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UNRAMO
  DE FLORES PARA
      UN HOMBRE




Héctor Diego Montenegro César Adolfo Montenegro
© Un ramo de flores para un hombre
  de: Héctor Diego Montenegro - César Adolfo Montenegro Cuarta edición

I.S.B.N.: 987-05-0242-3


Diseño e Impresión:
Editorial MILOR Talleres Gráficos Mendoza 1221 - Tel./Fax: (0387) 4225489 E-mail:
editorialmilorsalta@yahoo.oom.ar Salta - Rep. Argentina


Hecho el depósito que establece la Ley 11.723 Impreso en Argentina / Printed in Argentina
AGRADECIMIENTO

A la familia, esposa, hijos, padres, amigos, que siempre están presentes en estos
  momentos significativos para nosotros.

   Agradecimiento especial para el SADOP, y a todos los docentes del Área de
  Cultura.
PROLOGO

   La primera vez que leí el presente libro me sorprendieron cosas que en la vida
cotidiana no habían logrado sorprenderme. La segunda vez me encontró más
preparado que antes pero hubo sin embargo algo de asombro. Lo que me llevó a
replantear una serie interminable de interrogantes ¿Existe eso que llamamos
destino? ¿Si toda acción conlleva una determinada reacción, dos acciones iguales
tendrán una misma reacción? ¿Qué es la realidad! ¿Es sólo lo que podemos
conocer a través de los sentidos? ¿Se puede encontrar en una novela algo más
que palabras?

    Plácidamente puedo decir que encontré, por suerte, entre las páginas del libro,
cosas que viven y maduran a la par de sus personajes. Vivencias que parecen
salirse de las páginas e impregnar la realidad en la que vivimos. Precisamente lo
contrario a toda lógica. Un texto que se nutre con aspectos de la realidad y una
realidad que se nutre con aspectos de los textos. Como si el destino nos revelara
en parte algunos de los caprichos de su existencia o como si ese mismo
enigmático destino transfigurara su imagen para confundirnos aún más.

   Si en las primeras lecturas las sorpresas caen como pesadas gotas en
verano, las preguntas sin respuestas
fluyen como el cauce de un río. Y todo se junta para darnos algún indicio de algo
incierto...

                                             Favio Andrés Suárez Profesor en Letras
Un ramo de flores para un hombre




                     UN RAMO DE FLORES PARA UN HOMBRE




   Los ojos de Adrián denotaban cierta melancolía al observar cómo se marchaba
de su pueblo. Atrás quedaban muchos recuerdos, sus amigos, su padre enfermo,
su último adiós. La memoria le traía imágenes fugaces al presente, mientras el vidrio
empañado del autobús por el calor de su respiración, dejaba ver a medias, el follaje
de las plantas. De vez en cuando miraba a su madre, casi inmóvil, con su rostro
bueno, pero cansada de tantas preocupaciones. Allí, entre los brazos maternales,
la hermana más pequeña dormía tranquila, sin imaginar siquiera que mañana co-
menzaría una nueva vida. Las bromas en la mesa, las risas, la charla amena de su
padre, las voces, quedaron impregnadas en su oído y en su persona. Sobre él,
existía una extraña sensación de que los tiempos felices habían pasado.
    La noche se aproximaba, el ruido del motor del autobús era constante, como
también el vaivén que producían las subidas y bajadas de los cerros. Se
encontraban ya cerca de la ciudad de Salta, la belleza del paisaje así lo de-
mostraba. Estaban cansados, habían viajado más de cinco horas y el trajín de la
semana había sido muy duro.
    Las pérdidas de seres muy queridos se sufren en lo más profundo del alma y
queda reflejado en los rostros, a ve-

                                        -9-
Héctor Diego Montenegro - César Adolfo Montenegro

ces para siempre. Tal vez encontrar nuevamente el sentido de las cosas es lo que
cuesta más; aunque en este caso, Dame, la madre de Adrián, tenía gran parte del
significado de su existencia entre sus brazos, sus hijos.
   Y así como llegó la noche, llegó también la luz del día. El camino descendía del
cerro por un portezuelo imponente. Abajo, la ciudad toda iluminada y desde la
ventanilla del autobús los rostros asombrados observaban el paisaje. Comenzaba
ya el movimiento de los pasajeros.
    -¡Mamá llegamos! -dijo Adrián
    -Así es hijo.
    -¡Qué hermosa se ve la ciudad!, aquí podemos comenzar de nuevo una vida
distinta, yo te voy a ayudar mamá. Vamos a salir adelante.
    -Sabes bien que a mí lo que me interesa, es que estudies, yo voy a trabajar
y con eso vamos a poder vivir, luego veremos -dijo Dame mientras iba
pensando, casi incrédula, en la manera de cómo lograrlo.
    Habían pasado apenas dos días después de haberse instalado junto a sus dos
hermanos menores y su madre en esa nueva casa. Para sus dieciocho años
recién cumplidos fue un cambio brusco, sus amigos, con quienes había crecido,
habían quedado en otra ciudad.
   Ya se había inscripto en su nuevo colegio, era su último año, esa tarde a pesar
del frío del invierno, el día estaba soleado, por lo que decidió salir y sentarse en el
umbral de la puerta. Un grupo de jóvenes que pasaban pateando una pelota lo
miraron y uno de ellos alzó su voz diciendo:

                                           -10-
Un ramo de flores para un hombre


        -Eh, amigo, ¿quieres jugar?
        -Bueno -dijo él, mientras su mirada exploraba a cada uno de los integrantes.
        Se despidió de su familia con un grito y sin esperar respuesta se marchó
    con el grupo de jóvenes, todos ellos más o menos de su misma edad. Caminaron
    unas pocas cuadras intercambiando palabras. Al llegar a la cancha ya todos
    conocían su nombre, Adrián. Era un descampado con dos arcos improvisados
    hechos de madera. Atrás de uno de ellos se hallaba una fábrica con su inmenso
    mura-llón, detrás del otro arco, un grupo de árboles precedían a un jardín ubicado a
    un costado de una modesta casa, cuyo frente daba a una de las calles que también
    era el límite de un lateral de la cancha.
í
        A Adrián, por ser nuevo en el grupo, le tocó quedar en el arco, pues eran pocos
    a los que les gustaba ese puesto.
        Hacía ya un tiempo que habían comenzado el juego, cuando en un avance
    del equipo contrario uno de los jugadores en su afán por meter un gol, le pegó un
    puntapiés tan fuerte a la pelota que pasó por encima del travesaño elevándose
    hasta sobrepasar la copa de los árboles. Ésta cayó golpeando sobre un sillón
    vacío y rebotó hacia una maceta haciéndola caer.
        Adrián salió corriendo para recoger la pelota, pasó la línea de los árboles,
    luego se encontró con un alambrado muy bien puesto en cuyo centro había una
    puerta hecha de hierro que estaba abierta. Se acercó hacia ella, su mirada divisó
    el ramaje de algunas plantas frutales, luego bajó la

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Héctor Diego Montenegro - César Adolfo Montenegro

mirada hacia la tierra reseca y allí, cerca de unas pequeñas flores casi marchitas por
falta de agua, vio la pelota junto a la maceta rota. Pensó en tocar las manos para
llamar a alguien del interior de la casa, que se encontraba varios metros atrás, pero
el silencio era tal, que prefirió entrar sin llamar, caminó por un sendero angosto
invadido por plantas marchitas que obstaculizaban los pasos titubeantes y
temerosos de Adrián. La casa era humilde pero hermosa, de tipo colonial
hispánica, antigua, ubicada en el centro del terreno, todo tapiado por un muro de
ladrillos, excepto la parte del alambrado, con un fondo arbolado de paltas, higueras
y moras, las olvidadas enredaderas sorprendían enroscadas como amantes de las
rejas y de las paredes que rodeaban el inmenso terreno. Apenas hizo unos pasos,
vio a un anciano sentado en el sillón en el costado opuesto a donde él se dirigía.
Unos rayos de luz que atravesaban los gajos todavía sin brotes de un damasco,
iluminaban la barba y cabellera blanca del anciano. Se detuvo inmediatamente
paralizado por el temor, no se explicaba cómo pudo no haberlo visto. Su cuerpo
rígido y su rostro preocupado denotaban el error de su intrepidez.
     -No tengas miedo muchacho, pasa tranquilo, tu pelota está allí -dijo el anciano
señalando con su índice y con aquella voz suave y pausada, que se convertiría,
luego, para Adrián, en imágenes sonoras imborrables que recordaría por siempre.
     -Gracias -dijo Adrián exhalando el aire contenido en sus pulmones como si al
 fin pudiera respirar.

                                           -12-
Un ramo de flores para un hombre

    Adrián pasó esquivando algunas plantas, y recogió la pelota, luego tomó la
maceta rota y trató de acomodarla.
    -No te preocupes -dijo el anciano, mirándolo desde su sillón- no es nada, mejor
seguí jugando con tus amigos.
    -Volveré más tarde y se la arreglaré señor -dijo
Adrián
-Como gustes, muchacho-dijo el anciano. Adrián regresó con la pelota a la cancha,
después de jugar un buen rato se despidió de sus nuevos amigos. Cuando estuvo ya
en la casa, se acostó sobre su cama, sin pensar en nada, dejó que su cuerpo inerte
y cansado reposara plácidamente. Miraba el techo de su habitación, cuando
repentinamente recordó la promesa hecha, "¡la maceta!", fue su pensamiento. Una
promesa jamás se rompe, la palabra de un hombre es muy importante decía su
padre y Adrián lo tenía presente en algún lugar privilegiado de sus recuerdos. No
quedaba demasiado lejos por lo que decidió regresar a ese jardín. Llegó hasta el
lugar y como si lo estaría esperando, el anciano sonrió.
    -Casi me olvido -dijo Adrián- lo que sucede es que soy nuevo en el barrio,
 me estoy haciendo de amigos y me quedé pensando en ellos.
    -Qué bueno, es muy lindo tener amigos -dijo el anciano-, yo solía tener muchos
pero me fui haciendo viejo, mi cuerpo fue perdiendo las fuerzas para visitarlos y a
ellos le sucedía lo mismo; aunque se quedaron para siempre en mi corazón y en
mis recuerdos, ya no es lo mismo. Pero ahora tengo las plantas, ellas son mi
única compañía. La-

                                        - 13-
Héctor Diego Montenegro - César Adolfo Montenegro

mentó tenerlas un poco abandonadas, ya no puedo ni regarlas, apenas si las
fuerzas me alcanzan para descansar en este sillón.
    Adrián hizo una pausa y en un momento de silencio recorrió con su mirada
toda la vegetación, que por cierto parecía bastante olvidada, no había una flor, ni un
fruto, el verdor era escaso, el gris había avasallado el lugar como un manto triste.
    -No se preocupe, yo le ayudaré en lo que pueda -dijo el jo ven.
    -¿No será mucha molestia para tí?, -dijo el anciano-estoy seguro que tienes
cosas más importantes que hacer, no quisiera retrasarte.
    -Todo lo contrario, será un placer ayudarlo -dijo Adrián con toda la
sinceridad que lo caracterizaba aunque no pensó si es que podría hacerlo.
    Adrián tomó la manguera y comenzó a regar las plantas bajo las indicaciones del
anciano. Todo estaba bastante descuidado, parecía que desde mucho tiempo
atrás el hombre no se dedicaba al jardín. El agua salpicó la tierra. Adrián miró al
hombre de reojo y advirtió cómo inspiraba fuerte ese olor a tierra mojada, enseguida
notó un regocijo en él. Una leve sonrisa insinuaron sus labios y él también se
contagio de esa alegría ajena que por un momento la sintió propia como si
experimentara una extraña empatia.
    En ningún momento notó, que en el interior de la casa habitara alguien, le llamó
la atención, le hubiese gustado preguntar, pero prefirió callar.

                                           -14-
-Bueno ya terminé, -dijo Adrián acercándose hacia el anciano- sólo me falta
arreglar su maceta, pero volveré otro día, debo irme temprano a preparar mis
cosas, mañana será mi primer día de clase en este nuevo colegio.
    -Gracias muchacho por tu amabilidad, espero que tengas suerte con tus nuevos
compañeros de colegió y puedas hacerte de buenos amigos.
    Adrián se marchó feliz, le caía bien el anciano, parecía una buena persona.
Comenzaba a tener suerte en este nuevo lugar, también en el mismo día entabló
amistad con otros jóvenes de su edad que vivían en las inmediaciones de su casa.
El barrio comenzaba en parte, a contener sus más básicos deseos, hacerse de
nuevos amigos.
    Su primer día de clase no fue sin embargo, tan agradable como él lo hubiese
imaginado. No encontró amabilidad en sus nuevos compañeros, los profesores ya
tenían sus preferidos, los textos y las carpetas eran diferentes a los que él tenía. En
un momento, antes de salir del colegio, Adrián pidió prestados unos apuntes a un
compañero que tenía a su lado derecho quien para su sorpresa, le respondió:
    -¡No!, no te puedo prestar nada. ¿Qué crees, que mi padre trabaja para
regalar su dinero, y que yo voy a gastar mi tiempo para que vos te beneficies? Yo no
tengo la culpa que te falten las cosas. Mi padre me enseñó lo importante que es
ahorrar y que me cuide de los estafadores que andan sueltos.
    Adrián quedó sorprendido ante semejante respuesta, un "no puedo", hubiera sido
suficiente, para qué tanto discur-

                                         - 15-
so sin sentido, lo miró apretando los dientes sin responder nada, su cuerpo se cargó
de ira pero algo lo contuvo.
   Una estudiante que estaba sentada en el asiento de adelante giró su cuerpo
ágilmente, miró casi con desprecio y con vergüenza ajena a su compañero, a
quien ya conocía desde hacía un buen tiempo, y con un tono de protesta,
exclamó:
   -No te pidió que se lo regales, si no que le prestes las cosas, gordo
miserable... No te preocupes -dijo ella llevando su mirada hacia Adrián- yo te
prestaré lo que necesites.
    El joven de la derecha hizo un gesto desaprensivo y luego, se dio vuelta
lentamente, dando la espalda hacia ellos.
    -No le des importancia -dijo la muchacha- Para qué tomarle atención a
alguien que no se merece ninguna.
    El joven de la derecha infló sus cachetes y exhaló el aire en acto de
indiferencia.
    Adrián tomó las cosas de la joven, le dio las gracias y también en una
mirada fugaz pero atenta descubrió en ella, unos ojos verdes, una hermosa piel
tostada muy delicada, una bella mujer, con un cuerpo muy bien formado. Se
marchó despidiéndose un poco más amable que de costumbre.
   Esa misma tarde, salió de nuevo a sentarse en el umbral de su casa, nadie se le
acercó esta vez, la cuadra estaba casi vacía. Sintió la necesidad de hablar con
alguien, sus hermanos eran mucho más pequeños que él pues uno te-

                                       -16-
nía doce años y la mujercita apenas diez. Su madre siempre estaba ocupada
trabajando y su padre había fallecido por una enfermedad incurable. Los dos
chicos más pequeños jugaban a las corridas en el interior de la casa, la pequeña
que iba por delante giró en dirección de Adrián que estaba sentado dando la
espalda hacia ellos, la niña llegó y bruscamente intentó abrazarlo resbalándose
sobre un costado de su hombro. Adrián la tomó entre sus brazos para que no se
cayera, la niña quedó con su cabellera rubia y enrulada desparramada por su rostro.
    -Me quiere atrapar -dijo la niña, mientras su hermano, quien la venía corriendo
se detuvo a la par.
    -¡Ah!, los veo muy contentos, me parece que les gusta este lugar.
    -Sí, -dijo Mariano su hermano menor- en la escuela
me hice de muchos amigos.
    -¿Y a vos Rosa te gusta el lugar.
    -Sí, a mí también me encanta.
    -¿Hasta cuándo nos quedaremos aquí?-preguntó Mariano
    -No sé, esta casa nos prestó nuestro tío Julián, espero que sea por mucho
tiempo.
    -Yo no quiero irme de aquí -dijo Rosa
    -Yo tampoco -dijo Mariano
    Adrián los miró y por dentro sabía que eso era imposible. Quizás tendrían un año
de tiempo y con mucha suerte tal vez dos, pero esas caritas merecían una
respuesta positiva.

                                       -17-
-No se preocupen no nos iremos nunca, haré todo lo posible para que esto
sea así. Ahora sigan divirtiéndose, vayan a jugar y cierren la puerta con seguro,
vuelvo enseguida.
   Adrián se dirigió hacia el jardín, pasó por la pequeña cancha, luego por debajo
de la línea de árboles. Se detuvo un instante. Alzó su mirada hacia el sauce
imponente y majestuoso, se dio cuenta que esa planta no necesitaba de su ayuda,
había aprendido a sobrevivir por sí sola durante muchos años. Sus gajos y las
hojas como flecos sonaban al compás del viento y pudo divisar allí en una de las
ramas más altas del árbol un nido de pájaros que le hizo recordar su pueblo. Los
nidos de pájaros siempre fueron su curiosidad, sólo un instante fue suficiente para
recordar su pueblo, a sus amigos, a su papá.., Entristeció, aún lo extrañaba. Con
mucho dolor, siguió su camino, pensativo, y sin darse cuenta estuvo nuevamente
en la puerta de hierro. Volvió a su realidad presente. Levantó la mirada y divisó al
anciano, sentado en su sillón. Miró el resto del jardín y a diferencia del sauce
sabía que necesitaban de él. Entró con desconfianza.
   -¿Cómo le va, don?
   -Hola muchacho -dijo el anciano sin sorprenderse de su visita
   -Cuando vengas a visitarme entra con confianza, después de tantos años he
aprendido a distinguir a la gente de buen corazón; sé que a veces las apariencias
engañan, pero estoy seguro que éste no es el caso.

