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La Morada Cósmica del hombre. Ideas
e investigaciones sobre el lugar de la
Tierra en el Universo
L A M O R A D A C Ó S M I C A D E L H O M B R E . I D E A S E
I N V E S T I G A C I O N E S S O B R E E L L U G A R D E L A
T I E R R A E N E L U N I V E R S O
Autor: MARCO ARTURO MORENO CORRAL
COMITÉ DE SELECCIÓN
EDICIÓN
DEDICATORIA
EPIGRAFE
PREFACIO
I. EL AMANECER DE LA ASTRONOMÍA
II. COSMOGONÍAS ANTIGUAS
III. PRIMEROS INTENTOS DE RACIONALIZACIÓN
IV. LA VISIÓN MEDIEVAL DEL MUNDO
V. HELIOCENTRISMO
VI. MATEMATIZACIÓN DE LA ASTRONOMÍA
VII. SOBRE LAS DIMENSIONES Y EL ORIGEN
....DEL SISTEMA SOLAR
VIII. EL UNIVERSO SE AMPLÍA
IX. EL SURGIMIENTO DE LA ASTROFÍSICA
X. DENTRO DE UN ESPESO BOSQUE
XI. ¡Y LA GALAXIA SE HIZO!
XII. MÁS ALLÁ DE LA GALAXIA
APÉNDICES
LECTURAS RECOMENDADAS
CONTRAPORTADA
C O M I T É D E S E L E C C I Ó N
Dr. Antonio Alonso
Dr. Gerardo Cabañas
Dr. Juan Ramón de la Fuente
Dr. Jorge Flores Valdés
Dr. Leopoldo García-Colín Scherer
Dr. Tomás Garza
Dr. Gonzalo Halffter
Dr. Raúl Herrera
Dr. Jaime Martuscelli
Dr. Héctor Nava Jaimes
Dr. Manuel Peimbert
Dr. Juan José Rivaud
Dr. Julio Rubio Oca
Dr. José Sarukhán
Dr. Guillermo Soberón
Coordinadora:
María del Carmen Farías
E D I C I Ó N
Primera edición, 1997
Se prohibe la reproducción total o parcial de esta obra
—incluido el diseño tipográfico y de portada—, sea cual fuere el
medio, electrónico o mecánico, sin el consentimiento por escrito
del editor.
La Ciencia para Todos es proyecto y propiedad del Fondo de
Cultura Económica, al que pertenecen también sus derechos. Se
publica con los auspicios de la Secretaría de Educación Pública y
del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología.
D.R. © FONDO DE CULTURA ECONÓMICA
Carretera Picacho-Ajusco 227, 14200 México, D.F.
ISBN 968-16-5421-8
Impreso en México
D E D I C A T O R I A
A mi esposa MARY, por su apoyo y paciencia,
y por todo el amor que me ha dado.
E P Í G R A F E
Cuando Melti?ipá jalá(u)
hizo la Tierra y todas las
cosas, se durmió mientras
fumaba. El humo formó
las veredas y los caminos,
esto le dio mucho gusto
al creador, así formo a
?ma'i o'poi, el camino de
humo en el cielo. Es un
camino de nube por el
que todos los kiliwa tarde
o temprano caminarán
para ascender a los cielos
de los muertos.
Leyenda kiliwa* sobre
el origen de la Vía Láctea
P R E F A C I O
Nuestra intención al escribir este libro ha sido presentar al lector
no familiarizado con temas astronómicos una semblanza del
largo, y a veces peligroso, proceso que ha llevado al hombre a
comprender cuál es el lugar que la Tierra ocupa a escala
cósmica. Con ese fin hemos tratado de reunir en forma sintética
aquellas ideas cosmogónicas consideradas como las más
representativas o de mayor importancia en la ya extensa historia
de la humanidad. Ideas que a su vez nos sirven para ilustrar
cómo el hombre ha ido ampliando la visión del mundo físico en el
que está inmerso.
Se han recalcado los aspectos teóricos y observacionales que
durante los últimos 300 años han permitido establecer la forma,
composición, edad y estructura de ese gigantesco conglomerado
formado por miles de millones de estrellas, gas, polvo y radiación
al que ahora llamamos Galaxia. Palabra de origen griego que
significa leche, y que seguimos utilizando en recuerdo de los
mitos de los antiguos moradores de la Hélade, quienes creyeron
que la franja luminosa de aspecto nebuloso y blanquecino que se
observa en las noches oscuras del verano cruzando el cielo,
había sido producida por leche surgida del pecho divino de Hera.
Este no es un libro sobre cosmología ni de las teorías relativas al
origen y evolución del Universo. Tampoco pretende ser una
historia de la astronomía, ni trata del cómo ni del cuándo se
formó nuestra galaxia, sólo intenta mostrar que gracias al
desarrollo siempre ascendente de la ciencia, muchas veces
propiciado por la investigación astronómica, el ser humano ha
descubierto y tomado conciencia del lugar que ocupa nuestro
planeta en el contexto cósmico.
I . E l A M A N E C E R D E L A
A S T R O N O M Í A
INTRODUCCIÓN
LA EXISTENCIA de los primeros conglomerados humanos ya
organizados en sociedades sedentarias se remonta a unos 10
000 o 15 000 años. En comparación con el tiempo que dura una
vida humana ese periodo parece muy grande, pero si se le mide
en relación con la edad que ahora sabemos tiene la Tierra, o con
el tiempo que se estima ha tomado el proceso evolutivo del
homo sapiens, realmente es tan pequeño que no deja de
asombrar que en tan breve periodo el hombre haya alcanzado un
desarrollo cultural tan amplio.
La observación de la bóveda celeste1
siempre ha calado hondo
en la conciencia humana, pues por su inmensidad y aparente
inmutabilidad ha servido como un recordatorio permanente de la
pequeñez y temporalidad del hombre (figura 1). De sólo alzar la
vista hacia el cielo estrellado han surgido algunas de las
preguntas fundamentales que la humanidad se ha hecho a lo
largo de toda su existencia. Cuestiones que de una u otra forma
han tenido que ver con el lugar que el hombre ocupa en el
Universo, así como con su origen y su estructura. Por sus
implicaciones, esa acción tan sencilla de ver el cielo ha estado
fuertemente ligada con el crecimiento intelectual experimentado
por la humanidad en los últimos milenios.
Figura 1. La bóveda celeste como se vería durante el verano por un
observador situado en una latitud similar a la de la ciudad de México.
Se muestra también una trayectoria aparente que siguen las estrellas
en su movimiento de este a oeste.
Las respuestas que cada grupo humano ha dado a interrogantes
tales como: ¿de dónde sale el Sol cada mañana y a dónde va
cada tarde?, ¿qué son las luminarias nocturnas?, ¿por qué la
Luna cambia su aspecto día a día? y ¿qué tan vasto es el
cosmos? han sido variadas y necesariamente condicionadas por
su experiencia, y aunque ahora muchas de esas respuestas
parecen elementales, o incluso ridículas, en su momento tuvieron
el enorme valor de ser el resultado de una verdadera síntesis
intelectual de conocimientos —fundamentalmente prácticos—
logrados por los pueblos primitivos. Por esta razón se deben
juzgar en ese contexto, pues de otra manera se corre el peligro
de interpretar incorrectamente los logros más trascendentes de
las antiguas civilizaciones.
El presente capítulo sirve para mostrar algunas ideas y conceptos
que el hombre primitivo forjó a partir de sus observaciones de
los cuerpos celestes, así como la interpretación que dio al tratar
de entender su lugar en el Universo.
EL LARGO CAMINO
La antropología, la historia y la arqueología han mostrado que las
primeras sociedades humanas pensaban que el mundo se
encontraba poblado por espíritus que controlaban todos sus
ritmos vitales. Esta concepción proveyó a dichos grupos de una
explicación animista sobre los fenómenos de la naturaleza,
surgiendo así un complejo universo mágico. El animismo o culto
de los espíritus fue un método universal de explicación simple,
que se originó en forma natural sin necesidad de una invención
consciente o deliberada. Ofreció a sus practicantes un esquema
congruente que, además de darles un enfoque amplio para su
futuro desarrollo, les proporcionó un poder predictivo adecuado a
sus circunstancias, otorgando a esos primitivos grupos humanos
un relativo control sobre su mundo. En esencia, el animismo
introdujo la creencia de que toda manifestación de vida o
movimiento era debida a la presencia de espíritus que se
posesionaban de los animales, de las plantas y de las cosas.
Espíritus que manifestaban su poder a través de las violentas
fuerzas desencadenadas durante las tormentas, tempestades,
erupciones, sequías y otros fenómenos naturales.
Evidentemente, estas explicaciones tan sencillas sobre el mundo
que rodeaba a esos grupos primitivos fueron resultado del escaso
acervo intelectual de que disponían en los albores de la
civilización. La acumulación lenta pero constante de
conocimiento, durante los primeros milenios de desarrollo de
esas sociedades hizo que el universo mágico se fuera
transformando, perdiendo su simplicidad original, lo que culminó
en cambios sobre su visión del mundo. Paso a paso, el universo
mágico evolucionó hacia un universo mítico, donde dioses y
héroes humanos o semihumanos forjaron un cosmos más
complicado.
La complejidad adquirida al paso del tiempo por sociedades como
las que florecieron en las márgenes de los ríos Tigris y Éufrates,
el Nilo o el Ganges, o en las planicies y montañas de China,
Grecia, Mesoamérica o el Perú, se reflejó directamente en las
explicaciones que sobre el cosmos produjeron tan diversas
civilizaciones. En sus mitologías fue factor común y permanente
la lucha entre las fuerzas del bien y del mal, representadas por
dioses portadores de luz o de tinieblas, respectivamente. Las
concepciones cosmogónicas de esos pueblos surgieron como un
concepto de equilibrio (o desequilibrio) entre ambas fuerzas,
naciendo entonces algunos de los mitos más bellos que ahora se
conocen sobre el origen del Universo. Al analizar esas ideas es
posible entender en buena medida la relación tan íntima que
surgió entre el hombre y su visión del mundo, lo que a su vez
explica mucho del comportamiento social de esos núcleos
humanos.
La implantación en Occidente de la idea monoteísta
judeocristiana propició la aparición de una visión del cosmos
como algo perfecto y terminado, surgido sólo por el deseo de
Dios, concepción que dominó el pensamiento europeo por más de
1 000 años. Esa visión de un universo perfecto, que por lo mismo
era inmutable, fue una de las principales causas que ocasionaron
la construcción de una sociedad tan rígida y cerrada como la que
prevaleció en Europa durante la Edad Media.
Las contradicciones originadas por la inmovilidad de ese esquema
filosófico a la larga obligaron a realizar una profunda
reestructuración del pensamiento occidental, no siendo
exagerado asegurar que en ese proceso de cambio social tan
notable influyeron de manera importante los conceptos
astronómicos que sobre el Universo comenzaron a surgir en
Europa a partir del siglo XV.
Primero en forma especulativa y posteriormente apoyado por
observaciones cada vez más precisas, el llamado modelo
heliocéntrico del cosmos fue adquiriendo fuerza. Éste, que en los
últimos siglos ha sufrido constantes modificaciones y adiciones,
se ha transformado para servir como base de una explicación
racional más amplia sobre la naturaleza del Universo que,
aunque aún es muy incompleta, ya proporciona respuestas
científicas a algunas de las preguntas fundamentales que el
hombre se ha hecho desde tiempo inmemorial. El surgimiento de
un modelo cosmogónico que podía ser puesto a prueba mediante
la observación propició un cambio profundo de mentalidad, por lo
que su contribución no sólo fue al terreno del conocimiento
astronómico, sino que trascendió a otras disciplinas.
Es importante hacer notar que la concepción antropocéntrica del
Universo —de la cual la teoría geocéntrica es sólo un ejemplo—
sigue teniendo un arraigo muy fuerte en la mente del hombre
moderno, razón por la que el estudio del desarrollo de las ideas
científicas también sirve para mostrar la lucha que el ser humano
ha librado consigo mismo para superar viejos prejuicios y poder
aceptar un papel modesto dentro del cosmos, el cual ahora
puede percibir gracias a los modernos telescopios ópticos,
radiotelescopios, satélites artificiales y sondas espaciales. Por
otra parte, el cambio en los conceptos sobre el cosmos y el
entendimiento de las leyes físicas que lo rigen ha sido tan rápido
en las últimas décadas que es fácil perder la perspectiva histórica
de ese proceso. Para resaltar este hecho mencionaremos que
todavía viven personas que en sus primeros años de estudio
aprendieron que nuestra galaxia constituía todo el Universo, y
que si bien la Tierra ya no estaba situada en el centro de éste, el
Sol y su sistema planetario sí lo eran. Recuérdese además que en
1930 fue cuando el astrónomo estadounidense Clyde W.
Tombaugh (1906- ) descubrió Plutón, el último planeta
conocido de nuestro Sistema Solar.
Hace apenas seis décadas que el hombre tuvo la certeza de que
nuestra galaxia era sólo una más entre un número inmenso de
sistemas del mismo tipo formados por miles de millones de
estrellas, y que ciertamente no ocupamos un lugar central en
este universo recientemente descubierto. Gracias a los avances
de la tecnología los astrónomos de la actualidad, siguiendo una
tradición originada en las primeras civilizaciones, continúan
trazando los mapas de distribución de estrellas y galaxias,
abarcando distancias cada vez mayores. A medida que nuestros
conocimientos aumentan, las ideas sobre la forma, la
constitución y el origen del Universo se ven enriquecidas
constantemente. Conceptos que eran populares entre los
científicos hace sólo una década han sido puestos en duda, y
seguramente serán desechados o modificados hasta adecuarlos a
los nuevos descubrimientos. Este cambio continuo no debe
interpretarse como un fracaso de los astrónomos en su búsqueda
por resolver los problemas que se plantean. Menos aún como una
incapacidad de la ciencia para brindar respuestas definitivas, sino
como parte de la evolución que nuestra concepción del Universo
experimenta gracias al aumento constante de información,
proceso que por cierto seguramente está lejos de concluir.
Esto ha hecho que la cosmología2
haya dejado de ser objeto
de especulación filosófica, convirtiéndose en parte integrante de
las ciencias naturales, por lo cual está sujeta a pruebas tanto
teóricas como observacionales que permiten o permitirán decidir
entre diferentes teorías cosmológicas, haciendo a un lado los
argumentos metafísicos y apoyándose en la rigurosidad del
método científico.
PRIMERAS IDEAS SOBRE LA TIERRA Y LOS CUERPOS
CELESTES
Nada sabemos acerca de las ideas que el hombre primitivo tuvo
respecto a la naturaleza; sin embargo sí sabemos que ya desde
entonces se preocupó por algo más que comer, reproducirse y
sobrevivir. Sus huellas, dejadas en gran número de sitios como
cavernas y sepulcros, ya sea en forma de petroglifos, huesos
tallados y otros objetos, muestran las inquietudes intelectuales
del llamado hombre de la Edad de Piedra. No hay duda de que
estos cazadores y recolectores observaron la bóveda celeste,
pues sus representaciones en pinturas rupestres de soles, lunas,
estrellas y posiblemente cometas y eclipses así lo demuestran.
Algo que posiblemente nunca será totalmente conocido es qué
ideas tenían sobre el Universo, su tamaño y el lugar que en él
ocupaban, pero de los estudios comparativos de las culturas
primitivas que todavía existen, como las de los aborígenes
australianos, los de Borneo, del Kalahari o de la parte central de
la selva amazónica, pueden inferirse muchas de las
características sociales y culturales que hoy suponemos en
aquellos grupos humanos primigenios.
De esta forma, es posible saber algo sobre los primeros
conceptos que los hombres primitivos tuvieron sobre su lugar en
el Universo (figura 2). Por ejemplo, los aborígenes australianos
creen que mucho antes de que hubiera el menor signo de vida, la
Tierra ya existía y que estaba constituida por una llanura plana e
informe, cuya extensión llegaba a los límites mismos del mundo.
De generación en generación han heredado el siguiente mito
sobre la creación: en un tiempo muy antiguo al que se refieren
como el tiempo del ensueño, seres gigantescos y de aspecto
humanoide, llamados los wandjimas, con características físicas
similares a las de ciertos animales, pero de un comportamiento
en todo parecido al de hombres y mujeres, brotaron
milagrosamente en diferentes partes de la llanura australiana,
bajo la cual habían permanecido aletargados desde tiempo
inmemorial en una oscuridad total. Una vez surgidos del suelo,
cada uno de ellos se dio a la tarea de crear las montañas, las
costas, las marismas y los ríos de una zona determinada, dando
entre todos forma a la Tierra, que después fue habitada por los
verdaderos hombres, quienes también fueron creados por esos
gigantes antropomorfos. Tales seres míticos vivirían eternamente
transformándose en diferentes especies animales y vegetales o
en los elementos naturales. Una vez realizado el acto creador,
plasmaron su imagen en las pinturas rupestres, decretando que
los aborígenes debían preservarlas si querían recibir los
beneficios de las lluvias.
El Cielo, que cobija a la Tierra, es el lugar donde moran los
dioses australianos, y están sentados en un trono de cristal. Para
llegar a ellos hay que escalar el arco iris, que en su cosmogonía
es la serpiente Yulungurr. Estos aborígenes tienen un buen
conocimiento del cielo nocturno, saber que ha sido transmitido
oralmente de padres a hijos, así como mediante la
representación en pinturas rupestres donde se han plasmado
algunos de los grupos estelares más conspicuos. El Sol es
simplemente un hombre y la Luna una mujer. La Vía Láctea 3
es un río en el que todas las noches van a pescar los moradores
celestes. Para ellos nuestra constelación de Orión es un grupo de
pescadores, mientras que las Pléyades son las esposas
aguardando su regreso.
Figura 2. Representación del cielo hecha por moradores nómadas de la
estepa siberiana. En ella pueden identificarse la Vía Láctea y el grupo
estelar de las Pléyades.
Al otro lado del planeta, en el norte de la península de Baja
California, los ya mencionados kiliwa, considerados por los
estudiosos como una cultura fosilizada del Paleolítico, para
explicar su ubicación cósmica relatan que cuando sólo había la
oscuridad más completa, apareció Meltí?ipá jalá(u), la deidad
coyote-gente-luna, quien bajo el conjuro "No estás sola, soy la
luz", iluminó la negrura. Después se dedicó a la tarea de hacer el
mundo. Para ello arrojó cuatro buches de agua en diferentes
direcciones, formando así los ríos y los mares. Para que estos no
se desparramaran, el topo hizo un túnel en torno al mundo, lo
que levantó un bordo muy alto alrededor de los cuatro mares,
quedando así protegida la Tierra. Después formó las cuatro
montañas. Para que no se saliera el aire, ni el agua, ni el color, ni
la luz, coyote-gente-luna creó el cielo con la piel de sus
testículos, llamándolo ma'a'i. Este fue hecho cóncavo y sirvió
para rodear al mundo.
También los kiliwa fueron capaces de diferenciar diversos objetos
celestes, identificando constelaciones,4
estrellas, meteoritos,
cometas, planetas, el Sol, la Luna y la Vía Láctea. Como en todas
las sociedades primitivas, los kiliwa asociaron estos objetos a sus
principales deidades, así por ejemplo el Sol se identificó con
Ma'ay kuyak, la deidad guerrera. La Luna era la personificación
misma del dios creador: coyote-gente-luna. Venus, la estrella
vespertina, fue su mujer. Las estrellas eran pequeñas fogatas
encendidas por los muertos. La creación de la Vía Láctea según el
mito kiliwa ya ha sido relatada al inicio de este libro, sólo
queremos señalar que, como en otras culturas, este objeto
celeste fue considerado como el camino que lleva a los muertos
al más allá, siendo por ello la conexión entre lo terreno y lo
divino.
Relatos como estos tienen, además de una gran belleza
intrínseca, el común denomidador de considerar a la Tierra como
algo que está rodeada o acotada, lo que muestra que desde los
inicios de la humanidad, ésta consideró el sitio que habitaba
como el centro mismo del Universo.
La observación de la bóveda celeste enseñó a nuestros ancestros
que en ella había un orden, pues así lo mostraban la regularidad
y continuidad de las fases lunares, la salida y puesta diaria del
Sol y la inmutabilidad de las estrellas. Este concepto de orden
arraigó tan profundamente en la mente humana que, cuando
posteriormente se crearon los mitos sobre el origen del cosmos,
éstos no pudieron sustraerse a él. Prácticamente en todas las
culturas se aceptó que el mundo surgió del desorden y la
oscuridad (el kaos griego) como consecuencia de un mandato
divino (principio ordenador). Entonces, no es de extrañar que el
Cielo, como un lugar ordenado e inaccesible, fuera
necesariamente la morada de los dioses del bien, mientras que el
inframundo, lugar donde reinaba la oscuridad primigenia, fuera el
asiento de las fuerzas malignas o negativas.
Los dos mitos sobre la creación del mundo previamente relatados
sirven para ejemplificar claramente cómo nuestros ancestros
trataron de explicar sus orígenes y el de los objetos que había en
su entorno usando los elementos culturales que tenían
disponibles. Por ello, en sus leyendas la idea de un universo
resultaba realmente indistinguible del lugar donde vivían, siendo
conceptualmente sólo una extensión inaccesible de su hábitat. Si
su idealización la hicieron en forma tan simple fue porque así era
su vida. Cosmogonías similares a éstas seguramente hubo al
menos una por cada grupo humano que fue consolidándose. La
mayoría se ha perdido; otras, las menos, han llegado a alcanzar
el nivel de verdaderos dogmas sobre la creación, tal y como ha
sucedido para el mundo occidental con la idea expresada en el
Génesis. Esta concepción está tan arraigada, que aún en la
actualidad es tomada por muchos como alternativa única,
negando lo que la ciencia contemporánea ha logrado establecer
sobre el origen y evolución del Universo, así como el lugar que
en él ocupamos.
I I . C O S M O G O N Í A S A N T I G U A S
INTRODUCCIÓN
LA OBSERVACIÓN del cielo ha sido un fenómeno universal, por lo
que todas las grandes civilizaciones del pasado crearon
complejas explicaciones sobre el Universo y los distintos eventos
que en él ocurren. La mayoría del conocimiento así generado se
ha perdido para el hombre occidental, pues al ser nuestra cultura
heredera directa del saber griego, sólo estamos familiarizados
con los logros de esa civilización, así como con el conocimiento
astronómico surgido entre los sumerios, pues los griegos
tomaron gran parte de esa información, la hicieron suya, y la
trasmitieron al mundo occidental.
En el presente capítulo se hace una síntesis de los principales
logros que en el terreno astronómico consiguieron algunas de las
grandes civilizaciones de la antigüedad, incluyendo a las dos más
representativas (o quizás debamos decir más estudiadas) que
hubo en lo que hoy es el territorio mexicano. Siguiendo la
temática principal de este libro, se hace énfasis en las ideas y
modelos 5
que esos pueblos tuvieron sobre la forma del
Universo, así como el lugar que en él creían ocupar.
LOS SUMERIOS
Cualquier texto de historia antigua nos dará información amplia
sobre los pueblos que hace unos 6 000 años vivieron en la
enorme llanura asiática comprendida entre los ríos Tigris y
Éufrates, así que no abundaremos en los detalles, únicamente
señalaremos que los sumerios, nombre genérico con el que se
designa a las diferentes tribus que a lo largo de varios milenios
ocuparon esa zona de nuestro planeta, crearon una cultura muy
avanzada, siendo los introductores de muchos conceptos que en
la actualidad siguen teniendo vigencia.
El estudio de esa rica cultura se ha facilitado porque los
arqueólogos han encontrado en las ruinas de sus principales
ciudades numerosas tablillas hechas de barro cocido en las que,
con caracteres cuneiformes ya descifrados por los especialistas,
quedaron registradas las actividades preponderantes de su vida.
