1. “El alfiler”
Grimanesa es la hija mayor del hacendado Timoteo Mondaraz, que estaba casado con
Conrado, otro terrateniente de la región .Una tarde uno de los peones llegaba desencajado y
tembloroso portando una terrible noticia.
Había muerto la bella Grimanesa y el peón no sabía cómo explicar el trágico suceso. Don
Timoteo visita la hacienda de su yerno y lo encuentra sollozando y a su hija durmiendo el
sueño eterno beatíficamente. Él hombre maldice a los santos y brama de dolor .En un
momento dado el padre de la difunta descubre algo al entreabrirse el hábito de la muerta. Él
hacendado retrocede espantado y sin despedirse de nadie regresa a Ticabamba en plena
noche. Durante siete meses ninguna de las hacienda fue visitada por los personajes .Don
Timoteo se había enclaustrado en su habitación sin atender a los ruegos de su hija menor
Ana María, chica tan linda como Grimanesa, que adoraba y temía a su padre.
Un domingo Don Timoteo decidió visitar a su yerno a Sincovilca en compañía de Ana
María .Nadie comento la desgracia de Grimanesa ni fueron a visitarla a su tumba. Conrado
les atendió cordialmente y obsequió muy galante sus perfumados jazmines a la guapa Ana
María. Desde entonces las visitas se repitieron todos los domingos, mientras el amor iba
germinando en el corazón de Conrado y la muchacha.
Hasta que un lunes de fiesta Conrado se dirigió a Ticabamba y pidió la mano de Ana María
al viejo Timoteo. El padre de Ana María lo escucho inmutable y luego de un largo silencio,
levantándose rápidamente abrió una caja de hierro y extrajo un alfiler de oro manchado de
sangre negra.
Conrado cayó de rodillas, y Don Timoteo confeso que se lo había sacado del pecho de su
hija muerta, dando a entender que sabía que él le había matado. Luego pregunto se ella le
había faltado y si se había arrepentido al morir, y si había castigado al hombre que lo
encontró con su mujer .Y aceptando entregarle en matrimonio a Ana María, exclamo
terriblemente:” ¡Si ésta también te engaña haz lo mismo!”.
Le entregó el alfiler de oro y despidió al yerno, pues no quería que lo vieran llorando.