DE LAS OLIMPIADAS GRIEGAS A LAS DEL MUNDO MODERNO.ppt
17 domingo ordinario c
1. «DIOS ES PADRE»
17º DOMINGO TIEMPO ORDINARIO – C
En la lápida funeraria de una gran mujer puede leerse esta inscripción:
«Dios es Padre». Como si toda su vida se resumiera en esta frase, tan
simple, tan corta en palabras pero tan inmensa en significado. Descubrir
que Dios es Padre puede realmente marcar un hito y transformar por
completo la historia de cada ser humano.
Muchos creen en Dios. Pero ¿en qué Dios? ¿El todopoderoso juez, que
puede condenar una ciudad o una cultura? ¿El Dios terrible ante el que hay
que arrodillarse y someterse? ¿Un Dios inaccesible cuyos designios jamás
llegaremos a comprender? ¿Un poder que mueve el universo? ¿Es Dios una
«fuerza»? ¿Una energía bondadosa, pero impersonal y difusa?
La Biblia, con Abraham, ya nos muestra algo distinto de estas ideas: Dios
es una persona. Con él podemos dialogar, ¡incluso regatear! Dios es un tú
con quien hablar, en quien confiar y a quien pedir. Dios escucha.
Jesús da un paso más allá que el resto de su pueblo judío. Cuando sus
discípulos le piden que les enseñe a rezar, él les muestra que Dios no sólo
es «el-que-es», ser supremo, amor y sabiduría sin límites. Dios es «Padre»
en el sentido más entrañable del término. Es nuestro origen, pero también
es alguien que nos ama con entrañas de madre y padre. Alguien que
comprende nuestra humanidad, nuestras necesidades vitales, desde el
hambre de pan hasta el hambre de sentido. Es padre providente, que da lo
mejor a sus hijos. Si nosotros, que somos malos, sabemos ser buenos y
generosos… ¿cuánto más lo será Dios?
Los creyentes tenemos un problema: no acabamos de creer que Dios sea
tan bueno, tan amoroso, y que nos ame tan incondicionalmente. Como
nosotros juzgamos, premiamos, nos vengamos, castigamos y dosificamos
nuestro amor, creemos que Dios también lo hace. ¡Qué equivocados
estamos! Cuando Dios perdona, borra toda culpa y nos deja limpios.
Cuando Dios ama, no es por nuestro mérito sino porque él quiere. Cuando
nos regala algo, no pide nada a cambio ni nos ata con hipotecas ni
deudas. Dios nos da todo cuanto necesitamos para vivir en plenitud pero,
sobre todo, se nos da a sí mismo. Nos entrega a su Hijo, derrama sobre
nosotros el Espíritu Santo. Podemos hablarle, podemos tocarlo, podemos
acogerlo como un niño, podemos comerlo en la eucaristía. ¡Qué Dios tan
asombroso el que se hace diminuto para poder entrar dentro de nosotros!
Dios es Padre. Llamémosle así, como Jesús hacía: Abba. Papá. Papá
querido. Esta es la oración más hermosa, más profunda y sanadora.
Cuando ya no nos queden fuerzas para otra cosa, sepamos alzar los ojos
al cielo y pronunciar esta sencilla palabra con la confianza de que somos
escuchados: Abbá. Papá.