En este libro se narran las circunstancias que llevaron al etnólogo mapuche-pehuenche Aukanaw (1897-1994[?]) a dejar el ámbito de la ciencia para convertirse en un acérrimo practicante, defensor y propagandista de la Tradición Espiritual Mapuche. Se trata de cómo aconteció su llamado, su vocación espiritual. El autor, discípulo directo de Aukanaw, reproduce en estos escritos el relato que le hiciera el protagonista de esos curiosos sucesos. (Este relato continua en otro libro, titulado "La Misión" (de Aukanaw).
3. 1
INDICE
Introducción ................................................ 3
I ................................................................... 5
II .................................................................. 9
III ................................................................ 13
IV ................................................................ 15
V .................................................................. 19
VI ................................................................ 25
VII ............................................................... 29
VIII ............................................................. 37
IX ................................................................ 45
X .................................................................. 53
XI ................................................................. 61
XII ............................................................... 65
XIV .............................................................. 75
XV ............................................................... 83
Notas ............................................................ 87
Fragmentos de una
Enseñanza Olvidada ................................... 93
Biografía de Aukanaw ................................. 95
5. 3
"Mañana, cuando recuerden lo que estoy diciendo hoy,
viviré en sus corazones"
Aukanaw
La misión de estas páginas es recordar las palabras y enseñanzas del
Maestro Aukanaw.
Modestos monumentos a su memoria...
El maestro Aukanaw, en su paso por este mundo, dejó una
profunda huella en el corazón de todos los que tuvimos la
dicha de conocerlo y el privilegio de ser sus discípulos.
Fue una gran bendición el poder compartir con él, a lo largo de
muchos años, fascinantes conversaciones y maravillosas
experiencias.
Su retiro ha dejado un gran vacío. Un vacío que el tiempo no
ha podido llenar.
6. 4
Pero tenemos, por lo menos, el consuelo de que sus
pensamientos perduran cálidos y llenos de vida, conservados
religiosamente en sus enseñanzas y en sus escritos, y por sobre
todo en la transmisión de la misión de la Sagrada Ciudad
Ll'mll'm y del Divino Maestro Americano.
Carlos C. de Wiltz
7. 5
I
Aukanawel, aunque pertenezca a nuestro siglo, era un
hombre antiguo.
Era un "exiliado interior", un ser de élite perteneciente a otra
época, perdido entre sus contemporáneos.
Le tocaron en suerte aquellos años del principio de la
colonización de la Patagonia y del derrumbe y dispersión del
dilatado imperio mapuche.
Años no tan lejanos en el tiempo, y que a nosotros se nos
ocurren inconcebibles o remotos, años en que la tierra casi no
tenia alambrados.
"Soy Mapuche, hijo de la Tierra,
pero también soy hijo de las estrellas"
Aukanaw
(parafraseando al Popol Vuh)
8. 6
El mundo de sus mayores, ahora lejanos, fueron aquellas
tribus y aquellos hombres que atravesaban a caballo las
interminables distancias de la estepa patagónica.
El sabio hierólogo mapuche Aukanawel, durante muchos años
investigó los orígenes de la tradición espiritual mapuche-
pewenche.
Mientras realizaba este quehacer tuvo acceso a información y
"documentos" únicos y excepcionales, vió cosas sobre las que
los eruditos solo hablan y especulan, y pudo conocer secretos
celosamente guardados de generación en generación desde
tiempos inmemoriales.
De algún modo, Aukanaw llego a tomar contacto con una
verdad muy profunda, la cual habría de marcar para siempre
su destino, y le haría cambiar drásticamente la orientación de
su vida.
Aukanawel en su investigación descubrió, entre otras cosas,
que la historia del pueblo mapuche-pewenche tiene dos
pasados: uno el del pueblo (reche), y otro, el de los iniciados
en la ciencia sagrada (kim'n).
9. 7
Existían 3 niveles de conocimiento:
1. el de la gente común,
2. el de los machis (chamanes) y
3. el de una selecta minoría: los renüs (sabios ascetas o
amautas)
Los renüs poseían un conocimiento que no compartían con el
resto de la comunidad.
Mientras la sociedad que los rodeaba combatía, cazaba o
sembraba, los miembros de esta sociedad secreta de sabios se
reunían en cavernas subterráneas y desarrollaban una
misteriosa ciencia sagrada.
Resguardaban y transmitían secretos sorprendentes de épocas
remotas y olvidadas, y se mantenían en contacto con
Ll'mll'm, la "fuente del conocimiento”.
11. 9
II
El estudio que Aukanawel hiciera de esta historia secreta,
paralela a la historia oficial, lo llevo a descubrir que los
mapuches-pewenches no son una nación primitiva, sino los
restos degenerados de una civilización otrora superior.
Confirman este descubrimiento las inscripciones que
Aukanawel descubriera en la cumbre del cerro C..., los anales
escritos en tapices y kipus que encontró en una caverna a
orillas del río A..., o en los registros asentados en corteza de
árbol cuidadosamente ocultos en la piedra santa del paraje El
M....
Inscripciones, todas estas, que ya no se dejan descifrar ni por
los mapuches comunes (reche) ni por los machis.
Es como si el pueblo mapuche-pewenche hubiera olvidado el
lenguaje escrito y solo le quedara el oral.
12. 10
En coincidencia con esta conclusión de Aukanawel, escribía el
sagaz abate Juan Ignacio Molina en 1787:
parece que la nación mapuche ..."haya sido otro tiempo más
culta de lo que es al presente, o [quizás]... sea el residuo de
algún gran pueblo ilustrado..."
Con el devenir de las eras, se fue desarrollando una raza
fuerte, sana y valerosa pero que ya no guardaba memoria ni
leyendas de un pasado maravilloso.
Sus artefactos fueron del tipo más simple, y su cultura sencilla
y primitiva.
El ilustre antropólogo Edward B. Tylor reconocía, lo mismo
que Herbert Spencer:
"Que el conocimiento, las artes y las instituciones hayan
decaído en determinadas zonas, que pueblos en otro tiempo
progresivos se hayan retrasado..., que a veces... las
sociedades humanas hayan vuelto a caer en la ignorancia y
la miseria, son fenómenos con los que la historia moderna se
halla familiarizada"
13. 11
Y el investigador Juan Benigar también lo confirmaba:
"Hasta la onomástica personal, por cuyas etimologías he
consultado, más de una vez, a los propios indios que llevan
cada nombre, suele no ser interpretada correctamente por
ellos: un mismo informante me ha dado distintas
interpretaciones de su nombre, y algunos han llegado a
desconocer el significado del suyo. Si estos nombres, a los que
se hallan ligados por una tradición ininterrumpida
(generalmente), pueden provocar desconcierto o moverlos a
error, ¿qué dificultades no presentará para ellos... [el
conocimiento de sus tradiciones más secretas] ... ?
Y a pesar de las convulsiones del mundo, a despecho de las
guerras y de los éxodos forzados, los misteriosos renüs aún
recordaban, sabían, y callaban...
15. 13
III
El impactante descubrimiento que hiciera Aukanawel lo
condujo a develar secretos más profundos, que por alguna
razón que no llegaba a comprender fueron deliberadamente
silenciados.
A pesar de que los renüs, ocultos en sus cuevas secretas en la
cordillera, aún recordaban la verdadera historia del universo y
resguardaban una misteriosa ciencia sagrada, comenzaron a
ser sistemáticamente aniquilados.
Los conquistadores hispanos que arribaron a estas tierras
pretendían imponer por la fuerza y por el fuego sus creencias.
Aukanawel pudo establecer que los españoles rápidamente se
dieron cuenta de que los renüs eran los únicos que conocían
el fundamento de la cosmovisión indígena y los únicos que
poseían explicación para los mitos y ritos ancestrales.
En consecuencia estos sabios eran el principal obstáculo para
la evangelización y sometimiento de los mapuches-pewenches.
16. 14
Los españoles, por experiencia, sabían
muy bien que destruyendo a los renüs,
derrumbaban por su base la
cosmovisión indígena; después de lo
cual no tardaría mucho en caer la
identidad comunitaria y la de los
propios individuos. Consiguiendo así
un pueblo dócil y confundido, fácil de ser conquistado material
y espiritualmente.
Los renüs tenían muy en claro lo decisivo de su misión:
mientras este conocimiento sagrado viva, el pueblo
pewenche vivirá; pero cuando se lo olvide, el pueblo
perecerá.
17. 15
IV
En siglos posteriores, este plan de exterminio será continuado
por los gobiernos criollos, argentino y chileno.
Como resultado de este largo proceso de 400 años de
persecución y muerte, ayudado por las terribles epidemias que
diezmaron a los nativos, quedaron muy pocos renüs.
Y los pocos que quedaron, fugitivos de la intolerancia, se
mantuvieron ocultos en cuevas aisladas y perdidas en los
Andes patagónicos, donde continuaron manteniendo viva la
llama sagrada de la sabiduría, no permitiendo que su luz se
extinguiera.
La ocupación que los criollos hacían del territorio indígena les
tornaba aún más difícil la supervivencia y el cumplimiento de
su misión.
Los renüs tenían una concepción muy especial sobre los
conquistadores.
Para ellos, tanto los españoles como los criollos luego, eran
meros instrumentos inconscientes de fuerzas misteriosas y
poderosas.
Fuerzas que en ese momento cósmico se hallaban en su
máximo apogeo, y contra las cuales toda lucha era inútil.
18. 16
Por este motivo decidieron esperar que pasara la noche del
mundo, sabiendo que con un nuevo amanecer, las fuerzas
tenebrosas volverían al letargo del cual habían despertado.
En un momento determinado, los pocos renüs que aun vivían,
conocedores del amargo futuro que aguardaba a los
pewenches, y sabedores del triunfo de los invasores,
decidieron una estrategia peculiar para preservar la luz de la
sabiduría.
Convinieron en cerrar las entradas de sus milenarios templos
subterráneos depositando dentro de ellos colecciones de
objetos especiales, símbolos, y registros conteniendo una
síntesis de sus conocimientos y una sinopsis de la historia del
universo y del hombre.
Con tal maestría y sencillez cerraron estas entradas, que
aunque se esté junto a ellas resultan completamente invisibles.
Y por otra parte tomaron la determinación de abandonar su
modo vida aislado y separado de las gentes, y sus vestimentas
especiales.
Así ya nada podría ponerlos en evidencia a los ojos de sus
perseguidores.
Disimulados entre las gentes comunes de su pueblo, y vestidos
como cualquier otro, cuando sintieran que se acercaba el
19. 17
momento de abandonar este mundo, tratarían de encontrar
alguien digno a quien transmitir su saber y su newen (poder).
De este modo no se interrumpiría la cadena que a través de
los siglos, y desde una antigüedad muy remota, transmitió
conocimientos sorprendentes y el contacto con la Sagrada
Ciudad Ll'mll'm, "la fuente del conocimiento".
Desaparecen sus últimas huellas visibles, y un manto de
olvido cae sobre su recuerdo.
A partir de este momento los renüs aparecen envueltos en las
brumas del misterio, un misterio aun mayor que el de su
propia existencia.
21. 19
V
Las investigaciones de Aukanaw, a pesar de todos sus
esfuerzos, parecían haber llegado a un punto que no podía
superar; sus continuas pesquisas, sumidas en un exasperante
estancamiento, no arrojaban ningún resultado positivo.
La información sobre los renüs era muy escasa, y se hallaba
limitada a dos fuentes muy inciertas: los cronistas del tiempo
de la Conquista y la tradición oral del pueblo mapuche-
pewenche.
Tan reducidas eran esas informaciones que podían ser
esbozadas en pocas líneas, como las que se anotan a
continuación:
La palabra renü en mapud'ngu (= idioma mapuche),
significa literalmente “cueva”, nombre que se daba por
antonomasia a los sabios sacerdotes de la antigüedad, pues sus
templos y retiros - cuando no, sus viviendas- eran
precisamente cuevas.
Y tales templos subterráneos, se caracterizaban por poseer,
generalmente, dos entradas, cuidadosamente disimuladas.
22. 20
Renütufe era el nombre propiamente dicho que recibían
esos santos patriarcas, y en ocasiones también eran llamados
tafütufe.
Los conciliábulos o colegios iniciáticos que se reunían en las
cuevas mencionadas anteriormente eran denominados
mangkan o mangeñ o mangeln, y sus miembros
llumk'nche (= gente que guarda secreto), clara alusión a un
conocimiento esotérico y por tanto reservado a una élite.
La palabra renü en su acepción de “cueva iniciática” tiene por
sinónimos: renüpülli, renüruka y tafü.