En la etapa temprana de su civilización el universo sumerio fue
poblado por dioses y diosas engendrados por el caos,
personificado en Tiamat, la diosa madre, y por Apsu, el dios
padre identificado con el océano, y de cuya unión surgieron el
hombre y los animales. En una lucha entre Marduk (Júpiter) y las
deidades protectoras de Tiamat, éste las aniquiló, incluyéndola a
ella. Después partió el cadáver divino en dos: levantando una
parte formó el Cielo, mientras que la otra la puso a sus pies y
surgió entonces la Tierra. Esta ingenua visión del cosmos se fue
complicando al aumentar los conocimientos matemáticos y
astronómicos de esos pueblos.
Para los caldeos, herederos culturales de los pueblos sumerios, el
Universo era una región completamente cerrada. En su
concepción la Tierra se encontraba al centro, flotando
completamente inmóvil sobre un gran mar. Siendo esencialmente
plana, estaba formada por inmensas llanuras. En su parte central
se elevaba una enorme montaña. Conteniendo al mar sobre el
que flotaba la Tierra y rodeándolo totalmente había una muralla
alta e impenetrable. Ese gran mar era un espacio vedado a los
hombres, por lo que se le llamó aguas de la muerte. Se afirmaba
que una persona se perdería para siempre si se aventuraba a
navegarlo. Se requería un permiso especial para hacerlo, y éste
sólo era otorgado por los dioses en muy pocas ocasiones, tal
como lo relata la Epopeya de Gilgamesh.
El cielo estaba formado por una gran bóveda semiesférica que
descanzaba sobre la ya mencionada muralla. Fue diseñado y
construido por Marduk, quien la hizo de un metal duro y pulido
que reflejaba la luz del Sol durante el día. Al llegar la noche, el
cielo tomaba un color azul oscuro porque se convertía en un
telón que servía de fondo a la representación que hacían los
dioses, identificados con los planetas, la Luna y las estrellas. Es
en esta cultura donde surge la idea de un cosmos con forma
hemisférica, concepción que será retomada por muy diversos
conglomerados humanos en diferentes épocas y lugares.
Para explicar la sucesión del día y la noche supusieron que la
mitad de aquella muralla era sólida, mientras que la otra era
hueca y tenía dos aberturas opuestas. En la mañana la que se
encontraba al este era abierta y Shamesh, el dios solar, salía a
través de ella conduciendo una gran carroza tirada por dos
magníficos onagros.6
El disco solar visto por los hombres era
una de las brillantes ruedas doradas de ese carruaje. Con
vertiginosa velocidad Shamesh arriaba a los onagros cruzando el
cielo a lo largo de una trayectoria circular bien definida. Cuando
empezaba a atardecer, Shamesh disminuía su ímpetu y
lentamente iniciaba el descenso, entrando por la puerta oeste de
la gran muralla. Al crepúsculo esa puerta era cerrada, llegando
así la oscuridad. Toda la noche la carroza se desplazaba dentro
de una inmensa caverna para emerger de ella a la mañana
siguiente, cuando era abierta nuevamente la puerta del Este,
dando así lugar a otro día.
Unos 4 000 años atrás los sacerdotes sumerios hicieron mapas
celestes, y dividieron el cielo en constelaciones. También
formaron los primeros catálogos estelares y registraron los
movimientos planetarios. Construyeron calendarios y pudieron
predecir los eclipses de Luna. Se han encontrado diversas
tablillas de barro cocido en las que fueron trazados tres círculos
concéntricos, divididos en 12 partes por igual número de rayos.
En cada una de las 36 secciones así obtenidas se encuentra el
nombre de un agrupamiento particular de estrellas o
constelación, acompañado por una serie de números simples
cuyo significado aún no ha sido descifrado. Hasta donde se ha
podido establecer, éstos son los primeros mapas celestes hechos
con fines prácticos y no como mera representación del cielo.
Los caldeos miraron el firmamento pensando que los cuerpos
celestes habían sido puestos ahí por los dioses para el beneficio
humano, y que el propósito de su presencia era dar indicaciones
sobre la fortuna de individuos y naciones. Las estrellas y los
planetas 7
fueron vistos como portadores de misteriosas
influencias que los hombres podrían leer adecuadamente
estudiando su desplazamiento. Por esa razón los llamaron
interpretes de los dioses. Esta concepción convirtió a los caldeos
en verdaderos observadores del movimiento de los cuerpos
celestes, comportamiento que los diferenció de otras culturas
antiguas, pues no sólo se dedicaron a ver e interpretar, sino que
fueron capaces de medir. Esa actitud dio origen a la
pseudociencia conocida como astrología; sin embargo, del
estudio de los movimientos planetarios hechos por los caldeos
surgió también la ciencia de la astronomía.
Al estudiar la bóveda celeste los astrónomos caldeos
construyeron tablas planetarias donde anotaron cuidadosamente
las estaciones y retrogradaciones,8
ya que esos datos eran
elementos básicos para determinar el curso de los planetas por la
bóveda celeste. Gracias a ese tipo de estudios fueron capaces de
diferenciarlos de las llamadas estrellas fijas.9
.Como el estudio
del movimiento requiere del manejo del espacio y del tiempo, tan
notables observadores inventaron la medición de esos conceptos
e introdujeron el año dividido en meses, días, horas, minutos y
segundos. Asimismo, dividieron la semana en siete días, cada
uno de ellos asociado a un cuerpo celeste: el Sol (domingo), la
Luna (lunes), Marte (martes), Mercurio (miércoles), Júpiter
(jueves), Venus (viernes) y Saturno (sábado). Además, como
consecuencia de su determinación del año solar de 360 días (más
cinco de ajuste), dividieron angularmente el círculo en 360
grados, introduciendo también la división del grado en 60
minutos de arco (') y éste a su vez en 60 segundos de arco(").
Ese tipo de mediciones permitieron que los caldeos pudieran
determinar las estaciones y retrogradaciones de los planetas, así
como calcular su salida y ocaso. También calcularon las fechas en
que algunas constelaciones aparecían o desaparecían por puntos
notables del horizonte. Igualmente pudieron conocer con
antelación el acercamiento de cada planeta a las estrellas más
brillantes localizadas dentro de una franja del cielo única y bien
determinada, zona en la que advirtieron los movimientos del Sol
y la Luna. Por estas peculiaridades, los griegos llamaron eclíptica
al plano central de esa banda.10
Fueron ellos también quienes
bautizaron a la mencionada franja como el zodiaco.11
Los caldeos dividieron esa región en 12 zonas diferentes, e
identificaron a cada una de ellas con un grupo particular de
estrellas. En esos agrupamientos o constelaciones delineados por
los astros más brillantes de cada región creyeron ver figuras
relacionadas con sus ideas mitológicas. Según tablillas con
escritura cuneiforme localizadas en el valle del Éufrates, y cuya
antigüedad se remonta hasta el año 600 a.C, los nombres de
esos grupos estelares fueron el Carnero (o mensajero), el Toro
del cielo (o toro que va adelante), los Grandes gemelos, el
Trabajador del lecho del río, el León, la Anunciadora de la lluvia,
el Creado a la vida en el cielo, el Escorpión del cielo, la Cabeza
de fuego alada, el Pez-cabra, la Urna y el Sedal de pesca con el
pez prendido.
De esa división arbitraria del camino aparente que sigue el Sol en
la bóveda celeste provienen los 12 signos del zodiaco que hemos
heredado, y que en la actualidad son: Aries (el carnero), Taurus
(el toro), Géminis (los gemelos), Cáncer (el cangrejo), Leo (el
león), Virgo (la virgen), Libra (la balanza), Escorpio (el
escorpión), Sagitario (el flechador), Capricornio (la cabra),
Acuario (el aguador) y Piscis (los peces). Siguiendo una tradición
milenaria, los astrónomos han continuado utilizando esos
nombres para las constelaciones eclípticas, de igual manera que
han conservado los nombres de los días de la semana y la
división sexagesimal de grados, horas, minutos y segundos.
Mucho se ha escrito sobre los conocimientos astronómicos
logrados por los habitantes de Mesopotamia, pero para los
propósitos de este libro pensamos que lo mencionado es
suficiente, por lo que no abundaremos más sobre otros notables
logros científicos de aquella importante civilización.
COSMOGONÍAS DE OTROS PUEBLOS DE ASIA
La visión egipcia
Los egipcios, constructores de gigantescas pirámides, bellos
templos y magníficas esculturas fueron un pueblo que durante su
largo periodo de desarrollo cultural no mostró mayor interés en
las especulaciones filosóficas, teniendo más bien una fuerte
disposición hacia lo práctico. Contemporáneos de los diversos
grupos que vivieron en Mesopotamia, tuvieron una actitud
diferente hacia la astronomía, usándola sobre todo como base de
su medida del tiempo, lo que les permitió desarrollar un
calendario civil que, si no fue muy complejo astronómicamente,
sí fue el más avanzado de los utilizados en la antigüedad.
Tal actitud muy probablemente se debió a que los sacerdotes
centraron su atención en el más allá, haciendo del culto a los
muertos una verdadera religión. Aunque los egipcios no
formularon teorías acerca del Sol y la Luna, ni tuvieron ideas
específicas sobre el movimiento de los planetas, se sabe que
tuvieron sus propias constelaciones formadas por grupos
conspicuos de estrellas brillantes. Sin embargo los registros
fueron muy vagos y se han perdido. En la actualidad solamente
se sabe que, con las estrellas del hemisferio norte, la única
constelación que formaron fue la del Arado, ahora llamada Osa
Mayor.
Egipto es un país que desde sus orígenes se formó y desarrolló a
lo largo del río Nilo, que corre paralelo a la costa del Mar Rojo.
Esa clara forma de rectángulo fue muy probablemente la causa
de la teoría de que el mundo era alargado, como una caja
rectangular. En sus representaciones más primitivas del cosmos
ya aparece esa forma. Así, en el papiro funeral de la princesa
Nesitanebtenhu, sacerdotisa de Amón-Ra que vivió unos 1 000
años a.C., así como en algunas paredes de tumbas y templos,
han sido encontradas representaciones simbólicas de un universo
alargado (figura 3). En el mencionado papiro, el cielo es el
cuerpo de la diosa Nut, quien adoptando una incómoda posición
en la que se apoya solamente con pies y manos12
cubre con su
alargado cuerpo a Shibu, la Tierra, representada abajo de Nut
reposando sobre su costado izquierdo, mientras que el dios del
aire Shu está entre ambos, ayudando a sostener a Nut en su
difícil pose. Hay otras variantes de esta representación. En
algunas se mira el cuerpo de Nut cubierto de estrellas, y sobre él
se desplazan el Sol y la Luna en dos pequeños botes.
Figura 3. Sección de un papiro egipcio que muestra una de las variadas
representaciones de la diosa Nut como la bóveda celeste.
Sin embargo, esta representación del Universo resultó tan
elemental para una civilización tan avanzada, incluso desde el
punto de vista de una cosmogonía religiosa, que posteriormente
la modificaron. Fue así que consideraron que el mundo tenía
forma de caja rectangular, con un eje mayor orientado de norte
a sur, mientras que el menor quedaba en dirección este-oeste.
Pensaron que la Tierra era el fondo plano de la caja, y que en
ella alternaban las tierras y los mares. Egipto se encontraba al
centro de ese plano, mientras que en la parte superior de la caja
estaba el cielo, formado por una superficie metálica plana
sostenida por cuatro grandes montañas localizadas en los
extremos de la caja. Finalmente, y ante la evidencia
observacional, no pudieron negar lo que indicaban sus sentidos
sobre la forma del cielo, por lo que terminaron por aceptar que
éste era en realidad una superficie convexa en donde había un
gran número de agujeros de los que colgaban las estrellas
suspendidas por cables. Para los egipcios de aquella época los
astros eran fuegos alimentados por emanaciones que se
formaban y subían desde la Tierra, y que no eran visibles
durante el día porque solamente se encendían por la noche. Las
cuatro montañas que sostenían el cielo se unían entre sí en su
parte más baja, formando una pared rocosa que rodeaba al
mundo. Al Sol, encarnación del dios Ra, se le representaba por
un disco de fuego que se desplazaba por el firmamento flotando
en una barca.
De acuerdo con los más antiguos mitos egipcios, la Vía Láctea
había sido hecha por Isis, quien la construyó regando una gran
cantidad de trigo en el firmamento. Posteriormente fue
considerada como el Nilo Celeste, el río sagrado que cruzaba el
país de los muertos. La diferencia de altura que el Sol alcanza
sobre el horizonte entre el verano y el invierno fue explicada por
los egipcios haciendo una analogía con lo que le sucede al río Nilo
en esas dos temporadas. Sostenían que cada verano el río
celeste se desbordaba, de igual manera que su contraparte
terrestre, ocasionando que la barca de Ra abandonara su lecho y
quedara más próxima a Egipto.
Todo ese esquema del mundo nada tenía que ver con teorías
acerca del Sol y la Luna, ni contenía ninguna idea específica
sobre el movimiento planetario. La falta de interés de los
sacerdotes egipcios por la naturaleza física del Universo se
explica puesto que en su concepción religiosa no eran
fundamentales los pronósticos astrológicos. Por esto no
especularon respecto a la posible naturaleza de los planetas y se
concentraron en el mundo espiritual. Así se marcó la diferencia
entre la astronomía y las concepciones cosmogónicas manejadas
por sumerios y egipcios.
El cosmos hindú
Para los pensadores de la antigua India la astronomía fue más
que una disciplina observacional o una filosofía sobre la creación
y destrucción del cosmos. En las ruinas de las ciudades habitadas
por los pueblos indostánicos no se han encontrado vestigios de
observatorios astronómicos, ni hay indicación clara de que los
hindúes hayan elaborado catálogos estelares como los de otras
civilizaciones de la antigüedad. El estudio de los movimientos
planetarios tampoco parece haber despertado mayormente su
interés. Todo indica que la observación de las estrellas fue hecha
por los astrónomos hindúes únicamente con el propósito de tener
puntos a los cuales referir sus estudios de los movimientos del
Sol y de la Luna, lo que les permitió determinar en forma
práctica un calendario lunar de 12 meses de 29.5 días cada uno.
La discrepancia entre éste y el año solar (365 días) lo
solucionaron intercalando un mes extra cada 30 lunaciones.13
En cuanto a su concepción del cosmos se conocen dos
interpretaciones originadas probablemente en tiempos muy
diferentes y por sectas religiosas distintas. La más conocida y
quizá la más antigua, es aquella en que se consideró que
Brahma, por un acto de pensamiento, dividió el huevo primigenio
en dos y formó con una mitad el Cielo y con la otra la Tierra. En
ese esquema el Universo era una entidad cerrada, contenida por
los anillos de Sheshu, la cobra negra, animal sagrado para ese
pueblo. En el fondo de todo había un mar de leche rodeado
completamente por parte del cuerpo de esa serpiente. En el
lácteo océano nadaba una enorme tortuga, sobre cuyo caparazón
se apoyaban cuatro elefantes, cada uno localizado hacia un punto
cardinal. A su vez, estos animales sostenían sobre sus lomos a la
Tierra, formada por un disco simétrico donde, con una pendiente
primero suave y después brusca, se formaba una gran montaña
central. En la parte alta de ésta había un gigantesco fuego que al
girar en torno a ella ocasionaba el día y la noche. La misma
cobra que rodeaba y contenía al mar de leche, formaba con la
parte superior de su cuerpo otro anillo que contenía a la bóveda
celeste.
Cuando en el siglo VI a.C. se originó el jainismo, religión fundada
por Vardhamana Mahavira en contra del ritual introducido en los
textos sagrados llamados Vedas, una de las ideas rechazadas fue
la del dios creador. Como consecuencia, los seguidores de esta
nueva religión introdujeron el concepto de dualidad cósmica para
dar una explicación satisfactoria del Universo. Sostenían que la
Tierra estaba formada por una serie de anillos concéntricos,
alternándose tierras y mares. El círculo interior denominado
Jambudvipa estaba dividido en cuatro partes iguales, teniendo a
la montaña sagrada Meru en su centro. La India se localizaba en
el sector más al sur. El Sol, la Luna y las estrellas describían
trayectorias circulares alrededor de esa montaña, moviéndose en
forma paralela a la Tierra. De acuerdo con este modelo, el Sol, al
girar en torno a Meru debería iluminar en forma sucesiva cada
cuadrante, pero ya que el día duraba 12 horas, el Sol podría
iluminar solamente dos de éstos cada 24. Para resolver esta
incongruencia introdujeron dos soles, dos lunas y dos conjuntos
de estrellas. Éste fue su principio de dualidad cósmica.
Evidentemente ese modelo no tenía ninguna relación con el
mundo físico, y era resultado de una mera interpretación
filosófica. Sin embargo para los pensadores hindúes cumplía los
requerimientos impuestos por su visión religiosa, pues no era
entonces necesario confrontarlo con lo observado, situación que
se dio prácticamente en todas las culturas antiguas, e incluso
durante gran parte de la Edad Media europea.
La Vía Láctea fue considerada por los antiguos habitantes de la
India como el camino que tuvo que seguir Arimán para llegar a
sentarse en su trono celeste.
Con las particularidades propias impuestas por el medio en que
se desarrolló la cultura hindú, sus explicaciones sobre los objetos
cósmicos no difieren mayormente de los que elaboraron egipcios
y caldeos. Sin embargo, en el aspecto conceptual introdujeron un
idea nueva: la regeneración y destrucción cíclica del Universo.
Para resolver la contradicción filosófica surgida, por un lado, de
admitir que aquél era eterno, y por el otro la de observar la
temporabilidad de sus partes, recurrieron a la hipótesis de la
periodicidad de todos los acontecimientos. "La evolución,
enseñaron los hindúes, se cumple en periodos cuya ilimitada y
cíclica repetición asegura al Universo su duración eterna." Como
se verá más adelante, la idea de un resurgimiento cíclico a nivel
de todo el cosmos ha aparecido en diferentes modelos
cosmológicos, tanto antiguos como contemporáneos, y en la
actualidad es una de las hipótesis de mayor peso en las
explicaciones que sobre el origen de nuestro universo manejan
muchos científicos contemporáneos.
El universo de los chinos
Aunque la civilización china tiene gran antigüedad, sólo se tiene
información segura sobre su desarrollo histórico a partir del inicio
de la dinastía Shang, la cual consolidó su poder hacia el año
1500 a.C.
Los diversos registros dejados por los astrónomos chinos
muestran que fueron buenos observadores. Sus catálogos de
cometas, eclipses y otros eventos astronómicos confirman que
tuvieron un bien organizado grupo de observadores que de
manera sistemática y meticulosa realizaron un trabajo muy
valioso, tanto, que en la actualidad sigue dando frutos. Utilizando
el mismo sistema de coordenadas que ahora manejan los
astrónomos para localizar los objetos celestes, pero que fue
desarrollado en Occidente sólo hasta el siglo XVII, los chinos
determinaron más de 2 000 años atrás las posiciones aparentes
de las estrellas de mayor brillo del firmamento. En efecto,
alrededor del año 350 a.C. Shih Shen construyó un mapa estelar
donde catalogó más de 800 estrellas.
Seguramente en gran medida por su ubicación geográfica, estos
observadores orientales no pusieron mayor atención en el
estudio de las estrellas de la eclíptica, sino que desarrollaron su
sistema de referencia celeste en torno a las constelaciones
circumpolares.14
Alrededor del año 1400 a.C., los chinos ya
habían determinado la duración del año solar, estimándola en
365.25 días, mientras que la lunación la fijaron en 29.5 días. La
exactitud de estos valores es notable y viene a confirmar la
excelencia de los astrónomos chinos.
Las observaciones de los movimientos planetarios también se
realizaron en China en forma muy cuidadosa desde fechas muy
tempranas. Sin embargo, a pesar de que las realizaron durante
periodos considerablemente largos, no formularon ninguna teoría
planetaria. Como sucedió en otras civilizaciones, los chinos
asociaron a los planetas con los componentes básicos que, según
su filosofía, constituían a la naturaleza, así como con los puntos
cardinales: Júpiter se asoció con la madera y el Este, Marte con
el fuego y el Sur, Saturno con la tierra y el centro, Venus con el
metal y el Oeste, mientras que Mercurio quedó ligado al agua y
al Norte. Según sus ideas la madera, el fuego, la tierra, el metal
y el agua eran los cinco elementos primarios con los que se
formó el Universo.
Para los chinos la Vía Láctea fue un objeto cósmico que no
requería mayor explicación. Simplemente la llamaron Tian Ho,
que significa el Celeste Ho, siendo la contraparte cósmica del río
Ho o Amarillo. Por su aspecto blanquecino consideraron que
estaba hecha de seda. En el aspecto práctico los chinos
establecieron una conexión entre la Vía Láctea y el agua de
lluvia, ya que cuando en China tiene mayor esplendor ese objeto
celeste, es cuando la época de lluvias alcanza su máxima
intensidad.
Las concepciones filosófico-religiosas desarrolladas en China no
consideraron a los objetos cósmicos como dioses que
determinaran los destinos humanos, y aunque sí tuvieron
astrología y un equivalente al zodiaco formado por 28 casas, en
lugar de los 12 signos originados en Mesopotamia, fue diferente
de la surgida en la región comprendida entre el Tigris y el
Éufrates.
Los cálculos astronómicos chinos fueron más bien de tipo
algebraico, ya que no contaron con una geometría teórica
desarrollada como la que hubo en Grecia. Esa falta de visión
favoreció que no tuvieran una imagen intuitiva de la estructura
geométrica del cosmos.
La idea cosmogónica más antigua originada en China aseguraba
que el Universo estaba formado por el Cielo de forma esférica, y
por la Tierra, que era un cuenco con su abertura hacia abajo. Sus
bordes o límites eran aristas lineales que en realidad le daban
forma de un cuadrado convexo. Alrededor de ella había un gran
océano en el que se hundía el firmamento. El Cielo y la Tierra se
sostenían en su sitio por virtud del aire atrapado debajo de ellos.
Consideraban que la bóveda celeste era de forma irregular, más
elevada al sur que al norte, por lo que el Sol, que rotaba junto
con ese hemisferio irregular, era visible cuando se encontraba al
sur, e invisible cuando ocupaba el norte de ese cielo deformado.
Aunque el Sol, la Luna y los planetas se movían junto con el
firmamento, también tenían movimientos propios. Aseguraban
que el Cielo se encontraba 80 000 li por encima de la Tierra, lo
que con nuestras medidas equivaldría a unos 43 kilómetros.
Posteriormente, alrededor de la segunda centuria antes de
nuestra era modificaron algo este modelo, asegurando que el
cosmos era un esferoide de unos 2 000 000 li de diámetro,
aunque en realidad era 1 000 li más corto en dirección norte-sur
que en la este-oeste. Según se sabe, el astrónomo Chang Heng
del siglo I afirmaba que el Universo era como un huevo cuya
yema sería la Tierra, que descansaba sobre agua, mientras que
el Cielo, sostenido por vapores emanados del océano, equivalía al
cascarón.
En un tercer modelo se aseguraba que el Universo era infinito y
que carecía de forma y sustancia, encontrándose en él
únicamente la Tierra, el Sol, la Luna, los planetas y las estrellas,
todos flotando libremente. En ese universo los cuerpos celestes
no estaban sujetos a nada, y se movían en él por acción de
fuertes vientos. Aunque sin ningún fundamento observacional,
este último modelo cósmico de los chinos fue el resultado de una
verdadera abstracción, lo que lo ubica en un plano diferente del
de todos los otros que hasta aquí se han comentado.
LOS GRIEGOS Y SU PRIMERA VISIÓN DEL COSMOS
La principal fuente para conocer las ideas cosmogónicas de los
primitivos griegos es la Teogonía, libro escrito por Hesíodo hacia
el año 800 a.C. Este texto es una detallada genealogía de los
dioses que poblaron el Olimpo, sin embargo, marginalmente
informa sobre la visión que de la Tierra y de la creación cósmica
tuvieron esos pueblos.
