Se despertó sobresaltado en medio de la noche. Un sudor frío le recorría la espalda y sus pensamientos se acumulaban, como si ocuparan un espacio físico dentro de su cráneo. No podía dormir. No podía pensar.
“No podemos publicar esto” le había dicho su jefe en la redacción. “Definitivamente vas a descartar esta nota”. Rodrigo Santos no entendía como un medio podía dejar pasar una oportunidad así. En los últimos años ninguna investigación había recolectado tanta información y por menos de lo que tenía en sus manos habían existido tapas que voltearon funcionarios.
1. El precio de la palabra
Nicolás Adet Larcher
Cuento corto del colaborador habitual de AGENCIA PACO URONDO, Nicolás Adet
Larcher.
“En tiempos de engaño universal, decir la verdad se convierte en un acto revolucionario”.
George Orwell
Se despertó sobresaltado en medio de la noche. Un sudor frío le recorría la espalda y sus
pensamientos se acumulaban, como si ocuparan un espacio físico dentro de su cráneo. No
podía dormir. No podía pensar.
“No podemos publicar esto” le había dicho su jefe en la redacción. “Definitivamente vas a
descartar esta nota”. Rodrigo Santos no entendía como un medio podía dejar pasar una
oportunidad así. En los últimos años ninguna investigación había recolectado tanta
información y por menos de lo que tenía en sus manos habían existido tapas que voltearon
funcionarios. Él tenía el material necesario para despedazar un gobierno entero, tenía
documentos, testigos y grabaciones cruciales, no podía fallar, no podían ser demandados
2. por publicar la verdad. Rodrigo pensaba en eso mientras desayunaba con las pocas horas de
sueño que cargaba encima. Apenas había podido batir su café mientras percibía que se le
quemaban las tostadas. Tenía que salir en forma urgente hasta la redacción para intentar
convencer a los directivos de que su nota valía la pena, de que el dinero invertido no tenía
que ser en vano. Cerró su departamento. La ansiedad le impedía esperar el ascensor y
prefirió bajar por la escalera. Salió a la calle e inmediatamente se dirigió hacia el sur en
dirección a donde funcionaba la redacción del medio donde trabajaba.
Era el diario más antiguo de su ciudad desde 1918 y se había convertido en una costumbre
de los habitantes, nadie podía despertarse sin darle una hojeada antes de salir a trabajar.
Marcaba agenda, era el mejor atril para los políticos – allí podían exhibirse antes los
votantes – y la mejor vidriera para los artistas. Rodrigo había empezado a trabajar hace
algunos años y se había ganado un notable respeto entre sus colegas de todo el país por
grandes notas e investigaciones que sentaron precedente. Sus notas habían ascendido desde
una sección minúscula en la parte de sociedad, a convertirse en escritos semanales a doble
página, los cuales eran esperadas por los lectores con gran entusiasmo.
Cruzó desprevenido la avenida, transitó unas cuadras más por sobre la peatonal e
inmediatamente ingresó apurado a su oficina. Las instalaciones eran inmensas, era fácil
perderse a veces. Se sentó en su desordenado escritorio y encontró una nota.
“Necesito que vengas urgente a mi despacho. Ricardo”
Su jefe de redacción lo necesitaba. Inmediatamente recordó la investigación pendiente a
publicar y se levantó exaltado de su silla. El despacho estaba a unos escasos metros de su
oficina. Acomodó su corbata y se dispuso a entrar. “Seguro se dieron cuenta del error y van
a publicarla”, pensó.
Al ingresar, observó a Ricardo sentado en su silla frente a su escritorio. Girando un poco
hacia la derecha, en un amplio sillón – con sorpresa – se percató de otro detalle. Sentado
cómodamente y con una taza de café en la mano se encontraba Hermes Kline, presidente
del Grupo Kline y poseedor de una de las mayores fortunas a nivel nacional. A lo largo de
generaciones, la familia Kline había construido un imperio en base a unas pocas ideas que
se materializaban con el correr de los años. Eran dueños de grandes empresas que habían
llegado a su poder durante los años de las privatizaciones en los noventa y más atrás,
durante los años de la dictadura militar. Habían sabido manejarse como grandes estrategas
en el rubro de la energía eléctrica y la producción de materia prima necesaria para el rubro
de la construcción.
Rodrigo se sorprendió al observar la escena. Quería salir de ahí inmediatamente pero ya era
tarde. “¡Ah! Llegaste, justo estábamos hablando de vos”, dijo Ricardo. Hermes Kline se
paró y mientras le daba un fuerte apretón de manos a Rodrigo, se acercó a su oído para
susurrarle “es usted un muy buen periodista, pero hay cosas más allá de su entendimiento”.
Rodrigo se alejó sobresaltado y observó a Ricardo.
3. - ¿Qué es esto? ¿Por qué me llamaron? dijo enfurecido.
- Señor Santos, le solicito que se calme y que escuche, sentenció Kline.
Ricardo tomó la palabra, colocándose en una situación cargada con un tono solemne.
- Rodrigo, él es el señor…
- Hermes Kline, lo conozco. Interrumpió.
- Bien, como sabrás, este diario se mantiene con dinero. El señor Kline es nuestro
mayor accionista y uno de los grandes representantes de los intereses de este medio. La
línea de este diario, si bien es bastante abierta, mantiene ciertos límites. Uno de ellos…
- Uno de ellos es su investigación, señor Santos, dijo Kline mientras arqueaba sus cejas.
Rodrigo no podía creer lo que presenciaba. Si bien sabía que había ciertos intereses que el
diario defendía, nunca habría pensado que el mayor accionista era una persona vinculada a
la red de narcotráfico que había investigado. Kline tenía grandes relaciones con políticos y
personas pertenecientes al poder económico, “el poder verdadero”, supo decir en una de sus
conferencias. Sabía como anular a gendarmería, a legisladores y hasta al propio
gobernador, pero no era suficiente. El verdadero poder también estaba en los medios, una
página leída por 100 mil lectores no era una buena señal para Kline si esta lo atacaba. Si se
podía escribir la historia a gusto, entonces el futuro era suyo.
Rodrigo sintió nauseas. Miró a Kline y a su jefe sin reacción alguna. Tomo aire y mientras
avanzaba dijo: “no voy a ser parte de esto, no voy a ocultar la realidad cuando las pruebas
están sobre la mesa”. Los dos hombres se rieron, miraron por la ventana del despacho y en
un tono sereno Kline sentenció: “Señor Santos, usted vive en un mundo donde las pruebas
están sobre la mesa. El problema es que la mesa tiene dueño”.