2. Documento 1
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Dimensión Humana
INTRODUCCION
LA ANTROPOLOGÍA FILOSÓFICA
Hoy en día se estudia al hombre desde múltiples perspectivas. La especialización a
que ha llegado el mundo de la ciencia y de la investigación han tenido en el hombre
uno de los lugares privilegiados de estudio, sobre todo en el siglo XX. Así, al hombre
lo estudian ciencias como la biología, la sociología, la psicología, la antropología
cultural, la pedagogía, la etnología, la medicina, la economía, etc. Objeto de
investigación de la antropología filosófica es también el hombre, pero su perspectiva
es diversa. Tarea fundamental de esta ciencia será plantearse filosóficamente el
problema del hombre. En otras palabras, la antropología filosófica se propone
propiciar la reflexión acerca de lo que es el hombre globalmente considerado, no
solamente por interés intelectual o con fines puramente prácticos, sino como
búsqueda de una respuesta existencial acerca del significado de la vida humana.
Se puede decir que esta disciplina pretende colocarse dentro del ideal filosófico
contenido en la expresión de Sócrates: “conócete a ti mismo”.
En sí, esta materia es algo que concierne a todo hombre y, por tanto, es capaz de
suscitar el interés de todo ser humano. No se necesita ser un científico o una
persona especializada en alguna de las ramas de la ciencia para abordar los temas
de la antropología filosófica, aunque también aquí se requiere una cierta instrucción
de base. Pero fundamentalmente la antropología filosófica busca reflexionar sobre
lo que cada ser humano es, en vista de clarificar mejor el sentido de la vida y poder
vivir mejor o con mayor plenitud, descubriendo aquello que nos hace ser plenamente
humanos. De hecho, todo ser humano tiene ya una cierta visión del hombre: quién
es el hombre, qué es lo que lo caracteriza, por qué o para qué vive, cómo debe
comportarse, qué hacer para conseguir la felicidad o realización personal, etc. Sólo
que la mayoría de las personas no ha reflexionado suficientemente tales ideas o
convicciones, ni las ha organizado convenientemente de forma sistemática, ni todos
tienen la oportunidad de confrontar sus convicciones con otros modos de entender
al hombre que se han dado en la historia o que se manifiestan en la sociedad.
Toda persona medianamente instruida cree saber quién es el hombre, pero,
interrogada, por lo general encuentra dificultad de poder expresarlo de manera
satisfactoria.
Habría que admitir, pues, que son relativamente pocos los que llegan a una
determinación explícita de la naturaleza humana, de manera que puedan dar razón
de sus ideas y exponerlas de modo sistemático. Con ello se cae en el peligro de
vivir por vivir, de gastar esfuerzos y energías en lo que quizás no vale la pena porque
no nos va a llevar a la plenitud humana. En ese sentido, hay que decir que la
antropología filosófica es de importancia capital si queremos conducir nuestra vida
con verdadera conciencia. En efecto, hay una visión del hombre, generalmente
implícita, detrás de todo proyecto que tenga que ver con la vida humana. Todo
programa político de gobierno está inspirado en una determinada visión de lo que
el hombre es o debe ser. Asimismo, detrás de todo proyecto pedagógico,
económico, social, hay también de fondo una visión del hombre. La misma religión,
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al presentarse como una propuesta de salvación, traza igualmente una concepción
de la vida humana. La antropología filosófica busca entonces provocar la reflexión
acerca de la naturaleza del ser humano, con el fin de llegar a determinar una visión
del hombre de manera sistemática, orgánica, racionalmente fundamentada. Al
mismo tiempo, intenta darnos los criterios para poder distinguir entre una u otra
orientación filosófica que sirve de base o inspiración a los distintos proyectos
políticos, económicos, sociales, educativos, etc. En realidad, todo hombre tiene el
deber moral de plantearse seriamente el sentido de su existencia. De lo contrario,
estaría renunciando a vivir auténticamente como ser humano y se
expondría a ser manipulado por las distintas instancias, grupos e ideologías que
buscan imponer sus intereses en la sociedad. El ser humano no puede eximirse1
de
poner en juego su reflexión y el don precioso de su racionalidad para lo que debe
considerarse como lo más importante: su propio ser. Renunciar a ello significa
sumergirse en el trajín de una vida vacía y superficial, sin llegar a identificar las
verdaderas razones para vivir que hacen de la existencia una vida auténticamente
humana.
