10. 9
–¡Lupo colmilludo! Usted y su nieta son un par de
rapaces de la vida silvestre.
¡Tac!
–SILENCIO EN LA SALA…
¡Toc! ¡Tuc! ¡Tac!
–O TERMINARÁN EN EL CALABOZO PELANDO
PAPAS CON UN SACAPUNTAS.
–…
–Así me gusta: todos callados. Que suba al estrado el
primer…
–¡Auuu! Disculpe el aullido, su señoría, p ro quería
llamar su atención para solicitarle .. ¡Auuuch! Me dio un
tirón en la panza; la tengo cosida como un matambre…
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11. 10
–¿Qué decía antes de aullar, señor Lupus Canis?
–Quería pedirle dos cositas, señor juez. Primero:
permítale a este pobre lobo, a quien tan injustamente se lo
juzga, ser su propio abogado. Solo yo podré demostrarle
a usted y al destacabilísimo jurado que las horrendas
acusaciones en mi contra son bolazos más grandes que un
elefante doble pechuga.
–Concedido.
–¡OBJECHIÓN!
¡Toc!
–Objeción las peripenflotas, señora abuela de
Caperucita. Aquí el que decide soy yo y sanseacabó.
–¡Qué consideración lobisón! Digo, muchas gracias,
señor juez. ¡Auuuch y diez auuuch más! Me duelen los
huesos quebrados y para colmo el yeso recién ahora está
fraguando…
–¿Qué otra cosa quería pedirme? Hable rapidito,
debemos comenzar con la ronda de testimonios en su
contra.
–Que antes me deje contarles algo que necesitarán
saber sobre mi lobuna persona. Suelen decir que
todo depende del cristal a través del cual se lo mire, y
precisamente yo necesito pasarle un trapito al cristal con el
cual me miran usted y el augusto jurado. Caso contrario,
este juicio será al divino botón.
–Concedido.
–¡OBJECIÓN… OINK… OINK…OBJECIÓN!
¡Tuc!
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12. 11
–Objeción las peripenflo as, eñores chanchitos. El juez
soy yo y si no les gusta ya pueden volver a su chiquero.
–¡Por mis seis inci ivos! En verdad es usía un juez
equitativo, honesto, neutral. Cuando sea grande quiero
ser como usted, si pudiera le pediría un autógrafo o me lo
llevaría para ponerlo en la repisa de mi habitación…
¡Tac!
–Sí, ya sé, estoy dando más vuelta que un tornillo.
Pero comprenda, no todos los días uno debe demostrar
su inocencia. Sobre todo cuando se es un ser pacífico
e intachable; respetuoso de las leyes, ovejas, cabras,
porcinos y personas; amante de las flores, frutas y
verduras…
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13. 12
¡Toc! ¡Tuc! ¡Tac!
–¡Auuuuy y cien auuuuy más! Me arden las ampollas
que las quemaduras me dejaron en todo el cuerpo; eso,
sin contarle cómo me duelen las patas achicharradas por
la cal, los aguijonazos de alacranes, los petardazos y la
depilada que me hice en el pecho, entre otras heridas.
Pero eso no me impedirá confesarles que…
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14.
15.
16. 15
Para no morirme de hambre, mien ras ellos se echaban
a hacer la digestión, yo corría a cosechar mis desayunos,
almuerzos, meriendas y cenas. Me daba panzadas de
zapallitos rellenos con arroz, tartas de acelga, ensaladas
de lechuga o frutillas bañadas en mermelada de durazno
que yo mismo envasaba.
Sí, soy un lobo herbívoro y frugívoro.
No me avergüenzo de eso.
Y, como supondrán, crecer entre carnívoros fue terrible.
Apenas percibía olor a costilla asada, me desmayaba; y
al ver una gotita de sangre caía en cama con fiebre.
Además, vivía estresadísimo. Era terrible la presión
que sentía porque no quería que mis parientes y demás
integrantes de la jauría descubrieran mi secreto. ¡Las
mentiras que inventaba para no quedar expuesto!
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17. 16
Pero, como suelen decir, las mentiras tienen patas
cortas. Y una siesta, papá me descubrió friendo papas
para acompañar unas milanesas de soja. ¡Por mis ocho
premolares! Se puso como lobo rabioso. Intenté explicarle,
pero no quiso oírme.
–Prefiero que seas insectívoro, pero esto es inaceptable
–gritó horrorizado.
Y me anotó en un cursillo para aprender a preparar
jamones, chorizos y morcillas a ver si se me pasaba.
Luego de enterarse, mamá se le sumó. Intentaba
engañarme: me servía pollos vivos diciéndome que
habían sido alimentados con hortalizas o aseguraba que
la sangre de faisán que bañaba los ravioles en realidad
era salsa de tomate.
Yo me mantuve firme en mi vegeteraniés Y poco a
poco ellos cedieron en sus es uerzos por convertirme en
carnívoro. Aceptaron mi preferencia alimentaria, pero la
mantuvieron oculta más preocupados por el qué dirán que
por mi felicidad.
Aún no sé cómo, pero en la jauría se enteraron y
mientras algunos me miraban como a un bicho raro, otros
me dedicaban apodos como “el rey de la sopa juliana” o
“el mejor amigo del puré”.
Me hicieron a un lado, me quedé sin amigos y las
lobitas no querían saber ni la hora conmigo. ¡Qué
desazón lobisón! Con decirles que no fui a mi fiesta de
graduación de la secundaria porque ninguna loba quería
ser mi compañera de baile y además, porque en el menú
todo se servía vivo.
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18. 17
Resistí.
No me importaba el qué di án.
No tenía de qué avergonzarme.
Pero me propuse demostrarles que un lobo puede
triunfar en a vida sin necesidad de ser carnívoro.
En vez de dedicarme, como el resto de la jauría,
a cazar animales y uno que otro humano, decidí
destacarme en alguna profesión…
–¡Objeción! Con su relato, el Lobo Feroz pretende que
el jurado sienta lástima por él…
–No, no es verdad, Caperucita…
–Apoyo a mi nietechita: eche cuadrúpedo carnichero
pretende uchar una piel de cordero para engañarlos…
–Abuelita, sería incapaz de recurrir a algo tan bajo
para conseguir indulgencia.
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19. 18
–Ya ha hablado demasiado… bee… Mis hijitos y yo
fuimos sus primeras víctimas. Bee… es momento de que se
me escuche y evitemos los embustes de un destripador…
–¡Lupo hocicudo! ¿Solo porque soy un lobo se me
acusa de este modo? Como suelen decir, señor juez y
venerable jurado, uno es quien es y no quien los demás
creen…
¡Toc! ¡Tuc! ¡Tac!
–La cabra tiene razón, señor Lupus Canis, ya oímos su
prólogo. Por favor, doctora Capricornia, suba al estrado
y ponga su pata sobre ese libro. ¿Jura decir la verdad y
toda la verdad?
–Sí… bee…, juro.
–Señora cabra, somos todo oídos y orejas.
–Como sabrán… bee…
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20.
21.
22. 21
Luego de salvar la vida de mi paciente, regresé a casa
y encontré la puerta abierta de par en par… bee… En el
interior, la mesa y las sillas estaban patas para arriba, la
vajilla hecha añicos, el mantel y la alfombra desgarrados,
las plumas de las almohadas volando por todas partes.