                                       -18-
-Gracias don. Perdone, lo llamo don porque todavía no sé cuál es su nombre.
    -León..., mi nombre es León, auque soy uno de esos mansos y viejos -dijo el
anciano esbozando una leve sonrisa.
    -Sí, así parece -dijo Adrián también con una sonrisa sobre sus labios.
     Adrián giró su cabeza y miró la maceta que seguía tirada en el mismo sitio que
había quedado el día anterior. Se encaminó hacia ella, luego la tomó, mejor dicho,
alzó el trozo de tierra donde pendía la pequeña planta sostenida por un pedazo
de lo que había sido una maceta. . ,
     -¿Cómo podré arreglarla?
    -¿Arreglarla? No creo que se pueda, lo que podrías hacer es pasar la planta a
aquella maceta -dijo el anciano señalando una de color ladrillo de unos treinta
centímetros de alto- primero remueves la tierra, sacas parte del centro y la
introduces en la otra con cuidado, luego la riegas y si no te olvidas de ella, con el
tiempo esa planta te lo agradecerá seguramente con una flor. ,
     Adrián siguió el consejo, se sentía bien haciendo ese tipo de tarea, le
agradaban las plantas y mientras trabajaba escuchó la voz del anciano.
     -No me has contado cómo te fue en el colegio.
     -Más o menos don León, me recibieron todos con una apatía... -dijo Adrián,
pero cuando advirtió que dijo "todos" recordó en lo injusto de la generalización y
agregó-, bueno todos no, una compañera, que se sienta ade-

                                        -19-
lante fue la excepción; pero lo que me dio más rabia fue un compañero que se
sienta a mi derecha, le pedí prestado algunas cosas para copiar en casa y
ponerme al día y me contestó de una manera tan miserable que sentí ganas de
partirle la cara de una trompada, y seguramente que si lo hubiera hecho, me
hubieran echado del colegio. Después que me contestó de esa forma, su mirada
no la podía aguantar, sentía un odio terrible, pero pude controlarme y una hermosa
compañera me brindó su ayuda.
   -Es bueno que te hayas controlado, con la violencia no hubieras ganado nada,
más bien al miserable hay que tenerle compasión, te voy a contar la historia de
uno. Si es que tienes interés en escucharla, claro.
    -Sí, por favor, me gustan las historias y los cuentos. Termino con esta tarea y
me acerco a escucharlo.
    Adrián terminó su trabajo, dejó la maceta bien ubicada, tal como estaba
anteriormente, la regó y luego tomó asiento sobre una gran piedra cerca del
anciano.
   -Presta atención y no me interrumpas hasta que finalice el relato. Así podrás
entenderlo mejor -dijo el anciano y comenzó con su relato:




                                      -20-
EL MISERABLE


    Corría el año dos mil, Jorgito miró hacia la ventana, la tarde estaba lluviosa y
las gotas de agua caían por el vidrio. Imaginó que ese vidrio mojado era su rostro
porque hacía mucho tiempo que lloraba. Por las noches cuando se iba a dormir
se arrimaba al cuarto de su madrecita y le decía:
    -Buenas noches mamá.
    Y luego se iba a su habitación. Allí donde nadie lo veía, y a solas con Dios, Jorge
lloraba como un niño; pensaba en sus amores, su mamá tan viejita, noventa y
siete años. Cuánto más iba a vivir.
    Tuvo pocas mujeres o más bien y con mayor precisión ninguna que lo
quisieron, pero a él en ese tiempo no le importaba, jamás se entregaba del todo.
Tenía miedo de enamorarse así que siempre ponía barreras en su alma,
especialmente en su corazón. Sus amigos, Julián y Jesús le decían: "Cuando hay
amor verdadero esas barreras se rompen". Era mal parecido, no era el tipo de
hombre que atrae a las mujeres, más bien las espantaba. Alto, un poco de joroba,
estaba entrando ya a los sesenta años, bigotes blancos, pocos dientes, anteojos
con un vidrio grueso que hacían que sus ojos se vean raros, pero aparte de
todos esos atributos físicos Jorgito tenía otro defecto, el más grande de todos...
era miserable. Sus regalos eran mise-

                                         -21-
rías, cuando quería conquistar alguna chica pedía consejo a sus amigos y todos le
decían, a las mujeres hay que hacerles buenos regalos para conquistarlas, pero
eso no le entraba porque su mente, su alma y su bolsillo estaban cerrados por
"tacañitis", al final les terminaba regalando una pavada y las mujeres quedaban con
una mueca en la cara diciendo gracias y por dentro tacaño de porquería y eso
que las mujeres no eran muy interesadas; pero, feo y tacaño eso era el colmo.
Cuando iba a comprar carne pedía un bife de cien gramos y pagaba con tanto dolor
que a veces, el carnicero, tenía ganas de arrojarle el bife por la cara. No era rico, pero
tampoco pobre, vivía de su trabajo, empleado de un banco y alquilaba tres casas en
el centro, también le iba a quedar como herencia la casa de la pobre viejecita que a
esta altura estaba desesperada para que su Jorge se case, pero eso sí, no con
cualquiera, si bien era cierto que a su hijo se le habían pasado los años, tampoco
es para quedarse con cualquier cosa, decía su madre. Pero un día apareció Dora,
señorita que más que de esta época parecía de aquellas de antes, ya que no salía
mucho ni se le conocían novios y además era medio muda. Teníamos su presencia
pero poco de su lengua y los parlanchines estaban felices con Dora, pues
hablaban solos, sin interrupción. Dora fue a trabajar a la casa de Jorge, había que
cuidar a la viejecita que ya tenía sus ñañas. Cuando Jorge la vio le flaquearon las
piernas, las defensas se le derritieron como chocolate caliente, las orejas le hervían,
el corazón al galope, amor a primera vista. Pero no fue correspondido, al

                                          -22-
menos no en ese primer impacto visual, porque Dora vio en Jorge un desparpajo
 de la naturaleza humana. Ella era flaca y alta de tez bien blanca, cabeza llena de
 canas pero se teñía de negro azabache. Jorgito intentó por todos los medios
 conquistarla, pero no pasaba nada, Dora no aflojaba. Ella soñaba con un muchacho
 joven, bien apuesto, vital que la llenara de regalos y que le dijera palabras dulces al
 oído, todo aquello que Jorgito no era y ni siquiera podía alcanzar en un mínimo
 porcentaje. Para él, el esfuerzo sería grande, para la gente, en vano, pues desde
 afuera lo veían como siempre, Jorge el miserable.
    Un día Dora creyó encontrar algo de ese ser soñado cuando Jorge le dijo,
qué linda que estás, con una rosa en la mano que había sustraído de la vecina de
al lado. Pero todo se desvaneció cuando la invitó a cenar en su propia casa, dos
papas hervidas y una sopa de lechuga, y en medio de todas esas miserias, el rostro
de Jorgito enamorado. Mientras tomaba la sopa de lechuga, sus ojos entrecerrados
y una baba que le caía por los labios (un síntoma del deseo contenido por
muchos años), estiró sus manos deformes para encontrarse con las de ella, fue
inaguantable. Dora salió disparada como de un fusil y horrorizada se retiró de la
casa. Jorge sorprendido por la actitud de su compañera, secándose la baba de su
boca pensó, qué raras son las mujeres y qué difícil es comprenderlas; y para no tirar
nada se comió lo que dejó Dora, una lechuga flotando en un charco de agua tibia.
Y se retiró a su cuarto con su tradicional saludo a su madre "Buenas noches,
mamá";

                                         -23-
pensando en cuánto había gastado en preparar la cena y en que mañana pediría
una explicación al respecto, a¡^
    Un día Jorgito enfermó. Amargado y con el pensamiento puesto en quién
heredaría sus cosas, la caja de ahorro, los muebles, sus ropas viejas, se curó
como por arte de magia y ni si quiera el momento postrero lo cambió. Siguió, por
el contrario, siendo el mismo de siempre, egoísta y tacaño; y aún más, ahora estaba
resentido.
    Todo el tiempo pensaba en alguna estrategia para conquistar el amor de Dora.
En uno de esos días en que ella fue a trabajar, Jorge le dijo que a la tarde le iba a
regalar ropa, lo único que pensó es: la voy a llevar a unas carpas, así le dicen a
los lugares donde venden ropa usada. Llegaron a las carpas y cuando Dora vio
eso no lo podía creer, más que carpas eran tolderías. A pesar de que ella
conocía este tipo de ferias, esta era muy diferente, el olor de la ropa era
inaguantable, no era un olor a muerte, ni fétido, era un olor inexplicable. Ella pensó
que era el olor del karma o de algún espíritu, porque un hombre que estaba
comprando le dijo que eran ropa de muertos. Mientras Dora descompuesta se
tornaba de unos tablones para no desmayarse, Jorge intentaba convencer a los
comerciantes para que le rebajasen los precios. Al final Jorge alcanzó a comprarse
un traje perteneciente a Cristóbal Colón o el conde Drácula y Dora, en muy mal
estado psicofísico, no quiso nada.
    Una noche Jorge estaba hablando con unos amigos, uno de ellos, Raúl, le
 aconsejó que vaya a una curande-

                                        -24-
ra, la señora Inocencia, quien lo único que le pedía, según los comentarios de su
amigo, era una foto de él y de su amada. Desesperado por la angustia de la
soledad, una tarde lluviosa Jorge tomó el paraguas y se dirigió a pie a la casa de
doña Inocencia, un barrio alejado del centro de la ciudad, ya que su médico de
cabecera le aconsejó que camine y además, de esa manera, ahorraba el dinero
que iba a gastar en el transporte. En el camino, ya en la zona cercana a la casa
de la curandera, dos perros gigantes le sacaron un pedazo de pantalón, el que
había comprado la semana anterior en las carpas de venta de ropas y como si eso
fuera poco, un borracho lo insultó. Llegó a la casa roída de Inocencia, todo maltrecho
y asustado. En el pasillo se encontraban varias mujeres esperando, ningún hombre.
Había una mesa y sobre ella un platillo que decía "deje a su voluntad". Le tocó el
turno a Jorge. Se sentó en un sillón, entonces Inocencia le leyó las manos, hizo
unos pases mágicos y le dijo que iba a vivir muchos años, que tenía alegrías y
tristezas y que sufría por un amor. Jorge le acercó las fotos, la bruja al verlas le dijo
que iba a ser un trabajo muy complejo, que le iba a llevar varios días. Pensó la bruja
que podía de esta manera ganar un poco más de dinero. Después de varias horas
de atención, hechizos, masajes, magia, danzas, velas encendidas y otros ungüentos,
agotada, la curandera le dijo que había terminado el trabajito por ese día, y pensó,
en esta me paro y esta noche comemos asado, con vino fino y postre. Jorge se
encaminó hacia la salida. Al cerrar la puerta, la bruja se dirigió

                                          -25-
rápidamente a levantar el dinero que Jorge supuestamente dejaría. Miró el plato
vacío, su sorpresa fue grande, "supe desde un primer momento que era un tacaño
de porquería", dijo ofuscada y saltó por la ventana, cazó un sapo que pasaba
por el jardín, tomó la foto de Jorge y la introdujo en la boca del pobre sapo, luego
lo coció en carne viva, sin anestesia, después se dirigió al fondo y lo enterró y salto
diez veces sobre la tierra, cosa que muy pocas veces lo hacía. Jorge tenía esa gran
cualidad, dejar a la gente desubicada y trastornada.
    En los días posteriores Dora se mostraba igual que siempre, a veces lo
ignoraba, a veces hacía un esfuerzo para mantener un diálogo. Mientras tanto
Jorge no se sentía bien ni psicológica, ni físicamente. Le faltaba el aire como si lo
hubiesen tapado con un alud de tierra. Jorge pensó "Menos mal que no le di los
veinte centavos que llevaba, vieja interesada, no logró hacer nada". Ese mismo
día llegó Raúl, un vecino que vivía muy cerca de casa de Jorge. Un pobre hombre
que había quedado sin trabajo, como muchos argentinos en esta época. Se animó a
pedirle prestado dos pesos para la leche de sus hijos ya que ese día no tenía ni para
comprar pan.
    -Jorge me prestas dos pesos -le dijo apenas lo vio salir del pasillo de su casa.
    Ante este pedido, Jorge comenzó a llorar tanta miseria y pobreza que daba
lástima:
    -No doy más compadre, la plata no me alcanza, no sé que darle de comer a la
vieja, no tengo ni para un caldito,

                                         -26-
qué mal que andamos, si el país sigue así qué va a ser de nosotros.
    Tremendos lagrimones corrían por el rostro de Raúl, Jorge giraba su rostro y
se tapaba la cara con las dos manos, al final los dos se abrazaban y eso parecía
un melodrama. La gente que pasaba por el lugar pensaba, se murió la viejita,
mientras otros murmuraban, se acabó esa vida de miseria, pensar que teniendo
no gastaba en comida casi nada.
    Jorge lloraba diciendo que no le alcanzaba ni para una papa. Raúl se iba sin
decir palabra alguna, ya en la puerta sentía unos mareos y unas terribles ganas de
vomitar, sentía como si Jorge se hubiese metido dentro de él con todas sus miserias,
con todas las carencias del alma humana. Al llegar a su casa la esposa de Raúl le
recriminaba:
    -Te dije que no fueras a lo del miserable, mira como estás, los ojos caídos,
la boca torcida, las piernas que se te arrastran como queriendo dejar este mundo,
ese tacaño deja a la gente así, nunca da una mano a nadie, hasta ayer comíamos
pan duro, con mate de yerba de ayer secada al sol y éramos más felices.
     Lo abrazó, le alcanzó un vaso de agua con azúcar y mientras lo acurrucaba
 casi maternalmente le decía:
     -Ya todo pasó, no vayas más a lo de ese Chuki miserable, le hiciste varios
 favores y mira cómo te lo paga.
    Nadie sabía qué hacía con la plata, pero era seguro que a obras de
 beneficencia no la daba. Lo que sí todos veíamos es que pagaba con tanto dolor
 que daban ganas de

                                        -27-
darle un golpe, y a medida que la gente más lo conocía terminaba odiándolo.
Jorge no dejaba nada más que odio y vacío. No se aguantaba ni su presencia,
los conocidos disparaban y los vecinos se ocultaban, la única que lo esperaba era
la vieja que era igual a él, y como dice el dicho, de tal palo tal astilla.
    Y así sucedieron días, meses con ese tipo de experiencias. Dora ya estaba
agotada, más que nada espiritualmente, nunca había vivido situaciones tan
horribles. Incluso había observado que Jorge y su madre guardaban fajos y fajos
de dinero en una caja fuerte muy bien oculta en su casa; tanta mentira
acumulada, tanta mezquindad, tanta pobreza humana.
    -¿Qué hago? -se dijo Dora a sí misma.
    Y sin pensarlo dos veces, salió corriendo a la sala de espera, tomó su bolso,
miró hacia la puerta con una terrible desesperación por desaparecer
inmediatamente de ese lugar, como si una fobia hubiese invadido su mente. Sus
manos temblorosas y su mirada angustiosa marcaron su paso presuroso hacia la
puerta y se marchó para nunca más volver.
    Y Jorge vio pasar por la ventana mojada, la figura esbelta de su amada y supo,
tal vez por intuición, que ya no la vería más. Quiso ofrecerle todo, abrió la ventana y
gritó amargamente:
-¡Dora, Dora... vuelve por favor! Y sabiendo que lo había perdido todo, lloró
amargamente todo ese día y toda la noche.

                                         -28-
Tal vez algún día Jorge comprenda que el amor es solidario, compresivo,
              generoso y sensible. Hasta hoy sigue llorando su ausencia.
                    -¿Entonces, él se quedó solo, como al principio?
     -Exactamente, todo lo que tenía no lo supo usar, su alma estaba enferma de
 mezquindad y en cuenta de ganar un amor, sólo consiguió dolor y más soledad. El
  hombre no era una persona administradora de sus cosas, era un guardián, un
  preso de sus propios bienes, en realidad había gestado una forma enfermiza de
relacionarse con los objetos, con el dinero, no sabía compartir, ni dar, sin sentir dolor
    alguno por esa acción, siempre existía en él esa actitud egoísta, esa miseria
       profunda e impenetrable que ni siquiera el amor pudo vulnerar. La felicidad
   indudablemente siempre se le va a escapar si es que él no cambia su postura, si
                                  persiste en su actitud.
    -¡Qué lástima!, tal vez ella lo hubiera llegado a querer.
     -No lo sé. Seguramente las cosas hubieran sido diferentes, si su alma hubiera
tenido una cuota de generosidad, de sentimiento por el prójimo, pero justamente
             de eso, no tenía nada. Hay un tiempo para detenerse a revisar
      nuestros actos, nuestro pasado, nuestra forma de ser, no es
               una perdida de tiempo sino una forma de evaluarnos, de
       saber qué está mal o qué está bien y cómo estamos actúan
               do. Todos debemos tener una oportunidad para cambiar,
                pero para ello debemos tomar conciencia de nuestros pro
                       pios actos e inclusive de los actos ajenos.




                                          - 29-
-Muy linda su historia don León, me ayuda a entender un poco más a la gente. Y
    en realidad, y lo más importante, es que también me ayuda a entenderme a mí
                                         mismo.
      Adrián se incorporó y caminó unos pasos, se imaginó un paraíso verde, sólo
  que todo estaba demasiado gris. Sin querer pisó unas pequeñas plantas, sintió un
hermoso aroma a menta, miró hacia el suelo y vio unas hojas verdes opacas, casi
  secas de forma triangular, de muy baja altura. Se inclinó, tomó algunas y se las
 llevó a la nariz. A su mente volvió el pensamiento de un paraíso, pero se notaba la
falta de cuidado, el anciano ya no lo podía atender. Sintió la necesidad de colaborar,
                     pero sabía que tenía deberes y eran prioritarios.
          -Mañana regresaré don León, para regar sus plantas, ahora debo
                    marcharme, tengo que terminar con mis tareas.
                              -Gracias por tu visita muchacho.
              -No, gracias a usted por el relato. Hasta luego don León.
                                 -Hasta mañana muchacho.




                                        -30-
II

    Adrián regresó a su casa para terminar con sus tareas. Pronto pasó el día y la
 noche; y se encontró nuevamente en la entrada del colegio. El gran portón de
 madera de unos tres metros de ancho estaba abierto de par en par. Fue en ese
 momento, cuando sus ojos descubrieron un poco más adelante, la figura hermosa
 de la joven, a quien debía devolver los apuntes. Fijó su mirada en su cuerpo, en el
 movimiento de sus caderas, en sus piernas; apuró sus pasos para alcanzarla.
 Cuando ya estuvo casi a su lado, el brazo de un muchacho, desconocido para
 él, posiblemente de otro curso, atrapó los hombros de ella. Instintivamente
 disminuyó su marcha, la efímera emoción se diluyó en su rostro desconsolado y
 dejó que se alejaran.
     Ya en el curso, Adrián, devolvió a su compañera los apuntes prestados y le dio
 gentilmente las gracias, la charla no fue más allá de eso.
    Esa tarde, Adrián volvió a visitar al anciano. Tomó unas tijeras de podar
ubicadas bajo una galería, donde don León tenía acomodadas todas sus
herramientas; y, bajo las indicaciones del anciano, comenzó a cortar todos los ga-
jos secos y aquellos que deformaban las plantas. Esto le llevó algunos días, pues
no era mucho el tiempo que él podía dedicarle al jardín, tampoco solía quedarse
hasta muy tarde, las noches eran demasiadas frescas.