Hoy en día existe el gran riesgo de refugiarse en la masa, en lo que "todo el mundo"
piensa, dice, hace. Máxime en la actualidad, con el gran poder de los medios
masivos de comunicación, con los que la opinión pública es fácilmente influenciable,
gracias a la sugestividad de la publicidad, se corre el peligro de vivir de las modas,
de caer en una mentalidad de masa que nos despersonaliza y nos hace conducir la
propia vida sin verdadera conciencia, sin haber reflexionado en el sentido de la
misma. El filósofo alemán contemporáneo Martín Heidegger denuncia cabalmente
ese carácter impersonal de la sociedad actual y que resulta una amenaza para la
autenticidad del ser humano: la tendencia a la masificación. Todo el mundo tiende
a uniformarse, en sus gustos, ideas, criterios, etc. con lo que se dice, se juzga, se
piensa, etc. Es el reino de la indeterminación, de la mayoría, del "término medio".
Disfrutamos y gozamos como se goza; leemos, vemos y juzgamos de literatura y
arte como se ve y juzga; incluso nos apartamos del "montón" como se apartan de
él; encontramos "sublevante"2
lo que se encuentra sublevante. El "uno", que no es nadie
determinado y que son todos, si bien no como suma, prescribe la forma de ser de la vida cotidiana.
Es el peligro de vivir en una sociedad del "aplanamiento", donde las diferencias y la
originalidad tienden a ser eliminadas en función del "término medio" o de la
"mayoría". El curso de antropología filosófica busca cuestionar nuestra vida también
en este sentido, y nos exigirá plantearnos seriamente el problema del sentido de la
existencia.
1
liberarse
2
enfrentamiento a un poder establecido
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4. Visión del hombre como persona. Dignidad y valor absoluto.
La antropología filosófica que aquí se pretende presentar se inspira en un
determinado concepto de hombre: el hombre como persona. Este término, aunque
en el lenguaje ordinario se usa muchas veces corno sinónimo de "ser humano",
"hombre", "individuo" de la especie humana, etc., tiene sin embargo una
significación filosófica muy particular. El término persona , en efecto, designa
filosóficamente un modo determinado de ver al hombre, una dirección específica en
la búsqueda de respuesta a la pregunta genérica de la antropología: ¿qué es el
hombre? A esta pregunta tiende a responder el término persona, presentándolo
con una serie de connotaciones originales. Tanto es así que dicha reflexión sobre
el término y la realidad de la persona ha dado origen a un movimiento de ideas
llamado personalismo. Éste recoge una tradición secular3
, a la cual añade sus
propias reflexiones, en la línea de una filosofía siempre cuestionante y renovadora.
El situarnos dentro de la visión personalista para desarrollar la antropología
filosófica obedece a que la consideramos como una visión integral del hombre.
Como veremos posteriormente, muchas filosofías sobre el hombre pecan de
parciales y reduccionistas, al desarrollar algún aspecto del ser humano en
detrimento4
de otros. Nos parece que el personalismo, además de valorar al
hombre conforme a su altísima dignidad, procura considerarlo de un modo
armonioso en todas sus dimensiones. Es por eso que la estimamos como una visión
válida y capaz de justificarse filosóficamente.
Con lo anterior no se pretende cerrarse ante otras visiones del hombre. Por el
contrario, el personalismo es un movimiento de ideas abierto y en diálogo con otras
visiones. De tal manera que se tendrán en cuenta y se juzgarán críticamente otras
formas de concebir al hombre que se han dado en la historia del pensamiento
occidental.
4.1. El hombre como persona: dignidad y valor absoluto
El personalismo es un amplio movimiento de ideas que se desarrolla en direcciones
diferentes e incluso, en parte, contrastantes. Sin embargo, se ve aunado5
por una
fuente de inspiración común: su concepto de persona como valor absoluto y la
convicción de su altísima dignidad, que hay que defender y promover.
El concepto de "persona", y la rica carga de contenidos filosóficos que encierra, se
fue gestando y desarrollando a lo largo de muchos siglos de historia. Los diversos
autores están de acuerdo en admitir que éste tuvo su origen en el desarrollo del
pensamiento teológico y filosófico de inspiración cristiana, que se sirvió, a su vez,
de términos tomados de la filosofía griega.
3
de hace siglos
4
disminución, daño.
5
unida, combinada
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La historia del concepto de persona es la historia de un rodeo, cuya exposición nos
introduce momentáneamente en el núcleo de la teología cristiana. Lo que hoy
denominamos “persona” sin la teología cristiana, hubiera quedado sin nombrar, y no
hubiera estado presente en el mundo (las personas no son simplemente
acontecimientos naturales)
4.1.1. Origen histórico del término y sus aplicaciones
● En la Grecia antigua
En Grecia, cuna de la filosofía occidental, el término prósopon, que después se
tradujo al latín como persona, careció propiamente de significación filosófica. Dicho
vocablo designaba la máscara que usaban los actores en las obras de teatro, a
través de la cual resonaba la voz de quien actuaba en escena. Se refería, pues, al
personaje representado: el que comparece en el escenario y encarna o interpreta
un papel ante el público.