De mis cabritos ni noticias… bee... Con el corazón
paralizado los llamé sin que me respondieran… bee…
Hasta que escuché un balido desesperado. Adentro de
la heladera, en donde guardo la verdura, se ocultaba
Serafín, el menor de mis angelitos. ¡Si ustedes lo hubiesen
visto! Muerto de miedo, pálido como la harina y más
lloroso que un sauce… bee…
Cuando pude calmarlo me contó que, haciendo caso
a mi recomendación, se habían negado a abrirle la
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23. 22
puerta a ese lobo que quiso hacerse pasar por un niñero.
Además de sanguinario, es un tramposo.
–¡Lupo orejudo! Protesto. La cabra distorsiona la
verdad y debo decirles que ese cabrito es más peligroso
que mono con navaja.
–No a lugar, señor lobo. Continúe, doctora.
–Gracias, su señoría. Serafín me relató que, loco de
rabia, ese lobo partió la puerta de un patadón y entró
a la fuerza… bee… Mis inocentes cabritos intentaron
esconderse, pero a medida que el muy criminal iba
descubriéndolos se los tragaba sin masticarlos… bee…
Con la panza llena y lanzando eructos de angurriento,
huyó dejando vivo al pequeñín, que se había camuflado
entre una planta de achicoria y un coliflor uponiendo
que un lobo jamás revisaría la verdura de una heladera…
bee…
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24. 23
Imagínense la escena. ¡Imagínennos! Desesperados,
fuimos a avisar a la policía pero apenas salimos del
bosque tropezamos con él… bee… Tirado junto a unos
arbustos, roncaba haciendo temblar los árboles. La
panza hinchada se le movía inquietamente. Mi hijito,
que además de bueno es muy inteligente, me hizo notar
que sin duda eran sus hermanitos… bee… Al haber sido
tragados de un bocado estaban vivos y buscaban salir de
ese malvado estómago.
–¡Lupo coludo! Objeción. Yo no me tragué a nadie.
Soy vegetariano…
–¡Objeción las peripenflotas! Vuelve a interrumpir,
señor lobo, y lo envío a limpiar los calabozos con un
cepillo de dientes. Prosiga, doctora…
–Viendo a mis cabritos pugnand por escapar de
esa panza, nuevamente por consejo de Serafín me
dispuse a darle una reprimenda para que aprendiera a
no comerse a otros… bee… Pero al enterarme de que
luego arremetería contra las ovejas de ese pastor, los tres
chanchitos y también Caperucita y su dulce abu, confirmo
que fue en vano.
–¡Auuu y diez auuu más! Señor juez y loable jurado,
la doctora Capricornia les está contando la versión que
le conviene o, mejor dicho, que más conviene a sus hijos.
Ustedes los ven sentaditos ahí con caras de no matar
una mosca. Pero debo aclararles que como su madre los
calificó, son siete angelitos pero escapados del infierno.
–¡NO LE PERMITO… BEE…, CABRICIDA ATROZ!
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25. 24
¡Toc!
–Es justo que me dejen contarles mi versión de los
hechos. Solo así sabrán las que tuve que pasar por culpa
de esos monstruitos.
–¿A QUIÉN LE CREERÁN… BEE… A ESTA
MADRE AMANTE DE SUS HIJOS O A ESE ASESINO
DESALMADO?
¡Tuc!
–¡Lupo orejudo! Necesito que me escuchen. De ese
modo también entenderán por qué terminé con las patas
calcinadas, la barriga como soquete mal remendado y
padeciendo una gastritis de la gran flauta, entre otras
heridas que el yeso y las vendas les impiden contemplar.
–¡SE MERECE ESO… BEE… Y MUCHO MÁS!
¡Tac!
–Doctora, por favor, vue va a su lugar. Y usted, señor
lobo, evítese los p ologuitos.
–Le agradezco, su señoría. Antes déjeme contarle
que un día me harté de vivir entre carnívoros que por mi
condición de vegetariano me consideraban un anormal. Y
con el alma hecha estopa decidí dejar mi hogar. Quería
ejercer una profesión que nada tuviera que ver con la
sangre. Solo así me demostraría que uno no es lo que
come, como suelen decir.
Primero necesitaba estudiar. Pero lo único que pude
encontrar afín a mi pacífico y benévolo carácter fue la
Licenciatura en Cuidador de Cachorros, Crías y Pichones.
muestra
26. 25
Carrera con amplia salida laboral si se tiene en cuenta
que en las granjas los animales trabajan desde antes del
amanecer y necesitan que alguien responsable y cariñoso
como yo cuide de sus hijos…
¡Toc! ¡Tuc! ¡Tac!
–¿Usted, lobo, es bobo? Dije que fuera directo al
asunto…
–Perdóneme, señor juez, pero para echar luz sobre la
oscura versión que acaban de escuchar, antes usted y las
damas y los caballeros del admirado jurado deben saber
que…
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30. 29
–La vieja Inééés que viene a cuidarlosss –respondí.
Pensaba que siendo simpático me los compraría de
entrada y la tarea sería más sencilla.
Me equivocaba.
Tras la puerta, escuché a otro cabrito:
–¡A papá mono con banana de plástico! La vieja Inés
tiene aliento a pimienta y ají picante, mientras que tu boca
apesta peor que un inodoro de estación de servicio.
Aunque me pareció algo ofensivo, supuse que los
chicos querían jugar. En la escuela me habían enseñado
que para ganarme la confianza de los pequeños debía
seguirles la corriente. Por eso, me hice gárgaras con
pimienta y ají de la malapalabra. La garganta me quedó
ardiendo y la lengua se me volvió un chicharrón, pero mi
aliento no hedía a inodoro.
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31. 30
Volví a la puerta de los cabritos. De nuevo golpeé una,
dos, tres veces pero no abrieron. Y otra vez desde adentro
uno de ellos preguntó:
–¿Quién eees?
––La vieja Inééés que viene a mimarlosss –contesté
tratando de que olieran mi aliento y dejaran de temerme.
Nuevo error.
Una vocecita cabruna me replicó:
–¡Y yo soy Batman! La vieja Inés tiene las patas blancas
y por debajo de la puerta vemos tus dos patotas negras
como el petróleo.
El comentario fue insultante, pero me hizo estimar que
los chicos seguían con ganas de bromear. Recordando lo
aprendido sobre no contradecir a los pequ ñines si uno
quiere caerles bien, se me ocurrió teñirme las patas de
blanco.
No encontré anilina de ese color, así que tuve la
pésima idea de p ntarme con cal. Me quemé hasta las
pantorrillas, se me desprendieron los pelos y se me
achicharraron las uñas, pero las patas me quedaron
blancas.
Volví a golpear una, dos, tres, ¡mil veces! Es que esos
sabandijas no abrían. En cambio, me iban imponiendo
condiciones como “la vieja Inés usa alacranes como
ruleros” o “se ata petardos en la cola y los hace estallar”
o “se afeita el pecho con cera hirviendo” y cosas por el
estilo.
Fui haciendo caso a sus caprichitos, pero cuando
pretendieron que como la vieja Inés masticara vidrio dije:
muestra
32. 31
–¡Basta!
Aguijoneado por los alacranes, con la cola
chamuscada por los petardos y el pecho en carne viva a
raíz de la depilada tiré la puerta abajo y pude entrar a
cumplir con mi labor.
–Ahora se van a portar bien –les anuncié mostrándoles
que la paciencia es una de mis grandes virtudes.
En ese momento entendí por qué ninguna niñera que
conocía a esos cabritos había querido cuidarlos. Eran
siete terremotos destruyendo lo que se les cruzara, siete
cabezas tramando las peores fechorías en mi contra, siete
bocas balando las palabras más sucias que jamás se
hubiesen escuchado.
