2. Dijo Jesús a Nicodemo: Lo mismo que Moisés
elevó la serpiente en el desierto, así tiene que
ser elevado el Hijo del Hombre para que todo el
que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó
Dios al mundo que entregó a su Hijo único para
que no perezca ninguno de los que creen en él,
sino que tengan vida eterna. Porque Dios no
mandó a su Hijo al mundo para condenar al
mundo, sino para que el mundo se salve por él.
Jn 3, 14-21.
3. El evangelio de este domingo recoge el núcleo
de la revelación cristiana: Dios es amor. Tanto
ama, que da lo que más quiere: su hijo. Y este
entrega su vida en rescate de muchos…
4. La gran afirmación del
Cristianismo da
sentido y plenitud a la
vida de todo ser
humano: somos
criaturas de Dios y
estamos llamados a
vivir la plenitud de su
amor, junto a él.
5. Dar a conocer a este Dios que no es lejano, sino
próximo, y que nos ama entrañablemente, es la
misión de todo laico bautizado y comprometido
que forma parte de la Iglesia.
6. Pero anunciar la
buena nueva
también compor-
tará dolor, rechazo
y sacrificio. Si Dios
entregó a su propio
Hijo, ¡qué menos
que responder
generosamente a
su gesto!
7. Cada cristiano está invitado a seguir el
itinerario de Jesús. No nos sorprenda topar con
el rechazo y la cruz. Esa misma cruz nos elevará
para mirar el mundo con ojos compasivos, con
los ojos de Dios.
8. Dios no condena a
nadie. Pero quien se
cierra en sí mismo,
ignorando el proyecto
de Dios, se está auto-
condenando,
apartándose de la luz y
cayendo en el abismo
terrible de la tiniebla.
9. Se salvará quien crea,
dice el evangelio. Creer
no es otra cosa que
adherirse libremente a
Jesús y, con él, ser
apóstol y trabajar para
que su reino se
extienda y muchos
puedan salvarse.
10. La Iglesia nos ofrece
formación: nos ayuda a
profundizar en aquello
que Dios sueña para el
hombre y cómo
contribuir a crear reino
del cielo en medio del
mundo.
11. La fe sin obras está
muerta. Como recuerda
el Papa Francisco en
esta Cuaresma, no
caigamos en el vértigo
de la indiferencia, que
se cierra en sí misma e
ignora al hermano
pobre, débil, que sufre.
12. Más allá de cumplir con
los rituales y las normas,
el cristiano ha de
responder con
tenacidad ante la
desidia del mundo. En el
hogar, en el trabajo,
entre amigos y vecinos,
¡hay que hablar de Dios!
Y ser testimonios de su
amor.
13. Quien se deja interpelar por el amor de Dios ya
no vuelve a ser el mismo. Su corazón se
revoluciona y, enamorado, se convierte en
militante y anunciador del evangelio. Esto es
comenzar a vivir, aquí, la vida eterna.