El documento narra la leyenda del fantasma del Callejón del Muerto en la Ciudad de México. El espectro aparecía cubierto con una manta blanca. Tristán Alzures decidió enfrentarlo y el fantasma le reveló que cometió un asesinato en el pasado y le indicó dónde encontrar una caja con una confesión escrita. El Arzobispo descubrió que Tristán Alzures había asesinado a su amigo Fernán Gómez. Colgaron el cuerpo de Tristán y enterraron a
2. Cuenta la leyenda que por el año 1600 en la calle de Alzures –hoy República Dominicana en el
Centro Histórico de CDMX–, comenzó a penar un muerto cubierto con una manta blanca.
Nadie sabía quién era, pero lo describían como: “hombre, de alta estatura y faz pálida, largo y
lacio el negro pelo y muy espesa la barba, de tan terrible el brillo que brota de sus miradas”.
En la casa más bonita de un callejón estrecho vivía Tristán Alzures, hijo de Don Tristán el
mercader más respetado de esa época y quien a su muerte dejó un legado de ejemplo, de
cómo vivir como buen cristiano. Don Tristán era el orgullo de ese barrio porque en vida
ayudaba a los demás, era buen hombre. Tras su fallecimiento heredó a su hijo la casa, una
tienda y mucho dinero. Y como reconocimiento le pusieron al callejón el nombre de Alzures.
Tristán hijo llevaba una vida normal. Además de continuar con el comercio que había
heredado, le gustaba la lectura y dormir temprano. Cierto día, Tristán no podía dormir y
pensaba que tenía semanas sin saber nada del espectro de El Callejón del Muerto. Al siguiente
día, cerró la tienda, y estaba decidido a hablar esa misma noche con el fantasma. Llegó a su
casa, se encerró a rezar, se colgó reliquias y escapularios que protegieran su pecho, y
posteriormente salió con una daga dispuesto a enfrentarlo…
3. Entre la obscura noche y las tinieblas en el Callejón del Muerto, Tristán sintió que la sangre le hervía, se le
erizó el cabello y comenzó a pedir auxilio a Dios con la daga empuñada, hasta que llegó al espectro y
Tristán le gritó: “Te exijo que digas si eres alma de otro mundo”, el fantasma lanzó un gemido, tres veces le
exigió Tristán y tres gemidos dio el espectro.
El fantasma le contestó a Tristán y le dijo “has venido a buscar penas, y ya que Dios dispone acatemos su
decreto. Yo con llanto te digo que escuches con respeto, es que estoy en la tierra por mis culpas, y es
porque al dejar la vida llevé callado un delito, un gran pecado.Para que mi alma descanse, cuando llegues
a tu casa cerca de tu aposento, a cuatro pasos de donde tienes tu lecho, cava en el suelo y encontrarás
una caja pequeña. No la abras y llévala por la mañana a Arzobispo para que medite y disponga…”.
Desapareció el espectro y Tristán corrió a su casa a cumplir la orden.
Al llevar el cofre al Arzobispo, éste le dijo a Tristán que regresara hasta el día siguiente porque él lo
resolvería. El Arzobispo abrió el cofre y encontró un mensaje: “Quien encuentre este mensaje, si no es una
persona santa o consagrada deje de leerla. Y si fuese sacerdote siga leyendo para que pida a Jesús que
me libre de pecado y me perdone la culpa, ya que en la tierra no quise revelar el pecado. En México se
me ha estimado como religioso y honrado, pero mi mano estuvo bañada de sangre por un hecho
premeditado. Soy Tristán Lope de Alzures y maté a mi amigo Fernán Gómez, propietario de minas y
haciendas en Guanajato. Llegó a México, me buscó, y le di hospedaje y lecho en mi mismo cuarto donde
me robó mucho oro…”
Esa misma noche Don Tristán invitó a salir de su casa a Fernán Gómez. Todos sus sirvientes vieron que
salía de casa. Posteriormente lo invitó de nuevo –sin que nadie viera– y lo llevó a dormir a un cuarto. Ya
dormido Fernán, Don Tristán tomó un puñal y se lo clavó en el pecho, quedó sin vida instantáneamente.
Cargó el cadáver y lo llevó a un rincón solitario donde ningún sirviente entraba, cavó una fosa y ahí lo
enterró. Se deshizo de las huellas del crimen y nadie sospechó.
4. Finalmente el Arzobispo decidió buscar el cadáver de Fernán y sacar el de Tristán de
su tumba. Frente a la casa levantó una horca y colgó el cuerpo de Tristán quien
llevaba un pendiente de filigrana y esmeraldas. La gente lo reconoció con sorpresa
porque era el mismo pendiente que llevaba el espectro del callejón. A Fernán lo
enterraron en cristiana sepultura y finalmente el muerto ya nunca se apareció, pero
el nombre de la calle hasta hoy día se reconoce como El Callejón del Muerto.
5. Un hombre alto, de aspecto elegante, de impecable traje negro compuesto por una
chaqueta corta, una camisa, un pantalón ajustado y un sombrero de ala ancha deambula en
la profundidad de la noche en los solitarios tramos que unen los pequeños pueblos del
México rural, sobre el lomo de un caballo enorme y de color azabache.
Quienes han tenido trato con él, lo presienten como el Diablo. No ignora a los hombres, a
los que les ofrece amables conversaciones, pero su clara preferencia son las mujeres, a las
que seduce con su mirada elocuente y palabras cálidas. Nada malo puede decirse del
Charro Negro si el viajero se limita a permitir su compañía hacia su lugar de residencia; si se
acerca el amanecer, se despedirá cortésmente y se marchará con paso lento, al igual que si
el sendero que recorre lleva a las cercanías de una iglesia.
Pero si, por el contrario, la mujer cede a sus ofertas de aligerar el viaje y acepta montar el
caballo, esa acción será el principio del fin: Una vez sobre el animal, la infortunada descubre
que es imposible bajarse. Es entonces cuando el Charro Negro vuelve a su montura y se
aleja con rumbo desconocido, sin hacer caso de los ruegos o los gritos de su víctima, a la
que no se le vuelve a ver jamás.