Yo los seguía tratando de evita q e rompieran más
cosas; esquivando las sillas, tenedores y librazos que me
lanzaban; amonestándolos por las groserías que gritaban
a mansalva.
Una maceta me dio de lleno en la frente. ¡Auuuch!
Lo último que recuerdo son estrellitas desperdigadas por
todas partes. Luego, desperté gracias al baldazo de agua
helada que me lanzaron para sacarme del desmayo.
–Nos portamos mal… bee… Hemos sido muy malos–
me dijo con tono angelical Serafín.
–Para congraciarnos… bee…te preparamos este
guisito –agregó uno de sus hermanos poniéndome un
plato enfrente.
–Nos haría sentir muy bien… bee… si te lo comés todo
sin respirar –añadió otro pasándome una cuchara.
muestra
33. 32
Debía demostrarles que no era rencoroso, algo que
los libros sobre el cuidado de los pequeñuelos señala con
insistencia. No sospeché nada porque creía que conocían
mi condición de vegetariano y comencé a embucharme el
guiso mientras se los alababa exageradamente.
¡Qué traición lobisón! Era un sancocho fermentadísimo
de porotos, lentejas y garbanzos. Lo habían cocinado
para deshacerse de mí. Antes de terminarlo sentía que la
panza se me iba inflando y los gases se movían como si
adentro tuviese una competencia de globos aerostáticos.
Comencé a elevarme y cuando rocé el techo con mis
orejas, Serafín abrió la puerta. Sus seis hermanos me
empujaron con una escoba y salí volando pid éndoles:
–¡Misericordiaaa! ¡Compasióóón! ¡P edaaad!
Como respuesta, de ese septeto de granujas me
llegaron sus carcajadas y bu las.
muestra
34. 33
No quiero entrar en detalles escabrosos, su señoría y
estimado jurado; solo les diré que naturalmente los gases
fueron saliendo de mi interior y pude aterrizar justo en la
entrada del bosque. Ahí, adolorido y con las tripas aún
inflamadas, decidí descansar entre unos arbustos cerca de
un río con aguas tumultuosas.
Me quedé dormido hasta que una voz conocida me
despertó. Había quedado débil después de la ventolera
y apenas podía abrir los ojos, pero alcancé a ver que se
trataba de Serafín.
–Ahí está, mami. Ese es el lobo que se comió a mis
hermanitos –le decía a la doctora Capricornia, llorando
como un mal actor de telenovelas–. Mirá la panza: aún
están vivos y quieren salir.
–¡Así te quería pescar, facineroso! –chilló furiosa su
madre.
Sin que yo pudiera d fenderme, la vi sacar de su
maletín un bisturí y abrirme la barriga desde la garganta
hasta el pupo ¡Auuuuy y diez auuuuy más! ¿Saben
ustedes cómo duele eso?
La cabra estaba tan rabiosa que no notó algo que yo,
mientras intentaba que no se me volcaran las tripas, sí
pude ver. De atrás de un árbol fueron saliendo los demás
cabritos y, gracias a las artimañas de Serafín, le hicieron
creer que en realidad escapaban de mi barriga.
Los vi abrazarse, llorar, festejar en familia.
En ese momento pensé que la cabra me cosería y me
dejarían en paz.
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35. 34
Pero aún no estaban satisfechos.
–Busquemos piedras –ordenó Serafín, quien
debería ser el autor de una enciclopedia sobre las más
maquiavélicas travesuras.
Y cuando juntaron varias rocas de todos los tamaños
las apilaron sobre hojas secas. Ese frankensteincito
encendió una fogata que tiñó las piedras al rojo vivo.
Me las pusieron dentro de la panza como si estuvieran
rellenando un sillón y la cabra me cosió dejándome una
cicatriz horrible. ¡Auuuch y cien auuuch más! Ustedes no
querrían haber estado en mi lugar.
Solo cuando terminó de coserme como a una ristra
de chorizos, pude ponerme de pie. Sentía las pied as
asándome las entrañas y creí que bebiendo agua se me
pasaría la espantosa quemazón.
muestra
36. 35
Lanzando humito por mis fosas nasales y aullando
como locomotora sin frenos, llegué a la orilla del río
donde les di la espalda para beber agua.
Grueso error el mío.
Ahí aprovecharon para darme el tiro de gracia: de
reojo vi a la madre de los siete cabritos venir corriendo
hacia mí.
Con un mismo y certero topetazo aquí, a la altura del
huesito dulce, me empujó al agua..
¡Por mis dos caninos! No sabía si sobarme las pompis,
aullar a grito pelado por la quemazón interna o patalear
porque la corriente me arrastraba como si fuera cómplice
de esa familia de la peor calaña caprina…
muestra
40. 39
–¡Lupo uñudo! ¿Cuántas veces voy a repetir que no
como cerditos, ovejas ni nada que ande a tracción a
sangre?
¡Tac!
–A lugar con el pedido de los cochinitos y el pastor.
–Vamos nosotros… oink… oink… primero.
–Yo pedí hablar antes.
–Fuimos los más… oink… oink… perjudicados.
–Suban los cuatro al estrado y déjense de discutir o los
envío a pulir las rejas de la penitenciaría con un pancito
engrasado. En cuanto al señor Lupus Canis, se queda
mutis y quietito, sino también... Así me gusta Usted, el
que tiene pinta de campesino, pr séntese
–Pastor M. Entiroso me llamo y como lo indica
mi nombre, pastoreo o ejas en un prado cercano al
bosque. A esa bestia que insiste con ser vegetariano lo vi
merodear varias veces mi rebaño seguramente dispuesto
a aprov char una desatención de quien le habla para
manducarse sus pobres ovejitas. Cada vez que lo pesqué,
di la alarma pero cuando mis colegas llegaban, el rapaz
ya se había escabullido dejándome ante los demás como
embustero.
–¿Por qué no les cuenta la verdad? Así queda clarito
que en vez de un simple embustero es un tramposo
con todas las letras y yo un lobo decente que caí en su
trampa…
¡Toc!
–Le dije que se quedara calladito o…
muestra
41. 40
–Ya entendí, su señoría. Mire cómo cierro la bo…
–Mejor así. Ahora ustedes tres, preséntense al jurado.
–Señores y señoras… oink… oink, somos los hermanos
Tocinetta. Yo me llamo Bondiolo y soy el mayor de los tres.
–Mi nombre es Panceto… oink… oink… y soy el del
medio.
–Soy Juan Jamonio… oink… oink…, el más chico.
Cuando dejamos el chiquero familiar, cada uno se ocupó
de construir su propia casa… oink… oink… Yo no tenía
idea de cómo hacer la mía y el destino quiso que me
topara con el Lobo Feroz. Él me aconsejó… oink… oink…
que la construyera de caña y le hice caso.
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42. 41
–Me pasó lo mismo… oink… oink… Solo que ese
angurriento me sugirió hacerla de madera.
–Yo no me dejé engañar… oink… oink… Cuando
quiso convencerme para que construyera una cabaña con
paredes y techo de cartón, sospeché… oink… oink... Por
eso, levanté una casita de ladrillos.
–¡Cuánta tergiversación lobisón! Confiesen de una vez
que son un trío de estafadores…
¡Tuc!
–La casa de Bondiolo nos salvó… oink… oink…
Cuando ese criminal quiso devorarme, yo me guarecía en
mi cabaña de cañas… oink… oink… Pero empujado por
su hambrienta rabia sopló, sopló y sopló ha a derribarla.
