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Índice
Cubierta
Índice
Colección
Portada
Copyright
El mejor alimento para la patria de los hombres (por
Diego Golombek)
Introducción. Ciencia y pobreza: definir las privaciones
no es lo mismo que experimentarlas
1. Los números de la pobreza. El mapa no es el
territorio
2. Cómo se forma y cómo cambia el sistema nervioso
durante el desarrollo (o qué es la plasticidad neural)
El inicio del cambio
Momentos y oportunidades
Los cambios no son todos iguales: heterogeneidad de
la plasticidad neural
El aporte de las neuroimágenes
3. Ventanas de oportunidad para el cambio. Períodos
críticos y epigenética
¿Crítico o sensible?
La construcción de individualidad
4. Los costos cerebrales de la pobreza. La producción
de residuos humanos
¿Cómo se evalúa la autorregulación? Conceptos
básicos
Autorregular bajo el imperio de la pobreza
Neuroimágenes de la pobreza en funcionamiento
Llevar la pobreza bajo la piel
Residuos entre residuos
La hipoteca más vergonzante: comer poco, comer mal
5. Intervenir desde el conocimiento: la ingeniería del
cambio (o cómo la ciencia del desarrollo puede
contribuir a proteger y mejorar el afianzamiento
cognitivo)
Los programas de intervención temprana
Cómo diseñar un programa de intervención. La
perspectiva multimodular
Programas de intervención en contextos escolares. La
perspectiva educativa
Intervenir atendiendo al desarrollo neurocognitivo. La
perspectiva neurocientífica contemporánea
Historia de un programa de investigación
La primera generación de intervenciones
La introducción de tecnologías de la información y la comunicación en
las intervenciones
La incorporación de las madres a las intervenciones
La búsqueda de diferencias individuales: ¿cómo detectar predictores
del cambio?
Aprendiendo de las tensiones entre políticas de salud
y de ciencia
Otras experiencias de intervención
Conclusiones. Las necesidades del futuro
Un gran aporte para derribar las barreras de la
exclusión (por J. Leonardo Yánez)
Bibliografía
colección
ciencia que ladra
Dirigida por Diego Golombek
Sebastián Lipina
POBRE CEREBRO
Los efectos de la pobreza sobre el
desarrollo cognitivo y emocional, y lo
que la neurociencia puede hacer para
prevenirlos
Lipina, Sebastián
Pobre cerebro: Los efectos de la pobreza sobre el desarrollo
cognitivo y emocional, y lo que la neurociencia puede hacer para
prevenirlos.- 1ª ed.- Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores, 2016.-
(Singular)
E-Book.
ISBN 978-987-629-675-5
1. Neurobiología. I. Título.
CDD 573.8
© 2016, Siglo Veintiuno Editores Argentina S.A.
<www.sigloxxieditores.com.ar>
Diseño de portada: Juan Pablo Cambariere
Digitalización: Departamento de Producción Editorial de Siglo XXI
Editores Argentina
Primera edición en formato digital: julio de 2016
Hecho el depósito que marca la ley 11.723
ISBN edición digital (ePub): 978-987-629-675-5
El mejor alimento para la patria
de los hombres
Diego Golombek[1]
Me vistió la pobreza,
me lamió el cuerpo el río,
y del pie a la cabeza
pasto fui del rocío.
Miguel Hernández, “Las abarcas desiertas”
Existe en inglés un bello juego de palabras: food for
thought, algo así como alimentos para el pensamiento.
Pero esta metáfora intelectual tiene también su aspecto
concreto, corporal: lo que comemos, lo que hacemos,
nuestros estilos y calidades de vida, tienen mucho que ver
con lo que le pasa a nuestro cerebro. Y si la verdadera
patria de los hombres es la infancia,[2] lo que hagamos
con ese cerebro en los primeros meses y años de vida
puede marcar un camino de rosas o de serpientes para
todo lo que venga después.
Todos hemos oído hablar del genoma humano, ese
conjunto de instrucciones que hace que seamos personas,
jugadores de básquet o de ajedrez, sebastiancitos. Es, en
cierta forma, lo que traemos de fábrica, el color de los
ojos, la propensión a ciertas enfermedades y sí, nos marca
bastante. Pero no es todo: somos también lo que hacemos
con lo que traemos de fábrica: la comida, los mimos de
papá y mamá, la clase de gimnasia o la de geografía, la
frazada en el invierno y el helado en verano. En otras
palabras, también nos constituye el ambiente que nos
toque en suerte o en desgracia. Y quizá donde más se
marque este efecto ambiental sea en el cerebro, ese
aparato que, de alguna manera, nos hace ser quienes
somos. Allí cambia, todo cambia, se acallan o gritan las
charlas entre neuronas, se hacen y deshacen circuitos,
crecen y decrecen áreas. Sabemos hoy que el cerebro es
especialmente sensible al estrés crónico, al maltrato, la
carencia física y afectiva… a la pobreza.
Así como a Mafalda le partía el alma ver gente pobre
(mientras que Susanita opinaba que “bastaba con
esconderlos”), a Sebastián Lipina le parte el alma cómo la
pobreza, pese a los esfuerzos por erradicarla, impacta
sobre el desarrollo y funcionamiento del sistema nervioso.
Por eso, trata de entender las raíces del mal, esa
desigualdad que no hemos podido sacarnos de encima, la
falta de comida, de estímulos, de alegrías; todo lo que
hace que el cerebro de un chico pueda o no estar
adecuadamente alimentado, estimulado, alegre y en
crecimiento. Lo bueno es que Sebastián no se queda en el
diagnóstico, la desilusión o la queja, sino que presenta y
propone diferentes iniciativas sobre qué hacer, cómo dar
vuelta los efectos de la pobreza temprana.
A caballo entre la sociología, la neurociencia y la ética,
este libro nos muestra el cerebro que no miramos, que
elegimos no mirar porque, de nuevo Mafalda, “el mundo
queda tan, tan lejos”… Pero no, queda allí, en lo que
vivimos cada vez que salimos a la calle, y queda también
aquí, dentro del cráneo, entre las dos orejas. Sebastián
Lipina nos abre los ojos frente a efectos menos conocidos
de la desigualdad, y propone establecer una suerte de
“agenda neurocientífica de la pobreza”, un paso necesario
para que, de a poco, vivamos en un mundo mejor y más
justo para todos.
1 Doctor en biología, especializado en cronobiología. Es uno de los más
reconocidos divulgadores científicos en lengua castellana, actividad que
desarrolla en la prensa escrita, en el campo editorial, y en radio y
televisión. Es autor de numerosos papers y libros, en su gran mayoría
publicados por Siglo XXI Editores, donde también dirige la colección
Ciencia que ladra…
2 Al menos según el poeta Rainer Maria Rilke.
Introducción
Ciencia y pobreza: definir las
privaciones no es lo mismo que
experimentarlas
¡Ah, cuán duro es decir cuál se mostraba
esta selva salvaje, áspera y fuerte,
que aún en la mente el pavor renueva!
Dante Alighieri (1304-1308), La Divina
Comedia, Infierno, canto I, vv. 4-6
Qué es la pobreza y cómo la experimentamos los seres
humanos son dos preguntas que trascienden el interés
científico. En primer lugar, porque es un fenómeno que
afecta a más de la mitad de la humanidad y que condiciona
las posibilidades de que las personas vivan sus vidas con
dignidad. La pobreza enferma y mata mucho más pronto en
comparación con aquellas condiciones en las que están
garantizados la satisfacción de los derechos a la salud, la
educación y el trabajo. Por eso, puede obstaculizar las
oportunidades de crecimiento y aprendizaje de niños y
adultos, hipotecando sus posibilidades de inclusión
social, educativa y laboral durante todo el ciclo de la
vida. Además, la pobreza está lejos de ser una
experiencia homogénea para los miles de millones de
personas que la padecen. Las privaciones de un niño
pobre que vive en la región andina de Perú o Bolivia no
son experimentadas de manera similar a las de otro niño
pobre que vive en un país de África subsahariana o de la
India.
Con todo, aun dos niños pobres que se crían en el mismo
barrio de una ciudad no experimentan de la misma forma
las privaciones, porque su sensibilidad a ellas puede ser
diferente, así como la red social y de cuidado que los
contiene o los rechaza. Como podrá anticipar el lector, la
importancia del tema es, sobre todo, moral. El interés
científico radica en intentar echar luz sobre las causas y
los mecanismos de la pobreza, y sobre sus consecuencias
para la vida de las personas. Y con eso, generar
respuestas que estén a la altura de la emergencia moral de
nuestros tiempos, en que se ha perdido el interés por el
sufrimiento de los demás.
Lo que la pobreza le hace al cuerpo
El término “pobre” proviene del latín pauper, que
significa “que produce poco, infértil”. A su vez, este
adjetivo deriva de la raíz indoeuropea pau, “poco o
pequeño”. En ese contexto, “pobreza” remite a la
condición de parir o engendrar poco, en el caso del
ganado, o de tener escaso rendimiento, en el de la
agricultura. Así, desde su origen, es una palabra que
remite a los sistemas productivos de las sociedades
humanas. Con el gradual advenimiento de las formas de
producción industrial, “pobreza” adquirió nuevas
significaciones vinculadas a las carencias en las
condiciones de vida que impiden satisfacer necesidades y
derechos básicos de las personas.
Desde la perspectiva de la vida cotidiana de los adultos,
suele ser una experiencia psicológica tensa y penosa que
se traduce en impotencia y pérdida de libertad para elegir
y actuar. Esa experiencia está marcada por la precariedad
de los medios de sustento, transitorios e inadecuados;
viviendas inseguras, sin servicios y socialmente
estigmatizadas; el hambre, el cansancio y las
enfermedades crónicas; la inequidad y los problemas en
las relaciones de género; la discriminación y el
aislamiento en los vínculos sociales; así como por
conductas de indiferencia y abuso por parte de quienes
están en posiciones de poder. Desde luego, también
inciden la exclusión institucional, la fragilidad de las
organizaciones sociales y la disminución de las
capacidades por falta de información, educación,
habilidades y confianza. En síntesis, la pobreza es una
violación de la dignidad humana, en tanto trunca el
desarrollo de las capacidades de las personas, y una de
las señales más potentes de desigualdad. En cualquiera de
sus definiciones y más allá de la forma en que se mida,
causa enfermedad, muerte prematura y humillación, que se
asocia con la discriminación, la sujeción, la vergüenza y
la falta de confianza.
Para los niños, el contexto de carencias y privaciones
aumenta la probabilidad de que su crecimiento físico y
desarrollo psicológico se vean afectados por las
dificultades para acceder a la alimentación e inmunización
adecuadas incluso desde antes del nacimiento. (Las
probabilidades de adquirir enfermedades prevenibles que,
en muchos de estos casos, resultan letales aumentan con la
exposición a ambientes inseguros e insalubres.) Por otra
parte, muchas de las carencias que conlleva la pobreza
son de carácter simbólico: las condiciones de vida hacen
que las oportunidades de estimular las competencias
cognitivas y el desarrollo emocional, intelectual y social
de los niños disminuyan porque la tensión psicológica y la
impotencia de los adultos para alcanzar estándares
mínimos de dignidad cotidiana pueden provocar un
aumento de la incidencia de estresores en los ambientes
de crianza.
Los estresores son circunstancias ambientales –por
ejemplo, las carencias materiales y afectivas típicas de la
vivencia de la pobreza– que activan un sistema de
adaptación orgánico que involucra diferentes partes del
sistema nervioso central y autónomo y se denomina “eje
HPA”, porque involucra al hipotálamo, la glándula
pituitaria y la médula adrenal, aunque también se conecta
con otras redes neurales del cerebro y modula su
funcionamiento. En situaciones tempranas de adversidad
causadas por la pobreza extrema, el maltrato y el
abandono, el sistema se activa en forma crónica y daña la
salud física y psicológica de todos los integrantes de la
familia, en especial de los niños, desde antes de su
nacimiento. Uno de los aspectos que la pobreza y el estrés
crónicos afectan de forma significativa es el desarrollo de
las competencias autorregulatorias.
Pensamiento estratégico y adaptación al ambiente
La autorregulación es un concepto psicológico que se
refiere a todas aquellas conductas que se orientan a
solucionar un problema específico, a un fin particular
(véase “¿Qué es la autorregulación?”). Abarca conductas
que ayudan a las personas a adaptarse a los cambios que
se producen en sus ambientes de crianza, de estudio, de
trabajo, de recreación o de cultivo espiritual. Estas
conductas complejas se construyen, se aprenden y se
modifican durante todo el ciclo vital. La investigación en
psicología del desarrollo y en neurociencia ha permitido
identificar qué procesos elementales las constituyen:
la atención;
la identificación de pensamientos y emociones más o
menos útiles para lograr un objetivo;
el recuerdo y uso de información relevante para lo
que se busca hacer;
la posibilidad de cambiar el rumbo del pensamiento
o la acción cuando las circunstancias ambientales se
modifican;
la capacidad de imaginar los pasos a seguir para
realizar una tarea compleja y luego ejecutarlos o la
de monitorear y modificar el curso del pensamiento y
las emociones propios durante la realización de las
tareas.
Cada uno de estos procesos psicológicos específicos se
construyen biológica y ambientalmente por medio de la
socialización que propone cada cultura. En términos
neurobiológicos, la autorregulación se asocia con la
organización de diferentes redes neurales en el sistema
nervioso, cuya maduración y desarrollo tienen lugar
durante las dos primeras décadas de vida. En los
próximos capítulos se presentan ejemplos de las técnicas
conductuales y de neuroimágenes que se utilizan para
explorar el surgimiento y el desarrollo de los procesos
autorregulatorios.
El eje HPA, el encargado de responder al
estrés
El eje HPA (la “H” corresponde a hipotálamo, la
“P” a pituitaria, y la “A” a adrenal) entra en
funcionamiento cada vez que una persona afronta
una situación de estrés y sirve para adaptarnos a
un ambiente percibido como amenazante,
preparándonos para dar una respuesta. Aquí se
muestran los principales componentes y
conexiones de este sistema de autorregulación,
que posee mecanismos de retroalimentación en
los niveles molecular y celular. Su activación se
ve modulada por diferentes tipos de influencias,
como el tipo de estresor (no es lo mismo escapar
de un león que intenta comernos, que resolver un
ejercicio de álgebra o hablar ante un auditorio de
quinientas personas), la duración de tal
circunstancia, el contexto en que se produce y la
edad y el género de la persona que enfrenta la
situación. También depende de las características
genéticas, dado que las personas encaramos de
diferentes modos los entornos que nos desafían y
por eso mismo divergen las formas en que
procesamos y expresamos nuestras respuestas
autorregulatorias.
Cuando el sistema se activa, el hipotálamo pone
en circulación la hormona liberadora de
corticotrofina que al llegar a la glándula pituitaria
activa precisamente la segregación de dicha
sustancia.[3] Cuando las cortezas adrenales (esto
es, situadas encima de los riñones) reciben la
corticotrofina, liberan a su vez diferentes tipos de
corticoesteroides, que actúan sobre la corteza
frontal, el hipocampo y la amígdala,[4]
estructuras relacionadas con la autorregulación
emocional y cognitiva. Como producto de este
ciclo de activaciones, en el organismo se dispara
un conjunto de mecanismos que contribuyen con la
adaptación al ambiente e involucran a diferentes
moléculas y hormonas que pueden ser procesadas
por diferentes sistemas orgánicos, como el
cardiovascular o el inmunológico. Esto significa
que el afrontamiento de situaciones estresantes
genera una activación compleja e integrada de
diferentes mecanismos, e involucra también
cambios en el procesamiento cognitivo y
emocional.
Cuando esta activación general del sistema se
sostiene en el tiempo –es decir, cuando se vuelve
crónica–, puede afectar la integridad de diferentes
sistemas neurales y alterar su funcionamiento.
Además, puede generar el desgaste y la
enfermedad de diferentes sistemas orgánicos.
Como el desarrollo del eje HPA comienza durante
el período perinatal, la activación crónica
temprana puede afectar el desarrollo infantil y
alterar las posibilidades de aprendizaje e
inclusión social.
La investigación también ha demostrado que el desarrollo
autorregulatorio puede ser modificado por las pautas de
crianza en el hogar, la socialización y la educación formal
y no formal. Esta posibilidad de cambio, sumada a un
desarrollo extendido en el tiempo, también significa que
la autorregulación es más vulnerable en entornos poco
estimulantes o con estresores intensos y habituales. La
naturaleza compleja del desarrollo autorregulatorio
impone la necesidad de implementar conceptos y
metodologías combinadas, provenientes de diferentes
disciplinas, para poder identificar y estudiar su
modulación en contextos de pobreza.
Problemas actuales en el estudio científico de la
pobreza
La conceptualización de la pobreza como problema social
es un aporte reciente. En ese sentido, que existan pobres
en el mundo significa que la civilización contemporánea
propone una racionalidad que trastorna la vida de muchas
personas, pues las deja en situaciones adversas, de
carencia, que vulneran sus derechos humanos, las
enferman desde antes de su nacimiento y les acortan la
vida. De hecho, los Objetivos de Desarrollo del Milenio
(OMD, propuestos a principios de los años noventa por
los organismos multilaterales de las Naciones Unidas para
reducir las consecuencias de la desigualdad y la pobreza)
parecen no haber cuestionado lo suficiente la organización
misma de la economía que, en lugar de ser inclusiva,
incrementó una crisis que, en términos de Bauman, no
contribuye a generar una racionalidad superadora basada
sobre la noción de “bienestar humano” (Bauman, 2005).
En la actualidad, los organismos multilaterales están
discutiendo nuevamente cómo abordar estos problemas a
partir de evaluar los alcances relativos de los OMD, ya
reemplazados por los Objetivos de Desarrollo Sustentable
(ODS), nombre con el que se conoce la agenda para el
desarrollo humano post-2015. Recién en esas discusiones
comienza a tratarse la importancia de incluir el bienestar
humano en las consideraciones del crecimiento de las
sociedades; esto involucra una crítica a los postulados
basados sólo en indicadores macroeconómicos, como el
producto bruto interno, que dejan de lado la inclusión
social. Más allá de la importancia de este cambio
conceptual, que plantea el crecimiento de las sociedades
sobre la base de la inclusión y el bienestar de las
personas, el camino para lograr equidad y detener la
producción de residuos humanos, o al menos la hipoteca
que pesa sobre la salud física y mental de las futuras
generaciones, continúa siendo largo y sembrado de
obstáculos por parte de sectores con intereses variados,
tanto altruistas como mezquinos.
Desde inicios del siglo XX, las ciencias sociales,
humanas, de la salud y biológicas han propuesto diferentes
definiciones para los estados de carencia material y
simbólica que caracterizan la pobreza y han elaborado
estrategias para modificarlos a través de acciones y
políticas que varían de acuerdo con distintas
concepciones e ideologías de seguridad e inclusión
social. Algunas de esas definiciones reposan sobre
conceptos como los de ingreso insuficiente, indigencia,
brecha, línea subjetiva, desempleo, privación,
insatisfacción de necesidades básicas, marginalidad,
malestar, precariedad, hacinamiento, supervivencia,
cultura de la pobreza, dependencia, mendicidad,
desventaja, vulnerabilidad, incapacidad, desigualdad,
segregación, distancia social y económica, sometimiento y
explotación (Spickler y otros, 2009). Las formas de
definir y medir la pobreza utilizadas antes de la década de
1980 se basaban sobre concepciones unidimensionales y
estáticas –sólo tenían en cuenta un criterio o dimensión de
la carencia, sin observar su cambio en el tiempo– que
tendían hacia una noción de la pobreza estratificada en
niveles socioeconómicos, como la distinción entre clase
baja, media y alta. Luego la pobreza comenzó a
concebirse como un fenómeno multidimensional, lo llevó
a generar definiciones que consideraran diferentes
aspectos de la vida de las personas que la padecen. Los
índices de desarrollo humano ajustados por desigualdad,
la inequidad de género y la pobreza en todo su alcance,
que comenzaron a ser utilizados por el Programa de
Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en 2010, son
uno de los productos de esos esfuerzos. Dichos índices
están compuestos por diferentes indicadores: entre otros,
la esperanza de vida al nacer, el promedio de años de
educación, el ingreso anual per cápita, la mortalidad
materna, los embarazos en la adolescencia, el cupo
femenino en las legislaturas, la participación de las
mujeres en la fuerza laboral, la matrícula escolar, el
saneamiento, los bienes y el acceso al agua potable y a la
electricidad , la nutrición y la mortalidad infantil. Este
tipo de definiciones se imponen gradualmente en los
informes mundiales de organismos multilaterales como el
PNUD y Unicef.
Un denominador común característico de la construcción
conceptual de indicadores de pobreza y de desarrollo
humano, tanto uni- como multidimensionales, es que la
pobreza es concebida como un fenómeno complejo que
involucra múltiples factores individuales y ambientales
(en continua interacción y cambio) y que acontece, en
contextos culturales e históricos específicos. Por “factores
individuales” entendemos los aspectos biológicos y
psicológicos que porta cada individuo desde su
concepción y durante todo su desarrollo. Con “factores
ambientales”, en cambio, nos referimos tanto al espacio
físico que habitamos como a la compleja trama de
intercambios materiales y simbólicos, propios de los
contextos sociales, que involucran a congéneres,
instituciones, sistemas normativos y valorativos, y que
están contenidos en un bioma –esto es, un área
biogeográfica con determinado tipo de vegetación, fauna y
sistema climático–.