                                        -31-
Sus amigos de barrio lo buscaban todos los fines de semana para jugar
al fútbol, había logrado entablar una gran amistad con uno de ellos. Éste
muchacho, llamado Damián, era algo mayor que él, había cumplido ya
los veinte años de edad. Los sábados por la noche Damián solía pasar a
buscar a su amigo Adrián con el fin de salir a divertirse. El coche del
joven era un vehículo muy modesto y un poco viejo, un Torino modelo
setenta.
    Después de tres semanas, ya había confirmado que Carolina, su
compañera del banco de adelante, tenía novio, que la relación de la
pareja era buena. A él, sin embargo, esa figura, ese cuerpo, esa sonrisa, le
seguían agradando a pesar de todo.
    El jardín de don León estaba mejorando, las plantas tenían nuevos
brotes, además ya se acercaba la primavera.
    Era un sábado a la tarde cuando su amigo Damián pasó a buscarlo y
salieron bien perfumados en busca de alguna aventura. Los dos jóvenes
eran bastante agradables tanto físicamente como en el trato con otras
personas y seguramente le podrían atraer a cualquier mujer. Damián
cada vez que podía, acercaba el coche hacia alguna mujer bella que
transitaba por la acera, y desde la ventanilla arrojaba sus piropos.
Estacionaron cerca de un boliche y ambos con muchas ansias se
introdujeron en él. En el interior, Adrián descubrió la presencia de Carolina
acompañada por su novio. Sus ojos, aunque con mucho disimulo le lanzaban
miradas de vez en cuando. Las luces intermitentes no permitían observarlo
todo, la música, la bebida y la noche re-

                                    -32-
creaban un ambiente perfecto para estimular los deseos y
               el amor. Damián, muy pronto encontró amistades, quienes
                los invitaron a compartir su mesa, Adrián llevado por las
              circunstancias, de pronto se encontró compartiendo una
              mesa con dos mujeres muy mayores en relación a su edad,
                    pues la menor de ellas ya tenía treinta y dos años.
 Damián abrazó a una de las mujeres, Mónica, pues ya las conocía desde hace un
   tiempo atrás, mientras Adrián permanecía distante, respetuoso, manteniendo
  cierta distancia sobre la otra mujer. Los mozos dejaron sobre la mesa cuatro
                              copas con bebidas alcohólicas.
               -¡Pareces muy joven! -dijo Silvia, la menor de las mujeres.
                      -Sí, tengo dieciocho años -respondió Adrián.
-Es un pollito que recién sale de su cascarón -dijo Damián con total soltura, mientras
                                   los demás sonrieron.
  Adrián sintió calor sobre su rostro y Silvia tomando una de sus manos le dijo:
  -No te preocupes, que estás en una edad hermosa, no eres ni un pollito ni un
                                        gallo viejo.
                      Adrián no respondió nada, solamente sonrió.
                 Bebieron algo antes de levantarse para bailar. Las lu-
              ces, la bebida, las compañías, amenizaban la noche. La
               música movida pasó a ser lenta. Mientras Adrián baila-
              ba con Silvia, por un costado del hombro de ella observa
              ba cómo Damián y Mónica se besaban apasionadamente,
               luego los vio alejarse y perderse por la salida. Sin querer
              mientras bailaba rozó su brazo con su compañera de cur-

                                        -33-
so, ese pequeño impacto movilizó sus miradas que se cruzaron como estudiándose
el uno al otro.
    Ya de regreso a la mesa, Silvia puso su brazo sobre el hombro de su
compañero, él se mostró nervioso y giro su cabeza buscando quizás a su
compañera de curso, pero ella ya se había marchado.
    -¿Qué te sucede, estás nervioso... o es que no soy de
tuagrado?
    -No, estoy bien, sólo pensaba en cómo me iré a casa, sin Damián, yo no
tengo vehículo -dijo Adrián mientras restregaba sus manos nerviosamente.
    La mujer se dio cuenta de la inexperiencia de su compañero y no quiso
presionarlo, se levantó tomándolo de la mano y luego dijo:
    -Ven, vamos ya es demasiado tarde, yo te acercaré en mi coche a tu casa.
    Ambos salieron tomados de la mano. Ya en la playa de estacionamiento, a unos
metros antes de llegar al vehículo, ella lo soltó repentinamente y llevó la mano hacia
atrás de su propio hombro.
    -¡Ay, me parece que tengo algo en mi espada! -dijo ella.
    Adrián miró hacia atrás de ella y dijo:
    -No, no tiene nada.
    -No soy tan vieja como para que me hables de usted, trátame de tú.
    -Está bien es sólo que estoy un poco nervioso, usted comprende... digo vos
me comprendes ¿no? ; ;

                                        -34-
-            Ambos rieron. Ella movió sus hombros de un lado ha
            cia otro como si realmente algo le molestara.
         -Seguramente que es algún bicho que se metió por debajo de mis
       prendas, ¿por qué no te fijas? Adrián palpó con sus manos sobre la
                                        espalda.
           -Así no vas a encontrar nada, levanta mi blusa y recorre con tus
         manos mi espalda, hazlo pronto porque verdaderamente algo me
                                        molesta.
             Adrián no tuvo ni tiempo de pensar. Preocupado como estaba,
       levantó la blusa de Silvia y con sus manos recorrió su espalda y sólo
                        encontró una piel suave y ardiente. .,,..
                       -No, no sé qué pueda ser, no tienes nada.
              -Tal vez más adelante o más abajo. Las manos de él se
           endurecieron y sus brazos se pusieron torpes, apenas si podía
                              dominar sus movimientos.
                      -No, no hay nada -dijo Adrián con voz tensa.
           -Bueno, está bien, si no descubres nada debe ser que no hay
                         nada. Vamos que está haciendo frío.
        Ya en el vehículo ella giró su rostro y lo miró. Estaba
    quieto, rígido, con su mirada puesta en el frente. No podía
    creer su ingenuidad, no podía creer su honestidad, pero
        todo eso era tan bello que a ella le atraía aún más.
                          -¿En dónde vives si se puede saber?
                                  -En la calle Dixa 1.375.
      El vehículo se paró justo en frente de su casa. Ella miró
              ese cuerpo joven y ese rostro juvenil y no pudo contener
            se. Se le acercó, sus manos delicadamente acariciaron sus
             cabellos. Él se quedó paralizado, como una liebre sorpren-

                                     -35-
dida por el águila, sólo esperó que ella actuara. Sus labios hicieron contacto con
los de él, ella sabía que manejaba la situación, sus brazos lo atrajeron hacia su
cuerpo y Adrián escapó de sus ataduras y se dejó llevar por sus impulsos, su
mano se deslizó por sobre la blusa tratando de acariciar los pechos de la mujer,
luego intentó desprender el primer botón, después el segundo, fue en ese
momentos que la mano de Silvia tomó la suya para detenerlo.
     -No, este no es lugar -dijo ella, él retiró su cuerpo ha
cia atrás. En ese preciso instante se iluminaba una de las
ventanas de su casa.
    -Tienes razón, ya encendieron la luz de mi casa.
    -Será en otro momento, Adrián.
    Él se despidió con un beso. Sintió ganas de quedarse toda la noche con ella,
pero al descender y mirar la puerta de su casa su sentimiento cambió por uno de
culpa. Entró como si tuviera algo escondido y encontró a su madre levantada.
    -¿Con quién llegaste, no parecía ser el coche de Damián?
    -Me, me, acercó una amiga -Titubeó Adrián.
    -Está bien, caliéntate la comida y luego ve a dormir, ya es demasiado tarde.
    Adrián comprendió que la preocupación de la madre era por su tardanza y no
por un exagerado control. El sueño tardó en llegar, pero eso a él no le importaba,
Silvia ocupaba sus pensamientos.
    El lunes por la mañana, en un momento libre dentro del

                                      -36-
curso, Carolina se dio vuelta para hablar con él.
      -El sábado te vi en el boliche, me parece que la pasaste bien, muy linda tu
            compañía, lo único que me pareció un poco mayor para vos.
    -No, si sólo tiene veintitrés años. Carolina echó una carcajada a
                                  propósito.
   -Eso te habrá dicho ella, porque a mí me pareció de cuarenta. Perdóname,
        pero me estoy metiendo en cosas que no son de mi incumbencia.
      En esos momentos entró el profesor y ella desvió la atención hacia él,
 Adrián quiso decir algo más, pero se contuvo al ver que su compañera había
                        girado la cabeza para dar vista al frente.
   Esa misma tarde llegó Damián en su vehículo y tocando bocina varias veces logró
que saliera Adrián. Se acercó saludando y apoyó su mano en la ventanilla desde
                              donde comenzaron a charlar.
      -Perdona, no pude pasar a recogerte, mejor dicho cuando lo hice vos ya no
estabas -se justificó Damián mientras su rostro dejaba ver una sonrisa para nada
 inocente-. Supongo que habrás aprovechado bien la noche, ¿Cómo te fue con
                                         Silvia?
                      -Bien, después del boliche me vine a casa.
-¿Pero no hubo nada? -Bueno en realidad,
                         no.
                                 -¿No le sacaste algo?
                      -¿Sacarle algo? ¡No! No sé... ¿cómo qué?
               -Dinero, algo para tener para la joda, para divertirnos,

                                      -37-
no vamos a estar con dos viejas para no sacarles ni un centavo
     -¡No!, yo no podría, además no me pareció que fuera una vieja, más bien Silvia
me parece una mujer muy agradable.
     -Bueno, allá vos, de todas maneras me alegra saber que la pasaste bien.
     Después de hablar un momento Damián se marchó. Adrián se quedó en el
sillón pensando en las palabras de él "sacarle algo", se dio cuenta que recién
comenzaba a conocer a su amigo. Ya habían pasado varios días sin visitar al
anciano, por lo que después de merendar se marchó y lo encontró como siempre
sentado en su sillón. Después de saludarlo, tomó la manguera y comenzó a regar
las plantas.
     -¿Y, cómo te está yendo con tus nuevos amigos? -preguntó el anciano mientras
Adrián continuaba con la tarea que él solo se impuso.
    -Creo que bien, sólo que recién estoy conociendo mejor a Damián, no sé si es
bueno o malo, lo cierto es que parece que le gusta salir con mujeres a quienes les
puede sacar algo de dinero. Hizo algunos comentarios que me sorprendieron y
me dieron esa sensación.
     -Esas cosas nunca son buenas. Termina con lo que estás haciendo, luego ven y
siéntate cerca que te voy a contar una historia de alguien que le gustaba vivir de las
mujeres.
     Adrián esta vez trajo una silla desde la galería, y se

                                        -38-
acomodó a unos metros del anciano, colocó sus manos tomándose la nuca y
mirando hacia el cielo dijo:
   -Ya estoy listo, cuando quiera puede comenzar don León.




                                     -39-
CANDOR


    Candor era un hombre viril e increíblemente atractivo, usaba todo su encanto
para seducir a mujeres sin respetar su condición civil, después de agotar con todo
su dinero las dejaba y partía hacia una nueva aventura, dejando detrás suyo
desolación y desesperanza.
    Ese día a pesar de los ruegos de ella, salió de la casa pegando un portazo y
cerrando una puerta a la que nunca más volvería. No sería la primera vez, pues ya
se había acostumbrado después de tantas veces, a no sentir dolor ni compasión
por el ser que dejaba en estado de desesperación.
    Bajó las escalinatas del edificio lujurioso y se dirigió a su auto, uno de esos
 coches deportivos último modelo que les encantan a las mujeres. Formaban juntos, la
 dupla perfecta para el engaño.
    Fastidioso por no poder sacar más nada de aquella po-bre mujer, subió a su
vehículo, lo hizo arrancar y provocando un fuerte bramido salió disparado por las
calles de esa enorme ciudad. Antes de llegar a su departamento, o guarida, del que
nadie de sus conocidas tenía la dirección, decidió sentarse a tomar una copa en un
lujoso restaurante.
    Ya servido, con la copa en la mesa, volcó una mirada a su alrededor buscando
la que sería su próxima víctima para saciar su necesidad de dinero. Luego alzó la
copa y
                                       -40-
bebió un trago, sacó un cigarrillo, se dio cuenta que no tenía su encendedor,
giró para pedirle fuego al individuo más cercano que se encontraba a su espalda,
    -Perdón ¿tiene fuego? -dijo, mirando a los ojos de la persona que lo atendía.
    Ella, una mujer linda de unos cincuenta años y acompañada por otra mujer
más o menos de la misma edad, al mirarlo quedó extasiada por un segundo y
luego dijo;
    -No, disculpe no tengo.
    -Bueno, no importa, gracias igualmente.
    Él se quedó sentado bebiendo, mientras escuchaba la conversación de estas
dos mujeres, la que daba justo a sus espaldas le decía a la otra:
    -Con esto que mi marido es médico, no puedo ni fumar porque debo cuidar la
estética en todo momento, sino que dirán en su clínica.
    -¿Y, cómo va en eso de los implantes biotécnicos? -Preguntó la amiga.
    -Oh!, genial, por lo menos para él. Le lleva tanto tiempo que a mí ya me tiene
olvidada, anda tan ansioso que a casa sólo va a dormir, me parece que ya no tengo
marido, sólo es un compañero de hogar.
    Candor, al escuchar esta conversación sintió que ese era su día de suerte,
justo lo que buscaba, una mujer necesitada de amor y con dinero.
    Esperó que salieran y luego las siguió hasta llegar a un barrio muy elegante.
Primero se bajó la acompañante e ingresó en una de las casas. Luego la mujer
que a él le in-

                                      -41-
teresaba entró con el vehículo al garaje de otra casa hermosa e inmensa.
    Después de tener la ubicación exacta, regresó a su departamento donde pensó
en la estrategia a seguir. Los días subsiguiente se dedicó a investigar los
movimientos de ella, el horario de partida y llegada de su marido, sus gustos y
hasta su forma de vestir.
    Un día predeterminado llegó hasta la puerta de su casa con un maletín
cargado con un muestrario de joyas y ropa interior de la mejor calidad. Primero lo
atendió una de las empleadas, quien le dijo:
    -No se reciben a vendedores domiciliarios.
    -Perdone, ¿Pero aquí vive la señora Lidia?
    -Sí.
    -Es con ella con quien tengo la recomendación para hablar.
    La empleada dudó y luego decidió hacerlo pasar. Él esperó un momento hasta
 que ella finalmente salió. Apenas lo vio, lo reconoció.
     El aprovechó esto para entrar aún más rápido en confianza y ofrecer sus
 productos mientras la llenaba de halagos con total disimulo. Quedó en traerle
 unas joyas y unas prendas que encargó la mujer. Y poco a poco esta mujer
 olvidada por su marido, fue cayendo en las garras de Candor.
     Candor engrosaba su cuenta bancaria gracias a los cheques a favor emitidos
 por Lidia, que ciega de amor no se daba cuenta del engaño.

                                       - 42 -
Willy, el marido de Lidia, fue citado por su contador, quien le advirtió que su
esposa estaba gastando abultadas sumas de dinero. Éste decidió contratar un
detective privado para que siguiera los pasos de su mujer.
    A los pocos días, el detective le trajo la información de que su mujer lo engañaba
con un embaucador profesional llamado Candor, que habitaba un departamento en
las orillas de la ciudad.
    Willy decidió hablar con este sujeto para que deje tranquila a su mujer y se dirigió
en su búsqueda en el auto del detective. Al entrar al estacionamiento se cruzaron
con Candor, quien al reconocer al marido de Lidia tomó su vehículo y arrancó
rápidamente.
    El detective y Willy emprendieron la persecución. Candor salió por la autopista y
luego se desvió hacia un camino angosto y solitario. Penosamente para él, una mala
maniobra hizo que su coche volcara deslizándose hasta dar contra un árbol. Ellos
al verlo en estado de inconciencia y aparentemente herido, lo retiraron y lo llevaron a
la clínica donde le hicieron todos los estudios. Sólo encontraron golpes y pérdida
leve del conocimiento.
    Willy lo miró en la habitación solitario y en voz baja entremezclada con una
sonrisa maliciosa dijo:
    -¡Así que éste es el hombre perfecto, que se dedica a embaucar a las mujeres!
    Ordenó pronto que lo trasladen a la sala de cirugía y con un ayudante de
confianza comenzó su trabajo de venganza. Colocó siliconas en los pechos y en
las nalgas de

                                         -43-
Candor. En un trabajo muy profesional logró disminuir la cintura, extirpar lo que lo
hace masculino y definitivamente la operación fue un éxito, su cuerpo quedó transfor-
mado en el de una mujer, excepto por su rostro que siguió siendo el mismo.
    Después de veinte días de mantenerlo bajo los efectos de calmantes, Candor
fue abandonado a la orilla de la ruta, muy cerca de un barrio peligroso, sin ropa, entre
medio de unos matorrales. Al despertar, se dio cuenta de que su cuerpo había
cambiado, que no era el mismo, que estaba dentro de un cuerpo de mujer, de un
cuerpo reformado. Sin poder creerlo se miró en un espejo, abandonado a
propósito, miró su rostro que era el mismo de siempre. Con total asombro y sin
entender lo que le había pasado se sintió la persona más desdichada del mundo.
Ensimismado en sus pensamientos no se percató que un grupo de maleantes se
aproximaba. Fue demasiado tarde el intento de ocultarse. Corrió tratando de huir,
pero su reformado y pesado cuerpo no respondió como en otras épocas y pronto fue
alcanzado.
     Los mal vivientes lo trasladaron a su guarida, donde lo mantuvieron en
 cautiverio y era sometido a todo tipo de maltratos, a la humillación más indigna y a
 la degradación de todo su ser. Después de un largo tiempo de angustias, se vio
 forzado a aceptar su condición física.
     En la soledad de su habitación los recuerdos de su vida anterior volvían a su
 mente y un dejo de tristeza se reflejaba en su rostro. Anhelaba la libertad y pensaba
 en la ma-

                                          - 44 -
ñera de huir de esta aberrante situación, aunque en el fondo de sus pensamientos
nunca perdió las esperanzas de volver a ser el mismo Candor de siempre.

    -¡Pero qué triste final! -dijo Adrián.
    -Es cierto, pagó demasiado caro sus errores, pero cuando uno siembra el mal,
cosecha odio. Ver a las personas como objeto no es bueno, y mucho menos el
usarlas para obtener algún beneficio. Lucrar con los sentimientos ajenos, mentir,
disimular, es horrible, yo sé que esto sucede permanentemente en la vida real;
pero, como yo a vos te tengo cariño, te recomiendo que no entres en este terreno.
Nunca se sabe hasta dónde puede llegar una persona, cuál, es el límite de su
venganza y lo peor de todo es que nunca se sabe a dónde vamos a ir a parar con
tanta falta de amor hacia los seres que nos rodean.
    -¡Y Willy!, ¿era bueno cuando decidió vengarse?
    -Definitivamente no, porque la venganza es sólo odio, y el odio engendra más
odio. Tal vez en un principio no quiso ser así, pero cuando tuvo la oportunidad se
dejó llevar por el rencor. Fue como el dicho, la ocasión hizo al ladrón, mejor dicho en
este caso, al vengador; su forma de actuar fue extrema, homicida y dañina. Él
también debería replantearse los motivos por los que su mujer lo engañó.
Seguramente habría alguna falla en la relación de la pareja, e inclusive su señora
actuó muy mal, ella también es parte de este problema, y también es responsable de
sus actos.
    -Pero Candor ya tenía un plan. -Reflexionó Adrián.