En tanto que kalku es el término empleado en la cultura
mapuche para indicar a aquellas personas que cultivan las
ciencias mágicas maléficas. Los kalkus se encuentran, por
ende, en el polo opuesto al que ocupan los renüs y los
machis.
Los “profanos”, es decir aquellas personas no iniciadas en los
conocimientos esotéricos de su pueblo -independientemente
que ese saber sea benéfico o destructivo-, y que son la mayoría
de los mapuches, se denominan reche (re= puro, che=
gente).
23. 21
“Es curioso que con la misma palabra [los mapuches]
designan la pureza de la raza y no ser brujos. Sugiere la idea de
que, de algún modo, sea por razones histórico-legendarias o
por alguna concepción de la raza, los brujos sean considerados
como otro pueblo u origen”. (B. Kösler, Tradiciones
Araucanas, pág. 80)
Los vocablos renü y
tafü no sólo se
empleaban para
nombrar las cuevas,
sino también para
designar al toldo de
cuero, típica vivienda
de pewenches y
puelches, consistente
en cañas o palos
clavados en el suelo y
cubiertos con cueros.
La tradición oral, incierta y exigua, se fue degradando con el
devenir del pueblo mapuche -pewenche, dando origen a
interpretaciones absurdas o falaces.
Por ejemplo, en la actualidad algunos mapuches que se
precian de conocer las tradiciones ancestrales y se dedican a su
difusión han tratado de definir la palabra renü de las
siguientes maneras:
1) El Renü tal cual se traduce es un
lugar donde “siempre es poseído”.
Re: Solo, siempre, solamente,
Nü: Tomar, posesionar
24. 22
Esta etimología no solo es totalmente infundada sino que es
completamente disparatada y contraria al verdadero sentido
del vocablo.
Estos “expertos” incurren, en su ignorancia sobre el tema, en
una “etimología popular” o etiología racionalista a posteriori.
En realidad el vocablo renü es un derivado de la palabra
r'ngan cuyo significado como verbo es: cavar la tierra,
hacer un hoyo, y el mismo vocablo empleado como
substantivo denota: fosa, hoyo grande, cueva; otro
vocablo derivado de éste es r'nganlil = cueva en la roca.
2) Renü: cueva donde se reúnen los
hechiceros malignos -denominada en
español “salamanca”- y, por
antonomasia, el nombre de dichos
brujos dañinos.
Este significado es completamente falso y forma parte del
léxico y del imaginario colectivo del mapuche profano actual,
de aquellos que no están iniciados en los secretos esotéricos de
su pueblo, quienes confunden la figura del kalku (= hechicero
maléfico) con la del renü propiamente dicho. Este error no
sólo se debe la ignorancia de un conocimiento reservado para
unos pocos elegidos, sino al olvido -en la memoria colectiva-
del rol de los renüs, como consecuencia del progresivo retiro
y ocultamiento de estos sabios a partir de los siglos XVI y
XVII.
25. 23
Mucho más certeros y precisos, a pesar de sus prejuicios
confesionales, resultan los cronistas de los siglos XVI y XVII.
Un mapuche de antaño, el cacique de Quilalebo, le refiere a
Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán: “Habéis de saber,...
que en los tiempos pasados (más que en los presentes) [año
1640], se usaban en todas nuestras parcialidades... “renis”,
como entre vosotros los sacerdotes. Éstos andaban vestidos
con una manta larga con los cabellos largos,... para
diferenciarse de los demás indios naturales. Acostumbraban a
estar separados de las gentes, y por tiempos no ser
comunicados, aislados en diversas montañas; allí tenían unas
cuevas lóbregas donde consultaban al Pillán, a quien conocen
por Dios”.
Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán,
Cautiverio Feliz (año 1640).
Los mapuches “...tienen sus maestros y su modo de colegios
donde... [los renüs] ...tienen recogidos [a los neófitos] y sin
ver el sol en sus cuevas y lugares ocultos donde hablan con
[Dios] y les enseñan ha hacer cosas aparentes que admiran a
los que las ven, porque en el arte mágica ponen todo su
cuidado...”.
Diego de Rosales,
Historia General del Reyno de Chile (año 1666).
Los renüs “...es un género de sacerdotes, los cuales tratan
de la paz y visten hábito diferente, habitan en una montaña
[en cuevas] que tienen para este propósito que llaman Regue
[= lugar puro] y es como un convento, donde se recogen, y no
tienen trato con sus mujeres el tiempo que allí están, ... unos
muchachos... que son sus monaguillos o legos, les llevan de
comer, y el tiempo que son religiosos no puede ninguno tomar
las armas de sus soldados ni ver guerra”.
26. 24
Diego de Rosales, op. cit. (año 1666).
“...en profundas cuevas,... hacen algunos...[renüs]
penitencia...”
Alonso González de Nájera, “Desengaño y
reparo de la guerra del Reino de Chile”, (año 1614)
“... traen hábito largo, cabellera, corona y láminas en la
cabeza, pectoral de llancas (= piedras semipreciosas) en el
pecho y en las manos el ramo de Canelo, insignia de la paz”.
Diego de Rosales, op. cit., t. I pág.145 (año 1666)
Párrafo más, párrafo menos, éstas eran prácticamente las
únicas informaciones disponibles sobre los renüs,
desdibujadas y escuetas referencias que suscitaban más
interrogantes que respuestas y no permitían dilucidar tan
obscuro panorama.
27. 25
VI
Aukanaw se hallaba abatido ante el
aparente fracaso de su investigación, que
tan prometedoramente había comenzado al
echar alguna luz sobre la historia secreta del
pueblo mapuche-pewenche y el destino
incierto de los misteriosos renüs; pero
repentinamente un hecho -tan fortuito como
inexplicable- lo precipitó en el centro de una serie de sucesos
que tendrían insospechadas consecuencias.
Todo comenzó un día de verano, durante la década de mil
novecientos treinta, en las cercanías del volcán Llaima, al sur
de Chile, mientras Aukanaw recorría los enmarañados
laberintos de esos bosques patagónicos.
Bosques impenetrables, que recostados en las laderas de
elevados cerros, parecían ocultar misteriosos e increíbles
secretos.
Frías soledades donde quedaban, por aquellos años, rincones
aún inexplorados
Entonces ocurrió algo inesperado y aterrador.
De repente un estruendo ensordecedor, cataclísmico, cuya
fuente eran las entrañas de la tierra, lo arrojó violentamente
contra el suelo. Azorado y
confundido, pudo ver
como los cerros parecían
desmoronarse, y aludes de
roca y tierra arrasaban a
su paso enormes y añosas
arboledas.
28. 26
En pocos instantes el temblor cesó con la
misma rapidez con que se produjo, dando
paso a un silencio profundo y sepulcral,
que como una mortaja, envolvió por
completo al bosque.
Poco a poco, con la garganta reseca,
Aukanaw se repuso de tan inesperado
suceso, mientras sus pasos se
encaminaron hacia las aguas rumorosas
un manantial cercano.
A pocos pasos del mismo oyó unos extraños sonidos, se
detuvo y escuchó atento...
Momentos después vió pasar entre los cañaverales un gran
felino, pero el animal no lo vió a él.
El cuerpo flexible y musculoso de la fiera tenía un andar suave
y majestuoso que atrapó hipnóticamente su mirada.
Aukanaw no lo podía creer, ese era un animal imposible. Un
animal que se consideraba extinguido desde hacía siglos en la
Patagonia, y que sólo en raras ocasiones había incursionado
los bosques chilenos.
En ese tiempo todavía resonaban las
discusiones de Ricardo Latcham y
Roberto Lehmann-Nitsche en torno a la
posibilidad, o no, que aún sobreviviera en
tierras australes el Felix onza; animal
más conocido como tigre americano,
yaguareté, jaguar, uturunco, y que en
lengua mapuche se denomina: nawel.
29. 27
Aukanaw creyéndose víctima de un error de sus sentidos
decidió seguir sigilosamente al felino, más preocupado de
espantarlo que de su propia seguridad.
Al hacerlo pudo constatar, con íntima satisfacción, que el
animal era sin lugar a dudas un magnífico jaguar. Y consideró
supersticiosamente significativa la vislumbre ocasional del
animal totémico de sus antepasados, el fundador de su propio
kemp'ñ, o linaje.
Inmóvil y agazapado contemplaba extasiado a la enorme fiera,
pero en el instante mismo de hacer un leve movimiento, el
jaguar dejó escapar un gruñido profundo y amenazador.
El felino se volvió ágilmente hacia el investigador y sus ojos lo
miraron con fijeza, brillando como dos discos refulgentes en
medio de la penumbra del bosque. Aterrado y fascinado,
Aukanaw no podía apartar de esos ojos los suyos.
Fueron segundos que duraron una eternidad, al cabo de los
cuales la fiera de un ágil salto se sumergió, desapareciendo, en
el impenetrable cañaveral.
Todavía aturdido por el asombro, Aukanaw poco a poco fue
tomando conciencia del lugar al que había llegado en su
fantástica cacería.
Y mientras escudriñaba el paisaje que lo rodeaba, hubo algo
que llamó poderosamente su atención.
31. 29
VII
En una ladera cercana el temblor había
desprendido algunas rocas, y una negra y
extraña abertura había quedado al
descubierto.
La escena le invitaba, y Aukanaw caminó
hacia los peñascos como un autómata,
como obedeciendo a un secreto
presentimiento.
La pared rocosa tenía un aspecto macizo e inocente, y la sola
idea de que allí pudiera haber una abertura resultaba casi
absurda.
Aukanaw examinó detenidamente la hendidura y descubrió
que su contorno no era enteramente obra de la naturaleza,
pues las grandes piedras que la rodeaban estaban dispuestas
en forma nada casual.
Apartó todas las rocas que pudo mover, y
ante sus ojos se reveló una abertura lo
bastante ancha para darle paso.
Se deslizó a gatas a través del negro orificio,
alumbrándose el camino con una antorcha
improvisada con resinosas agujas de
araucaria.
Un momento después, se había colado a
través de la grieta en la roca y sus ojos
perspicaces descubrieron en el fondo de la
32. 30
gruta una forma que recordaba un pórtico labrado en la
piedra. Allí permaneció de pie, silencioso e intrigado.
Luego de un instante se acercó expectante a la puerta, y una
observación minuciosa lo llenó de sensaciones imposibles de
expresar.
Era una reliquia tangible de tiempos remotos.
Con una excitación que se convirtió en ardor febril comenzó a
quitar, con manos temblorosas, las rocas caídas que tapaban la
entrada.
Ese pórtico era el umbral de lo que podía resultar un
descubrimiento fantástico. Y mientras Aukanaw apartaba
aquellas piedras sentía como si ese pasadizo fuese la puerta de
entrada a un mundo prohibido de inexploradas maravillas,
como si fuese una puerta tras la cual podían ocultarse
insospechados secretos que no tardarían en revelarse.
Una vez despejados los obstáculos, el momento decisivo había
llegado, y Aukanaw emocionado se aventuró sin vacilar por
aquellas misteriosas tinieblas subterráneas.
Al principio no pudo ver nada, pues el aire que salía de la
cueva hacia titilar su improvisada antorcha. Pero luego,
cuando sus ojos se acostumbraron a la luz, los detalles del
interior de aquel recinto emergieron lentamente de las
33. 31
tinieblas, y el asombro dio paso al estupor más profundo que
pueda concebir un ser humano.
Una exclamación se ahogó en su garganta y cayó de rodillas
con lágrimas en el rostro, profundamente
conmovido.
Sin dar crédito a sus ojos, maravillado y
deslumbrado, la luz de la antorcha le
reveló en retazos fugaces que acababa de
descubrir un milenario templo
subterráneo. Un santuario tallado en la
roca virgen que, después de muchos
siglos, descansaba intacto e inviolado.
Era un lugar sobrecogedor que le quitaba el aliento y le
estrujaba el corazón. Ante su vista se revelaba un escenario
fantástico que no puede expresarse con palabra alguna.
Sus ojos embriagados contemplaban azorados una escena que
parecía salida de algún relato de “Las Mil y una Noches”.
Ante él se desplegaba silencioso un enorme recinto abovedado
repleto de maravillosos objetos, desparramados por aquí y por
allá, amontonados unos sobre otros con una profusión
aparentemente interminable. Algunos le eran familiares, pero
había otros que jamás había visto.
Esculturas y cerámicos de una belleza inexplicable se
apoyaban contra las paredes decoradas con magníficas
pinturas que hablaban de otros tiempos. Extrañas figuras y
curiosos símbolos esculpidos en la roca dejaban paso a
maravillosas esteras y preciosos tapices, cuyas delicadas
imágenes -de un realismo impresionante- revelaban un pasado
desconocido.