En este complejo escenario, la definición conceptual de
la pobreza –es decir, qué es– constituye un tema crítico,
ya que determina la forma en que se estudia el fenómeno y,
por lo tanto, el diseño de estrategias o políticas de
intervención para modificar sus causas y sus efectos.
Respecto del desarrollo psicológico, dados sus múltiples
condicionamientos biológicos, ambientales y culturales,
resulta necesario establecer tanto la pertinencia como las
limitaciones de los enfoques adoptados en las
investigaciones. Por ejemplo, la pobreza definida en
términos de ingreso brinda información acerca de la
capacidad de un hogar para conseguir dinero y solventar
sus gastos en un momento dado. Por su parte, el criterio
fundado sobre la noción de “necesidades básicas
insatisfechas” (NBI), aunque también refiere a una
condición de carencia, muestra una forma crónica, de
larga data, de experimentar la pobreza por parte de un
grupo familiar. Si bien ambos indicadores pueden ser
útiles para estudiar el impacto de la pobreza sobre el
desarrollo infantil, no permiten establecer aspectos
específicos de las vivencias suscitadas por ella; así, no
consigue dar cuenta de cómo los niños la enfrentan a
diario. Para eso, es necesario incorporar otros
indicadores que sí los contemplen, y muchos han
comenzado a surgir hace poco más de una década. En
otras palabras, analizar el impacto de la pobreza sobre el
desarrollo cerebral y psicológico utilizando sólo el nivel
de ingreso familiar o la insatisfacción de las necesidades
básicas no permite explorar cómo se relaciona la
compleja trama de fenómenos propios de la experiencia
de la pobreza, qué aspectos están involucrados ni en qué
momentos del desarrollo estructural y funcional del
sistema nervioso operan. Estas cuestiones todavía no
ingresaron a la agenda del estudio neurocientífico en
forma adecuada (retomaremos este tema más adelante).
Por lo general, este campo de investigación utiliza
definiciones similares a las de economistas y sociólogos:
considera la pobreza como un tipo de relación entre
carencias materiales y psicológicas, y en términos de la
falta de recursos monetarios y materiales para
satisfacerlas. A su vez, las diferencias epistemológicas e
ideológicas hacen que cada disciplina plantee problemas
y formas de análisis propias. Por ejemplo, para los
organismos oficiales de América Latina que adoptan una
perspectiva económica, la pobreza remite a un conjunto de
requisitos psicológicos, físicos y culturales cuyo
cumplimiento representa una condición mínima necesaria
para el desarrollo de la vida humana en sociedad (Cepal,
1994). Esta definición distingue dos dimensiones –las
necesidades básicas y los satisfactores– y considera que
las primeras son finitas y permanentes, mientras que los
segundos están históricamente determinados. Esto implica
la posibilidad de construir proyectos de vida dignos que
respeten los derechos humanos básicos de alimentación,
salud, educación, seguridad y trabajo depende de la forma
y el momento en que cada comunidad decida hacerlo.
Por otra parte, algunos autores han planteado que el
concepto “pobreza” no debería constituir en sí mismo un
juicio de valor ni una definición política, y que su
medición debería considerarse un ejercicio descriptivo
que evalúe los estándares de necesidades prevalentes en
cada sociedad. Es decir, consistiría en una tarea empírica
que relaciona los hechos con lo que se considera
privación. Otros enfoques proponen revisar esos
esquemas y profundizar el análisis de las consecuencias
de límites y de sesgos, a fin de evitar perspectivas
epistemológicas que impidan que las personas
clasificadas como “pobres” sean reconocidas como
congéneres, sujetos con pensamientos y sentimientos
(Vasilachis de Gialdino, 2003). Los organismos
gubernamentales y multilaterales prácticamente no
recurren a las definiciones que incluyen el sufrimiento
psicológico, aunque sí se apoyen en las recientes
versiones multidimensionales. Las razones de esta
ausencia son variadas, pero suelen vincularse con
criterios conceptuales y metodológicos sesgados por
conceptualizaciones económicas o sociológicas; con la
falta de recursos materiales y humanos para relevar ese
tipo de información; con la dificultad de la evaluación de
los procesos psicológicos tanto en adultos como en niños,
y con las distancias y prejuicios entre los investigadores
que estudian la pobreza y las personas que la sufren.
Es posible mencionar algunas excepciones, como los
proyectos Young Lives y OPHI[5] de la Universidad de
Óxford, el proyecto sobre pobreza infantil del
Observatorio de la Deuda Social Argentina (ODSA)[6] y
un informe de la oficina del PNUD en Estambul (UNDP,
2014). Young Lives recaba información sobre el
desarrollo y las condiciones de vida de doce mil niños de
Perú, Vietnam, Etiopía e India durante sus primeros
quince años de vida. El abordaje que utiliza incluye
indicadores clásicos de pobreza, pero también la voz y la
capacidad de acción de los niños a partir de entrevistas y
de la construcción de narrativas que dan cuenta de sus
vidas cotidianas en términos accesibles para todo tipo de
personas. De forma similar, la iniciativa OPHI se propone
relevar información sobre las condiciones de vida de
personas de todo el mundo y combina los nuevos criterios
de los organismos multilaterales con otro proveniente de
la descripción en términos narrativos de lo que implica la
experiencia de pobreza en diferentes sociedades. Además,
el barómetro de la Deuda Social con la Infancia –que
forma parte del ODSA– incluye entre sus instrumentos de
medición los relacionados con el ingreso y las
necesidades básicas, pero también incorpora de manera
innovadora indicadores asociados al respeto o violación
de los derechos de los niños en términos de los artículos
propuestos por la Convención sobre los Derechos del
Niño de las Naciones Unidas. Algunos de estos –por
ejemplo, los referidos al juego de los niños con sus
familiares, a las actividades en el hogar tendientes a la
estimulación del aprendizaje, las prácticas recreativas o
la celebración de los cumpleaños– resultan elocuentes a
la hora de considerar el bienestar psicológico de los
niños. Y el informe del PNUD ya mencionado registró el
impacto de la pobreza sobre la vida psíquica de adultos y
niños en diferentes sociedades. El objetivo de ese
instrumento es informar al sector privado sobre prácticas
innovadoras de inclusión social para que las implementen
en sus sistemas de administración de recursos humanos.
La experiencia de la pobreza en los niños
Si bien todos estos esfuerzos son muy positivos, distan de
ser suficientes y de estar generalizados. Todavía estamos
inmersos en una cultura en la que priman los criterios de
ingreso y necesidades básicas para identificar a quienes
sufren la tragedia de la pobreza. Sin embargo, en la
medida en que estas perspectivas puedan ampliarse e
incluyan la dimensión del sufrimiento humano, también
será factible superar la ceguera moral de las definiciones
que reducen un fenómeno complejo que afecta la vida de
millones de personas a un conjunto discreto de variables
económicas. Desde una perspectiva moral, el uso de
indicadores sencillos que buscan evitar la complejidad
metodológica y logística, propio de los criterios clásicos
de medición de pobreza, no debería primar sobre la
consideración del sufrimiento de nuestros congéneres.
El enfoque multidimensional del fenómeno ha estimulado
a los investigadores del área de la ciencia del desarrollo
a estudiar su carácter dinámico y sus múltiples impactos.
Recién a mediados de la década de 1990 comenzó a
tenerse en cuenta el momento en el que se inician las
privaciones en la vida de un niño y su duración. También
en esa etapa se empezaron a investigar las correlaciones
entre los distintos factores de la pobreza y sus efectos en
la salud física y psicológica. Por lo general, el consenso
actual en ese ámbito es que el impacto de la pobreza
sobre el desarrollo emocional, cognitivo y social de los
niños depende de la cantidad de factores de riesgo a los
que están expuestos, de los momentos de la vida en los
que experimentan las privaciones y de su susceptibilidad
al ambiente (es decir, de sus posibilidades de adaptarse a
la adversidad). Por ejemplo, algunos estudios realizados
durante las últimas dos décadas en diferentes sociedades
del mundo sugieren que cuanto más tiempo vive una
familia en situación de pobreza menor es la cantidad y
calidad de los estímulos para el desarrollo cognitivo y el
aprendizaje en el hogar (Bradley y Corwyn, 2002).
Otras investigaciones indican que tanto la pobreza
persistente como la ocasional pueden afectar el desarrollo
cognitivo y emocional de los niños; desde luego, los
efectos de la primera suelen ser más pronunciados.
También hay especialistas que indagan si los niños viven
en centros urbanos o rurales, dado que esos contextos
difieren, entre otros factores, en términos de estructuras
familiares, división del trabajo, acceso a los sistemas de
salud, educación y seguridad social, y en las
características de las comunidades y de las redes sociales
de apoyo familiar: el contexto rural se asocia a una mayor
incidencia de los impactos de la pobreza y la indigencia.
Por último, diferentes estudios realizados durante las
últimas cuatro décadas han permitido identificar otros
factores decisivos como el estado de salud de los niños
desde antes de su nacimiento; la educación, ocupación y
salud mental de padres y maestros; la estimulación del
desarrollo emocional, cognitivo, del lenguaje y del
aprendizaje en el hogar, la escuela y la comunidad; la
presencia de factores que generan estrés en cualquiera de
esos contextos de desarrollo; el acceso de padres y niños
a los sistemas de seguridad e inclusión social, y el sistema
de normas, valores, creencias y expectativas de cada
comunidad. A la hora de idear acciones orientadas a
prevenir o actuar sobre los efectos de la pobreza, estos
factores pueden considerarse blancos de las
intervenciones.
Algunos estudios efectuados en los años noventa
permitieron observar que el mismo nivel de ingreso o
confort material puede ser percibido de forma diferente
por los integrantes de una familia si los padres comunican
o no a sus hijos sus preocupaciones sobre la inseguridad
económica o si se dejan de lado los materiales y
experiencias que permitan estimular el aprendizaje de los
niños por falta de recursos. Esto sugiere que la
experiencia subjetiva también explica en parte los efectos
de la pobreza sobre el bienestar psicológico de los niños
y su desempeño; por lo tanto, debe considerársela en el
momento de diseñar una acción o intervención orientada a
optimizar el desarrollo humano. Otros estudios han
mostrado que la falta de apoyo familiar durante la
escolaridad primaria también podría influir. Asimismo, la
experiencia subjetiva de la pobreza depende en muchos
casos de las comparaciones entre pares en los diferentes
contextos de desarrollo, incluidos los medios masivos de
comunicación y las redes sociales virtuales.
Como sociedad deberíamos procurar adquirir
aprendizajes y generar competencias de comunicación que
nos permitan interactuar con otros grupos de personas:
con profesionales, con técnicos y con aquellos que
realizan proyectos y políticas en áreas que involucran el
desarrollo humano porque, en última instancia, las
intervenciones de organismos gubernamentales y no
gubernamentales pueden modificar las consecuencias de
la pobreza, algo que sin duda no puede hacerse sólo sobre
la base de la actividad académica. La investigación
científica puede aportar conocimientos acerca de cuáles
son los métodos de evaluación de los procesos y
resultados del desarrollo más adecuados en función de las
planificaciones de los entes gubernamentales y
multilaterales; además de acercar las discusiones teóricas
que alimentan la construcción de prácticas políticas en
función de cómo la sociedad, a partir de distintas fuentes
de conocimiento, actualiza las nociones de desarrollo
infantil.
Entre tanto, la ciencia debe cuestionarse a sí misma para
delimitar su lugar en las transformaciones culturales y
morales que hoy en día requiere nuestra civilización y
también debe interpelar de manera constructiva a quienes
diseñan las políticas públicas. En particular, la ciencia
del desarrollo contemporánea aporta información que
permite describir una porción mínima, pero significativa,
del impacto de la pobreza sobre el desarrollo humano.
Una parte importante de esa contribución tendría que
orientarse a nutrir un compromiso ético que contribuya a
hacernos comprender por qué la pobreza es uno de los
fenómenos más prevalentes en todo el mundo; cómo
destruye oportunidades de desarrollo y enferma
prematuramente a las personas, y qué alternativas de
cambio e innovación es posible considerar teniendo en
cuenta esos mecanismos de destrucción.
Reflexiones y urgencias actuales
Este libro busca orientar al lector interesado en pensar las
respuestas a esas preguntas desde la perspectiva actual de
la psicología y la neurociencia cognitiva del desarrollo.
Su título propone reflexionar acerca de lo que nuestra
civilización genera en el cerebro de las personas, pero
también sobre las limitaciones de esas dos disciplinas
contemporáneas para comprenderlo y construir
conocimientos que contribuyan a protegerlo, tarea que
necesariamente requiere salir del laboratorio e integrarse
con otras disciplinas y prácticas sociales. No
abordaremos aquí la cuestión de los mecanismos con que
nuestra civilización causa desigualdad, sino la evidencia
psicológica y neurocientífica de la pobreza como forma
de esa desigualdad en el nivel autorregulatorio –como
mecanismo de disminución de oportunidades para el
desarrollo de capacidades– y algunos elementos centrales
para pensar la construcción de la igualdad.
En cada uno de los capítulos que siguen haremos foco
sobre un conjunto de líneas de investigación iniciadas
durante la segunda mitad del siglo XX que siguen siendo
productivas en la actualidad. En el capítulo 1
presentaremos un panorama de la situación mundial y
regional de la pobreza general e infantil que, aunque se
sostenga en estadísticas, permite apreciar el nivel de la
tragedia en que está inmersa la humanidad. En el capítulo
2, a partir de la evidencia actualizada que brinda la
neurociencia sobre los fenómenos de cambio conocidos
como “plasticidad neural”, reflexionaremos acerca del
impacto de la pobreza sobre el desarrollo cognitivo y
emocional en las distintas etapas de la infancia y la
adolescencia y también acerca de las oportunidades de
cambio.
El capítulo 3 examina dos temas centrales que resultan
condicionantes y limitan esas oportunidades: la
susceptibilidad del individuo ante las demandas que le
impone el ambiente en el que lleva adelante su existencia,
y los cambios que el contexto puede generar en la
constitución de los sistemas nervioso e inmunológico a
partir de la modulación de la expresión de los genes que
los construyen durante el ciclo vital. El capítulo 4
presenta la evidencia que la psicología del desarrollo y la
neurociencia cognitiva han generado durante las últimas
tres décadas acerca de cómo la experiencia de la pobreza
–la falta de nutrición y estimulación ambiental temprana
adecuada, la exposición a drogas y tóxicos ambientales
desde la concepción y la activación crónica de los
estresores ambientales– impacta sobre la constitución y el
desarrollo del cerebro y sobre cómo este conjunto de
factores condiciona las posibilidades de las personas para
construir proyectos de vida bajo la premisa de la
conciencia de ser sujetos de derecho. El capítulo 5
presenta ejemplos y resultados de diferentes iniciativas
orientadas a diseñar e implementar acciones para
contrarrestar los efectos de la pobreza sobre el desarrollo
emocional, cognitivo y social. En las conclusiones
proponemos algunas formas de contribuir en el futuro a la
construcción de una civilización que garantice la equidad,
de manera que todos podamos aspirar a oportunidades de
construir proyectos de vida dignos.
Es fundamental que el lector recuerde que la agenda de
investigación que incluye el estudio de la pobreza desde
la perspectiva de la psicología del desarrollo y la
neurociencia cognitiva plantea los siguientes tres
objetivos generales:
profundizar la comprensión de cómo el conjunto de
adversidades que se verifican en la pobreza afecta la
estructura cerebral y el funcionamiento
autorregulatorio durante el desarrollo;
establecer cuál es el costo de esos impactos en la
vida de un niño en términos de sus oportunidades de
cambio y mejora, y
analizar en qué medida esos impactos son
modificables una vez instalados, y en qué momento
de la vida y con qué tipo de intervenciones es
posible generar cambios.
Cada libro tiene un origen particular. En este caso, todo
comenzó cuando Yamila Sevilla –colega investigadora y
editora de Siglo XXI– me invitó a escribir un ensayo
sobre los temas de pobreza y desarrollo infantil en que
centro mi trabajo de investigación. Con su guía, buscamos
que la escritura fuese un poco más allá del rigor técnico,
en clave de ensayo, y priorizamos la inclusión de
potenciales lectores no especializados. Confieso que no
resultó una tarea sencilla, porque implicó generar un tono
muy distinto al que utilizo en mis escritos científicos. Esta
invitación a abrir el juego al pensamiento hacia temas
críticos de nuestro presente (que nos involucran en cuanto
comunidad y civilización), supuso un gran desafío y una
oportunidad única para repensarme como escritor y para
integrar conocimiento. Y esa experiencia de aprendizaje
pasó a ser un plan colectivo: Yamila revisó las primeras
versiones, propuso cambios e itinerarios de lectura, luego
se sumó el invaluable trabajo de edición y corrección de
otros integrantes de la editorial, como el de Luciano
Padilla López y Federico Rubi, más la lectura de galeras
de Agustina Fracchia. La excelente concepción gráfica fue
aportada en sucesivas etapas por Mónica Deleis,
diagramadora, artista plástica y eximia lectora. A todos
ellos, les agradezco su calidez, profesionalismo, ideas
para pulir y potenciar el libro.
Por otra parte, estas páginas son producto de un
recorrido de trabajo y pensamiento que se nutrió de
conversaciones y discusiones con mentores, colegas,
compañeros, críticos, familiares y amigos: sabiéndolo o
no, de formas directas e indirectas, hicieron un gran
aporte. Agradezco a Antonio Battro, Clancy Blair, Silvia
Bunge, Silvina Brussino, Cecilia Calero, Bibiana
Carpinella, Manuel Carreiras, Jorge Colombo, Adrián
Díaz, Beatriz Diuk, Haydée Echeverría, Kathinka Evers,
Marta Farah, Diego Fernandez Slezak, Phil Fisher,
Carolina Fracchia, Héctor Garrido, Federico Giovannetti,
Juan Carlos Godoy, Andrea Goldin, Marcelo Gorga,
Agustín Gravano, María Julia Hermida, Iván Insúa, Luis
Jaume, Cristina Juárez, Juan Kamienkowski, Florencia
Kratsman, Miki Kratsman, Rita Kratsman, Facundo
Lipina, Fernando Lipina, Guido Lipina, Pablo Lipina,
Derek Lomas, Jorge López Camelo, Matías López y
Rosenfeld, Alejandro Maiche, Claudia Martinez Zárate,
Natalia Mota, Robert Myers, Verónica Nahmad, Lea
Novera, Hans Offerdal, Eric Pakulak, Héctor Palma, Kepa
Paz Alonso, Marcos Pietto, Michael Posner, Lucía Prats,
Sidarta Ribeiro, Mauricio Rohrer, Mary Rothbart, Charo
Rueda, Eliana Ruetti, Arleen Salles, Ignacio Santacroce,
Soledad Segretin, Brad Sheese, Mariano Sigman, Jennifer
Simonds, Mariana Smulski, Juan Carlos Tealdi, Juan Valle
Lisboa, Gerardo Weisstaub, J. Leonardo Yánez, Alberto
Yáñez y Phil Zelazo.
También agradezco a las instituciones que apoyan la
construcción de conocimiento en nuestra área de
investigación, que en definitiva es lo que nos posibilita
crear este tipo de instancias de comunicación: Ministerio
de Ciencia, Conicet, CEMIC, UNSAM y Fundación
Conectar.
Por último, gracias a los lectores por dedicar tiempo a
este libro. Confío en haber logrado una versión que
distienda la rigidez del especialista sin restar lugar al
feliz extrañamiento. El objetivo estará cumplido si
algunas ideas novedosas puedan germinar en nuestras
mentes, en un diálogo que contribuya a construir equidad
entre todos. Lo precisamos. Lo vamos a precisar siempre.
3 La hormona corticotrofina (se la conoce como ACTH, su sigla en inglés)
es una hormona que estimula a las glándulas suprarrenales. Es producida
por la hipófisis, una glándula endocrina que segrega hormonas encargadas
de regular la homeostasis o equilibrio interno (véase nota 32). Entre ellas,
las hormonas tróficas que regulan la función de otras glándulas del
sistema endocrino.
4 La amígdala es un conjunto de núcleos de neuronas ubicadas en los
lóbulos temporales que recibe y envía múltiples conexiones a distintas
áreas del cerebro y que participa en diferentes aspectos del
procesamiento emocional.
5 Véanse, respectivamente, <www.younglives.org.uk> y
<www.ophi.org.uk>.
6 Disponible en
<www.uca.edu.ar/index.php/site/index/es/uca/observatorio-de-la-deuda-
social-argentina>.
1. Los números de la pobreza
El mapa no es el territorio
Si la miseria de los pobres no es causada por las
leyes de la naturaleza, sino por nuestras
instituciones, cuán grande es nuestro pecado.
Charles Darwin, Diario del viaje de un
naturalista alrededor del mundo (1839)
La inequidad social y la pobreza son dos fenómenos que
caracterizan la humanidad, al menos desde que surgieron
las primeras civilizaciones (Pringle, 2014). Sin embargo,
los niveles de inequidad y pobreza alcanzados en la
actualidad dejan claro que estamos viviendo una etapa de
profunda mediocridad moral, habida cuenta de la cantidad
de residuos humanos que generamos cada día. El uso del
término “residuo” en los estudios de pobreza fue
propuesto por el sociólogo Zygmunt Bauman, quien
planteó que un ser humano que vive hoy en la indigencia
se asemeja a los individuos considerados homo sacer en
la Roma imperial, designación que se aplicaba a las
personas que quedaban fuera de la jurisdicción del
derecho y a las que, por lo tanto, no se reconocía
existencia alguna.
