Santa Luisa de Marillac nos muestra: Los escollos a evitar
1 Domingo Pascua - C
1. Vuestra vida está escondida en Dios
Domingo de Resurrección – Ciclo C
«Si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde Cristo está sentado a la
derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra.
Porque habéis muerto; y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo,
vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos, juntamente con él.»
Colosenses 3, 1-4
En este domingo de Pascua, el más importante del año, no celebramos un evento simbólico o una
experiencia mística, sino un hecho real que cambia la vida de toda la humanidad. Un hecho que
también cambia nuestra vida.
La resurrección de Jesús es un acontecimiento misterioso, porque no sabemos cómo sucede, pero
real, porque sus consecuencias revolucionaron a una comunidad de personas, los apóstoles, y los
llevaron a extender por todo el mundo el mensaje de Jesús, su maestro. El evangelio surge de la
resurrección, y la Iglesia nace de la resurrección de Jesús. Sus discípulos inauguraron una nueva forma
de vivir, un camino, que era como se le llamaba en los primeros tiempos al cristianismo. Y esta nueva
forma de vivir reúne a una gran comunidad que ha crecido con el paso de los siglos: la Iglesia. ¿Qué
nos une? Una persona, Jesús, que es hombre y a la vez es Dios. ¿Qué nos funda como familia? Su
resurrección. San Pablo lo dice muy claro: «Si Jesús no resucitó, vana es nuestra fe».
¿Cuál es la novedad del cristianismo respecto de otras religiones o filosofías humanistas? Son muchas
las que han predicado el amor al prójimo y una vida íntegra y honesta, como nos propone el Antiguo
Testamento con los Diez Mandamientos. Lo novedoso y distintivo del cristianismo es la persona de
Jesús y el mensaje de la resurrección. Jesús no sólo nos ofrece una vida buena, sino una vida eterna,
que rebasa las fronteras de la muerte. Nos abre las puertas del cielo, baja a Dios a la tierra, hecho
carne, hecho hombre, hecho pan. Ya no tenemos que esforzarnos por “elevarnos”: él mismo viene.
Dios busca la unión con su criatura y le ofrece su misma vida: una vida imperecedera y hermosa, como
no podemos imaginar.
Muchas personas pueden pensar: Bien, Jesús resucitó, porque era Dios, finalmente. Pero ¿vamos a
resucitar nosotros? ¿De qué manera nos afecta todo esto?
San Pablo lo explica con una imagen muy sugerente. Nuestra vida en la tierra es como la vida de una
semilla, enterrada en el campo. Cuando muramos, la semilla romperá la frontera entre la tierra y el
aire y se abrirá echando ramas, hojas y flores, convirtiéndose en una planta que crecerá bajo el cielo
y la luz del sol. Así será nuestra vida resucitada, comparada con la mortal. Con la diferencia de que
esta vida, siendo divina, no se acabará nunca.
En la segunda lectura de hoy Pablo nos dice que «hemos muerto con Cristo, y vuestra vida está con
Cristo escondida en Dios». ¿Qué significa? Que al aceptar a Jesús y su mensaje, ya hemos muerto al
hombre viejo, a la mujer vieja, a la persona que éramos antes para renovarnos por dentro. Nuestra
vida eterna ya está, latente, creciendo en el seno de Dios. Escondida para estallar el día que muramos
y resucitemos.
2. ¿Qué consecuencias tiene esto? Pues que ya podemos vivir en la tierra como si fuera en el cielo: llenos
de alegría, confianza, sin miedo, con toda la creatividad y generosidad posible. ¡Jesús nos ha
conseguido el cielo, no tenemos nada que perder! Podemos vivir derrochando vida por amor, como
lo hizo él, y esta es la verdadera vía para alcanzar la felicidad en este mundo. No nos ahorrará
problemas, pero sí nos dará la capacidad para vivir cabalgando sobre las olas de la vida, y no
hundiéndonos en ellas.
Este vivir en Dios, como afirma Pablo, significa que ya no podemos perseguir las metas del mundo
viejo —fama, dinero, conocimientos o bienes materiales…— sino los bienes imperecederos del cielo,
pues ya somos ciudadanos de este reino de Dios. Igual que una madre embarazada se cuida y cuida
a su bebé en el vientre, para que crezca y nazca bien, nosotros, en la tierra, hemos de cuidar esta vida
eterna que tenemos para que un día pueda florecer a la luz del cielo.
Esta es la doble buena noticia de la Pascua cristiana: no sólo que Jesús ha resucitado y vive, sino que
nosotros también resucitaremos con él. Saber esto, sentirlo y ser conscientes cada día puede
transformar completamente nuestra vida.