                                         -45-
-Y esa es precisamente la mayor falta, ya que planificar para perjudicar a otras
personas es tener plena conciencia de la maldad que se provoca con sus actos, a
diferencia de Willy y su esposa que actuaron mal, pero no planificaron una estrategia
sino que actuaron en el momento y por impulso.
    -¿Podría sucederle algo parecido a mi amigo?
    -No creo, seguramente debe estar muy lejos de esta situación, quizás, lo que
hace, contiene sólo una pequeña chispa de picardía, de todas maneras está mal
acostumbrarse a vivir así. Si sales con alguien debe haber una cuota de atracción,
respeto, amor, aunque al final sólo haya servido para conocerse y nada más, o
por lo menos que la otra parte sepa la verdad y comparta lo suyo, su dinero, sus
bienes, solamente porque así lo desea.
    La tarde estaba cayendo, las sombras empalidecían en la oscuridad, Adrián
notó que se estaba haciendo tarde. Las charlas con el anciano cada vez eran
más fluidas e igualmente agradables, esto se podía percibir en los gestos, en las
sonrisas y en las miradas.
   -Tengo que irme don León, ¿Quiere que lo ayude a le
vantarse?
  -No gracias muchacho, no te preocupes por mí, me gusta este lugar, me
quedaré un rato más, gracias por tu visita.
   Adrián se marchó pensando, que el anciano debía amar demasiado ese jardín,
pues cada vez que llegaba, lo encontraba allí, como si fuera su refugio.

                                        -46-
III

     Llegó el sábado por la noche. Damián pasó con su coche a buscarlo, pero
 Adrián no tenía dinero, por lo que prefirió decirle que no iba a salir esa noche.
     -No te preocupes, yo tengo veinte pesos -Dijo Damián- lo compartimos, sino
 para qué están los amigos.
     -Está bien, te lo agradezco, te debo una, espérame unos minutos me cambio y
 salgo.
    Esta vez fueron al centro de la ciudad. Dejaron el vehículo en una cuadra
 cercana, se dirigieron a caminar por esas calles iluminadas llenas de vidrieras,
 confiterías y gente caminando. Al pasar por el frente de una casa de juegos de
 azar se detuvieron.
     -Vamos, entremos -dijo Damián- quizás hoy es nuestro día de suerte.
    Para Adrián era una experiencia nueva. Mientras Damián se dirigía a comprar
las fichas, él caminaba emocionado entre las máquinas y la gente. Las mujeres con
faldas muy cortas mostraban su figura perfecta, la sonrisa, la simpatía brotaban de
sus miradas, de sus bocas, todo invitaba a divertirse, a jugar, a disfrutar la vida, a las
bebidas y junto al sonido de las fichas cayendo construían un ámbito perfecto para
gastar el dinero y probar suerte.
    Damián regresó con las fichas y las repartió en partes iguales, luego se acercó
 a una de las máquinas y comenzó
                                          -47-
a jugar mientras le indicaba a Adrián cómo hacerlo. Damián exterminó sus fichas en
pocos minutos pero la suerte, aquella noche, estaba a favor de Adrián, quien poco
a poco acumulaba ganancias.
    -Toma, prueba suerte en otra máquina -dijo Adrián
    -No, gracias, continua, no quiero quitarte la suerte.
    Todo salió de diez, cuando se vieron con una abultada cantidad pararon con el
juego. De pronto se encontraron en las calles con los bolsillos llenos de dinero.
    La noche estaba cálida, hermosa para caminar y mucho más hermosa con
dinero. Los dos transitaban por las veredas buscando un lugar donde sentarse a
tomar un trago, llegaron a un sitio muy concurrido con las mesas ubicadas hasta en la
vereda, tomaron asiento en la única mesa desocupada. Damián sin consultar pidió
una cerveza, luego se levantó e hizo una llamada desde un teléfono público a sus
conocidas. Regresó a su mesa, no pasó mucho tiempo, cuando el auto de Silvia
acompañada por Mónica pasó por la calle. Al instante, estuvieron junto a ellos
compartiendo la mesa.
    -La noche está hermosa -dijo Mónica.
    -Sí, está muy linda, podríamos terminar las bebidas e ir a bailar-dijo Damián.
    -Como gusten chicos -respondió Mónica.
    Silvia corrió su silla para estar muy cerca de Adrián. Pasó su brazo por
sobre sus hombros, él giró su rostro sonrosado y ella lo sorprendió con un
beso en la boca, volvió su mirada hacia su amigo y éste le guiñó un ojo,




                                        - 48-
Adrián sonrió y todos se contagiaron de él.
    Los vasos habían quedado vacíos, era la hora de marcharse del lugar, Damián
llamó al mozo y éste concurrió al instante.
    -¿Cuánto le debo? -preguntó Silvia extrayendo unos billetes de su monedero.
    -¡No!, -dijo Adrián- esta vez invitamos nosotros.
    Silvia lo miró sorprendida y comprendió por qué se había enamorado de él,
aunque ella sabía que una relación entre ellos era imposible.
    Damián lo miró más sorprendido que Silvia, él estaba acostumbrado a que
ellas pagasen siempre, a pesar de todo, sacó su billetera y ambos pagaron la
cuenta.
    -Antes de irnos al boliche, podríamos caminar unas cuadras -dijo Adrián-, la
noche está hermosa, ¿qué les parece?
    Todos estuvieron de acuerdo, y en parejas comenzaron la caminata.
    -Eres un chico muy bueno, creo que cualquier mujer podría enamorarse de ti
-dijo Silvia.
    -Vos también sos una persona muy buena, además muy bella y....
    La frase quedó interrumpida por el llamado de un celular.
    -Muy bien; me repite la dirección, gracias -dijo Silvia por el celular.
    Ella se frenó en su andar y volviéndose hacia atrás, donde caminaba su
compañera le dijo:




                                     -49-
-Es para las dos, debemos marcharnos, es por un trabajo.
   Silvia miró a Adrián queriéndole dar una explicación, pero sólo alcanzó a decir:
   -Debo marcharme, gracias por la invitación.
   Los dos se quedaron solos, sin compañía y vieron marcharse a las dos mujeres,
bien arregladas, muy pintadas, con polleras cortas, zapatos tacos altos y medias
muy vistosas. A medida que se alejaban sus deseos libidinosos crecían.
    -Bueno, se nos acabó la noche -dijo Damián- y encima que nos dejan solos...
tuvimos que pagar nosotros.
    -Era nuestra obligación, nosotros invitamos.
    -Lo sé, pero ellas ganan el dinero fácil, qué les importa unos
pesos más o unos pesos menos.
    -¿Por qué. decís que ganan dinero fácil? -preguntó Adrián.
    -Pero que ingenuo sos, no te diste cuenta, son prostitutas.
    -¿Prostitutas...?
    -Sí, son prostitutas, ¿qué quieres que te diga? Adrián se quedó pensativo por
    unos instantes.
    -Por eso decís que ganan el dinero fácil, pero creo que
te equivocas, creo que es la manera más difícil de ganar
dinero y nadie merece que se abuse de su confianza.
    Hubo nuevamente una pausa, un silencio entre los dos, hasta que Damián dijo:
    -Tienes razón, no me había dado cuenta de lo difícil




                              -50-
que debe ser para ellas no brindarles una amistad sincera. Te juro que no volveré a
dejar que paguen. A menos que yo no tenga dinero o que se me olvide, claro.
    -De alguna manera la tenías que arreglar -dijo Adrián sonriendo.
    Los dos regresaron cabizbajos, casi en silencio. Llegaron hasta su vehículo, lo
pusieron en marcha y salieron. Desde la ventanilla Adrián logró observar
paseando de la mano de su novio a su compañera de curso, feliz, sonriendo. Con
esa imagen concluyó su noche.
    A la mañana temprano al llegar a su curso entró saludando a sus compañeros,
como siempre, entre medio del bullicio, casi instintivamente, su mirada buscó la
figura de su compañera a quien no encontró esta vez en el interior. Como si
tuviera un presentimiento giró, al darse vuelta la vio despidiéndose de su novio
con un beso en la boca. Regresó a su asiento desconsolado, puso el codo sobre el
pupitre y con su mano izquierda sostuvo su cabeza, sin pensarlo quedó mirando
a ese muchacho gordo, supuestamente mezquino, de cara rojiza que con su rostro
asustado observaba a su alrededor.
    -¿Te sucede algo, Carlos? -preguntó Adrián sin levantar su cabeza de su mano.
    -Me robaron la tarea de Física, si me llegan a poner una mala nota mis
padres me van a matar -dijo Carlos con sus ojos empañados en lágrimas.
    -Pero qué problema te haces, te paso la mía y la copias.




                                       -51-
Adrián no podía entender el por qué de tanta preocupación, sacó sus apuntes y
se los pasó.
    -Gracias, realmente te lo agradezco, aquí nadie me la hubiera prestado. Si
llevo a mi casa una mala nota mis padres no me lo perdonarían, ellos siempre
dicen que el tiempo que estoy aquí tiene su precio y no lo puedo desperdiciar.
    -Claro -dijo Adrián sin estar absolutamente de acuerdo con el comentario,
recordando en ese momento el cuento del miserable que don León le había
contado.
    -¿Por qué me prestas tus tareas Adrián, si yo fui un estúpido con vos el otro día?
    -Porque todos debemos tener una oportunidad para carnear-dijo Adrián y
Carlos sonrió.

     Ya habían pasado dos días sin regar aquel jardín. Esa
tarde decidió llegarse a lo del anciano, como siempre lo
recibió desde su sillón. Después de saludarlo y un peque
ño diálogo, tomó la manguera y comenzó a regar las plan
tas. Al acercarse al damasco miró sus flores blancas, como
si fueran una novedad.
     -Don León, ¡mire!, ¡el árbol tiene flores!
     -Sí, recién te diste cuenta. Cuídalo te regalará su fruto. Dios nos dio todo para
vivir y progresar.
     Adrián continuó regando feliz, como si ese jardín fuera suyo, en cierta forma
podría decirse, que gracias a él estaba recuperando su magia y él se sentía
parte de eso. Cuando hubo terminado su tarea tomó una silla de la ga-




                                        -52-
lería y se acercó hacia el anciano donde decidió sentarse a charlar.
    -¿Cómo te fue este fin de semana? -preguntó don León
    -Más o menos, unas amigas nos dejaron plantados o
mejor dicho recibieron una llamada y se fueron y esta ma
ñana la vi a mi compañera con su cuerpo perfecto y su
hermoso rostro, abrazada de su novio. En ese momento
pensé, cómo quisiera tener muchas mujeres de cuerpos
perfectos y poder elegir cada día una como si fuera una
colección.                    ,
    -Oye, pero el amor no es así, muchacho.
    -En realidad no pensaba en el amor sólo en tener muchas mujeres para no
sentirme solo.
    Un breve silencio se hizo entre los dos, luego irrumpió don León.
    -¿Quieres que te cuente una historia de algo parecido?
    -Usted sabe que me gustan sus historias. Si quiere contarme algo, no hay
problema yo lo escucho.
    -Bueno, toma asiento y presta atención entonces, porque este cuento tiene
mucha relación con lo que estamos hablando.
    El anciano, movió sus brazos, se acomodó como cuando estamos felices y nos
sentimos expansivos; lleno de alegría y agradecido por la compañía de su joven
amigo, comenzó con su relato.




                                     -53-
CUERPOS PERFECTOS


    Sentado en la escalinata que lleva hasta el monumento a la bandera, Raúl
apoyado en sus dos hombros disimuladamente observa el vaivén de los vestidos que
acompañan el movimiento de los cuerpos, exploraba en cuestión de segundos, la
piel, la forma de las piernas, las caderas y el rostro. El aire de la costanera del río
golpeaba su rostro y el calor del verano potenciaba sus deseos al límite. Todas las
tardes el mismo ritual, esperando la oportunidad de tener en sus manos el cuerpo
perfecto.
    Hoy no era el día indicado. Se levantó de las escalinatas y regresó a su casa,
ubicada en un barrio, al sur de Rosario. Era un salón especialmente preparado
por él, con espejos, aparatos de gimnasia, televisor, videos, allí realizaba
actividades corporales varias horas por día.
    Al día siguiente, a la salida del trabajo y en el mismo lugar de siempre se ubicó
nuevamente en el monumento. Comió, y al cabo de unas horas, una figura a lo
lejos impactó sobre su mirada, el movimiento, el color de piel, su cuerpo, y el
corazón de Raúl comenzó a latir fuertemente, la respiración se hacía cada vez
más incontenible, él sabía que tenía que disimular, controlar sus impulsos. Ya
tenía experiencia, no era la primera vez. A medida que se acercaba esa mujer, la
reacción psicofísica de Raúl cambiaba y sus pensamientos se hacían más veloces,
siempre




                                         -54-
tenía una forma, un método, para alcanzar sus propósitos, pero también sabía que
el primer intento, la primera relación con la otra persona era de fundamental
importancia para lograr sus objetivos, un rechazo inicial podría llevar al fracaso. En
un corto tiempo de observación hacía un estudio casi exhaustivo de su víctima.
Tampoco descuidaba su aspecto, no dejaba cabos sueltos, vestía bien, preparaba
su cuerpo muchas horas por día, llevaba dinero y mostraba los rasgos más fuertes y
agradables de su personalidad. El tiempo y las experiencias lo habían llevado a
ser un verdadero profesional en el arte de la presentación de su imagen y de las
relaciones interpersonales. La conquista de mujeres con cuerpos perfectos era su
pasión como así también, su debilidad.
    Todo salió como él lo esperaba, de nuevo en sus manos tenía una mujer, de
nuevo sus deseos se hacían realidad.
    Julia era una mujer joven, muy hermosa, de piel blanca, esbelta, cuerpo
perfecto, simpática, muy inteligente y un algo más que no se podía definir con
palabras pero que justamente la hacía misteriosa y sumamente atractiva. No era
solamente una mujer bella, como en otros casos anteriores.
    Raúl desplegó todas sus habilidades y la conquistó. Disfrutó de su cuerpo,
de su belleza, de esta nueva relación, y como en los casos anteriores, pasado
algún tiempo, debía, poco a poco, deshacerse de ese nuevo cuerpo, de esa
nueva mujer. Pero en este caso había algo distinto y poco a poco se fue
enredando en una intriga psicológi-




                                        -55-
ca y espiritual difícil de entender. El tiempo corría, él no quería compromiso
alguno, pero no podía deshacerse de ella, al contrario cada vez necesitaba más de
su presencia, de su cuerpo, era como adicción, una fuerza irresistible e
incontrolable.
     Raúl llegó a su casa preocupado. Se tomó de la cabeza y se sentó en su cama:
     -Qué me está pasando, no puede ser, me siento mal, angustiado, como si no
 pudiera dominar mis propios actos, estoy perdiendo el control y lo peor es que me
 siento débil al lado de ella, no descubro ningún defecto en su cuerpo, no encuentro
 fallas, es demasiado raro. A esta altura, en este tiempo yo ya no estaría con la
 misma mujer, estaría buscando otra -murmuró Raúl.
      Cada semana que pasaba Raúl enfermaba más y más, ya no realizaba sus
 actividades cotidianas, solamente su trabajo y después la obsesión, esa
 terrible pesadilla de sentirse solo y abandonado cuando Julia no estaba con él,
 cuando el cuerpo de ella no estaba a su lado.
      La obsesión y la depresión lo estaban llevando al caos físico, psicológico y
 espiritual, ya no soportaba más. Se levantó de su cama y se fue a investigar más
 profundamente a Julia, ya que cuando más la extrañaba menos la tenía,
 coincidencia fatal para el estado en que Raúl se encontraba. Esa noche se dirigió
 por primera vez al domicilio que Julia nunca se lo había dado, ya que sus encuentros
 eran en casa de Raúl o a la salida del trabajo. Se las había ingeniado para
 conseguir la dirección y allí se fue.




                                        -56-
Una casa apartada del casco céntrico de la ciudad, grande, muy amplia, con jardín
 y fondo inmensos, sin ruidos, todo en silencio. Tocó la puerta y nadie atendía.
 Ingresó a la casa ya que la puerta no estaba con llave. Los manteles y sábanas
 cubrían sillones y mesas, todos muebles antiguos, buscó por todos lados y no
 encontró ningún indicio de la existencia de Julia, ni un pañuelo, ni una foto, ni una
 prenda conocida. Salió de la casa y la desesperación por no encontrarla creció
 irremediablemente. Atrás quedó la casa con sus amplios salones, su silencio, sus
 plantas y su esperanza. Y cruzó por la costanera y vio el agua del río Paraná, oscura,
 en movimiento, y quiso detener su marcha, bajó de su auto, sus rodillas temblorosas
 se doblaron y comenzó a llorar desconsoladamente. Recordó a las mujeres que an-
 teriormente había conocido, el sufrimiento que él le había provocado, su abandono
 sin piedad, sin explicación alguna, los rostros tristes y la esperanza muerta.
     Regresó a su casa. Al abrir la puerta, una carta:
     "Querido Raúl, lamento tener que decirte, que si bien lo nuestro fue algo
hermoso, eso y a acabó, sinceramente en este corto lapso de tiempo he perdido
todo lo que sentía por vos, lo lamento, hubiese querido que lo nuestro
progresara, no me busques, me voy de la ciudad..."
     Así se despedía Julia.
     Raúl cayó de rodillas al piso, tomándose de su rostro, la angustia lo devoraba;
 quedó tendido, inconsciente, por varias horas. Al despertar se sintió peor de lo que
 estaba, salió de su casa y se dirigió rápidamente hasta el monu-




                                         -57-
mento donde tanto éxito había tenido con otras mujeres. Pero una vez allí a pesar
de la cantidad de personas y mujeres bellas que pasaban, se sintió solo, ya nada le
interesaba, la fuerza del amor había impactado en su corazón en forma perfecta.
      -¡Y ahora! ¿Qué hago? -pensó.
      Caminó hasta la orilla del río, el sol pegó en su rostro marcado por las arrugas
 de la tristeza, miró al cielo, miró el agua, que como espejos fugaces reflejaban los
 brillantes haces de luces.
      -Me equivoqué, yo sólo observaba los cuerpos perfectos, yo solamente conocía
 el deseo, me olvidé de las almas, de los sentimientos, me olvidé del amor, estoy
 pagando el precio justo. Dios, perdona mi error...
      Por primera vez Raúl mencionaba a Dios y se arrepentía sinceramente de su
 manera de actuar. De su manera de ser, este sufrimiento hizo que reflexione
 profundamente sobre sus actitudes.
      Varias semanas después, un día hermoso de verano, Raúl se dirigió al
 monumento, se sentó en las escalinatas, los cuerpos que tanto él miraba pasaban y
 pasaban sin cesar. De repente los ojos se le iluminaron, el corazón le latía muy
 rápidamente, no lo podía creer, se levantó y lentamente se acercó a ella, tomó sus
 manos finas y blancas entre sus manos, la miró a los ojos y le dijo:
-Te quiero Julia, te extrañé mucho... Y Julia se sorprendió por el destino (o la
casualidad), por las palabras de amor y la sinceridad de su expresión.