La información disponible es elocuente respecto de la
pertinencia de tal categoría para los miles de millones de
seres humanos que viven en situación de indigencia y
pobreza. Se estima que en 2016 la riqueza del 1% de los
habitantes más ricos del planeta será mayor que la del
99% restante. Durante la última década, poco más de la
mitad de este 99% no tuvo ingresos superiores a 1,25
dólares diarios. En el mismo período, el panorama de esta
pobreza extrema varió entre el 1,5% en países centrales
industrializados y el 80% en países periféricos –la
mayoría en África subsahariana, la región más pobre del
planeta–.
Si bien durante ese tiempo la humanidad pudo producir
alimentos para el doble de la población mundial, la
insuficiencia ponderal[7] afectó al 23% de los niños de
los países más pobres (129 millones) y la emaciación,[8]
al 33% (195 millones). Por otra parte, el 16% (1100
millones) de las personas no tuvo acceso a agua potable y
el 37% (2600 millones) no contó con sistemas de
saneamiento. Estos dos factores produjeron anualmente la
muerte de 1,8 millón de niños, 443 millones de días
escolares perdidos y 150 millones de niños con trastornos
de aprendizaje. En el contexto de esta tragedia masiva, y
en el mismo período, el 5% del producto bruto interno
mundial se gastó en corrupción (Banco Mundial, 2014;
PNUD, 2012, 2014; Unicef, 2005a, 2013, 2015).
Definir la pobreza
La pobreza es un fenómeno complejo que
comenzó a estudiarse científicamente a partir de
la Revolución Francesa. Desde entonces,
diferentes disciplinas humanas, sociales y de la
salud han ensayado formas de definirla y medirla.
Como producto de tales esfuerzos, en la
actualidad contamos con más de doscientas
formas de referirnos a ella (Spicker y otros,
2009). Un cuadro conceptual permite agrupar las
designaciones típicas en función de cinco
conceptos diferentes. Este ejercicio de
clasificación intenta reflejar la pluralidad de
fenómenos involucrados en la vivencia de la
pobreza, así como las dificultades para definirla y
medirla.
A pesar de que el crecimiento económico contribuyó a
reducir la pobreza, no ha logrado disminuir la
desigualdad, cuya tendencia creciente ha sido claramente
identificada por investigadores y funcionarios de los
organismos multilaterales de Naciones Unidas (Ravallion,
2014). La nutrición defectuosa, la falta de acceso a
educación de calidad y las disparidades en salud que
sufren los millones de niños que habitan el planeta
conviven con la obscenidad de una cultura que exacerba
el consumo y la dominación económica y militar. Por
ejemplo, en 2005 se estimaba que, para lograr la
enseñanza primaria universal en 2015, se necesitarían
100.000 millones de dólares. Por otra parte, en 2003 los
gastos mundiales en defensa fueron mayores a 950.000
millones de dólares. Es decir, reducir un 1% de los gastos
militares mundiales durante un año podría haber
proporcionado educación a todos los niños del planeta.
Respecto de la salud, el costo de inmunizar a la totalidad
de la población infantil para el año 2004 se estimó en 187
millones de dólares, lo cual representaba el 0,02% del
gasto militar mundial para ese período (Unicef, 2005a).
En otros términos, más allá de los enormes esfuerzos de
distintos sectores y organizaciones comprometidas con los
valores de solidaridad, generosidad, dignidad y amor, la
civilización contemporánea sigue siendo desigual y pobre
al extremo de alcanzar la desmesura, en el sentido de la
hybris griega (que designaba el desprecio temerario hacia
la dignidad y el espacio personal ajenos). Una
civilización con tales niveles de desesperanza e injusticia
no sólo requiere un cambio en la forma de gobernar y
administrar los recursos, sino también una profunda
reestructuración cultural y moral. En la actualidad estamos
inmersos en una incertidumbre, a la que la ciencia no es
ajena y en la que nuestros conocimientos no alcanzan para
tener plena dimensión de los problemas que nos afectan.
La pobreza infantil en América Latina
La incidencia de pobreza infantil en América
Latina varía según el indicador utilizado.
Datos tomados de Cepal-Unicef (2010), Gordon y
otros (2003), PNUD (2008), Unicef (2009).
En particular, las investigaciones científicas acerca de
cómo influye la pobreza en el desarrollo cerebral y
psicológico en un contexto histórico moderno vuelven
necesario considerar algunas cuestiones centrales. Por una
parte, la gran diversidad de factores individuales y
ambientales precisa abordajes multidisciplinarios, en los
que cada rama ayude a comprender el fenómeno. Por
ejemplo, señalar que una familia posee ingresos
insuficientes en relación con un umbral establecido por un
organismo gubernamental o multilateral no permite per se
establecer cómo se ve afectado el desarrollo de las
competencias autorregulatorias de cada uno de sus
integrantes.
Si bien el mundo académico es consciente de que
construir conocimientos acerca de la pobreza requiere
esfuerzos interdisciplinarios, por distintos motivos
resultan difíciles de realizar. Por una parte, el alto grado
de fragmentación y especialización de las diferentes
disciplinas obstaculiza o limita las oportunidades de
consensuar conceptos y metodologías para construir y
aplicar abordajes verdaderamente interdisciplinarios. Se
trata de una suerte de mezquindad profesional que se
antepone a las necesidades de quienes padecen pobreza y
que constituye una variante leve de la ceguera moral que
caracteriza nuestra civilización.
Otro factor relevante es la inercia de publicación
generada por la presión de los mecanismos de evaluación
y financiación de la producción científica. En casi todos
los sistemas de investigación, los profesionales dependen
de subsidios para investigar y, en consecuencia, deben
inscribir sus propuestas en concursos de financiación de
proyectos. Esos subsidios permiten realizar estudios y
obtener datos que se usan para escribir trabajos que serán
enviados a un grupo de pares que evalúan si su calidad y
originalidad ameritan su publicación. A su vez, de esos
subsidios y esas publicaciones depende la evaluación del
trabajo de cada investigador, a partir de la cual se decide
si es conveniente que siga formando parte del sistema de
investigación. Por otra parte, a medida en que los sistemas
de investigación crecen, aumenta la competencia entre los
investigadores por los recursos disponibles, lo cual afecta
su productividad.
En esta cultura del trabajo científico, dedicar tiempo a
esfuerzos interdisciplinarios puede significar desviar la
atención del plan de trabajo personal que contribuye a su
propia subsistencia. Es decir, a mayor especialización,
menor posibilidad de generar colaboraciones orientadas a
construir abordajes interdisciplinarios. En los estudios de
pobreza, una consecuencia de este proceso es que, en la
medida en que el conocimiento se construye desde
perspectivas disciplinares específicas, quienes no forman
parte de la comunidad académica acceden a información
parcial sobre qué es y cómo afecta la pobreza a las
personas. Por ejemplo, la pobreza por ingreso se ha
asociado en forma reiterada a una mayor probabilidad de
impacto sobre el desarrollo intelectual de los niños. La
evidencia también indica que es posible optimizar el
aprendizaje y el desarrollo cognitivo a través de
diferentes estrategias de intervención. Esto quiere decir
que el hecho de que una familia padezca pobreza por
ingreso no implica necesariamente que los niños que la
integran tengan o vayan a tener dificultades de desarrollo
o de aprendizaje. Si un maestro o un diseñador de
políticas públicas sólo tomase en cuenta esa información,
podría modificar sus acciones profesionales y dejar de
apuntar a optimizar el desarrollo intelectual.
Sin embargo, esa tendencia está comenzando a cambiar,
en particular en el contexto de la ciencia del desarrollo,
en el cual es cada vez más importante contar con el aporte
especializado de otras disciplinas para comprender los
fenómenos. Un ejemplo son los estudios del impacto de la
violencia sobre el desarrollo emocional temprano, que
desde hace más de dos décadas han comenzado a incluir
abordajes de la genética comportamental, la neurociencia
cognitiva y la psicología del desarrollo, lo cual ha
permitido profundizar considerablemente el conocimiento
en esa área.
Otro ejemplo son los hallazgos científicos sobre cómo el
estrés crónico desde antes del nacimiento aumenta la
probabilidad de afectar la salud de los niños en etapas
posteriores de su desarrollo físico e intelectual. Estas
investigaciones provienen de disciplinas como la
antropología, la lingüística, la pediatría, la psicología y la
neurociencia (Lynn Goldberg y otros, 2015), y quienes se
ocupan de diseñar políticas públicas para favorecer el
desarrollo infantil han comenzado a incorporarlas. Esto
permite esperar que en poco tiempo las barreras de la
especialización disciplinar comiencen a modificarse para
generar interdisciplina genuina, lo que podría dar lugar a
estudios más adecuados de los problemas complejos
involucrados en el impacto de la pobreza sobre el
desarrollo infantil, en general, y el cognitivo, en
particular.
Un tercer factor que limita los esfuerzos
interdisciplinarios genuinos corresponde a los prejuicios,
dogmatismos y reduccionismos de la comunidad
académica. Por ejemplo, pocos teólogos o
neurocientíficos se animarían a afirmar que las formas de
definir la pobreza que proponen sus disciplinas tienen más
en común entre sí que con la economía. La teología de la
liberación plantea que un individuo que vive en situación
de pobreza pierde la capacidad de ser consciente de que
es un sujeto de derecho (Gutiérrez, 1972). Esta noción se
acerca más a las de la neurociencia cognitiva y la
psicología del desarrollo contemporáneas que postulan
que la pobreza influye negativamente sobre el desarrollo
de las competencias autorregulatorias, que las
caracterizaciones económicas que describen la pobreza
como carencia de satisfactores para necesidades
específicas. En otros casos se verifica un intento de
trasladar conceptos de una disciplina a otra en forma
directa, sin considerar cuestiones epistemológicas ni
conceptuales propias de cada una acerca de las relaciones
entre pobreza y cognición. Por ejemplo, la distinción entre
procesos cognitivos y no cognitivos utilizada por el
análisis económico para determinar la influencia del
ingreso insuficiente en esos procesos (Heckman, 2006)
desconoce la evidencia empírica producida por la
psicología del desarrollo y la neurociencia cognitiva
contemporáneas, según las cuales ambos tipos de
procesos en gran medida tienen trayectorias superpuestas.
En otros términos, procesos que los psicólogos y los
neurocientíficos consideran complementarios son tomados
como independientes por algunos economistas.
El mayor problema en este caso no es la discusión
conceptual en sí –que se alimenta del debate en función de
la generación de evidencia empírica genuina–, sino la
eventual trasposición cristalizada de esa
conceptualización en el diseño de intervenciones y
políticas públicas. Veamos un ejemplo elocuente: durante
los años noventa y en los Estados Unidos, los hospitales
de los estados de Georgia y Florida entregaban discos con
música de Mozart a las madres de recién nacidos cuando
eran dados de alta. Esta política respondía a un estudio
realizado a principios de la década por neurocientíficos,
que encontraron que un grupo de estudiantes universitarios
mostraba una mejora en el desempeño de una tarea de
procesamiento espacial luego de escuchar una sonata del
compositor austríaco. Otro ejemplo es el de la
sobrevaloración de los primeros mil días de desarrollo
(antes que los seis mil restantes): dado que el desarrollo
autorregulatorio se extiende hasta la segunda década de
vida, si se focaliza sólo en los primeros mil días se pierde
de vista la importancia de los siguientes años para
prevenir impactos y generar oportunidades. Estos dos
ejemplos ilustran cuán importante resulta interpretar en
forma adecuada la evidencia empírica para generar
acciones orientadas a abordar las necesidades concretas
de las comunidades. El único modo razonable de avanzar
en este sentido es trabajar interdiscipliariamente, esto es,
aunar los esfuerzos de la ciencia y las políticas públicas,
y abonar una comunicación social responsable y sólida de
los conocimientos alcanzados.
En líneas generales, la definición de la pobreza y de sus
impactos ha comenzado a incluir en forma progresiva una
crítica a la racionalidad destructiva y deshumanizante que
caracteriza la civilización contemporánea, cuyas
adversidades comprometen seriamente al desarrollo
humano (Bauman, 2005; 2015). La evidencia reciente de
la psicología y la neurociencia cognitiva permite sostener
que esa racionalidad redunda en la destrucción de los
proyectos de vida de millones de adultos y niños desde
antes del nacimiento (Lipina, 2014). El conocimiento
logrado por estas disciplinas contribuye a mejorar la
comprensión de algunos de los mecanismos que explican
este proceso de destrucción, y, en este sentido, ofrece
fundamentos para una perspectiva de transformación. En
los que siguen abordaremos algunos detalles.
7 Es decir, el peso inferior al esperado para cierta edad. Su causa más
común es la desnutrición derivada de una alimentación inadecuada.
8 Peso inferior al que corresponde a la altura esperable para determinada
edad, como consecuencia de enfermedades y falta de alimentación
adecuada. Es uno de los indicadores más importantes de mortalidad en
niños de edad inferior a los 5 años.
2. Cómo se forma y cómo
cambia el sistema nervioso
durante el desarrollo
(o qué es la plasticidad neural)
Contar con una parte de la riqueza de la sociedad y
liberarse de la presión económica son [dos
cuestiones] absolutamente necesarias para
[contribuir al] desarrollo intelectual.
Donald Hebb, The Organization of Behavior
(1949)
Para comprender cuáles son los grados de libertad que
permiten al ser humano cambiar y adaptarse a las
contingencias ambientales desde su nacimiento, es
importante intentar comprender algunos conceptos sobre
cómo se forma y evoluciona el sistema nervioso. Sepa
disculpar el lector el eventual exceso de términos
técnicos, que está al servicio de tan importante tarea de
reflexión.
El inicio del cambio
El sistema nervioso de los seres humanos está formado
por una parte central, que contiene el cerebro y la médula
espinal, y otra periférica, que corresponde a todas las
conexiones que se distribuyen en los órganos y modulan su
actividad mediante variaciones electroquímicas. Ambas
funcionan en forma complementaria entre sí y con otros
sistemas del organismo, como el inmunológico y el
endocrino. En la actualidad la neurociencia se encuentra
en una etapa de nuevos descubrimientos que revelan la
existencia de conexiones entre el sistema linfático y el
sistema nervioso central. Estos hallazgos tienen
importancia para el estudio de la dimensión
neurobiológica de la pobreza. En efecto, invitan a
repensar las consecuencias de la adversidad temprana y la
acumulación de estrés a lo largo de la vida en tanto
obligan a revisar los supuestos acerca de los procesos de
inflamación cerebral relacionados con los trastornos
inmunológicos.
Estructura básica de una célula neuronal
En el cuerpo de la neurona vemos el núcleo de la
célula y las dendritas, una forma especializada de
membrana que multiplica las oportunidades de
contacto con otras células, a partir de la
generación de sinapsis. Por su parte, el núcleo
contiene la información genética necesaria para
producir las moléculas y proteínas que necesitará
para su funcionamiento. De allí parte otra
especialización denominada “axón”, una
prolongación que puede tener diferentes
extensiones (por su intermedio la célula se
conecta con otras neuronas, así como con órganos
y músculos de diferentes partes del cuerpo). Al
final de cada axón están los botones sinápticos,
que contienen moléculas de diferente tipo, los
neurotransmisores. El impulso nervioso consiste
en un cambio de signo eléctrico en la membrana
celular, que viaja desde el núcleo hasta los
botones sinápticos a través de los axones. Estas
señales eléctricas causan que las vesículas
sinápticas liberen su contenido en el espacio
sináptico, transformando la señal de eléctrica a
química. Una vez en el espacio sináptico, los
neurotransmisores se unen a receptores de la
siguiente célula, y eventualmente inician un nuevo
ciclo de transmisión electroquímica. El concierto
molecular y celular que implica este
funcionamiento es sumamente complejo e
involucra mecanismos que aún son tema de
estudio.
Desde la concepción, y durante toda la vida, el sistema
nervioso se organiza y cambia en función de la interacción
entre las características propias de cada individuo y el
ambiente en que vive. El conjunto de esos cambios se
denomina “plasticidad neural”. El término “neural” remite
a cualquier componente y conexión que forme parte del
sistema nervioso e incluye tanto los diferentes tipos de
células que conforman el tejido nervioso –las neuronas y
la glía– como las distintas moléculas que intervienen en la
transmisión de información entre las células –por
ejemplo, los neurotransmisores y los factores
neurotróficos–.[9] Es decir que el sistema nervioso
cambia durante toda la vida de acuerdo con la
constitución, los esfuerzos y las posibilidades de
adaptación de cada individuo al entorno. Sin embargo, las
oportunidades de cambio no son uniformes durante el
ciclo vital: en las primeras etapas del desarrollo la tasa
de cambio de los componentes neurales es mucho mayor
que en las posteriores.
El desarrollo neural se inicia con un proceso muy
delicado que se origina en la etapa embrionaria con la
acción de diferentes moléculas de señalización que
activan ciertos genes y desactivan otros, mecanismo que
da lugar a un proceso de inducción y proliferación de
células nerviosas al que le sigue otro de migración, en el
cual las células recién formadas viajan hasta llegar a su
destino final. Una vez que se ubican allí, comienzan a
conectarse y a funcionar en concierto y dan origen a una
función específica (por ejemplo, la visión o la audición).
A diferencia de las etapas de inducción, proliferación y
migración, que ocurren durante el desarrollo prenatal, las
fases siguientes del desarrollo cerebral dependen cada
vez más de las interacciones del individuo con su
ambiente.
Luego del nacimiento, cada experiencia de vida tiende a
generar contactos entre las neuronas, que se producen a
través del crecimiento de dendritas y axones.[10] En sus
puntas, los axones contienen conos de crecimiento que
exploran activamente el ambiente buscando su destino.
Esa búsqueda involucra un número variado de moléculas
de señalización, algunas de las cuales se encuentran en las
células que conectan los conos de crecimiento; otras son
liberadas por células que se encuentran cerca de los conos
y varias se encuentran en los conos mismos y funcionan
como receptores de señales ambientales. La unión de
estas señales con los receptores genera información que
produce diferentes tipos de movimientos en los conos de
crecimiento, lo cual modula sus contactos.
Una vez que los axones alcanzan sus blancos, hacen
sinapsis con otras células, esto es, se conectan con ellas, y
forman una estructura a través de la cual las señales
eléctricas que transportan los axones son recibidas por
otras células mediante neurotransmisores químicos,
información que a su vez puede generar una nueva señal
eléctrica. La regulación e integración de la información
que cada neurona recibe a través de miles de sinapsis son
las responsables de la capacidad de procesamiento del
cerebro. Para que este funcione en forma adecuada, es
necesario que las conexiones sean altamente específicas.
Esa especificidad se origina en mecanismos moleculares
que guían a cada axón a su blanco. Por su parte, las
dendritas también están involucradas en los procesos de
iniciar contactos con los axones y en aportar proteínas
para la parte postsináptica de las conexiones, que además
se especializa progresivamente en ajustar el sistema de
transmisión neuroquímica. Luego de que se forman las
sinapsis, algunas moléculas coordinan su maduración, lo
que contribuye a que se adapten a los cambios
ambientales. Otra clase de moléculas determina el tipo de
neurotransmisores que las neuronas van a utilizar para
comunicarse entre sí. Así como los genes activan o
desactivan señales para regular el desarrollo de células
especializadas, la producción de neurotransmisores
específicos depende de un proceso similar.
Otro proceso celular de suma importancia que tiene lugar
durante el desarrollo es la mielinización. Este consiste en
que las células gliales cubren los axones neuronales, lo
que ayuda a aumentar la velocidad de procesamiento de
las señales enviadas de una neurona a otra. A diferencia
de los procesos de generación de sinapsis –que sólo
suceden durante la primera década y media de vida–, la
mielinización continúa por mucho más tiempo. Una vez
que se crean las redes neurales, se produce una serie de
procesos que contribuyen a volverlas más eficientes.
Integración de niveles de análisis durante el
desarrollo cerebral
En el desarrollo cerebral y cognitivo interactúan
múltiples componentes, con diferentes tipos de
retroalimentación. Este esquema teórico
propuesto por Westermann y otros (2007) integra
cuatro niveles de análisis: genético, cerebral,
corporal y ambiental. La expresión genética está
determinada por el genoma de una persona e
influye sobre su propia regulación y sobre la
constitución de estructuras neurales y del cuerpo.
Una vez que las estructuras neurales comienzan a
desarrollar su actividad, entran en interacción con
otras preexistentes. Esto genera la eventual
regulación de la expresión genética y sostiene
parte de la actividad corporal, determinada a su
vez por una morfología específica, y realizada en
un ambiente específico. La vivencia suscitada por
ese ambiente modula la actividad neural y
también la expresión genética.
Sólo cerca de la mitad de las neuronas que se generan
durante el desarrollo sobreviven en la vida adulta. En
otras palabras, millones de células son removidas. Este
fenómeno, conocido como “poda sináptica”, ocurre a
través de dos mecanismos. El primero (la apoptosis)
consiste en la muerte celular programada que se activa
cuando una neurona deja de recibir señales químicas,
llamadas “factores tróficos”, que son producidas en
pequeñas cantidades por tejidos específicos. Cada factor
trófico, a su vez, posibilita la supervivencia de un grupo
de neuronas distintas o la producción de otros factores
tróficos. El segundo mecanismo que induce a la poda
sináptica elimina las conexiones “poco utilizadas”. Esto
se debe a que mediante señales químicas y eléctricas
regula su eliminación, haciendo que las conexiones más
activas –es decir, que generan corrientes eléctricas–
sobrevivan y aquellas con poca o ninguna actividad se
pierdan.