–El pobre Juan Jamonio debió pro egerse en mi casa
de madera… oink… oink… El lobo se ubicó frente a mi
puerta para soplar, soplar y soplar… oink… oink… hasta
que mi vivienda se deshizo como si estuviese hecha con
naipes y…
–Ambos corrieron a mi casa de ladrillos… oink…
oink… Como además tenía la puerta de una bóveda de
banco, el sanguinario ese sopló, sopló y sopló pero no se
nos movió un pelo… oink… oink… Sopló, sopló, se cansó
de soplar y afortunadamente nuestro refugio resistió.
–No se deje engañar por estos cochinos, su señoría,
tampoco ustedes, miembros del jurado…
¡Tac!
muestra
43. 42
–Pretendió derribarla con una topadora, que vaya uno
a saber dónde la consiguió… oink… oink…
–Para nuestra suerte, los vecinos llegaron a tiempo
y lograron espantarlo… oink… oink… Pero no la sacó
gratis.
–Como prueba… oink… oink… están las quebraduras
que esos yesos intentan curar.
–¡Auuu! Señoría y honorable jurado, son excelentes
cuentos los que les acaban de contar Pastor M. Entiroso y
el trío Tocinetta. Pero solo son eso: cuentos para dejarme
como un monstruo. ¡Auuu y diez auuu más!
¡Tácate!
muestra
44. 43
–Acabo de darle una tonelada de martillazos en la
cabeza, señor Lupus Canis, para que la corte con sus
aullidos. Ya me zumban los oídos y me ha volado la
peluca siete veces…
–Es que reclamo mi derecho a defenderme, señor juez.
A contar los hechos desde mi vereda teniendo en cuenta
que, como suelen decir, los lobos y los niños siempre
decimos la verdad.
–Concedido. Pero a condición de que no aúlle.
–Trataré, pero no lo prometo. Si hacen un poco de
memoria, recordarán que gracias a la estocada que me
pegó la madre de esos siete infernales angelitos había
caído al río. ¡Qué desesperación lobisón! La corriente me
arrastraba como si yo fuera una hoja seca…
muestra
48. 47
Como el dinero era poco, terminé alquilando una
cabaña de cañas que me ofreció el menor de ellos. Algo
enclenque la cabaña y bastante mugrienta, pero no podía
quejarme.
Tal cual lo acordado, al otro día me presenté en mi
flamante trabajo. Antes de empezar, mi jefe me entregó
un montonazo de lana y las fundas para rellenar. Yo iba
a ponerme patas a la obra, cuando me detuvo con un
pedido extraño:
–Necesito sacarle una foto con la lana, Lupus Canis.
Sosténgala debajo del brazo como si fuesen pelotas de
fútbol.
muestra
49. 48
Algo confundido, accedí. Me tomó la foto con su
celular y me puse a trabajar.
El día era espléndido, el sol brillaba solo para mí y
los pajarillos me dedicaban sus gorjeos. En ese momento
pensaba que no había mejor lugar en el planeta para
estar que en la entrada del bosque rellenando colchones
con lana.
En eso estaba cuando por el camino que venía desde
la ciudad apareció una niña. Venía canturreando,
salticando y me pareció adorable con sus rulos asomando
bajo la capucha.
–Hola, niña –la saludé con mi típica amabilidad–. ¿A
dónde vas tan contenta?
–Buenas, señor lobo. Voy a la casa de mi abu en un
claro del bosque.
La niña, que se presentó como Caperucita Roja y no es
otra sino esa que está sentada ahí, se puso algo nerviosa
cuando buscando conve sación quise saber qué llevaba
en la canastita
–Es… ehhh… comida para… ehhh… mi abu que…
ehhh… anda enfermucha.
–¡Qué adorable! –comenté.
Luego de despedirnos y verla entrar en el bosque, volví
a mi tarea de la que solo me interrumpió un gato con
botas. El minino se me acercó para preguntarme a dónde
se dirigía Caperucita y luego de que se lo dije, fue tras
ella. No sé por qué la buscaba, pero Lupus Canis nunca
debe dejar de prestar ayuda cuando se la solicitan.
muestra
50. 49
Una hora después, Caperucita salió del bosque
canturreando y salticando. Pero me daba la idea de que
la canastita le pesaba más que cuando la había visto
anteriormente.
Al verme, tomó una actitud sospechosa, dejó de saltar
y comenzó a correr. Yo iba a pedirle que se quedara un
ratito: era la hora del almuerzo y se me había ocurrido
que sería genial compartir mi vianda con ella.
En ese momento escuché gritos.
Al girar, descubrí una muchedumbre de hombres
y mujeres. Venían blandiendo palos, rastrillos y
escobillones. Supuse que estaban festejando algo.
¡Festejando! Ojalá. Los gritos eran insultos y me tenían
a mí como destinatario. Los palos rastrillos y escobillones
también. Me rodearon y mientras me decían cosas como:
muestra
51. 50
–¡NO QUEREMOS LOBOS POR AQUÍ!
¡Zácate! Me llovieron palazos.
–¡NO NOS GUSTAN LOS CARNÍVOROS!
Y ¡ñácate! Me sacudieron a rastrillazos.
–¡LAS OVEJAS NO SE TOCAN!
Y ¡prácate! Recibí escobillonazos como para guardar
durante una semana.
Lleno de chichones y moretones, sin entender por qué
me atacaban, atiné a huir. ¿A dónde? A mi cabañita
de cañas. Atrás, pisándome los talones me seguía la
muchedumbre que además de insultos me lanzaba
piedrazos.
Entré a mi cabaña y cerré la puerta Me creí a alvo,
pero como suelen decir, en la confianza está el peligro.
Todos a la vez comenzaron a soplar soplar y soplar
generando un minihuracán que derribó las débiles
paredes de mi refugio. ¡Qué conmoción lobisón! El
techo se me vino encima y quedé debajo de todo, medio
atontado y temblequeando de pavor.
Mis atacantes habrán pensado que me habían
liquidado, porque luego de felicitarse entre ellos se
fueron. ¡Lupo peludo! Me salvé por una pestaña de que
terminaran con mi lobuna existencia.
Cuando me cercioré de que se habían ido, salí de
debajo del techo y lo único que me quedó fue llorar.
No tenía dinero para alquilar otra casa y seguro, había
perdido el trabajo en la fábrica de colchones por no
haberle pedido permiso a mi jefe para huir de una
violenta turba sin avisarle…
muestra
52.
53.
54. 53
cual debían devolverme el dinero si la casa era derribada
por soplidos de una muchedumbre furiosa.
En cambio, el cerdito del medio, Panceto, me
convenció de alquilar una cabaña de madera haciéndome
una buena rebaja en el pago del primer mes. Bastante
precaria la cabaña y llena de cucarachas, pero como
era lo único que podía pagar no lo pensé dos veces y
cerramos el trato.
A la mañana siguiente regresé a la fábrica de Pastor
M. Entiroso. Fui dispuesto a hacer carrera como tejedor
de pulóveres, bufandas y guantes.
Mi entusiasmo era admirable, quería comenzar cuanto
antes. Pero apenas mi jefe me entregó vario ovillos de
lana y doce pares de agujas, volv ó a hacerme su extraño
pedido:
–Necesito sacarle una foto con la lana debajo del
brazo como si e tuviese sosteniendo sandías.
muestra
55. 54
Tal vez iba a subirlas a la página web de su empresa,
pensé y por eso acepté pese a lo llamativo del pedido. Me
sacó la foto con el celu y luego de que se marchara, me
puse a tejer.