En esa obra claramente influida por ideas orientales previas,
Hesíodo dice que el Caos (el abismo) fue la condición primordial
del Universo. Del Caos proviene todo lo creado. En él se
encontraban amalgamados todos los elementos que configuraban
una masa informe. Luego vinieron Gea (la tierra), Tártaro (el
mundo subterráneo) y Eros (el amor). Este último fue el
elemento activo o fuerza vital que atrae a los seres, siendo el
principio universal de la vida.
Del Caos se generó una pareja de hermanos tenebrosos: Érebo,
el aire oscuro y la noche (de su unión surgió la luz en forma de
Éter luminoso), y Hemera, el día.
Gea procreó igual a sí misma primeramente a Urano, para que la
cubriera toda y fuera el apoyo de los dioses. Creó también a las
montañas y al mar, que surgieron de ella y ocuparon parte de su
superficie.
Es en este mito narrado al principio de la Teogonía donde se
encuentra el primer modelo cosmogónico de los griegos. A partir
de la masa informe y oscura que era el Caos se generó la Tierra,
a la cual imaginaron como un disco plano, bajo el cual se
encontraba el Tártaro o mundo subterráneo. Urano, que era el
Cielo donde se encontraban las estrellas, la rodeaba por
completo. Claramente esta visión tan simple del Universo no tuvo
ningún soporte observacional, así que no difiere en lo esencial de
otras cosmogonías surgidas durante la antigüedad. Como un
mito, sirvió de apoyo a la interpretación que los primitivos
griegos hicieron de su mundo, el cual se encontraba poblado de
dioses y semidioses que convivían cotidianamente con los
hombres. Esta interacción podía ocurrir en cualquier momento y
nivel de su existencia, sin que tuviera un carácter extraordinario.
Como ejemplo de esa interrelación se tiene el mito sobre el
nacimiento de Hércules, donde incidentalmente se explica la
existencia de la Vía Láctea.
Zeus, el dios griego por excelencia, tuvo por esposa legítima a
Hera, pero se unió frecuentemente con otras diosas y con
diversas mortales, engendrando así a dioses y semidioses que
poblaron el panteón helénico. Hera, extremadamente celosa,
siempre trató de castigar las infidelidades de su divino esposo.
En una ocasión Zeus engañó a la fiel Alcmena, pues tomó la
forma de su marido Anfitrión, y engendró en ella a Hércules, el
poderoso héroe. Hera, disgustada por ese desliz, trató de
asesinar al recién nacido enviándole dos serpientes, pero
Hércules se encargó de estrangularlas con una sola mano. Zeus,
enojado por la acción de su esposa, tomó al pequeño Hércules y,
mientras Hera dormía plácidamente en el Olimpo, lo acercó a sus
pechos para que mamara la leche divina que lo haría inmortal.
Hera despertó sobresaltada y al ver lo que ocurría quitó
violentamente al infante de su seno, pero no pudo evitar que su
pecho arrojara todavía algunos chorros de leche, los que al
regarse por la bóveda celeste dieron origen a la Vía Láctea
(figura 4).
Otras bellas leyendas similares a ésta sirvieron a los primitivos
griegos para explicar la existencia de estrellas tales como Cástor
y Pólux, grupos estelares como el de las Pléyades o
constelaciones como Orión y Hércules. Los planetas entonces
conocidos fueron asociados con algunos de sus principales
dioses. En esas tempranas etapas de su desarrollo no estudiaron
los movimientos de los cuerpos celestes, mucho menos trataron
de entender sus causas. Sus conocimientos astronómicos no
fueron en realidad diferentes conceptualmente de los de otros
pueblos de la antigüedad, pero sí tomaron de ellos un conjunto
importante de ideas astronómicas, especialmente de sus vecinos,
los caldeos y los egipcios. Esos conocimientos fueron utilizados
por los griegos con fines prácticos relacionados
fundamentalmente con la determinación de los ciclos agrícolas, y
con el cálculo de una correcta orientación para los viajeros
marítimos y terrestres.
Figura 4. Grabado medieval que ilustra el mito griego sobre el origen de
la Vía Láctea.
LOS PUEBLOS MESOAMERICANOS
El estudio de las civilizaciones americanas ha mostrado que entre
el año 1000 a.C. y el pasado siglo XVI surgieron en Mesoamérica
diversas culturas, alcanzando algunas de ellas un notable grado
de desarrollo. Entre los pueblos más notables de esta parte del
mundo deben ser considerados los mayas y los aztecas. Los
mayas fueron consumados observadores de los astros, lo que les
permitió determinar con precisión diversos ciclos celestes, como
el lunar o el del planeta Venus. Además fueron capaces de
determinar la ocurrencia de eclipses. En el terreno práctico
lograron establecer la duración verdadera del año con una
exactitud no alcanzada por ninguna otra cultura previa a la
actual.
Los mayas, grandes astrónomos de América
Hasta ahora sólo se conocen fragmentos de cuatro códices
mayas previos a la Conquista. De ellos, el Dresde, que ha sido
parcialmente descifrado, ha resultado ser un libro que contiene
efemérides15
sobre los movimientos de Venus, así como
información acerca de cierto número de eclipses. Otro de esos
códices, el Madrid, muestra el importante papel que los
astrónomos tuvieron entre los mayas.
Desgraciadamente la destrucción de libros de esta cultura
ordenada por fray Diego de Landa durante el siglo XVI privó a los
estudiosos de gran cantidad de valiosos documentos, que
seguramente habrían ayudado a entender la visión que del
mundo tuvieron esos pueblos. Existe una teogonía maya,
fundamentalmente conocida por medio del Popol Vuh, libro
escrito después de la Conquista y en el que se relata el origen del
hombre, así como la creación y destrucción cíclica del mundo,
idea que también aparece en otras culturas de Mesoamérica.
A pesar de los grandes avances astronómicos y matemáticos
logrados por los mayas, hasta donde se ha podido establecer,
dichos conocimientos no reflejan de forma directa su visión sobre
la estructura del cosmos, por lo cual los especialistas han tenido
que recurrir al estudio de los patrones culturales de los
descendientes actuales de esa civilización, y muy especialmente
al grupo de los lacandones, quienes han logrado mantener su
identidad más o menos intacta en los últimos 500 años. De esa
forma han podido obtener una idea de cómo concebían los mayas
el Universo, el cual dividían en tres niveles superpuestos. El
superior correspondía al Cielo, que se encontraba dividido en 13
capas. El Sol, la Luna y Venus tenían cada uno su propia capa. El
segundo nivel era el de la Tierra, formada por una plancha plana
que flotaba sobre agua y que era sostenida por un monstruo
acuático. La Tierra a su vez se dividía en cuatro rumbos, en cada
uno de los cuales se encontraba una ceiba (el árbol sagrado), un
pájaro cósmico y un color. Finalmente el tercer nivel estaba
formado por el Inframundo, constituido por nueve capas. La Vía
Láctea desempeñaba un papel importante en la unión de los tres
niveles, ya que la imaginaban como el cordón umbilical que unía
al Cielo y al Inframundo con la Tierra.
Esta visión de un universo formado por capas sobrepuestas
difiere radicalmente de cualquier otro modelo cosmogónico
concebido por las antiguas culturas asiáticas y europeas, y es
original de los pueblos desarrollados de América. Debe señalarse
que en el modelo de los mayas la Tierra no ocupaba un lugar
privilegiado; además, debido a las capas que lo conformaban, no
pensaban que la Tierra pudiera ser el centro del Universo, pues
hasta donde se ha podido establecer, ese modelo realmente no lo
tenía.
El Pueblo del Sol
Los aztecas fueron la última gran civilización mesoamericana
previa a la Conquista, la cual truncó su desarrollo. A pesar de
haber sido contemporáneos de los europeos que vinieron al
Nuevo Mundo durante el siglo XVI, su cultura desapareció de
forma tan rápida y completa que en la actualidad es bien poco lo
que con seguridad se sabe sobre la forma de pensar de esos
habitantes del altiplano mexicano.
Herederos de los mitos y patrones religiosos de las civilizaciones
que les antecedieron, los aztecas se convirtieron en el siglo XIV
en los grandes conquistadores de Mesoámerica, ampliando
considerablemente sus conceptos culturales originales. A
principios del siglo XVI las concepciones filosóficas de los aztecas
eran realmente complejas, pero al igual que sucedió con sus
predecesores, el modelo cósmico que tenían sólo nos ha llegado
mediante referencias indirectas y en forma incompleta. Sabemos
por ejemplo que Netzahualcóyotl, el gran rey sabio que gobernó
Texcoco a mediados del siglo XV, mandó construir un templo al
"dios desconocido", "el que no tiene nombre, el que no ha sido
visto". A ese respecto el historiador Fernando Alva Ixtlilxóchitl
dice que le edificó un templo muy suntuoso, frontero al templo
mayor de Huitzilopochtli, el cual además de tener cuatro
descansos, el cu y el fundamento de una torre altísima, estaba
edificado sobre él con nueve sobrados, que significaban nueve
cielos; el décimo, que servía como remate de los otros nueve
sobrados, era por la parte de afuera matizado de negro y
estrellado.
En esta descripción volvemos a encontrar el modelo de capas ya
comentado, aunque en forma velada y evidentemente
modificado. Relatos similares a éste han permitido saber que los
sacerdotes aztecas y los de otros grupos de origen náhuatl
concebían al Universo formado por capas, cada una de las cuales
contenía un tipo particular de objeto celeste. Arriba de la capa
correspondiente a la Tierra se encontraba situada la Luna. Sobre
ella y ocupando otra capa se movían las nubes. Las estrellas, el
Sol y Venus lo hacían también, cada uno en su propia capa.
Referente a la Vía Láctea se sabe que los aztecas la llamaban
Mixcóatl Ohtli, lo que significa "nube en forma de culebra", y la
consideraban como la madre de todas las estrellas.
Los pueblos náhuatl que actualmente habitan la parte norte de la
sierra de Puebla tienen la siguiente leyenda sobre la Vía Láctea y
el origen de las estrellas: Hace mucho tiempo, tanto que no se
sabe cuánto, lo único que había en el cielo por las noches era la
Luna y Mixcóatl Ohtli, una serpiente preciosa de cristal. La Luna
era muy caprichosa como ahora todavía lo es: unas veces
alumbraba, otras no; unas veces lo hacía mal; por eso la
serpiente de cristal se dedicó a alumbrar constantemente al
mundo, en las noches en el Poniente y en las mañanas por el
Oriente. A eso se debe que tenía que recorrer constantemente el
camino que se ve en el Cielo, y lo hizo tanto que quedó marcado
para siempre. Pero sucedió que la Luna, envidiosa de la belleza
de la serpiente y del cariño que todos los hombres le tenían, le
arrojó una piedra y la serpiente, que no pudo esquivar el golpe,
se rompió en muchísimos pedazos. Estos fragmentos se
esparcieron por todo el cielo y son los puntos de luz que se
llaman estrellas, que hacen tan bellas las noches cuando no hay
nubes. La cabeza de la serpiente cayó por el rumbo donde sale el
Sol y es el lucero de la mañana; su corazón cayó en el poniente y
es el lucero de la tarde.
Para concluir el presente capítulo queremos destacar que aunque
cosmovisiones como las de los pueblos chino, hindú o los
mesoamericanos no contribuyeron directamente al desarrollo de
la ciencia y la cultura del mundo occidental, las hemos
mencionado porque además de señalarnos diferencias y
coincidencias en la forma de enfocar un problema universal,
muestran claramente el interés que siempre ha tenido el hombre
por conocer su sitio en la escala cósmica.
Podemos finalizar diciendo que aunque algunos de los modelos
cosmogónicos aquí comentados presentaban datos o conceptos
novedosos, como el caso de las dimensiones que separaban a la
Tierra del firmamento o el tamaño de éste, o bien la creación
cíclica del cosmos o la idea del espacio vacío, e incluso el origen
mismo del Universo a partir de una mezcla primigenia de
elementos, todos ellos fueron producto de la necesidad que
tenían los pueblos de adecuar sus ideas religiosas al mundo que
los rodeaba, sin que tuvieran prácticamente relación con la
realidad observable. Por carecer de una base racional pueden ser
considerados solamente como bellas creaciones del intelecto, tal
y como sucede con otras tempranas manifestaciones de la
cultura, pero de ninguna manera se puede pensar que tengan
carácter científico.
I I I . P R I M E R O S I N T E N T O S D E
R A C I O N A L I Z A C I Ó N
INTRODUCCIÓN
ESTE capítulo tratará sobre algunos logros astronómicos de
importancia obtenidos a lo largo de un periodo que se inicia en el
siglo VI a.C. y termina en el siglo II d.C. Como se verá, entre los
pensadores griegos de esa época surgieron ideas acerca de la
estructura y el origen del cosmos, así como de los movimientos
planetarios que sin duda sirvieron para enriquecer el proceso
intelectual mediante el cual el hombre ha establecido su sitio en
el Universo. Aunque también debe señalarse que en esas
remotas fechas se originaron conceptos que frenaron el
desarrollo de la ciencia en general y de la astronomía en
particular.
Los orígenes de lo que ahora llamamos ciencia se remontan al
siglo VI a.C. En aquella lejana época ocurrió un cambio
importante en la forma que el hombre entendía el mundo que le
rodeaba. Fue entre los griegos donde algunos pensadores
comenzaron a vislumbrar una manera diferente de percibir los
fenómenos naturales, al darse cuenta de que la naturaleza se
encontraba sujeta a reglas que podían ser conocidas. Además,
comprendieron que tales reglas no estaban sujetas al arbitrio de
entes sobrenaturales y que su cabal comprensión los podía
capacitar para predecir adecuadamente eventos del mundo
natural.
Esa visión, nueva en la historia de la humanidad, permitió a los
griegos comenzar a separar los mitos del mundo real, iniciándose
así la búsqueda racional del conocimiento, lo que finalmente los
condujo a estructurar diversas disciplinas científicas entre las que
destacaron la astronomía y la geometría.
TALES DE MILETO Y ANAXIMANDRO
Tales de Mileto (ca. 624-547 a.C.) ha sido señalado por los
historiadores de la ciencia como el fundador de la llamada
escuela jónica. Su actuación marca el inicio claro de la búsqueda
de explicaciones racionales sobre los fenómenos naturales.
Aunque todavía muy cercano a la cosmovisión primitiva de los
griegos, intentó explicar el mundo sin recurrir a los dioses como
formadores de éste.
Tales consideró que el agua era el constituyente básico de todo.
Según él, ese líquido llenaba por completo el espacio más allá de
los límites de nuestro mundo. Analizando solamente los cambios
que sufre este vital elemento en sus estados líquido, sólido y
gaseoso, construyó un modelo con el que trató de explicar en
forma racional la existencia de los diferentes objetos naturales, lo
que sin lugar a dudas significó un cambio fundamental en el
estudio de la naturaleza.
Para Tales la Tierra era un disco plano que se encontraba
flotando sobre agua. El Universo estaba formado por una gran
masa líquida encerrada en una enorme esfera de aire, que según
ese filósofo no era otra cosa que vapor de agua. La superficie
interna de esa esfera era la bóveda celeste. En su esquema los
astros brillaban porque recogían las excreciones terrestres y las
inflamaban. Lo mismo sucedía con el Sol, que al inflamar los
vapores que ascendían desde la Tierra producía el fuego que lo
caracteriza. Tales sostuvo que los cuerpos celestes flotaban
sobre las aguas contenidas en el firmamento, por lo que el
movimiento de los astros era consecuencia natural del fluir del
agua que formaba el Universo. Estas ideas libraron a su modelo
cósmico de los seres sobrenaturales que antes habían sido tan
necesarios para explicar el movimiento de los objetos de la
esfera celeste.
Evidentemente este modelo ahora resulta simple y sin
fundamento científico, pero en aquella época tuvo la enorme
ventaja sobre los mitos de no necesitar la presencia o
intervención divina para su correcto funcionamiento. Además, y
esto hay que resaltarlo, mediante su aplicación Tales trató de
explicar fenómenos naturales como los terremotos, ya que
sostuvo que se originaban a causa de ebulliciones de agua
caliente en los océanos que rodeaban la Tierra. Fácil es entender
el razonamiento que lo llevó a ese tipo de ideas, pues, ¿quién no
ha visto el movimiento de la tapadera de una olla cuando el
líquido que contiene comienza a hervir? Más aún, todos sabemos
por experiencia que el hielo flota sobre el agua. Entonces, ¿por
qué buscar dioses o monstruos acuáticos para que sostuvieran la
Tierra y las estrellas?, si éstos, siendo cuerpos sólidos, de forma
natural tendrían que flotar en el agua que llenaba todo el
cosmos.
Desde esta perspectiva basada en observaciones simples pero
sistematizadas de la naturaleza, Tales de Mileto propuso al agua
como el principio y el fin de todo, pues "al condensarse, o al
contrario, al evaporarse, constituye todas las cosas".
Anaximandro (ca. 611-545 a.C.) fue discípulo de Tales. Escribió
una Cosmología y una Física "ampliamente desembarazadas, al
menos en el detalle, de ideas religiosas o míticas". Estas obras
que no han llegado hasta nosotros, pero que son conocidas
parcialmente por diversos comentarios de autores griegos y
latinos, muestran que Anaximandro intentó explicar el cosmos
partiendo de consideraciones lógicas derivadas de la observación.
Como origen mismo del Universo consideró al apeiron: lo infinito
e indefinido. Era éste una sustancia diferente del agua y de los
demás elementos. A partir de ella se formaron los cielos y el
mundo. Enseñó que el Cielo era una esfera completa en cuyo
centro se encontraba la Tierra libremente suspendida, sin que
nada la sostuviera, y que no caía porque se hallaba a igual
distancia de todo. Atribuyó a la Tierra una forma cilíndrica
semejante a la de una columna de piedra, e incluso dio sus
dimensiones, ya que afirmó que era tres veces más ancha que
profunda. También dijo que el disco superior de ese cilindro era
el único que estaba habitado.
Consideró que los astros eran fuego que se observaba a través
de orificios localizados en las superficies internas de ruedas
tubulares huecas y opacas, las que en su interior contenían
lumbre. Para explicar el movimiento de los diferentes cuerpos
celestes desarrolló un modelo según el cual dichas "ruedas"
estaban girando en torno al eje de simetría del cilindro terrestre.
Cada una de ellas presentaba diferentes grados de inclinación
respecto de ese eje. Afirmó que "los astros son arrastrados por
los círculos y esferas en las que cada uno se halla situado".
Según Anaximandro, el Sol era un orificio que se hallaba en un
anillo cuyo diámetro era 27 veces el del disco que formaba a la
Tierra, mientras que la Luna estaba sobre otro que se localizaba
a sólo 18 de esos diámetros. Consideraba al Sol como el cuerpo
celeste más alejado. Después se encontraba la Luna, y por
debajo de ella estaban las estrellas, la Vía Láctea y los planetas,
todos localizados en la parte interior de una rueda tubular cuyo
diámetro era de solamente nueve veces el terrestre.
Es importante señalar que esas distancias no se obtuvieron como
resultado de un proceso de medición, sino que surgieron de una
idealización de carácter matemático, donde Anaximandro
consideró que los cuerpos celestes deberían encontrarse
localizados precisamente en los sitios señalados por la progresión
originada por los múltiplos del número nueve. Esto es: 9,18 y 27.
Debe resaltarse que la parte realmente novedosa de la
cosmogonía de Anaximandro fue la abstracción que le permitió
afirmar que la Tierra no necesitaba soporte alguno, ya que por
estar localizada a igual distancia de todo no podría caer en
ninguna dirección particular. Aunque su modelo también fue muy
simple y no explicaba muchos de los fenómenos celestes, tuvo el
mérito de usar la abstracción como una herramienta en el
proceso de estudio de la naturaleza.
Por su posterior influencia sobre otros modelos cosmogónicos
debe valorarse adecuadamente su concepción de un sistema
donde el movimiento diurno16
adquirió verosimilitud al
considerar los giros de las ruedas huecas. Esta interpretación
permitió el posterior desarrollo de la idea de un universo-
máquina, esquema que sería manejado y favorecido por muchos
pensadores notables desde la antigüedad hasta el Renacimiento.
LOS PITAGÓRICOS
Pitágoras (ca. 582-ca. 497 a.C.), personaje del que incluso se ha
puesto en duda su existencia, es considerado el fundador de la
denominada escuela pitagórica, especie de fraternidad secreta en
la que sus miembros se dedicaron tanto a actividades político-
religiosas, como a la especulación filosófica y al cultivo de las
matemáticas. Este grupo se originó en Crotona al finalizar el siglo
VI a.C. Su influencia en el desarrollo del pensamiento griego fue
considerable, tal y como lo demuestran las obras de filósofos tan
importantes como Platón y Aristóteles, quienes con algunas
modificaciones aceptaron el modelo cosmogónico surgido entre
los miembros de esa importante comunidad científico-mística.
El estudio del sonido interesó grandemente a Pitágoras, quien
según la tradición descubrió que al pulsar una cuerda tensa los
sonidos agradables al oído corresponden exactamente a
divisiones de ésta por números enteros. También se dice que fue
quien identificó las siete notas musicales y que se dio cuenta que
mezcladas en un orden numérico producían armonía. Ese tipo de
descubrimientos llevó a los pitagóricos a pensar en el número
como una entidad mística que debía ser la esencia de todo. Como
las relaciones entre el sonido y los números eran tan coherentes,
pensaron que no eran privativas de la música, y que deberían
expresar hechos fundamentales de la naturaleza. De ahí que
para entenderla se dedicaran a buscar las diferentes
combinaciones existentes entre los números. Por ejemplo,
pensaban que podían calcular las órbitas de los cuerpos celestes
relacionando sus desplazamientos con intervalos musicales, pues
según ellos los movimientos planetarios deberían producir la
llamada música de las esferas, sonidos sólo audibles para los
iniciados en las doctrinas pitagóricas.
Esa mezcla entre la investigación científica y el misticismo
produjo una visión cósmica muy particular. Según las relaciones
numéricas determinadas por los movimientos periódicos de los
planetas fijaron las distancias de éstos a la Tierra, basándose en
la velocidad con la que los veían moverse. Inicialmente
consideraron que su ordenamiento era la Luna, Mercurio, Venus,
el Sol, Marte, Júpiter y Saturno, aunque después antepusieron el
Sol a Venus y Mercurio. Los pitagóricos consideraron que los
planetas debían moverse todos de manera regular en torno a la
Tierra, por lo que tenían que seguir la más perfecta de las
curvas, que era el círculo. De esta manera se introdujo en
astronomía el concepto de órbitas circulares, idea que tuvo
vigencia por casi 2 000 años.
Fue Parménides (514-450 a.C.), uno de los miembros de esta
singular comunidad, quien primero enseñó que la Tierra era
esférica y que estaba inmóvil en el centro del mundo. Sin
embargo su argumentación en favor de esa esfericidad no fue
consecuencia de la observación, medición o exploración, sino de
consideraciones geométricas acerca de la simetría. Afirmó que la
Tierra, siendo el centro mismo del Universo, necesariamente
tendría que ser esférica, pues la esfera, que era la forma
perfecta, era la única que podía ocupar ese sitio privilegiado.
Siguiendo esa línea de razonamiento también aseguró que el
Universo en su conjunto tenía la misma forma, haciendo así a un
lado el antiguo concepto de una bóveda celeste hemisférica
surgido entre los caldeos. Más exactamente, Parménides creyó
en la existencia de un universo finito formado por una serie de
capas concéntricas a la Tierra. La más externa era sólida y servía
como límite al mundo, además de ser el asiento de las estrellas
fijas. Según él, el Sol y la Luna fueron formados de la materia
"separada de la Vía Láctea", habiéndose formado el primero de
una sustancia sutil y caliente, mientras que la segunda lo hizo de
una oscura y fría. Parménides consideró que la Vía Láctea era un
anillo luminoso que como una guirnalda circundaba a la Tierra, y
que se había formado con los vapores provenientes del fuego
celeste.