34. 32
Extraños jarros y atrayentes vasos con destellantes
incrustaciones se apiñaban junto a objetos de plata de
exquisita factura y deslumbrantes láminas de oro con
escrituras remotas e indescifrables. Un sin fin de curiosos
objetos surgían a cada paso entre el polvo acumulado durante
siglos.
En interminables estanterías se alineaban, metódicamente
ordenados, utensilios de todo tipo, instrumentos muy extraños
y objetos desconcertantes cuya función no alcanzaba a
comprender, acaso posibles vestigios de una ciencia extraña
hace mucho tiempo olvidada.
En otros rincones, ropas de abigarrado colorido, plumajes de
diversos tipos, cuerdas anudadas, chillkas (= cortezas con
textos antiguos) y cabezas disecadas de distintos animales, se
asomaban en un desfile incesante ante sus maravillados ojos.
Su mirada despertaba de un sueño de siglos objetos que
habían sido celosamente guardados y hábilmente sellados por
las piadosas manos de ignotos hierofantes.
El efecto era abrumador, impresionante; Aukanaw nunca
soñó con encontrar algo así.
En esos pocos instantes desfilaron ante su
mente los poemas de Pedro de Oña, la
descripción del renü Fitón de Ercilla , los
relatos ancestrales que junto al fogón
escuchara en su niñez, los recuerdos
confusos de pasadas lecturas. Todo ello se
mezclaba en ese momento con lo que
percibían azorados sus sentidos (1).
Pedro de Oña
35. 33
Aukanaw había descubierto un verdadero tesoro arqueológico,
un magnífico hallazgo cuya naturaleza desafiaba cualquier
conjetura, reliquia de una época enigmática poblada por
misteriosos constructores y sorprendentes secretos.
El investigador bullía ansioso de proclamar a los cuatro
vientos su importante descubrimiento, anhelando saborear la
gloria que le depararía su portentoso hallazgo, deseoso de
mostrar al mundo científico pruebas tangibles que
confirmaban los antiguos mitos y leyendas de su raza, de una
cultura que otrora se encontró en la cúspide de la gloria.
Ebrio de victoria se sentía cual un
Howard Carter mapuche descubriendo
el fantástico tesoro de un Tutankamón
patagónico, se sentía el dueño de un
tesoro intacto y secreto, convencido
que estaba a punto de escribir una
página de la historia. Howard Carter
(1873-1939)
Muchas preguntas acosaban insatisfechas, una y otra vez, su
desconcertada mente. ¿quiénes habían sido los constructores
de ese antiguo templo?, ¿qué ritos practicaban en ese lugar los
misteriosos renüs, si es que fueron ellos sus ocupantes?, ¿a
qué época se remontaban los objetos más antiguos?, ¿cuál era
la función de aquellos extraños instrumentos?, ¿ qué
significado tenían aquellas curiosas y variadas escrituras?,
¿con qué ignorado propósito habían almacenado tantos
objetos?, ¿cómo habían sellado la cueva de una manera tan
perfecta? etc., etc. (2)
Por el momento no hallaba respuestas, y cada pregunta hacía
surgir un nuevo interrogante. Sólo algunos indicios le
36. 34
permitieron inferir, gracias a sus conocimientos arqueológicos,
que la cueva fue visitada por última vez unos 300 o 400 años
atrás, y que el destino le deparaba el enorme privilegio de ser
el primer mortal que interrumpía un interminable silencio de
siglos,
Un examen más atento le permitió constatar que varias épocas
se superponían en la actividad otrora realizada en la cueva, y
ellas iban desde las arcaicas pinturas en las paredes hasta los
recientes tapices, contemporáneos de la conquista hispana.
¿Qué edad podía tener ese sorprendente templo excavado en
la roca?
Aukanaw conjeturó como fecha más remota, basándose en
algunas pinturas rupestres que presumiblemente
representaban una fauna ya extinguida, unos 10.000 o 15.000
años de antigüedad, hacia fines de la última glaciación; cuando
en la Patagonia apareció, de repente, como saliendo de la
nada, el valeroso pueblo pewenche.
Smilodon Gliptodonte
Ese templo posiblemente era un testigo silencioso de aquellos
tiempos primigenios en los que sus antepasados, su propia
sangre, convivieron con feroces tigres “diente de sable”,
gliptodontes, o llamas gigantescas.
37. 35
Épocas lejanas cuando sus ancestros cazaban enormes y lentos
megaterios, o emboscaban gigantescos mastodontes.
Aukanaw examinó con atención los alrededores, y la luz de su
antorcha le reveló que la cueva tenía varios pasadizos
excavados en la roca. Algunos corredores se adentraban dentro
del cerro y otros, con peldaños, descendían en las entrañas
mismas de la tierra. Todos ellos estaban invadidos por
escombros y grandes rocas que impedían el paso, derrumbes
ocasionados tal vez por antiguos terremotos o por erupciones
del volcán Llaima.
En todo esto Aukanaw hallaba confirmación de los viejos
relatos mapuches que hablaban de túneles, que atravesando la
cordillera unían sitios importantes a varios kilómetros de
distancia, y que salían en la profundidad de los bosques, en
determinados cerros o en ciertos promontorios de rocas.
Túneles que eran usados en tiempos de
Lautaro y Caupolicán para emboscar a
las avanzadas militares españolas; o
recordaba aquellas historias referentes a
vastos subterráneos que sirvieron de
refugio a tribus enteras cuando,
perseguidos por chilenos o argentinos
en el siglo XIX, los mapuches escapaban
pasando de un lado al otro de los Andes.
(3)
Mastondonte Megaterio
39. 37
VIII
En un rincón de aquel profundo santuario Aukanaw pudo
descubrir un pequeño recinto, ocupado por un círculo de doce
rocas labradas como asientos, en cuyo centro sobre una
especie de mesa o altar, también de piedra, estaban
depositados curiosos objetos. Esto era realmente inconcebible,
pues los mapuche-pewenches jamás habían usado mesas o
empleado asientos.
Sobre ese altar de forma circular yacía un lilpu (= espejo de
cristal de roca), de tamaño increíblemente grande, junto a él se
veían: un malwellangka (= cántaro sagrado) de
incomparable belleza; un formidable toki (= hacha
ceremonial), y a pocos pasos yacían en el suelo, doce lanzas
con punta de obsidiana.
Las cuatro paredes de la pequeña sala estaban adornadas con
sendos discos metálicos delicadamente bruñidos, de un metro
de diámetro aproximadamente, e incrustados con sumo
cuidado en la roca. Dos de ellos parecían ser de plata y los
restantes de un metal dorado, tal vez oro.
El disco empotrado en la pared oriental estaba adornado por el
símbolo de los renüs, formado por la conjunción de la cruz de
brazos trifurcados con la estrella de ocho puntas; y el que
estaba sobre el muro austral, mostraba un diseño semejante al
Emblema de los Renüs Kultrun
40. 38
motivo que dibujan los machi (=.chamanes mapuches) en el
parche de sus tambores sagrados, llamados kultrun.
Los restantes discos, los de plata, presentaban distintas
disposiciones y variados símbolos.
Mientras Aukanaw observaba el detalle de los círculos
metálicos, le llamó poderosamente la atención que éstos
tuviesen una inclinación muy peculiar respecto a la vertical de
las paredes.
Como impulsado por un secreto instinto elevó su mirada hacia
el techo de la pequeña cámara, y pudo ver que cuatro grandes
piezas de un material similar al cuarzo estaban incrustadas en
él, y enfrentaban a cada uno de los discos metálicos. Gracias a
que uno de esos cristales estaba parcialmente destrozado, tal
vez por las convulsiones telúricas, pudo entrever que detrás de
ellos existía un estrecho conducto horadado en la roca. Todo
esto le llevó a conjeturar que esos cristales embutidos en el
techo debieron, en otros tiempos, desempeñar una función
similar a la de una lucerna, y que los rayos del sol penetrando
por los conductos atravesarían esos cuarzos para luego
impactar sobre los discos metálicos, y estos a su vez reflejarían
esa luz -así polarizada- sobre los objetos de la mesa o altar
central.
El tipo de rito que los antiguos realizaban en esta misteriosa
cámara escapaba a todas las especulaciones de Aukanaw, pero
la función ceremonial de algunas de las piezas depositadas
sobre la mesa o altar le resultaron obvias. Y por eso mismo las
41. 39
estudió detenidamente, tratando de recordar sus atributos
mágicos y sagrados, con el fin de hallar algún sentido a todo el
conjunto.
El Lilpu, tal como lo describen las antiguas
crónicas hispanas, entre otros artilugios con
similar empleo, era el mágico espejo donde los
renüs veían todos los acontecimientos de la
Tierra, pasados, presentes y futuros. (4)
El mallwellangka, recipiente sagrado con forma de un pato
hembra exhibía, entre otros rasgos, lágrimas y peculiaridades
del udjat (5) en sus ojos, y dientes en su pico. Una serpiente,
destacándose en su parte inferior revelaba su naturaleza dual,
de ave y de serpiente, indicando así su carácter de ave-ofídica,
relación inversa a la que manifiesta la serpiente emplumada.
42. 40
Este era el símbolo de la Divina Madre, la misma que aparece
tanto en el trapelakucha (= pectoral femenino de plata con
forma de ave), como en ciertos símbolos que los
conquistadores hispanos creyeron reconocer como “águilas”
bicéfalas, y en motivos textiles.
La divina Madre
según F. Schuon Trapelakuchas
.
43. 41
Este recipiente sagrado, el
mallwellangka, tenía para los
antiguos mapuches una significación
semejante al legendario Grial europeo:
ser contenedor del sagrado elixir
mareuwepúll; elixir vitalizador,
regenerador, y dador del newen
(= poder mágico).
Esta vasija también era conocida como
“el preciado cántaro que profetiza/que
habla” (= malwellangka d'ngu).
El Toki, insignia de mando con forma
de hacha neolítica que lleva engarzada
una piedra llamada tokikura, era el
emblema del Divino Maestro, el
Mareupuantü, y de la deidad
WenuPillan; y es asimilable al
vajra hindú.
El tokikura es una piedra, que
producida por el rayo al caer, alberga
un gran poder que beneficia a su
poseedor y le otorga conocimientos -
tokikim'n (= sabiduría del toki)-,
por eso algunos la llaman “la piedra de
la sabiduría”.
Existen dos tipos de tokikura: el de
color negro que se relaciona con el
mando y la guerra, y el de color azul o
blanco, vinculado a la Paz, a la salud y
la prosperidad.
Tokikura
44. 42
Las doce lanzas que se hallaban depositadas
junto a estos objetos tenían sus cañas
cubiertas con misteriosos símbolos de color
azul y terminaban invariablemente en una
gran punta de obsidiana gris verdosa. Pero
curiosamente no estaban adornadas con
plumones, ni tenían regatones de cuero, que
era lo habitual en las lanzas guerreras.
Aukanaw recordó que la lanza, o waiki,
representaba un importante papel en las
ceremonias de iniciación de los renüs, y como
registró el cronista Diego de Rosales (1674):
con ella se atravesaban “por el vientre, se las
saca por el espinazo, sin que manifieste dolor
ni quede señal” (6).
Escultura esquimal que muestra a un hombre sagrado
atravesándose con un arpón con el fin de capturar la
esencia que lo conectará a un orden más elevado de
conocimiento.
Muerte y resurrección del iniciado, por un instrumento con un
doble poder: destructor y regenerador, lanza con virtudes
semejantes a la de Aquiles o a la del centurión Longinos según
a leyenda medieval de la pasión de Cristo, etc.
Todo esto lo hizo conjeturar que posiblemente estas lanzas
fueran utilizadas en un rito estrechamente ligado al
malwellangka denominado yapepüllin.
45. 43
Durante ese ritual cada oficiante asía con sus dos manos la
lanza, enarbolada junto al sagrado cántaro –conteniendo el
elixir marewepull- y cargando su cuerpo sobre ella, golpeaba
con sus talones fuertemente el suelo, de suerte que parecía que
temblaba la tierra, al tiempo que gritaba primeramente los
sagrados sonidos “ia, ia, ia, ia ...!”, para luego seguir
vibrando a boca cerrada aquella misteriosa palabra con la que
terminan los mapuches todas sus plegarias: “oom!”. (7)
“Es cosa muy de oír y notar el rumor y el estruendo que...
[esto] hace, puesto que sin pronunciar palabra cada uno hace
con la boca un rumor semejante al susurro que hacen las
abejas, aunque más levantado...” (8) Todos los oficiantes
ejecutaban estas acciones al unísono, acompasadamente.
