Este documento discute los desafíos de enseñar el currículo escolar de manera efectiva. Señala que los profesores no enseñan toda la información prescrita debido a factores como falta de tiempo, estándares de oportunidad insuficientes en las escuelas, y currículos con lenguaje confuso. También argumenta que enseñar habilidades complejas requiere más tiempo del asignado actualmente, y que los profesores no han sido capacitados para enseñar en contextos con alta diversidad. El documento concluye
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s viable el currículo escolar? ¿Puede
enseñarse cabalmente? ¿Es posible que
un profesor, en las diversas condiciones
sociales, económicas, geográficas y culturales en las
que normalmente trabaja, con los distintos están-
dares de oportunidad que cada escuela exhibe en
relación con los aprendizajes, pueda enseñar efi-
cazmente año tras año todo lo que prescribe en
cada una de sus áreas para cada grado? En la histo-
ria de las reformas curriculares en América Latina
esa pregunta no aparece comúnmente planteada,
quizás porque nunca fue formulada como una hipó-
tesis a verificar sino como una certeza a priori. Sin
embargo, diversos estudios han revelado no sólo
que hay distancia entre lo que en verdad se enseña
y lo que después se evalúa, sino que, además, se
enseña poco. Es decir, hay buena parte de los cu-
rrículos escolares que, simplemente, no se enseña.
Como lo indica el sentido común, a menor cobertu-
ra curricular menores serán las oportunidades de
aprender y, por lo tanto, más escasos los aprendiza-
1
Ponencia en la Universidad Surcolombiana, Mayo 2008. Salvo
este artículo, todos los que siguen fueron publicados el 2014.
jes. Pero ¿Por qué los profesores no enseñan real-
mente todo lo que el currículo exige? Unos dirán
que es por su mala formación disciplinar, otros por
su limitado repertorio metodológico, algunos indi-
carán que es por los alumnos con desventajas socia-
les, incapaces de aprender todo eso, varios señala-
rán la enorme pérdida de horas de clase, no faltará
quien diga que se debe a su exceso de contenidos,
otros mencionarán el lenguaje difícil en que formula
sus demandas o las discontinuas y confusas políti-
cas de implementación, hasta llegar a quienes
creen que el énfasis en la evaluación periódica de
logros en el ámbito del lenguaje escrito y las mate-
máticas ha invitado a los docentes a quitar impor-
tancia a todo lo demás.
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ay quienes reclaman el regreso al Diseño
Curricular Nacional, creyendo que la nueva
política curricular de la educación básica y
los diversos instrumentos que está diseñando con-
funden al docente. Muy fácilmente olvidamos el
laberinto en el que nos introdujo, ciertamente sin
intención ni consciencia plena, y del que hoy esta-
mos tratando de salir.
Empecemos por el final. El DCN establece el resul-
tado conclusivo de toda la escolaridad, es decir,
qué clase de jóvenes son los que egresarían como
producto de tantos aprendizajes. Dice que al 2021 el
sistema escolar cumpliría 11 propósitos en la forma-
ción de los estudiantes, relacionados con su identi-
dad, el dominio del castellano y su lengua materna,
el pensamiento matemático y el desarrollo del
cuerpo, entre otros.
Sin embargo, más adelante dice que los egresados
deben exhibir ya no once sino 16 características.
Éstas, en buena medida, no coinciden con los 11
propósitos anteriores y más bien aportan noveda-
des, como flexibilidad, emprendimiento, sensibili-
dad, proactividad, etc.