Otro pitagórico que se ocupó ampliamente de los estudios
cosmogónicos fue Filolao (450-400 a.C.). A él se atribuyen las
primeras enseñanzas sobre el movimiento de la Tierra. Concibió
un modelo cósmico en el que al principio el fuego lo llenaba todo,
pero, según él, en un instante dado se operó en el cosmos una
diferenciación ocasionada por un torbellino. Esto separó al fuego,
dejando parte de él en el centro y el resto en la esfera del
mundo. Alrededor del fuego central estacionario giraban todos
los cuerpos celestes, incluso la Tierra. La luz y el calor generados
por esa luminaria central eran reflejados por el Sol, el cual en su
modelo resultaba ser una especie de objeto vítreo o lente
concentradora.
El fuego central era, junto con el fuego exterior emanado de la
Vía Láctea, la única fuente de luz y calor del Universo. En su
esquema cósmico la Tierra, la Luna, el Sol, Venus, Mercurio,
Marte, Júpiter y Saturno se movían en órbitas circulares. Más allá
de este último planeta se hallaba la esfera de las estrellas fijas,
que a su vez era contenida por el fuego exterior. Después de él
se encontraba el infinito. El Sol giraba en torno al fuego central
en un año, la Luna lo hacía en un mes, mientras que la Tierra
tomaba sólo 24 horas para hacerlo.
Debe señalarse que este movimiento terrestre invocado por
Filolao era de traslación alrededor del fuego central, y no el
verdadero movimiento de rotación que nuestro planeta tiene
sobre su eje, el cual sí tiene una duración de 24 horas.
De acuerdo con las ideas místicas que los pitagóricos
desarrollaron, el número diez tenía un significado muy especial,
pues además de resultar de la suma de los primeros cuatro
números naturales (10 = 1 + 2 + 3 + 4), podía representarse
por un triángulo equilátero hecho con diez puntos, en el que cada
uno de sus lados estaba formado por cuatro puntos, razón por la
que también se llamó a ese número tetractys.
Los pitagóricos estaban convencidos de que el 10 representaba la
totalidad de los cuerpos celestes que se movían en el Universo,
Filolao no podía aceptar que su esquema del cosmos estuviera
completo, ya que en él únicamente había nueve cuerpos en
movimiento: la Tierra, la Luna, el Sol, Venus, Mercurio, Marte,
Júpiter, Saturno y la esfera de las estrellas fijas. Para resolver
esa inconsistencia agregó un cuerpo más al que denominó
Antictón o anti-Tierra, completando de esa manera un total de
diez cuerpos celestes girando en torno al fuego central. Su
argumentación para postular la existencia de un planeta más
puede parecernos con muy poco fundamento científico, pero
debe recordarse que los pitagóricos estaban convencidos de que
los números reflejaban a la naturaleza misma.
En el esquema de Filolao, la anti-Tierra se encontraba girando
entre nuestro planeta y el fuego central. Para poder explicar por
qué desde la Tierra no podían verse Antictón ni ese fuego, Filolao
argumentó que se encontraban en la misma dirección de las
antípodas17
o hemisferio no conocido de nuestro planeta, que
al taparlos impedía observarlos.
Las ideas cosmogónicas de Filolao tuvieron muy poca aceptación
y no influyeron en el posterior desarrollo de la astronomía griega.
Aunque fue un verdadero innovador, ya que desplazó a la Tierra
del centro del Universo, además de darle movimiento y
considerarla como un planeta más, fue abiertamente en contra
de lo establecido por el sentido común de aquella época, lo que
explica el pronto abandono de su heterodoxa cosmovisión.
Contemporáneo de Filolao fue Anaxágoras (499-429 a.C.), quien
perteneció a la corriente de pensamiento jónico y no al
pitagórico. Una de sus mayores aportaciones al terreno
astronómico fue descubrir que la Luna no brillaba con luz propia,
sino que reflejaba la que le llegaba del Sol, lo que le permitió dar
una explicación correcta sobre el mecanismo que ocasiona los
eclipses, tanto solares como lunares, así como la sucesión de las
fases lunares.
Enseñaba que el mundo se originó con la formación de un
torbellino dentro de una mezcla de material uniforme y sin
movimiento, donde todas las cosas estaban juntas. El
movimiento rotatorio de ese torbellino comenzó en algún punto
de la materia amorfa, extendiéndose gradualmente. Girando en
círculos cada vez mayores ocasionó una separación del material
primigenio en dos grandes masas. Una de ellas tenía consistencia
tenue, ligera, caliente y seca, mientras que la otra resultó ser
densa, pesada, oscura, fría y húmeda. A la primera la llamó el
éter y a la segunda el aire.
Por sus características el éter ocupó los espacios exteriores del
mundo, mientras que el aire se concentró en la parte interna.
Separaciones sucesivas de este último elemento sirvieron para
formar las nubes, el agua, la tierra y las rocas. Como resultado
del movimiento circular del torbellino, los elementos más
pesados se reunieron en el centro y formaron la Tierra, la que
por el mecanismo mismo que le dio origen ocupó el centro del
Universo.
Al continuar ese proceso, y como resultado de la violencia del
movimiento giratorio ocasionado por el torbellino, algunas
piedras fueron lanzadas hacia la periferia, las cuales formaron a
las estrellas.
Para Anaxágoras la Tierra era plana y se mantenía suspendida en
su lugar privilegiado debido a que el aire le proporcionaba el
soporte suficiente. El Sol era una piedra de fuego del mismo tipo
que las estrellas, sólo que éstas se encontraban a distancias
mayores, razón por la cual no calentaban igual que nuestro
astro. La Luna tenía naturaleza terrosa y sólo brillaba por la luz
solar que reflejaba. Este pensador consideró que la Vía Láctea se
formaba por la proyección de la sombra terrestre sobre el cielo
estrellado, lo cual sucedía cuando el Sol pasaba por debajo de
nuestro planeta durante la noche. Según él, las estrellas que se
encontraban en la región de la Vía Láctea no eran oscurecidas
pues, como tenían luz propia, podían brillar. También aseguraba
que el movimiento del Sol, la Luna y las estrellas en torno de la
Tierra se debía al movimiento del éter.
En su cosmovisión Anaxágoras enseñó que existían otros mundos
habitados, en todo similares al nuestro. Estas ideas directamente
opuestas al dogma religioso entonces vigente le acarrearon
serios problemas y fue acusado públicamente de impiedad.
Gracias a la influencia de Pericles evitó la muerte, pero fue
desterrado de Atenas.
Como se verá, esta situación de intolerancia se repetirá con
frecuencia durante el prolongado y complicado proceso sufrido
por la humanidad en su toma de conciencia sobre nuestro lugar
en el Universo, y ha ocasionando incluso el asesinato de diversos
pensadores heterodoxos.
PLATÓN Y ARISTÓTELES
Aunque Platón (427-347 a.C.) fue ante todo un filósofo y un
político, también se ocupó de temas científicos. Sus enseñanzas
tuvieron enorme influencia sobre el desarrollo de la ciencia hasta
fechas muy cercanas. Su filosofía sostiene que la verdad radica
en las ideas: entes inmutables y universales. Aseguró que
cualquier cosa que se observa a través de los sentidos no es mas
que apariencia, ya que existe una realidad básica que sólo puede
contemplarse con la mente. Lo que se observa de otra forma no
tiene permanencia, siempre es una imitación burda e inadecuada
de la esencia real o idea. Según Platón el papel de la ciencia es
investigar y entender las ideas.
Esta concepción de la superioridad intelectual sobre la percepción
sensorial ha desempeñado un papel muy importante aunque
negativo sobre el desarrollo de la ciencia, pues según esa
interpretación la experimentación y la observación no sólo son
irrelevantes, sino positivamente engañosas en el examen del
conocimiento. Bajo esos supuestos las diferentes teorías sobre el
Universo surgidas entre los griegos tendrían que ser valoradas no
por su poder de explicar o predecir el comportamiento de la
naturaleza, sino por ser apropiadas o no para expresar la
perfección divina.
El trabajo científico de Platón se encuentra disperso en sus
diversas obras, aunque parte importante se halla en el diálogo
Timeo, libro que escribió en forma de diálogo y en donde explica
su manera de entender la naturaleza.
Platón dominó el conocimiento matemático de su época y
consideró que la geometría era un saber indispensable en la
formación de todos los hombres cultos. Si bien no parece haber
contribuciones matemáticas originales debidas a este filósofo, su
influencia en esa rama del conocimiento fue muy grande.
Siempre consideró a esta ciencia como un modelo, pues la
certeza y exactitud de sus métodos constituían un excelente
entrenamiento para lograr el pensamiento lógico. También
compartió en gran medida el interés de los pitagóricos por las
matemáticas puras, así como la idea de perfección asociada a
ellas.
Congruente con su filosofía enseñó que el demiurgo18
había
creado el Universo como el más bello, bueno y perfecto de los
mundos posibles, haciéndolo a partir de cuatro elementos
básicos: el fuego, el aire, el agua y la tierra. Ese ser construyó el
cosmos de acuerdo con principios geométricos. Así, el Universo
era esférico porque la más perfecta de todas las formas es la
esfera. Siguiendo esa línea de razonamiento afirmó que el origen
divino de los planetas se mostraba por la inmutable regularidad
de sus movimientos circulares. Y como también el movimiento
tenía el mismo principio, necesariamente tendría que ser
uniforme.
Esta idea sobre la circularidad y uniformidad de los movimientos
planetarios tuvo su origen entre los pitagóricos, pero Platón, al
hacerla suya, la validó en tal forma que habría de convertirse en
dogma por cerca de 2 000 años.
El cosmos platónico tenía como centro a la Tierra. Ésta era
esférica y se hallaba completamente inmóvil. Alrededor de ella
giraban la Luna, el Sol, Venus, Mercurio, Marte, Júpiter y
Saturno, así como la esfera de las estrellas fijas, todos
desplazándose con velocidades circulares uniformes. Según
Platón los astros fueron creados a partir del fuego. Además de su
carácter divino, el demiurgo los dotó de alma. En lo que se
refiere a la Vía Láctea tuvo una visión más simple pues afirmó
que era la costura o pegadura que mantenía unidas las dos
mitades de la bóveda esférica.
Las ideas cosmogónicas de Platón realmente no aportaron nada
nuevo, pero sí fueron un freno para el desarrollo de la
astronomía, pues al postular la perfección celeste introdujo
formalmente la imposibilidad de que hubiera cualquier tipo de
cambio en los cielos, lo que incuestionablemente retrasó por
mucho tiempo la evolución de la ciencia.
Sin lugar a dudas Aristóteles (384-322 a.C.) ha sido el filósofo
griego más influyente en la historia de la cultura occidental. Fue
discípulo de Platón y en sus primeros trabajos siguió sus ideas;
sin embargo, posteriormente desarrolló sus propios conceptos
sobre el mundo. Su obra, que fue enciclopédica, abarcó lo mismo
la física, la lógica, la biología o las ciencias sociales. Todo el
conocimiento que no pudo catalogar dentro de estas disciplinas lo
sistematizó en la metafísica. Para él, la ciencia tenía como
propósito primordial encontrar la naturaleza de las cosas.
Según la física aristotélica el mundo se formaba por dos tipos de
objetos. En la región celeste se hallaban los cuerpos que siempre
permanecían iguales a sí mismos, o si mostraban cambios, como
los que sucedían con los movimientos planetarios o con las fases
de la Luna, sus transformaciones eran cíclicas, repitiéndose
indefinidamente. Además de ser eternos, los objetos celestes
eran perfectos.
El otro grupo lo formaba la Tierra y todo lo que se hallaba en sus
proximidades. En esta región del mundo llamada sublunar19
tenían asiento los objetos y fenómenos sujetos a todo tipo de
cambios y transformaciones. Aristóteles afirmó que el viento, la
lluvia, las descargas eléctricas producidas durante las
tempestades, los terremotos, los cometas e incluso la Vía Láctea
tenían su origen en la región sublunar, ya que eran eventos de
carácter mutable y corruptible.
Siguiendo a Platón y a sus predecesores pitagóricos, Aristóteles
aceptó que el mundo estaba formado por cuatro elementos
básicos: tierra, agua, aire y fuego. Cada uno tenía su lugar
natural en la región sublunar, y estaban acomodados en capas
esféricas concéntricas donde la terrestre era la más interna,
mientras que la exterior era la de fuego. Cuando alguno de esos
elementos era removido de su lugar natural buscaba de forma
espontánea regresar a él. Aristóteles llamó a este proceso
movimiento natural, y para que ocurriera no era necesaria la
acción de ningún agente externo o la aplicación de ninguna
fuerza.
De acuerdo con esa teoría los objetos masivos (los formados por
tierra o agua) tenían un movimiento hacia abajo, pues su lugar
natural estaba en el centro del cosmos, mientras que los ligeros
(los formados por aire o fuego) tendían a subir porque sus
lugares naturales se hallaban en las correspondientes esferas
que estaban arriba.
Aristóteles introdujo una diferencia básica respecto de las ideas
platónicas, ya que consideró que los cuerpos celestes no estaban
hechos de fuego, sino de un elemento más sutil, "la quinta
esencia", a la que también llamó éter. Esta sustancia era
incorruptible, eterna y sin mancha, además de que llenaba
totalmente el cosmos, pues este filósofo afirmaba que en él "no
podían haber espacios vacíos".
La Tierra era el centro del Universo y tenía forma esférica. Esta
esfericidad la sustentaba Aristóteles no sólo en razones de tipo
geométrico o de perfección, sino en argumentos prácticos. Por
ejemplo, la manera en que una persona parada en tierra mira
aparecer un barco que se acerca a puerto; primero verá los
mástiles y las velas y después el casco. Otro argumento era que
cuando un observador viajaba en dirección Norte-Sur, veía que la
elevación de la estrella polar cambiaba conforme se desplazaba a
lo largo de un meridiano terrestre, lo que eventualmente le
permitía observar estrellas y constelaciones que no eran visibles
desde su ubicación original. Estos hechos sólo podían explicarse
si el observador se hallaba sobre una superficie esférica. Un
razonamiento que también le llevó a establecer la esfericidad
terrestre tenía que ver con la física que él había desarrollado.
Decía que como los cuerpos pesados caían en línea recta hacia el
centro de la Tierra por ser ése su lugar natural, las trayectorias
radiales que seguían indicaban la existencia de una esfera
formada por la acumulación de innumerables objetos materiales
que se aglutinaban en torno al centro del cosmos.
Convencido de la forma esférica de la Tierra, Aristóteles reportó
un valor de 400 000 estadios (alrededor de 72 400 km) para la
longitud de la circunferencia de nuestro planeta. A pesar de lo
grande que a escala humana pueda parecer este valor, aseguró
que el volumen que tenía la Tierra era infinitamente pequeño
comparado con el que ocupa todo el cosmos.
Para Aristóteles el Universo, además de ser esférico, era finito.
Esto último lo dedujo argumentando que para que algo tuviera
centro debería ser finito, pues lo infinito no puede tenerlo.
Consideró que si el Universo fuera infinito, el éter también
tendría que serlo, pues como ya se ha dicho este elemento
llenaba todo el cosmos. Si ese fuera el caso no habría espacio en
el Universo para los otros cuatro elementos que lo formaban, lo
que resultaba una contradicción evidente. De esta prueba por
reducción al absurdo fue que Aristóteles concluyó que el Universo
es finito.
Razonamientos similares lo llevaron a establecer que las estrellas
eran esféricas, pero también le sirvieron para no considerar a la
Vía Láctea como un cuerpo celeste. La razón que dio para esto
fue la imperfección de ese objeto. En efecto, los contornos
irregulares que a lo largo de toda su extensión presenta la Vía
Láctea fueron tomados por Aristóteles como confirmación de su
imperfección, por ello la colocó en la región sublunar. Al ser parte
del grupo de los objetos imperfectos no podía estar formada de
éter, así que la consideró formada por exhalaciones secas que
subían a la parte superior de la región sublunar desde la Tierra, y
explicaba su existencia diciendo que se debía a la refracción que
sufría la luz de las estrellas cuando penetraba a las esferas de
aire y de fuego que rodeaban a nuestro planeta. Sobre el origen
y constitución de los cometas dio la misma explicación.
El modelo cósmico de Aristóteles quedó estructurado de la
siguiente forma. En el centro de todo estaba la Tierra, esférica e
inmóvil. Alrededor de ella se encontraban las capas esféricas de
agua, aire y fuego. Después venía la Luna, cuya órbita esférica
centrada en la Tierra dividía el cosmos en dos regiones
totalmente diferentes: la terrestre, que era corruptible y
cambiante, y la celeste, caracterizada por ser perfecta e
inmutable. Más allá se hallaban las esferas del Sol y de los cinco
planetas conocidos en la antigüedad, así como la que contenía a
las estrellas fijas.
Como en el modelo de Aristóteles el movimiento no podía
producirse por sí mismo, necesitó introducir un agente que lo
causara, por lo cual afirmó que existía un Primum Mobile20
externo a la esfera de las estrellas fijas y que servía para
comunicar movimiento a todo el cosmos. A diferencia de otros
pensadores que habían considerado el movimiento de los cuerpos
celestes a través de esferas concéntricas solamente como una
representación geométrica, Aristóteles afirmó que éstas eran de
naturaleza material y totalmente transparentes. Al darle realidad
física a la existencia de estas esferas cristalinas y sólidas,
Aristóteles introdujo en la ciencia otro dogma que habría de
perdurar por casi 2 000 años.
MODELOS GEOMÉTRICOS
Los modelos cosmogónicos aquí mencionados, tanto los
provenientes de la escuela jónica como los surgidos de la
pitagórica o de sus seguidores atenienses tuvieron el común
denominador de ser resultado de la especulación filosófica y no
de la investigación científica.
Esta situación comenzó a cambiar cuando se intentó describir
detalladamente los movimientos planetarios, empresa que
primeramente realizó Eudoxio de Cnido (ca. 400-347 a.C.), otro
miembro de la fraternidad pitagórica. Este matemático se dedicó
a resolver el problema geométrico de describir los movimientos
de los planetas utilizando solamente combinaciones de
movimientos circulares y uniformes. En cuanto a su poder
predictivo la teoría planetaria de Eudoxio fue muy superior a las
tablas utilizadas por los caldeos, por lo cual el camino trazado
por ese autor para el estudio de los movimientos celestes habría
de ser seguido desde entonces por los principales astrónomos
griegos.
Desde la época de los caldeos se había observado
cuidadosamente que los planetas mostraban cambios en su
brillo, lo que fue interpretado corno consecuencia de un
acercamiento o de un alejamiento del planeta a la Tierra.
También habían determinado que esos cuerpos se movían en la
bóveda celeste sólo en una angosta franja bien delimitada del
cielo, donde se situaba el círculo de la eclíptica. En esa región los
movimientos planetarios se realizan hacia el este, pero en forma
irregular, ya que además de tener una velocidad variable, los
planetas se detienen e incluso retroceden zigzagueando.
Tomando esos hechos, Eudoxio desarrolló un modelo geométrico
en el que combinando solamente movimientos circulares y
uniformes representó las trayectorias seguidas por los planetas.
A pesar de las teorías cosmogónicas desarrolladas por algunos
pitagóricos anteriores a él, Eudoxio volvió a proponer que los
movimientos planetarios se centraban alrededor de la Tierra, la
que en su esquema también volvía a ser inmóvil. Su modelo es
conocido como homocéntrico, pues para explicar los movimientos
planetarios utilizaba esferas con un centro común. Suponía que
para cada planeta existían varias esferas huecas ensambladas
unas dentro de otras, todas girando en torno a la Tierra con
velocidades uniformes pero diferentes, y alrededor de ejes de
rotación con distintas orientaciones. La más exterior de todas era
la que transportaba a las estrellas fijas. Su giro en torno a la
Tierra era el que ocasionaba el movimiento diurno.
La teoría homocéntrica establecía que cada planeta se
encontraba sujeto al ecuador de una esfera A que giraba
uniformemente en torno a un eje a (figura 5). Esta a su vez era
arrastrada por otra esfera B mayor, pero concéntrica a la
primera, aunque el eje de giro b de la segunda era diferente.
Ambas giraban con velocidad distinta. El eje de giro de B también
difería del que tenía C, que las contenía y que igualmente giraba
con velocidad y dirección c diferente de las de A y B. Finalmente
había una cuarta esfera D que envolvía a las tres anteriores y
cuyo eje de giro d también estaba orientado en una dirección
distinta. El Sol, la Luna y los cinco planetas giraban de esa
forma, lo que daba como resultado un esquema geométrico muy
complicado, pero en el que solamente era necesario ajustar
adecuadamente las distintas velocidades de giro y las
orientaciones de los diversos ejes para representar todos los
movimientos planetarios. Para que su modelo se ajustara a lo
observado Eudoxio introdujo 27 esferas homocéntricas
diferentes: tres para el Sol, tres para la Luna y cuatro para cada
uno de los cinco planetas, además de la de las estrellas fijas.
Eudoxio nunca trató de explicar por qué se movían esas esferas
ni cómo estaban hechas. Tampoco intentó dar sus dimensiones.
Todo parece indicar que para él simplemente se trataba de una
representación del movimiento planetario. Los resultados
obtenidos con ese esquema fueron aceptables para Mercurio,
Júpiter y Saturno, regulares para Venus, y francamente malos
para Marte. A pesar de ello el modelo tuvo el mérito de pasar del
terreno de la especulación filosófica al de la representación
geométrica, logrando desde entonces que las matemáticas se
convirtieran en la herramienta idónea para describir el Universo.
Con ampliaciones y algunas modificaciones este modelo fue
adoptado por otros personajes, entre los que destacó Aristóteles,
lo que convirtió a la teoría homocéntrica en la visión filosófica
sobre la forma general del Universo por casi dos milenios.
Figura 5. Esquema que representa el movimiento de los planetas en el
modelo de las esferas homocéntricas de Eudoxio.
Otro modelo geométrico que trató de explicar hechos
observacionales sobre el movimiento planetario fue el
desarrollado por Heráclides del Ponto (ca. 390-339 a.C.). Ya
desde el siglo IV a.C. se había determinado que Mercurio y
Venus se movían siempre en la cercanía del Sol, lo que no
sucedía con los otros planetas. Heráclides explicó ese hecho
desarrollando un modelo híbrido en el que, como ya era
costumbre en aquella época, consideró movimientos planetarios
en torno a la Tierra pero agregó la novedad de considerar
también otros movimientos alrededor del Sol. En esencia su
modelo era de tipo geocéntrico pues establecía que el giro de la
Luna, Marte, Júpiter y Saturno se realizaba en torno a la Tierra,
pero el Sol, que también orbitaba alrededor de ésta, arrastraba
consigo a Mercurio y a Venus (figura 6). Otra novedad
introducida por este pensador fue su afirmación de que la Tierra
no estaba inmóvil, sino que rotaba en torno a su propio eje una
vez cada 24 horas, dando así una explicación correcta del
movimiento diurno. A pesar de este último acierto, ese nuevo
modelo del Universo realmente no tuvo aceptación en la
antigüedad, siendo rápidamente olvidado.
Apolonio de Perga (ca. 247-205 a.C) fue otro matemático griego
que contribuyó al desarrollo de modelos geométricos que
sirvieron para explicar el movimiento planetario. Sus estudios
sobre este problema lo llevaron a establecer una importante
relación entre la velocidad con la que se movía un planeta que se
desplazaba en un pequeño círculo, al que se llamó epiciclo, y la
velocidad de desplazamiento del centro de ese círculo sobre otro
mayor, al que se denominó deferente. De esa manera Apolonio
redujo el problema de las estaciones y retrogradaciones
planetarias a un nivel geométrico en el que para determinar la
posición de un cuerpo celeste había que establecer la
combinación adecuada de dos movimientos circulares y dos
velocidades uniformes. La importancia de la teoría de los
epiciclos y las deferentes fue enorme, ya que además de permitir
una aplicación práctica en la determinación de los movimientos
planetarios, se apegaba a las ideas filosóficas de circularidad y
uniformidad tan gratas a los pensadores griegos. Gracias a ella
se construyó la teoría planetaria más importante y útil de la
antigüedad.