¡Qué alegrón lobisón! Si me hubieran visto. Poco a
poco mis patas fueron creando las prendas más coloridas
tejidas en punto cruz, punto abeja, punto seguido, punto y
aparte.
No perdí la concentración salvo cuando por el camino
vi pasar canturreando y salticando a Caperucita.
Igual que el día anterior, llevaba una cestita y cuando
la saludé apenas me dio bolilla. Se internó en el bosque y
yo, pensando que su indiferencia se debía a que llegaba
tarde a lo de su abu enfermucha, no intenté detenerla.
muestra
56. Lo mismo hice cuando más o menos una hora después,
Caperucita salió del bosque y nuevamente noté que la
canastita le pesaba notablemente. También vi que debajo
de la servilleta con la que cubría su contenido, algo se
movía. Al verme, la niña no pudo disimular su sorpresa y
empezó a correr como huyendo de mí.
¿Qué bicho le había picado? No podía saberlo y
tampoco tuve tiempo de averiguarlo.
Gritos, insultos y maldiciones volvieron a sonar a mis
espaldas.
Giré para ver quién me había tirado el perdigonazo
que me pasó a pocos centímetros del hocico refilándome
el bigote. La misma muchedumbre enco erizada venía a
buscarme. Y no traían intenciones de disculparse por el
ataque del día anterior, precisamente
Puse primera para escapar de sus palos, rastrillos y
escobillones. Pero en mi desesperación tropecé y no me
pude salvar de ellos
Me d eron con tutti mientras me gritaban amenazantes
preguntas.
–¿NO ENTENDISTE QUE NO QUEREMOS LOBOS
POR AQUÍ?
–Pero yo…
¡Zácate!
–¿TE DIJIMOS O NO QUE NO NOS GUSTAN LOS
CARNÍVOROS?
–Es que yo…
¡Ñácate!
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57. 56
–¿CUÁNDO APRENDERÁS QUE LAS OVEJAS NO SE
TOCAN?
–Entiendan que…
Y ¡prácate!
No me dejaban explicarles y ellos no tenían ánimo de
darme explicaciones.
A la colección de chichones y moretones que me
habían dejado anteriormente, sumaron magulladuras
y hematomas. Pero aprovechando que se detuvieron a
descansar un poco, hui a mi cabaña de madera. Una vez
repuestos, comenzaron a seguirme sin dejar de maldecir
mi nombre y de arrojarme lo que iban encontrando en la
corrida.
Entré a mi casa y cerré la puerta con siete llaves, tres
candados y una cadena.
Fue inútil.
Nuevamente comenzaron a soplar, soplar y soplar
causando un huracán que voló las paredes y el techo
de mi raquítica guarida. Quedé tapiado debajo de los
escombros y, como una tabla me había partido la cabeza,
también algo atontado. Tal vez por eso, la turba se calmó
y como llegó se fue.
¡Lupo uñudo! ¿Qué cornos les pasaba conmigo?
¿Acaso los ponía así el verme tejer? ¿Machucar lobos era
su deporte favorito?
No quiero recurrir a la lástima, como ya antes acusó
Caperucita, pero me sentía el lobo más infeliz de la
Tierra. Todo moreteado, mallugado, achichonado y con
muestra
58. 57
una oreja partida; con mi casa reducida a un montón de
tablitas; sin dinero para alquilar otro sitio donde vivir y
esta vez con la certeza de que había perdido mi trabajo
en la fábrica de pulóveres, bufandas y guantes.
Pero poco a poco la infelicidad dio paso al enojo.
Iría a la policía a denunciar a esa muchedumbre que
porque se le ocurría se había propuesto acabar conmigo.
Antes obligaría a los chanchitos a devolverme
el dinero. Algo me decía que el que dos casas se
derrumbasen por efecto de soplidos no podía ser mera
casualidad. Si no, ellos serían los primeros en conocer al
lobo que siempre llevaba adormilado en mi interior…
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62. 61
–Ajá… oink… oink.
–¿Gratis por un año?
–Es lo que dije… oink… oink.
Acepté la con rapropuesta. ¡Por mis cuatro molares!
Una casita rodeada de verde y con ventanas floridas,
encima s n que me costase un peso, sería el premio más
que merecido para este lobo que desde que puso un
pie fuera de su jauría solo había recibido mamporros e
improperios.
Insistieron en no firmar contrato y me dieron la llave de
mi nuevo domicilio. Contento como lobo con dos colas fui
a ocupar mi hogar, pero en el camino sucedió algo que
me dio la explicación a varias cosas.
En un quiosco de revistas vi que el título principal de La
voz maravillosa informaba:
muestra
63. 62
ÚLTIMO MOMENTO:
LOBO FEROZ ROBA EL REBAÑO DE SU JEFE
Imagínense el aullido de sorpresa que se me escapó y
que no reproduciré aquí.
La noticia venía acompañada por dos fotografías. En
una yo aparecía sosteniendo un montón de lana como
si fueran pelotas de fútbol y en otra, como si fuesen
sandías.
Debajo, el epígrafe explicaba que el Lobo Feroz, en
alusión a mí, había sido fotografiado por el empresario
local Pastor M. Entiroso en momentos en que intentaba
robar varias ovejas de su rebaño; por el “robo”, el
“damnificado” había cobrado un abultado seg ro
Se trataba de las imágenes que ese truhan me había
tomado con su celular antes de que me pusiera a rellenar
colchones y a tejer pulóveres, bufandas y guantes. Pero a
decir verdad, parecían lo que el epígrafe erróneamente
indicaba. ¡Lupo velludo! Y ante la opinión pública yo
quedaba como un lobo feroz que se robaba las ovejas
por las cuales el pastor había cobrado engañosamente un
seguro.
Finalmente, despertó el lobo que roncaba en mi
interior. Aunque ahora me avergüenzo, en ese momento
deseé ser un carnívoro sanguinario para lanzarme sobre
el cuello de ese engañifa.
Me calmé, pero no me quedé quietecito. No, señor
juez y, a esta altura, espero que sorprendidos miembros
del jurado.
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64. 63
Hecho un tanque de guerra fui a la fábrica de Pastor
M. Entiroso. Lo encontré en su oficina contando los billetes
que había recibido de la aseguradora.
–Por su culpa, tramposo de porquería, me molieron a
palazos, rastrillazos y escobillonazos –lo increpé–. ¡Exijo
una indemnización por los daños sufridos! Y que también
salga a aclarar por todos los medios de comunicación,
incluido Internet, que en realidad fui víctima de su timo.
El tipo me miró y sin hacer un gesto dijo:
–Ahí tiene un sillón, espérese sentado.
¡Qué exaltación lobisón! Me puse como loco. Y sin
pensar en los resultados, comencé a agarrar ovejas.
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65. 64
–Las embargo en pago por lo que me hizo padecer
–le aclaré mientras las ovejitas balaban espantadas y yo
corría detrás de ellas para atraparlas.
–¡EL LOBOOO! ¡EL LOBOOOATACA MI
REBAÑO DE VUELTAAA! –chilló Pastor M. Entiroso
usando un megáfono que sacó de un bolsillo.
¿Y a que no saben qué?
Sí, damas y caballeros, en un periquete volvió a aparecer
la multitud que venía masacrándome sin yo comerla ni
beberla. Solo que esta vez me pescaron con las garras en la
masa o mejor dicho, con las garras en las ovejas.
Pretendí explicarles que no quería comerme a las
lanudas, sino que tomaba lo que me co respondía.
No me escucharon.
