comenzar una nueva vida tras su separación. Él notó su reticencia y
pasó a preguntarle cosas de su ciudad natal; Inés se sintió mucho más
relajada y predispuesta y sin darse cuenta comenzó a hablar con entusiasmo
de sus recuerdos infantiles en Sevilla. Sin apenas darse cuenta comenzó a
sentirse mucho más cómoda y relajada de lo que se había sentido en mucho
tiempo y descubrió, no sin sorpresa, que Lucas era un excelente conversador
y un mejor oyente. Sin ningún tipo de reticencia él le contó cómo se había
hecho cargo de la empresa tras la muerte de su hermano y ella pudo detectar
lo mucho que todavía le dolía pensar en él. Deseando borrar de su rostro el
rictus de dolor que el recuerdo de su hermano fallecido había provocado en
él, ella comenzó a relatarle anécdotas vividas en alguna de las recepciones a
las que había acudido. De repente se dio cuenta de lo mucho que estaba
disfrutando y de lo cómoda y feliz que se sentía junto a un hombre al que
apenas conocía y al que hasta hacía pocos días aborrecía. La necesidad de
huir de su propia debilidad se hizo acuciante y levantándose del sofá
murmuró:
- Debo marcharme, ya me avisas cuando tengas un hueco para que
vayamos de tiendas…
- ¿Ya? – él se había levantado también y ella se sintió casi amenazada
por su imponente presencia física.
- Si – sonriendo nerviosamente señaló la agenda en la que había estado
5. tomando notas mientras examinaba su armario – tengo trabajo que
hacer.
Lucas la acompañó a la puerta y en un impulso, cuando ella se disponía a
salir, la tomó del codo y la acercó hasta su cuerpo apoderándose de su boca,
que había estado anhelando toda la tarde como un sediento anhela el agua.
El contacto de sus lenguas fue como una descarga, sentir contra su cuerpo
las suaves y flexibles curvas de ella, acariciar sus nalgas, firmes y perfectas,
todo lo condujo al borde de la locura y mientras acariciaba con su lengua el
interior de su boca comprendió con claridad meridiana que jamás había
deseado antes a ninguna mujer como la deseaba a ella. Sin soltarla cerró la
puerta de un empujón y la apoyó contra la pared aprovechando para besar su
escote y la línea esbelta de su cuello, que ella, con los ojos entrecerrados le
ofrecía libremente. En ese momento, sobre su blusa de seda color lavanda,
mordisqueó su pezón y entonces ella lo apartó.
- ¡¡No!!
“¿No?” La palabra tardó un tiempo en penetrar en su cerebro, su sangre, que
corría frenética por sus venas rugió de deseo insatisfecho. La miró
estupefacto, mientras ella, jadeante, componía su aspecto.
- ¿Qué sucede? ¿Qué problema hay? – entonces se le ocurrió la terrible
posibilidad - ¿Tienes novio o algo así?
- No, es simplemente que no quiero esto – su voz sonó tan desfallecida
como se sentía.
La furia invadió a Lucas de la misma manera que la marea se apodera de la
orilla. Esa pequeña furcia lo había llevado al límite de su control con unos
simples besos y ahora decía que no quería eso…
- ¿¡Qué clase de calientapollas eres tú!?
Ella lo miró pálida y furiosa y sin decir nada más salió corriendo de la casa.