Figura 6. Representación del modelo planetario de Heráclides.
ARISTARCO, ERATÓSTENES E HIPARCO
A estos tres científicos griegos se debió el inicio de una etapa
diferente en el quehacer astronómico. Aplicando la geometría tan
elegantemente formalizada por sus antecesores, fueron más allá
de la mera especulación filosófica, o de la pura representación de
un cosmos geometrizado, y fueron los primeros en realizar
determinaciones tendientes a establecer las dimensiones
cósmicas derivadas directamente del estudio de los movimientos
planetarios. Esa actitud que ligó el aspecto especulativo con el
observacional significó un avance importante en la metodología
astronómica, por lo cual muchos estudiosos de la historia de la
ciencia consideran a Aristarco de Samos (310-230 a.C.), quien
inició los trabajos de ese tipo, como el primer astrónomo en el
sentido que actualmente damos a esta profesión científica.
De Aristarco nos ha llegado completo un notable libro
astronómico llamado Sobre los tamaños y las distancias del Sol y
la Luna. En ese texto demostró mediante razonamientos
geométricos exactos la validez de un conjunto de hipótesis
derivadas directamente de la observación de los movimientos de
esos dos cuerpos celestes, lo que le permitió establecer sus
tamaños y distancias respecto de la Tierra.
La Tierra en el cosmos
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La Tierra en el cosmos

  • 1. La Morada Cósmica del hombre. Ideas e investigaciones sobre el lugar de la Tierra en el Universo L A M O R A D A C Ó S M I C A D E L H O M B R E . I D E A S E I N V E S T I G A C I O N E S S O B R E E L L U G A R D E L A T I E R R A E N E L U N I V E R S O Autor: MARCO ARTURO MORENO CORRAL COMITÉ DE SELECCIÓN EDICIÓN DEDICATORIA EPIGRAFE PREFACIO I. EL AMANECER DE LA ASTRONOMÍA II. COSMOGONÍAS ANTIGUAS III. PRIMEROS INTENTOS DE RACIONALIZACIÓN IV. LA VISIÓN MEDIEVAL DEL MUNDO V. HELIOCENTRISMO VI. MATEMATIZACIÓN DE LA ASTRONOMÍA VII. SOBRE LAS DIMENSIONES Y EL ORIGEN ....DEL SISTEMA SOLAR VIII. EL UNIVERSO SE AMPLÍA IX. EL SURGIMIENTO DE LA ASTROFÍSICA X. DENTRO DE UN ESPESO BOSQUE XI. ¡Y LA GALAXIA SE HIZO! XII. MÁS ALLÁ DE LA GALAXIA APÉNDICES LECTURAS RECOMENDADAS CONTRAPORTADA
  • 2. C O M I T É D E S E L E C C I Ó N Dr. Antonio Alonso Dr. Gerardo Cabañas Dr. Juan Ramón de la Fuente Dr. Jorge Flores Valdés Dr. Leopoldo García-Colín Scherer Dr. Tomás Garza Dr. Gonzalo Halffter Dr. Raúl Herrera Dr. Jaime Martuscelli Dr. Héctor Nava Jaimes Dr. Manuel Peimbert Dr. Juan José Rivaud Dr. Julio Rubio Oca Dr. José Sarukhán Dr. Guillermo Soberón Coordinadora: María del Carmen Farías
  • 3. E D I C I Ó N Primera edición, 1997 Se prohibe la reproducción total o parcial de esta obra —incluido el diseño tipográfico y de portada—, sea cual fuere el medio, electrónico o mecánico, sin el consentimiento por escrito del editor. La Ciencia para Todos es proyecto y propiedad del Fondo de Cultura Económica, al que pertenecen también sus derechos. Se publica con los auspicios de la Secretaría de Educación Pública y del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología. D.R. © FONDO DE CULTURA ECONÓMICA Carretera Picacho-Ajusco 227, 14200 México, D.F. ISBN 968-16-5421-8 Impreso en México D E D I C A T O R I A A mi esposa MARY, por su apoyo y paciencia, y por todo el amor que me ha dado. E P Í G R A F E
  • 4. Cuando Melti?ipá jalá(u) hizo la Tierra y todas las cosas, se durmió mientras fumaba. El humo formó las veredas y los caminos, esto le dio mucho gusto al creador, así formo a ?ma'i o'poi, el camino de humo en el cielo. Es un camino de nube por el que todos los kiliwa tarde o temprano caminarán para ascender a los cielos de los muertos. Leyenda kiliwa* sobre el origen de la Vía Láctea P R E F A C I O Nuestra intención al escribir este libro ha sido presentar al lector no familiarizado con temas astronómicos una semblanza del largo, y a veces peligroso, proceso que ha llevado al hombre a comprender cuál es el lugar que la Tierra ocupa a escala cósmica. Con ese fin hemos tratado de reunir en forma sintética aquellas ideas cosmogónicas consideradas como las más representativas o de mayor importancia en la ya extensa historia de la humanidad. Ideas que a su vez nos sirven para ilustrar cómo el hombre ha ido ampliando la visión del mundo físico en el que está inmerso. Se han recalcado los aspectos teóricos y observacionales que durante los últimos 300 años han permitido establecer la forma, composición, edad y estructura de ese gigantesco conglomerado formado por miles de millones de estrellas, gas, polvo y radiación al que ahora llamamos Galaxia. Palabra de origen griego que significa leche, y que seguimos utilizando en recuerdo de los mitos de los antiguos moradores de la Hélade, quienes creyeron que la franja luminosa de aspecto nebuloso y blanquecino que se
  • 5. observa en las noches oscuras del verano cruzando el cielo, había sido producida por leche surgida del pecho divino de Hera. Este no es un libro sobre cosmología ni de las teorías relativas al origen y evolución del Universo. Tampoco pretende ser una historia de la astronomía, ni trata del cómo ni del cuándo se formó nuestra galaxia, sólo intenta mostrar que gracias al desarrollo siempre ascendente de la ciencia, muchas veces propiciado por la investigación astronómica, el ser humano ha descubierto y tomado conciencia del lugar que ocupa nuestro planeta en el contexto cósmico. I . E l A M A N E C E R D E L A A S T R O N O M Í A INTRODUCCIÓN LA EXISTENCIA de los primeros conglomerados humanos ya organizados en sociedades sedentarias se remonta a unos 10 000 o 15 000 años. En comparación con el tiempo que dura una vida humana ese periodo parece muy grande, pero si se le mide en relación con la edad que ahora sabemos tiene la Tierra, o con el tiempo que se estima ha tomado el proceso evolutivo del homo sapiens, realmente es tan pequeño que no deja de asombrar que en tan breve periodo el hombre haya alcanzado un desarrollo cultural tan amplio. La observación de la bóveda celeste1 siempre ha calado hondo en la conciencia humana, pues por su inmensidad y aparente inmutabilidad ha servido como un recordatorio permanente de la pequeñez y temporalidad del hombre (figura 1). De sólo alzar la vista hacia el cielo estrellado han surgido algunas de las preguntas fundamentales que la humanidad se ha hecho a lo largo de toda su existencia. Cuestiones que de una u otra forma han tenido que ver con el lugar que el hombre ocupa en el Universo, así como con su origen y su estructura. Por sus implicaciones, esa acción tan sencilla de ver el cielo ha estado fuertemente ligada con el crecimiento intelectual experimentado por la humanidad en los últimos milenios.
  • 6. Figura 1. La bóveda celeste como se vería durante el verano por un observador situado en una latitud similar a la de la ciudad de México. Se muestra también una trayectoria aparente que siguen las estrellas en su movimiento de este a oeste. Las respuestas que cada grupo humano ha dado a interrogantes tales como: ¿de dónde sale el Sol cada mañana y a dónde va cada tarde?, ¿qué son las luminarias nocturnas?, ¿por qué la Luna cambia su aspecto día a día? y ¿qué tan vasto es el cosmos? han sido variadas y necesariamente condicionadas por su experiencia, y aunque ahora muchas de esas respuestas parecen elementales, o incluso ridículas, en su momento tuvieron el enorme valor de ser el resultado de una verdadera síntesis intelectual de conocimientos —fundamentalmente prácticos— logrados por los pueblos primitivos. Por esta razón se deben juzgar en ese contexto, pues de otra manera se corre el peligro de interpretar incorrectamente los logros más trascendentes de las antiguas civilizaciones. El presente capítulo sirve para mostrar algunas ideas y conceptos que el hombre primitivo forjó a partir de sus observaciones de los cuerpos celestes, así como la interpretación que dio al tratar de entender su lugar en el Universo. EL LARGO CAMINO La antropología, la historia y la arqueología han mostrado que las primeras sociedades humanas pensaban que el mundo se encontraba poblado por espíritus que controlaban todos sus ritmos vitales. Esta concepción proveyó a dichos grupos de una explicación animista sobre los fenómenos de la naturaleza, surgiendo así un complejo universo mágico. El animismo o culto de los espíritus fue un método universal de explicación simple, que se originó en forma natural sin necesidad de una invención consciente o deliberada. Ofreció a sus practicantes un esquema congruente que, además de darles un enfoque amplio para su
  • 7. futuro desarrollo, les proporcionó un poder predictivo adecuado a sus circunstancias, otorgando a esos primitivos grupos humanos un relativo control sobre su mundo. En esencia, el animismo introdujo la creencia de que toda manifestación de vida o movimiento era debida a la presencia de espíritus que se posesionaban de los animales, de las plantas y de las cosas. Espíritus que manifestaban su poder a través de las violentas fuerzas desencadenadas durante las tormentas, tempestades, erupciones, sequías y otros fenómenos naturales. Evidentemente, estas explicaciones tan sencillas sobre el mundo que rodeaba a esos grupos primitivos fueron resultado del escaso acervo intelectual de que disponían en los albores de la civilización. La acumulación lenta pero constante de conocimiento, durante los primeros milenios de desarrollo de esas sociedades hizo que el universo mágico se fuera transformando, perdiendo su simplicidad original, lo que culminó en cambios sobre su visión del mundo. Paso a paso, el universo mágico evolucionó hacia un universo mítico, donde dioses y héroes humanos o semihumanos forjaron un cosmos más complicado. La complejidad adquirida al paso del tiempo por sociedades como las que florecieron en las márgenes de los ríos Tigris y Éufrates, el Nilo o el Ganges, o en las planicies y montañas de China, Grecia, Mesoamérica o el Perú, se reflejó directamente en las explicaciones que sobre el cosmos produjeron tan diversas civilizaciones. En sus mitologías fue factor común y permanente la lucha entre las fuerzas del bien y del mal, representadas por dioses portadores de luz o de tinieblas, respectivamente. Las concepciones cosmogónicas de esos pueblos surgieron como un concepto de equilibrio (o desequilibrio) entre ambas fuerzas, naciendo entonces algunos de los mitos más bellos que ahora se conocen sobre el origen del Universo. Al analizar esas ideas es posible entender en buena medida la relación tan íntima que surgió entre el hombre y su visión del mundo, lo que a su vez explica mucho del comportamiento social de esos núcleos humanos. La implantación en Occidente de la idea monoteísta judeocristiana propició la aparición de una visión del cosmos como algo perfecto y terminado, surgido sólo por el deseo de Dios, concepción que dominó el pensamiento europeo por más de 1 000 años. Esa visión de un universo perfecto, que por lo mismo era inmutable, fue una de las principales causas que ocasionaron la construcción de una sociedad tan rígida y cerrada como la que prevaleció en Europa durante la Edad Media. Las contradicciones originadas por la inmovilidad de ese esquema filosófico a la larga obligaron a realizar una profunda reestructuración del pensamiento occidental, no siendo exagerado asegurar que en ese proceso de cambio social tan notable influyeron de manera importante los conceptos
  • 8. astronómicos que sobre el Universo comenzaron a surgir en Europa a partir del siglo XV. Primero en forma especulativa y posteriormente apoyado por observaciones cada vez más precisas, el llamado modelo heliocéntrico del cosmos fue adquiriendo fuerza. Éste, que en los últimos siglos ha sufrido constantes modificaciones y adiciones, se ha transformado para servir como base de una explicación racional más amplia sobre la naturaleza del Universo que, aunque aún es muy incompleta, ya proporciona respuestas científicas a algunas de las preguntas fundamentales que el hombre se ha hecho desde tiempo inmemorial. El surgimiento de un modelo cosmogónico que podía ser puesto a prueba mediante la observación propició un cambio profundo de mentalidad, por lo que su contribución no sólo fue al terreno del conocimiento astronómico, sino que trascendió a otras disciplinas. Es importante hacer notar que la concepción antropocéntrica del Universo —de la cual la teoría geocéntrica es sólo un ejemplo— sigue teniendo un arraigo muy fuerte en la mente del hombre moderno, razón por la que el estudio del desarrollo de las ideas científicas también sirve para mostrar la lucha que el ser humano ha librado consigo mismo para superar viejos prejuicios y poder aceptar un papel modesto dentro del cosmos, el cual ahora puede percibir gracias a los modernos telescopios ópticos, radiotelescopios, satélites artificiales y sondas espaciales. Por otra parte, el cambio en los conceptos sobre el cosmos y el entendimiento de las leyes físicas que lo rigen ha sido tan rápido en las últimas décadas que es fácil perder la perspectiva histórica de ese proceso. Para resaltar este hecho mencionaremos que todavía viven personas que en sus primeros años de estudio aprendieron que nuestra galaxia constituía todo el Universo, y que si bien la Tierra ya no estaba situada en el centro de éste, el Sol y su sistema planetario sí lo eran. Recuérdese además que en 1930 fue cuando el astrónomo estadounidense Clyde W. Tombaugh (1906- ) descubrió Plutón, el último planeta conocido de nuestro Sistema Solar. Hace apenas seis décadas que el hombre tuvo la certeza de que nuestra galaxia era sólo una más entre un número inmenso de sistemas del mismo tipo formados por miles de millones de estrellas, y que ciertamente no ocupamos un lugar central en este universo recientemente descubierto. Gracias a los avances de la tecnología los astrónomos de la actualidad, siguiendo una tradición originada en las primeras civilizaciones, continúan trazando los mapas de distribución de estrellas y galaxias, abarcando distancias cada vez mayores. A medida que nuestros conocimientos aumentan, las ideas sobre la forma, la constitución y el origen del Universo se ven enriquecidas constantemente. Conceptos que eran populares entre los científicos hace sólo una década han sido puestos en duda, y
  • 9. seguramente serán desechados o modificados hasta adecuarlos a los nuevos descubrimientos. Este cambio continuo no debe interpretarse como un fracaso de los astrónomos en su búsqueda por resolver los problemas que se plantean. Menos aún como una incapacidad de la ciencia para brindar respuestas definitivas, sino como parte de la evolución que nuestra concepción del Universo experimenta gracias al aumento constante de información, proceso que por cierto seguramente está lejos de concluir. Esto ha hecho que la cosmología2 haya dejado de ser objeto de especulación filosófica, convirtiéndose en parte integrante de las ciencias naturales, por lo cual está sujeta a pruebas tanto teóricas como observacionales que permiten o permitirán decidir entre diferentes teorías cosmológicas, haciendo a un lado los argumentos metafísicos y apoyándose en la rigurosidad del método científico. PRIMERAS IDEAS SOBRE LA TIERRA Y LOS CUERPOS CELESTES Nada sabemos acerca de las ideas que el hombre primitivo tuvo respecto a la naturaleza; sin embargo sí sabemos que ya desde entonces se preocupó por algo más que comer, reproducirse y sobrevivir. Sus huellas, dejadas en gran número de sitios como cavernas y sepulcros, ya sea en forma de petroglifos, huesos tallados y otros objetos, muestran las inquietudes intelectuales del llamado hombre de la Edad de Piedra. No hay duda de que estos cazadores y recolectores observaron la bóveda celeste, pues sus representaciones en pinturas rupestres de soles, lunas, estrellas y posiblemente cometas y eclipses así lo demuestran. Algo que posiblemente nunca será totalmente conocido es qué ideas tenían sobre el Universo, su tamaño y el lugar que en él ocupaban, pero de los estudios comparativos de las culturas primitivas que todavía existen, como las de los aborígenes australianos, los de Borneo, del Kalahari o de la parte central de la selva amazónica, pueden inferirse muchas de las características sociales y culturales que hoy suponemos en aquellos grupos humanos primigenios. De esta forma, es posible saber algo sobre los primeros conceptos que los hombres primitivos tuvieron sobre su lugar en el Universo (figura 2). Por ejemplo, los aborígenes australianos creen que mucho antes de que hubiera el menor signo de vida, la Tierra ya existía y que estaba constituida por una llanura plana e informe, cuya extensión llegaba a los límites mismos del mundo. De generación en generación han heredado el siguiente mito sobre la creación: en un tiempo muy antiguo al que se refieren como el tiempo del ensueño, seres gigantescos y de aspecto humanoide, llamados los wandjimas, con características físicas similares a las de ciertos animales, pero de un comportamiento
  • 10. en todo parecido al de hombres y mujeres, brotaron milagrosamente en diferentes partes de la llanura australiana, bajo la cual habían permanecido aletargados desde tiempo inmemorial en una oscuridad total. Una vez surgidos del suelo, cada uno de ellos se dio a la tarea de crear las montañas, las costas, las marismas y los ríos de una zona determinada, dando entre todos forma a la Tierra, que después fue habitada por los verdaderos hombres, quienes también fueron creados por esos gigantes antropomorfos. Tales seres míticos vivirían eternamente transformándose en diferentes especies animales y vegetales o en los elementos naturales. Una vez realizado el acto creador, plasmaron su imagen en las pinturas rupestres, decretando que los aborígenes debían preservarlas si querían recibir los beneficios de las lluvias. El Cielo, que cobija a la Tierra, es el lugar donde moran los dioses australianos, y están sentados en un trono de cristal. Para llegar a ellos hay que escalar el arco iris, que en su cosmogonía es la serpiente Yulungurr. Estos aborígenes tienen un buen conocimiento del cielo nocturno, saber que ha sido transmitido oralmente de padres a hijos, así como mediante la representación en pinturas rupestres donde se han plasmado algunos de los grupos estelares más conspicuos. El Sol es simplemente un hombre y la Luna una mujer. La Vía Láctea 3 es un río en el que todas las noches van a pescar los moradores celestes. Para ellos nuestra constelación de Orión es un grupo de pescadores, mientras que las Pléyades son las esposas aguardando su regreso. Figura 2. Representación del cielo hecha por moradores nómadas de la estepa siberiana. En ella pueden identificarse la Vía Láctea y el grupo estelar de las Pléyades. Al otro lado del planeta, en el norte de la península de Baja California, los ya mencionados kiliwa, considerados por los
  • 11. estudiosos como una cultura fosilizada del Paleolítico, para explicar su ubicación cósmica relatan que cuando sólo había la oscuridad más completa, apareció Meltí?ipá jalá(u), la deidad coyote-gente-luna, quien bajo el conjuro "No estás sola, soy la luz", iluminó la negrura. Después se dedicó a la tarea de hacer el mundo. Para ello arrojó cuatro buches de agua en diferentes direcciones, formando así los ríos y los mares. Para que estos no se desparramaran, el topo hizo un túnel en torno al mundo, lo que levantó un bordo muy alto alrededor de los cuatro mares, quedando así protegida la Tierra. Después formó las cuatro montañas. Para que no se saliera el aire, ni el agua, ni el color, ni la luz, coyote-gente-luna creó el cielo con la piel de sus testículos, llamándolo ma'a'i. Este fue hecho cóncavo y sirvió para rodear al mundo. También los kiliwa fueron capaces de diferenciar diversos objetos celestes, identificando constelaciones,4 estrellas, meteoritos, cometas, planetas, el Sol, la Luna y la Vía Láctea. Como en todas las sociedades primitivas, los kiliwa asociaron estos objetos a sus principales deidades, así por ejemplo el Sol se identificó con Ma'ay kuyak, la deidad guerrera. La Luna era la personificación misma del dios creador: coyote-gente-luna. Venus, la estrella vespertina, fue su mujer. Las estrellas eran pequeñas fogatas encendidas por los muertos. La creación de la Vía Láctea según el mito kiliwa ya ha sido relatada al inicio de este libro, sólo queremos señalar que, como en otras culturas, este objeto celeste fue considerado como el camino que lleva a los muertos al más allá, siendo por ello la conexión entre lo terreno y lo divino. Relatos como estos tienen, además de una gran belleza intrínseca, el común denomidador de considerar a la Tierra como algo que está rodeada o acotada, lo que muestra que desde los inicios de la humanidad, ésta consideró el sitio que habitaba como el centro mismo del Universo. La observación de la bóveda celeste enseñó a nuestros ancestros que en ella había un orden, pues así lo mostraban la regularidad y continuidad de las fases lunares, la salida y puesta diaria del Sol y la inmutabilidad de las estrellas. Este concepto de orden arraigó tan profundamente en la mente humana que, cuando posteriormente se crearon los mitos sobre el origen del cosmos, éstos no pudieron sustraerse a él. Prácticamente en todas las culturas se aceptó que el mundo surgió del desorden y la oscuridad (el kaos griego) como consecuencia de un mandato divino (principio ordenador). Entonces, no es de extrañar que el Cielo, como un lugar ordenado e inaccesible, fuera necesariamente la morada de los dioses del bien, mientras que el inframundo, lugar donde reinaba la oscuridad primigenia, fuera el asiento de las fuerzas malignas o negativas.
  • 12. Los dos mitos sobre la creación del mundo previamente relatados sirven para ejemplificar claramente cómo nuestros ancestros trataron de explicar sus orígenes y el de los objetos que había en su entorno usando los elementos culturales que tenían disponibles. Por ello, en sus leyendas la idea de un universo resultaba realmente indistinguible del lugar donde vivían, siendo conceptualmente sólo una extensión inaccesible de su hábitat. Si su idealización la hicieron en forma tan simple fue porque así era su vida. Cosmogonías similares a éstas seguramente hubo al menos una por cada grupo humano que fue consolidándose. La mayoría se ha perdido; otras, las menos, han llegado a alcanzar el nivel de verdaderos dogmas sobre la creación, tal y como ha sucedido para el mundo occidental con la idea expresada en el Génesis. Esta concepción está tan arraigada, que aún en la actualidad es tomada por muchos como alternativa única, negando lo que la ciencia contemporánea ha logrado establecer sobre el origen y evolución del Universo, así como el lugar que en él ocupamos. I I . C O S M O G O N Í A S A N T I G U A S INTRODUCCIÓN LA OBSERVACIÓN del cielo ha sido un fenómeno universal, por lo que todas las grandes civilizaciones del pasado crearon complejas explicaciones sobre el Universo y los distintos eventos que en él ocurren. La mayoría del conocimiento así generado se ha perdido para el hombre occidental, pues al ser nuestra cultura heredera directa del saber griego, sólo estamos familiarizados con los logros de esa civilización, así como con el conocimiento astronómico surgido entre los sumerios, pues los griegos tomaron gran parte de esa información, la hicieron suya, y la trasmitieron al mundo occidental. En el presente capítulo se hace una síntesis de los principales logros que en el terreno astronómico consiguieron algunas de las grandes civilizaciones de la antigüedad, incluyendo a las dos más representativas (o quizás debamos decir más estudiadas) que hubo en lo que hoy es el territorio mexicano. Siguiendo la temática principal de este libro, se hace énfasis en las ideas y modelos 5 que esos pueblos tuvieron sobre la forma del Universo, así como el lugar que en él creían ocupar.