Descerrajaron palazos rastrillazos y escobillonazos;
hasta ovejazos me dieron mientras me decían de todo
menos “lindo”
A esa altura yo ya debería haber desarrollado cierta
tolerancia al dolor, pero con cada ¡zácate!, ¡ñácate!,
¡prácate! se me iba la vida. Si no escapaba, ahí se
acababa mi historia.
¿Feroz? Fue feroz el alarido que les lancé. Pude
turbarlos un segundo y así me esfumé.
Corrí, corrí, corrí hasta mi casa de ladrillos con jardín
y ventanas llenas de flores.
Entré y me quedé apoyado contra la puerta. Sabía que
por más que soplara un tifón mi guarida soportaría, pero
a la vez advertí que la casa no estaba vacía.
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66. 65
En la sala había una mesa con tres sillas: una alta, la
otra más o menos y la tercera, parecía hecha a mi altura.
Encima de la mesa había tres platos hondos. Uno era
grande; otro, mediano; y el tercero, pequeñito. Estaban
llenos con sopa que por el aroma supe que era de
verduras.
Sentía un hambre lobuna y me senté en la silla alta
desde donde con gran dificultad probé la sopa del plato
más grande, pero estaba hirviendo.
Me acomodé en la silla más o menos. Haciendo
algo de equilibrio me zampé una cucharada del plato
mediano, pero el caldo estaba helado.
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67. 66
Pude sentarme lo más bien en la silla bajita y como la
sopa del platito tenía la temperatura justa me la acabé
en el acto. Eso sí, terminé partiendo la sillita porque era
demasiado debilucha para mi peso.
Me agarró sueño. No podía ser de otra manera
teniendo en cuenta que venía huyendo desde hacía días;
además, mi cuerpo quebrado y chamuscado por donde se
lo mirase demandaba descanso.
Entré en una habitación que tenía tres camas. Una
era amplia y durísima; la otra, demasiado estrecha y al
tirarme sobre su colchón me dio la sensación de hundirme
en una pileta. La tercera se ajustaba a mis medidas
corporales y no estaba ni muy dura ni muy blanda Sobre
esa me arrojé a dormir a pata suelta. Después de todo
estaba en mi casa de ladrillos, gratis durante un año, con
jardín y macetas en la ventana
–Esta vez se comportaron los tres chanchitos –murmuré
mientras me iba perdiendo en un sueño que prometía
ser reparador y tranquilo–. Después de todo no son tan
cerdos como parecen…
Nuevamente mi confianza sufrió una estocada.
No habrán pasado quince minutos, cuando desperté
porque escuché voces en la sala. ¡Se habían metido
ladrones y yo que tan seguro me sentía! Lo único que
atiné a hacer fue cubrirme con la frazada y tratar de que
no se notara el temblequeo de mi cuerpo.
–Alguien se sentó en mi silla –decían a coro en la sala
un gruñido masculino y una fina voz de mujer.
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68.
69. 68
El oso gordo y grandote sentenció:
–RICITOS DE ORO VOLVISTE A INVADIR NUESTRA
CASA.
–Yo no soy… –intenté decir a la vez que confirmaba
que, como suelen decir, no hay año sin desengaño.
Y este es mi año para vivir desengañándome: los
hermanitos Tocinetta me habían metido el perro de nuevo
haciéndome ocupar una casa que ya estaba ocupada por
una familia de plantígrados con pésimo humor.
–¿CREÍAS QUE NO TE ÍBAMOS A RECONOCER CON
ESE DISFRAZ DE LOBO? –bramó la osa.
–Si me permiten…
–PERO ESTA VEZ NO TE VAS A ESCAPAR SANA Y
SALVA –aseguró el osezno.
A la cuenta de tres, la familia osuna se me tiró encima.
Trompadas, piquetes de ojos y mordiscones me venían de
todas partes. Yo gritaba, imploraba, pedía un segundo
para explicarles, pero e taban descontrolados.
El papá oso me pescó del pellejo de la nuca y me
lanzó por la ventana. Al menos se hubiera tomado el
trabajo de abrirla. Pero no. Si algo me faltaba era sumar
cientos de esquirlas de vidrio clavadas en mi maltrecho
cuerpecito…
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70.
71.
72. 71
¡Toc!
–Silencio o lo envío a baldear los pisos de la cárcel con
un dedal lleno de agua. A ver, pequeña, le ruego que deje
de canturrear, salticar y me cuente.
–Ay, señor juez, hago lo que quiera, pero no me pida
que deje de cantar y saltar. Soy una niña inocente y
juguetona…
–Como quiera, pero cuando salte trate de no hacerlo
sobre mi pie derecho.
–Muchas gracias. Bueno, aunque recordar lo sucedido
aún me aterrorice, es necesario que sepan que como mi
abu está enfermucha desde hace meses, mi madre me
envía a diario a su casa a llevarle comidita y remedios…
–Es una niñita bondadocha chenor. Y grachias a echo
ya me voy reponiendo.
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73. 72
–Todo fue bien hasta que me encontré con el Lobo Feroz.
Intentó distraerme pese a que yo le dije que mamá me
había alertado sobre los peligros de hablar con extraños.
–Además, como verá cheñor, es una criaturita muy
conchiente.
–Lo eludí y pude llegar a casa de abu a cumplir con
mi encargo. Pero cuando retornaba a casa, él intentó
distraerme de nuevo.
–¡Qué peligrocho es el mundo para las caperuchitas!
En cada esquina hay un lobo feroch dispuesto a lo peor,
chu cheñoría.
–Al día siguiente volví a pasar frente a él y esta vez se
me cruzó en el camino. Me preguntó a dónde iba y como
siempre digo la verdad, le conté que abu me esperaba
en su casita en el claro del bosque Incon cientemente le
di información clave: como lobo que es, tramó comernos
a las dos. Y como los malvados siempre recurren a las
mentiras, me señaló n sendero diciéndome que era el
modo más ráp do de llegar a mi destino.
–Caperuchita, que es muy ingenua, le creyó sin saber
que eche es el camino más largo para llegar a donde
yo vivo. Y por ahí che fue, mientras que eche achechino
corrió por otro chendero, que en realidad es más corto.
–Demoré como dos horas en llegar y al entrar vi
a abu en su cama. Usaba su camisón y cofia, como
siempre, pero al acercarme le noté los ojos, orejas y uñas
más grandes que lo habitual, sin contar el olor a pata
insoportable que ella no suele tener. Cuando le pregunté
muestra
74. 73
a qué se debían esos cambios, me fue respondiendo
sagazmente para que yo no sospechara que… que…
–Que el lobo feroch había llegado mucho antes. Me
había amordachado y maniatado para meterme dentro
de una olla.
–Al notar su dentadura de tiburón hidrofóbico, le
comenté: “Abu, ¡qué dientes más grandes tenés!”.
Ahí mostró la hilacha. Al grito de “son para comerte
mejooooor”, intentó agarrarme pero yo me escabullí. Él
se enredó entre las sábanas, lo que me dio tiempo para
liberar a mi abu…
–Juntas escapamos de una muerte chegura, cheñor
juez. Y fuimos a denunchiarlo con la po ichía. Ahí nos
enteramos que ya lo habían denunchiado la doctora
Capricornia, los hermanitos Tochinetta y el cheñor M.
Entirocho.
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75. 74
–Pero confiamos en que el jurado sabrá llegar a
un veredicto justo y que conforme a quienes nos vimos
afectados por ese salvaje.
–Yo les chugiero, como mínimo cadena perpetua.
–¡Auuu y diez auuu más!