De este modo se consagraba el elixir
mareuwepull, haciendo descender la
esencia divina desde el plano celeste a las
lanzas y a los sacrificantes, que oficiaban de
mediadores, para proyectarse o instalarse
luego dentro del cántaro sagrado, el
malwellangka (proceso que en la India es
conocido como “avahana”). Concluido lo
cual, se aspergía el santo elixir, mediante un
hisopo elaborado con vegetales sagrados,
sobre los panes votivos, las lanzas y las
banderas, sobre las personas y las ofrendas.
46. 44
La íntima relación del recipiente sagrado con la lanza y los
doce asientos en círculo le recordaban inevitablemente a
Aukanaw la historia del santo Grial, la lanza de Longinos y la
saga de Parsifal, pero -para su satisfacción como pewenche- el
correlato patagónico era miles de años más antiguo que el
europeo.
Todas las asociaciones y evocaciones que suscitaban esos
objetos de profundo valor espiritual no solo fascinaban y
dejaban boquiabierto al investigador, sino que despertaban en
Aukanaw incontables emociones, la mayoría indescriptibles.
Poco a poco se fue dando cuenta que existía un elemento de
continuidad que discurría a lo largo de toda la estructura de
esa sala, que uniendo todos esos objetos formaba un conjunto
ceremonial completo, cuya finalidad no llegaba a comprender.
Y en ese torbellino de sensaciones, en aquel silencio solemne,
cuando Aukanaw escuchaba el eco de sus propios pasos, creía
a veces percibir otros pasos distintos a los suyos, tal vez el eco
de las pisadas fantasmales de aquellos antiguos y olvidados
sacerdotes.
Sumido en aquellos pensamientos e impresiones el
investigador fue saliendo de la pequeña sala, casi sin darse
cuenta, retornando a la gran cueva, al gran santuario.
47. 45
IX
Y avanzando hacia las tinieblas que ocultaban uno de los
extremos de aquel templo subterráneo, Aukanaw pudo allí
descubrir una roca muy extraña. Era un altar, tal vez, dedicado
a un dios que ya no recibía las plegarias de los hombres, un
altar rodeado de diversos símbolos labrados en oro, coronados
por la efigie resplandeciente de aquel que dejó la huella de sus
pies impresas en aquella roca primordial.
Aukanaw paralizado por el asombro, miraba extasiado como
por un misterioso encanto la efigie deslumbrante del «Señor
de la Cruz y la Paz», «Señor de la Estrella de la Matutina»,
“Instructor y Guía del Amanecer de cada nueva Humanidad”.
(Para mayores detalles véase el capítulo “El Divino Maestro Mapuche”, en “La
Ciencia Secreta de los Mapuche” por Aukanaw)
El Divino Iniciador estaba representado con la cabeza
coronada por un sol flamígero, de sus sienes y entrecejo
brotaban poderosos rayos dorados, de su coronilla un haz
refulgente cual una cimera acentuaba su sacralidad, y todo su
cuerpo primorosamente rodeado por el áureo antükuram (=
huevo solar), afirmaba ostensiblemente que Él era: “El
Dorado”, “El Millalongko” (= Cabeza de Oro), “El Hijo del
Sol”.
48. 46
Sus ojos realzados con incrustaciones de
verdes llangkas (= piedra malaquita),
derramaban las mismas lágrimas que su
Divina Madre; en tanto que una tupida
barba y largos cabellos enmarcaban su
mayestático rostro con reminiscencias de
jaguar. malaquita
En una de sus manos empuñaba un Toki, símbolo del rayo y
la potestad, en la otra portaba su clásico báculo, emblema de la
paz y la autoridad. El Avatara mapuche (9), “El Señor del
Toki”, el Tokichen (= El “Jefe” de la gente), estaba ataviado
tal como lo hacían antiguamente los renüs: cubría su cuerpo
una larga túnica ceñida en la cintura por una faja ofídica, sobre
el pecho mostraba un pectoral con piedras preciosas, y calzaba
sencillas sandalias.
En el centro de su pecho, su corazón despedía
resplandecientes llamaradas, y su ombligo mostraba la
oquedad insondable del Vacío.
Lo rodeaban dos grandes serpientes aladas -símbolos de las
polaridades del Cosmos- cuyas fauces se enfrentaban la una a
la otra exactamente bajo los pies del Divino Maestro. La santa
efigie estaba custodiada en su parte inferior por dos jaguares,
uno a cada lado, y en la parte superior por un ñamku (=
aguilucho sagrado de pecho blanco) y por un cóndor. Todo
este conjunto se hallaba flanqueado a su vez por dos hermosas
cruces escalonadas, típicas de la cultura mapuche.
49. 47
A pocos pasos, en una pared lateral, aparecía la imagen de un
choike (=.ñandú, avestruz patagónico) mostrando otro
aspecto del Divino Maestro Mareupuantü.
Y Aukanaw recordó que el choike era una de las formas de la
serpiente emplumada en la Patagonia.
Su cabeza y cuello ondulante lo asimilan a una culebra, las alas
y el plumaje denotan al pájaro.
Un ave que no vuela, al igual que el pato
ketru (Tachyres pteneres) -cuya forma
ostenta el sagrado recipiente
malwellangka-, señal de su
compromiso con el mundo del hombre
y su redención.
El choike, ave de la tormenta y del rayo, como lo sabe
cualquier campesino y bien lo anotara Adán Quiroga; el rayo,
el toki y el choike símbolos indiscutibles del Divino Maestro.
Ave y serpiente, Cielo y Tierra, las dos polaridades cósmicas
aunadas y amalgamadas en un único ser, revelaban así al Hijo
del Cielo y de la Tierra, al Puente entre los Mundos, al Divino
Avatara americano.
Más allá, sobre otra pared, Aukanaw encontró justo frente a él,
maravillosamente repujada en plata, la flor del sagrado Foye
(=“canelo”, Drymis winterii), el árbol cósmico mapuche. La
flor estilizada como una estrella de ocho puntas es el emblema
50. 48
nacional mapuche (10) (la "Estrella de Arauco"), símbolo de la
Divina Madre y del W'ñelfe (=Venus), y que da nombre a la
tradicional bandera mapuche: Wenufoye (= canelo celestial)
(Para mayores detalles véase el capítulo “Plantas Medicinales que usan los
Mapuches”: “El Foye” o Canelo, en “La Ciencia Secreta de los Mapuche” por
Aukanaw)
En el centro de la estrella, en el
fondo de su cáliz, representando
los dorados estambres, se
hallaba engastado un pequeño
disco de oro, dentro del cual, en
forma inusitada, estaba
finamente cincelado el monte
Trengtreng, con sus tres
niveles y sus cuatro patas
tridáctilas, coronando su cima
radiante la ciudad santa
Ll'mll'm, la fuente del
conocimiento.
A cada lado de la estrella estaban
representados dos pewenes o
araucarias, también en plata.
El ave ofídica del
trapelakucha,
reflejada forma la estrella de
ocho puntas
La verdadera
bandera mapuche
"Historia General..."
Antonio de Herrera
(1729)
51. 49
La sorpresa de Aukanaw no tenía límites, la grandeza tan
simple de ese monumento subterráneo era algo que le hacía
perder el aliento de asombro y admiración.
Las preguntas se sucedían unas a otras,
sin respuesta, en su consternada mente.
¿Qué Misterios arcaicos y ceremoniales
secretos celebraban allí los antiguos
renüs?, ¿Por qué habían elegido ese
lugar subterráneo?, ¿Por qué no se
guardaba recuerdo de esas pretéritas
ceremonias?
Y en ese sinfín de interrogantes su mirada volvió a ser atraída
por las huellas impresas en el altar de roca.
¿Sería una talla hábilmente realizada?, o ¿el mismísimo
Mareupuantü, el Avatara mapuche había estado en esa
misma caverna e impreso, vaya a saberse con que
extraordinario poder, sus huellas en la roca?
Esto era realmente pasmoso y superaba cualquier expectativa,
cualquier sueño por fantástico que fuera.
52. 50
La consecuencia de este hallazgo le mostraba sin lugar a dudas
que la veneración al Mareupuantü o Lukutuel, conocido
en otras culturas como Wirakocha, Ketzalkoatl, Paí
Zume, Inkari, Bochika, Paí Abaré, Elal, Tonapa,
Tarapaka, Kukulkan, Votan, Gukumatz, Ekeko, El
Dorado, Pahana, El Pálido, etc., era la más antigua y
difundida en todas las Américas, Veneración que se extendía a
lo largo de la cordillera de los Andes, irradiándose a partir de
la misma, desde tiempos anteriores a los Incas, Mayas o
Aztecas.(11)
Todo ello contrastaba diáfanamente con aquellas fantasiosas y
románticas especulaciones de los cronistas de los siglos XVI y
XVII, que imaginaban al Divino Maestro como un navegante
vikingo, frisón, hebreo o atlante, cuando no, un apóstol crístico
o un caballero medieval.
¿Era éste un culto primordial, arcaico e inmemorial del que
los viejos renüs eran sus representantes, o eran acaso sus
diezmados remanentes, o quizás tal vez sólo sus custodios más
recientes?
53. 51
Ahora, en el silencioso cementerio de un pasado remoto
dormía la cueva solitaria; aquella en la que un día oficiaron sus
fantásticos ritos sacerdotes misteriosos, ritos que los
inconstantes mapuches del siglo XX no atinan siquiera a
recordar.
55. 53
X
Cada nuevo descubrimiento aumentaba la excitación de
Aukanaw, y no podía permanecer quieto ni un sólo instante,
deambulaba de aquí para allá contemplando con ojos ansiosos,
ávidos de maravillas, los innumerables objetos que se hallaban
esparcidos en aquel santuario. Presa de una gran agitación
trataba de registrar en sus retinas aquel mundo de esculturas,
utensilios, tapices y artefactos, que se sucedían en forma casi
interminable; temeroso, tal vez, de que todo fuera un sueño
del que pronto habría de despertar.
Víctima del asombro y el desconcierto se sentía aturdido.
Aquello era demasiado bueno para ser verdad. El entusiasmo
por el descubrimiento, la fiebre de lo incierto, el impulso
irresistible de quererlo ver todo y de comprender hasta el
menor detalle sobrepasaban sus más amplias facultades.
Y por momentos, la imaginación exaltada por el hallazgo, le
jugaba malas pasadas. En ocasiones sentía presencias
intangibles que parecían espiar todo lo que él hacia o pensaba,
como si estuvieran acechando agazapadas entre las tinieblas
de la misteriosa cueva.
Todo el lugar vibraba como el eco de un mundo ausente y
lejano, de un mundo mágico ya desaparecido, que cargado de
impredecibles presagios infundía temor y respeto.
56. 54
La cabeza de Aukanaw daba vueltas y vueltas, agobiada por
locos pensamientos, y parecían llegarle flotando las palabras y
advertencias de los ancianos respecto a esos lugares sagrados.
Resonaban en su mente las sabias exhortaciones que
aconsejaban evitar esos lugares prohibidos, protegidos por
guardianes invisibles, seres terribles y fantásticos. Monstruos
que poblaban las pesadillas de la mitología mapuche,
protagonistas de relatos aterradores, capaces de poner los
pelos de punta al más valiente.
En cada sonido Aukanaw creía reconocer las enfáticas
admoniciones de los machis avisando sobre los terribles males
que podían sobrevenir al intruso que se atreviese a profanar
esos secretos milenarios. (12)
Sin embargo la curiosidad del científico se impuso a los
temores atávicos y ancestrales, y nada parecía saciar su sed de
prodigios.
Estatuas llenas de vida, vasijas con misteriosas formas y
decoraciones, extrañas inscripciones indescifrables, coloridos
tapices, delicadas figuras esculpidas, llamativas láminas
labradas, espléndidas joyas de plata y oro, piedras preciosas de
todo tipo, exquisitas pinturas murales, fastuosas vestimentas,
extraños utensilios y curiosos artefactos con formas indecibles,
todo parecía envolver en una danza incesante y alocada al
maravillado investigador.
Inicialmente, presa de la excitación y la confusión, Aukanaw
percibió todos los objetos al mismo tiempo y con poca
precisión, sin darse una pausa para reflexionar.
Pero poco a poco la serenidad fue retornando a su espíritu y
comenzó a darse cuenta de la magnitud de su descubrimiento.
57. 55
Presuroso salió al exterior y
regresó con un kude
(= antorcha o vela de caña) para
poder examinar con mayor
detenimiento las pinturas
murales y los tapices, puesto
que creía haber reconocido en
ellos ciertas escenas que le eran
vagamente familiares.
Al contemplarlas con cierto detenimiento, pudo percatarse
que las pinturas de las paredes estaban compuestas por
fantásticos dibujos y complejas escenas, cuadros ricos y
vívidos, donde el artista con inigualable habilidad había
representado seres y lugares que hablaban de otras
humanidades, de otros mundos y de otros tiempos.