  • 13. LOS SUMERIOS Cualquier texto de historia antigua nos dará información amplia sobre los pueblos que hace unos 6 000 años vivieron en la enorme llanura asiática comprendida entre los ríos Tigris y Éufrates, así que no abundaremos en los detalles, únicamente señalaremos que los sumerios, nombre genérico con el que se designa a las diferentes tribus que a lo largo de varios milenios ocuparon esa zona de nuestro planeta, crearon una cultura muy avanzada, siendo los introductores de muchos conceptos que en la actualidad siguen teniendo vigencia. El estudio de esa rica cultura se ha facilitado porque los arqueólogos han encontrado en las ruinas de sus principales ciudades numerosas tablillas hechas de barro cocido en las que, con caracteres cuneiformes ya descifrados por los especialistas, quedaron registradas las actividades preponderantes de su vida. En la etapa temprana de su civilización el universo sumerio fue poblado por dioses y diosas engendrados por el caos, personificado en Tiamat, la diosa madre, y por Apsu, el dios padre identificado con el océano, y de cuya unión surgieron el hombre y los animales. En una lucha entre Marduk (Júpiter) y las deidades protectoras de Tiamat, éste las aniquiló, incluyéndola a ella. Después partió el cadáver divino en dos: levantando una parte formó el Cielo, mientras que la otra la puso a sus pies y surgió entonces la Tierra. Esta ingenua visión del cosmos se fue complicando al aumentar los conocimientos matemáticos y astronómicos de esos pueblos. Para los caldeos, herederos culturales de los pueblos sumerios, el Universo era una región completamente cerrada. En su concepción la Tierra se encontraba al centro, flotando completamente inmóvil sobre un gran mar. Siendo esencialmente plana, estaba formada por inmensas llanuras. En su parte central se elevaba una enorme montaña. Conteniendo al mar sobre el que flotaba la Tierra y rodeándolo totalmente había una muralla alta e impenetrable. Ese gran mar era un espacio vedado a los hombres, por lo que se le llamó aguas de la muerte. Se afirmaba que una persona se perdería para siempre si se aventuraba a navegarlo. Se requería un permiso especial para hacerlo, y éste sólo era otorgado por los dioses en muy pocas ocasiones, tal como lo relata la Epopeya de Gilgamesh. El cielo estaba formado por una gran bóveda semiesférica que descanzaba sobre la ya mencionada muralla. Fue diseñado y construido por Marduk, quien la hizo de un metal duro y pulido que reflejaba la luz del Sol durante el día. Al llegar la noche, el cielo tomaba un color azul oscuro porque se convertía en un telón que servía de fondo a la representación que hacían los dioses, identificados con los planetas, la Luna y las estrellas. Es en esta cultura donde surge la idea de un cosmos con forma
  • 14. hemisférica, concepción que será retomada por muy diversos conglomerados humanos en diferentes épocas y lugares. Para explicar la sucesión del día y la noche supusieron que la mitad de aquella muralla era sólida, mientras que la otra era hueca y tenía dos aberturas opuestas. En la mañana la que se encontraba al este era abierta y Shamesh, el dios solar, salía a través de ella conduciendo una gran carroza tirada por dos magníficos onagros.6 El disco solar visto por los hombres era una de las brillantes ruedas doradas de ese carruaje. Con vertiginosa velocidad Shamesh arriaba a los onagros cruzando el cielo a lo largo de una trayectoria circular bien definida. Cuando empezaba a atardecer, Shamesh disminuía su ímpetu y lentamente iniciaba el descenso, entrando por la puerta oeste de la gran muralla. Al crepúsculo esa puerta era cerrada, llegando así la oscuridad. Toda la noche la carroza se desplazaba dentro de una inmensa caverna para emerger de ella a la mañana siguiente, cuando era abierta nuevamente la puerta del Este, dando así lugar a otro día. Unos 4 000 años atrás los sacerdotes sumerios hicieron mapas celestes, y dividieron el cielo en constelaciones. También formaron los primeros catálogos estelares y registraron los movimientos planetarios. Construyeron calendarios y pudieron predecir los eclipses de Luna. Se han encontrado diversas tablillas de barro cocido en las que fueron trazados tres círculos concéntricos, divididos en 12 partes por igual número de rayos. En cada una de las 36 secciones así obtenidas se encuentra el nombre de un agrupamiento particular de estrellas o constelación, acompañado por una serie de números simples cuyo significado aún no ha sido descifrado. Hasta donde se ha podido establecer, éstos son los primeros mapas celestes hechos con fines prácticos y no como mera representación del cielo. Los caldeos miraron el firmamento pensando que los cuerpos celestes habían sido puestos ahí por los dioses para el beneficio humano, y que el propósito de su presencia era dar indicaciones sobre la fortuna de individuos y naciones. Las estrellas y los planetas 7 fueron vistos como portadores de misteriosas influencias que los hombres podrían leer adecuadamente estudiando su desplazamiento. Por esa razón los llamaron interpretes de los dioses. Esta concepción convirtió a los caldeos en verdaderos observadores del movimiento de los cuerpos celestes, comportamiento que los diferenció de otras culturas antiguas, pues no sólo se dedicaron a ver e interpretar, sino que fueron capaces de medir. Esa actitud dio origen a la pseudociencia conocida como astrología; sin embargo, del estudio de los movimientos planetarios hechos por los caldeos surgió también la ciencia de la astronomía.
  • 15. Al estudiar la bóveda celeste los astrónomos caldeos construyeron tablas planetarias donde anotaron cuidadosamente las estaciones y retrogradaciones,8 ya que esos datos eran elementos básicos para determinar el curso de los planetas por la bóveda celeste. Gracias a ese tipo de estudios fueron capaces de diferenciarlos de las llamadas estrellas fijas.9 .Como el estudio del movimiento requiere del manejo del espacio y del tiempo, tan notables observadores inventaron la medición de esos conceptos e introdujeron el año dividido en meses, días, horas, minutos y segundos. Asimismo, dividieron la semana en siete días, cada uno de ellos asociado a un cuerpo celeste: el Sol (domingo), la Luna (lunes), Marte (martes), Mercurio (miércoles), Júpiter (jueves), Venus (viernes) y Saturno (sábado). Además, como consecuencia de su determinación del año solar de 360 días (más cinco de ajuste), dividieron angularmente el círculo en 360 grados, introduciendo también la división del grado en 60 minutos de arco (') y éste a su vez en 60 segundos de arco("). Ese tipo de mediciones permitieron que los caldeos pudieran determinar las estaciones y retrogradaciones de los planetas, así como calcular su salida y ocaso. También calcularon las fechas en que algunas constelaciones aparecían o desaparecían por puntos notables del horizonte. Igualmente pudieron conocer con antelación el acercamiento de cada planeta a las estrellas más brillantes localizadas dentro de una franja del cielo única y bien determinada, zona en la que advirtieron los movimientos del Sol y la Luna. Por estas peculiaridades, los griegos llamaron eclíptica al plano central de esa banda.10 Fueron ellos también quienes bautizaron a la mencionada franja como el zodiaco.11 Los caldeos dividieron esa región en 12 zonas diferentes, e identificaron a cada una de ellas con un grupo particular de estrellas. En esos agrupamientos o constelaciones delineados por los astros más brillantes de cada región creyeron ver figuras relacionadas con sus ideas mitológicas. Según tablillas con escritura cuneiforme localizadas en el valle del Éufrates, y cuya antigüedad se remonta hasta el año 600 a.C, los nombres de esos grupos estelares fueron el Carnero (o mensajero), el Toro del cielo (o toro que va adelante), los Grandes gemelos, el Trabajador del lecho del río, el León, la Anunciadora de la lluvia, el Creado a la vida en el cielo, el Escorpión del cielo, la Cabeza de fuego alada, el Pez-cabra, la Urna y el Sedal de pesca con el pez prendido. De esa división arbitraria del camino aparente que sigue el Sol en la bóveda celeste provienen los 12 signos del zodiaco que hemos heredado, y que en la actualidad son: Aries (el carnero), Taurus (el toro), Géminis (los gemelos), Cáncer (el cangrejo), Leo (el león), Virgo (la virgen), Libra (la balanza), Escorpio (el escorpión), Sagitario (el flechador), Capricornio (la cabra),
  • 16. Acuario (el aguador) y Piscis (los peces). Siguiendo una tradición milenaria, los astrónomos han continuado utilizando esos nombres para las constelaciones eclípticas, de igual manera que han conservado los nombres de los días de la semana y la división sexagesimal de grados, horas, minutos y segundos. Mucho se ha escrito sobre los conocimientos astronómicos logrados por los habitantes de Mesopotamia, pero para los propósitos de este libro pensamos que lo mencionado es suficiente, por lo que no abundaremos más sobre otros notables logros científicos de aquella importante civilización. COSMOGONÍAS DE OTROS PUEBLOS DE ASIA La visión egipcia Los egipcios, constructores de gigantescas pirámides, bellos templos y magníficas esculturas fueron un pueblo que durante su largo periodo de desarrollo cultural no mostró mayor interés en las especulaciones filosóficas, teniendo más bien una fuerte disposición hacia lo práctico. Contemporáneos de los diversos grupos que vivieron en Mesopotamia, tuvieron una actitud diferente hacia la astronomía, usándola sobre todo como base de su medida del tiempo, lo que les permitió desarrollar un calendario civil que, si no fue muy complejo astronómicamente, sí fue el más avanzado de los utilizados en la antigüedad. Tal actitud muy probablemente se debió a que los sacerdotes centraron su atención en el más allá, haciendo del culto a los muertos una verdadera religión. Aunque los egipcios no formularon teorías acerca del Sol y la Luna, ni tuvieron ideas específicas sobre el movimiento de los planetas, se sabe que tuvieron sus propias constelaciones formadas por grupos conspicuos de estrellas brillantes. Sin embargo los registros fueron muy vagos y se han perdido. En la actualidad solamente se sabe que, con las estrellas del hemisferio norte, la única constelación que formaron fue la del Arado, ahora llamada Osa Mayor. Egipto es un país que desde sus orígenes se formó y desarrolló a lo largo del río Nilo, que corre paralelo a la costa del Mar Rojo. Esa clara forma de rectángulo fue muy probablemente la causa de la teoría de que el mundo era alargado, como una caja rectangular. En sus representaciones más primitivas del cosmos ya aparece esa forma. Así, en el papiro funeral de la princesa Nesitanebtenhu, sacerdotisa de Amón-Ra que vivió unos 1 000 años a.C., así como en algunas paredes de tumbas y templos, han sido encontradas representaciones simbólicas de un universo alargado (figura 3). En el mencionado papiro, el cielo es el cuerpo de la diosa Nut, quien adoptando una incómoda posición en la que se apoya solamente con pies y manos12 cubre con su
  • 17. alargado cuerpo a Shibu, la Tierra, representada abajo de Nut reposando sobre su costado izquierdo, mientras que el dios del aire Shu está entre ambos, ayudando a sostener a Nut en su difícil pose. Hay otras variantes de esta representación. En algunas se mira el cuerpo de Nut cubierto de estrellas, y sobre él se desplazan el Sol y la Luna en dos pequeños botes. Figura 3. Sección de un papiro egipcio que muestra una de las variadas representaciones de la diosa Nut como la bóveda celeste. Sin embargo, esta representación del Universo resultó tan elemental para una civilización tan avanzada, incluso desde el punto de vista de una cosmogonía religiosa, que posteriormente la modificaron. Fue así que consideraron que el mundo tenía forma de caja rectangular, con un eje mayor orientado de norte a sur, mientras que el menor quedaba en dirección este-oeste. Pensaron que la Tierra era el fondo plano de la caja, y que en ella alternaban las tierras y los mares. Egipto se encontraba al centro de ese plano, mientras que en la parte superior de la caja estaba el cielo, formado por una superficie metálica plana sostenida por cuatro grandes montañas localizadas en los extremos de la caja. Finalmente, y ante la evidencia observacional, no pudieron negar lo que indicaban sus sentidos sobre la forma del cielo, por lo que terminaron por aceptar que éste era en realidad una superficie convexa en donde había un gran número de agujeros de los que colgaban las estrellas suspendidas por cables. Para los egipcios de aquella época los astros eran fuegos alimentados por emanaciones que se formaban y subían desde la Tierra, y que no eran visibles durante el día porque solamente se encendían por la noche. Las cuatro montañas que sostenían el cielo se unían entre sí en su parte más baja, formando una pared rocosa que rodeaba al mundo. Al Sol, encarnación del dios Ra, se le representaba por un disco de fuego que se desplazaba por el firmamento flotando en una barca.
  • 18. De acuerdo con los más antiguos mitos egipcios, la Vía Láctea había sido hecha por Isis, quien la construyó regando una gran cantidad de trigo en el firmamento. Posteriormente fue considerada como el Nilo Celeste, el río sagrado que cruzaba el país de los muertos. La diferencia de altura que el Sol alcanza sobre el horizonte entre el verano y el invierno fue explicada por los egipcios haciendo una analogía con lo que le sucede al río Nilo en esas dos temporadas. Sostenían que cada verano el río celeste se desbordaba, de igual manera que su contraparte terrestre, ocasionando que la barca de Ra abandonara su lecho y quedara más próxima a Egipto. Todo ese esquema del mundo nada tenía que ver con teorías acerca del Sol y la Luna, ni contenía ninguna idea específica sobre el movimiento planetario. La falta de interés de los sacerdotes egipcios por la naturaleza física del Universo se explica puesto que en su concepción religiosa no eran fundamentales los pronósticos astrológicos. Por esto no especularon respecto a la posible naturaleza de los planetas y se concentraron en el mundo espiritual. Así se marcó la diferencia entre la astronomía y las concepciones cosmogónicas manejadas por sumerios y egipcios. El cosmos hindú Para los pensadores de la antigua India la astronomía fue más que una disciplina observacional o una filosofía sobre la creación y destrucción del cosmos. En las ruinas de las ciudades habitadas por los pueblos indostánicos no se han encontrado vestigios de observatorios astronómicos, ni hay indicación clara de que los hindúes hayan elaborado catálogos estelares como los de otras civilizaciones de la antigüedad. El estudio de los movimientos planetarios tampoco parece haber despertado mayormente su interés. Todo indica que la observación de las estrellas fue hecha por los astrónomos hindúes únicamente con el propósito de tener puntos a los cuales referir sus estudios de los movimientos del Sol y de la Luna, lo que les permitió determinar en forma práctica un calendario lunar de 12 meses de 29.5 días cada uno. La discrepancia entre éste y el año solar (365 días) lo solucionaron intercalando un mes extra cada 30 lunaciones.13 En cuanto a su concepción del cosmos se conocen dos interpretaciones originadas probablemente en tiempos muy diferentes y por sectas religiosas distintas. La más conocida y quizá la más antigua, es aquella en que se consideró que Brahma, por un acto de pensamiento, dividió el huevo primigenio en dos y formó con una mitad el Cielo y con la otra la Tierra. En ese esquema el Universo era una entidad cerrada, contenida por los anillos de Sheshu, la cobra negra, animal sagrado para ese pueblo. En el fondo de todo había un mar de leche rodeado completamente por parte del cuerpo de esa serpiente. En el
  • 19. lácteo océano nadaba una enorme tortuga, sobre cuyo caparazón se apoyaban cuatro elefantes, cada uno localizado hacia un punto cardinal. A su vez, estos animales sostenían sobre sus lomos a la Tierra, formada por un disco simétrico donde, con una pendiente primero suave y después brusca, se formaba una gran montaña central. En la parte alta de ésta había un gigantesco fuego que al girar en torno a ella ocasionaba el día y la noche. La misma cobra que rodeaba y contenía al mar de leche, formaba con la parte superior de su cuerpo otro anillo que contenía a la bóveda celeste. Cuando en el siglo VI a.C. se originó el jainismo, religión fundada por Vardhamana Mahavira en contra del ritual introducido en los textos sagrados llamados Vedas, una de las ideas rechazadas fue la del dios creador. Como consecuencia, los seguidores de esta nueva religión introdujeron el concepto de dualidad cósmica para dar una explicación satisfactoria del Universo. Sostenían que la Tierra estaba formada por una serie de anillos concéntricos, alternándose tierras y mares. El círculo interior denominado Jambudvipa estaba dividido en cuatro partes iguales, teniendo a la montaña sagrada Meru en su centro. La India se localizaba en el sector más al sur. El Sol, la Luna y las estrellas describían trayectorias circulares alrededor de esa montaña, moviéndose en forma paralela a la Tierra. De acuerdo con este modelo, el Sol, al girar en torno a Meru debería iluminar en forma sucesiva cada cuadrante, pero ya que el día duraba 12 horas, el Sol podría iluminar solamente dos de éstos cada 24. Para resolver esta incongruencia introdujeron dos soles, dos lunas y dos conjuntos de estrellas. Éste fue su principio de dualidad cósmica. Evidentemente ese modelo no tenía ninguna relación con el mundo físico, y era resultado de una mera interpretación filosófica. Sin embargo para los pensadores hindúes cumplía los requerimientos impuestos por su visión religiosa, pues no era entonces necesario confrontarlo con lo observado, situación que se dio prácticamente en todas las culturas antiguas, e incluso durante gran parte de la Edad Media europea. La Vía Láctea fue considerada por los antiguos habitantes de la India como el camino que tuvo que seguir Arimán para llegar a sentarse en su trono celeste. Con las particularidades propias impuestas por el medio en que se desarrolló la cultura hindú, sus explicaciones sobre los objetos cósmicos no difieren mayormente de los que elaboraron egipcios y caldeos. Sin embargo, en el aspecto conceptual introdujeron un idea nueva: la regeneración y destrucción cíclica del Universo. Para resolver la contradicción filosófica surgida, por un lado, de admitir que aquél era eterno, y por el otro la de observar la temporabilidad de sus partes, recurrieron a la hipótesis de la periodicidad de todos los acontecimientos. "La evolución,
  • 20. enseñaron los hindúes, se cumple en periodos cuya ilimitada y cíclica repetición asegura al Universo su duración eterna." Como se verá más adelante, la idea de un resurgimiento cíclico a nivel de todo el cosmos ha aparecido en diferentes modelos cosmológicos, tanto antiguos como contemporáneos, y en la actualidad es una de las hipótesis de mayor peso en las explicaciones que sobre el origen de nuestro universo manejan muchos científicos contemporáneos. El universo de los chinos Aunque la civilización china tiene gran antigüedad, sólo se tiene información segura sobre su desarrollo histórico a partir del inicio de la dinastía Shang, la cual consolidó su poder hacia el año 1500 a.C. Los diversos registros dejados por los astrónomos chinos muestran que fueron buenos observadores. Sus catálogos de cometas, eclipses y otros eventos astronómicos confirman que tuvieron un bien organizado grupo de observadores que de manera sistemática y meticulosa realizaron un trabajo muy valioso, tanto, que en la actualidad sigue dando frutos. Utilizando el mismo sistema de coordenadas que ahora manejan los astrónomos para localizar los objetos celestes, pero que fue desarrollado en Occidente sólo hasta el siglo XVII, los chinos determinaron más de 2 000 años atrás las posiciones aparentes de las estrellas de mayor brillo del firmamento. En efecto, alrededor del año 350 a.C. Shih Shen construyó un mapa estelar donde catalogó más de 800 estrellas. Seguramente en gran medida por su ubicación geográfica, estos observadores orientales no pusieron mayor atención en el estudio de las estrellas de la eclíptica, sino que desarrollaron su sistema de referencia celeste en torno a las constelaciones circumpolares.14 Alrededor del año 1400 a.C., los chinos ya habían determinado la duración del año solar, estimándola en 365.25 días, mientras que la lunación la fijaron en 29.5 días. La exactitud de estos valores es notable y viene a confirmar la excelencia de los astrónomos chinos. Las observaciones de los movimientos planetarios también se realizaron en China en forma muy cuidadosa desde fechas muy tempranas. Sin embargo, a pesar de que las realizaron durante periodos considerablemente largos, no formularon ninguna teoría planetaria. Como sucedió en otras civilizaciones, los chinos asociaron a los planetas con los componentes básicos que, según su filosofía, constituían a la naturaleza, así como con los puntos cardinales: Júpiter se asoció con la madera y el Este, Marte con el fuego y el Sur, Saturno con la tierra y el centro, Venus con el metal y el Oeste, mientras que Mercurio quedó ligado al agua y al Norte. Según sus ideas la madera, el fuego, la tierra, el metal
  • 21. y el agua eran los cinco elementos primarios con los que se formó el Universo. Para los chinos la Vía Láctea fue un objeto cósmico que no requería mayor explicación. Simplemente la llamaron Tian Ho, que significa el Celeste Ho, siendo la contraparte cósmica del río Ho o Amarillo. Por su aspecto blanquecino consideraron que estaba hecha de seda. En el aspecto práctico los chinos establecieron una conexión entre la Vía Láctea y el agua de lluvia, ya que cuando en China tiene mayor esplendor ese objeto celeste, es cuando la época de lluvias alcanza su máxima intensidad. Las concepciones filosófico-religiosas desarrolladas en China no consideraron a los objetos cósmicos como dioses que determinaran los destinos humanos, y aunque sí tuvieron astrología y un equivalente al zodiaco formado por 28 casas, en lugar de los 12 signos originados en Mesopotamia, fue diferente de la surgida en la región comprendida entre el Tigris y el Éufrates. Los cálculos astronómicos chinos fueron más bien de tipo algebraico, ya que no contaron con una geometría teórica desarrollada como la que hubo en Grecia. Esa falta de visión favoreció que no tuvieran una imagen intuitiva de la estructura geométrica del cosmos. La idea cosmogónica más antigua originada en China aseguraba que el Universo estaba formado por el Cielo de forma esférica, y por la Tierra, que era un cuenco con su abertura hacia abajo. Sus bordes o límites eran aristas lineales que en realidad le daban forma de un cuadrado convexo. Alrededor de ella había un gran océano en el que se hundía el firmamento. El Cielo y la Tierra se sostenían en su sitio por virtud del aire atrapado debajo de ellos. Consideraban que la bóveda celeste era de forma irregular, más elevada al sur que al norte, por lo que el Sol, que rotaba junto con ese hemisferio irregular, era visible cuando se encontraba al sur, e invisible cuando ocupaba el norte de ese cielo deformado. Aunque el Sol, la Luna y los planetas se movían junto con el firmamento, también tenían movimientos propios. Aseguraban que el Cielo se encontraba 80 000 li por encima de la Tierra, lo que con nuestras medidas equivaldría a unos 43 kilómetros. Posteriormente, alrededor de la segunda centuria antes de nuestra era modificaron algo este modelo, asegurando que el cosmos era un esferoide de unos 2 000 000 li de diámetro, aunque en realidad era 1 000 li más corto en dirección norte-sur que en la este-oeste. Según se sabe, el astrónomo Chang Heng del siglo I afirmaba que el Universo era como un huevo cuya yema sería la Tierra, que descansaba sobre agua, mientras que
  • 22. el Cielo, sostenido por vapores emanados del océano, equivalía al cascarón. En un tercer modelo se aseguraba que el Universo era infinito y que carecía de forma y sustancia, encontrándose en él únicamente la Tierra, el Sol, la Luna, los planetas y las estrellas, todos flotando libremente. En ese universo los cuerpos celestes no estaban sujetos a nada, y se movían en él por acción de fuertes vientos. Aunque sin ningún fundamento observacional, este último modelo cósmico de los chinos fue el resultado de una verdadera abstracción, lo que lo ubica en un plano diferente del de todos los otros que hasta aquí se han comentado. LOS GRIEGOS Y SU PRIMERA VISIÓN DEL COSMOS La principal fuente para conocer las ideas cosmogónicas de los primitivos griegos es la Teogonía, libro escrito por Hesíodo hacia el año 800 a.C. Este texto es una detallada genealogía de los dioses que poblaron el Olimpo, sin embargo, marginalmente informa sobre la visión que de la Tierra y de la creación cósmica tuvieron esos pueblos. En esa obra claramente influida por ideas orientales previas, Hesíodo dice que el Caos (el abismo) fue la condición primordial del Universo. Del Caos proviene todo lo creado. En él se encontraban amalgamados todos los elementos que configuraban una masa informe. Luego vinieron Gea (la tierra), Tártaro (el mundo subterráneo) y Eros (el amor). Este último fue el elemento activo o fuerza vital que atrae a los seres, siendo el principio universal de la vida. Del Caos se generó una pareja de hermanos tenebrosos: Érebo, el aire oscuro y la noche (de su unión surgió la luz en forma de Éter luminoso), y Hemera, el día. Gea procreó igual a sí misma primeramente a Urano, para que la cubriera toda y fuera el apoyo de los dioses. Creó también a las montañas y al mar, que surgieron de ella y ocuparon parte de su superficie. Es en este mito narrado al principio de la Teogonía donde se encuentra el primer modelo cosmogónico de los griegos. A partir de la masa informe y oscura que era el Caos se generó la Tierra, a la cual imaginaron como un disco plano, bajo el cual se encontraba el Tártaro o mundo subterráneo. Urano, que era el Cielo donde se encontraban las estrellas, la rodeaba por completo. Claramente esta visión tan simple del Universo no tuvo ningún soporte observacional, así que no difiere en lo esencial de otras cosmogonías surgidas durante la antigüedad. Como un mito, sirvió de apoyo a la interpretación que los primitivos griegos hicieron de su mundo, el cual se encontraba poblado de
  • 23. dioses y semidioses que convivían cotidianamente con los hombres. Esta interacción podía ocurrir en cualquier momento y nivel de su existencia, sin que tuviera un carácter extraordinario. Como ejemplo de esa interrelación se tiene el mito sobre el nacimiento de Hércules, donde incidentalmente se explica la existencia de la Vía Láctea. Zeus, el dios griego por excelencia, tuvo por esposa legítima a Hera, pero se unió frecuentemente con otras diosas y con diversas mortales, engendrando así a dioses y semidioses que poblaron el panteón helénico. Hera, extremadamente celosa, siempre trató de castigar las infidelidades de su divino esposo. En una ocasión Zeus engañó a la fiel Alcmena, pues tomó la forma de su marido Anfitrión, y engendró en ella a Hércules, el poderoso héroe. Hera, disgustada por ese desliz, trató de asesinar al recién nacido enviándole dos serpientes, pero Hércules se encargó de estrangularlas con una sola mano. Zeus, enojado por la acción de su esposa, tomó al pequeño Hércules y, mientras Hera dormía plácidamente en el Olimpo, lo acercó a sus pechos para que mamara la leche divina que lo haría inmortal. Hera despertó sobresaltada y al ver lo que ocurría quitó violentamente al infante de su seno, pero no pudo evitar que su pecho arrojara todavía algunos chorros de leche, los que al regarse por la bóveda celeste dieron origen a la Vía Láctea (figura 4). Otras bellas leyendas similares a ésta sirvieron a los primitivos griegos para explicar la existencia de estrellas tales como Cástor y Pólux, grupos estelares como el de las Pléyades o constelaciones como Orión y Hércules. Los planetas entonces conocidos fueron asociados con algunos de sus principales dioses. En esas tempranas etapas de su desarrollo no estudiaron los movimientos de los cuerpos celestes, mucho menos trataron de entender sus causas. Sus conocimientos astronómicos no fueron en realidad diferentes conceptualmente de los de otros pueblos de la antigüedad, pero sí tomaron de ellos un conjunto importante de ideas astronómicas, especialmente de sus vecinos, los caldeos y los egipcios. Esos conocimientos fueron utilizados por los griegos con fines prácticos relacionados fundamentalmente con la determinación de los ciclos agrícolas, y con el cálculo de una correcta orientación para los viajeros marítimos y terrestres.
