3. Las fábulas son historias tan viejas, tan viejas, tan viejas que ya
se contaban hace miles de años, incluso mucho antes de que se
inventara la escritura. Aunque algunas están protagonizadas por
seres humanos, casi casi siempre los personajes de las fábulas son
animales que, eso sí, hablan, piensan, se enojan, se ríen, hacen
lío… Es decir, que se portan como personas. Dicen que justamente
por eso surgieron las fábulas, para mostrar distinta conductas
humanas y hacer así reflexionar sobre lo que está bien y o que
está mal. Lo cierto es que en las fábulas se riti an, por ejemplo,
la maldad, la ambición, la mentira, la envidia y otros defectos. Y se
exaltan virtudes como la prudencia la lidaridad, la previsión, la
laboriosidad… Esa es la razón por la que para muchos, las fábulas
son un género didáctico, que int nta nseñarnos algo. Por las dudas
de que el que las leía no las en endiera, algunos autores de fábulas
colocaban al final na moraleja que explicaba CLA-RA-MEN-TE lo
que habían querido decir con el relato. Esto lo hacían sobre todo
en Francia, allá por el siglo XVIII, los escritores que pertenecían
a un movimiento artístico llamado Neoclasicismo. Pero esto no es
necesario, por supuesto, porque cada lector puede pensar solito
y sacar sus propias conclusiones. Por eso no siempre las fábulas
terminan con una moraleja, como ocurre con las más antiguas que
conocemos que son las de Esopo. De él se dice que era un esclavo
que vivió en Grecia hacia el año 550 a. C. y que consiguió su libertad
gracias al talento para crear estas historias, aunque nada de esto es
PRÓLOGO
muestra
11. —Necesito que vayan al bosque y que traigan ramas
para hacer un manojo de leña.
Allá fueron los tres, pelea que te pelea…
—Yo voy a traer más ramas.
—El que va a traer más ramas voy a ser yo.
—Ninguno de los dos: yo.
—No me empujen.
—No molesten.
—No me hablen.
Regresaron, más tarde, con much s ramas Y peleando.
El padre juntó todas las varas de madera y las ató bien, formando
con ellas un enorme haz de leña.
Entonces les dijo a sus ijo
—Quiero que rompan este haz de leña.
—¿Que lo rompamos? —repitieron los hijos sin comprender.
—Sí, quiero que lo partan por la mitad.
El hijo mayor se adelantó. Era grandote, robusto, fornido…
—Voy a romperlo enseguida.
Tomó el enorme haz de leña e hizo fuerza para partirlo. Pero por más
que apretó por acá y presionó por allá y forcejeó por ambos lados, no
pudo lograrlo.
muestra
13. Entonces, se adelantó el segundo hijo del labrador. Era grandote,
robusto, fornido... Tanto como su hermano mayor.
—El que va a romperlo seré yo.
Le quitó el enorme haz de leña a su hermano mayor e hizo fuerza para
partirlo. Pero por más que apretó por acá y presionó por allá y forcejeó
por ambos lados, no pudo lograrlo.
Finalmente, se adelantó el menor. Era grandote, robusto, fornido…
Tanto como sus hermanos.
—Déjenme a mí. Yo sí lo romperé.
Aferró el enorme haz de leña e hizo fuerza para partirlo. Pero por más
que apretó por acá y presionó por allá y forcejeó por ambos lados, no
pudo lograrlo.
Cuando los tres hijos se dieron por vencidos, el labrador desató el haz
de leña, lo deshizo y l en regó a cada hijo un par de ramas.
—Ahora quiero que las rompan.
No les costó nad de trabajo quebrarlas una por una.
—Cuando no están unidas es más fácil —dijo el mayor.
—Mucho más fácil —comentó el del medio.
—Facilísimo —agregó el menor.
El padre sonrió.
—Pues lo mismo puede pasar con ustedes. Si están unidos, serán
invencibles, pero si pelean y están divididos...
muestra
27. —Imposible —le contestaron—. El muchacho lo hizo perfecto. Nadie
puede superarlo.
—Les aseguro que es muy fácil —insistió el hombre y desafió al joven
imitador a una competencia—. Mañana lo haremos juntos y la gente
decidirá quién es el mejor.
El muchacho aceptó y al día siguiente el teatro estaba colmado por una
muchedumbre ansiosa. Todos apostaban a favor del joven y estaban
seguros de que iba a ganar las mil monedas de oro sin problema.
—El hombre va a hacer el ridículo.
—Un papelón va a hacer.
—Será el hazmerreír del pueblo.
—Por supuesto. El muchacho es insupe able.
—No tiene ni la menor oportu idad de ganarle.
muestra
29. —OINK, OINK, OINK… —imitó el sonido de un cerdo tan bien como el
día anterior.
El público que se inclinaba a su favor, lo aplaudió y lo vitoreó.
—¡Bravo!
—¡Maravilloso!
—Es el mejor…
Entonces le tocó el turno al hombre. Se hizo un profundo silencio y
mientras giraba la cabeza para la derecha y para la izqu erda, acercaba
el mentón al pecho y tomaba aire… metió la mano en la capa, tironeó
de la oreja del cerdito que se despertó y…
—OINK, OINK, OINK… —chilló el pobr animal.
El hombre sonrió satisfecho. Pero tod el público tenía el ceño fruncido.
—De ninguna mane
—El joven lo h zo mucho mejor.
—Sí, a él la imitación le salió perfecta.
—Parecía el sonido de un cerdo.
—Igualito. En cambio esto…
—El joven merece las mil monedas de oro.
El hombre no podía creer lo que la gente decía.
—Vergüenza debería darles. No saben nada de nada. El sonido que hice
yo es el auténtico.
muestra