–¿Qué le dije sobre sus aulliditos? Un desacato más y
lo condenaré a cien cadenas perpetuas…
–¡Por mis dos caninos! Su señoría y loables miembros
del jurado, no se dejen embaucar por esa niña que
canturrea y saltica como si la hubiese picado una
tarántula. Tampoco caigan en la telaraña de esa anciana
que habla todo achí. Esa caperuza roja y esas canas y
arrugas en realidad son efectivos pero falaces disfraces
para ocular un delito gravísimo…
¡Tácate!
–¡Auuuch!
–El martillazo, señor lobo, fue para que se deje de
generar intriga y sea conciso. Hace diez horas que
estamos aquí escuchándolo replicar a sus acusadores y
hasta el momento, no veo que haya podido refutar las
denuncias en su contra.
–Entonces, le pido que retire su martillo lo más lejos
que pueda de mi ya aporreada cabecita. Porque con lo
que les contaré seguro emitiré más de un aullido. ¡Lupo
coludo! En esta historia el único que no es feroz soy yo,
en cambio…
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78. 77
Luego de llevarme por delante troncos, tropezar con las
raíces que se deslizaban por el piso y de casi ahogarme
en un pantano lleno de lagartos, divisé la cabaña. En ese
preciso instante mi amiguita llegaba y era cariñosamente
recibida por su abu. Después de echar sigilosas reojeadas
en torno a ellas, entraron.
Suelen decir que hay que escuchar más a la intuición
que a la razón, y yo le hice caso al dicho. No toqué
el timbre ni golpeé a la puerta. En cambio, me asomé
apenitas por una de las ventanas de la cabaña y…
¡Lupo peludo! Qué digo peludo, ¡peludísimo! Adentro
estaba colmado de jaulas apiladas de piso a techo.
Alojaban aves de plumajes y colores exóticos; pequeños
y medianos roedores que yo había visto en enciclopedias
o en documentales de la tele y por so sabía que no eran
originarios del bosque También enjaulados había reptiles
de todos tamaños y modelos. Más allá, en las peceras
nadaban peces extrañísimos y, por cierto, muy bellos.
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79. 78
Entre los pasillos que formaban jaulas y peceras
caminaban Caperucita y la anciana. Los animales emitían
sus voces desesperadas, ambas debían hablar a los gritos,
por eso pude escucharlas clarito desde donde me hallaba.
–Ya entregué los camaleones que saqué ayer
escondidos en mi canastita, abu.
–Muy bien, nenita. Sos una muy buena cómpliche en
mi negochio de fauna exchótica. ¿Chegura que nadie te
chiguió?
–Chegura, digo, segura. Solamente debí eludir a un
lobo que primero estaba rellenando colchones y después,
tejiendo pulóveres, bufandas y guantes, pero el gil no
sospechó nada.
¡Por mis dos caninos! La niña y su abu eran traficantes
de animales. Con el cuento de que debía llevarle comida
a la ancianita enferma, Caperucita entraba al bosque
y salía llevando su carga animal a los clientes sin que
nadie dudara de ellas ¿Entienden ahora a qué me refería
cuando dije que ambas usaban disfraces?
En ese momento, se desató por completo el lobo en mí:
no comería carne, haría justicia.
Me propuse liberar a las pobres criaturas y denunciar
a ese par de criminales ecológicos. Eso además serviría
para limpiar mi nombre, que estaba bastante mancillado
por cierto.
Mi plan era sencillo pero arriesgado. Igualmente nada
me detendría. Estaban en juego la vida silvestre y mi
reputación.
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80. 79
Por una pared escalaría hasta el techo con intenciones
de llegar a la chimenea; por ahí me metería para
pescarlas por sorpresa.
La suerte seguía con ganas de jorobarme.
Una vez que estuve en el techo, pisé unas tejas sueltas.
Estuve así de caerme y partirme la nuca. Me salvé,
pero hice un ruido escandaloso.
Dejé pasar unos segundos para ver si me había delatado.
Como no escuché las voces de Caperucita o su abuela,
decidí seguir con mi plan.
Llegué a la chimenea y me metí.
Como si fuera una araña, me fui descolgando por el
interior tratando de no mirar hacia abajo porque seguro
me mareaba.
Todo iba a la perfección, hasta que al mirar hacia
arriba vi asomar la ca ita inocente de Caperucita.
–Uy, abu, un lobo está taponeando la chimenea –
comentó muy socarrona.
–No e preocupes, nietechita, yo me encargo de
él –escuché decir a la anciana y la vi meter una olla
llenísima con agua hirviendo justo debajo de mí.
–¿Qué comemos hoy? –preguntó Caperucita–. Ya sé:
sopa de lobo zonzo –se respondió.
Y comenzó a arrojarme tejas para hacer que me
soltara de la pared interna de la chimenea. Me iría
directo hacia el agua crepitante que me esperaba abajo.
¡Auuuuy! Las tejas me daban en la frente, el hocico, la
nuca. Yo no podía esquivarlas porque me iba en banda.
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81. 80
Pero la niña tenía buena puntería y estaba empecinada en
hacerme caer. Me lanzó un t jazo entre los ojos que me
hizo ver nublado y perder el equilibrio.
Me solté en el preciso momento en que alguien sacaba
la amenazante olla del fogón.
No me herví, pero caí en seco en el piso del fogón y
terminé de quebrarme hasta el caracú. ¡Auuuch y diez
auuuch más!
Una patrulla de guardabosques había sacado la olla.
¡Lupo peludo! Pensé que habían llegado para sumarse a
mi operativo de rescate de las aves, mamíferos, reptiles y
peces que esas dos pensaban transformar en dinero mal
ganado.
Pero, como ya era mi costumbre, me equivocaba.
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82. 81
Apenas los guardabosques me vieron estrellarme
contra el piso, se me abalanzaron gritando:
–¡LO ATRAPAMOS!
–Ay, muchachitos, que bueno que aparechieron a
tiempo. Eche lobo amenachaba con comernos. Chon
unos justichieros –les decía la anciana que en algún
momento había tapado las jaulas y peceras para que no
descubrieran su sucio negocio. Debajo de fundas para
sillones estaban perfectamente camufladas.
Los guardabosques me ataron desde las orejas a la
punta de la cola como si yo fuera una gran salchicha.
Me colgaron de un palo y cargándome me sacaron de la
cabaña.
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83. 82
–Enseguidita nos acercamos por la comisaría a hacer la
denuncia por intento de almuerzo en contra nuestro –nos
despidió la descarada Caperucita.
–Antes tenemos achuntitos que arreglar –agregó su
abuela.
Nuevamente se metieron en la cabaña. Las vi matarse
de risa y celebrar su triunfo sobre la verdadera justicia,
que estaba encarnada en este lobo incomprendido.
Un lobo decente y honrado, que sin embargo iba
rumbo a la cárcel acusado por una pila de delitos que
jamás cometió.
Señor juez, damas y caballeros del jurado, con esto
termino mi propia defensa.
He aullado, digo…
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84.
85.
86. 85
¡Tac!
–¿¡Cómo!? ¿Ya tienen la decisión tomada? ¡Vaya, qué
rápido!
–Es que como suelen decir, a un lobo justo, la justicia
no demora en llegarle.
–Eso está por verse. Señor presidente del jurado, como
juez de esta corte le pido que le entregue el veredicto a mi
secretario para que pueda leerlo en voz alta, clara y sin
comerse las “h”.
–Ahora mismo, su señoría. En la ciudad de Mataquín,
a los doce días del corriente mes de este año, luego
de haber escuchado todos los testimonios e el juicio
por la causa “Caperucita Roja y tros ve sus Ludovico
Lupus Canis, alias Lobo Feroz, por intento de almuerzo
reiterado y agravado por el uso de colmillos”, nosotros los
miembros del jurado declaramos al acusado… inocente.