  • 24. Figura 4. Grabado medieval que ilustra el mito griego sobre el origen de la Vía Láctea. LOS PUEBLOS MESOAMERICANOS El estudio de las civilizaciones americanas ha mostrado que entre el año 1000 a.C. y el pasado siglo XVI surgieron en Mesoamérica diversas culturas, alcanzando algunas de ellas un notable grado de desarrollo. Entre los pueblos más notables de esta parte del mundo deben ser considerados los mayas y los aztecas. Los mayas fueron consumados observadores de los astros, lo que les permitió determinar con precisión diversos ciclos celestes, como el lunar o el del planeta Venus. Además fueron capaces de determinar la ocurrencia de eclipses. En el terreno práctico lograron establecer la duración verdadera del año con una exactitud no alcanzada por ninguna otra cultura previa a la actual. Los mayas, grandes astrónomos de América Hasta ahora sólo se conocen fragmentos de cuatro códices mayas previos a la Conquista. De ellos, el Dresde, que ha sido parcialmente descifrado, ha resultado ser un libro que contiene efemérides15 sobre los movimientos de Venus, así como información acerca de cierto número de eclipses. Otro de esos códices, el Madrid, muestra el importante papel que los astrónomos tuvieron entre los mayas. Desgraciadamente la destrucción de libros de esta cultura ordenada por fray Diego de Landa durante el siglo XVI privó a los estudiosos de gran cantidad de valiosos documentos, que seguramente habrían ayudado a entender la visión que del mundo tuvieron esos pueblos. Existe una teogonía maya,
  • 25. fundamentalmente conocida por medio del Popol Vuh, libro escrito después de la Conquista y en el que se relata el origen del hombre, así como la creación y destrucción cíclica del mundo, idea que también aparece en otras culturas de Mesoamérica. A pesar de los grandes avances astronómicos y matemáticos logrados por los mayas, hasta donde se ha podido establecer, dichos conocimientos no reflejan de forma directa su visión sobre la estructura del cosmos, por lo cual los especialistas han tenido que recurrir al estudio de los patrones culturales de los descendientes actuales de esa civilización, y muy especialmente al grupo de los lacandones, quienes han logrado mantener su identidad más o menos intacta en los últimos 500 años. De esa forma han podido obtener una idea de cómo concebían los mayas el Universo, el cual dividían en tres niveles superpuestos. El superior correspondía al Cielo, que se encontraba dividido en 13 capas. El Sol, la Luna y Venus tenían cada uno su propia capa. El segundo nivel era el de la Tierra, formada por una plancha plana que flotaba sobre agua y que era sostenida por un monstruo acuático. La Tierra a su vez se dividía en cuatro rumbos, en cada uno de los cuales se encontraba una ceiba (el árbol sagrado), un pájaro cósmico y un color. Finalmente el tercer nivel estaba formado por el Inframundo, constituido por nueve capas. La Vía Láctea desempeñaba un papel importante en la unión de los tres niveles, ya que la imaginaban como el cordón umbilical que unía al Cielo y al Inframundo con la Tierra. Esta visión de un universo formado por capas sobrepuestas difiere radicalmente de cualquier otro modelo cosmogónico concebido por las antiguas culturas asiáticas y europeas, y es original de los pueblos desarrollados de América. Debe señalarse que en el modelo de los mayas la Tierra no ocupaba un lugar privilegiado; además, debido a las capas que lo conformaban, no pensaban que la Tierra pudiera ser el centro del Universo, pues hasta donde se ha podido establecer, ese modelo realmente no lo tenía. El Pueblo del Sol Los aztecas fueron la última gran civilización mesoamericana previa a la Conquista, la cual truncó su desarrollo. A pesar de haber sido contemporáneos de los europeos que vinieron al Nuevo Mundo durante el siglo XVI, su cultura desapareció de forma tan rápida y completa que en la actualidad es bien poco lo que con seguridad se sabe sobre la forma de pensar de esos habitantes del altiplano mexicano. Herederos de los mitos y patrones religiosos de las civilizaciones que les antecedieron, los aztecas se convirtieron en el siglo XIV en los grandes conquistadores de Mesoámerica, ampliando considerablemente sus conceptos culturales originales. A
  • 26. principios del siglo XVI las concepciones filosóficas de los aztecas eran realmente complejas, pero al igual que sucedió con sus predecesores, el modelo cósmico que tenían sólo nos ha llegado mediante referencias indirectas y en forma incompleta. Sabemos por ejemplo que Netzahualcóyotl, el gran rey sabio que gobernó Texcoco a mediados del siglo XV, mandó construir un templo al "dios desconocido", "el que no tiene nombre, el que no ha sido visto". A ese respecto el historiador Fernando Alva Ixtlilxóchitl dice que le edificó un templo muy suntuoso, frontero al templo mayor de Huitzilopochtli, el cual además de tener cuatro descansos, el cu y el fundamento de una torre altísima, estaba edificado sobre él con nueve sobrados, que significaban nueve cielos; el décimo, que servía como remate de los otros nueve sobrados, era por la parte de afuera matizado de negro y estrellado. En esta descripción volvemos a encontrar el modelo de capas ya comentado, aunque en forma velada y evidentemente modificado. Relatos similares a éste han permitido saber que los sacerdotes aztecas y los de otros grupos de origen náhuatl concebían al Universo formado por capas, cada una de las cuales contenía un tipo particular de objeto celeste. Arriba de la capa correspondiente a la Tierra se encontraba situada la Luna. Sobre ella y ocupando otra capa se movían las nubes. Las estrellas, el Sol y Venus lo hacían también, cada uno en su propia capa. Referente a la Vía Láctea se sabe que los aztecas la llamaban Mixcóatl Ohtli, lo que significa "nube en forma de culebra", y la consideraban como la madre de todas las estrellas. Los pueblos náhuatl que actualmente habitan la parte norte de la sierra de Puebla tienen la siguiente leyenda sobre la Vía Láctea y el origen de las estrellas: Hace mucho tiempo, tanto que no se sabe cuánto, lo único que había en el cielo por las noches era la Luna y Mixcóatl Ohtli, una serpiente preciosa de cristal. La Luna era muy caprichosa como ahora todavía lo es: unas veces alumbraba, otras no; unas veces lo hacía mal; por eso la serpiente de cristal se dedicó a alumbrar constantemente al mundo, en las noches en el Poniente y en las mañanas por el Oriente. A eso se debe que tenía que recorrer constantemente el camino que se ve en el Cielo, y lo hizo tanto que quedó marcado para siempre. Pero sucedió que la Luna, envidiosa de la belleza de la serpiente y del cariño que todos los hombres le tenían, le arrojó una piedra y la serpiente, que no pudo esquivar el golpe, se rompió en muchísimos pedazos. Estos fragmentos se esparcieron por todo el cielo y son los puntos de luz que se llaman estrellas, que hacen tan bellas las noches cuando no hay nubes. La cabeza de la serpiente cayó por el rumbo donde sale el Sol y es el lucero de la mañana; su corazón cayó en el poniente y es el lucero de la tarde.
  • 27. Para concluir el presente capítulo queremos destacar que aunque cosmovisiones como las de los pueblos chino, hindú o los mesoamericanos no contribuyeron directamente al desarrollo de la ciencia y la cultura del mundo occidental, las hemos mencionado porque además de señalarnos diferencias y coincidencias en la forma de enfocar un problema universal, muestran claramente el interés que siempre ha tenido el hombre por conocer su sitio en la escala cósmica. Podemos finalizar diciendo que aunque algunos de los modelos cosmogónicos aquí comentados presentaban datos o conceptos novedosos, como el caso de las dimensiones que separaban a la Tierra del firmamento o el tamaño de éste, o bien la creación cíclica del cosmos o la idea del espacio vacío, e incluso el origen mismo del Universo a partir de una mezcla primigenia de elementos, todos ellos fueron producto de la necesidad que tenían los pueblos de adecuar sus ideas religiosas al mundo que los rodeaba, sin que tuvieran prácticamente relación con la realidad observable. Por carecer de una base racional pueden ser considerados solamente como bellas creaciones del intelecto, tal y como sucede con otras tempranas manifestaciones de la cultura, pero de ninguna manera se puede pensar que tengan carácter científico. I I I . P R I M E R O S I N T E N T O S D E R A C I O N A L I Z A C I Ó N INTRODUCCIÓN ESTE capítulo tratará sobre algunos logros astronómicos de importancia obtenidos a lo largo de un periodo que se inicia en el siglo VI a.C. y termina en el siglo II d.C. Como se verá, entre los pensadores griegos de esa época surgieron ideas acerca de la estructura y el origen del cosmos, así como de los movimientos planetarios que sin duda sirvieron para enriquecer el proceso intelectual mediante el cual el hombre ha establecido su sitio en el Universo. Aunque también debe señalarse que en esas remotas fechas se originaron conceptos que frenaron el desarrollo de la ciencia en general y de la astronomía en particular.
  • 28. Los orígenes de lo que ahora llamamos ciencia se remontan al siglo VI a.C. En aquella lejana época ocurrió un cambio importante en la forma que el hombre entendía el mundo que le rodeaba. Fue entre los griegos donde algunos pensadores comenzaron a vislumbrar una manera diferente de percibir los fenómenos naturales, al darse cuenta de que la naturaleza se encontraba sujeta a reglas que podían ser conocidas. Además, comprendieron que tales reglas no estaban sujetas al arbitrio de entes sobrenaturales y que su cabal comprensión los podía capacitar para predecir adecuadamente eventos del mundo natural. Esa visión, nueva en la historia de la humanidad, permitió a los griegos comenzar a separar los mitos del mundo real, iniciándose así la búsqueda racional del conocimiento, lo que finalmente los condujo a estructurar diversas disciplinas científicas entre las que destacaron la astronomía y la geometría. TALES DE MILETO Y ANAXIMANDRO Tales de Mileto (ca. 624-547 a.C.) ha sido señalado por los historiadores de la ciencia como el fundador de la llamada escuela jónica. Su actuación marca el inicio claro de la búsqueda de explicaciones racionales sobre los fenómenos naturales. Aunque todavía muy cercano a la cosmovisión primitiva de los griegos, intentó explicar el mundo sin recurrir a los dioses como formadores de éste. Tales consideró que el agua era el constituyente básico de todo. Según él, ese líquido llenaba por completo el espacio más allá de los límites de nuestro mundo. Analizando solamente los cambios que sufre este vital elemento en sus estados líquido, sólido y gaseoso, construyó un modelo con el que trató de explicar en forma racional la existencia de los diferentes objetos naturales, lo que sin lugar a dudas significó un cambio fundamental en el estudio de la naturaleza. Para Tales la Tierra era un disco plano que se encontraba flotando sobre agua. El Universo estaba formado por una gran masa líquida encerrada en una enorme esfera de aire, que según ese filósofo no era otra cosa que vapor de agua. La superficie interna de esa esfera era la bóveda celeste. En su esquema los astros brillaban porque recogían las excreciones terrestres y las inflamaban. Lo mismo sucedía con el Sol, que al inflamar los vapores que ascendían desde la Tierra producía el fuego que lo caracteriza. Tales sostuvo que los cuerpos celestes flotaban sobre las aguas contenidas en el firmamento, por lo que el movimiento de los astros era consecuencia natural del fluir del agua que formaba el Universo. Estas ideas libraron a su modelo cósmico de los seres sobrenaturales que antes habían sido tan
  • 29. necesarios para explicar el movimiento de los objetos de la esfera celeste. Evidentemente este modelo ahora resulta simple y sin fundamento científico, pero en aquella época tuvo la enorme ventaja sobre los mitos de no necesitar la presencia o intervención divina para su correcto funcionamiento. Además, y esto hay que resaltarlo, mediante su aplicación Tales trató de explicar fenómenos naturales como los terremotos, ya que sostuvo que se originaban a causa de ebulliciones de agua caliente en los océanos que rodeaban la Tierra. Fácil es entender el razonamiento que lo llevó a ese tipo de ideas, pues, ¿quién no ha visto el movimiento de la tapadera de una olla cuando el líquido que contiene comienza a hervir? Más aún, todos sabemos por experiencia que el hielo flota sobre el agua. Entonces, ¿por qué buscar dioses o monstruos acuáticos para que sostuvieran la Tierra y las estrellas?, si éstos, siendo cuerpos sólidos, de forma natural tendrían que flotar en el agua que llenaba todo el cosmos. Desde esta perspectiva basada en observaciones simples pero sistematizadas de la naturaleza, Tales de Mileto propuso al agua como el principio y el fin de todo, pues "al condensarse, o al contrario, al evaporarse, constituye todas las cosas". Anaximandro (ca. 611-545 a.C.) fue discípulo de Tales. Escribió una Cosmología y una Física "ampliamente desembarazadas, al menos en el detalle, de ideas religiosas o míticas". Estas obras que no han llegado hasta nosotros, pero que son conocidas parcialmente por diversos comentarios de autores griegos y latinos, muestran que Anaximandro intentó explicar el cosmos partiendo de consideraciones lógicas derivadas de la observación. Como origen mismo del Universo consideró al apeiron: lo infinito e indefinido. Era éste una sustancia diferente del agua y de los demás elementos. A partir de ella se formaron los cielos y el mundo. Enseñó que el Cielo era una esfera completa en cuyo centro se encontraba la Tierra libremente suspendida, sin que nada la sostuviera, y que no caía porque se hallaba a igual distancia de todo. Atribuyó a la Tierra una forma cilíndrica semejante a la de una columna de piedra, e incluso dio sus dimensiones, ya que afirmó que era tres veces más ancha que profunda. También dijo que el disco superior de ese cilindro era el único que estaba habitado. Consideró que los astros eran fuego que se observaba a través de orificios localizados en las superficies internas de ruedas tubulares huecas y opacas, las que en su interior contenían lumbre. Para explicar el movimiento de los diferentes cuerpos celestes desarrolló un modelo según el cual dichas "ruedas" estaban girando en torno al eje de simetría del cilindro terrestre.
  • 30. Cada una de ellas presentaba diferentes grados de inclinación respecto de ese eje. Afirmó que "los astros son arrastrados por los círculos y esferas en las que cada uno se halla situado". Según Anaximandro, el Sol era un orificio que se hallaba en un anillo cuyo diámetro era 27 veces el del disco que formaba a la Tierra, mientras que la Luna estaba sobre otro que se localizaba a sólo 18 de esos diámetros. Consideraba al Sol como el cuerpo celeste más alejado. Después se encontraba la Luna, y por debajo de ella estaban las estrellas, la Vía Láctea y los planetas, todos localizados en la parte interior de una rueda tubular cuyo diámetro era de solamente nueve veces el terrestre. Es importante señalar que esas distancias no se obtuvieron como resultado de un proceso de medición, sino que surgieron de una idealización de carácter matemático, donde Anaximandro consideró que los cuerpos celestes deberían encontrarse localizados precisamente en los sitios señalados por la progresión originada por los múltiplos del número nueve. Esto es: 9,18 y 27. Debe resaltarse que la parte realmente novedosa de la cosmogonía de Anaximandro fue la abstracción que le permitió afirmar que la Tierra no necesitaba soporte alguno, ya que por estar localizada a igual distancia de todo no podría caer en ninguna dirección particular. Aunque su modelo también fue muy simple y no explicaba muchos de los fenómenos celestes, tuvo el mérito de usar la abstracción como una herramienta en el proceso de estudio de la naturaleza. Por su posterior influencia sobre otros modelos cosmogónicos debe valorarse adecuadamente su concepción de un sistema donde el movimiento diurno16 adquirió verosimilitud al considerar los giros de las ruedas huecas. Esta interpretación permitió el posterior desarrollo de la idea de un universo- máquina, esquema que sería manejado y favorecido por muchos pensadores notables desde la antigüedad hasta el Renacimiento. LOS PITAGÓRICOS Pitágoras (ca. 582-ca. 497 a.C.), personaje del que incluso se ha puesto en duda su existencia, es considerado el fundador de la denominada escuela pitagórica, especie de fraternidad secreta en la que sus miembros se dedicaron tanto a actividades político- religiosas, como a la especulación filosófica y al cultivo de las matemáticas. Este grupo se originó en Crotona al finalizar el siglo VI a.C. Su influencia en el desarrollo del pensamiento griego fue considerable, tal y como lo demuestran las obras de filósofos tan importantes como Platón y Aristóteles, quienes con algunas modificaciones aceptaron el modelo cosmogónico surgido entre los miembros de esa importante comunidad científico-mística.