El desconcierto no acaba allí. En una sección deno-
minada «logros educativos por niveles», el DCN
propone ya no once ni dieciséis sino 8 aprendizajes
que debieran lograrse desde la Inicial hasta el fin de
la Secundaria. Éstos recogen algunos de los anterio-
res pero con formulaciones diferentes, y dejan fuera
varios otros sin mediar explicación alguna. Por si
fuera poco, en la sección de valores, el DCN agregará
6 aprendizajes terminales más: justicia, libertad,
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a vieja costumbre de reducir las políti-
cas públicas a la entrega de normas,
presupuesto, bienes y servicios, sin
poner atención a lo que ocurría cuando llega-
ba al usuario, empezó a romperse paulatina-
mente hace apenas poco más de un quinque-
nio. Desde entonces, la decisión de reenfocar
el presupuesto público y las acciones de los
distintos sectores estatales a resultados veri-
ficables, ha tenido que librar una durísima
batalla contra la descomunal fuerza de los
hábitos. La reforma curricular de los años 90 y
su coronación en el Diseño Curricular Nacio-
nal el año 2005, respondieron, sin lugar a
dudas, al primer enfoque.
Desde siempre, ha sido de sentido común
pensar que lo que toca al Ministerio de Educa-
ción, además de normar, es entregar insumos
(como el currículo y los materiales educativos),
servicios (como la capacitación de maestros) y
presupuesto, para que las regiones, las escue-
las y los docentes hagan bien su trabajo. Natu-
ralmente, si las normas no se podían cumplir, si
los insumos no servían, los servicios no encaja-
ban con las necesidades, el presupuesto se usaba
mal, entonces se invitaba a poner atención sobre los
receptores de estos medios y recursos. Dicho de otro
modo, cada vez que se evidenciaba que los problemas
no se estaban solucionando, la autoridad nacional
redirigía el reclamo a los maestros, a sus directores y,
en todo caso, a la autoridad regional.
El enfoque de la gestión de las organizaciones en
sus resultados, surge en la década del 50 del siglo
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XX formulada por Peter Drucker, considerado el
teórico más importante de la administración mo-
derna. Pero hemos tardado décadas en darnos
cuenta que enfocarse sólo en los medios y los pro-
cesos de la política pública –sin hacernos cargo
activamente del para qué- equivalía a lanzar una
botella al mar, colocando en su interior un mensaje
con las decisiones adoptadas. Esa es la razón por la
cual, por ejemplo, los cambios en el currículo esco-
lar se limitaban a ser normados, publicados e inclui-
dos –parcialmente- en los servicios de capacitación
dirigidos a maestros.
Así operó la reforma de los 90 y así operó la decisión
de consolidarla en el Diseño Curricular Nacional a
fines del 2005. Si no se pensó en un mecanismo que
monitoree su utilización en las escuelas, fue porque
tener información de retorno sobre lo que acontecía
con el currículo en la realidad no se consideraba tan
necesario. Si no se pensó en un mecanismo de apoyo
a su puesta en práctica, fue porque se creía sincera-
mente que todo cuanto ocurriera con el currículo y
los materiales educativos en las aulas, estaba fuera
del ámbito de responsabilidad del Estado Nacional.
Aunque esta forma de enfocar su implementación
no restó valor ni necesidad a estos procesos de cam-
bio curricular, sí comprometió su viabilidad.
Inés Aguerrondo, desde las lecciones aprendidas de
la experiencia internacional, sostiene que todo
cambio o reforma estructural necesariamente pro-
duce resistencias. La razón es simple: cuestiona y
desacomoda las formas de actuar que ya están
establecidas. Por lo tanto, la viabilidad de estos
cambios no cae por su propio peso, necesita ser
construida. Esto implica hacer algo para que los
actores que deben poner en práctica estos cam-
bios, empezando por el docente y el director de la
escuela, tengan las condiciones que requiere poder
realizarlos, adquieran las capacidades que necesi-
tan para asumir con solvencia los nuevos roles que
se les propone y, sobre todo, tengan la voluntad de
hacerlo, crean en eso y estén dispuestos a com-
prometerse.