                                        -58-
-Es la primera vez que vengo desde que dejé de verte, tenía ganas de
observar el río, sentir el viento de la costanera, pero nunca hubiese pensado que
ibas a estar aquí... y menos aún que te acercarías, habiendo tantas mujeres lindas -
dijo Julia.
    Julia le dio la oportunidad de una nueva relación, distinta, de profunda amistad.
Raúl ya no veía cuerpos caminando, miraba personas con almas, sentimientos,
con alegrías y tristezas, con deseos y con ganas de amar y ser amados. Ambos
iniciaron una nueva relación y Raúl nunca perdió las esperanzas de que algún día
Julia volviera a sentir amor verdadero por él.

   -Don León, en esta historia al menos Raúl termina un poco más feliz. Usted
sabe que cuando uno es joven tiene ganas de vivir, disfrutar de la belleza de las
mujeres, de su cuerpo.
   -Por supuesto, pero también hay que tener en cuenta, qué siente el otro por
nosotros, sino, estamos haciendo un daño, provocando una herida que tal vez
nunca pueda borrarse. Estoy de acuerdo contigo que las mujeres son atractivas,
bellas, pero no podemos gestar estrategias intencionadas solamente para lograr el
uso de sus cuerpos, sin tener en cuenta sus sentimientos.
   -Es muy difícil entender al amor, pero este cuento estuvo genial, me hubiese
gustado ser Raúl, porque ando necesitando algunos cuerpos perfectos, -sonrió
Adrián.
   -Sí que sos gracioso -dijo don León sonriendo- pero




                                        -59-
también veo en tus ojos que te quedó claro el sentido del cuento.
   -Por supuesto don León, sólo estaba bromeando.
    Adrián esa noche se durmió pensando que uno puede pensar con la cabeza
pero en el amor el corazón siempre va adelante. "Este viejo sabe mucho, cada
vez lo aprecio más, me hace recordar en parte a mi padre, especialmente en los
diálogos y su paciencia".