● En la antigua Roma
En un primer momento, el término persona continuó designando la máscara y el
personaje del actor de teatro, como en el mundo griego. Sin embargo, algunos
estoicos latinos comenzaron a darle un sentido más filosófico: concibieron el modo
correcto de vivir como la representación fiel de un papel teatral, identificándose éste
con la persona. Posteriormente, en la época imperial, comenzó a usarse como un
término de valor jurídico, designando al sujeto de derechos y deberes ante la ley,
con lo cual el vocablo comenzó a tomar un sentido más profundo y de mayor
contenido antropológico. Con el término “persona” en efecto, se hacía referencia al
hombre libre, en contraposición al esclavo, al que se designaba simplemente como
“hombre” (homo), es decir, miembro de la especie humana, en un sentido
meramente biológico y social. Pero en ocasiones se hacía también diferencia entre
“personas y cosas” y en este sentido todos los seres humanos, también los
esclavos, eran llamados personas. Aunque, en este último caso, sólo los libres eran
considerados personas con pleno derecho; los esclavos eran personas con
derechos limitados.
● En la época cristiana
Fue en época cristiana que el término persona comenzó a tener propiamente un
sentido filosófico. El motivo fue la discusión teológica que se suscitó alrededor de
los dogmas de la Trinidad y de la figura de Jesucristo. Con respecto a la cuestión
cristológica, en particular, casi desde los inicios del cristianismo se comenzó a
plantear la cuestión acerca de la naturaleza de Jesús. De acuerdo a los evangelios,
Jesucristo se presentaba como hombre verdadero, pero también afirmaba ser Hijo
de Dios e igual a Dios. El problema era, pues, a la hora de definir la doctrina, cómo
concebir a Jesucristo: si era Dios y hombre a la vez, ¿cómo podía darse tal unión?
¿Se trataba de dos sujetos o de un solo sujeto? ¿Cómo se conjugaban en él ambas
dimensiones, la humana y la divina? ¿Es correcto atribuir al Hijo de Dios el haber
nacido de María, el haber sido niño, el cansancio, el hambre, la sed, la muerte, etc.?
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¿O estas vicisitudes se deben atribuir solo a Jesús en cuanto a “hombre” pero no
a la segunda persona de la Trinidad?
La respuesta oficial a estas cuestiones filosóficas teológicas fue: en Cristo se dan
verdadera y conjuntamente dos dimensiones o naturalezas. Divina y humana (Dios
y hombre verdadero), pero en una sola persona. O sea, el término persona se tomó
ya, en sentido filosófico, como el sujeto último de pertenencia , aquél a quien le
pertenecen sus actos, el centro o punto de referencia de pensamientos, deseos,
emociones, acciones; el núcleo que unifica todo el ser. En Jesucristo se dan las dos
naturalezas, divina y humana, no confundidas, pero sí unidas en la única persona
del Verbo de Dios. Dicho de otra manera, según el dogma católico, el Verbo asume,
conservándola, sin absorberla o disolverla, la naturaleza humana. En Jesucristo no
pueden haber dos personas, pues serían dos sujetos que actuarían separadamente:
unas veces como Hijo de Dios y otras veces como ser humano, lo cual
comprometería el valor de su papel mediador en cuanto Dios y hombre a la vez, y
no respondería a lo que presentan los evangelios. De ahí que la discusión se zanja
definiendo en él la unión de las dos naturalezas, divina y humana, en una sola
persona.
Hay que señalar, a este propósito, la introducción de un nuevo término en el
vocabulario de la persona, como expresión de la hondura filosófica que va
adquiriendo el concepto: las definiciones dogmáticas ya no utilizan el término
prósopon para designar la persona, sino el término griego hypóstasis, que
designaba la substancia individual, la cosa misma completa, en contra posición a
“naturaleza” que traduce el termino griego ousía, utilizado antes por
Aristóteles para denominar la substancia. El término ousía, en sentido aristotélico,
se solía emplear para designar la especie o el género y, en general, la esencia o
predicado común a varias substancias individuales concretas. De ahí que se
prefiriera recurrir a otro término, hypóstasis, para subrayar la individualidad.
Dejando de lado el dogma, lo que interesa aquí, en sede filosófica, es el concepto
de persona que se va perfilando.
● En la época medieval
El término adquiere mayor consistencia durante la Escolástica6
. La época medieval
estuvo fuertemente influida por el aristotelismo. De Aristóteles se va a tomar el
término sustancia para aplicarlo al de persona, pero subrayando precisamente su
carácter individual.
Así, por ejemplo, Severino Boecio define a la persona como "sustancia individual de
naturaleza racional. Con ello quiere subrayar el valor y el carácter singular de la persona,
que no se reduce a ser un simple ejemplar de una especie.
6
movimiento filosófico y teológico que intento utilizar la razón, en particular la filosofía de Aristóteles, para
comprender el contenido sobrenatural de la revelación Cristiana.