–¿QUÉ DIJO?
–Creo qu … bee… oí “culpable”.
–Yo escuché todo lo contrario.
–Le pido, señor presidente, que vuelva a decirlo en voz
más alta.
–Declaramos al acusado… ¡Inocente!
–¿QUÉÉÉ? ¿¡CÓMOOO!?
–¡Qué alegrón lobisón!
–¡ESTO ES INAUDITO!
–¡Lupo orejudo! Sabía que tarde o temprano se haría
justicia.
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87. 86
¡Toc! ¡Tuc! ¡Tac!
–¿Están seguros de la decisión a la cual llegaron? Mire
que luego no hay derecho a llorisquear.
–Estamos segurísimos, su usía. Es más, ordenamos
encarcelar ya mismito a los exacusadores del admirable
señor Lupus Canis. Los delitos son lesiones, mala praxis
médica, estafas reiteradas, falsos testimonios y venta
ilegal de fauna exótica.
¡Toc!
–Se hará justicia.
–¡Auu y diez auuu más!
–Ahórrese los aullidos de festejo, ¿quiere? Mire que
aún estoy a tiempo de mandarlo a sacudir el polvillo de la
penitenciaría con una plumita de gorrión
–No, su señoría, no estaba celebrando. Aunque
motivos me sobran, ¿no? En r alidad quería llamar su
atención para solicitarle me conceda el derecho de poder
decirles algunas palabritas a la doctora Capricornia, sus
siete “angelicales” cabritos, al señor Pastor M. Entiroso,
los hermanitos Tocinetta, Caperucita y su abu.
–Pero que sea ligerito, ya me están saliendo canas
verdes en la peluca. Mientras usted dice lo que tenga para
decirles, yo me voy yendo. Aún hay sol y tengo ganas de
ir a la pile del club.
–Hasta la vista, su señoría. Fue un gustazo. Ustedes,
acérquense, porfis. Lo que voy a decirles debe quedar
entre nosotros. Así está bien. Para que sepan: los
miembros del jurado son… son… son…
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88. 87
–¿QUÉÉÉ?
–Mi familia y pares de la jauría.
–¿¡CÓMOOO!?
–Yo también me permití una mentirilla.
–¿CUÁÁÁL?
–Para demostrarles que pese a ser vegetariano sigo
siendo un lobo con las letras bien puestas, cuando supe
que todos ustedes estarían reunidos en una misma sala
decidí convocarlos…
–¿PARA QUÉ?
–¡Qué preguntones lobisones! ¿Para qué va a ser?
muestra
89. 88
Para servirles una comida inolvidable. Entrada: una cabra
y siete cabritos. Primer plato: pastor mentiroso. Segundo
plato: tres chanchitos estafadores. Postre: una caperucita
roja y su abuela.
–¡NOOOOO!
–¡Sííííí! Papá, mamá, hermanos y vecinos, mientras
ustedes persiguen su comida, yo me comeré esta
zanahoria. Y a la vez iré pensando una moraleja para
esta historia.
¿Cuál puede ser?
Ah, ya sé: ¡cuidado con el verdadero Lobo Feroz!
O no, esta moraleja suena mejor: ¡Ojo con ese Lobo
Feroz que puede estar disfrazado de cabri o, pastor,
chanchito, caperucita o abu!
Ahora: ¡Auuuuu… a comeeeeer!
FIN
muestra
90.
91. 90
El personaje
El lobo como personaje
malvado aparece en
antiguos relatos de
muchas culturas. Podemos
encontrarlo n las fábulas
de Esopo: El perro y el
lobo, La grulla y el lobo,
y El lobo y el cordero,
pero sin dudas la más
famosa es El pastorcillo
mentiroso.
Es el antagonista de Caperucita
Roja, que el francés Charles Perrault
publicó en 1697 en su libro Los
cuentos de la mamá Oca, y que
Gustavo Dore dibujó para la edición
que se hizo de ese libro en 1867.
Los hermanos alemanes Jacob y Wilhelm
Grimm publicaron su versión de Caperucita,
primero en 1812 y luego en 1815, en
Cuentos de la infancia y el hogar. A
diferencia de la de Perrault, que tiene un
final trágico, ellos añadieron la figura del
leñador que rescata a la niña y a la abuelita.
Los hermanos Grimm también escribieron
otros cuentos con este animal como
personaje: El lobo y el hombre, El lobo y la
zorra, y El lobo y los siete cabritos que, entre
otros, fue dibujado por el artista alemán
Oskar Herrfurth.
muestra
92. 91
Si bien no son lobos, los
coyotes pertenecen a la
misma familia. Hay uno tan
famoso como “el Lobo Feroz”:
se llama Wile E. Coyote.
Fue creado por Chuck Jones
como protagonista de una
serie de dibujitos animados
de los estudios Warner que
comenzó con un corto en
1949 y en el cual persigue, sin éxito y para su desgracia, al
Correcaminos.
Los licántropos son personas
que pueden transformarse en
lobo.
El hombre lobo apareció
en varias películas, una
de las más famosas fue
filmada en 1941; la última
hasta el momen o fue
rodada en 2010 y estuvo
protagonizada por Benicio
del Toro.
En las novelas de Harry Potter, escritas por J. K. Rowling,
aparece un hombre lobo llamado Remus Lupin. En la saga de
Crepúsculo, de Stephenie Mayer, hay una tribu de hombres lobo
entre los cuales está Jacob, quien ama a Bella, la protagonista,
por lo cual es enemigo del vampiro Edward.
muestra
93. 92
EL CUENTO
El lobo es el antagonista de Caperucita Roja, pero se ha hecho
tanto o más famoso que ella. Aun así, no aparece en el título ni
del cuento de Perrault ni de los hermanos Grimm. Tampoco tiene
nombre y lo que puede ser su apellido, “Feroz”, es algo que se
agregó a medida que el relato se fue contando.
El diálogo entre él y Caperucita, cuando se encuentran en la
cabaña, es uno de los más famosos de la literatura universal.
Solo tal vez comparado con el “espejito, espejito” de la
madrastra de Blancanieves. También el hecho de darle a elegir a
la niña entre “el camino corto” y “el camino largo”, hasta hoy se
usa como metáfora de los riesgos de hacer las cosas sin esfuerzo
y recurriendo a lo sencillo.
En la versión de Perrault, el lobo termina comiéndose a
Caperucita y sanseacabó. En cambio, a l s Grimm les debemos
el que un leñador, luego de abri le la panza del animal, logre
que la niña y su abuelita algan v vas y sanas; también añadieron
una segunda aventura con otro lobo que quiere comérselas, pero
gracias a un ar id de la anciana termina ahogándose en un
pozo.
En la fábula Los tres cerditos, el lobo salva su vida pero no la
pasa nada bien. Cuando no puede voltear con sus soplidos la
casa del tercer cochinito, construida con ladrillos, se desliza por
la chimenea hasta caer dentro de una olla con agua hirviendo,
tras lo cual huye para no aparecer más. Igual de mal la pasa en
El lobo y los siete cabritos, donde termina lleno de piedras que la
cabra le pone en la barriga luego de sacar vivos a sus hijos.
En cambio, en El pastor mentiroso, se toma revancha. Cuando
al pastorcillo dejan de creerle sus anuncios de que un lobo va
a comerle el rebaño, queda a merced del animal que se da un
verdadero banquete sin que nadie lo detenga.
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