Convertir el aprendizaje escolar en experiencias que
convoquen la emoción y desafíen la razón, eje de las
reformas curriculares en el mundo de hoy, supone
para el docente una mayor exigencia profesional. Es
un cambio cultural y requiere una gestión perseve-
rante, una gestión que afronte resistencias e incom-
prensiones y construya condiciones. Es por esta
razón que el Marco Curricular Nacional, que sustitui-
rá al DCN en los próximos meses, se propone como
centro de una política curricular nacional enfocada
en resultados y apoyada en una estrategia de im-
plementación que cree, en corresponsabilidad con
los Gobiernos Regionales, al menos cinco condicio-
nes básicas.
Primero, informar. La comunidad educativa y la opi-
nión pública en general deben estar enteradas de la
esencia e importancia de los cambios para evitar
malentendidos producto del desconocimiento. Se-
gundo, fortalecer a los directores como líderes pe-
dagógicos para que puedan ayudar a sus docentes a
enfocarse en los aprendizajes que el currículo de-
manda. Tercero, ofrecer a los maestros apoyos y
recursos pedagógicos muy diversos, como las Rutas
de Aprendizaje y las Sesiones de clase, que orienten
la enseñanza en la vida cotidiana del aula. Cuarto,
entregar a los estudiantes los materiales necesarios
para apoyar su proceso de aprendizaje. Quinto, crear
oportunidades formativas continuas para que do-
centes y directores desarrollen las competencias
profesionales necesarias.
La reforma curricular que iniciamos en el país hace
casi dos décadas se detuvo en un punto del camino
sin que, al parecer, nadie se diera cuenta, regresan-
do al statu quo que se buscaba superar. Esto no
puede volvernos a ocurrir. El currículo escolar debe
ser ahora sí un instrumento tan útil que todos los
docentes lo sientan necesario, y en cuya implemen-
tación se sientan, además, genuinamente apoya-
dos, escuchados y acompañados.
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De esa manera, el anhelo de contar al fin con una
política de Estado en educación, que trascienda los
vaivenes políticos y se sostenga hasta el 2021, se
había logrado. Varios vinos se descorcharon cele-
brando con legítima satisfacción el cumplimiento
de la misión encargada.
Pues bien, una de las políticas planteadas en el
Proyecto Educativo Nacional es la curricular. Allí se
señala con absoluta claridad la necesidad de dar un
paso adelante en la política curricular de la educa-
ción básica y avanzar de un abigarrado currículo
único nacional a un Marco Curricular más delimita-
do, que dé cabida a propuestas curriculares regio-
nales. El proyecto se aprueba el 2007, con la legiti-
midad que le otorgaba la Ley General de Educación
28044, señalándolo como el marco estratégico de
todas las decisiones que conducen al desarrollo de
la educación, aunque se empieza a ejecutar cabal-
mente recién cuatro años después, el 2011.
Quienes tuvimos el honor de participar en la elabo-
ración del Proyecto Educativo Nacional, sabíamos
que la aplicación de sus políticas –pese a su plurali-
dad y su amplio consenso- iba a generar ruido, por
tres razones: primero, romperían inevitablemente
el statu quo y afectaría intereses, grandes y peque-
ños, en distintos ámbitos del sistema; segundo,
podrían ser desconocidas por una que otra autori-
dad de turno, afanada en prestigiarse poniendo por
delante sus propias y personalísimas iluminaciones;
tercero, cogerían desprevenido a un sector de la
comunidad educativa que, careciendo de la infor-
mación necesaria, se extrañaría de sus medidas e
ignoraría el fundamento que las justifica.
Es lo que, en algunos sectores, está ocurriendo
actualmente con la decisión del Ministerio de Edu-
cación de transitar hacia el Marco Curricular Nacio-
nal, pues reclaman el regreso al Diseño Curricular
Nacional, se desconciertan con la crítica a sus limi-
taciones y se preguntan por la razón de los cam-
bios, como si dar cumplimiento al Proyecto Educa-
tivo Nacional fuera una insensatez.
Gerald W. Bracey, profesor Adjunto de la George
Mason University, señalaba el año 2002, hace doce
años, que una de las razones por las que les va mal
a los estudiantes de Estados Unidos en las pruebas