                                    -60-

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  • 1.
  • 2. UNRAMO DE FLORES PARA UN HOMBRE Héctor Diego Montenegro César Adolfo Montenegro
  • 3. © Un ramo de flores para un hombre de: Héctor Diego Montenegro - César Adolfo Montenegro Cuarta edición I.S.B.N.: 987-05-0242-3 Diseño e Impresión: Editorial MILOR Talleres Gráficos Mendoza 1221 - Tel./Fax: (0387) 4225489 E-mail: editorialmilorsalta@yahoo.oom.ar Salta - Rep. Argentina Hecho el depósito que establece la Ley 11.723 Impreso en Argentina / Printed in Argentina
  • 4. AGRADECIMIENTO A la familia, esposa, hijos, padres, amigos, que siempre están presentes en estos momentos significativos para nosotros. Agradecimiento especial para el SADOP, y a todos los docentes del Área de Cultura.
  • 5. PROLOGO La primera vez que leí el presente libro me sorprendieron cosas que en la vida cotidiana no habían logrado sorprenderme. La segunda vez me encontró más preparado que antes pero hubo sin embargo algo de asombro. Lo que me llevó a replantear una serie interminable de interrogantes ¿Existe eso que llamamos destino? ¿Si toda acción conlleva una determinada reacción, dos acciones iguales tendrán una misma reacción? ¿Qué es la realidad! ¿Es sólo lo que podemos conocer a través de los sentidos? ¿Se puede encontrar en una novela algo más que palabras? Plácidamente puedo decir que encontré, por suerte, entre las páginas del libro, cosas que viven y maduran a la par de sus personajes. Vivencias que parecen salirse de las páginas e impregnar la realidad en la que vivimos. Precisamente lo contrario a toda lógica. Un texto que se nutre con aspectos de la realidad y una realidad que se nutre con aspectos de los textos. Como si el destino nos revelara en parte algunos de los caprichos de su existencia o como si ese mismo enigmático destino transfigurara su imagen para confundirnos aún más. Si en las primeras lecturas las sorpresas caen como pesadas gotas en verano, las preguntas sin respuestas
  • 6. fluyen como el cauce de un río. Y todo se junta para darnos algún indicio de algo incierto... Favio Andrés Suárez Profesor en Letras
  • 7. Un ramo de flores para un hombre UN RAMO DE FLORES PARA UN HOMBRE Los ojos de Adrián denotaban cierta melancolía al observar cómo se marchaba de su pueblo. Atrás quedaban muchos recuerdos, sus amigos, su padre enfermo, su último adiós. La memoria le traía imágenes fugaces al presente, mientras el vidrio empañado del autobús por el calor de su respiración, dejaba ver a medias, el follaje de las plantas. De vez en cuando miraba a su madre, casi inmóvil, con su rostro bueno, pero cansada de tantas preocupaciones. Allí, entre los brazos maternales, la hermana más pequeña dormía tranquila, sin imaginar siquiera que mañana co- menzaría una nueva vida. Las bromas en la mesa, las risas, la charla amena de su padre, las voces, quedaron impregnadas en su oído y en su persona. Sobre él, existía una extraña sensación de que los tiempos felices habían pasado. La noche se aproximaba, el ruido del motor del autobús era constante, como también el vaivén que producían las subidas y bajadas de los cerros. Se encontraban ya cerca de la ciudad de Salta, la belleza del paisaje así lo de- mostraba. Estaban cansados, habían viajado más de cinco horas y el trajín de la semana había sido muy duro. Las pérdidas de seres muy queridos se sufren en lo más profundo del alma y queda reflejado en los rostros, a ve- -9-
  • 8. Héctor Diego Montenegro - César Adolfo Montenegro ces para siempre. Tal vez encontrar nuevamente el sentido de las cosas es lo que cuesta más; aunque en este caso, Dame, la madre de Adrián, tenía gran parte del significado de su existencia entre sus brazos, sus hijos. Y así como llegó la noche, llegó también la luz del día. El camino descendía del cerro por un portezuelo imponente. Abajo, la ciudad toda iluminada y desde la ventanilla del autobús los rostros asombrados observaban el paisaje. Comenzaba ya el movimiento de los pasajeros. -¡Mamá llegamos! -dijo Adrián -Así es hijo. -¡Qué hermosa se ve la ciudad!, aquí podemos comenzar de nuevo una vida distinta, yo te voy a ayudar mamá. Vamos a salir adelante. -Sabes bien que a mí lo que me interesa, es que estudies, yo voy a trabajar y con eso vamos a poder vivir, luego veremos -dijo Dame mientras iba pensando, casi incrédula, en la manera de cómo lograrlo. Habían pasado apenas dos días después de haberse instalado junto a sus dos hermanos menores y su madre en esa nueva casa. Para sus dieciocho años recién cumplidos fue un cambio brusco, sus amigos, con quienes había crecido, habían quedado en otra ciudad. Ya se había inscripto en su nuevo colegio, era su último año, esa tarde a pesar del frío del invierno, el día estaba soleado, por lo que decidió salir y sentarse en el umbral de la puerta. Un grupo de jóvenes que pasaban pateando una pelota lo miraron y uno de ellos alzó su voz diciendo: -10-
  • 9. Un ramo de flores para un hombre -Eh, amigo, ¿quieres jugar? -Bueno -dijo él, mientras su mirada exploraba a cada uno de los integrantes. Se despidió de su familia con un grito y sin esperar respuesta se marchó con el grupo de jóvenes, todos ellos más o menos de su misma edad. Caminaron unas pocas cuadras intercambiando palabras. Al llegar a la cancha ya todos conocían su nombre, Adrián. Era un descampado con dos arcos improvisados hechos de madera. Atrás de uno de ellos se hallaba una fábrica con su inmenso mura-llón, detrás del otro arco, un grupo de árboles precedían a un jardín ubicado a un costado de una modesta casa, cuyo frente daba a una de las calles que también era el límite de un lateral de la cancha. í A Adrián, por ser nuevo en el grupo, le tocó quedar en el arco, pues eran pocos a los que les gustaba ese puesto. Hacía ya un tiempo que habían comenzado el juego, cuando en un avance del equipo contrario uno de los jugadores en su afán por meter un gol, le pegó un puntapiés tan fuerte a la pelota que pasó por encima del travesaño elevándose hasta sobrepasar la copa de los árboles. Ésta cayó golpeando sobre un sillón vacío y rebotó hacia una maceta haciéndola caer. Adrián salió corriendo para recoger la pelota, pasó la línea de los árboles, luego se encontró con un alambrado muy bien puesto en cuyo centro había una puerta hecha de hierro que estaba abierta. Se acercó hacia ella, su mirada divisó el ramaje de algunas plantas frutales, luego bajó la -11-
  • 10. Héctor Diego Montenegro - César Adolfo Montenegro mirada hacia la tierra reseca y allí, cerca de unas pequeñas flores casi marchitas por falta de agua, vio la pelota junto a la maceta rota. Pensó en tocar las manos para llamar a alguien del interior de la casa, que se encontraba varios metros atrás, pero el silencio era tal, que prefirió entrar sin llamar, caminó por un sendero angosto invadido por plantas marchitas que obstaculizaban los pasos titubeantes y temerosos de Adrián. La casa era humilde pero hermosa, de tipo colonial hispánica, antigua, ubicada en el centro del terreno, todo tapiado por un muro de ladrillos, excepto la parte del alambrado, con un fondo arbolado de paltas, higueras y moras, las olvidadas enredaderas sorprendían enroscadas como amantes de las rejas y de las paredes que rodeaban el inmenso terreno. Apenas hizo unos pasos, vio a un anciano sentado en el sillón en el costado opuesto a donde él se dirigía. Unos rayos de luz que atravesaban los gajos todavía sin brotes de un damasco, iluminaban la barba y cabellera blanca del anciano. Se detuvo inmediatamente paralizado por el temor, no se explicaba cómo pudo no haberlo visto. Su cuerpo rígido y su rostro preocupado denotaban el error de su intrepidez. -No tengas miedo muchacho, pasa tranquilo, tu pelota está allí -dijo el anciano señalando con su índice y con aquella voz suave y pausada, que se convertiría, luego, para Adrián, en imágenes sonoras imborrables que recordaría por siempre. -Gracias -dijo Adrián exhalando el aire contenido en sus pulmones como si al fin pudiera respirar. -12-
  • 11. Un ramo de flores para un hombre Adrián pasó esquivando algunas plantas, y recogió la pelota, luego tomó la maceta rota y trató de acomodarla. -No te preocupes -dijo el anciano, mirándolo desde su sillón- no es nada, mejor seguí jugando con tus amigos. -Volveré más tarde y se la arreglaré señor -dijo Adrián -Como gustes, muchacho-dijo el anciano. Adrián regresó con la pelota a la cancha, después de jugar un buen rato se despidió de sus nuevos amigos. Cuando estuvo ya en la casa, se acostó sobre su cama, sin pensar en nada, dejó que su cuerpo inerte y cansado reposara plácidamente. Miraba el techo de su habitación, cuando repentinamente recordó la promesa hecha, "¡la maceta!", fue su pensamiento. Una promesa jamás se rompe, la palabra de un hombre es muy importante decía su padre y Adrián lo tenía presente en algún lugar privilegiado de sus recuerdos. No quedaba demasiado lejos por lo que decidió regresar a ese jardín. Llegó hasta el lugar y como si lo estaría esperando, el anciano sonrió. -Casi me olvido -dijo Adrián- lo que sucede es que soy nuevo en el barrio, me estoy haciendo de amigos y me quedé pensando en ellos. -Qué bueno, es muy lindo tener amigos -dijo el anciano-, yo solía tener muchos pero me fui haciendo viejo, mi cuerpo fue perdiendo las fuerzas para visitarlos y a ellos le sucedía lo mismo; aunque se quedaron para siempre en mi corazón y en mis recuerdos, ya no es lo mismo. Pero ahora tengo las plantas, ellas son mi única compañía. La- - 13-
  • 12. Héctor Diego Montenegro - César Adolfo Montenegro mentó tenerlas un poco abandonadas, ya no puedo ni regarlas, apenas si las fuerzas me alcanzan para descansar en este sillón. Adrián hizo una pausa y en un momento de silencio recorrió con su mirada toda la vegetación, que por cierto parecía bastante olvidada, no había una flor, ni un fruto, el verdor era escaso, el gris había avasallado el lugar como un manto triste. -No se preocupe, yo le ayudaré en lo que pueda -dijo el jo ven. -¿No será mucha molestia para tí?, -dijo el anciano-estoy seguro que tienes cosas más importantes que hacer, no quisiera retrasarte. -Todo lo contrario, será un placer ayudarlo -dijo Adrián con toda la sinceridad que lo caracterizaba aunque no pensó si es que podría hacerlo. Adrián tomó la manguera y comenzó a regar las plantas bajo las indicaciones del anciano. Todo estaba bastante descuidado, parecía que desde mucho tiempo atrás el hombre no se dedicaba al jardín. El agua salpicó la tierra. Adrián miró al hombre de reojo y advirtió cómo inspiraba fuerte ese olor a tierra mojada, enseguida notó un regocijo en él. Una leve sonrisa insinuaron sus labios y él también se contagio de esa alegría ajena que por un momento la sintió propia como si experimentara una extraña empatia. En ningún momento notó, que en el interior de la casa habitara alguien, le llamó la atención, le hubiese gustado preguntar, pero prefirió callar. -14-
  • 13. -Bueno ya terminé, -dijo Adrián acercándose hacia el anciano- sólo me falta arreglar su maceta, pero volveré otro día, debo irme temprano a preparar mis cosas, mañana será mi primer día de clase en este nuevo colegio. -Gracias muchacho por tu amabilidad, espero que tengas suerte con tus nuevos compañeros de colegió y puedas hacerte de buenos amigos. Adrián se marchó feliz, le caía bien el anciano, parecía una buena persona. Comenzaba a tener suerte en este nuevo lugar, también en el mismo día entabló amistad con otros jóvenes de su edad que vivían en las inmediaciones de su casa. El barrio comenzaba en parte, a contener sus más básicos deseos, hacerse de nuevos amigos. Su primer día de clase no fue sin embargo, tan agradable como él lo hubiese imaginado. No encontró amabilidad en sus nuevos compañeros, los profesores ya tenían sus preferidos, los textos y las carpetas eran diferentes a los que él tenía. En un momento, antes de salir del colegio, Adrián pidió prestados unos apuntes a un compañero que tenía a su lado derecho quien para su sorpresa, le respondió: -¡No!, no te puedo prestar nada. ¿Qué crees, que mi padre trabaja para regalar su dinero, y que yo voy a gastar mi tiempo para que vos te beneficies? Yo no tengo la culpa que te falten las cosas. Mi padre me enseñó lo importante que es ahorrar y que me cuide de los estafadores que andan sueltos. Adrián quedó sorprendido ante semejante respuesta, un "no puedo", hubiera sido suficiente, para qué tanto discur- - 15-
  • 14. so sin sentido, lo miró apretando los dientes sin responder nada, su cuerpo se cargó de ira pero algo lo contuvo. Una estudiante que estaba sentada en el asiento de adelante giró su cuerpo ágilmente, miró casi con desprecio y con vergüenza ajena a su compañero, a quien ya conocía desde hacía un buen tiempo, y con un tono de protesta, exclamó: -No te pidió que se lo regales, si no que le prestes las cosas, gordo miserable... No te preocupes -dijo ella llevando su mirada hacia Adrián- yo te prestaré lo que necesites. El joven de la derecha hizo un gesto desaprensivo y luego, se dio vuelta lentamente, dando la espalda hacia ellos. -No le des importancia -dijo la muchacha- Para qué tomarle atención a alguien que no se merece ninguna. El joven de la derecha infló sus cachetes y exhaló el aire en acto de indiferencia. Adrián tomó las cosas de la joven, le dio las gracias y también en una mirada fugaz pero atenta descubrió en ella, unos ojos verdes, una hermosa piel tostada muy delicada, una bella mujer, con un cuerpo muy bien formado. Se marchó despidiéndose un poco más amable que de costumbre. Esa misma tarde, salió de nuevo a sentarse en el umbral de su casa, nadie se le acercó esta vez, la cuadra estaba casi vacía. Sintió la necesidad de hablar con alguien, sus hermanos eran mucho más pequeños que él pues uno te- -16-
  • 15. nía doce años y la mujercita apenas diez. Su madre siempre estaba ocupada trabajando y su padre había fallecido por una enfermedad incurable. Los dos chicos más pequeños jugaban a las corridas en el interior de la casa, la pequeña que iba por delante giró en dirección de Adrián que estaba sentado dando la espalda hacia ellos, la niña llegó y bruscamente intentó abrazarlo resbalándose sobre un costado de su hombro. Adrián la tomó entre sus brazos para que no se cayera, la niña quedó con su cabellera rubia y enrulada desparramada por su rostro. -Me quiere atrapar -dijo la niña, mientras su hermano, quien la venía corriendo se detuvo a la par. -¡Ah!, los veo muy contentos, me parece que les gusta este lugar. -Sí, -dijo Mariano su hermano menor- en la escuela me hice de muchos amigos. -¿Y a vos Rosa te gusta el lugar. -Sí, a mí también me encanta. -¿Hasta cuándo nos quedaremos aquí?-preguntó Mariano -No sé, esta casa nos prestó nuestro tío Julián, espero que sea por mucho tiempo. -Yo no quiero irme de aquí -dijo Rosa -Yo tampoco -dijo Mariano Adrián los miró y por dentro sabía que eso era imposible. Quizás tendrían un año de tiempo y con mucha suerte tal vez dos, pero esas caritas merecían una respuesta positiva. -17-
  • 16. -No se preocupen no nos iremos nunca, haré todo lo posible para que esto sea así. Ahora sigan divirtiéndose, vayan a jugar y cierren la puerta con seguro, vuelvo enseguida. Adrián se dirigió hacia el jardín, pasó por la pequeña cancha, luego por debajo de la línea de árboles. Se detuvo un instante. Alzó su mirada hacia el sauce imponente y majestuoso, se dio cuenta que esa planta no necesitaba de su ayuda, había aprendido a sobrevivir por sí sola durante muchos años. Sus gajos y las hojas como flecos sonaban al compás del viento y pudo divisar allí en una de las ramas más altas del árbol un nido de pájaros que le hizo recordar su pueblo. Los nidos de pájaros siempre fueron su curiosidad, sólo un instante fue suficiente para recordar su pueblo, a sus amigos, a su papá.., Entristeció, aún lo extrañaba. Con mucho dolor, siguió su camino, pensativo, y sin darse cuenta estuvo nuevamente en la puerta de hierro. Volvió a su realidad presente. Levantó la mirada y divisó al anciano, sentado en su sillón. Miró el resto del jardín y a diferencia del sauce sabía que necesitaban de él. Entró con desconfianza. -¿Cómo le va, don? -Hola muchacho -dijo el anciano sin sorprenderse de su visita -Cuando vengas a visitarme entra con confianza, después de tantos años he aprendido a distinguir a la gente de buen corazón; sé que a veces las apariencias engañan, pero estoy seguro que éste no es el caso. -18-
  • 17. -Gracias don. Perdone, lo llamo don porque todavía no sé cuál es su nombre. -León..., mi nombre es León, auque soy uno de esos mansos y viejos -dijo el anciano esbozando una leve sonrisa. -Sí, así parece -dijo Adrián también con una sonrisa sobre sus labios. Adrián giró su cabeza y miró la maceta que seguía tirada en el mismo sitio que había quedado el día anterior. Se encaminó hacia ella, luego la tomó, mejor dicho, alzó el trozo de tierra donde pendía la pequeña planta sostenida por un pedazo de lo que había sido una maceta. . , -¿Cómo podré arreglarla? -¿Arreglarla? No creo que se pueda, lo que podrías hacer es pasar la planta a aquella maceta -dijo el anciano señalando una de color ladrillo de unos treinta centímetros de alto- primero remueves la tierra, sacas parte del centro y la introduces en la otra con cuidado, luego la riegas y si no te olvidas de ella, con el tiempo esa planta te lo agradecerá seguramente con una flor. , Adrián siguió el consejo, se sentía bien haciendo ese tipo de tarea, le agradaban las plantas y mientras trabajaba escuchó la voz del anciano. -No me has contado cómo te fue en el colegio. -Más o menos don León, me recibieron todos con una apatía... -dijo Adrián, pero cuando advirtió que dijo "todos" recordó en lo injusto de la generalización y agregó-, bueno todos no, una compañera, que se sienta ade- -19-
  • 18. lante fue la excepción; pero lo que me dio más rabia fue un compañero que se sienta a mi derecha, le pedí prestado algunas cosas para copiar en casa y ponerme al día y me contestó de una manera tan miserable que sentí ganas de partirle la cara de una trompada, y seguramente que si lo hubiera hecho, me hubieran echado del colegio. Después que me contestó de esa forma, su mirada no la podía aguantar, sentía un odio terrible, pero pude controlarme y una hermosa compañera me brindó su ayuda. -Es bueno que te hayas controlado, con la violencia no hubieras ganado nada, más bien al miserable hay que tenerle compasión, te voy a contar la historia de uno. Si es que tienes interés en escucharla, claro. -Sí, por favor, me gustan las historias y los cuentos. Termino con esta tarea y me acerco a escucharlo. Adrián terminó su trabajo, dejó la maceta bien ubicada, tal como estaba anteriormente, la regó y luego tomó asiento sobre una gran piedra cerca del anciano. -Presta atención y no me interrumpas hasta que finalice el relato. Así podrás entenderlo mejor -dijo el anciano y comenzó con su relato: -20-
  • 19. EL MISERABLE Corría el año dos mil, Jorgito miró hacia la ventana, la tarde estaba lluviosa y las gotas de agua caían por el vidrio. Imaginó que ese vidrio mojado era su rostro porque hacía mucho tiempo que lloraba. Por las noches cuando se iba a dormir se arrimaba al cuarto de su madrecita y le decía: -Buenas noches mamá. Y luego se iba a su habitación. Allí donde nadie lo veía, y a solas con Dios, Jorge lloraba como un niño; pensaba en sus amores, su mamá tan viejita, noventa y siete años. Cuánto más iba a vivir. Tuvo pocas mujeres o más bien y con mayor precisión ninguna que lo quisieron, pero a él en ese tiempo no le importaba, jamás se entregaba del todo. Tenía miedo de enamorarse así que siempre ponía barreras en su alma, especialmente en su corazón. Sus amigos, Julián y Jesús le decían: "Cuando hay amor verdadero esas barreras se rompen". Era mal parecido, no era el tipo de hombre que atrae a las mujeres, más bien las espantaba. Alto, un poco de joroba, estaba entrando ya a los sesenta años, bigotes blancos, pocos dientes, anteojos con un vidrio grueso que hacían que sus ojos se vean raros, pero aparte de todos esos atributos físicos Jorgito tenía otro defecto, el más grande de todos... era miserable. Sus regalos eran mise- -21-
  • 20. rías, cuando quería conquistar alguna chica pedía consejo a sus amigos y todos le decían, a las mujeres hay que hacerles buenos regalos para conquistarlas, pero eso no le entraba porque su mente, su alma y su bolsillo estaban cerrados por "tacañitis", al final les terminaba regalando una pavada y las mujeres quedaban con una mueca en la cara diciendo gracias y por dentro tacaño de porquería y eso que las mujeres no eran muy interesadas; pero, feo y tacaño eso era el colmo. Cuando iba a comprar carne pedía un bife de cien gramos y pagaba con tanto dolor que a veces, el carnicero, tenía ganas de arrojarle el bife por la cara. No era rico, pero tampoco pobre, vivía de su trabajo, empleado de un banco y alquilaba tres casas en el centro, también le iba a quedar como herencia la casa de la pobre viejecita que a esta altura estaba desesperada para que su Jorge se case, pero eso sí, no con cualquiera, si bien era cierto que a su hijo se le habían pasado los años, tampoco es para quedarse con cualquier cosa, decía su madre. Pero un día apareció Dora, señorita que más que de esta época parecía de aquellas de antes, ya que no salía mucho ni se le conocían novios y además era medio muda. Teníamos su presencia pero poco de su lengua y los parlanchines estaban felices con Dora, pues hablaban solos, sin interrupción. Dora fue a trabajar a la casa de Jorge, había que cuidar a la viejecita que ya tenía sus ñañas. Cuando Jorge la vio le flaquearon las piernas, las defensas se le derritieron como chocolate caliente, las orejas le hervían, el corazón al galope, amor a primera vista. Pero no fue correspondido, al -22-
  • 21. menos no en ese primer impacto visual, porque Dora vio en Jorge un desparpajo de la naturaleza humana. Ella era flaca y alta de tez bien blanca, cabeza llena de canas pero se teñía de negro azabache. Jorgito intentó por todos los medios conquistarla, pero no pasaba nada, Dora no aflojaba. Ella soñaba con un muchacho joven, bien apuesto, vital que la llenara de regalos y que le dijera palabras dulces al oído, todo aquello que Jorgito no era y ni siquiera podía alcanzar en un mínimo porcentaje. Para él, el esfuerzo sería grande, para la gente, en vano, pues desde afuera lo veían como siempre, Jorge el miserable. Un día Dora creyó encontrar algo de ese ser soñado cuando Jorge le dijo, qué linda que estás, con una rosa en la mano que había sustraído de la vecina de al lado. Pero todo se desvaneció cuando la invitó a cenar en su propia casa, dos papas hervidas y una sopa de lechuga, y en medio de todas esas miserias, el rostro de Jorgito enamorado. Mientras tomaba la sopa de lechuga, sus ojos entrecerrados y una baba que le caía por los labios (un síntoma del deseo contenido por muchos años), estiró sus manos deformes para encontrarse con las de ella, fue inaguantable. Dora salió disparada como de un fusil y horrorizada se retiró de la casa. Jorge sorprendido por la actitud de su compañera, secándose la baba de su boca pensó, qué raras son las mujeres y qué difícil es comprenderlas; y para no tirar nada se comió lo que dejó Dora, una lechuga flotando en un charco de agua tibia. Y se retiró a su cuarto con su tradicional saludo a su madre "Buenas noches, mamá"; -23-