Momentos y oportunidades
La interacción entre la actividad genética y los cambios
neurales por adaptación al ambiente es compleja y se
produce tempranamente durante el desarrollo. Los
momentos de máxima organización de los diferentes
sistemas neurales que sostienen las conductas son
llamados “períodos críticos”. Estos períodos, que tienen
por definición una duración limitada, son fases del
desarrollo con las que los sistemas se transforman para
dar lugar a una habilidad o función particular. Durante
estas fases, los sistemas son especialmente sensibles a
ciertos factores, cuya frecuencia antes de que se cierre el
período crítico es determinante para el normal desarrollo
de la habilidad en cuestión. Aunque la mayor parte de los
procesos de muerte neuronal ocurre durante la etapa
prenatal, gran parte de las conexiones entre neuronas se
elimina durante estos períodos luego del nacimiento.
Para madurar de manera adecuada, el sistema nervioso en
desarrollo debe contar con experiencias sensoriales,
emocionales y materiales específicas. Luego de cada
período crítico, las conexiones neurales disminuyen y son
menos proclives al cambio. Sin embargo, las que
sobreviven resultan más fuertes, confiables, eficientes y
pasan a formar parte de los “mapas” sensoriales, motores
y cognitivos que contribuyen a generar diferentes tipos de
representaciones del mundo y del propio individuo. Es
importante tener presente que existen múltiples períodos
críticos durante el desarrollo neural que se organizan en
forma secuencial a medida que cada función cerebral se
va estableciendo. Cualquier cambio que modifique alguno
o algunos de estos mecanismos moleculares y
estructurales puede dar lugar a alteraciones en el
procesamiento de la información que tienen diferentes
grados de reversibilidad. En general, la recuperación
cognitiva luego de una privación de estímulos ambientales
suele ser mayor durante las etapas tempranas del
desarrollo cerebral. En tal sentido, la investigación
neurocientífica sugiere que la estimulación ambiental a
través de la exposición a ambientes complejos, es decir,
con experiencias sensoriales, cognitivas y sociales ricas,
puede contribuir a reforzar esa recuperación.
En este punto de la explicación del complejo proceso de
desarrollo neural típico, esto es, el esperable para
determinada especie (en nuestro caso, el Homo sapiens),
es importante considerar algunos aspectos y despejar
algunas concepciones erróneas, derivadas de una
asociación equívoca entre poda sináptica y cierre de
períodos críticos. En primer lugar, los procesos de
generación y eliminación de sinapsis no se producen al
mismo tiempo en todas las áreas cerebrales. Por ejemplo,
se estima que la poda en las áreas de procesamiento
sensorial y motor culmina alrededor de los 24 meses de
edad, mientras que en las áreas frontales termina no antes
de los 15 años. Este dato resulta central porque los
componentes neurales que conforman las diferentes redes
de las zonas frontales del cerebro están involucrados en
los procesos de autorregulación, pensamiento y
aprendizaje. Así, dichas competencias requieren un
tiempo prolongado para desarrollarse y la calidad de los
contextos específicos de crianza y educación resulta
fundamental para proteger o, por el contrario, poner en
riesgo ese afianzamiento. Por una parte, desde la
concepción y hasta los 5 años, el suministro adecuado de
nutrientes, la generación de vínculos afectivos que
garanticen un apego seguro entre los cuidadores y los
niños, y la estimulación del aprendizaje son aspectos que
contribuyen a un desarrollo adecuado de las funciones
autorregulatorias que se apoyan en las redes neurales
multimodales (las dedicadas a procesar información de
diferente tipo). Por otra parte, el inicio de la adolescencia
es una etapa de vulnerabilidad frente al estrés que impone
nuevas demandas a la conformación de las redes neurales
multimodales. En otras palabras, el aporte de nutrientes y
afecto, y el hecho de vivir en ambientes seguros que
permitan afrontar situaciones adversas durante las
primeras dos décadas de vida son condiciones que
modulan el desarrollo de las redes neurales involucradas
en la autorregulación y el aprendizaje en contextos
sociales formales y no formales.
En segundo lugar, que se haya alcanzado el número
estable de sinapsis en cada área cerebral no significa que
el desarrollo cognitivo y el aprendizaje se cierren, dado
que siguen abiertas las oportunidades de generar nuevos
contactos por intervenciones ambientales. De hecho,
mucho después de que se haya estabilizado el número de
sinapsis en cada área cerebral es posible continuar
construyendo conocimientos escolares, técnicos y
profesionales de cierta complejidad. Por ejemplo, el
aprendizaje del álgebra, del cálculo matemático complejo
y de la programación comienza después de ese evento
neural. Y, más importante aún, basar el desarrollo
cerebral y cognitivo sobre un solo factor –en este caso, la
generación y eliminación de sinapsis– es un error que
pasa por alto una idea que la neurociencia postula en la
actualidad, según la cual ese desarrollo involucra el
cambio de múltiples componentes de distintos niveles de
organización que están en interacción continua y en
contextos temporales de cambio muy dinámico. Es decir,
si bien el desarrollo neural se concentra en las etapas
tempranas de la vida, esto no implica que no se pueda
continuar aprendiendo y formándose durante la vida
adulta, aun en condiciones ambientales adversas.
Los abordajes teóricos recientes que surgen de la
evidencia neurocientífica sobre el desarrollo neural
sostienen que este depende de la actividad neural y de la
experiencia. Por ende, tanto el procesamiento cognitivo y
emocional como la construcción de aprendizajes
modifican las redes neurales responsables de esos
procesamientos. Eso, a su vez, se asocia con la
posibilidad de experimentar y representarse nuevas
experiencias que generarán nuevos cambios en los
sistemas neurales de las diferentes áreas del cerebro. Un
enfoque de este tipo –denominado “neuroconstructivista”–
propone que la base del desarrollo cognitivo, emocional y
del aprendizaje forma parte de un proceso sistémico de
cambios inducidos por esos niveles en un contexto
ecológico complejo que involucra interacciones sociales
con especificidades culturales determinadas.
Así, la idea de que existe una ventana de oportunidad
cuyo cierre coincide con el final de la poda de sinapsis no
es más que una falsa representación, un mito surgido en
los años noventa que sostiene que los tres primeros años
de vida son un período crítico para el desarrollo humano.
Esa concepción no se basa en evidencia científica: ni la
psicología del desarrollo ni la neurociencia han obtenido
evidencias que la sostengan. Otro de los elementos que ha
contribuido a crear este mito es el hecho de que el sistema
nervioso cambia de forma y estructura por la estimulación
ambiental. La suma de ambos redundó en la noción
errónea de que para que los niños no pierdan
oportunidades de desarrollo hay que estimularlos antes de
que se cierren los períodos de poda sináptica. Esto
generó, en forma deliberada o no, una industria de las
prácticas de crianza, programas de intervención y
políticas públicas inconducentes, como la entrega de
millones de CD de música de Mozart que mencionamos en
el capítulo anterior (Bruer, 2000).
La epigenética (o cuando el ambiente modifica
la expresión del ADN)
La epigenética hace referencia a diferentes
factores y mecanismos de regulación genética que
modifican la expresión del ADN, pero sin alterar
la secuencia de sus bases. Los factores genéticos
involucrados están determinados por el ambiente
celular. Estas “marcas” no son genes, pero
igualmente influyen en la genética por medio de
mecanismos como la acetilación y la metilación.
Los mecanismos epigenéticos son fenómenos
estables (pueden transmitirse a otras
generaciones) y permiten observar cómo es la
adaptación de un individuo a su ambiente sobre la
base de la plasticidad de su genoma. Estas
modificaciones incluyen procesos fisiológicos
normales y patológicos, como varios tipos de
cáncer, enfermedades cardiovasculares,
neurológicas, reproductivas e inmunológicas.
Los cambios no son todos iguales: heterogeneidad de la
plasticidad neural
A mediados del siglo XX, algunos laboratorios de
investigación psicológica y neurocientífica comenzaron a
estudiar, con diferentes abordajes experimentales, los
cambios del desarrollo cerebral producidos por
influencias ambientales en distintas especies de animales.
Uno de ellos, realizado con roedores, analizó el cambio
neural en diferentes niveles de organización –desde el
molecular hasta el conductual– y comparó distintos
aspectos de la estructura y la función cerebral en
individuos expuestos a ambientes de crianza con y sin
estimulación ambiental y social adecuadas. Estos trabajos
demostraron cómo la presencia o ausencia de
estimulación –tanto material como social– produce
cambios en la cantidad, forma y funcionamiento de
diferentes componentes del sistema nervioso. Así, la
exposición a ambientes complejos o con falta de
estimulación sensorial y social se ha asociado a diversos
cambios estructurales: por ejemplo, el número y la forma
de los contactos entre neuronas y células gliales, la
cobertura de mielina en los axones, los vasos sanguíneos
dentro del cerebro, la generación de nuevas neuronas en
áreas como el hipocampo[11] y el bulbo olfatorio durante
la vida, la expresión genética, la disponibilidad y el
metabolismo de distintos factores tróficos y de
neurotransmisores (Holtmaat y Svoboda, 2009).
Entre los cambios de la conducta, la evidencia
disponible indica con claridad que la calidad del
ambiente de crianza se asocia con transformaciones en el
desarrollo motor, emocional y cognitivo, tanto durante el
aprendizaje de diferentes tareas como en la expresión de
las competencias de autorregulación y de apego a los
cuidadores. Es decir que el desarrollo y el aprendizaje se
construyen y evolucionan a partir del continuo intercambio
de información entre las características individuales –la
constitución que surge de la identidad genética de cada
individuo– y el conjunto de eventos ambientales, que
incluyen el universo de insumos materiales y simbólicos
que cada cultura y sociedad ofrecen.
Algunos de estos insumos son necesarios en momentos
específicos del desarrollo. Tal es el caso del ambiente
afectivo y lingüístico con el que se encuentra un recién
nacido; en caso de ser adecuado, le permitirá convertirse
en un ser humano. Los cambios neurales que tienen lugar
durante esta etapa adaptativa dependen de la plasticidad
expectante de la experiencia: para que suceda, necesita la
presencia de los estímulos ambientales específicos que
caracterizan a cada especie. Por ejemplo, el encuentro de
los rostros entre una madre y su bebé, en el caso de los
primates, o los aprendizajes que se producen de forma
rápida e inevitable en determinados períodos críticos,
como la descripción hecha por el etólogo Konrad Lorenz
(1970) respecto de cómo las crías de aves siguen a los
adultos de su especie durante las primeras etapas de su
desarrollo [imprinting].
En etapas posteriores, el sistema nervioso continúa
organizándose en función de la calidad y cantidad de
información y eventos materiales y simbólicos del
ambiente. Estos cambios corresponden a la plasticidad
dependiente de la experiencia, que incluye todos los
cambios en el sistema nervioso que dependen del tipo de
experiencia individual y que, por lo tanto, varían entre los
individuos de una misma especie. Es decir, una vez que un
individuo es miembro de su especie, su construcción
neural depende de la compleja interacción entre sus
características personales, sus cuidadores y los eventos
experimentados en el ambiente en el que vive.
Como vemos, la plasticidad expectante de la experiencia
representa una forma de cambio neural común a varios
individuos, mientras que la que depende de la experiencia
es más fluida, en la medida en que las experiencias y las
oportunidades de adaptación y aprendizaje difieren de una
persona a otra. Los ya mencionados procesos de
generación y poda de sinapsis son dos ejemplos de
mecanismos plásticos que se dan en los procesos
expectantes y dependientes de la experiencia. La
organización del sistema nervioso involucra, además,
otros mecanismos, como los cambios moleculares en los
niveles genético y celular, que intervienen en la
transmisión de señales químicas y eléctricas, y la
integración de esa información que da lugar a su
procesamiento involucrado en la memoria y el
aprendizaje.
Para las políticas de salud, educación y desarrollo que
una comunidad tiene que llevar adelante a fin de proteger
el desarrollo de sus miembros, ambos tipos de cambios
neurales tienen la misma importancia, aunque requieren
estrategias y tiempos de acción diferentes. En los países
donde se logran mayores niveles de equidad social desde
antes del nacimiento, las acciones tendientes a cuidar a las
familias cuando reciben nuevos integrantes suelen incluir
los tiempos y recursos necesarios para que los
intercambios materiales y simbólicos sean adecuados. Por
el contrario, aquellos países que tienen niveles altos de
desigualdad social suelen fracasar a la hora de generar
una trama de protección adecuada del desarrollo infantil.
El aporte de las neuroimágenes
En la actualidad, las técnicas de neuroimágenes permiten
observar la estructura y función del cerebro mientras está
procesando la información. La historia de estos
dispositivos data de finales del siglo XIX, cuando el
fisiólogo italiano Angelo Mosso comenzó a evaluar con
métodos no invasivos el cambio en el flujo sanguíneo
cerebral de pacientes con malformaciones craneanas
mientras realizaban distintas actividades. Para ello,
registraba las pulsaciones cerebrales –un fenómeno que
puede observarse en forma directa en la fontanela de los
recién nacidos– con un instrumento inventado por él, el
“pletismógrafo”, que le permitía convertirlas en ondas
cuantificables como variaciones de volumen. Mosso notó
que cuando una persona realizaba tareas cognitivas –por
ejemplo, cálculos matemáticos– las pulsaciones
aumentaban. Esta evidencia lo llevó a inferir que la
actividad cerebral suponía un incremento del flujo
sanguíneo.
Unos años más tarde, en 1918, el neurocirujano
estadounidense Walter Dandy introdujo la
ventriculografía, una técnica mediante la cual, luego de
inyectar aire filtrado en uno o ambos ventrículos –las
cavidades anatómicas por las que circula el líquido
cefalorraquídeo, sustancia que cumple funciones de
nutrición y protección–, tomaba imágenes de rayos X del
sistema ventricular, procedimiento que contribuyó a
mejorar la comprensión que se tenía del funcionamiento
ventricular y del líquido cefalorraquídeo.
Las neuroimágenes como una ventana al
procesamiento cognitivo
Las técnicas más usuales en la investigación
neurocientífica contemporánea son la tomografía
por emisión de positrones (PET), la resonancia
magnética funcional (fMRI), la
magnetoencefalografía (MEG) y la
electroencefalografía/potenciales evocados
(EEG/ERP). En el panel superior izquierdo, una
PET capta la activación de áreas temporales y
frontales durante la lectura de textos en adultos
sin práctica y con práctica (adaptado de Posner y
Raichle, 1994). En el panel superior derecho,
imágenes de fMRI: a la izquierda, redes neurales
más y menos activas durante la solución de una
tarea con demandas de control inhibitorio
(adaptado de Durston y otros, 2006); a la derecha,
la activación de diferentes redes de acuerdo a la
implementación de diferentes estrategias de
aprendizaje aritmético (adaptado de Delazer y
otros, 2005). En el panel inferior izquierdo, un
estudio de MEG representa con color negro un
área activa en personas que participaron en un
entrenamiento cognitivo con demandas de
memoria de trabajo (adaptado de Astle y otros,
2015). El panel inferior derecho muestra un
registro de ERP, promedio de actividad
electroencefalográfica frontal durante la
realización de una tarea atencional en niños que
participaron en un entrenamiento cognitivo
(izquierda) y en niños no entrenados (derecha,
tomado de Rueda y otros, 2005).
En 1927, el psiquiatra y neurocirujano portugués António
Egas Moniz desarrolló la angiografía cerebral, que
permitió visualizar con gran precisión los vasos
sanguíneos cerebrales tanto en personas sin trastornos
como en aquellas que padecían alguna enfermedad.
Muchos años después, a principios de los años setenta,
los ingenieros electrónicos Allan Cormack –un
sudafricano que además era físico– y el inglés Godfrey
Hounsfield crearon la tomografía computada axial (CAT,
por sus iniciales en inglés), un instrumento que les valió el
Premio Nobel de Medicina en 1979 y permitió generar
imágenes anatómicas mucho más detalladas del cerebro; a
la vez, mejoró tanto el diagnóstico de enfermedades como
la investigación en neurociencia.
Al poco tiempo, a principios de la década de 1980, los
radioisótopos –que son iones y moléculas ligadas a un
átomo de metal– permitieron generar las técnicas de
tomografía computarizada por emisión de fotones simples
(SPECT, su sigla en inglés) y de tomografía por emisión
de positrones (PET, nuevamente en inglés), que se
aplicaron de inmediato al estudio del sistema nervioso.
Básicamente, lo que ambas hacen es generar imágenes
sobre la base de la detección y el análisis de la
distribución tridimensional de un radioisótopo que se
inyecta por vía endovenosa y que tiene una vida muy
corta.
Por su parte, la resonancia magnética (MRI, en inglés),
desarrollada, entre otros, por el físico inglés Peter
Mansfield y el químico australiano Paul Lauterbur –
quienes recibieron el Premio Nobel de Medicina en 2003
por este invento–, no tardó mucho en aparecer. Durante
los años ochenta, esta técnica que muestra los cambios
estructurales en el cerebro –por ejemplo, en el volumen
de tejido neural de una región– no asociados con la
resolución de tareas específicas comenzó a utilizarse en el
ámbito clínico; su refinamiento técnico y sus cualidades
diagnósticas la volvieron un recurso muy usual.
Los investigadores en neurociencia aprendieron
rápidamente que los grandes cambios en el flujo
sanguíneo medidos con la técnica de PET podían también
ser generados por imágenes con la técnica de MRI. Poco
después se creó la resonancia magnética funcional (fMRI,
por sus iniciales en inglés), que desde los años noventa se
transformó en la técnica dominante para generar mapas
cerebrales debido a que es poco invasiva, no requiere
exposición a radioisótopos y es bastante accesible. La
MRI y la fMRI producen, respectivamente, imágenes de
alta resolución de la localización de las estructuras
cerebrales y de la activación de las redes involucradas en
la ejecución de tareas específicas, y ambas ofrecen
imágenes de alta resolución de las conexiones entre las
diferentes redes neurales mediante el estudio de la
difusión por tensión de sustancias líquidas a través de los
axones.
Todas estas técnicas necesitan instalaciones en las que
pueda colocarse un resonador, que es básicamente un imán
gigante que gira alrededor de la cabeza de la persona cuyo
cerebro se explora. Por ende, hacen falta un espacio
amplio y medidas de seguridad adecuadas para proteger a
los pacientes, a los voluntarios, a los técnicos y a los
investigadores, ya que suelen crear campos magnéticos
considerables. Además, este tipo de estudio demanda que
el paciente o voluntario esté inmovilizado y concentrado
durante cierto tiempo. Por este motivo es difícil usarlos
con niños. En algunos laboratorios hay maquetas que
simulan los equipos para practicar los procedimientos
antes de realizarlos.
En los últimos años, se han desarrollado nuevas técnicas
que –además de permitir profundizar el estudio estructural
y funcional del sistema nervioso y, mediante programas
informáticos, combinar la información que arrojan con la
de otros instrumentos– son menos demandantes para los
pacientes y voluntarios. Entre ellas, cabe mencionar la
magnetoencefalografía (MEG), que produce imágenes de
alta resolución del lugar y momento en que se producen
las activaciones neurales a partir del análisis de campos
magnéticos; la espectroscopia infrarroja (NIRS es su sigla
en inglés), que genera imágenes espaciales utilizando la
región infrarroja cercana del espectro electromagnético y
valiéndose de pequeños dispositivos que se apoyan sobre
el cráneo –lo cual facilita su utilización con niños
pequeños–, y la tomografía óptica (OT, su sigla en inglés),
que es una variante de la tomografía computada que
produce un modelo digital del volumen del tejido neural
reconstruyendo imágenes a partir de la luz que este
transmite.
Un aspecto importante es que las neuroimágenes que
vemos publicadas en los trabajos científicos y en los
medios de comunicación y de divulgación no son
necesariamente lo que parecen. Las imágenes no son como
las vemos en forma directa cuando realizamos los
estudios, sino que se construyen. A pesar de su aparente
realidad, los colores que indican los diferentes tipos de
actividades son agregados por los investigadores a partir
de múltiples análisis estadísticos y complejos procesos de
toma de decisión sobre la delimitación de los umbrales de
activación para una función.
En realidad, las imágenes sólo son un aspecto de esa
función, construido a partir de muchos otros elementos
además de los que ellas presentan. Esto las vuelve muy
útiles para evaluar ciertos elementos de la estructura o
función cerebrales, pero no como explicación acabada de
la totalidad de lo que allí está ocurriendo. Y esto no es un
dato menor, porque cuando los investigadores y los
médicos muestran sus imágenes a públicos neófitos,
incluso dentro del ámbito académico, pueden inducir lo
que técnicamente se denomina una “identidad ontológica”
entre el área activada y su función: nuevamente, en este
caso la imagen es el mapa de un territorio, y no el
territorio (redes que se activan) en sí. Puede decirse que
la identidad ontológica es una manera frenológica de
considerar el sistema nervioso. La frenología, una teoría
propuesta por Franz Joseph Gall que surgió durante el
siglo XIX y tuvo su auge hasta entrado el siglo XX,
sostenía que los rasgos de personalidad y las conductas
sociales podían determinarse a partir de la forma del
cráneo (y la cabeza) y las facciones. Estas ideas fueron
dejadas de lado a principios del siglo XX por la
evidencia científica que produjeron la neurociencia y la
psicología, pero el uso contemporáneo de las
neuroimágenes, sobre todo en los medios masivos de
comunicación, suele incurrir en interpretaciones de este
tipo.