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Tal definición de Boecio sirvió de base a la reflexión que sobre el ser humano como
persona fue haciendo la Escolástica. En particular, Ricardo de San Víctor completa,
corrigiéndola, la definición de Boecio. Persona no puede ser substancia, sino titular
de una substancia. Ésta designa siempre algo, un ser con una esencia determinada,
que puede ser compartida, en principio, por varios entes determinados, encontrar
múltiples realizaciones concretas. “Persona” en cambio, es una propiedad que no
conviene sino a uno solo puede corresponder, en cada caso, a un único individuo. De ahí
que Ricardo de San Victor define a la persona como “existente que existe por sí
misma, en la forma singular de existencia racional”. Por eso, en el caso de los seres
humanos es preciso subrayar su carácter de “persona” por encima de su
constitución como “sustancia” ya que los hombres no son simplemente lo que
determine su naturaleza: su naturaleza es algo que ellos poseen, y que se da en
ellos de una manera única e irrepetible en cuanto existen como “naturalezas
racionales”.
Más tarde, Santo Tomás de Aquino llama a la persona un “ subsistente distinto en
una naturaleza intelectual", fórmula en que resuenan los aportes tanto de Boecio
como de Ricardo de San Víctor. y añade que la persona es “lo más perfecto en toda
la naturaleza", poniendo de relieve su altísima dignidad. Por eso subraya, que
mientras la palabra “hombre” designa una especie, el término “persona” no alude
una clase, en cuanto individuo. De manera semejante a Ricardo de San Víctor,
afirma que “persona” no es propiamente un concepto, sino un hombre que hace
referencia a un individuo que es único. Se trata de un “nombre propio general”. Con
él se quiere subrayar carácter de singular e irrepetible que tiene todo ser humano.
Es por eso que las personas “actúan por sí mismas”, es decir sus acciones les
corresponden como propias, en otras palabras, son libres.
De la conjunción del concepto teológico de persona con el aristotélico de sustancia,
tal como se da en la Escolástica, resultan una serie de convicciones que se van
abriendo paso y que reflejan el altísimo concepto del hombre en la mentalidad
cristiana. He aquí algunas consecuencias de dicha reflexión:
⮚ La persona, en cuanto sustancia, tiene autonomía, existe en sí misma, como
un ente a se, no puede ser reducida a miembro de una especie o de una
sociedad ni agregado de una entidad. En consecuencia, nadie tiene derecho
a disponer de la persona; por el contrario, su autonomía debe ser respetada.
⮚ La persona, por estar dotada de razón y libertad, no es una sustancia
cualquiera entre las otras de la naturaleza, sino que posee una dignidad que
la sitúa en la cima de los entes naturales. Éstos siguen puramente las leyes
y mecanismos impuestos por la misma naturaleza. La persona, en cambio,
por su razón y libertad, es capaz de superar el "dato" meramente natural y
de trascenderse a sí misma, construyendo su existencia mediante el ejercicio
de su libertad. Esto incluye dominar y poner a su servicio el mundo natural.
⮚ La persona representa un valor en sí, tiene algo de único, inconfundible,
irrepetible. Si bien las cosas materiales pueden ser utilizadas
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indiferentemente por el hombre para su servicio, con las personas no ocurre
lo mismo. Hay una neta diferencia entre el mundo personal y el mundo
infrapersonal (animales, cosas materiales).
⮚ Otro aspecto importante de la reflexión cristiana sobre la persona es
considerarla como imagen de Dios creador, a quien se considera como una
Persona trascendente, con la cual el hombre puede entrar en una relación de
diálogo amoroso y salvífico. Más aún, se considera a Dios como fundamento,
el origen y la fuente, protector y defensor, en cuanto creador, de la persona
humana y sus atributos, y, en consecuencia, de su altísima dignidad y de su
valor absoluto ante otras realidades.
● En la época Moderna:
Destaca, sobre todo, el alto concepto del alemán Emanuel Kant, quien expresa así
el máximo imperativo ético: "Actúa de tal manera que consideres a la humanidad,
sea en tu persona, sea en la persona de cada uno de los demás, siempre como fin,
y nunca como simple medio". En pocas palabras plasma Kant el ideal ético del
personalismo, que deriva de la consideración del altísimo valor y la dignidad
absoluta de la persona. Como bien dice Adela Cortina “En la tradición Kantiana los
seres humanos son los únicos que tienen dignidad y no precio, valor absoluto y no
relativo, valor en sí y no para otra cosa. Este será también un aspecto profundizado
ulteriormente por el personalismo actual.
● En la época contemporánea:
La corriente personalista contemporánea, sin negar los valores antes mencionados,
aunque a veces en postura crítica con respecto a algunas de sus formulaciones,
tiende a resaltar más bien algunas dimensiones de la persona en especial: corpórea,
histórica, comunitaria, ética.