  • 31. El estudio del sonido interesó grandemente a Pitágoras, quien según la tradición descubrió que al pulsar una cuerda tensa los sonidos agradables al oído corresponden exactamente a divisiones de ésta por números enteros. También se dice que fue quien identificó las siete notas musicales y que se dio cuenta que mezcladas en un orden numérico producían armonía. Ese tipo de descubrimientos llevó a los pitagóricos a pensar en el número como una entidad mística que debía ser la esencia de todo. Como las relaciones entre el sonido y los números eran tan coherentes, pensaron que no eran privativas de la música, y que deberían expresar hechos fundamentales de la naturaleza. De ahí que para entenderla se dedicaran a buscar las diferentes combinaciones existentes entre los números. Por ejemplo, pensaban que podían calcular las órbitas de los cuerpos celestes relacionando sus desplazamientos con intervalos musicales, pues según ellos los movimientos planetarios deberían producir la llamada música de las esferas, sonidos sólo audibles para los iniciados en las doctrinas pitagóricas. Esa mezcla entre la investigación científica y el misticismo produjo una visión cósmica muy particular. Según las relaciones numéricas determinadas por los movimientos periódicos de los planetas fijaron las distancias de éstos a la Tierra, basándose en la velocidad con la que los veían moverse. Inicialmente consideraron que su ordenamiento era la Luna, Mercurio, Venus, el Sol, Marte, Júpiter y Saturno, aunque después antepusieron el Sol a Venus y Mercurio. Los pitagóricos consideraron que los planetas debían moverse todos de manera regular en torno a la Tierra, por lo que tenían que seguir la más perfecta de las curvas, que era el círculo. De esta manera se introdujo en astronomía el concepto de órbitas circulares, idea que tuvo vigencia por casi 2 000 años. Fue Parménides (514-450 a.C.), uno de los miembros de esta singular comunidad, quien primero enseñó que la Tierra era esférica y que estaba inmóvil en el centro del mundo. Sin embargo su argumentación en favor de esa esfericidad no fue consecuencia de la observación, medición o exploración, sino de consideraciones geométricas acerca de la simetría. Afirmó que la Tierra, siendo el centro mismo del Universo, necesariamente tendría que ser esférica, pues la esfera, que era la forma perfecta, era la única que podía ocupar ese sitio privilegiado. Siguiendo esa línea de razonamiento también aseguró que el Universo en su conjunto tenía la misma forma, haciendo así a un lado el antiguo concepto de una bóveda celeste hemisférica surgido entre los caldeos. Más exactamente, Parménides creyó en la existencia de un universo finito formado por una serie de capas concéntricas a la Tierra. La más externa era sólida y servía como límite al mundo, además de ser el asiento de las estrellas fijas. Según él, el Sol y la Luna fueron formados de la materia "separada de la Vía Láctea", habiéndose formado el primero de una sustancia sutil y caliente, mientras que la segunda lo hizo de
  • 32. una oscura y fría. Parménides consideró que la Vía Láctea era un anillo luminoso que como una guirnalda circundaba a la Tierra, y que se había formado con los vapores provenientes del fuego celeste. Otro pitagórico que se ocupó ampliamente de los estudios cosmogónicos fue Filolao (450-400 a.C.). A él se atribuyen las primeras enseñanzas sobre el movimiento de la Tierra. Concibió un modelo cósmico en el que al principio el fuego lo llenaba todo, pero, según él, en un instante dado se operó en el cosmos una diferenciación ocasionada por un torbellino. Esto separó al fuego, dejando parte de él en el centro y el resto en la esfera del mundo. Alrededor del fuego central estacionario giraban todos los cuerpos celestes, incluso la Tierra. La luz y el calor generados por esa luminaria central eran reflejados por el Sol, el cual en su modelo resultaba ser una especie de objeto vítreo o lente concentradora. El fuego central era, junto con el fuego exterior emanado de la Vía Láctea, la única fuente de luz y calor del Universo. En su esquema cósmico la Tierra, la Luna, el Sol, Venus, Mercurio, Marte, Júpiter y Saturno se movían en órbitas circulares. Más allá de este último planeta se hallaba la esfera de las estrellas fijas, que a su vez era contenida por el fuego exterior. Después de él se encontraba el infinito. El Sol giraba en torno al fuego central en un año, la Luna lo hacía en un mes, mientras que la Tierra tomaba sólo 24 horas para hacerlo. Debe señalarse que este movimiento terrestre invocado por Filolao era de traslación alrededor del fuego central, y no el verdadero movimiento de rotación que nuestro planeta tiene sobre su eje, el cual sí tiene una duración de 24 horas. De acuerdo con las ideas místicas que los pitagóricos desarrollaron, el número diez tenía un significado muy especial, pues además de resultar de la suma de los primeros cuatro números naturales (10 = 1 + 2 + 3 + 4), podía representarse por un triángulo equilátero hecho con diez puntos, en el que cada uno de sus lados estaba formado por cuatro puntos, razón por la que también se llamó a ese número tetractys. Los pitagóricos estaban convencidos de que el 10 representaba la totalidad de los cuerpos celestes que se movían en el Universo, Filolao no podía aceptar que su esquema del cosmos estuviera completo, ya que en él únicamente había nueve cuerpos en movimiento: la Tierra, la Luna, el Sol, Venus, Mercurio, Marte, Júpiter, Saturno y la esfera de las estrellas fijas. Para resolver esa inconsistencia agregó un cuerpo más al que denominó Antictón o anti-Tierra, completando de esa manera un total de diez cuerpos celestes girando en torno al fuego central. Su argumentación para postular la existencia de un planeta más
  • 33. puede parecernos con muy poco fundamento científico, pero debe recordarse que los pitagóricos estaban convencidos de que los números reflejaban a la naturaleza misma. En el esquema de Filolao, la anti-Tierra se encontraba girando entre nuestro planeta y el fuego central. Para poder explicar por qué desde la Tierra no podían verse Antictón ni ese fuego, Filolao argumentó que se encontraban en la misma dirección de las antípodas17 o hemisferio no conocido de nuestro planeta, que al taparlos impedía observarlos. Las ideas cosmogónicas de Filolao tuvieron muy poca aceptación y no influyeron en el posterior desarrollo de la astronomía griega. Aunque fue un verdadero innovador, ya que desplazó a la Tierra del centro del Universo, además de darle movimiento y considerarla como un planeta más, fue abiertamente en contra de lo establecido por el sentido común de aquella época, lo que explica el pronto abandono de su heterodoxa cosmovisión. Contemporáneo de Filolao fue Anaxágoras (499-429 a.C.), quien perteneció a la corriente de pensamiento jónico y no al pitagórico. Una de sus mayores aportaciones al terreno astronómico fue descubrir que la Luna no brillaba con luz propia, sino que reflejaba la que le llegaba del Sol, lo que le permitió dar una explicación correcta sobre el mecanismo que ocasiona los eclipses, tanto solares como lunares, así como la sucesión de las fases lunares. Enseñaba que el mundo se originó con la formación de un torbellino dentro de una mezcla de material uniforme y sin movimiento, donde todas las cosas estaban juntas. El movimiento rotatorio de ese torbellino comenzó en algún punto de la materia amorfa, extendiéndose gradualmente. Girando en círculos cada vez mayores ocasionó una separación del material primigenio en dos grandes masas. Una de ellas tenía consistencia tenue, ligera, caliente y seca, mientras que la otra resultó ser densa, pesada, oscura, fría y húmeda. A la primera la llamó el éter y a la segunda el aire. Por sus características el éter ocupó los espacios exteriores del mundo, mientras que el aire se concentró en la parte interna. Separaciones sucesivas de este último elemento sirvieron para formar las nubes, el agua, la tierra y las rocas. Como resultado del movimiento circular del torbellino, los elementos más pesados se reunieron en el centro y formaron la Tierra, la que por el mecanismo mismo que le dio origen ocupó el centro del Universo. Al continuar ese proceso, y como resultado de la violencia del movimiento giratorio ocasionado por el torbellino, algunas
  • 34. piedras fueron lanzadas hacia la periferia, las cuales formaron a las estrellas. Para Anaxágoras la Tierra era plana y se mantenía suspendida en su lugar privilegiado debido a que el aire le proporcionaba el soporte suficiente. El Sol era una piedra de fuego del mismo tipo que las estrellas, sólo que éstas se encontraban a distancias mayores, razón por la cual no calentaban igual que nuestro astro. La Luna tenía naturaleza terrosa y sólo brillaba por la luz solar que reflejaba. Este pensador consideró que la Vía Láctea se formaba por la proyección de la sombra terrestre sobre el cielo estrellado, lo cual sucedía cuando el Sol pasaba por debajo de nuestro planeta durante la noche. Según él, las estrellas que se encontraban en la región de la Vía Láctea no eran oscurecidas pues, como tenían luz propia, podían brillar. También aseguraba que el movimiento del Sol, la Luna y las estrellas en torno de la Tierra se debía al movimiento del éter. En su cosmovisión Anaxágoras enseñó que existían otros mundos habitados, en todo similares al nuestro. Estas ideas directamente opuestas al dogma religioso entonces vigente le acarrearon serios problemas y fue acusado públicamente de impiedad. Gracias a la influencia de Pericles evitó la muerte, pero fue desterrado de Atenas. Como se verá, esta situación de intolerancia se repetirá con frecuencia durante el prolongado y complicado proceso sufrido por la humanidad en su toma de conciencia sobre nuestro lugar en el Universo, y ha ocasionando incluso el asesinato de diversos pensadores heterodoxos. PLATÓN Y ARISTÓTELES Aunque Platón (427-347 a.C.) fue ante todo un filósofo y un político, también se ocupó de temas científicos. Sus enseñanzas tuvieron enorme influencia sobre el desarrollo de la ciencia hasta fechas muy cercanas. Su filosofía sostiene que la verdad radica en las ideas: entes inmutables y universales. Aseguró que cualquier cosa que se observa a través de los sentidos no es mas que apariencia, ya que existe una realidad básica que sólo puede contemplarse con la mente. Lo que se observa de otra forma no tiene permanencia, siempre es una imitación burda e inadecuada de la esencia real o idea. Según Platón el papel de la ciencia es investigar y entender las ideas. Esta concepción de la superioridad intelectual sobre la percepción sensorial ha desempeñado un papel muy importante aunque negativo sobre el desarrollo de la ciencia, pues según esa interpretación la experimentación y la observación no sólo son irrelevantes, sino positivamente engañosas en el examen del conocimiento. Bajo esos supuestos las diferentes teorías sobre el
  • 35. Universo surgidas entre los griegos tendrían que ser valoradas no por su poder de explicar o predecir el comportamiento de la naturaleza, sino por ser apropiadas o no para expresar la perfección divina. El trabajo científico de Platón se encuentra disperso en sus diversas obras, aunque parte importante se halla en el diálogo Timeo, libro que escribió en forma de diálogo y en donde explica su manera de entender la naturaleza. Platón dominó el conocimiento matemático de su época y consideró que la geometría era un saber indispensable en la formación de todos los hombres cultos. Si bien no parece haber contribuciones matemáticas originales debidas a este filósofo, su influencia en esa rama del conocimiento fue muy grande. Siempre consideró a esta ciencia como un modelo, pues la certeza y exactitud de sus métodos constituían un excelente entrenamiento para lograr el pensamiento lógico. También compartió en gran medida el interés de los pitagóricos por las matemáticas puras, así como la idea de perfección asociada a ellas. Congruente con su filosofía enseñó que el demiurgo18 había creado el Universo como el más bello, bueno y perfecto de los mundos posibles, haciéndolo a partir de cuatro elementos básicos: el fuego, el aire, el agua y la tierra. Ese ser construyó el cosmos de acuerdo con principios geométricos. Así, el Universo era esférico porque la más perfecta de todas las formas es la esfera. Siguiendo esa línea de razonamiento afirmó que el origen divino de los planetas se mostraba por la inmutable regularidad de sus movimientos circulares. Y como también el movimiento tenía el mismo principio, necesariamente tendría que ser uniforme. Esta idea sobre la circularidad y uniformidad de los movimientos planetarios tuvo su origen entre los pitagóricos, pero Platón, al hacerla suya, la validó en tal forma que habría de convertirse en dogma por cerca de 2 000 años. El cosmos platónico tenía como centro a la Tierra. Ésta era esférica y se hallaba completamente inmóvil. Alrededor de ella giraban la Luna, el Sol, Venus, Mercurio, Marte, Júpiter y Saturno, así como la esfera de las estrellas fijas, todos desplazándose con velocidades circulares uniformes. Según Platón los astros fueron creados a partir del fuego. Además de su carácter divino, el demiurgo los dotó de alma. En lo que se refiere a la Vía Láctea tuvo una visión más simple pues afirmó que era la costura o pegadura que mantenía unidas las dos mitades de la bóveda esférica.
  • 36. Las ideas cosmogónicas de Platón realmente no aportaron nada nuevo, pero sí fueron un freno para el desarrollo de la astronomía, pues al postular la perfección celeste introdujo formalmente la imposibilidad de que hubiera cualquier tipo de cambio en los cielos, lo que incuestionablemente retrasó por mucho tiempo la evolución de la ciencia. Sin lugar a dudas Aristóteles (384-322 a.C.) ha sido el filósofo griego más influyente en la historia de la cultura occidental. Fue discípulo de Platón y en sus primeros trabajos siguió sus ideas; sin embargo, posteriormente desarrolló sus propios conceptos sobre el mundo. Su obra, que fue enciclopédica, abarcó lo mismo la física, la lógica, la biología o las ciencias sociales. Todo el conocimiento que no pudo catalogar dentro de estas disciplinas lo sistematizó en la metafísica. Para él, la ciencia tenía como propósito primordial encontrar la naturaleza de las cosas. Según la física aristotélica el mundo se formaba por dos tipos de objetos. En la región celeste se hallaban los cuerpos que siempre permanecían iguales a sí mismos, o si mostraban cambios, como los que sucedían con los movimientos planetarios o con las fases de la Luna, sus transformaciones eran cíclicas, repitiéndose indefinidamente. Además de ser eternos, los objetos celestes eran perfectos. El otro grupo lo formaba la Tierra y todo lo que se hallaba en sus proximidades. En esta región del mundo llamada sublunar19 tenían asiento los objetos y fenómenos sujetos a todo tipo de cambios y transformaciones. Aristóteles afirmó que el viento, la lluvia, las descargas eléctricas producidas durante las tempestades, los terremotos, los cometas e incluso la Vía Láctea tenían su origen en la región sublunar, ya que eran eventos de carácter mutable y corruptible. Siguiendo a Platón y a sus predecesores pitagóricos, Aristóteles aceptó que el mundo estaba formado por cuatro elementos básicos: tierra, agua, aire y fuego. Cada uno tenía su lugar natural en la región sublunar, y estaban acomodados en capas esféricas concéntricas donde la terrestre era la más interna, mientras que la exterior era la de fuego. Cuando alguno de esos elementos era removido de su lugar natural buscaba de forma espontánea regresar a él. Aristóteles llamó a este proceso movimiento natural, y para que ocurriera no era necesaria la acción de ningún agente externo o la aplicación de ninguna fuerza. De acuerdo con esa teoría los objetos masivos (los formados por tierra o agua) tenían un movimiento hacia abajo, pues su lugar natural estaba en el centro del cosmos, mientras que los ligeros (los formados por aire o fuego) tendían a subir porque sus
  • 37. lugares naturales se hallaban en las correspondientes esferas que estaban arriba. Aristóteles introdujo una diferencia básica respecto de las ideas platónicas, ya que consideró que los cuerpos celestes no estaban hechos de fuego, sino de un elemento más sutil, "la quinta esencia", a la que también llamó éter. Esta sustancia era incorruptible, eterna y sin mancha, además de que llenaba totalmente el cosmos, pues este filósofo afirmaba que en él "no podían haber espacios vacíos". La Tierra era el centro del Universo y tenía forma esférica. Esta esfericidad la sustentaba Aristóteles no sólo en razones de tipo geométrico o de perfección, sino en argumentos prácticos. Por ejemplo, la manera en que una persona parada en tierra mira aparecer un barco que se acerca a puerto; primero verá los mástiles y las velas y después el casco. Otro argumento era que cuando un observador viajaba en dirección Norte-Sur, veía que la elevación de la estrella polar cambiaba conforme se desplazaba a lo largo de un meridiano terrestre, lo que eventualmente le permitía observar estrellas y constelaciones que no eran visibles desde su ubicación original. Estos hechos sólo podían explicarse si el observador se hallaba sobre una superficie esférica. Un razonamiento que también le llevó a establecer la esfericidad terrestre tenía que ver con la física que él había desarrollado. Decía que como los cuerpos pesados caían en línea recta hacia el centro de la Tierra por ser ése su lugar natural, las trayectorias radiales que seguían indicaban la existencia de una esfera formada por la acumulación de innumerables objetos materiales que se aglutinaban en torno al centro del cosmos. Convencido de la forma esférica de la Tierra, Aristóteles reportó un valor de 400 000 estadios (alrededor de 72 400 km) para la longitud de la circunferencia de nuestro planeta. A pesar de lo grande que a escala humana pueda parecer este valor, aseguró que el volumen que tenía la Tierra era infinitamente pequeño comparado con el que ocupa todo el cosmos. Para Aristóteles el Universo, además de ser esférico, era finito. Esto último lo dedujo argumentando que para que algo tuviera centro debería ser finito, pues lo infinito no puede tenerlo. Consideró que si el Universo fuera infinito, el éter también tendría que serlo, pues como ya se ha dicho este elemento llenaba todo el cosmos. Si ese fuera el caso no habría espacio en el Universo para los otros cuatro elementos que lo formaban, lo que resultaba una contradicción evidente. De esta prueba por reducción al absurdo fue que Aristóteles concluyó que el Universo es finito. Razonamientos similares lo llevaron a establecer que las estrellas eran esféricas, pero también le sirvieron para no considerar a la
  • 38. Vía Láctea como un cuerpo celeste. La razón que dio para esto fue la imperfección de ese objeto. En efecto, los contornos irregulares que a lo largo de toda su extensión presenta la Vía Láctea fueron tomados por Aristóteles como confirmación de su imperfección, por ello la colocó en la región sublunar. Al ser parte del grupo de los objetos imperfectos no podía estar formada de éter, así que la consideró formada por exhalaciones secas que subían a la parte superior de la región sublunar desde la Tierra, y explicaba su existencia diciendo que se debía a la refracción que sufría la luz de las estrellas cuando penetraba a las esferas de aire y de fuego que rodeaban a nuestro planeta. Sobre el origen y constitución de los cometas dio la misma explicación. El modelo cósmico de Aristóteles quedó estructurado de la siguiente forma. En el centro de todo estaba la Tierra, esférica e inmóvil. Alrededor de ella se encontraban las capas esféricas de agua, aire y fuego. Después venía la Luna, cuya órbita esférica centrada en la Tierra dividía el cosmos en dos regiones totalmente diferentes: la terrestre, que era corruptible y cambiante, y la celeste, caracterizada por ser perfecta e inmutable. Más allá se hallaban las esferas del Sol y de los cinco planetas conocidos en la antigüedad, así como la que contenía a las estrellas fijas. Como en el modelo de Aristóteles el movimiento no podía producirse por sí mismo, necesitó introducir un agente que lo causara, por lo cual afirmó que existía un Primum Mobile20 externo a la esfera de las estrellas fijas y que servía para comunicar movimiento a todo el cosmos. A diferencia de otros pensadores que habían considerado el movimiento de los cuerpos celestes a través de esferas concéntricas solamente como una representación geométrica, Aristóteles afirmó que éstas eran de naturaleza material y totalmente transparentes. Al darle realidad física a la existencia de estas esferas cristalinas y sólidas, Aristóteles introdujo en la ciencia otro dogma que habría de perdurar por casi 2 000 años. MODELOS GEOMÉTRICOS Los modelos cosmogónicos aquí mencionados, tanto los provenientes de la escuela jónica como los surgidos de la pitagórica o de sus seguidores atenienses tuvieron el común denominador de ser resultado de la especulación filosófica y no de la investigación científica. Esta situación comenzó a cambiar cuando se intentó describir detalladamente los movimientos planetarios, empresa que primeramente realizó Eudoxio de Cnido (ca. 400-347 a.C.), otro miembro de la fraternidad pitagórica. Este matemático se dedicó a resolver el problema geométrico de describir los movimientos de los planetas utilizando solamente combinaciones de
  • 39. movimientos circulares y uniformes. En cuanto a su poder predictivo la teoría planetaria de Eudoxio fue muy superior a las tablas utilizadas por los caldeos, por lo cual el camino trazado por ese autor para el estudio de los movimientos celestes habría de ser seguido desde entonces por los principales astrónomos griegos. Desde la época de los caldeos se había observado cuidadosamente que los planetas mostraban cambios en su brillo, lo que fue interpretado corno consecuencia de un acercamiento o de un alejamiento del planeta a la Tierra. También habían determinado que esos cuerpos se movían en la bóveda celeste sólo en una angosta franja bien delimitada del cielo, donde se situaba el círculo de la eclíptica. En esa región los movimientos planetarios se realizan hacia el este, pero en forma irregular, ya que además de tener una velocidad variable, los planetas se detienen e incluso retroceden zigzagueando. Tomando esos hechos, Eudoxio desarrolló un modelo geométrico en el que combinando solamente movimientos circulares y uniformes representó las trayectorias seguidas por los planetas. A pesar de las teorías cosmogónicas desarrolladas por algunos pitagóricos anteriores a él, Eudoxio volvió a proponer que los movimientos planetarios se centraban alrededor de la Tierra, la que en su esquema también volvía a ser inmóvil. Su modelo es conocido como homocéntrico, pues para explicar los movimientos planetarios utilizaba esferas con un centro común. Suponía que para cada planeta existían varias esferas huecas ensambladas unas dentro de otras, todas girando en torno a la Tierra con velocidades uniformes pero diferentes, y alrededor de ejes de rotación con distintas orientaciones. La más exterior de todas era la que transportaba a las estrellas fijas. Su giro en torno a la Tierra era el que ocasionaba el movimiento diurno. La teoría homocéntrica establecía que cada planeta se encontraba sujeto al ecuador de una esfera A que giraba uniformemente en torno a un eje a (figura 5). Esta a su vez era arrastrada por otra esfera B mayor, pero concéntrica a la primera, aunque el eje de giro b de la segunda era diferente. Ambas giraban con velocidad distinta. El eje de giro de B también difería del que tenía C, que las contenía y que igualmente giraba con velocidad y dirección c diferente de las de A y B. Finalmente había una cuarta esfera D que envolvía a las tres anteriores y cuyo eje de giro d también estaba orientado en una dirección distinta. El Sol, la Luna y los cinco planetas giraban de esa forma, lo que daba como resultado un esquema geométrico muy complicado, pero en el que solamente era necesario ajustar adecuadamente las distintas velocidades de giro y las orientaciones de los diversos ejes para representar todos los movimientos planetarios. Para que su modelo se ajustara a lo observado Eudoxio introdujo 27 esferas homocéntricas
  • 40. diferentes: tres para el Sol, tres para la Luna y cuatro para cada uno de los cinco planetas, además de la de las estrellas fijas. Eudoxio nunca trató de explicar por qué se movían esas esferas ni cómo estaban hechas. Tampoco intentó dar sus dimensiones. Todo parece indicar que para él simplemente se trataba de una representación del movimiento planetario. Los resultados obtenidos con ese esquema fueron aceptables para Mercurio, Júpiter y Saturno, regulares para Venus, y francamente malos para Marte. A pesar de ello el modelo tuvo el mérito de pasar del terreno de la especulación filosófica al de la representación geométrica, logrando desde entonces que las matemáticas se convirtieran en la herramienta idónea para describir el Universo. Con ampliaciones y algunas modificaciones este modelo fue adoptado por otros personajes, entre los que destacó Aristóteles, lo que convirtió a la teoría homocéntrica en la visión filosófica sobre la forma general del Universo por casi dos milenios. Figura 5. Esquema que representa el movimiento de los planetas en el modelo de las esferas homocéntricas de Eudoxio. Otro modelo geométrico que trató de explicar hechos observacionales sobre el movimiento planetario fue el desarrollado por Heráclides del Ponto (ca. 390-339 a.C.). Ya desde el siglo IV a.C. se había determinado que Mercurio y Venus se movían siempre en la cercanía del Sol, lo que no sucedía con los otros planetas. Heráclides explicó ese hecho desarrollando un modelo híbrido en el que, como ya era
  • 41. costumbre en aquella época, consideró movimientos planetarios en torno a la Tierra pero agregó la novedad de considerar también otros movimientos alrededor del Sol. En esencia su modelo era de tipo geocéntrico pues establecía que el giro de la Luna, Marte, Júpiter y Saturno se realizaba en torno a la Tierra, pero el Sol, que también orbitaba alrededor de ésta, arrastraba consigo a Mercurio y a Venus (figura 6). Otra novedad introducida por este pensador fue su afirmación de que la Tierra no estaba inmóvil, sino que rotaba en torno a su propio eje una vez cada 24 horas, dando así una explicación correcta del movimiento diurno. A pesar de este último acierto, ese nuevo modelo del Universo realmente no tuvo aceptación en la antigüedad, siendo rápidamente olvidado. Apolonio de Perga (ca. 247-205 a.C) fue otro matemático griego que contribuyó al desarrollo de modelos geométricos que sirvieron para explicar el movimiento planetario. Sus estudios sobre este problema lo llevaron a establecer una importante relación entre la velocidad con la que se movía un planeta que se desplazaba en un pequeño círculo, al que se llamó epiciclo, y la velocidad de desplazamiento del centro de ese círculo sobre otro mayor, al que se denominó deferente. De esa manera Apolonio redujo el problema de las estaciones y retrogradaciones planetarias a un nivel geométrico en el que para determinar la posición de un cuerpo celeste había que establecer la combinación adecuada de dos movimientos circulares y dos velocidades uniformes. La importancia de la teoría de los epiciclos y las deferentes fue enorme, ya que además de permitir una aplicación práctica en la determinación de los movimientos planetarios, se apegaba a las ideas filosóficas de circularidad y uniformidad tan gratas a los pensadores griegos. Gracias a ella se construyó la teoría planetaria más importante y útil de la antigüedad.
  • 42. Figura 6. Representación del modelo planetario de Heráclides. ARISTARCO, ERATÓSTENES E HIPARCO A estos tres científicos griegos se debió el inicio de una etapa diferente en el quehacer astronómico. Aplicando la geometría tan elegantemente formalizada por sus antecesores, fueron más allá de la mera especulación filosófica, o de la pura representación de un cosmos geometrizado, y fueron los primeros en realizar determinaciones tendientes a establecer las dimensiones cósmicas derivadas directamente del estudio de los movimientos planetarios. Esa actitud que ligó el aspecto especulativo con el observacional significó un avance importante en la metodología astronómica, por lo cual muchos estudiosos de la historia de la ciencia consideran a Aristarco de Samos (310-230 a.C.), quien inició los trabajos de ese tipo, como el primer astrónomo en el sentido que actualmente damos a esta profesión científica. De Aristarco nos ha llegado completo un notable libro astronómico llamado Sobre los tamaños y las distancias del Sol y la Luna. En ese texto demostró mediante razonamientos geométricos exactos la validez de un conjunto de hipótesis derivadas directamente de la observación de los movimientos de esos dos cuerpos celestes, lo que le permitió establecer sus tamaños y distancias respecto de la Tierra.