Sería inútil tratar de describir aquellas maravillosas pinturas,
imposibles de traducir en palabras.
Era una decoración
continua de escenas
realistas que se sucedían
unas a otras como los
cuadros de un códice
maya, o los de una
historieta o “comic”.
Curiosamente las representaciones rupestres parecían haber
sido copiadas, con ciertas variaciones, en los tapices y esteras
o, cuando menos, ambas eran extrañamente similares.
Entre los dos conjuntos había algunas leves diferencias, tanto
en el orden como en la disposición de los cuadros, pero
58. 56
Aukanaw no llegaba a comprender si esto era casual o
intencionado.
Mientras contemplaba atento esta representación mural
percibió un argumento implícito en esa sucesión de imágenes,
y pudo descifrar someramente que se trataba de una
cronología, de una sucesión histórica.
Todo el conjunto pictórico había adquirido significado y pudo
así identificar algunas escenas, suponer lo que significaban
otras, y permanecer ignorante ante muchas más.
Aukanaw pudo reconocer muchos símbolos y algunos temas
míticos ancestrales, pero lo asombroso era que estas pinturas
mostraban, muchos detalles que los mapuches modernos
ignoraban.
De este modo pudo identificar el diluvio mapuche, y el gran
combate cósmico entre las serpientes Kaikai y Trengtreng,
también ubicó a la montaña de la Salvación, a los gemelos
sagrados Peñi Elpatun, y pudo conjeturar las imágenes del
casamiento de estos hermanos con la raza de las mujeres-
pájaro, o creyó descubrir la escena que describía los momentos
en que la Tierra estuvo sin Sol, o contemplar la Llinmapu
(= la tierra de los antiguos), así como reconocer de manera
inequívoca la imagen del Avatara mapuche, Mareupuantü,
la luminosa ciudad
Ll'mll'm, y las sombras de
aquellas otras metrópolis
que por su perversión
fueron condenadas a
dormir bajo profundos
lagos o encerradas dentro
de elevados cerros hasta el
fin del mundo.
59. 57
Con gran curiosidad Aukanaw retrocedió en la secuencia de
esta historia, encaminándose hacia los inicios, y la crepitante
luz de su antorcha le reveló los inconmensurables períodos
cósmicos de los tres “soles”, de los cuales nuestro “sol” es el
cuarto y último.
melichokif : símbolo de un
"sol" o ciclo cósmico.
Pudo conocer las curiosas y extrañas “humanidades” que
habían poblado nuestro planeta en aquellas remotísimas eras
cósmicas, o “soles”, anteriores a la aparición de nuestra actual
humanidad. Vió aquellas épocas arcaicas cuando los hombres
aún eran seres luminosos, y como poco a poco dejaron de
serlo. Pudo asistir al nacimiento, apogeo y declinación de
civilizaciones inmemoriales. Escenas realistas, que
concordantes con antiguas tradiciones mapuches, mostraban
su catastrófica desaparición precipitada por el uso descarriado
de una poderosa ciencia mágica que esos pueblos poseían, la
corrupción de las costumbres y la proliferación de las
abominaciones.
Otros cuadros mostraban
al Avatara mapuche, el
barbado Mareupuantü,
cuando llegó a la Tierra
navegando desde el Este,
desde el W'ñelfe
(=Venus), ya en su
antükuram (= huevo
solar), ora en su makuñ
60. 58
(= poncho) de “serpientes” luminosas, o en una nube de fuego,
-según las diferentes versiones- a modo de una balsa,
para enseñar a los primeros hombres las ciencias y las artes,
para transmitir los símbolos sagrados y los secretos ritos, para
hablarnos sobre la muerte y la resurrección, para prometernos
que un día habría de retornar para restaurar triunfante el
Orden perdido, haciendo sonar su pif'lka (=.silbato sagrado)
y despertando a aquellos guerreros que lo aguardan
durmiendo un sueño de incontables siglos.
O también para transmitir el mapud'ngu, la lengua
mapuche, idioma de origen no-humano que permite a los
hombres comunicarse con los dioses y todos los seres del
universo. Y como dijera Félix de Augusta:”Ninguna lengua, se
conoce que tuviese más derechos [que la mapuche] de
llamarse el lenguaje primitivo de la Humanidad, el que habló
el Hombre con Dios en el Paraíso” (13)
61. 59
Y también vió también al Divino Maestro Americano
instituyendo el F'ta Trawun (=Gran Consejo) de los 12
sabios que construyeron y residen en la sagrada ciudad de
Ll'mll'm, en la cima del monte salvador Trengtreng, lugar
donde preservarían el cáliz sagrado del conocimiento a través
de las vicisitudes y catástrofes cósmicas y humanas.
Y de este modo Aukanaw fue retrocediendo hacia las más
antiguas escenas y, entre muchas
que no comprendió, pudo
reconocer con asombro el símbolo
de las 6 estrellas Ngau poñü
(= Pléyades) anunciadoras del
Wetripantu (= año nuevo
mapuche) y del solsticio invernal.
Heraldos también del comienzo
de cada Gran Año, era cósmica o
“Sol”.
Y con asombro pudo observar la asociación de las Ngau poñü
con el W'ñelfe (=Venus), natural en el ciclo anual pero
inaudito a nivel cósmico. Y más allá pudo ver la relación de
ellas con el Divino Maestro, lo que hacía conjeturar a estas
estrellas en el origen de todo, o tal vez muy cercanas al mismo.
En ese instante acudió a su mente la descartada e incorrecta
teoría del astrónomo Johann Heinrich Von Maedler, que
postulaba a las Pléyades- y particularmente a Alcyone, como
centro de todo el universo y posible origen del mismo,
siguiendo en esto ultimo la teoría de Laplace.
Y una duda herética se deslizó por un momento en la mente
científica y positivista de Aukanaw, al concebir -aunque tan
sólo fuera como una ocurrencia- que quizás en las
afirmaciones de Maedler hubiese un fondo de verdad, si bien
distinta en naturaleza de las realidades astronómicas y
62. 60
materiales, una verdad de otro orden: cosmológico y
metafísico.
Y como éstas, un sinnúmero de reflexiones y asociaciones se
agolparon en su mente.
Cuanto más iba desentrañando esta epopeya cósmica más
acuciado se sentía Aukanaw por descifrar los enigmáticos
símbolos y las extrañas escrituras que acompañaban a las
pinturas murales.
Sospechaba que esos signos eran la
primitiva lengua secreta de los
renüs, de la cual algunos machis
(= chamanes mapuches)
conservaban escasos vestigios en
forma oral, y presentía que su
comprensión le permitiría conocer
los secretos más profundos del
universo.
Era exasperante poseer aquel tesoro de saber oculto y no
tener la clave para desentrañarlo.
63. 61
XI
Habiendo captado ya el sentido de aquellos murales Aukanaw
comenzó a recorrerlos en forma ordenada, de principio a fin,
con la actitud de quien trata de armar un gran rompecabezas,
donde algunas piezas conocidas permiten identificar a las
desconocidas.
Y así, avanzando a través de escenas cuyo sentido ignoraba,
pudo reconocer hechos históricos que claramente podía
identificar. Allí aparecieron los contactos mapuches con otros
pueblos indígenas ya desaparecidos, pudo ver figuradas con
todo realismo, y escasa estilización, escenas de la invasión
incaica e impresionantes representaciones de los
conquistadores españoles.
Vió sus barcos, cañones y caballos, sus arcabuces y armaduras,
vió ejércitos mapuches con sus lazos y lanzas, con sus porras y
petos de cuero, imágenes donde los rostros de sus tokis, de
sus comandantes, estaban minuciosamente representados. Y
esto mismo le permitió identificar algunas de las estatuas que
adornaban ese templo subterráneo como representaciones de
grandes guerreros y sabios mapuches. Y presintió que esas
esculturas, que tenían una actitud tan natural y llena de vida,
64. 62
servían como medio de contacto y veneración con las almas de
esos personajes ilustres, que una vez difuntos se habían
convertido en pillanes (= especie de semidioses, análogos a
los “héroes” griegos).
Más adelante, fascinado, creyó descubrir entre las trágicas
escenas de la “Pacificación de la Araucanía” y de la “Conquista
del Desierto” la imagen descollante de aquel guerrero
inmortal, aquel que expectante aguarda su retorno, el grande
Kallfükura.
La admiración de Aukanaw crecía a medida que pasaba de
escena en escena, y como su antorcha se estaba consumiendo,
hizo un rápido repaso de las imágenes restantes, pensando en
dejar para más tarde la realización de un estudio detallado.
Narrar la historia que sus ojos vieron no puede resumirse en
cuatro palabras y merecería un capítulo aparte.
(Véase al respecto la sección “Fragmentos de una Enseñanza Olvidada”)
Y así fue saltando escenas que parecían familiares, pero que
nada le decían, hasta colocarse frente a las últimas que volvían
65. 63
a repetir temas míticos que había observado en los comienzos
de la serie.
Cuando de repente, con una reacción tardía, retrocedió en
busca de una imagen que le había llamado la atención, pero
que en su premura había dejado de lado.
Buscó y rebuscó entre los cuadros de esa maravillosa galería,
hasta que finalmente la encontró.
La observó con detalle, y un
estremecimiento aún mayor que
el mismísimo descubrimiento del
templo subterráneo, lo hizo
tambalear y balbuceos incoheren-
tes salieron de su boca.
En un rostro lívido por la
emoción, sus ojos desorbitados se negaban a creer lo que
tenían ante ellos. El espanto se había apoderado de sus pupilas
y por largo rato permaneció con la mirada perdida en el vacío,
como si estuviera viendo un espeluznante fantasma.
¿Qué imagen podía afectar una mente tan lógica y racionalista
como la de Aukanaw? ¿Qué podía causar tanto impacto a un
etnólogo acostumbrado a tratar con reliquias de mundos
antiguos?
No era una escena mítica, tampoco una representación de
seres fantásticos de otros mundos, tampoco eran revelaciones
proféticas de un futuro tan fabuloso como el pasado
primordial.
Sino, tan sólo una pintura de la mayor sencillez, muy obvia, y
con un aire ingenuo y hasta candoroso.
67. 65
XII
Aukanaw como casi todos los hombres cultos de su época, era
agnóstico y positivista.
Seguidor de Spencer y Darwin, admiraba a Haeckel y
Holmberg, y compartía con Wells su confianza optimista en
que la ciencia liberaría al Hombre de la esclavitud de los
dogmas religiosos y los despotismos políticos.
Herbert Spencer Charles Darwin Ernst Haeckel
Aguardaba esperanzado el día en que la Ciencia controlaría
las indómitas fuerzas de la Naturaleza, y conduciría a la
Humanidad hacia un futuro luminoso signado por la
prosperidad, la libertad y la fraternidad.
Eduardo Holmberg Herbert G. Wells
Aukanaw, como típico evolucionista, postulaba que todo
proceso, incluso los históricos y sociales, iban de lo simple a lo
68. 66
complejo, de lo primitivo a lo sofisticado, y que todo se
encaminaba hacia un progreso indefinido.
Era incrédulo por naturaleza y formación, razonador agudo y
lógico, un pensador por cuenta propia.
No despreciaba los milenarios conocimientos de sus ancestros
indígenas, pero los consideraba con el cariño con que se
atesoran las ingenuidades de la infancia.
Estas tradiciones espirituales eran una parte de él, eran parte
de su cultura y de su niñez, no renegaba de ellas, pero las
consideraba como simples balbuceos imperfectos de la
infancia de los pueblos, donde los sueños colectivos se
entremezclan con la realidad.
Aukanaw, como muchos de sus contemporáneos, se sentía
muy seguro y confiado en los postulados de la ciencia
victoriana, y creía que muy pocos misterios del universo
quedaban aún por descubrir.
Más llegó un día a su vida en que todas esas creencias y
convicciones se derrumbaron estrepitosamente.
Un día en el que descubrió: que tanto la Historia como la
Ciencia y las leyes que rigen la supuesta coherencia del
universo estaban erradas desde sus inicios, y que todo lo que
creía verdadero no lo era.
Y ese día fue aquel en que descubrió dentro de un templo
subterráneo, de edad incierta, una pintura naif de 300 o 400
años de antigüedad
¿Cómo era posible que una simple pintura alterara tan
profundamente a un científico racionalista y escéptico al punto
tal de hacerle cambiar por completo el rumbo de su vida?
69. 67
La respuesta era sencilla. Esa pintura de 400 años atrás era
una fiel y detallada representación de... los tiempos presentes.
En ella aparecían reproducidas las más variadas escenas
familiares: automóviles y aeroplanos, vapores surcando los
mares y ciudades con modernos rascacielos, y otras cosas más
que Aukanaw no reconocería hasta pasados muchos años, pues
en ese momento sencillamente todavía no existían...