De hecho, en el estudio neurocientífico contemporáneo
de la pobreza, algunos investigadores consideran que
mostrar los efectos de la pobreza sobre el desarrollo
infantil a políticos y funcionarios con imágenes es más
convincente que hacerlo sólo con información proveniente
de la conducta de las personas. En una era en la que
impera la “neuromanía”,[12] las imágenes cerebrales
parecen tener una trascendencia mayor que la propia de
los datos que aportan y, además, se las valora más que
cualquier otra información de mayor valor ecológico para
la vida de los niños que viven en la pobreza, como sus
dificultades para resolver problemas cotidianos y
escolares que, en definitiva, es sobre lo que se diseñan las
intervenciones. Las imágenes son muy útiles para
construir conocimiento, pero lo son menos para generar
intervenciones y prácticas de enseñanza.
Por último, si bien la electroencefalografía (EEG) no
ofrece estrictamente imágenes como las que acabamos de
describir, en la actualidad también se la considera parte
del grupo de las neuroimágenes y, de hecho, existen
abordajes que las combinan. Las técnicas de EEG
consisten en exploraciones de la fisiología neural basadas
en el registro de la actividad bioeléctrica cerebral en
diferentes condiciones. Quien obtuvo los primeros
hallazgos de este tipo de actividad eléctrica fue, en 1875,
el médico inglés Richard Caton, cuando describió la
actividad bioeléctrica en los hemisferios cerebrales de
roedores y primates no humanos después de utilizar
electrodos que atravesaban sus cráneos. En 1912, el
investigador ruso Vladimir Pravdich-Neminsky publicó
los primeros estudios de EEG y potenciales evocados
realizados en perros que en 1920 el neurólogo alemán
Hans Berger comenzó a utilizar con personas.
Básicamente, la EEG constituye un método no invasivo
que registra la actividad eléctrica del cerebro a través del
cráneo. Lo que mide son las fluctuaciones de voltaje que
producen las corrientes iónicas dentro de las neuronas. En
la actualidad, se utiliza una gran cantidad de electrodos
distribuidos en todo el cráneo y es útil para fines tanto
clínicos como de investigación.
Si bien es una técnica que posee una resolución espacial
limitada, pues no detecta con exactitud el lugar en el que
se origina la actividad neuronal –un aspecto en el que las
restantes son mucho más precisas–, la EGG continúa
siendo una herramienta valiosa por su alta resolución
temporal, que permite definir eventos en el rango de los
milisegundos. De ella deriva la técnica de potenciales
evocados (ERP, por sus iniciales en inglés), que consiste
en hacer un promedio de la actividad
electroencefalográfica ante estímulos específicos –
auditivos, visuales o somato-sensitivos– lo que la
convierte en un instrumento de suma utilidad para la
neurociencia y la psicología cognitiva.
La innovación en las tecnologías moleculares y de
neuroimágenes ha contribuido a profundizar el
conocimiento acerca de cómo se expresa la plasticidad
neural a través de cambios adaptativos de las células
nerviosas en respuesta a las demandas del ambiente. La
activación de las redes neurales asociadas al
procesamiento motor, auditivo y visoespacial que se
registra en los cerebros de los músicos profesionales al
ser evaluados con técnicas de fMRI cuando escuchan
música, y los incrementos en el volumen de sustancia gris
de ciertas áreas del hipocampo[13] que se activan al
intentar recordar localizaciones geográficas que muestran
los estudios realizados a taxistas de la ciudad de Londres,
a quienes para obtener sus licencias profesionales se les
exige un conocimiento profundo del trazado de la ciudad,
son ejemplos ilustrativos.
Durante los últimos quince años, los estudios
neurocientíficos orientados a analizar la influencia de la
pobreza sobre la organización cerebral también han
comenzado a considerar la plasticidad neural. Si bien este
tema será tratado con más detalle en el próximo capítulo,
mencionamos aquí algunos ejemplos: los estudios que
muestran cómo las prácticas de crianza, el nivel educativo
materno y la complejidad del ambiente lingüístico
disponible pueden permitir predecir o anticipar el nivel
de desempeño en tareas con demandas de memoria y
control cognitivo (Rao y otros, 2010), el volumen o la
función del hipocampo (Sheridan y otros, 2012, 2013) y
del sistema de respuesta al estrés por medio del
funcionamiento del eje HPA.
Estos estudios ayudan a establecer qué redes neurales se
activan cuando los niños que se crían en hogares que
ofrecen distintas formas de estimulación para el
aprendizaje realizan tareas cognitivas mientras se les
aplican técnicas de fMRI o ERP y, de este modo, permiten
analizar en forma simultánea diferentes procesos de
plasticidad dependiente de la experiencia. Asimismo,
muestran asociaciones específicas entre esos eventos, lo
que permite afirmar que ninguno de ellos tiene el mismo
sentido en forma aislada que cuando se los analiza en
conjunto. Esta propuesta es relevante si se estudian
fenómenos complejos como el desarrollo autorregulatorio,
involucrado en las competencias para controlar
pensamientos e impulsos durante la realización de
diferentes actividades cotidianas y en la adquisición de
aprendizajes.
Los tiempos del estrés: respuestas crónicas y
agudas
Los estresores ambientales disparan el
funcionamiento del sistema de regulación del
estrés, que libera al torrente sanguíneo diferentes
moléculas y hormonas. Cada uno de estos
elementos ejerce sus acciones durante lapsos de
tiempo diferentes, que pueden ir desde
milisegundos hasta años. En el esquema, el
círculo central más pequeño (que contiene las
leyendas “estrés” y “tiempo = 0”), representa el
momento inicial de la activación del eje en el que
diferentes moléculas y hormonas comienzan su
acción. Por ejemplo, la hormona de liberación de
corticotrofina actúa en el rango de minutos y
horas, mientras que las monoaminas (un conjunto
de neurotransmisores cruciales para el
funcionamiento neural general) en el de
milisegundos a minutos o los corticoesteroides en
el de horas, días y meses. Esto significa que no es
posible pensar en la respuesta al estrés como un
fenómeno simple. Por otra parte, los procesos de
regulación que se sostienen durante milisegundos
o minutos se asocian a la activación aguda de una
red neural; y los que se producen durante horas,
días y meses se asocian a otra red, de activación
crónica.
Respecto de la plasticidad de la sustancia blanca,
diferentes trastornos del desarrollo y de la salud mental
han comenzado a ser descriptos por medio de las técnicas
de imágenes en términos de su impacto sobre la
conectividad entre células de la corteza cerebral. Así,
algunos estudios han permitido verificar que la
experimentación de un evento estresor no se localiza en
una sola región cerebral, sino en un sistema distribuido de
redes que involucra áreas de la corteza cerebral y
subcorticales, además del sistema inmunológico. Dicho de
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  • 1.
  • 2. Índice Cubierta Índice Colección Portada Copyright El mejor alimento para la patria de los hombres (por Diego Golombek) Introducción. Ciencia y pobreza: definir las privaciones no es lo mismo que experimentarlas 1. Los números de la pobreza. El mapa no es el territorio 2. Cómo se forma y cómo cambia el sistema nervioso durante el desarrollo (o qué es la plasticidad neural)
  • 3. El inicio del cambio Momentos y oportunidades Los cambios no son todos iguales: heterogeneidad de la plasticidad neural El aporte de las neuroimágenes 3. Ventanas de oportunidad para el cambio. Períodos críticos y epigenética ¿Crítico o sensible? La construcción de individualidad 4. Los costos cerebrales de la pobreza. La producción de residuos humanos ¿Cómo se evalúa la autorregulación? Conceptos básicos Autorregular bajo el imperio de la pobreza Neuroimágenes de la pobreza en funcionamiento Llevar la pobreza bajo la piel Residuos entre residuos La hipoteca más vergonzante: comer poco, comer mal 5. Intervenir desde el conocimiento: la ingeniería del cambio (o cómo la ciencia del desarrollo puede
  • 4. contribuir a proteger y mejorar el afianzamiento cognitivo) Los programas de intervención temprana Cómo diseñar un programa de intervención. La perspectiva multimodular Programas de intervención en contextos escolares. La perspectiva educativa Intervenir atendiendo al desarrollo neurocognitivo. La perspectiva neurocientífica contemporánea Historia de un programa de investigación La primera generación de intervenciones La introducción de tecnologías de la información y la comunicación en las intervenciones La incorporación de las madres a las intervenciones La búsqueda de diferencias individuales: ¿cómo detectar predictores del cambio? Aprendiendo de las tensiones entre políticas de salud y de ciencia Otras experiencias de intervención Conclusiones. Las necesidades del futuro Un gran aporte para derribar las barreras de la exclusión (por J. Leonardo Yánez) Bibliografía
  • 6. Sebastián Lipina POBRE CEREBRO Los efectos de la pobreza sobre el desarrollo cognitivo y emocional, y lo que la neurociencia puede hacer para prevenirlos
  • 7. Lipina, Sebastián Pobre cerebro: Los efectos de la pobreza sobre el desarrollo cognitivo y emocional, y lo que la neurociencia puede hacer para prevenirlos.- 1ª ed.- Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores, 2016.- (Singular) E-Book. ISBN 978-987-629-675-5 1. Neurobiología. I. Título. CDD 573.8 © 2016, Siglo Veintiuno Editores Argentina S.A. <www.sigloxxieditores.com.ar> Diseño de portada: Juan Pablo Cambariere Digitalización: Departamento de Producción Editorial de Siglo XXI Editores Argentina Primera edición en formato digital: julio de 2016 Hecho el depósito que marca la ley 11.723 ISBN edición digital (ePub): 978-987-629-675-5
  • 8. El mejor alimento para la patria de los hombres Diego Golombek[1] Me vistió la pobreza, me lamió el cuerpo el río, y del pie a la cabeza pasto fui del rocío. Miguel Hernández, “Las abarcas desiertas” Existe en inglés un bello juego de palabras: food for thought, algo así como alimentos para el pensamiento. Pero esta metáfora intelectual tiene también su aspecto concreto, corporal: lo que comemos, lo que hacemos, nuestros estilos y calidades de vida, tienen mucho que ver con lo que le pasa a nuestro cerebro. Y si la verdadera patria de los hombres es la infancia,[2] lo que hagamos con ese cerebro en los primeros meses y años de vida puede marcar un camino de rosas o de serpientes para todo lo que venga después. Todos hemos oído hablar del genoma humano, ese conjunto de instrucciones que hace que seamos personas,
  • 9. jugadores de básquet o de ajedrez, sebastiancitos. Es, en cierta forma, lo que traemos de fábrica, el color de los ojos, la propensión a ciertas enfermedades y sí, nos marca bastante. Pero no es todo: somos también lo que hacemos con lo que traemos de fábrica: la comida, los mimos de papá y mamá, la clase de gimnasia o la de geografía, la frazada en el invierno y el helado en verano. En otras palabras, también nos constituye el ambiente que nos toque en suerte o en desgracia. Y quizá donde más se marque este efecto ambiental sea en el cerebro, ese aparato que, de alguna manera, nos hace ser quienes somos. Allí cambia, todo cambia, se acallan o gritan las charlas entre neuronas, se hacen y deshacen circuitos, crecen y decrecen áreas. Sabemos hoy que el cerebro es especialmente sensible al estrés crónico, al maltrato, la carencia física y afectiva… a la pobreza. Así como a Mafalda le partía el alma ver gente pobre (mientras que Susanita opinaba que “bastaba con esconderlos”), a Sebastián Lipina le parte el alma cómo la pobreza, pese a los esfuerzos por erradicarla, impacta sobre el desarrollo y funcionamiento del sistema nervioso. Por eso, trata de entender las raíces del mal, esa desigualdad que no hemos podido sacarnos de encima, la falta de comida, de estímulos, de alegrías; todo lo que hace que el cerebro de un chico pueda o no estar adecuadamente alimentado, estimulado, alegre y en crecimiento. Lo bueno es que Sebastián no se queda en el
  • 10. diagnóstico, la desilusión o la queja, sino que presenta y propone diferentes iniciativas sobre qué hacer, cómo dar vuelta los efectos de la pobreza temprana. A caballo entre la sociología, la neurociencia y la ética, este libro nos muestra el cerebro que no miramos, que elegimos no mirar porque, de nuevo Mafalda, “el mundo queda tan, tan lejos”… Pero no, queda allí, en lo que vivimos cada vez que salimos a la calle, y queda también aquí, dentro del cráneo, entre las dos orejas. Sebastián Lipina nos abre los ojos frente a efectos menos conocidos de la desigualdad, y propone establecer una suerte de “agenda neurocientífica de la pobreza”, un paso necesario para que, de a poco, vivamos en un mundo mejor y más justo para todos. 1 Doctor en biología, especializado en cronobiología. Es uno de los más reconocidos divulgadores científicos en lengua castellana, actividad que desarrolla en la prensa escrita, en el campo editorial, y en radio y televisión. Es autor de numerosos papers y libros, en su gran mayoría publicados por Siglo XXI Editores, donde también dirige la colección Ciencia que ladra… 2 Al menos según el poeta Rainer Maria Rilke.
  • 11. Introducción Ciencia y pobreza: definir las privaciones no es lo mismo que experimentarlas ¡Ah, cuán duro es decir cuál se mostraba esta selva salvaje, áspera y fuerte, que aún en la mente el pavor renueva! Dante Alighieri (1304-1308), La Divina Comedia, Infierno, canto I, vv. 4-6 Qué es la pobreza y cómo la experimentamos los seres humanos son dos preguntas que trascienden el interés científico. En primer lugar, porque es un fenómeno que afecta a más de la mitad de la humanidad y que condiciona las posibilidades de que las personas vivan sus vidas con dignidad. La pobreza enferma y mata mucho más pronto en comparación con aquellas condiciones en las que están garantizados la satisfacción de los derechos a la salud, la educación y el trabajo. Por eso, puede obstaculizar las oportunidades de crecimiento y aprendizaje de niños y
  • 12. adultos, hipotecando sus posibilidades de inclusión social, educativa y laboral durante todo el ciclo de la vida. Además, la pobreza está lejos de ser una experiencia homogénea para los miles de millones de personas que la padecen. Las privaciones de un niño pobre que vive en la región andina de Perú o Bolivia no son experimentadas de manera similar a las de otro niño pobre que vive en un país de África subsahariana o de la India. Con todo, aun dos niños pobres que se crían en el mismo barrio de una ciudad no experimentan de la misma forma las privaciones, porque su sensibilidad a ellas puede ser diferente, así como la red social y de cuidado que los contiene o los rechaza. Como podrá anticipar el lector, la importancia del tema es, sobre todo, moral. El interés científico radica en intentar echar luz sobre las causas y los mecanismos de la pobreza, y sobre sus consecuencias para la vida de las personas. Y con eso, generar respuestas que estén a la altura de la emergencia moral de nuestros tiempos, en que se ha perdido el interés por el sufrimiento de los demás. Lo que la pobreza le hace al cuerpo El término “pobre” proviene del latín pauper, que significa “que produce poco, infértil”. A su vez, este adjetivo deriva de la raíz indoeuropea pau, “poco o
  • 13. pequeño”. En ese contexto, “pobreza” remite a la condición de parir o engendrar poco, en el caso del ganado, o de tener escaso rendimiento, en el de la agricultura. Así, desde su origen, es una palabra que remite a los sistemas productivos de las sociedades humanas. Con el gradual advenimiento de las formas de producción industrial, “pobreza” adquirió nuevas significaciones vinculadas a las carencias en las condiciones de vida que impiden satisfacer necesidades y derechos básicos de las personas. Desde la perspectiva de la vida cotidiana de los adultos, suele ser una experiencia psicológica tensa y penosa que se traduce en impotencia y pérdida de libertad para elegir y actuar. Esa experiencia está marcada por la precariedad de los medios de sustento, transitorios e inadecuados; viviendas inseguras, sin servicios y socialmente estigmatizadas; el hambre, el cansancio y las enfermedades crónicas; la inequidad y los problemas en las relaciones de género; la discriminación y el aislamiento en los vínculos sociales; así como por conductas de indiferencia y abuso por parte de quienes están en posiciones de poder. Desde luego, también inciden la exclusión institucional, la fragilidad de las organizaciones sociales y la disminución de las capacidades por falta de información, educación, habilidades y confianza. En síntesis, la pobreza es una violación de la dignidad humana, en tanto trunca el
  • 14. desarrollo de las capacidades de las personas, y una de las señales más potentes de desigualdad. En cualquiera de sus definiciones y más allá de la forma en que se mida, causa enfermedad, muerte prematura y humillación, que se asocia con la discriminación, la sujeción, la vergüenza y la falta de confianza. Para los niños, el contexto de carencias y privaciones aumenta la probabilidad de que su crecimiento físico y desarrollo psicológico se vean afectados por las dificultades para acceder a la alimentación e inmunización adecuadas incluso desde antes del nacimiento. (Las probabilidades de adquirir enfermedades prevenibles que, en muchos de estos casos, resultan letales aumentan con la exposición a ambientes inseguros e insalubres.) Por otra parte, muchas de las carencias que conlleva la pobreza son de carácter simbólico: las condiciones de vida hacen que las oportunidades de estimular las competencias cognitivas y el desarrollo emocional, intelectual y social de los niños disminuyan porque la tensión psicológica y la impotencia de los adultos para alcanzar estándares mínimos de dignidad cotidiana pueden provocar un aumento de la incidencia de estresores en los ambientes de crianza. Los estresores son circunstancias ambientales –por ejemplo, las carencias materiales y afectivas típicas de la vivencia de la pobreza– que activan un sistema de adaptación orgánico que involucra diferentes partes del
  • 15. sistema nervioso central y autónomo y se denomina “eje HPA”, porque involucra al hipotálamo, la glándula pituitaria y la médula adrenal, aunque también se conecta con otras redes neurales del cerebro y modula su funcionamiento. En situaciones tempranas de adversidad causadas por la pobreza extrema, el maltrato y el abandono, el sistema se activa en forma crónica y daña la salud física y psicológica de todos los integrantes de la familia, en especial de los niños, desde antes de su nacimiento. Uno de los aspectos que la pobreza y el estrés crónicos afectan de forma significativa es el desarrollo de las competencias autorregulatorias. Pensamiento estratégico y adaptación al ambiente La autorregulación es un concepto psicológico que se refiere a todas aquellas conductas que se orientan a solucionar un problema específico, a un fin particular (véase “¿Qué es la autorregulación?”). Abarca conductas que ayudan a las personas a adaptarse a los cambios que se producen en sus ambientes de crianza, de estudio, de trabajo, de recreación o de cultivo espiritual. Estas conductas complejas se construyen, se aprenden y se modifican durante todo el ciclo vital. La investigación en psicología del desarrollo y en neurociencia ha permitido identificar qué procesos elementales las constituyen:
  • 16. la atención; la identificación de pensamientos y emociones más o menos útiles para lograr un objetivo; el recuerdo y uso de información relevante para lo que se busca hacer; la posibilidad de cambiar el rumbo del pensamiento o la acción cuando las circunstancias ambientales se modifican; la capacidad de imaginar los pasos a seguir para realizar una tarea compleja y luego ejecutarlos o la de monitorear y modificar el curso del pensamiento y las emociones propios durante la realización de las tareas. Cada uno de estos procesos psicológicos específicos se construyen biológica y ambientalmente por medio de la socialización que propone cada cultura. En términos neurobiológicos, la autorregulación se asocia con la organización de diferentes redes neurales en el sistema nervioso, cuya maduración y desarrollo tienen lugar durante las dos primeras décadas de vida. En los próximos capítulos se presentan ejemplos de las técnicas conductuales y de neuroimágenes que se utilizan para explorar el surgimiento y el desarrollo de los procesos autorregulatorios.
  • 17. El eje HPA, el encargado de responder al estrés El eje HPA (la “H” corresponde a hipotálamo, la “P” a pituitaria, y la “A” a adrenal) entra en funcionamiento cada vez que una persona afronta una situación de estrés y sirve para adaptarnos a
  • 18. un ambiente percibido como amenazante, preparándonos para dar una respuesta. Aquí se muestran los principales componentes y conexiones de este sistema de autorregulación, que posee mecanismos de retroalimentación en los niveles molecular y celular. Su activación se ve modulada por diferentes tipos de influencias, como el tipo de estresor (no es lo mismo escapar de un león que intenta comernos, que resolver un ejercicio de álgebra o hablar ante un auditorio de quinientas personas), la duración de tal circunstancia, el contexto en que se produce y la edad y el género de la persona que enfrenta la situación. También depende de las características genéticas, dado que las personas encaramos de diferentes modos los entornos que nos desafían y por eso mismo divergen las formas en que procesamos y expresamos nuestras respuestas autorregulatorias. Cuando el sistema se activa, el hipotálamo pone en circulación la hormona liberadora de corticotrofina que al llegar a la glándula pituitaria activa precisamente la segregación de dicha sustancia.[3] Cuando las cortezas adrenales (esto es, situadas encima de los riñones) reciben la corticotrofina, liberan a su vez diferentes tipos de corticoesteroides, que actúan sobre la corteza
  • 19. frontal, el hipocampo y la amígdala,[4] estructuras relacionadas con la autorregulación emocional y cognitiva. Como producto de este ciclo de activaciones, en el organismo se dispara un conjunto de mecanismos que contribuyen con la adaptación al ambiente e involucran a diferentes moléculas y hormonas que pueden ser procesadas por diferentes sistemas orgánicos, como el cardiovascular o el inmunológico. Esto significa que el afrontamiento de situaciones estresantes genera una activación compleja e integrada de diferentes mecanismos, e involucra también cambios en el procesamiento cognitivo y emocional. Cuando esta activación general del sistema se sostiene en el tiempo –es decir, cuando se vuelve crónica–, puede afectar la integridad de diferentes sistemas neurales y alterar su funcionamiento. Además, puede generar el desgaste y la enfermedad de diferentes sistemas orgánicos. Como el desarrollo del eje HPA comienza durante el período perinatal, la activación crónica temprana puede afectar el desarrollo infantil y alterar las posibilidades de aprendizaje e inclusión social.