  • 22. pensando en cuánto había gastado en preparar la cena y en que mañana pediría una explicación al respecto, a¡^ Un día Jorgito enfermó. Amargado y con el pensamiento puesto en quién heredaría sus cosas, la caja de ahorro, los muebles, sus ropas viejas, se curó como por arte de magia y ni si quiera el momento postrero lo cambió. Siguió, por el contrario, siendo el mismo de siempre, egoísta y tacaño; y aún más, ahora estaba resentido. Todo el tiempo pensaba en alguna estrategia para conquistar el amor de Dora. En uno de esos días en que ella fue a trabajar, Jorge le dijo que a la tarde le iba a regalar ropa, lo único que pensó es: la voy a llevar a unas carpas, así le dicen a los lugares donde venden ropa usada. Llegaron a las carpas y cuando Dora vio eso no lo podía creer, más que carpas eran tolderías. A pesar de que ella conocía este tipo de ferias, esta era muy diferente, el olor de la ropa era inaguantable, no era un olor a muerte, ni fétido, era un olor inexplicable. Ella pensó que era el olor del karma o de algún espíritu, porque un hombre que estaba comprando le dijo que eran ropa de muertos. Mientras Dora descompuesta se tornaba de unos tablones para no desmayarse, Jorge intentaba convencer a los comerciantes para que le rebajasen los precios. Al final Jorge alcanzó a comprarse un traje perteneciente a Cristóbal Colón o el conde Drácula y Dora, en muy mal estado psicofísico, no quiso nada. Una noche Jorge estaba hablando con unos amigos, uno de ellos, Raúl, le aconsejó que vaya a una curande- -24-
  • 23. ra, la señora Inocencia, quien lo único que le pedía, según los comentarios de su amigo, era una foto de él y de su amada. Desesperado por la angustia de la soledad, una tarde lluviosa Jorge tomó el paraguas y se dirigió a pie a la casa de doña Inocencia, un barrio alejado del centro de la ciudad, ya que su médico de cabecera le aconsejó que camine y además, de esa manera, ahorraba el dinero que iba a gastar en el transporte. En el camino, ya en la zona cercana a la casa de la curandera, dos perros gigantes le sacaron un pedazo de pantalón, el que había comprado la semana anterior en las carpas de venta de ropas y como si eso fuera poco, un borracho lo insultó. Llegó a la casa roída de Inocencia, todo maltrecho y asustado. En el pasillo se encontraban varias mujeres esperando, ningún hombre. Había una mesa y sobre ella un platillo que decía "deje a su voluntad". Le tocó el turno a Jorge. Se sentó en un sillón, entonces Inocencia le leyó las manos, hizo unos pases mágicos y le dijo que iba a vivir muchos años, que tenía alegrías y tristezas y que sufría por un amor. Jorge le acercó las fotos, la bruja al verlas le dijo que iba a ser un trabajo muy complejo, que le iba a llevar varios días. Pensó la bruja que podía de esta manera ganar un poco más de dinero. Después de varias horas de atención, hechizos, masajes, magia, danzas, velas encendidas y otros ungüentos, agotada, la curandera le dijo que había terminado el trabajito por ese día, y pensó, en esta me paro y esta noche comemos asado, con vino fino y postre. Jorge se encaminó hacia la salida. Al cerrar la puerta, la bruja se dirigió -25-
  • 24. rápidamente a levantar el dinero que Jorge supuestamente dejaría. Miró el plato vacío, su sorpresa fue grande, "supe desde un primer momento que era un tacaño de porquería", dijo ofuscada y saltó por la ventana, cazó un sapo que pasaba por el jardín, tomó la foto de Jorge y la introdujo en la boca del pobre sapo, luego lo coció en carne viva, sin anestesia, después se dirigió al fondo y lo enterró y salto diez veces sobre la tierra, cosa que muy pocas veces lo hacía. Jorge tenía esa gran cualidad, dejar a la gente desubicada y trastornada. En los días posteriores Dora se mostraba igual que siempre, a veces lo ignoraba, a veces hacía un esfuerzo para mantener un diálogo. Mientras tanto Jorge no se sentía bien ni psicológica, ni físicamente. Le faltaba el aire como si lo hubiesen tapado con un alud de tierra. Jorge pensó "Menos mal que no le di los veinte centavos que llevaba, vieja interesada, no logró hacer nada". Ese mismo día llegó Raúl, un vecino que vivía muy cerca de casa de Jorge. Un pobre hombre que había quedado sin trabajo, como muchos argentinos en esta época. Se animó a pedirle prestado dos pesos para la leche de sus hijos ya que ese día no tenía ni para comprar pan. -Jorge me prestas dos pesos -le dijo apenas lo vio salir del pasillo de su casa. Ante este pedido, Jorge comenzó a llorar tanta miseria y pobreza que daba lástima: -No doy más compadre, la plata no me alcanza, no sé que darle de comer a la vieja, no tengo ni para un caldito, -26-
  • 25. qué mal que andamos, si el país sigue así qué va a ser de nosotros. Tremendos lagrimones corrían por el rostro de Raúl, Jorge giraba su rostro y se tapaba la cara con las dos manos, al final los dos se abrazaban y eso parecía un melodrama. La gente que pasaba por el lugar pensaba, se murió la viejita, mientras otros murmuraban, se acabó esa vida de miseria, pensar que teniendo no gastaba en comida casi nada. Jorge lloraba diciendo que no le alcanzaba ni para una papa. Raúl se iba sin decir palabra alguna, ya en la puerta sentía unos mareos y unas terribles ganas de vomitar, sentía como si Jorge se hubiese metido dentro de él con todas sus miserias, con todas las carencias del alma humana. Al llegar a su casa la esposa de Raúl le recriminaba: -Te dije que no fueras a lo del miserable, mira como estás, los ojos caídos, la boca torcida, las piernas que se te arrastran como queriendo dejar este mundo, ese tacaño deja a la gente así, nunca da una mano a nadie, hasta ayer comíamos pan duro, con mate de yerba de ayer secada al sol y éramos más felices. Lo abrazó, le alcanzó un vaso de agua con azúcar y mientras lo acurrucaba casi maternalmente le decía: -Ya todo pasó, no vayas más a lo de ese Chuki miserable, le hiciste varios favores y mira cómo te lo paga. Nadie sabía qué hacía con la plata, pero era seguro que a obras de beneficencia no la daba. Lo que sí todos veíamos es que pagaba con tanto dolor que daban ganas de -27-
  • 26. darle un golpe, y a medida que la gente más lo conocía terminaba odiándolo. Jorge no dejaba nada más que odio y vacío. No se aguantaba ni su presencia, los conocidos disparaban y los vecinos se ocultaban, la única que lo esperaba era la vieja que era igual a él, y como dice el dicho, de tal palo tal astilla. Y así sucedieron días, meses con ese tipo de experiencias. Dora ya estaba agotada, más que nada espiritualmente, nunca había vivido situaciones tan horribles. Incluso había observado que Jorge y su madre guardaban fajos y fajos de dinero en una caja fuerte muy bien oculta en su casa; tanta mentira acumulada, tanta mezquindad, tanta pobreza humana. -¿Qué hago? -se dijo Dora a sí misma. Y sin pensarlo dos veces, salió corriendo a la sala de espera, tomó su bolso, miró hacia la puerta con una terrible desesperación por desaparecer inmediatamente de ese lugar, como si una fobia hubiese invadido su mente. Sus manos temblorosas y su mirada angustiosa marcaron su paso presuroso hacia la puerta y se marchó para nunca más volver. Y Jorge vio pasar por la ventana mojada, la figura esbelta de su amada y supo, tal vez por intuición, que ya no la vería más. Quiso ofrecerle todo, abrió la ventana y gritó amargamente: -¡Dora, Dora... vuelve por favor! Y sabiendo que lo había perdido todo, lloró amargamente todo ese día y toda la noche. -28-
  • 27. Tal vez algún día Jorge comprenda que el amor es solidario, compresivo, generoso y sensible. Hasta hoy sigue llorando su ausencia. -¿Entonces, él se quedó solo, como al principio? -Exactamente, todo lo que tenía no lo supo usar, su alma estaba enferma de mezquindad y en cuenta de ganar un amor, sólo consiguió dolor y más soledad. El hombre no era una persona administradora de sus cosas, era un guardián, un preso de sus propios bienes, en realidad había gestado una forma enfermiza de relacionarse con los objetos, con el dinero, no sabía compartir, ni dar, sin sentir dolor alguno por esa acción, siempre existía en él esa actitud egoísta, esa miseria profunda e impenetrable que ni siquiera el amor pudo vulnerar. La felicidad indudablemente siempre se le va a escapar si es que él no cambia su postura, si persiste en su actitud. -¡Qué lástima!, tal vez ella lo hubiera llegado a querer. -No lo sé. Seguramente las cosas hubieran sido diferentes, si su alma hubiera tenido una cuota de generosidad, de sentimiento por el prójimo, pero justamente de eso, no tenía nada. Hay un tiempo para detenerse a revisar nuestros actos, nuestro pasado, nuestra forma de ser, no es una perdida de tiempo sino una forma de evaluarnos, de saber qué está mal o qué está bien y cómo estamos actúan do. Todos debemos tener una oportunidad para cambiar, pero para ello debemos tomar conciencia de nuestros pro pios actos e inclusive de los actos ajenos. - 29-
  • 28. -Muy linda su historia don León, me ayuda a entender un poco más a la gente. Y en realidad, y lo más importante, es que también me ayuda a entenderme a mí mismo. Adrián se incorporó y caminó unos pasos, se imaginó un paraíso verde, sólo que todo estaba demasiado gris. Sin querer pisó unas pequeñas plantas, sintió un hermoso aroma a menta, miró hacia el suelo y vio unas hojas verdes opacas, casi secas de forma triangular, de muy baja altura. Se inclinó, tomó algunas y se las llevó a la nariz. A su mente volvió el pensamiento de un paraíso, pero se notaba la falta de cuidado, el anciano ya no lo podía atender. Sintió la necesidad de colaborar, pero sabía que tenía deberes y eran prioritarios. -Mañana regresaré don León, para regar sus plantas, ahora debo marcharme, tengo que terminar con mis tareas. -Gracias por tu visita muchacho. -No, gracias a usted por el relato. Hasta luego don León. -Hasta mañana muchacho. -30-
  • 29. II Adrián regresó a su casa para terminar con sus tareas. Pronto pasó el día y la noche; y se encontró nuevamente en la entrada del colegio. El gran portón de madera de unos tres metros de ancho estaba abierto de par en par. Fue en ese momento, cuando sus ojos descubrieron un poco más adelante, la figura hermosa de la joven, a quien debía devolver los apuntes. Fijó su mirada en su cuerpo, en el movimiento de sus caderas, en sus piernas; apuró sus pasos para alcanzarla. Cuando ya estuvo casi a su lado, el brazo de un muchacho, desconocido para él, posiblemente de otro curso, atrapó los hombros de ella. Instintivamente disminuyó su marcha, la efímera emoción se diluyó en su rostro desconsolado y dejó que se alejaran. Ya en el curso, Adrián, devolvió a su compañera los apuntes prestados y le dio gentilmente las gracias, la charla no fue más allá de eso. Esa tarde, Adrián volvió a visitar al anciano. Tomó unas tijeras de podar ubicadas bajo una galería, donde don León tenía acomodadas todas sus herramientas; y, bajo las indicaciones del anciano, comenzó a cortar todos los ga- jos secos y aquellos que deformaban las plantas. Esto le llevó algunos días, pues no era mucho el tiempo que él podía dedicarle al jardín, tampoco solía quedarse hasta muy tarde, las noches eran demasiadas frescas. -31-
  • 30. Sus amigos de barrio lo buscaban todos los fines de semana para jugar al fútbol, había logrado entablar una gran amistad con uno de ellos. Éste muchacho, llamado Damián, era algo mayor que él, había cumplido ya los veinte años de edad. Los sábados por la noche Damián solía pasar a buscar a su amigo Adrián con el fin de salir a divertirse. El coche del joven era un vehículo muy modesto y un poco viejo, un Torino modelo setenta. Después de tres semanas, ya había confirmado que Carolina, su compañera del banco de adelante, tenía novio, que la relación de la pareja era buena. A él, sin embargo, esa figura, ese cuerpo, esa sonrisa, le seguían agradando a pesar de todo. El jardín de don León estaba mejorando, las plantas tenían nuevos brotes, además ya se acercaba la primavera. Era un sábado a la tarde cuando su amigo Damián pasó a buscarlo y salieron bien perfumados en busca de alguna aventura. Los dos jóvenes eran bastante agradables tanto físicamente como en el trato con otras personas y seguramente le podrían atraer a cualquier mujer. Damián cada vez que podía, acercaba el coche hacia alguna mujer bella que transitaba por la acera, y desde la ventanilla arrojaba sus piropos. Estacionaron cerca de un boliche y ambos con muchas ansias se introdujeron en él. En el interior, Adrián descubrió la presencia de Carolina acompañada por su novio. Sus ojos, aunque con mucho disimulo le lanzaban miradas de vez en cuando. Las luces intermitentes no permitían observarlo todo, la música, la bebida y la noche re- -32-
  • 31. creaban un ambiente perfecto para estimular los deseos y el amor. Damián, muy pronto encontró amistades, quienes los invitaron a compartir su mesa, Adrián llevado por las circunstancias, de pronto se encontró compartiendo una mesa con dos mujeres muy mayores en relación a su edad, pues la menor de ellas ya tenía treinta y dos años. Damián abrazó a una de las mujeres, Mónica, pues ya las conocía desde hace un tiempo atrás, mientras Adrián permanecía distante, respetuoso, manteniendo cierta distancia sobre la otra mujer. Los mozos dejaron sobre la mesa cuatro copas con bebidas alcohólicas. -¡Pareces muy joven! -dijo Silvia, la menor de las mujeres. -Sí, tengo dieciocho años -respondió Adrián. -Es un pollito que recién sale de su cascarón -dijo Damián con total soltura, mientras los demás sonrieron. Adrián sintió calor sobre su rostro y Silvia tomando una de sus manos le dijo: -No te preocupes, que estás en una edad hermosa, no eres ni un pollito ni un gallo viejo. Adrián no respondió nada, solamente sonrió. Bebieron algo antes de levantarse para bailar. Las lu- ces, la bebida, las compañías, amenizaban la noche. La música movida pasó a ser lenta. Mientras Adrián baila- ba con Silvia, por un costado del hombro de ella observa ba cómo Damián y Mónica se besaban apasionadamente, luego los vio alejarse y perderse por la salida. Sin querer mientras bailaba rozó su brazo con su compañera de cur- -33-
  • 32. so, ese pequeño impacto movilizó sus miradas que se cruzaron como estudiándose el uno al otro. Ya de regreso a la mesa, Silvia puso su brazo sobre el hombro de su compañero, él se mostró nervioso y giro su cabeza buscando quizás a su compañera de curso, pero ella ya se había marchado. -¿Qué te sucede, estás nervioso... o es que no soy de tuagrado? -No, estoy bien, sólo pensaba en cómo me iré a casa, sin Damián, yo no tengo vehículo -dijo Adrián mientras restregaba sus manos nerviosamente. La mujer se dio cuenta de la inexperiencia de su compañero y no quiso presionarlo, se levantó tomándolo de la mano y luego dijo: -Ven, vamos ya es demasiado tarde, yo te acercaré en mi coche a tu casa. Ambos salieron tomados de la mano. Ya en la playa de estacionamiento, a unos metros antes de llegar al vehículo, ella lo soltó repentinamente y llevó la mano hacia atrás de su propio hombro. -¡Ay, me parece que tengo algo en mi espada! -dijo ella. Adrián miró hacia atrás de ella y dijo: -No, no tiene nada. -No soy tan vieja como para que me hables de usted, trátame de tú. -Está bien es sólo que estoy un poco nervioso, usted comprende... digo vos me comprendes ¿no? ; ; -34-
  • 33. - Ambos rieron. Ella movió sus hombros de un lado ha cia otro como si realmente algo le molestara. -Seguramente que es algún bicho que se metió por debajo de mis prendas, ¿por qué no te fijas? Adrián palpó con sus manos sobre la espalda. -Así no vas a encontrar nada, levanta mi blusa y recorre con tus manos mi espalda, hazlo pronto porque verdaderamente algo me molesta. Adrián no tuvo ni tiempo de pensar. Preocupado como estaba, levantó la blusa de Silvia y con sus manos recorrió su espalda y sólo encontró una piel suave y ardiente. .,,.. -No, no sé qué pueda ser, no tienes nada. -Tal vez más adelante o más abajo. Las manos de él se endurecieron y sus brazos se pusieron torpes, apenas si podía dominar sus movimientos. -No, no hay nada -dijo Adrián con voz tensa. -Bueno, está bien, si no descubres nada debe ser que no hay nada. Vamos que está haciendo frío. Ya en el vehículo ella giró su rostro y lo miró. Estaba quieto, rígido, con su mirada puesta en el frente. No podía creer su ingenuidad, no podía creer su honestidad, pero todo eso era tan bello que a ella le atraía aún más. -¿En dónde vives si se puede saber? -En la calle Dixa 1.375. El vehículo se paró justo en frente de su casa. Ella miró ese cuerpo joven y ese rostro juvenil y no pudo contener se. Se le acercó, sus manos delicadamente acariciaron sus cabellos. Él se quedó paralizado, como una liebre sorpren- -35-
  • 34. dida por el águila, sólo esperó que ella actuara. Sus labios hicieron contacto con los de él, ella sabía que manejaba la situación, sus brazos lo atrajeron hacia su cuerpo y Adrián escapó de sus ataduras y se dejó llevar por sus impulsos, su mano se deslizó por sobre la blusa tratando de acariciar los pechos de la mujer, luego intentó desprender el primer botón, después el segundo, fue en ese momentos que la mano de Silvia tomó la suya para detenerlo. -No, este no es lugar -dijo ella, él retiró su cuerpo ha cia atrás. En ese preciso instante se iluminaba una de las ventanas de su casa. -Tienes razón, ya encendieron la luz de mi casa. -Será en otro momento, Adrián. Él se despidió con un beso. Sintió ganas de quedarse toda la noche con ella, pero al descender y mirar la puerta de su casa su sentimiento cambió por uno de culpa. Entró como si tuviera algo escondido y encontró a su madre levantada. -¿Con quién llegaste, no parecía ser el coche de Damián? -Me, me, acercó una amiga -Titubeó Adrián. -Está bien, caliéntate la comida y luego ve a dormir, ya es demasiado tarde. Adrián comprendió que la preocupación de la madre era por su tardanza y no por un exagerado control. El sueño tardó en llegar, pero eso a él no le importaba, Silvia ocupaba sus pensamientos. El lunes por la mañana, en un momento libre dentro del -36-
  • 35. curso, Carolina se dio vuelta para hablar con él. -El sábado te vi en el boliche, me parece que la pasaste bien, muy linda tu compañía, lo único que me pareció un poco mayor para vos. -No, si sólo tiene veintitrés años. Carolina echó una carcajada a propósito. -Eso te habrá dicho ella, porque a mí me pareció de cuarenta. Perdóname, pero me estoy metiendo en cosas que no son de mi incumbencia. En esos momentos entró el profesor y ella desvió la atención hacia él, Adrián quiso decir algo más, pero se contuvo al ver que su compañera había girado la cabeza para dar vista al frente. Esa misma tarde llegó Damián en su vehículo y tocando bocina varias veces logró que saliera Adrián. Se acercó saludando y apoyó su mano en la ventanilla desde donde comenzaron a charlar. -Perdona, no pude pasar a recogerte, mejor dicho cuando lo hice vos ya no estabas -se justificó Damián mientras su rostro dejaba ver una sonrisa para nada inocente-. Supongo que habrás aprovechado bien la noche, ¿Cómo te fue con Silvia? -Bien, después del boliche me vine a casa. -¿Pero no hubo nada? -Bueno en realidad, no. -¿No le sacaste algo? -¿Sacarle algo? ¡No! No sé... ¿cómo qué? -Dinero, algo para tener para la joda, para divertirnos, -37-
  • 36. no vamos a estar con dos viejas para no sacarles ni un centavo -¡No!, yo no podría, además no me pareció que fuera una vieja, más bien Silvia me parece una mujer muy agradable. -Bueno, allá vos, de todas maneras me alegra saber que la pasaste bien. Después de hablar un momento Damián se marchó. Adrián se quedó en el sillón pensando en las palabras de él "sacarle algo", se dio cuenta que recién comenzaba a conocer a su amigo. Ya habían pasado varios días sin visitar al anciano, por lo que después de merendar se marchó y lo encontró como siempre sentado en su sillón. Después de saludarlo, tomó la manguera y comenzó a regar las plantas. -¿Y, cómo te está yendo con tus nuevos amigos? -preguntó el anciano mientras Adrián continuaba con la tarea que él solo se impuso. -Creo que bien, sólo que recién estoy conociendo mejor a Damián, no sé si es bueno o malo, lo cierto es que parece que le gusta salir con mujeres a quienes les puede sacar algo de dinero. Hizo algunos comentarios que me sorprendieron y me dieron esa sensación. -Esas cosas nunca son buenas. Termina con lo que estás haciendo, luego ven y siéntate cerca que te voy a contar una historia de alguien que le gustaba vivir de las mujeres. Adrián esta vez trajo una silla desde la galería, y se -38-
  • 37. acomodó a unos metros del anciano, colocó sus manos tomándose la nuca y mirando hacia el cielo dijo: -Ya estoy listo, cuando quiera puede comenzar don León. -39-
  • 38. CANDOR Candor era un hombre viril e increíblemente atractivo, usaba todo su encanto para seducir a mujeres sin respetar su condición civil, después de agotar con todo su dinero las dejaba y partía hacia una nueva aventura, dejando detrás suyo desolación y desesperanza. Ese día a pesar de los ruegos de ella, salió de la casa pegando un portazo y cerrando una puerta a la que nunca más volvería. No sería la primera vez, pues ya se había acostumbrado después de tantas veces, a no sentir dolor ni compasión por el ser que dejaba en estado de desesperación. Bajó las escalinatas del edificio lujurioso y se dirigió a su auto, uno de esos coches deportivos último modelo que les encantan a las mujeres. Formaban juntos, la dupla perfecta para el engaño. Fastidioso por no poder sacar más nada de aquella po-bre mujer, subió a su vehículo, lo hizo arrancar y provocando un fuerte bramido salió disparado por las calles de esa enorme ciudad. Antes de llegar a su departamento, o guarida, del que nadie de sus conocidas tenía la dirección, decidió sentarse a tomar una copa en un lujoso restaurante. Ya servido, con la copa en la mesa, volcó una mirada a su alrededor buscando la que sería su próxima víctima para saciar su necesidad de dinero. Luego alzó la copa y -40-
  • 39. bebió un trago, sacó un cigarrillo, se dio cuenta que no tenía su encendedor, giró para pedirle fuego al individuo más cercano que se encontraba a su espalda, -Perdón ¿tiene fuego? -dijo, mirando a los ojos de la persona que lo atendía. Ella, una mujer linda de unos cincuenta años y acompañada por otra mujer más o menos de la misma edad, al mirarlo quedó extasiada por un segundo y luego dijo; -No, disculpe no tengo. -Bueno, no importa, gracias igualmente. Él se quedó sentado bebiendo, mientras escuchaba la conversación de estas dos mujeres, la que daba justo a sus espaldas le decía a la otra: -Con esto que mi marido es médico, no puedo ni fumar porque debo cuidar la estética en todo momento, sino que dirán en su clínica. -¿Y, cómo va en eso de los implantes biotécnicos? -Preguntó la amiga. -Oh!, genial, por lo menos para él. Le lleva tanto tiempo que a mí ya me tiene olvidada, anda tan ansioso que a casa sólo va a dormir, me parece que ya no tengo marido, sólo es un compañero de hogar. Candor, al escuchar esta conversación sintió que ese era su día de suerte, justo lo que buscaba, una mujer necesitada de amor y con dinero. Esperó que salieran y luego las siguió hasta llegar a un barrio muy elegante. Primero se bajó la acompañante e ingresó en una de las casas. Luego la mujer que a él le in- -41-
  • 40. teresaba entró con el vehículo al garaje de otra casa hermosa e inmensa. Después de tener la ubicación exacta, regresó a su departamento donde pensó en la estrategia a seguir. Los días subsiguiente se dedicó a investigar los movimientos de ella, el horario de partida y llegada de su marido, sus gustos y hasta su forma de vestir. Un día predeterminado llegó hasta la puerta de su casa con un maletín cargado con un muestrario de joyas y ropa interior de la mejor calidad. Primero lo atendió una de las empleadas, quien le dijo: -No se reciben a vendedores domiciliarios. -Perdone, ¿Pero aquí vive la señora Lidia? -Sí. -Es con ella con quien tengo la recomendación para hablar. La empleada dudó y luego decidió hacerlo pasar. Él esperó un momento hasta que ella finalmente salió. Apenas lo vio, lo reconoció. El aprovechó esto para entrar aún más rápido en confianza y ofrecer sus productos mientras la llenaba de halagos con total disimulo. Quedó en traerle unas joyas y unas prendas que encargó la mujer. Y poco a poco esta mujer olvidada por su marido, fue cayendo en las garras de Candor. Candor engrosaba su cuenta bancaria gracias a los cheques a favor emitidos por Lidia, que ciega de amor no se daba cuenta del engaño. - 42 -