No cabía la menor duda acerca de la antigüedad de esa
pintura, y aún el arqueólogo más incrédulo hubiera rebajado la
datación cuando menos a un siglo, es decir por el 1830; y esto,
sin embargo, no hubiera cambiado para nada la contundente
revelación, puesto que esos inventos modernos ni siquiera
eran concebibles por aquel entonces.
El cerebro de Aukanaw era un torbellino que no cesaba de dar
vueltas, y si antes había intentado hallar una explicación
racionalista a todas las cosas, ahora empezaba a creer en los
más anormales y fantásticos prodigios, en los relatos de sus
ancestros, en la mitología de su pueblo, en la enseñanza
esotérica de su madre y en la tradición iniciática transmitida
por renü AukaNawel.
En ese momento se derrumbaron estrepitosamente sus
convicciones más arraigadas. No cabe la menor duda que el
cataclismo emocional, o la revelación, capaz de producir tan
brusca transformación debió ser tremendo, y durante algún
tiempo permaneció sentado en el suelo con la mirada
absurdamente perdida en el vacío, incluso mucho tiempo
después de haber vislumbrado aquella impactante escena.
70. 68
Resulta difícil explicar con palabras lo que sucedió entonces.
Aukanaw en esa caverna volvió a ver lo que vieron los
hombres de siglos anteriores. Y con la fe y el fanatismo de un
converso, en un instante se entregó con devoción total a la
tradición espiritual de sus mayores, renegando de la ciencia
occidental, a pesar de que conservaría algunos rasgos de ella.
Ya nunca más volvería a ser el mismo. En ese momento el
pasado y el presente se confundieron, y tuvo la impresión de
haber vivido ya ese momento.
En la persona de Aukanaw de nuevo volvieron a unirse, en
una sola, las fuerzas secretas que animaban las formas
supremas de la sacralidad mapuche.
Él ignoraba que en ese momento se unían dos nombres:
AukaNawel, el del curioso etnólogo y el del sabio renü, una
generación los separó, pero una misma misión les dio sentido
y gloria a los dos.
Aukanaw, abrumado por ser depositario de semejante secreto,
se estremeció ante los misterios que oculta el pasado, y tembló
por las amenazas que depara el futuro. Turbado de sólo pensar
en los incontables siglos durante los cuales estas reliquias
habían mantenido una vigilia muda y expectante, con un
propósito, con una misión, que recién ahora comenzaba
entrever.
Aukanaw supo entonces que la evolución indefinida no existe,
sino por el contrario el desarrollo y la posterior involución.
Además fue conciente que aquellos hombres arcaicos conocían
la historia del universo desde los inicios hasta su desaparición,
y que las innumerables pinturas, textos y objetos del templo
subterráneo resumían toda la historia de la tierra y del
Universo.
71. 69
Supo entonces y admiró, la prudente sabiduría de aquellos
lejanos sacerdotes que ocultaron cuidadosamente los restos de
esa avanzada ciencia, y los detalles de la historia del mundo.
(14)
Y pudo comprender porque los renüs atesoraron algunos de
esos objetos religiosamente: eran los testimonios de aquello
que en lo futuro debería ser evitado, so pena de volver a
sucumbir.
Estos hombres santos, como grandes conocedores de las
debilidades humanas, no ignoraban que las futuras
generaciones si llegaran a apropiarse de esa ciencia arcaica y
del manejo de los poderes ocultos de la naturaleza tratarían de
usarlos para imponerse violentamente los unos a los otros.
Y la historia de los tiempos presentes se lo confirmaba
tristemente con la Rusia bolchevique y la Alemania nazi.
73. 71
XIII
Todas estas reflexiones y sentimientos se sucedían en la mente
de Aukanaw simultáneamente, en un solo instante.
Pero poco a poco se fue serenando, y una profunda sensación
de paz y plenitud cósmica lo fue invadiendo gradualmente,
cuando repentinamente se percató que la antorcha se había
quemado por completo.
Debía de haber transcurrido más tiempo del que el imaginaba,
quizá varias horas.
Sin embargo, algo extraño sucedía en el ambiente, y Aukanaw
no llegaba a saber precisamente de que se trataba.
Intrigado, miraba en derredor, sin atinar a encontrar la causa
de su extrañeza.
Hasta que de repente descubrió algo anómalo e increíble.
Sus ojos atónitos se creían víctimas de una ilusión, fruto de
tantas emociones y sorpresas. No podía creer que era capaz de
ver perfectamente en la obscuridad los innumerables objetos
del templo subterráneo, sin que la antorcha estuviese
encendida. Tampoco creía que un milagro lo hubiese dotado
de visión nocturna. Sin salir todavía de este nuevo asombro,
sus ojos siempre sagaces descubrieron la causa de esta
maravilla.
74. 72
Un fulgor lívido y verdoso parecía brotar de las paredes de la
cueva. Era una radiación temblorosa y fosforescente que
otorgaba al lugar una atmósfera espectral.
Una vez que los ojos se acostumbraban era posible ver
perfectamente todos los rincones de aquel enorme santuario
subterráneo.
De inmediato acudieron a su mente la descripción de cueva
luminosa del renü Fitón, y algunos relatos legendarios de los
pewenches. Y se preguntaba, ¿cuál sería el modelo real que el
poeta Ercilla tomó para crear su mágico personaje y el templo
luminiscente?
Extenuado y todavía confundido por las tremendas e
impactantes circunstancias que le tocaron vivir, Aukanaw salió
de la caverna y se encontró que ya era de noche.
El tiempo se había descompuesto y el frío viento cordillerano
era atravesado persistentemente por una fuerte lluvia que
arreciaba continuamente.
Ante este panorama desalentador, decidió pernoctar dentro
del templo subterráneo al resguardo de las asperezas del clima
Mucho le costó conciliar el sueño, y a pesar de la fatiga aún
persistían la excitación del descubrimiento, las ilusiones rotas,
las ideologías muertas, una nueva visión del universo, una
75. 73
ferviente adhesión al credo de sus mayores; a lo que se sumaba
la atmósfera inquietante del lugar, cargada de invisibles
presencias, y el extraño resplandor fosforescente que le sugería
siniestros presagios.
Pero el cansancio finalmente triunfó sobre las molestias, el
hambre y las sugestiones de una mente alterada, sumiendo al
hierólogo en un profundo sueño.
Se sucedieron horas de reparador descanso, cuando de
repente un extraño calor y un fuerte resplandor lo
despertaron. La fatiga de su cuerpo aún persistía y sus
párpados, a pesar de todos sus esfuerzos, se resistían a abrirse.
No tenía la menor idea de cuanto tiempo había dormido,
intuía que mucho.
Pero estaba seguro de no haber tenido sueños. Cosa extraña,
pues todo mapuche sabe que en esos lugares sagrados es usual
tener peumas (=sueños visionarios).
Reuniendo energías desde lo más profundo de su ser atinó a
sentarse y entreabrir sus ojos fatigados de contemplar tanta
maravilla.
Al voltearse para indagar la causa del extraño y cálido
resplandor, dió un brinco sorprendido por lo que vió, mientras
que su corazón palpitaba intensamente y zumbaban sus sienes.
77. 75
XIV
A su lado, junto a un pequeño fuego,
estaba acurrucada una persona.
A la luz de la lumbre pudo ver que se
trataba de un hombre bastante viejo,
pobremente vestido, de raza pewenche sin
lugar a dudas, que asaba al rescoldo unos
piñones, las semillas de la araucaria.
El viejo al notar que Aukanaw se había
despertado, sin mayores preámbulos, le
ofreció algunos sabrosos piñones asados y
un recipiente de asta conteniendo
refrescante chafid (15).
Manjares que el hambriento Aukanaw devoró y bebió con
avidez, inmediatamente después de haber efectuado las cuatro
ofrendas y libaciones que la tradición prescribe. Sin mediar
palabra el viejo encendió y comenzó a pitar con fruición una
vieja pipa de greda, echando bocanadas de humo a los cuatro
vientos, y convidó luego al hierólogo, quien agradecido realizó
el mismo rito.
piñones
78. 76
Pasó un largo rato, y ninguno de los dos emitió una sola
palabra. Los brillantes ojos del viejo, cuyos largos cabellos
eran más blancos que la misma nieve, parecían escudriñar
cada recoveco del alma de Aukanaw y, a pesar de las ropas
humildes, su aspecto irradiaba una dignidad que imponía
autoridad.
Al cabo de un rato el viejo, cuyo rostro estaba estriado de
profundas arrugas, sin emplear las formulas de salutación y
presentación de la etiqueta pewenche, le preguntó a Aukanaw
el motivo de su presencia en ese lugar.
El hierólogo le narró con emoción y entusiasmo su increíble
experiencia.
El veterano escuchó en silencio y por toda réplica le declaró
que: nadie puede saber a donde ir, si no sabe de donde viene. Y
que ello no sólo era aplicable para la historia del pueblo
mapuche, sino para toda la Humanidad.
Aukanaw saboreaba con inmenso regocijo cada palabra del
anciano, pues éste se expresaba en una lengua mapuche muy
elegante, sonora y arcaica. Desde su niñez que no recordaba
haber escuchado a alguien hablar con semejante ritmo, calidad
y elocuencia.
Mientras tanto el viejo, tomando a Aukanaw del brazo y con
un ceremonioso ademán que significaba una orden, lo condujo
con un andar fatigado de años y sabiduría hasta el inicio de las
pinturas en el muro, aquellas que marcaban el comienzo de la
epopeya cósmica.
Lentamente y a la luz de la fosforescencia verdosa, el viejo le
fue explicando lo que significaban ciertas escenas o
traduciéndole algunos de los desconcertantes símbolos
jeroglíficos. Sus palabras paulatinamente fueron dando
79. 77
sentido a todo el templo subterráneo. Las tinieblas de la
ignorancia iban dejando paso a la luz de la comprensión.
En eso andaban, cuando de repente, en un exabrupto, el viejo
mencionó que debía retirarse, argumentando encargos que
debía cumplir; y sin mediar palabra comenzó a salir del
santuario.
Aukanaw se sintió desolado y desamparado, como un niño
perdido en medio de un gran bosque.
Recién ahora cuando comenzaba a comprender el significado
oculto del misterioso templo, de buenas a primeras, era dejado
librado a su propia suerte, a su propia ignorancia.
Como un chiquillo siguió al anciano hasta la puerta de la cueva
rogándole con insistencia que prosiguiera el interrumpido
relato, mas el viejo silencioso ni siquiera volteó hasta que
salieron a la luz de un magnífico y esplendente día.
Aukanaw, suplicante, le pidió al viejo que al menos le dijera su
nombre y el lugar donde vivía.
Al oír esto el viejo se detuvo bruscamente y, cambiando de
tema, le confió que desde hacía muchos años cuidaba ese sitio
auxiliado por algunos hermanos. Y que su presencia en ese
momento tenía por objeto inspeccionar los daños que el
terremoto había ocasionado en el templo; mencionando
además, que pronto volvería con sus hermanos a tapar la
hendidura que casualmente descubriera Aukanaw.
El viejo, a medida que se alejaba, le advirtió que ese templo
todavía estaba en uso, y que los sabios que allí se reunían no
necesitaban de grietas o puertas comunes para penetrar en el
recinto, siendo capaces de usar otros medios no tan vulgares.
Además existían entradas que sólo se abrían en determinados
80. 78
momentos del año, y solamente podían ser atravesadas por
algunos elegidos. Buscar estas puertas sin estar autorizado era
perder el tiempo y la cordura.
Y añadió, que ese templo subterráneo no era el único, sino que
existían otros a lo largo del territorio mapuche, y que todos
ellos dependían del F'ta Trawun (= Gran Consejo) asentado
en la sagrada ciudad Ll'mll'm.
Además le dijo que todos esos santuarios abrirían sus puertas
de roca únicamente en el fin de los tiempos, es decir, en los
finales del cuarto “sol”, era cósmica en la que estaban viviendo.
Lentamente el viejo se fue alejando más y más dentro del
bosque, pero en un momento volvió a detenerse y miró al
desconsolado Aukanaw.
Permaneció en silencio durante unos instantes, como si algo lo
dejara perplejo, para luego decirle al investigador, que si le
interesaba aprender más cosas de los kuifikeche (= los
antiguos) debía visitar a don Clemiro L ... , en Ch ... , cerca de
la ciudad de T ... .
Enfatizando que, don Clemiro era un hombre con mucha
paciencia para los preguntones, y que todos esos asuntos no se
aprendían de un día para el otro, pues a veces podían llevar
toda una vida de estudio.