  • 20. La investigación también ha demostrado que el desarrollo autorregulatorio puede ser modificado por las pautas de crianza en el hogar, la socialización y la educación formal y no formal. Esta posibilidad de cambio, sumada a un desarrollo extendido en el tiempo, también significa que la autorregulación es más vulnerable en entornos poco estimulantes o con estresores intensos y habituales. La naturaleza compleja del desarrollo autorregulatorio impone la necesidad de implementar conceptos y metodologías combinadas, provenientes de diferentes disciplinas, para poder identificar y estudiar su modulación en contextos de pobreza. Problemas actuales en el estudio científico de la pobreza La conceptualización de la pobreza como problema social es un aporte reciente. En ese sentido, que existan pobres en el mundo significa que la civilización contemporánea propone una racionalidad que trastorna la vida de muchas personas, pues las deja en situaciones adversas, de carencia, que vulneran sus derechos humanos, las enferman desde antes de su nacimiento y les acortan la vida. De hecho, los Objetivos de Desarrollo del Milenio (OMD, propuestos a principios de los años noventa por los organismos multilaterales de las Naciones Unidas para
  • 21. reducir las consecuencias de la desigualdad y la pobreza) parecen no haber cuestionado lo suficiente la organización misma de la economía que, en lugar de ser inclusiva, incrementó una crisis que, en términos de Bauman, no contribuye a generar una racionalidad superadora basada sobre la noción de “bienestar humano” (Bauman, 2005). En la actualidad, los organismos multilaterales están discutiendo nuevamente cómo abordar estos problemas a partir de evaluar los alcances relativos de los OMD, ya reemplazados por los Objetivos de Desarrollo Sustentable (ODS), nombre con el que se conoce la agenda para el desarrollo humano post-2015. Recién en esas discusiones comienza a tratarse la importancia de incluir el bienestar humano en las consideraciones del crecimiento de las sociedades; esto involucra una crítica a los postulados basados sólo en indicadores macroeconómicos, como el producto bruto interno, que dejan de lado la inclusión social. Más allá de la importancia de este cambio conceptual, que plantea el crecimiento de las sociedades sobre la base de la inclusión y el bienestar de las personas, el camino para lograr equidad y detener la producción de residuos humanos, o al menos la hipoteca que pesa sobre la salud física y mental de las futuras generaciones, continúa siendo largo y sembrado de obstáculos por parte de sectores con intereses variados, tanto altruistas como mezquinos. Desde inicios del siglo XX, las ciencias sociales,
  • 22. humanas, de la salud y biológicas han propuesto diferentes definiciones para los estados de carencia material y simbólica que caracterizan la pobreza y han elaborado estrategias para modificarlos a través de acciones y políticas que varían de acuerdo con distintas concepciones e ideologías de seguridad e inclusión social. Algunas de esas definiciones reposan sobre conceptos como los de ingreso insuficiente, indigencia, brecha, línea subjetiva, desempleo, privación, insatisfacción de necesidades básicas, marginalidad, malestar, precariedad, hacinamiento, supervivencia, cultura de la pobreza, dependencia, mendicidad, desventaja, vulnerabilidad, incapacidad, desigualdad, segregación, distancia social y económica, sometimiento y explotación (Spickler y otros, 2009). Las formas de definir y medir la pobreza utilizadas antes de la década de 1980 se basaban sobre concepciones unidimensionales y estáticas –sólo tenían en cuenta un criterio o dimensión de la carencia, sin observar su cambio en el tiempo– que tendían hacia una noción de la pobreza estratificada en niveles socioeconómicos, como la distinción entre clase baja, media y alta. Luego la pobreza comenzó a concebirse como un fenómeno multidimensional, lo llevó a generar definiciones que consideraran diferentes aspectos de la vida de las personas que la padecen. Los índices de desarrollo humano ajustados por desigualdad, la inequidad de género y la pobreza en todo su alcance,
  • 23. que comenzaron a ser utilizados por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en 2010, son uno de los productos de esos esfuerzos. Dichos índices están compuestos por diferentes indicadores: entre otros, la esperanza de vida al nacer, el promedio de años de educación, el ingreso anual per cápita, la mortalidad materna, los embarazos en la adolescencia, el cupo femenino en las legislaturas, la participación de las mujeres en la fuerza laboral, la matrícula escolar, el saneamiento, los bienes y el acceso al agua potable y a la electricidad , la nutrición y la mortalidad infantil. Este tipo de definiciones se imponen gradualmente en los informes mundiales de organismos multilaterales como el PNUD y Unicef. Un denominador común característico de la construcción conceptual de indicadores de pobreza y de desarrollo humano, tanto uni- como multidimensionales, es que la pobreza es concebida como un fenómeno complejo que involucra múltiples factores individuales y ambientales (en continua interacción y cambio) y que acontece, en contextos culturales e históricos específicos. Por “factores individuales” entendemos los aspectos biológicos y psicológicos que porta cada individuo desde su concepción y durante todo su desarrollo. Con “factores ambientales”, en cambio, nos referimos tanto al espacio físico que habitamos como a la compleja trama de intercambios materiales y simbólicos, propios de los
  • 24. contextos sociales, que involucran a congéneres, instituciones, sistemas normativos y valorativos, y que están contenidos en un bioma –esto es, un área biogeográfica con determinado tipo de vegetación, fauna y sistema climático–. En este complejo escenario, la definición conceptual de la pobreza –es decir, qué es– constituye un tema crítico, ya que determina la forma en que se estudia el fenómeno y, por lo tanto, el diseño de estrategias o políticas de intervención para modificar sus causas y sus efectos. Respecto del desarrollo psicológico, dados sus múltiples condicionamientos biológicos, ambientales y culturales, resulta necesario establecer tanto la pertinencia como las limitaciones de los enfoques adoptados en las investigaciones. Por ejemplo, la pobreza definida en términos de ingreso brinda información acerca de la capacidad de un hogar para conseguir dinero y solventar sus gastos en un momento dado. Por su parte, el criterio fundado sobre la noción de “necesidades básicas insatisfechas” (NBI), aunque también refiere a una condición de carencia, muestra una forma crónica, de larga data, de experimentar la pobreza por parte de un grupo familiar. Si bien ambos indicadores pueden ser útiles para estudiar el impacto de la pobreza sobre el desarrollo infantil, no permiten establecer aspectos específicos de las vivencias suscitadas por ella; así, no consigue dar cuenta de cómo los niños la enfrentan a
  • 25. diario. Para eso, es necesario incorporar otros indicadores que sí los contemplen, y muchos han comenzado a surgir hace poco más de una década. En otras palabras, analizar el impacto de la pobreza sobre el desarrollo cerebral y psicológico utilizando sólo el nivel de ingreso familiar o la insatisfacción de las necesidades básicas no permite explorar cómo se relaciona la compleja trama de fenómenos propios de la experiencia de la pobreza, qué aspectos están involucrados ni en qué momentos del desarrollo estructural y funcional del sistema nervioso operan. Estas cuestiones todavía no ingresaron a la agenda del estudio neurocientífico en forma adecuada (retomaremos este tema más adelante). Por lo general, este campo de investigación utiliza definiciones similares a las de economistas y sociólogos: considera la pobreza como un tipo de relación entre carencias materiales y psicológicas, y en términos de la falta de recursos monetarios y materiales para satisfacerlas. A su vez, las diferencias epistemológicas e ideológicas hacen que cada disciplina plantee problemas y formas de análisis propias. Por ejemplo, para los organismos oficiales de América Latina que adoptan una perspectiva económica, la pobreza remite a un conjunto de requisitos psicológicos, físicos y culturales cuyo cumplimiento representa una condición mínima necesaria para el desarrollo de la vida humana en sociedad (Cepal, 1994). Esta definición distingue dos dimensiones –las
  • 26. necesidades básicas y los satisfactores– y considera que las primeras son finitas y permanentes, mientras que los segundos están históricamente determinados. Esto implica la posibilidad de construir proyectos de vida dignos que respeten los derechos humanos básicos de alimentación, salud, educación, seguridad y trabajo depende de la forma y el momento en que cada comunidad decida hacerlo. Por otra parte, algunos autores han planteado que el concepto “pobreza” no debería constituir en sí mismo un juicio de valor ni una definición política, y que su medición debería considerarse un ejercicio descriptivo que evalúe los estándares de necesidades prevalentes en cada sociedad. Es decir, consistiría en una tarea empírica que relaciona los hechos con lo que se considera privación. Otros enfoques proponen revisar esos esquemas y profundizar el análisis de las consecuencias de límites y de sesgos, a fin de evitar perspectivas epistemológicas que impidan que las personas clasificadas como “pobres” sean reconocidas como congéneres, sujetos con pensamientos y sentimientos (Vasilachis de Gialdino, 2003). Los organismos gubernamentales y multilaterales prácticamente no recurren a las definiciones que incluyen el sufrimiento psicológico, aunque sí se apoyen en las recientes versiones multidimensionales. Las razones de esta ausencia son variadas, pero suelen vincularse con criterios conceptuales y metodológicos sesgados por
  • 27. conceptualizaciones económicas o sociológicas; con la falta de recursos materiales y humanos para relevar ese tipo de información; con la dificultad de la evaluación de los procesos psicológicos tanto en adultos como en niños, y con las distancias y prejuicios entre los investigadores que estudian la pobreza y las personas que la sufren. Es posible mencionar algunas excepciones, como los proyectos Young Lives y OPHI[5] de la Universidad de Óxford, el proyecto sobre pobreza infantil del Observatorio de la Deuda Social Argentina (ODSA)[6] y un informe de la oficina del PNUD en Estambul (UNDP, 2014). Young Lives recaba información sobre el desarrollo y las condiciones de vida de doce mil niños de Perú, Vietnam, Etiopía e India durante sus primeros quince años de vida. El abordaje que utiliza incluye indicadores clásicos de pobreza, pero también la voz y la capacidad de acción de los niños a partir de entrevistas y de la construcción de narrativas que dan cuenta de sus vidas cotidianas en términos accesibles para todo tipo de personas. De forma similar, la iniciativa OPHI se propone relevar información sobre las condiciones de vida de personas de todo el mundo y combina los nuevos criterios de los organismos multilaterales con otro proveniente de la descripción en términos narrativos de lo que implica la experiencia de pobreza en diferentes sociedades. Además, el barómetro de la Deuda Social con la Infancia –que forma parte del ODSA– incluye entre sus instrumentos de
  • 28. medición los relacionados con el ingreso y las necesidades básicas, pero también incorpora de manera innovadora indicadores asociados al respeto o violación de los derechos de los niños en términos de los artículos propuestos por la Convención sobre los Derechos del Niño de las Naciones Unidas. Algunos de estos –por ejemplo, los referidos al juego de los niños con sus familiares, a las actividades en el hogar tendientes a la estimulación del aprendizaje, las prácticas recreativas o la celebración de los cumpleaños– resultan elocuentes a la hora de considerar el bienestar psicológico de los niños. Y el informe del PNUD ya mencionado registró el impacto de la pobreza sobre la vida psíquica de adultos y niños en diferentes sociedades. El objetivo de ese instrumento es informar al sector privado sobre prácticas innovadoras de inclusión social para que las implementen en sus sistemas de administración de recursos humanos. La experiencia de la pobreza en los niños Si bien todos estos esfuerzos son muy positivos, distan de ser suficientes y de estar generalizados. Todavía estamos inmersos en una cultura en la que priman los criterios de ingreso y necesidades básicas para identificar a quienes sufren la tragedia de la pobreza. Sin embargo, en la medida en que estas perspectivas puedan ampliarse e incluyan la dimensión del sufrimiento humano, también
  • 29. será factible superar la ceguera moral de las definiciones que reducen un fenómeno complejo que afecta la vida de millones de personas a un conjunto discreto de variables económicas. Desde una perspectiva moral, el uso de indicadores sencillos que buscan evitar la complejidad metodológica y logística, propio de los criterios clásicos de medición de pobreza, no debería primar sobre la consideración del sufrimiento de nuestros congéneres. El enfoque multidimensional del fenómeno ha estimulado a los investigadores del área de la ciencia del desarrollo a estudiar su carácter dinámico y sus múltiples impactos. Recién a mediados de la década de 1990 comenzó a tenerse en cuenta el momento en el que se inician las privaciones en la vida de un niño y su duración. También en esa etapa se empezaron a investigar las correlaciones entre los distintos factores de la pobreza y sus efectos en la salud física y psicológica. Por lo general, el consenso actual en ese ámbito es que el impacto de la pobreza sobre el desarrollo emocional, cognitivo y social de los niños depende de la cantidad de factores de riesgo a los que están expuestos, de los momentos de la vida en los que experimentan las privaciones y de su susceptibilidad al ambiente (es decir, de sus posibilidades de adaptarse a la adversidad). Por ejemplo, algunos estudios realizados durante las últimas dos décadas en diferentes sociedades del mundo sugieren que cuanto más tiempo vive una familia en situación de pobreza menor es la cantidad y
  • 30. calidad de los estímulos para el desarrollo cognitivo y el aprendizaje en el hogar (Bradley y Corwyn, 2002). Otras investigaciones indican que tanto la pobreza persistente como la ocasional pueden afectar el desarrollo cognitivo y emocional de los niños; desde luego, los efectos de la primera suelen ser más pronunciados. También hay especialistas que indagan si los niños viven en centros urbanos o rurales, dado que esos contextos difieren, entre otros factores, en términos de estructuras familiares, división del trabajo, acceso a los sistemas de salud, educación y seguridad social, y en las características de las comunidades y de las redes sociales de apoyo familiar: el contexto rural se asocia a una mayor incidencia de los impactos de la pobreza y la indigencia. Por último, diferentes estudios realizados durante las últimas cuatro décadas han permitido identificar otros factores decisivos como el estado de salud de los niños desde antes de su nacimiento; la educación, ocupación y salud mental de padres y maestros; la estimulación del desarrollo emocional, cognitivo, del lenguaje y del aprendizaje en el hogar, la escuela y la comunidad; la presencia de factores que generan estrés en cualquiera de esos contextos de desarrollo; el acceso de padres y niños a los sistemas de seguridad e inclusión social, y el sistema de normas, valores, creencias y expectativas de cada comunidad. A la hora de idear acciones orientadas a prevenir o actuar sobre los efectos de la pobreza, estos
  • 31. factores pueden considerarse blancos de las intervenciones. Algunos estudios efectuados en los años noventa permitieron observar que el mismo nivel de ingreso o confort material puede ser percibido de forma diferente por los integrantes de una familia si los padres comunican o no a sus hijos sus preocupaciones sobre la inseguridad económica o si se dejan de lado los materiales y experiencias que permitan estimular el aprendizaje de los niños por falta de recursos. Esto sugiere que la experiencia subjetiva también explica en parte los efectos de la pobreza sobre el bienestar psicológico de los niños y su desempeño; por lo tanto, debe considerársela en el momento de diseñar una acción o intervención orientada a optimizar el desarrollo humano. Otros estudios han mostrado que la falta de apoyo familiar durante la escolaridad primaria también podría influir. Asimismo, la experiencia subjetiva de la pobreza depende en muchos casos de las comparaciones entre pares en los diferentes contextos de desarrollo, incluidos los medios masivos de comunicación y las redes sociales virtuales. Como sociedad deberíamos procurar adquirir aprendizajes y generar competencias de comunicación que nos permitan interactuar con otros grupos de personas: con profesionales, con técnicos y con aquellos que realizan proyectos y políticas en áreas que involucran el desarrollo humano porque, en última instancia, las
  • 32. intervenciones de organismos gubernamentales y no gubernamentales pueden modificar las consecuencias de la pobreza, algo que sin duda no puede hacerse sólo sobre la base de la actividad académica. La investigación científica puede aportar conocimientos acerca de cuáles son los métodos de evaluación de los procesos y resultados del desarrollo más adecuados en función de las planificaciones de los entes gubernamentales y multilaterales; además de acercar las discusiones teóricas que alimentan la construcción de prácticas políticas en función de cómo la sociedad, a partir de distintas fuentes de conocimiento, actualiza las nociones de desarrollo infantil. Entre tanto, la ciencia debe cuestionarse a sí misma para delimitar su lugar en las transformaciones culturales y morales que hoy en día requiere nuestra civilización y también debe interpelar de manera constructiva a quienes diseñan las políticas públicas. En particular, la ciencia del desarrollo contemporánea aporta información que permite describir una porción mínima, pero significativa, del impacto de la pobreza sobre el desarrollo humano. Una parte importante de esa contribución tendría que orientarse a nutrir un compromiso ético que contribuya a hacernos comprender por qué la pobreza es uno de los fenómenos más prevalentes en todo el mundo; cómo destruye oportunidades de desarrollo y enferma prematuramente a las personas, y qué alternativas de
  • 33. cambio e innovación es posible considerar teniendo en cuenta esos mecanismos de destrucción. Reflexiones y urgencias actuales Este libro busca orientar al lector interesado en pensar las respuestas a esas preguntas desde la perspectiva actual de la psicología y la neurociencia cognitiva del desarrollo. Su título propone reflexionar acerca de lo que nuestra civilización genera en el cerebro de las personas, pero también sobre las limitaciones de esas dos disciplinas contemporáneas para comprenderlo y construir conocimientos que contribuyan a protegerlo, tarea que necesariamente requiere salir del laboratorio e integrarse con otras disciplinas y prácticas sociales. No abordaremos aquí la cuestión de los mecanismos con que nuestra civilización causa desigualdad, sino la evidencia psicológica y neurocientífica de la pobreza como forma de esa desigualdad en el nivel autorregulatorio –como mecanismo de disminución de oportunidades para el desarrollo de capacidades– y algunos elementos centrales para pensar la construcción de la igualdad. En cada uno de los capítulos que siguen haremos foco sobre un conjunto de líneas de investigación iniciadas durante la segunda mitad del siglo XX que siguen siendo productivas en la actualidad. En el capítulo 1 presentaremos un panorama de la situación mundial y
  • 34. regional de la pobreza general e infantil que, aunque se sostenga en estadísticas, permite apreciar el nivel de la tragedia en que está inmersa la humanidad. En el capítulo 2, a partir de la evidencia actualizada que brinda la neurociencia sobre los fenómenos de cambio conocidos como “plasticidad neural”, reflexionaremos acerca del impacto de la pobreza sobre el desarrollo cognitivo y emocional en las distintas etapas de la infancia y la adolescencia y también acerca de las oportunidades de cambio. El capítulo 3 examina dos temas centrales que resultan condicionantes y limitan esas oportunidades: la susceptibilidad del individuo ante las demandas que le impone el ambiente en el que lleva adelante su existencia, y los cambios que el contexto puede generar en la constitución de los sistemas nervioso e inmunológico a partir de la modulación de la expresión de los genes que los construyen durante el ciclo vital. El capítulo 4 presenta la evidencia que la psicología del desarrollo y la neurociencia cognitiva han generado durante las últimas tres décadas acerca de cómo la experiencia de la pobreza –la falta de nutrición y estimulación ambiental temprana adecuada, la exposición a drogas y tóxicos ambientales desde la concepción y la activación crónica de los estresores ambientales– impacta sobre la constitución y el desarrollo del cerebro y sobre cómo este conjunto de factores condiciona las posibilidades de las personas para
  • 35. construir proyectos de vida bajo la premisa de la conciencia de ser sujetos de derecho. El capítulo 5 presenta ejemplos y resultados de diferentes iniciativas orientadas a diseñar e implementar acciones para contrarrestar los efectos de la pobreza sobre el desarrollo emocional, cognitivo y social. En las conclusiones proponemos algunas formas de contribuir en el futuro a la construcción de una civilización que garantice la equidad, de manera que todos podamos aspirar a oportunidades de construir proyectos de vida dignos. Es fundamental que el lector recuerde que la agenda de investigación que incluye el estudio de la pobreza desde la perspectiva de la psicología del desarrollo y la neurociencia cognitiva plantea los siguientes tres objetivos generales: profundizar la comprensión de cómo el conjunto de adversidades que se verifican en la pobreza afecta la estructura cerebral y el funcionamiento autorregulatorio durante el desarrollo; establecer cuál es el costo de esos impactos en la vida de un niño en términos de sus oportunidades de cambio y mejora, y analizar en qué medida esos impactos son modificables una vez instalados, y en qué momento de la vida y con qué tipo de intervenciones es posible generar cambios.