  • 41. Willy, el marido de Lidia, fue citado por su contador, quien le advirtió que su esposa estaba gastando abultadas sumas de dinero. Éste decidió contratar un detective privado para que siguiera los pasos de su mujer. A los pocos días, el detective le trajo la información de que su mujer lo engañaba con un embaucador profesional llamado Candor, que habitaba un departamento en las orillas de la ciudad. Willy decidió hablar con este sujeto para que deje tranquila a su mujer y se dirigió en su búsqueda en el auto del detective. Al entrar al estacionamiento se cruzaron con Candor, quien al reconocer al marido de Lidia tomó su vehículo y arrancó rápidamente. El detective y Willy emprendieron la persecución. Candor salió por la autopista y luego se desvió hacia un camino angosto y solitario. Penosamente para él, una mala maniobra hizo que su coche volcara deslizándose hasta dar contra un árbol. Ellos al verlo en estado de inconciencia y aparentemente herido, lo retiraron y lo llevaron a la clínica donde le hicieron todos los estudios. Sólo encontraron golpes y pérdida leve del conocimiento. Willy lo miró en la habitación solitario y en voz baja entremezclada con una sonrisa maliciosa dijo: -¡Así que éste es el hombre perfecto, que se dedica a embaucar a las mujeres! Ordenó pronto que lo trasladen a la sala de cirugía y con un ayudante de confianza comenzó su trabajo de venganza. Colocó siliconas en los pechos y en las nalgas de -43-
  • 42. Candor. En un trabajo muy profesional logró disminuir la cintura, extirpar lo que lo hace masculino y definitivamente la operación fue un éxito, su cuerpo quedó transfor- mado en el de una mujer, excepto por su rostro que siguió siendo el mismo. Después de veinte días de mantenerlo bajo los efectos de calmantes, Candor fue abandonado a la orilla de la ruta, muy cerca de un barrio peligroso, sin ropa, entre medio de unos matorrales. Al despertar, se dio cuenta de que su cuerpo había cambiado, que no era el mismo, que estaba dentro de un cuerpo de mujer, de un cuerpo reformado. Sin poder creerlo se miró en un espejo, abandonado a propósito, miró su rostro que era el mismo de siempre. Con total asombro y sin entender lo que le había pasado se sintió la persona más desdichada del mundo. Ensimismado en sus pensamientos no se percató que un grupo de maleantes se aproximaba. Fue demasiado tarde el intento de ocultarse. Corrió tratando de huir, pero su reformado y pesado cuerpo no respondió como en otras épocas y pronto fue alcanzado. Los mal vivientes lo trasladaron a su guarida, donde lo mantuvieron en cautiverio y era sometido a todo tipo de maltratos, a la humillación más indigna y a la degradación de todo su ser. Después de un largo tiempo de angustias, se vio forzado a aceptar su condición física. En la soledad de su habitación los recuerdos de su vida anterior volvían a su mente y un dejo de tristeza se reflejaba en su rostro. Anhelaba la libertad y pensaba en la ma- - 44 -
  • 43. ñera de huir de esta aberrante situación, aunque en el fondo de sus pensamientos nunca perdió las esperanzas de volver a ser el mismo Candor de siempre. -¡Pero qué triste final! -dijo Adrián. -Es cierto, pagó demasiado caro sus errores, pero cuando uno siembra el mal, cosecha odio. Ver a las personas como objeto no es bueno, y mucho menos el usarlas para obtener algún beneficio. Lucrar con los sentimientos ajenos, mentir, disimular, es horrible, yo sé que esto sucede permanentemente en la vida real; pero, como yo a vos te tengo cariño, te recomiendo que no entres en este terreno. Nunca se sabe hasta dónde puede llegar una persona, cuál, es el límite de su venganza y lo peor de todo es que nunca se sabe a dónde vamos a ir a parar con tanta falta de amor hacia los seres que nos rodean. -¡Y Willy!, ¿era bueno cuando decidió vengarse? -Definitivamente no, porque la venganza es sólo odio, y el odio engendra más odio. Tal vez en un principio no quiso ser así, pero cuando tuvo la oportunidad se dejó llevar por el rencor. Fue como el dicho, la ocasión hizo al ladrón, mejor dicho en este caso, al vengador; su forma de actuar fue extrema, homicida y dañina. Él también debería replantearse los motivos por los que su mujer lo engañó. Seguramente habría alguna falla en la relación de la pareja, e inclusive su señora actuó muy mal, ella también es parte de este problema, y también es responsable de sus actos. -Pero Candor ya tenía un plan. -Reflexionó Adrián. -45-
  • 44. -Y esa es precisamente la mayor falta, ya que planificar para perjudicar a otras personas es tener plena conciencia de la maldad que se provoca con sus actos, a diferencia de Willy y su esposa que actuaron mal, pero no planificaron una estrategia sino que actuaron en el momento y por impulso. -¿Podría sucederle algo parecido a mi amigo? -No creo, seguramente debe estar muy lejos de esta situación, quizás, lo que hace, contiene sólo una pequeña chispa de picardía, de todas maneras está mal acostumbrarse a vivir así. Si sales con alguien debe haber una cuota de atracción, respeto, amor, aunque al final sólo haya servido para conocerse y nada más, o por lo menos que la otra parte sepa la verdad y comparta lo suyo, su dinero, sus bienes, solamente porque así lo desea. La tarde estaba cayendo, las sombras empalidecían en la oscuridad, Adrián notó que se estaba haciendo tarde. Las charlas con el anciano cada vez eran más fluidas e igualmente agradables, esto se podía percibir en los gestos, en las sonrisas y en las miradas. -Tengo que irme don León, ¿Quiere que lo ayude a le vantarse? -No gracias muchacho, no te preocupes por mí, me gusta este lugar, me quedaré un rato más, gracias por tu visita. Adrián se marchó pensando, que el anciano debía amar demasiado ese jardín, pues cada vez que llegaba, lo encontraba allí, como si fuera su refugio. -46-
  • 45. III Llegó el sábado por la noche. Damián pasó con su coche a buscarlo, pero Adrián no tenía dinero, por lo que prefirió decirle que no iba a salir esa noche. -No te preocupes, yo tengo veinte pesos -Dijo Damián- lo compartimos, sino para qué están los amigos. -Está bien, te lo agradezco, te debo una, espérame unos minutos me cambio y salgo. Esta vez fueron al centro de la ciudad. Dejaron el vehículo en una cuadra cercana, se dirigieron a caminar por esas calles iluminadas llenas de vidrieras, confiterías y gente caminando. Al pasar por el frente de una casa de juegos de azar se detuvieron. -Vamos, entremos -dijo Damián- quizás hoy es nuestro día de suerte. Para Adrián era una experiencia nueva. Mientras Damián se dirigía a comprar las fichas, él caminaba emocionado entre las máquinas y la gente. Las mujeres con faldas muy cortas mostraban su figura perfecta, la sonrisa, la simpatía brotaban de sus miradas, de sus bocas, todo invitaba a divertirse, a jugar, a disfrutar la vida, a las bebidas y junto al sonido de las fichas cayendo construían un ámbito perfecto para gastar el dinero y probar suerte. Damián regresó con las fichas y las repartió en partes iguales, luego se acercó a una de las máquinas y comenzó -47-
  • 46. a jugar mientras le indicaba a Adrián cómo hacerlo. Damián exterminó sus fichas en pocos minutos pero la suerte, aquella noche, estaba a favor de Adrián, quien poco a poco acumulaba ganancias. -Toma, prueba suerte en otra máquina -dijo Adrián -No, gracias, continua, no quiero quitarte la suerte. Todo salió de diez, cuando se vieron con una abultada cantidad pararon con el juego. De pronto se encontraron en las calles con los bolsillos llenos de dinero. La noche estaba cálida, hermosa para caminar y mucho más hermosa con dinero. Los dos transitaban por las veredas buscando un lugar donde sentarse a tomar un trago, llegaron a un sitio muy concurrido con las mesas ubicadas hasta en la vereda, tomaron asiento en la única mesa desocupada. Damián sin consultar pidió una cerveza, luego se levantó e hizo una llamada desde un teléfono público a sus conocidas. Regresó a su mesa, no pasó mucho tiempo, cuando el auto de Silvia acompañada por Mónica pasó por la calle. Al instante, estuvieron junto a ellos compartiendo la mesa. -La noche está hermosa -dijo Mónica. -Sí, está muy linda, podríamos terminar las bebidas e ir a bailar-dijo Damián. -Como gusten chicos -respondió Mónica. Silvia corrió su silla para estar muy cerca de Adrián. Pasó su brazo por sobre sus hombros, él giró su rostro sonrosado y ella lo sorprendió con un beso en la boca, volvió su mirada hacia su amigo y éste le guiñó un ojo, - 48-
  • 47. Adrián sonrió y todos se contagiaron de él. Los vasos habían quedado vacíos, era la hora de marcharse del lugar, Damián llamó al mozo y éste concurrió al instante. -¿Cuánto le debo? -preguntó Silvia extrayendo unos billetes de su monedero. -¡No!, -dijo Adrián- esta vez invitamos nosotros. Silvia lo miró sorprendida y comprendió por qué se había enamorado de él, aunque ella sabía que una relación entre ellos era imposible. Damián lo miró más sorprendido que Silvia, él estaba acostumbrado a que ellas pagasen siempre, a pesar de todo, sacó su billetera y ambos pagaron la cuenta. -Antes de irnos al boliche, podríamos caminar unas cuadras -dijo Adrián-, la noche está hermosa, ¿qué les parece? Todos estuvieron de acuerdo, y en parejas comenzaron la caminata. -Eres un chico muy bueno, creo que cualquier mujer podría enamorarse de ti -dijo Silvia. -Vos también sos una persona muy buena, además muy bella y.... La frase quedó interrumpida por el llamado de un celular. -Muy bien; me repite la dirección, gracias -dijo Silvia por el celular. Ella se frenó en su andar y volviéndose hacia atrás, donde caminaba su compañera le dijo: -49-
  • 48. -Es para las dos, debemos marcharnos, es por un trabajo. Silvia miró a Adrián queriéndole dar una explicación, pero sólo alcanzó a decir: -Debo marcharme, gracias por la invitación. Los dos se quedaron solos, sin compañía y vieron marcharse a las dos mujeres, bien arregladas, muy pintadas, con polleras cortas, zapatos tacos altos y medias muy vistosas. A medida que se alejaban sus deseos libidinosos crecían. -Bueno, se nos acabó la noche -dijo Damián- y encima que nos dejan solos... tuvimos que pagar nosotros. -Era nuestra obligación, nosotros invitamos. -Lo sé, pero ellas ganan el dinero fácil, qué les importa unos pesos más o unos pesos menos. -¿Por qué. decís que ganan dinero fácil? -preguntó Adrián. -Pero que ingenuo sos, no te diste cuenta, son prostitutas. -¿Prostitutas...? -Sí, son prostitutas, ¿qué quieres que te diga? Adrián se quedó pensativo por unos instantes. -Por eso decís que ganan el dinero fácil, pero creo que te equivocas, creo que es la manera más difícil de ganar dinero y nadie merece que se abuse de su confianza. Hubo nuevamente una pausa, un silencio entre los dos, hasta que Damián dijo: -Tienes razón, no me había dado cuenta de lo difícil -50-
  • 49. que debe ser para ellas no brindarles una amistad sincera. Te juro que no volveré a dejar que paguen. A menos que yo no tenga dinero o que se me olvide, claro. -De alguna manera la tenías que arreglar -dijo Adrián sonriendo. Los dos regresaron cabizbajos, casi en silencio. Llegaron hasta su vehículo, lo pusieron en marcha y salieron. Desde la ventanilla Adrián logró observar paseando de la mano de su novio a su compañera de curso, feliz, sonriendo. Con esa imagen concluyó su noche. A la mañana temprano al llegar a su curso entró saludando a sus compañeros, como siempre, entre medio del bullicio, casi instintivamente, su mirada buscó la figura de su compañera a quien no encontró esta vez en el interior. Como si tuviera un presentimiento giró, al darse vuelta la vio despidiéndose de su novio con un beso en la boca. Regresó a su asiento desconsolado, puso el codo sobre el pupitre y con su mano izquierda sostuvo su cabeza, sin pensarlo quedó mirando a ese muchacho gordo, supuestamente mezquino, de cara rojiza que con su rostro asustado observaba a su alrededor. -¿Te sucede algo, Carlos? -preguntó Adrián sin levantar su cabeza de su mano. -Me robaron la tarea de Física, si me llegan a poner una mala nota mis padres me van a matar -dijo Carlos con sus ojos empañados en lágrimas. -Pero qué problema te haces, te paso la mía y la copias. -51-
  • 50. Adrián no podía entender el por qué de tanta preocupación, sacó sus apuntes y se los pasó. -Gracias, realmente te lo agradezco, aquí nadie me la hubiera prestado. Si llevo a mi casa una mala nota mis padres no me lo perdonarían, ellos siempre dicen que el tiempo que estoy aquí tiene su precio y no lo puedo desperdiciar. -Claro -dijo Adrián sin estar absolutamente de acuerdo con el comentario, recordando en ese momento el cuento del miserable que don León le había contado. -¿Por qué me prestas tus tareas Adrián, si yo fui un estúpido con vos el otro día? -Porque todos debemos tener una oportunidad para carnear-dijo Adrián y Carlos sonrió. Ya habían pasado dos días sin regar aquel jardín. Esa tarde decidió llegarse a lo del anciano, como siempre lo recibió desde su sillón. Después de saludarlo y un peque ño diálogo, tomó la manguera y comenzó a regar las plan tas. Al acercarse al damasco miró sus flores blancas, como si fueran una novedad. -Don León, ¡mire!, ¡el árbol tiene flores! -Sí, recién te diste cuenta. Cuídalo te regalará su fruto. Dios nos dio todo para vivir y progresar. Adrián continuó regando feliz, como si ese jardín fuera suyo, en cierta forma podría decirse, que gracias a él estaba recuperando su magia y él se sentía parte de eso. Cuando hubo terminado su tarea tomó una silla de la ga- -52-
  • 51. lería y se acercó hacia el anciano donde decidió sentarse a charlar. -¿Cómo te fue este fin de semana? -preguntó don León -Más o menos, unas amigas nos dejaron plantados o mejor dicho recibieron una llamada y se fueron y esta ma ñana la vi a mi compañera con su cuerpo perfecto y su hermoso rostro, abrazada de su novio. En ese momento pensé, cómo quisiera tener muchas mujeres de cuerpos perfectos y poder elegir cada día una como si fuera una colección. , -Oye, pero el amor no es así, muchacho. -En realidad no pensaba en el amor sólo en tener muchas mujeres para no sentirme solo. Un breve silencio se hizo entre los dos, luego irrumpió don León. -¿Quieres que te cuente una historia de algo parecido? -Usted sabe que me gustan sus historias. Si quiere contarme algo, no hay problema yo lo escucho. -Bueno, toma asiento y presta atención entonces, porque este cuento tiene mucha relación con lo que estamos hablando. El anciano, movió sus brazos, se acomodó como cuando estamos felices y nos sentimos expansivos; lleno de alegría y agradecido por la compañía de su joven amigo, comenzó con su relato. -53-
  • 52. CUERPOS PERFECTOS Sentado en la escalinata que lleva hasta el monumento a la bandera, Raúl apoyado en sus dos hombros disimuladamente observa el vaivén de los vestidos que acompañan el movimiento de los cuerpos, exploraba en cuestión de segundos, la piel, la forma de las piernas, las caderas y el rostro. El aire de la costanera del río golpeaba su rostro y el calor del verano potenciaba sus deseos al límite. Todas las tardes el mismo ritual, esperando la oportunidad de tener en sus manos el cuerpo perfecto. Hoy no era el día indicado. Se levantó de las escalinatas y regresó a su casa, ubicada en un barrio, al sur de Rosario. Era un salón especialmente preparado por él, con espejos, aparatos de gimnasia, televisor, videos, allí realizaba actividades corporales varias horas por día. Al día siguiente, a la salida del trabajo y en el mismo lugar de siempre se ubicó nuevamente en el monumento. Comió, y al cabo de unas horas, una figura a lo lejos impactó sobre su mirada, el movimiento, el color de piel, su cuerpo, y el corazón de Raúl comenzó a latir fuertemente, la respiración se hacía cada vez más incontenible, él sabía que tenía que disimular, controlar sus impulsos. Ya tenía experiencia, no era la primera vez. A medida que se acercaba esa mujer, la reacción psicofísica de Raúl cambiaba y sus pensamientos se hacían más veloces, siempre -54-
  • 53. tenía una forma, un método, para alcanzar sus propósitos, pero también sabía que el primer intento, la primera relación con la otra persona era de fundamental importancia para lograr sus objetivos, un rechazo inicial podría llevar al fracaso. En un corto tiempo de observación hacía un estudio casi exhaustivo de su víctima. Tampoco descuidaba su aspecto, no dejaba cabos sueltos, vestía bien, preparaba su cuerpo muchas horas por día, llevaba dinero y mostraba los rasgos más fuertes y agradables de su personalidad. El tiempo y las experiencias lo habían llevado a ser un verdadero profesional en el arte de la presentación de su imagen y de las relaciones interpersonales. La conquista de mujeres con cuerpos perfectos era su pasión como así también, su debilidad. Todo salió como él lo esperaba, de nuevo en sus manos tenía una mujer, de nuevo sus deseos se hacían realidad. Julia era una mujer joven, muy hermosa, de piel blanca, esbelta, cuerpo perfecto, simpática, muy inteligente y un algo más que no se podía definir con palabras pero que justamente la hacía misteriosa y sumamente atractiva. No era solamente una mujer bella, como en otros casos anteriores. Raúl desplegó todas sus habilidades y la conquistó. Disfrutó de su cuerpo, de su belleza, de esta nueva relación, y como en los casos anteriores, pasado algún tiempo, debía, poco a poco, deshacerse de ese nuevo cuerpo, de esa nueva mujer. Pero en este caso había algo distinto y poco a poco se fue enredando en una intriga psicológi- -55-
  • 54. ca y espiritual difícil de entender. El tiempo corría, él no quería compromiso alguno, pero no podía deshacerse de ella, al contrario cada vez necesitaba más de su presencia, de su cuerpo, era como adicción, una fuerza irresistible e incontrolable. Raúl llegó a su casa preocupado. Se tomó de la cabeza y se sentó en su cama: -Qué me está pasando, no puede ser, me siento mal, angustiado, como si no pudiera dominar mis propios actos, estoy perdiendo el control y lo peor es que me siento débil al lado de ella, no descubro ningún defecto en su cuerpo, no encuentro fallas, es demasiado raro. A esta altura, en este tiempo yo ya no estaría con la misma mujer, estaría buscando otra -murmuró Raúl. Cada semana que pasaba Raúl enfermaba más y más, ya no realizaba sus actividades cotidianas, solamente su trabajo y después la obsesión, esa terrible pesadilla de sentirse solo y abandonado cuando Julia no estaba con él, cuando el cuerpo de ella no estaba a su lado. La obsesión y la depresión lo estaban llevando al caos físico, psicológico y espiritual, ya no soportaba más. Se levantó de su cama y se fue a investigar más profundamente a Julia, ya que cuando más la extrañaba menos la tenía, coincidencia fatal para el estado en que Raúl se encontraba. Esa noche se dirigió por primera vez al domicilio que Julia nunca se lo había dado, ya que sus encuentros eran en casa de Raúl o a la salida del trabajo. Se las había ingeniado para conseguir la dirección y allí se fue. -56-
  • 55. Una casa apartada del casco céntrico de la ciudad, grande, muy amplia, con jardín y fondo inmensos, sin ruidos, todo en silencio. Tocó la puerta y nadie atendía. Ingresó a la casa ya que la puerta no estaba con llave. Los manteles y sábanas cubrían sillones y mesas, todos muebles antiguos, buscó por todos lados y no encontró ningún indicio de la existencia de Julia, ni un pañuelo, ni una foto, ni una prenda conocida. Salió de la casa y la desesperación por no encontrarla creció irremediablemente. Atrás quedó la casa con sus amplios salones, su silencio, sus plantas y su esperanza. Y cruzó por la costanera y vio el agua del río Paraná, oscura, en movimiento, y quiso detener su marcha, bajó de su auto, sus rodillas temblorosas se doblaron y comenzó a llorar desconsoladamente. Recordó a las mujeres que an- teriormente había conocido, el sufrimiento que él le había provocado, su abandono sin piedad, sin explicación alguna, los rostros tristes y la esperanza muerta. Regresó a su casa. Al abrir la puerta, una carta: "Querido Raúl, lamento tener que decirte, que si bien lo nuestro fue algo hermoso, eso y a acabó, sinceramente en este corto lapso de tiempo he perdido todo lo que sentía por vos, lo lamento, hubiese querido que lo nuestro progresara, no me busques, me voy de la ciudad..." Así se despedía Julia. Raúl cayó de rodillas al piso, tomándose de su rostro, la angustia lo devoraba; quedó tendido, inconsciente, por varias horas. Al despertar se sintió peor de lo que estaba, salió de su casa y se dirigió rápidamente hasta el monu- -57-
  • 56. mento donde tanto éxito había tenido con otras mujeres. Pero una vez allí a pesar de la cantidad de personas y mujeres bellas que pasaban, se sintió solo, ya nada le interesaba, la fuerza del amor había impactado en su corazón en forma perfecta. -¡Y ahora! ¿Qué hago? -pensó. Caminó hasta la orilla del río, el sol pegó en su rostro marcado por las arrugas de la tristeza, miró al cielo, miró el agua, que como espejos fugaces reflejaban los brillantes haces de luces. -Me equivoqué, yo sólo observaba los cuerpos perfectos, yo solamente conocía el deseo, me olvidé de las almas, de los sentimientos, me olvidé del amor, estoy pagando el precio justo. Dios, perdona mi error... Por primera vez Raúl mencionaba a Dios y se arrepentía sinceramente de su manera de actuar. De su manera de ser, este sufrimiento hizo que reflexione profundamente sobre sus actitudes. Varias semanas después, un día hermoso de verano, Raúl se dirigió al monumento, se sentó en las escalinatas, los cuerpos que tanto él miraba pasaban y pasaban sin cesar. De repente los ojos se le iluminaron, el corazón le latía muy rápidamente, no lo podía creer, se levantó y lentamente se acercó a ella, tomó sus manos finas y blancas entre sus manos, la miró a los ojos y le dijo: -Te quiero Julia, te extrañé mucho... Y Julia se sorprendió por el destino (o la casualidad), por las palabras de amor y la sinceridad de su expresión. -58-
  • 57. -Es la primera vez que vengo desde que dejé de verte, tenía ganas de observar el río, sentir el viento de la costanera, pero nunca hubiese pensado que ibas a estar aquí... y menos aún que te acercarías, habiendo tantas mujeres lindas - dijo Julia. Julia le dio la oportunidad de una nueva relación, distinta, de profunda amistad. Raúl ya no veía cuerpos caminando, miraba personas con almas, sentimientos, con alegrías y tristezas, con deseos y con ganas de amar y ser amados. Ambos iniciaron una nueva relación y Raúl nunca perdió las esperanzas de que algún día Julia volviera a sentir amor verdadero por él. -Don León, en esta historia al menos Raúl termina un poco más feliz. Usted sabe que cuando uno es joven tiene ganas de vivir, disfrutar de la belleza de las mujeres, de su cuerpo. -Por supuesto, pero también hay que tener en cuenta, qué siente el otro por nosotros, sino, estamos haciendo un daño, provocando una herida que tal vez nunca pueda borrarse. Estoy de acuerdo contigo que las mujeres son atractivas, bellas, pero no podemos gestar estrategias intencionadas solamente para lograr el uso de sus cuerpos, sin tener en cuenta sus sentimientos. -Es muy difícil entender al amor, pero este cuento estuvo genial, me hubiese gustado ser Raúl, porque ando necesitando algunos cuerpos perfectos, -sonrió Adrián. -Sí que sos gracioso -dijo don León sonriendo- pero -59-
  • 58. también veo en tus ojos que te quedó claro el sentido del cuento. -Por supuesto don León, sólo estaba bromeando. Adrián esa noche se durmió pensando que uno puede pensar con la cabeza pero en el amor el corazón siempre va adelante. "Este viejo sabe mucho, cada vez lo aprecio más, me hace recordar en parte a mi padre, especialmente en los diálogos y su paciencia". -60-