81. 79
Dicho esto, el venerable anciano retomó su camino, y cuando
ya casi se había perdido en la espesura del impenetrable y
añoso bosque, Aukanaw le gritó, reprochándole que aún no le
hubiera dicho su nombre.
El anciano sin detenerse, volteó su rostro hacia él, y
esbozando una enigmática sonrisa, le gritó: “Auka Nawel”.
La respuesta del viejo lo tomó totalmente por sorpresa, y su
corazón dio un vuelco dejándolo momentáneamente
petrificado, lívido como un cadáver.
Cuando pudo reaccionar corrió tras el anciano, desesperado
como un loco, pero ya era demasiado tarde, el veterano había
desaparecido en medio de la espesa vegetación.
Aukanaw en ese momento se sintió catapultado más allá de lo
mundano y lo ordinario, al comprender el significado personal
de todo este extraño suceso.
Ahora todo estaba claro y cobraba sentido. Nada había sido
fortuito, todo respondía a un plan determinado y premeditado,
un drama secreto en el que Aukanaw, sin saberlo, había
representado su papel.
El renü AukaNawel, asumiendo el aspecto de su
wichankullin (= animal aliado, nagual), es decir la
apariencia de un jaguar o nawel, condujo a su escéptico
descendiente -el hierólogo Aukanaw- hasta el templo
subterráneo, y posteriormente el mismo hombre santo se le
apareció en la cueva con el aspecto humano que tuviera
durante sus últimos días en este mundo.
La situación lo desbordaba. Aukanaw en ese trance se sentía
un habitante de dos mundos, de dos mundos antagónicos e
incompatibles y sabía íntimamente - por las enseñanzas
82. 80
esotéricas de su pueblo- que debía optar por uno de los dos, si
no tomaba una pronta decisión pagaría cara su experiencia.
Todos estos sucesos le resultaban inaceptables y escandalosos
cuando Aukanaw los consideraba desde la lógica científica y
racional, pero eran profundamente significativos y totalmente
concluyentes cuando los examinaba desde la perspectiva de la
cosmovisión pewenche, que tiene su lógica singular y secreta.
Durante unos momentos quedo sumido en un vaivén de
pensamientos y dilemas.
Y así meditó sobre el amplio desarrollo logrado por la ciencia
moderna en tan sólo 150 años, y la superficialidad que
implicaba necesariamente la rapidez vertiginosa de ese avance.
Y consideró en contraposición a la ciencia arcaica, que a lo
largo de miles de años había atesorando profundos
conocimientos del universo, orientados no al desarrollo
exterior, o tecnológico, sino al progreso interior, o esencial, del
Hombre. Estas y otras reflexiones ocuparon sus pensamientos
por largo rato, pero el término de sus cavilaciones fue brusco.
Aukanaw no dudó ni un sólo instante y arrebatado por un
ímpetu secreto, por un ímpetu más profundo que la razón,
acató ese mandato ancestral que no hubiera sabido justificar, y
optó por la lógica milenaria y prodigiosa de su propia raza.
A partir de ese momento Aukanaw fue como un eco, como una
sorda reverberación de aquel pretérito AukaNawel.
Y henchido de orgullo por su pasado como pueblo, y fervoroso
de la Tradición Espiritual de sus mayores, se fue alejando de
aquel ambiente hechizado, confiando en que los sabios
guardianes sabrían nuevamente ocultarlo de las miradas
profanadoras de un mundo moderno que jamás lo llegaría a
comprender.
83. 81
Ahora todo le parecía diferente, el color de las hojas, la
luminosidad del cielo, el canto de las aves, el aspecto del
paisaje...
Aukanaw caminó largo trecho, erguido, muy seguro de sí
mismo, con la fortaleza que le daba el saberse poseedor de
maravillosos secretos, y con la vaga sensación de haber nacido
nuevamente.
Pero repentinamente, durante un breve instante, sintió la
necesidad de volver la cabeza, como para cerciorarse de que la
cueva que dejaba atrás existía realmente...
85. 83
XV
Inmediatamente después de
esta experiencia transfor-
madora Aukanaw abandonó
sus trabajos y su profesión,
desdeñando las más simples
comodidades de la vida, para
retirarse a vivir modesta-
mente en una pequeña ruka
(= rancho o choza) ubicada en
una región aislada y tranquila
de la cordillera andina. Ruka que fuera de Don Aukanaw
Al poco tiempo tomó contacto con don Clemiro, uno de los
últimos representantes de una generación de renüs que
todavía sobrevivían por ese entonces, quien junto a los otros
miembros de su mangeñ (= logia o colegio iniciático)
tomaron a Aukanaw bajo su tutela.
La instrucción se extendió infatigable durante varias décadas,
y todo su ser se fue preparando como receptáculo de las más
poderosas fuerzas espirituales, fuerzas que resultarían fatales
para la constitución del hombre común, demasiado endeble
para soportarlas.
Preparación que los antiguos renüs, denominaban en su
idioma secreto, tr'n'n, la misma palabra que usan los
alfareros para referirse al templado de sus piezas.
Y así como el cántaro de greda cuando sale de las manos del
artesano es blando y tierno, pero a medida que se lo va
templando adquiere la resistencia necesaria para recibir y
soportar los más enérgicos contenidos; así el discípulo es
86. 84
preparado gradualmente para entrar en contacto con las más
excelsas y poderosas realidades del Universo.
Y es aquí donde comienza la verdadera historia espiritual de
Aukanaw. Los sucesos sorprendentes en el templo subterráneo
fueron tan sólo el comienzo, tan sólo “el llamado”, para
el discipulado.
Pasarían varios años todavía, antes
que Aukanaw viviera la experiencia
más trascendente y arrobadora de
toda su vida. Y ella llegaría un día
cuando le sería revelado, en la cima
del místico cerro Trengtreng, el
secreto propósito de su vida y el
signo precursor de su Misión.
Y como recordatorio de aquel breve instante de duda en el que
Aukanaw volteara la cabeza, para asegurarse de que la cueva
que dejaba atrás realmente existía, escribió -muchos años
después- estas sencillas pero emotivas líneas:
Se ha abierto la Gran Puerta,
... sigue el camino indicado
sin volver la vista atrás,
... y sabrás que no existen en realidad ninguna de
las religiones
y ninguna de las filosofías del mundo.
87. 85
Sabrás que el Gran Espíritu es todos los credos
y todas las ideas.
Que el Gran Silencio es el Cielo y la Tierra,
la Verdad y el Error,
el Todo y la Nada,
tu propia Esencia...
¡Avanza! No te detengas,
No te detengas sino hasta entrar
en los dominios inmortales.
No te detengas sino allí, en Ll'mll'm,
donde la belleza nunca se marchita
Allí, donde el éxtasis nunca decae
Allí, donde brilla eternamente la luz del Sol
Y entonces hermano...
Beberás de la fuente misma de la inmortalidad,
del que fue tu origen, del que es tu destino final.
Aukanaw
(Continúa en La Misión)
89. 87
NOTAS
1.
"En hondos y secretos subterráneos tienen cuevas fabricadas, sobre
fuertes maderas afirmadas, para que estén así muchos años. Ellas en
lugar de ricos paños, están de arriba abajo tapizadas, aún el suelo, con
esteras y con cabezas de hórridas fieras".
Pedro de Oña, Arauco Domado (año 1596)
Lo introdujo en una cámara espaciosa, de media milla cuadrada de
superficie.
Una hermosa cámara, extrañamente realizada, cuyo ornamento era de tal
labor y tan costoso que no hay lengua que pueda contarlo, ni imaginación
que no exceda.
Tenía el suelo pavimentado con transparentes losas cristalinas...; el techo,
alto, estrellado con innumerables piedras relucientes, que iluminaban toda
la gran cámara con la variada luz que ellas reflejaban.
En derredor, sobre columnas de oro, había cien estatuas representando
distintos personajes de una manera tan vívida que a un sordo le parecería
que hablaban. Las hazañas de estos personajes -en la guerra, el
conocimiento y la virtud- se hallaban representadas con figuras en las
anchas paredes de la cámara.
En medio de este recinto había una gran esfera reluciente, que en el aire
por sí sola se sostenía, y era un microcosmo, o imago mundi, donde se
podían ver los acontecimientos lejanos y futuros.
Alonso de Ercilla y Zúñiga,
La Araucana (Canto 152 y ss.) (año 1569)
(Los textos anteriores se han adaptado al castellano moderno para su mejor
comprensión).
90. 88
“Saben decir que adentro del cerro había como un museo”
Cayetano Antimilla, 1971, Bariloche.
(en "La Salamanca de Anecón Grande")
(en Berta E. Vidal de Battini, Cuentos y Leyendas populares de
la Argentina, 1984)
2.
El sellado de estas cuevas se realizaba siguiendo un procedimiento
especial cuyo producto final era una especie de roca sintética,
indistinguible de la roca natural. Esta técnica unía rocas amorfas
empleando una argamasa especial, entre cuyos componentes se
encontraban roca molida y sangre animal, sobre la que posteriormente se
encendía un fuego para su curado. Existe una fórmula de características
análogas muy usada en el siglo XIX, conocida como “cemento japonés”.
Un estudioso del folklore del Neuquén, Don Gregorio Álvarez, llegó a
tomar conocimiento de este procedimiento - que siempre fue mantenido en
secreto por los interesados- gracias a un indígena de su amistad (Augusto
Martín) quien le refirió lo escribe en su libro El Tronco de Oro (año
1968/1994) (pág. 114): ”Para cerrar la sepultura se buscaban piedras
semejantes en estructura a la de la cueva, las disponían como una pared
o pirca y la cementaban con una mezcla de ceniza amasada con sangre
de potro. Se disimulaba la unión de las piedras con oleadas de humo
proveniente de un fuego que encendían con plantas de la región”.
"Se cuenta que los mapuches de antaño tapaban las minas para
preservarlas; pero después las minas se perdieron para siempre".
Mayo Calvo, Secretos y Tradiciones Mapuches, pág. 22 (año 1968/1980)
3.
"antiguamente, por este poder [el entregado por Dios] algunos podían...
abrir caminos bajo la tierra por donde marchaban los guerreros. Por ello,
los españoles no se explicaban como aparecían los mapuches de pronto
en distintos lugares".
Cirilo Antinao, Temuco (en "El Gran Cacique Callfucura”),
en "Me contó la Gente de la Tierra", Yosuke Kuramochi, pág. 85, año 1991
91. 89
"Los antiguos conocían muchos túneles por donde pasaban y se
comunicaban por debajo de la tierra; también trajinaban encima del agua"
Mayo Calvo, Secretos y Tradiciones Mapuches, pág. 29(año 1968/1980)
Abel Curühuinca refiere que su bisabuelo solía hablar de la renüpülli, la
cueva iniciática, a orillas del lago Lacar en Neuquén, Argentina: "La cueva
era de más o menos una cuadra de largo, igual de ancho y muy alta, que
llenaría una montaña. Dentro salían caminos, pasillos que debían ir a otras
cuevas".
(en La Renüpülli, la salamanca del lago Lacar),
Tradiciones Araucanas, Berta Kössler, pág. 203., año 1962)
4.
"En una batea ven donde están sus ejércitos y de lo que les ha sucedido,
bueno o malo".
Diego de Rosales, Historia General del Reyno de Chile, t. I, pág. 135,año1666).
5.
Udjat: representación del ojo del dios egipcio Horus, que suele combinar
un ojo humano, un ala de ave y una serpiente, en una sola figura. El Udjat
fue uno de los amuletos más importantes para los egipcios, simbolizando
la integridad física, el conocimiento, la visión total y la fertilidad (= wedjat,
oudjat, oudja, udja.)
"udjat" en la
cultura
Tiwanaku
92. 90
6.
Diego de Rosales, Historia General del Reyno de Chile, t. I pág. 184 (año1666).
7.
Félix de Augusta, Diccionario Araucano- Español, pág. 161 (año 1916).
8.
Alonso Gónzalez de Nájera, "Desengaño y reparo de la guerra del Reino de
Chile", (año 1614).
9.
Avatara (= descenso, en idioma sánscrito): Es la individualización del Ser
Universal (=.Dios); es el descenso de Dios en el mundo de los seres
humanos para la prolongación de un período cósmico. Puede haber
muchos avataras parciales en distintos lugares y al mismo tiempo.
10.
"todos estos cuerpos [de ejército] tienen sus banderas particulares, en las
cuales se ve señalada una estrella, que es escudo de la nación
[mapuche]".
Juan Ignacio Molina, “Compendio de la Historia Geográfica, Natural y Civil de
Chile” pág. 159 (año 1776)
11.
Recientes descubrimientos (abril de 2003) confirman una vez más las
conclusiones del maestro Aukanaw:
En un cementerio de Norte Chico, a unos 200 kilómetros al norte de Lima,
Perú, fue hallada una imagen del Divino Maestro Wirakocha.