  • 36. Cada libro tiene un origen particular. En este caso, todo comenzó cuando Yamila Sevilla –colega investigadora y editora de Siglo XXI– me invitó a escribir un ensayo sobre los temas de pobreza y desarrollo infantil en que centro mi trabajo de investigación. Con su guía, buscamos que la escritura fuese un poco más allá del rigor técnico, en clave de ensayo, y priorizamos la inclusión de potenciales lectores no especializados. Confieso que no resultó una tarea sencilla, porque implicó generar un tono muy distinto al que utilizo en mis escritos científicos. Esta invitación a abrir el juego al pensamiento hacia temas críticos de nuestro presente (que nos involucran en cuanto comunidad y civilización), supuso un gran desafío y una oportunidad única para repensarme como escritor y para integrar conocimiento. Y esa experiencia de aprendizaje pasó a ser un plan colectivo: Yamila revisó las primeras versiones, propuso cambios e itinerarios de lectura, luego se sumó el invaluable trabajo de edición y corrección de otros integrantes de la editorial, como el de Luciano Padilla López y Federico Rubi, más la lectura de galeras de Agustina Fracchia. La excelente concepción gráfica fue aportada en sucesivas etapas por Mónica Deleis, diagramadora, artista plástica y eximia lectora. A todos ellos, les agradezco su calidez, profesionalismo, ideas para pulir y potenciar el libro. Por otra parte, estas páginas son producto de un
  • 37. recorrido de trabajo y pensamiento que se nutrió de conversaciones y discusiones con mentores, colegas, compañeros, críticos, familiares y amigos: sabiéndolo o no, de formas directas e indirectas, hicieron un gran aporte. Agradezco a Antonio Battro, Clancy Blair, Silvia Bunge, Silvina Brussino, Cecilia Calero, Bibiana Carpinella, Manuel Carreiras, Jorge Colombo, Adrián Díaz, Beatriz Diuk, Haydée Echeverría, Kathinka Evers, Marta Farah, Diego Fernandez Slezak, Phil Fisher, Carolina Fracchia, Héctor Garrido, Federico Giovannetti, Juan Carlos Godoy, Andrea Goldin, Marcelo Gorga, Agustín Gravano, María Julia Hermida, Iván Insúa, Luis Jaume, Cristina Juárez, Juan Kamienkowski, Florencia Kratsman, Miki Kratsman, Rita Kratsman, Facundo Lipina, Fernando Lipina, Guido Lipina, Pablo Lipina, Derek Lomas, Jorge López Camelo, Matías López y Rosenfeld, Alejandro Maiche, Claudia Martinez Zárate, Natalia Mota, Robert Myers, Verónica Nahmad, Lea Novera, Hans Offerdal, Eric Pakulak, Héctor Palma, Kepa Paz Alonso, Marcos Pietto, Michael Posner, Lucía Prats, Sidarta Ribeiro, Mauricio Rohrer, Mary Rothbart, Charo Rueda, Eliana Ruetti, Arleen Salles, Ignacio Santacroce, Soledad Segretin, Brad Sheese, Mariano Sigman, Jennifer Simonds, Mariana Smulski, Juan Carlos Tealdi, Juan Valle Lisboa, Gerardo Weisstaub, J. Leonardo Yánez, Alberto Yáñez y Phil Zelazo. También agradezco a las instituciones que apoyan la
  • 38. construcción de conocimiento en nuestra área de investigación, que en definitiva es lo que nos posibilita crear este tipo de instancias de comunicación: Ministerio de Ciencia, Conicet, CEMIC, UNSAM y Fundación Conectar. Por último, gracias a los lectores por dedicar tiempo a este libro. Confío en haber logrado una versión que distienda la rigidez del especialista sin restar lugar al feliz extrañamiento. El objetivo estará cumplido si algunas ideas novedosas puedan germinar en nuestras mentes, en un diálogo que contribuya a construir equidad entre todos. Lo precisamos. Lo vamos a precisar siempre. 3 La hormona corticotrofina (se la conoce como ACTH, su sigla en inglés) es una hormona que estimula a las glándulas suprarrenales. Es producida por la hipófisis, una glándula endocrina que segrega hormonas encargadas de regular la homeostasis o equilibrio interno (véase nota 32). Entre ellas, las hormonas tróficas que regulan la función de otras glándulas del sistema endocrino. 4 La amígdala es un conjunto de núcleos de neuronas ubicadas en los lóbulos temporales que recibe y envía múltiples conexiones a distintas áreas del cerebro y que participa en diferentes aspectos del procesamiento emocional. 5 Véanse, respectivamente, <www.younglives.org.uk> y <www.ophi.org.uk>. 6 Disponible en <www.uca.edu.ar/index.php/site/index/es/uca/observatorio-de-la-deuda- social-argentina>.
  • 39. 1. Los números de la pobreza El mapa no es el territorio Si la miseria de los pobres no es causada por las leyes de la naturaleza, sino por nuestras instituciones, cuán grande es nuestro pecado. Charles Darwin, Diario del viaje de un naturalista alrededor del mundo (1839) La inequidad social y la pobreza son dos fenómenos que caracterizan la humanidad, al menos desde que surgieron las primeras civilizaciones (Pringle, 2014). Sin embargo, los niveles de inequidad y pobreza alcanzados en la actualidad dejan claro que estamos viviendo una etapa de profunda mediocridad moral, habida cuenta de la cantidad de residuos humanos que generamos cada día. El uso del término “residuo” en los estudios de pobreza fue propuesto por el sociólogo Zygmunt Bauman, quien planteó que un ser humano que vive hoy en la indigencia se asemeja a los individuos considerados homo sacer en la Roma imperial, designación que se aplicaba a las personas que quedaban fuera de la jurisdicción del
  • 40. derecho y a las que, por lo tanto, no se reconocía existencia alguna. La información disponible es elocuente respecto de la pertinencia de tal categoría para los miles de millones de seres humanos que viven en situación de indigencia y pobreza. Se estima que en 2016 la riqueza del 1% de los habitantes más ricos del planeta será mayor que la del 99% restante. Durante la última década, poco más de la mitad de este 99% no tuvo ingresos superiores a 1,25 dólares diarios. En el mismo período, el panorama de esta pobreza extrema varió entre el 1,5% en países centrales industrializados y el 80% en países periféricos –la mayoría en África subsahariana, la región más pobre del planeta–. Si bien durante ese tiempo la humanidad pudo producir alimentos para el doble de la población mundial, la insuficiencia ponderal[7] afectó al 23% de los niños de los países más pobres (129 millones) y la emaciación,[8] al 33% (195 millones). Por otra parte, el 16% (1100 millones) de las personas no tuvo acceso a agua potable y el 37% (2600 millones) no contó con sistemas de saneamiento. Estos dos factores produjeron anualmente la muerte de 1,8 millón de niños, 443 millones de días escolares perdidos y 150 millones de niños con trastornos de aprendizaje. En el contexto de esta tragedia masiva, y en el mismo período, el 5% del producto bruto interno
  • 41. mundial se gastó en corrupción (Banco Mundial, 2014; PNUD, 2012, 2014; Unicef, 2005a, 2013, 2015).
  • 42. Definir la pobreza La pobreza es un fenómeno complejo que comenzó a estudiarse científicamente a partir de la Revolución Francesa. Desde entonces, diferentes disciplinas humanas, sociales y de la salud han ensayado formas de definirla y medirla. Como producto de tales esfuerzos, en la actualidad contamos con más de doscientas formas de referirnos a ella (Spicker y otros,
  • 43. 2009). Un cuadro conceptual permite agrupar las designaciones típicas en función de cinco conceptos diferentes. Este ejercicio de clasificación intenta reflejar la pluralidad de fenómenos involucrados en la vivencia de la pobreza, así como las dificultades para definirla y medirla. A pesar de que el crecimiento económico contribuyó a reducir la pobreza, no ha logrado disminuir la desigualdad, cuya tendencia creciente ha sido claramente identificada por investigadores y funcionarios de los organismos multilaterales de Naciones Unidas (Ravallion, 2014). La nutrición defectuosa, la falta de acceso a educación de calidad y las disparidades en salud que sufren los millones de niños que habitan el planeta conviven con la obscenidad de una cultura que exacerba el consumo y la dominación económica y militar. Por ejemplo, en 2005 se estimaba que, para lograr la enseñanza primaria universal en 2015, se necesitarían 100.000 millones de dólares. Por otra parte, en 2003 los gastos mundiales en defensa fueron mayores a 950.000 millones de dólares. Es decir, reducir un 1% de los gastos militares mundiales durante un año podría haber proporcionado educación a todos los niños del planeta.
  • 44. Respecto de la salud, el costo de inmunizar a la totalidad de la población infantil para el año 2004 se estimó en 187 millones de dólares, lo cual representaba el 0,02% del gasto militar mundial para ese período (Unicef, 2005a). En otros términos, más allá de los enormes esfuerzos de distintos sectores y organizaciones comprometidas con los valores de solidaridad, generosidad, dignidad y amor, la civilización contemporánea sigue siendo desigual y pobre al extremo de alcanzar la desmesura, en el sentido de la hybris griega (que designaba el desprecio temerario hacia la dignidad y el espacio personal ajenos). Una civilización con tales niveles de desesperanza e injusticia no sólo requiere un cambio en la forma de gobernar y administrar los recursos, sino también una profunda reestructuración cultural y moral. En la actualidad estamos inmersos en una incertidumbre, a la que la ciencia no es ajena y en la que nuestros conocimientos no alcanzan para tener plena dimensión de los problemas que nos afectan.
  • 45. La pobreza infantil en América Latina La incidencia de pobreza infantil en América Latina varía según el indicador utilizado. Datos tomados de Cepal-Unicef (2010), Gordon y otros (2003), PNUD (2008), Unicef (2009). En particular, las investigaciones científicas acerca de cómo influye la pobreza en el desarrollo cerebral y psicológico en un contexto histórico moderno vuelven necesario considerar algunas cuestiones centrales. Por una parte, la gran diversidad de factores individuales y ambientales precisa abordajes multidisciplinarios, en los que cada rama ayude a comprender el fenómeno. Por
  • 46. ejemplo, señalar que una familia posee ingresos insuficientes en relación con un umbral establecido por un organismo gubernamental o multilateral no permite per se establecer cómo se ve afectado el desarrollo de las competencias autorregulatorias de cada uno de sus integrantes. Si bien el mundo académico es consciente de que construir conocimientos acerca de la pobreza requiere esfuerzos interdisciplinarios, por distintos motivos resultan difíciles de realizar. Por una parte, el alto grado de fragmentación y especialización de las diferentes disciplinas obstaculiza o limita las oportunidades de consensuar conceptos y metodologías para construir y aplicar abordajes verdaderamente interdisciplinarios. Se trata de una suerte de mezquindad profesional que se antepone a las necesidades de quienes padecen pobreza y que constituye una variante leve de la ceguera moral que caracteriza nuestra civilización. Otro factor relevante es la inercia de publicación generada por la presión de los mecanismos de evaluación y financiación de la producción científica. En casi todos los sistemas de investigación, los profesionales dependen de subsidios para investigar y, en consecuencia, deben inscribir sus propuestas en concursos de financiación de proyectos. Esos subsidios permiten realizar estudios y obtener datos que se usan para escribir trabajos que serán enviados a un grupo de pares que evalúan si su calidad y
  • 47. originalidad ameritan su publicación. A su vez, de esos subsidios y esas publicaciones depende la evaluación del trabajo de cada investigador, a partir de la cual se decide si es conveniente que siga formando parte del sistema de investigación. Por otra parte, a medida en que los sistemas de investigación crecen, aumenta la competencia entre los investigadores por los recursos disponibles, lo cual afecta su productividad. En esta cultura del trabajo científico, dedicar tiempo a esfuerzos interdisciplinarios puede significar desviar la atención del plan de trabajo personal que contribuye a su propia subsistencia. Es decir, a mayor especialización, menor posibilidad de generar colaboraciones orientadas a construir abordajes interdisciplinarios. En los estudios de pobreza, una consecuencia de este proceso es que, en la medida en que el conocimiento se construye desde perspectivas disciplinares específicas, quienes no forman parte de la comunidad académica acceden a información parcial sobre qué es y cómo afecta la pobreza a las personas. Por ejemplo, la pobreza por ingreso se ha asociado en forma reiterada a una mayor probabilidad de impacto sobre el desarrollo intelectual de los niños. La evidencia también indica que es posible optimizar el aprendizaje y el desarrollo cognitivo a través de diferentes estrategias de intervención. Esto quiere decir que el hecho de que una familia padezca pobreza por ingreso no implica necesariamente que los niños que la
  • 48. integran tengan o vayan a tener dificultades de desarrollo o de aprendizaje. Si un maestro o un diseñador de políticas públicas sólo tomase en cuenta esa información, podría modificar sus acciones profesionales y dejar de apuntar a optimizar el desarrollo intelectual. Sin embargo, esa tendencia está comenzando a cambiar, en particular en el contexto de la ciencia del desarrollo, en el cual es cada vez más importante contar con el aporte especializado de otras disciplinas para comprender los fenómenos. Un ejemplo son los estudios del impacto de la violencia sobre el desarrollo emocional temprano, que desde hace más de dos décadas han comenzado a incluir abordajes de la genética comportamental, la neurociencia cognitiva y la psicología del desarrollo, lo cual ha permitido profundizar considerablemente el conocimiento en esa área. Otro ejemplo son los hallazgos científicos sobre cómo el estrés crónico desde antes del nacimiento aumenta la probabilidad de afectar la salud de los niños en etapas posteriores de su desarrollo físico e intelectual. Estas investigaciones provienen de disciplinas como la antropología, la lingüística, la pediatría, la psicología y la neurociencia (Lynn Goldberg y otros, 2015), y quienes se ocupan de diseñar políticas públicas para favorecer el desarrollo infantil han comenzado a incorporarlas. Esto permite esperar que en poco tiempo las barreras de la especialización disciplinar comiencen a modificarse para
  • 49. generar interdisciplina genuina, lo que podría dar lugar a estudios más adecuados de los problemas complejos involucrados en el impacto de la pobreza sobre el desarrollo infantil, en general, y el cognitivo, en particular. Un tercer factor que limita los esfuerzos interdisciplinarios genuinos corresponde a los prejuicios, dogmatismos y reduccionismos de la comunidad académica. Por ejemplo, pocos teólogos o neurocientíficos se animarían a afirmar que las formas de definir la pobreza que proponen sus disciplinas tienen más en común entre sí que con la economía. La teología de la liberación plantea que un individuo que vive en situación de pobreza pierde la capacidad de ser consciente de que es un sujeto de derecho (Gutiérrez, 1972). Esta noción se acerca más a las de la neurociencia cognitiva y la psicología del desarrollo contemporáneas que postulan que la pobreza influye negativamente sobre el desarrollo de las competencias autorregulatorias, que las caracterizaciones económicas que describen la pobreza como carencia de satisfactores para necesidades específicas. En otros casos se verifica un intento de trasladar conceptos de una disciplina a otra en forma directa, sin considerar cuestiones epistemológicas ni conceptuales propias de cada una acerca de las relaciones entre pobreza y cognición. Por ejemplo, la distinción entre procesos cognitivos y no cognitivos utilizada por el
  • 50. análisis económico para determinar la influencia del ingreso insuficiente en esos procesos (Heckman, 2006) desconoce la evidencia empírica producida por la psicología del desarrollo y la neurociencia cognitiva contemporáneas, según las cuales ambos tipos de procesos en gran medida tienen trayectorias superpuestas. En otros términos, procesos que los psicólogos y los neurocientíficos consideran complementarios son tomados como independientes por algunos economistas. El mayor problema en este caso no es la discusión conceptual en sí –que se alimenta del debate en función de la generación de evidencia empírica genuina–, sino la eventual trasposición cristalizada de esa conceptualización en el diseño de intervenciones y políticas públicas. Veamos un ejemplo elocuente: durante los años noventa y en los Estados Unidos, los hospitales de los estados de Georgia y Florida entregaban discos con música de Mozart a las madres de recién nacidos cuando eran dados de alta. Esta política respondía a un estudio realizado a principios de la década por neurocientíficos, que encontraron que un grupo de estudiantes universitarios mostraba una mejora en el desempeño de una tarea de procesamiento espacial luego de escuchar una sonata del compositor austríaco. Otro ejemplo es el de la sobrevaloración de los primeros mil días de desarrollo (antes que los seis mil restantes): dado que el desarrollo autorregulatorio se extiende hasta la segunda década de
  • 51. vida, si se focaliza sólo en los primeros mil días se pierde de vista la importancia de los siguientes años para prevenir impactos y generar oportunidades. Estos dos ejemplos ilustran cuán importante resulta interpretar en forma adecuada la evidencia empírica para generar acciones orientadas a abordar las necesidades concretas de las comunidades. El único modo razonable de avanzar en este sentido es trabajar interdiscipliariamente, esto es, aunar los esfuerzos de la ciencia y las políticas públicas, y abonar una comunicación social responsable y sólida de los conocimientos alcanzados. En líneas generales, la definición de la pobreza y de sus impactos ha comenzado a incluir en forma progresiva una crítica a la racionalidad destructiva y deshumanizante que caracteriza la civilización contemporánea, cuyas adversidades comprometen seriamente al desarrollo humano (Bauman, 2005; 2015). La evidencia reciente de la psicología y la neurociencia cognitiva permite sostener que esa racionalidad redunda en la destrucción de los proyectos de vida de millones de adultos y niños desde antes del nacimiento (Lipina, 2014). El conocimiento logrado por estas disciplinas contribuye a mejorar la comprensión de algunos de los mecanismos que explican este proceso de destrucción, y, en este sentido, ofrece fundamentos para una perspectiva de transformación. En los que siguen abordaremos algunos detalles.
  • 52. 7 Es decir, el peso inferior al esperado para cierta edad. Su causa más común es la desnutrición derivada de una alimentación inadecuada. 8 Peso inferior al que corresponde a la altura esperable para determinada edad, como consecuencia de enfermedades y falta de alimentación adecuada. Es uno de los indicadores más importantes de mortalidad en niños de edad inferior a los 5 años.
  • 53. 2. Cómo se forma y cómo cambia el sistema nervioso durante el desarrollo (o qué es la plasticidad neural) Contar con una parte de la riqueza de la sociedad y liberarse de la presión económica son [dos cuestiones] absolutamente necesarias para [contribuir al] desarrollo intelectual. Donald Hebb, The Organization of Behavior (1949) Para comprender cuáles son los grados de libertad que permiten al ser humano cambiar y adaptarse a las contingencias ambientales desde su nacimiento, es importante intentar comprender algunos conceptos sobre cómo se forma y evoluciona el sistema nervioso. Sepa disculpar el lector el eventual exceso de términos técnicos, que está al servicio de tan importante tarea de reflexión.
  • 54. El inicio del cambio El sistema nervioso de los seres humanos está formado por una parte central, que contiene el cerebro y la médula espinal, y otra periférica, que corresponde a todas las conexiones que se distribuyen en los órganos y modulan su actividad mediante variaciones electroquímicas. Ambas funcionan en forma complementaria entre sí y con otros sistemas del organismo, como el inmunológico y el endocrino. En la actualidad la neurociencia se encuentra en una etapa de nuevos descubrimientos que revelan la existencia de conexiones entre el sistema linfático y el sistema nervioso central. Estos hallazgos tienen importancia para el estudio de la dimensión neurobiológica de la pobreza. En efecto, invitan a repensar las consecuencias de la adversidad temprana y la acumulación de estrés a lo largo de la vida en tanto obligan a revisar los supuestos acerca de los procesos de inflamación cerebral relacionados con los trastornos inmunológicos.
  • 55. Estructura básica de una célula neuronal En el cuerpo de la neurona vemos el núcleo de la célula y las dendritas, una forma especializada de membrana que multiplica las oportunidades de contacto con otras células, a partir de la generación de sinapsis. Por su parte, el núcleo contiene la información genética necesaria para producir las moléculas y proteínas que necesitará para su funcionamiento. De allí parte otra especialización denominada “axón”, una
  • 56. prolongación que puede tener diferentes extensiones (por su intermedio la célula se conecta con otras neuronas, así como con órganos y músculos de diferentes partes del cuerpo). Al final de cada axón están los botones sinápticos, que contienen moléculas de diferente tipo, los neurotransmisores. El impulso nervioso consiste en un cambio de signo eléctrico en la membrana celular, que viaja desde el núcleo hasta los botones sinápticos a través de los axones. Estas señales eléctricas causan que las vesículas sinápticas liberen su contenido en el espacio sináptico, transformando la señal de eléctrica a química. Una vez en el espacio sináptico, los neurotransmisores se unen a receptores de la siguiente célula, y eventualmente inician un nuevo ciclo de transmisión electroquímica. El concierto molecular y celular que implica este funcionamiento es sumamente complejo e involucra mecanismos que aún son tema de estudio. Desde la concepción, y durante toda la vida, el sistema nervioso se organiza y cambia en función de la interacción entre las características propias de cada individuo y el
  • 57. ambiente en que vive. El conjunto de esos cambios se denomina “plasticidad neural”. El término “neural” remite a cualquier componente y conexión que forme parte del sistema nervioso e incluye tanto los diferentes tipos de células que conforman el tejido nervioso –las neuronas y la glía– como las distintas moléculas que intervienen en la transmisión de información entre las células –por ejemplo, los neurotransmisores y los factores neurotróficos–.[9] Es decir que el sistema nervioso cambia durante toda la vida de acuerdo con la constitución, los esfuerzos y las posibilidades de adaptación de cada individuo al entorno. Sin embargo, las oportunidades de cambio no son uniformes durante el ciclo vital: en las primeras etapas del desarrollo la tasa de cambio de los componentes neurales es mucho mayor que en las posteriores. El desarrollo neural se inicia con un proceso muy delicado que se origina en la etapa embrionaria con la acción de diferentes moléculas de señalización que activan ciertos genes y desactivan otros, mecanismo que da lugar a un proceso de inducción y proliferación de células nerviosas al que le sigue otro de migración, en el cual las células recién formadas viajan hasta llegar a su destino final. Una vez que se ubican allí, comienzan a conectarse y a funcionar en concierto y dan origen a una función específica (por ejemplo, la visión o la audición). A diferencia de las etapas de inducción, proliferación y
  • 58. migración, que ocurren durante el desarrollo prenatal, las fases siguientes del desarrollo cerebral dependen cada vez más de las interacciones del individuo con su ambiente. Luego del nacimiento, cada experiencia de vida tiende a generar contactos entre las neuronas, que se producen a través del crecimiento de dendritas y axones.[10] En sus puntas, los axones contienen conos de crecimiento que exploran activamente el ambiente buscando su destino. Esa búsqueda involucra un número variado de moléculas de señalización, algunas de las cuales se encuentran en las células que conectan los conos de crecimiento; otras son liberadas por células que se encuentran cerca de los conos y varias se encuentran en los conos mismos y funcionan como receptores de señales ambientales. La unión de estas señales con los receptores genera información que produce diferentes tipos de movimientos en los conos de crecimiento, lo cual modula sus contactos. Una vez que los axones alcanzan sus blancos, hacen sinapsis con otras células, esto es, se conectan con ellas, y forman una estructura a través de la cual las señales eléctricas que transportan los axones son recibidas por otras células mediante neurotransmisores químicos, información que a su vez puede generar una nueva señal eléctrica. La regulación e integración de la información que cada neurona recibe a través de miles de sinapsis son las responsables de la capacidad de procesamiento del
  • 59. cerebro. Para que este funcione en forma adecuada, es necesario que las conexiones sean altamente específicas. Esa especificidad se origina en mecanismos moleculares que guían a cada axón a su blanco. Por su parte, las dendritas también están involucradas en los procesos de iniciar contactos con los axones y en aportar proteínas para la parte postsináptica de las conexiones, que además se especializa progresivamente en ajustar el sistema de transmisión neuroquímica. Luego de que se forman las sinapsis, algunas moléculas coordinan su maduración, lo que contribuye a que se adapten a los cambios ambientales. Otra clase de moléculas determina el tipo de neurotransmisores que las neuronas van a utilizar para comunicarse entre sí. Así como los genes activan o desactivan señales para regular el desarrollo de células especializadas, la producción de neurotransmisores específicos depende de un proceso similar. Otro proceso celular de suma importancia que tiene lugar durante el desarrollo es la mielinización. Este consiste en que las células gliales cubren los axones neuronales, lo que ayuda a aumentar la velocidad de procesamiento de las señales enviadas de una neurona a otra. A diferencia de los procesos de generación de sinapsis –que sólo suceden durante la primera década y media de vida–, la mielinización continúa por mucho más tiempo. Una vez que se crean las redes neurales, se produce una serie de procesos que contribuyen a volverlas más eficientes.