Johathan Haas, especialista del Museo Field, señaló: "ésta aparenta ser la
más antigua imagen religiosa identificable encontrada en América".
Las pruebas de carbono 14 demostraron que el grabado, presente en un
fragmento de vasija, data del 2250 a.C., aproximadamente; es decir que
cuenta con alrededor de 4.200 años de antigüedad.
"Ahora sabemos- añade Hass- que la religión organizada comenzó en la
región andina más de mil años antes de lo que hasta ahora se pensaba"
(Datos tomados de la revista Archeology)
93. 91
12.
Estas cuevas son muy respetadas y temidas por las comunidades, pues la
tradición indica que de estos lugares, luego de entrar, se sale gravemente
enfermo o con alguna incapacidad. (Comunidad Mapuche Pedro Ancalef -
Putue – Villarrica)
13.
"Lemunantu", Fco. Valdes S., 1946 (en "P. Felix de Augusta o la pasión por el
Verbo Mapuche", Ziley Mora P., pág.9)
14.
Al comienzo no sólo se poseyó una ciencia, sino "una ciencia diferente de
la nuestra, que tomaba inicio en lo alto, lo que incluso la hacía
peligrosísima. Ello explica porque la ciencia en los inicios fue siempre
misteriosa y encerrada en los templos..." (Joseph de Maistre, Soirées de St.
Pétersburg, 1821)
15.
Chafid: bebida alcohólica que se obtiene fermentando piñones de pewen
(= Araucaria imbricata) en agua, y es considerado por los pewenches
como un brebaje sagrado empleado en las rogativas.
95. 93
Fragmentos de una
Enseñanza Olvidada (*)
Se designa así al núcleo de las sagradas enseñanzas cósmicas y metafísicas
que el Maestro Aukanaw recibiera en el monte TrengTreng, y transmitiera
en forma oral y vivencial.
Ciencia Sagrada que el Divino Maestro Americano trajo de los cielos, y
que los antiguos renüs (sabios o sacerdotes mapuches) organizados en
Füta Traf'n (Hermandad o Gran Colegio de Iniciados) custodian desde
tiempos inmemoriales en la Ciudad Espiritual Ll'mll'm, "la fuente del
conocimiento".
En algún momento de la vida del Maestro Aukanaw algunas personas,
unas de ellas aborígenes y otras no-indígenas, le pidieron desde lo
profundo de su corazón recibir las sagradas enseñanzas de Ll'mll'm .
Como este conocimiento cósmico y metafísico es transcultural , es decir
que no se halla limitado a una cultura, a un pueblo o a una religión, el
pedido era legítimo.
Pero la transmisión no depende de la simple voluntad de las personas,
sino de un estado de afinidad y correspondencia interna con "la fuente del
conocimiento".
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Ese es un estado que se obtiene espontáneamente y no de manera
deliberada. Pero los antiguos elaboraron distintos medios internos y
externos que pueden predisponernos y prepararnos para que dicho
estado “suceda”, “acontezca”, “irrumpa”.
Básicamente estos medios apuntan a ensanchar nuestra conciencia,
logrando así una nueva visión del Cosmos a través de nuestro primer
lenguaje: la comunicación del alma del hombre con el alma del Universo.
No se trata ya de un mero conocimiento o de una actitud, sino de una
forma de vida.
Decía Aukanaw:
“Cuando el hombre dejó de mirar hacia adentro y enfocó su atención
hacia afuera, la divina sabiduría se nubló. El dejó satisfechos sus sentidos,
pero perdió la conciencia de lo Sagrado. Se identificó con la parte y olvidó
el Todo.
Aquí y ahora lo verdaderamente importante es hallar el camino de
regreso...
Transitar el sendero de los antiguos sabios e iniciados.
Esta es una invitación a recobrar lo que quedó en el olvido, a caminar
juntos...”
(*) (parafraseando a G. R. S. Mead, "Fragments of a faith forgotten: The
Gnostics", 1900, N.Y.)
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Biografía
Un poco respondiendo a la inquietud de algunos hermanos
preparamos una biografía de Don Aukanaw, a él eso no le
hubiera gustado mucho, pues repetía hasta el cansancio que lo
importante es el mensaje y no el werken, no el mensajero.
Para que se comprenda cabalmente su función espiritual,
debimos dividir el trabajo en dos partes: 1º El linaje, 2º la
biografía propiamente dicha (desde su actividad espiritual
mapuche).
Aclaremos que él era una persona muy reservada, le gustaba
poco y nada hablar de sus cuestiones personales, nuestro
trabajo consiste en reconstruir una vida a partir de escritos
dispersos y fragmentos orales, algunas veces contradictorios y
otras veces cercanos a lo legendario y lo fantástico.
Ernesto Cayulao
98. 96
El Linaje
El RENÜ
En el siglo pasado existía en la región del volcán Llayma un
renü (sabio sagrado, mucho más que machi) llamado
AukaNawel. El era de la gente del gran Toki Kallfükura.
Ya para ese entonces prácticamente ya no quedaban renü,
solo quedaban machi. Cuando el grande general Kallfükura se
trasladó con sus guerreros hasta Karwé [actual provincia de
Buenos Aires, Argentina], que fue la capital de la
Confederación Mapuche, AukaNawel se movió junto con
ellos.
Sagrado Volcán Llayma
Se dice que Kallfükura era también un gran renü con
mucho poder mágico, hoy es un pillan mucho más poderoso
que Lautaro (al menos al Este de los Andes) junto con otro
gran renü el "toro" Pincén (Pintrem).
99. 97
Después de la derrota militar, cuando los wingka (=.los no-
indígenas) invaden definitivamente nuestro territorio, el renü
AukaNawel se hallaba con los prisioneros en la posta militar
de Nievas (paraje cercano a la actual ciudad de Azul, provincia
de Buenos Aires, Argentina).
Esto pasaba exactamente en 1879, y
Estanislao Zeballos (ideólogo de la Conquista
del Desierto del Gral. Julio Roca) en su libro
"Viaje al país de los Araucanos" (edic. 1881)
página 52 dice:
"Al salir de Nievas ví el más puro, arrogante y
soberbio tipo del araucano que haya
encontrado en mi paso por las tribus, que he
tenido ocasión de visitar. Estaba recostado
sobre el pasto, apoyado un codo en el suelo y
la cabeza en la palma de la mano.
Había colocado un cuero sostenido por dos palos frente al sol,
y desde aquella miserable sombra, jadeante como una fiera
fatigada, nos miraba con cierta mezcla de ferocidad y de
arrogancia.
Ancha la frente, revuelto el cano cabello, sujeto por una
huincha colorada, grandes órbitas que se hundían en el
siniestro fondo cobrizo de su tez todavía sin arrugas, ojos
envueltos en una red de sangre vagando sin cesar, como si
quisieran esquivar nuestras miradas, salientes los pómulos y
voluminoso el cráneo: tal es un bosquejo del tipo de Aucá-
Nahuel, visto al pasar.
Solamente él permanecía soberbio y ajeno a las alegrías que
causaba la presencia del coronel, cuya llegada para todos era
una fiesta [porque traía víveres para los hambrientos
prisioneros] y que él parecía despreciar o maldecir. Pasamos a
Estanislao
Zeballos
100. 98
su lado y no se movió, no nos miró
siquiera. Había en su semblante un
sello de salvaje dignidad.
Aucá-Nahuel se llamaba, es decir
Tigre (Nahuel), Rebelde o Alzado
(Aucá), y era de los últimos
prisioneros.
El tipo de Caupolicán veníase a la mente:
Viendo de aquel varón la valentía
El ser gallardo y el feroz semblante
Su proporción y miembros de gigante"
Hasta aquí la única referencia documental escrita que tenemos
sobre Aucá-Nahuel. Sabemos que en la ciudad de Azul tienen
más datos sobre él que aún no hemos podido consultar.
Nawel = Yaguareté
(Leo onca)
101. 99
En 1969 un escritor de Azul, el Dr. Julio E. Cordeviola, escribió
una novela histórica titulada "Auca-Nahuel" que ganó el
premio Olivetti. Y Juan Carlos Maddío ha escrito
recientemente una "Cantata Auca-Nahuel".
Volviendo a la historia. A la mayoría de esos prisioneros los
trasladaron a la isla Martín García situada en medio del Río de
la Plata, para después volver a traerlos al Hotel de
Inmigrantes, en el puerto de la ciudad de Buenos Aires. Y una
vez allí comenzar el etnocidio (repartir hombres como esclavos
al interior del país en las haciendas de los oligarcas, mujeres
como sirvientas o prostitutas, y regalar los niños a quien los
pidiera, etc.).
Hotel de Inmigrantes
Muchos de ellos desfilaron en largas filas, encadenados, por la
Avenida de Mayo de Buenos Aires rumbo al puerto. Según se
102. 100
cuenta, los anarquistas fueron los únicos que se solidarizaron
con los prisioneros mapuche y los aplaudían, los demás
miraban con la misma curiosidad con que se miran las fieras
en el zoológico. Algún día quizá alguien valiente documente
todo esto y escriba la verdadera historia.
La cuestión es que el anciano AukaNawel fue a parar a la
famosa isla-cárcel de Martín García (allí se mandaban también
a los presos políticos, en ese lugar estuvieron encarcelados los
presidentes argentinos Hipólito Yrigoyen, Juan D. Perón y
Arturo Frondizi).
Semblanza de un guerrero místico
«Auca-Nahuel era del grupo que nada quería y que nada
aceptaba del blanco. Era indio puro, puro en la sangre sin
pizca de mezcla y puro en el espíritu indomable de su raza.
Indio integral en su pensamiento, en su emoción, en su odio,
en su amor salvaje a todo eso interno y externo que
configuraba su patria.
Guerrero cabal.
Despreciaba lo marginal, lo indefinido, el arrabal de la raza, lo
impuro, lo mezclado, lo entregado.
Toki Pincen
103. 101
Él, que era en lo espiritual aristócrata de su pueblo, no
soportaba a la turba famélica, impersonal y sin honor que
aceptaba los mendrugos de la raza orgullosa que a diario los
vejaba. Conglomerado mendicante y ladrón, siempre dispuesto
a la traición a cambio de la pequeña ventaja, lograda a
expensas de la dignidad.
Sobre ellos Auca-Nahuel y los suyos escupían su desprecio.»
.................
«No necesito hablar más a mis bravos loncos, ni azuzar a estos
lanceros invencibles. Quiero, eso sí, decirles que no somos
ladrones ni cuatreros. Estamos vengando a nuestros muertos;
estamos recuperando lo que nos pertenece; intentamos
desanimar al cristiano y obligarlo a abandonar sus planes.
El malón, bien lo saben, no es, como el Huinca cree, pillaje de
indios borrachos. El malón es milenario derecho de nuestra
gente, ejercido contra el blanco o contra el indio, contra tribus
o contra familias, para lavar afrentas, para ejercer venganza,
para recuperar lo nuestro.
No somos bandidos; somos guerreros.
Tomamos lo que nos deben. ... Que se reúna cada lonco con su
gente. Y que sepa que desde este momento, de su audacia, de
su capacidad y de su heroísmo, depende el futuro de nuestro
pueblo.
¡Que Nguenechen los acompañe!»
del libro "Auca-Nahuel"
por Julio CORDEVIOLA
104. 102
LA MADRE
Luego de terminada la llamada Conquista del Desierto por
el general Julio Argentino Roca, comienza la Campaña de
los Andes que concluirá en 1885 con la rendición del Longko
Sayweke, y la invasión total del territorio mapuche. El único
que se logró escapar y nunca más fue atrapado fue el gran toki
Purrán.
Reuke Kura hermano de Kallfükura que gobernaba la región
del Llayma es derrotado 1883.
La gente de Reuke Kura y Alvarito Reumay fue arreada
como ganado, obligada a recorrer a pie desde la cordillera
hasta los puertos de Bahía Blanca o Carmen de Patagones, en
el Atlántico, para ser llevados luego en barco a la isla Martín
García o a Buenos Aires.
El barco que hacía ese trayecto solía ser el famoso vapor
llamado Pomona. Hablamos que esta gente, muchos miles de
personas, caminaron unos 1.400 kms., y la mitad de ese
camino eran parajes bastante desérticos en aquel tiempo.
Mucha gente anciana o pequeña murió en el trayecto, los que
quedaron sufrieron mucho.
A ese episodio silenciado en la historia oficial argentina, y
poco conocido por la gente, lo llamamos el "Camino de las
lágrimas", nombre que se toma de un suceso parecido que
ocurrió en Norteamérica en 1838 con la nación Cheroki. En
otros países americanos también sucedieron hechos
semejantes