  • 60. Integración de niveles de análisis durante el desarrollo cerebral En el desarrollo cerebral y cognitivo interactúan múltiples componentes, con diferentes tipos de retroalimentación. Este esquema teórico propuesto por Westermann y otros (2007) integra cuatro niveles de análisis: genético, cerebral, corporal y ambiental. La expresión genética está
  • 61. determinada por el genoma de una persona e influye sobre su propia regulación y sobre la constitución de estructuras neurales y del cuerpo. Una vez que las estructuras neurales comienzan a desarrollar su actividad, entran en interacción con otras preexistentes. Esto genera la eventual regulación de la expresión genética y sostiene parte de la actividad corporal, determinada a su vez por una morfología específica, y realizada en un ambiente específico. La vivencia suscitada por ese ambiente modula la actividad neural y también la expresión genética. Sólo cerca de la mitad de las neuronas que se generan durante el desarrollo sobreviven en la vida adulta. En otras palabras, millones de células son removidas. Este fenómeno, conocido como “poda sináptica”, ocurre a través de dos mecanismos. El primero (la apoptosis) consiste en la muerte celular programada que se activa cuando una neurona deja de recibir señales químicas, llamadas “factores tróficos”, que son producidas en pequeñas cantidades por tejidos específicos. Cada factor trófico, a su vez, posibilita la supervivencia de un grupo de neuronas distintas o la producción de otros factores tróficos. El segundo mecanismo que induce a la poda
  • 62. sináptica elimina las conexiones “poco utilizadas”. Esto se debe a que mediante señales químicas y eléctricas regula su eliminación, haciendo que las conexiones más activas –es decir, que generan corrientes eléctricas– sobrevivan y aquellas con poca o ninguna actividad se pierdan. Momentos y oportunidades La interacción entre la actividad genética y los cambios neurales por adaptación al ambiente es compleja y se produce tempranamente durante el desarrollo. Los momentos de máxima organización de los diferentes sistemas neurales que sostienen las conductas son llamados “períodos críticos”. Estos períodos, que tienen por definición una duración limitada, son fases del desarrollo con las que los sistemas se transforman para dar lugar a una habilidad o función particular. Durante estas fases, los sistemas son especialmente sensibles a ciertos factores, cuya frecuencia antes de que se cierre el período crítico es determinante para el normal desarrollo de la habilidad en cuestión. Aunque la mayor parte de los procesos de muerte neuronal ocurre durante la etapa prenatal, gran parte de las conexiones entre neuronas se elimina durante estos períodos luego del nacimiento. Para madurar de manera adecuada, el sistema nervioso en desarrollo debe contar con experiencias sensoriales,
  • 63. emocionales y materiales específicas. Luego de cada período crítico, las conexiones neurales disminuyen y son menos proclives al cambio. Sin embargo, las que sobreviven resultan más fuertes, confiables, eficientes y pasan a formar parte de los “mapas” sensoriales, motores y cognitivos que contribuyen a generar diferentes tipos de representaciones del mundo y del propio individuo. Es importante tener presente que existen múltiples períodos críticos durante el desarrollo neural que se organizan en forma secuencial a medida que cada función cerebral se va estableciendo. Cualquier cambio que modifique alguno o algunos de estos mecanismos moleculares y estructurales puede dar lugar a alteraciones en el procesamiento de la información que tienen diferentes grados de reversibilidad. En general, la recuperación cognitiva luego de una privación de estímulos ambientales suele ser mayor durante las etapas tempranas del desarrollo cerebral. En tal sentido, la investigación neurocientífica sugiere que la estimulación ambiental a través de la exposición a ambientes complejos, es decir, con experiencias sensoriales, cognitivas y sociales ricas, puede contribuir a reforzar esa recuperación. En este punto de la explicación del complejo proceso de desarrollo neural típico, esto es, el esperable para determinada especie (en nuestro caso, el Homo sapiens), es importante considerar algunos aspectos y despejar algunas concepciones erróneas, derivadas de una
  • 64. asociación equívoca entre poda sináptica y cierre de períodos críticos. En primer lugar, los procesos de generación y eliminación de sinapsis no se producen al mismo tiempo en todas las áreas cerebrales. Por ejemplo, se estima que la poda en las áreas de procesamiento sensorial y motor culmina alrededor de los 24 meses de edad, mientras que en las áreas frontales termina no antes de los 15 años. Este dato resulta central porque los componentes neurales que conforman las diferentes redes de las zonas frontales del cerebro están involucrados en los procesos de autorregulación, pensamiento y aprendizaje. Así, dichas competencias requieren un tiempo prolongado para desarrollarse y la calidad de los contextos específicos de crianza y educación resulta fundamental para proteger o, por el contrario, poner en riesgo ese afianzamiento. Por una parte, desde la concepción y hasta los 5 años, el suministro adecuado de nutrientes, la generación de vínculos afectivos que garanticen un apego seguro entre los cuidadores y los niños, y la estimulación del aprendizaje son aspectos que contribuyen a un desarrollo adecuado de las funciones autorregulatorias que se apoyan en las redes neurales multimodales (las dedicadas a procesar información de diferente tipo). Por otra parte, el inicio de la adolescencia es una etapa de vulnerabilidad frente al estrés que impone nuevas demandas a la conformación de las redes neurales multimodales. En otras palabras, el aporte de nutrientes y
  • 65. afecto, y el hecho de vivir en ambientes seguros que permitan afrontar situaciones adversas durante las primeras dos décadas de vida son condiciones que modulan el desarrollo de las redes neurales involucradas en la autorregulación y el aprendizaje en contextos sociales formales y no formales. En segundo lugar, que se haya alcanzado el número estable de sinapsis en cada área cerebral no significa que el desarrollo cognitivo y el aprendizaje se cierren, dado que siguen abiertas las oportunidades de generar nuevos contactos por intervenciones ambientales. De hecho, mucho después de que se haya estabilizado el número de sinapsis en cada área cerebral es posible continuar construyendo conocimientos escolares, técnicos y profesionales de cierta complejidad. Por ejemplo, el aprendizaje del álgebra, del cálculo matemático complejo y de la programación comienza después de ese evento neural. Y, más importante aún, basar el desarrollo cerebral y cognitivo sobre un solo factor –en este caso, la generación y eliminación de sinapsis– es un error que pasa por alto una idea que la neurociencia postula en la actualidad, según la cual ese desarrollo involucra el cambio de múltiples componentes de distintos niveles de organización que están en interacción continua y en contextos temporales de cambio muy dinámico. Es decir, si bien el desarrollo neural se concentra en las etapas tempranas de la vida, esto no implica que no se pueda
  • 66. continuar aprendiendo y formándose durante la vida adulta, aun en condiciones ambientales adversas. Los abordajes teóricos recientes que surgen de la evidencia neurocientífica sobre el desarrollo neural sostienen que este depende de la actividad neural y de la experiencia. Por ende, tanto el procesamiento cognitivo y emocional como la construcción de aprendizajes modifican las redes neurales responsables de esos procesamientos. Eso, a su vez, se asocia con la posibilidad de experimentar y representarse nuevas experiencias que generarán nuevos cambios en los sistemas neurales de las diferentes áreas del cerebro. Un enfoque de este tipo –denominado “neuroconstructivista”– propone que la base del desarrollo cognitivo, emocional y del aprendizaje forma parte de un proceso sistémico de cambios inducidos por esos niveles en un contexto ecológico complejo que involucra interacciones sociales con especificidades culturales determinadas. Así, la idea de que existe una ventana de oportunidad cuyo cierre coincide con el final de la poda de sinapsis no es más que una falsa representación, un mito surgido en los años noventa que sostiene que los tres primeros años de vida son un período crítico para el desarrollo humano. Esa concepción no se basa en evidencia científica: ni la psicología del desarrollo ni la neurociencia han obtenido evidencias que la sostengan. Otro de los elementos que ha contribuido a crear este mito es el hecho de que el sistema
  • 67. nervioso cambia de forma y estructura por la estimulación ambiental. La suma de ambos redundó en la noción errónea de que para que los niños no pierdan oportunidades de desarrollo hay que estimularlos antes de que se cierren los períodos de poda sináptica. Esto generó, en forma deliberada o no, una industria de las prácticas de crianza, programas de intervención y políticas públicas inconducentes, como la entrega de millones de CD de música de Mozart que mencionamos en el capítulo anterior (Bruer, 2000).
  • 68. La epigenética (o cuando el ambiente modifica la expresión del ADN) La epigenética hace referencia a diferentes factores y mecanismos de regulación genética que modifican la expresión del ADN, pero sin alterar la secuencia de sus bases. Los factores genéticos involucrados están determinados por el ambiente celular. Estas “marcas” no son genes, pero igualmente influyen en la genética por medio de mecanismos como la acetilación y la metilación. Los mecanismos epigenéticos son fenómenos estables (pueden transmitirse a otras generaciones) y permiten observar cómo es la adaptación de un individuo a su ambiente sobre la base de la plasticidad de su genoma. Estas modificaciones incluyen procesos fisiológicos normales y patológicos, como varios tipos de cáncer, enfermedades cardiovasculares, neurológicas, reproductivas e inmunológicas. Los cambios no son todos iguales: heterogeneidad de la
  • 69. plasticidad neural A mediados del siglo XX, algunos laboratorios de investigación psicológica y neurocientífica comenzaron a estudiar, con diferentes abordajes experimentales, los cambios del desarrollo cerebral producidos por influencias ambientales en distintas especies de animales. Uno de ellos, realizado con roedores, analizó el cambio neural en diferentes niveles de organización –desde el molecular hasta el conductual– y comparó distintos aspectos de la estructura y la función cerebral en individuos expuestos a ambientes de crianza con y sin estimulación ambiental y social adecuadas. Estos trabajos demostraron cómo la presencia o ausencia de estimulación –tanto material como social– produce cambios en la cantidad, forma y funcionamiento de diferentes componentes del sistema nervioso. Así, la exposición a ambientes complejos o con falta de estimulación sensorial y social se ha asociado a diversos cambios estructurales: por ejemplo, el número y la forma de los contactos entre neuronas y células gliales, la cobertura de mielina en los axones, los vasos sanguíneos dentro del cerebro, la generación de nuevas neuronas en áreas como el hipocampo[11] y el bulbo olfatorio durante la vida, la expresión genética, la disponibilidad y el metabolismo de distintos factores tróficos y de neurotransmisores (Holtmaat y Svoboda, 2009). Entre los cambios de la conducta, la evidencia
  • 70. disponible indica con claridad que la calidad del ambiente de crianza se asocia con transformaciones en el desarrollo motor, emocional y cognitivo, tanto durante el aprendizaje de diferentes tareas como en la expresión de las competencias de autorregulación y de apego a los cuidadores. Es decir que el desarrollo y el aprendizaje se construyen y evolucionan a partir del continuo intercambio de información entre las características individuales –la constitución que surge de la identidad genética de cada individuo– y el conjunto de eventos ambientales, que incluyen el universo de insumos materiales y simbólicos que cada cultura y sociedad ofrecen. Algunos de estos insumos son necesarios en momentos específicos del desarrollo. Tal es el caso del ambiente afectivo y lingüístico con el que se encuentra un recién nacido; en caso de ser adecuado, le permitirá convertirse en un ser humano. Los cambios neurales que tienen lugar durante esta etapa adaptativa dependen de la plasticidad expectante de la experiencia: para que suceda, necesita la presencia de los estímulos ambientales específicos que caracterizan a cada especie. Por ejemplo, el encuentro de los rostros entre una madre y su bebé, en el caso de los primates, o los aprendizajes que se producen de forma rápida e inevitable en determinados períodos críticos, como la descripción hecha por el etólogo Konrad Lorenz (1970) respecto de cómo las crías de aves siguen a los
  • 71. adultos de su especie durante las primeras etapas de su desarrollo [imprinting]. En etapas posteriores, el sistema nervioso continúa organizándose en función de la calidad y cantidad de información y eventos materiales y simbólicos del ambiente. Estos cambios corresponden a la plasticidad dependiente de la experiencia, que incluye todos los cambios en el sistema nervioso que dependen del tipo de experiencia individual y que, por lo tanto, varían entre los individuos de una misma especie. Es decir, una vez que un individuo es miembro de su especie, su construcción neural depende de la compleja interacción entre sus características personales, sus cuidadores y los eventos experimentados en el ambiente en el que vive. Como vemos, la plasticidad expectante de la experiencia representa una forma de cambio neural común a varios individuos, mientras que la que depende de la experiencia es más fluida, en la medida en que las experiencias y las oportunidades de adaptación y aprendizaje difieren de una persona a otra. Los ya mencionados procesos de generación y poda de sinapsis son dos ejemplos de mecanismos plásticos que se dan en los procesos expectantes y dependientes de la experiencia. La organización del sistema nervioso involucra, además, otros mecanismos, como los cambios moleculares en los niveles genético y celular, que intervienen en la transmisión de señales químicas y eléctricas, y la
  • 72. integración de esa información que da lugar a su procesamiento involucrado en la memoria y el aprendizaje. Para las políticas de salud, educación y desarrollo que una comunidad tiene que llevar adelante a fin de proteger el desarrollo de sus miembros, ambos tipos de cambios neurales tienen la misma importancia, aunque requieren estrategias y tiempos de acción diferentes. En los países donde se logran mayores niveles de equidad social desde antes del nacimiento, las acciones tendientes a cuidar a las familias cuando reciben nuevos integrantes suelen incluir los tiempos y recursos necesarios para que los intercambios materiales y simbólicos sean adecuados. Por el contrario, aquellos países que tienen niveles altos de desigualdad social suelen fracasar a la hora de generar una trama de protección adecuada del desarrollo infantil. El aporte de las neuroimágenes En la actualidad, las técnicas de neuroimágenes permiten observar la estructura y función del cerebro mientras está procesando la información. La historia de estos dispositivos data de finales del siglo XIX, cuando el fisiólogo italiano Angelo Mosso comenzó a evaluar con métodos no invasivos el cambio en el flujo sanguíneo cerebral de pacientes con malformaciones craneanas mientras realizaban distintas actividades. Para ello,
  • 73. registraba las pulsaciones cerebrales –un fenómeno que puede observarse en forma directa en la fontanela de los recién nacidos– con un instrumento inventado por él, el “pletismógrafo”, que le permitía convertirlas en ondas cuantificables como variaciones de volumen. Mosso notó que cuando una persona realizaba tareas cognitivas –por ejemplo, cálculos matemáticos– las pulsaciones aumentaban. Esta evidencia lo llevó a inferir que la actividad cerebral suponía un incremento del flujo sanguíneo. Unos años más tarde, en 1918, el neurocirujano estadounidense Walter Dandy introdujo la ventriculografía, una técnica mediante la cual, luego de inyectar aire filtrado en uno o ambos ventrículos –las cavidades anatómicas por las que circula el líquido cefalorraquídeo, sustancia que cumple funciones de nutrición y protección–, tomaba imágenes de rayos X del sistema ventricular, procedimiento que contribuyó a mejorar la comprensión que se tenía del funcionamiento ventricular y del líquido cefalorraquídeo.
  • 74. Las neuroimágenes como una ventana al procesamiento cognitivo Las técnicas más usuales en la investigación neurocientífica contemporánea son la tomografía por emisión de positrones (PET), la resonancia magnética funcional (fMRI), la magnetoencefalografía (MEG) y la electroencefalografía/potenciales evocados (EEG/ERP). En el panel superior izquierdo, una
  • 75. PET capta la activación de áreas temporales y frontales durante la lectura de textos en adultos sin práctica y con práctica (adaptado de Posner y Raichle, 1994). En el panel superior derecho, imágenes de fMRI: a la izquierda, redes neurales más y menos activas durante la solución de una tarea con demandas de control inhibitorio (adaptado de Durston y otros, 2006); a la derecha, la activación de diferentes redes de acuerdo a la implementación de diferentes estrategias de aprendizaje aritmético (adaptado de Delazer y otros, 2005). En el panel inferior izquierdo, un estudio de MEG representa con color negro un área activa en personas que participaron en un entrenamiento cognitivo con demandas de memoria de trabajo (adaptado de Astle y otros, 2015). El panel inferior derecho muestra un registro de ERP, promedio de actividad electroencefalográfica frontal durante la realización de una tarea atencional en niños que participaron en un entrenamiento cognitivo (izquierda) y en niños no entrenados (derecha, tomado de Rueda y otros, 2005). En 1927, el psiquiatra y neurocirujano portugués António
  • 76. Egas Moniz desarrolló la angiografía cerebral, que permitió visualizar con gran precisión los vasos sanguíneos cerebrales tanto en personas sin trastornos como en aquellas que padecían alguna enfermedad. Muchos años después, a principios de los años setenta, los ingenieros electrónicos Allan Cormack –un sudafricano que además era físico– y el inglés Godfrey Hounsfield crearon la tomografía computada axial (CAT, por sus iniciales en inglés), un instrumento que les valió el Premio Nobel de Medicina en 1979 y permitió generar imágenes anatómicas mucho más detalladas del cerebro; a la vez, mejoró tanto el diagnóstico de enfermedades como la investigación en neurociencia. Al poco tiempo, a principios de la década de 1980, los radioisótopos –que son iones y moléculas ligadas a un átomo de metal– permitieron generar las técnicas de tomografía computarizada por emisión de fotones simples (SPECT, su sigla en inglés) y de tomografía por emisión de positrones (PET, nuevamente en inglés), que se aplicaron de inmediato al estudio del sistema nervioso. Básicamente, lo que ambas hacen es generar imágenes sobre la base de la detección y el análisis de la distribución tridimensional de un radioisótopo que se inyecta por vía endovenosa y que tiene una vida muy corta. Por su parte, la resonancia magnética (MRI, en inglés), desarrollada, entre otros, por el físico inglés Peter
  • 77. Mansfield y el químico australiano Paul Lauterbur – quienes recibieron el Premio Nobel de Medicina en 2003 por este invento–, no tardó mucho en aparecer. Durante los años ochenta, esta técnica que muestra los cambios estructurales en el cerebro –por ejemplo, en el volumen de tejido neural de una región– no asociados con la resolución de tareas específicas comenzó a utilizarse en el ámbito clínico; su refinamiento técnico y sus cualidades diagnósticas la volvieron un recurso muy usual. Los investigadores en neurociencia aprendieron rápidamente que los grandes cambios en el flujo sanguíneo medidos con la técnica de PET podían también ser generados por imágenes con la técnica de MRI. Poco después se creó la resonancia magnética funcional (fMRI, por sus iniciales en inglés), que desde los años noventa se transformó en la técnica dominante para generar mapas cerebrales debido a que es poco invasiva, no requiere exposición a radioisótopos y es bastante accesible. La MRI y la fMRI producen, respectivamente, imágenes de alta resolución de la localización de las estructuras cerebrales y de la activación de las redes involucradas en la ejecución de tareas específicas, y ambas ofrecen imágenes de alta resolución de las conexiones entre las diferentes redes neurales mediante el estudio de la difusión por tensión de sustancias líquidas a través de los axones. Todas estas técnicas necesitan instalaciones en las que
  • 78. pueda colocarse un resonador, que es básicamente un imán gigante que gira alrededor de la cabeza de la persona cuyo cerebro se explora. Por ende, hacen falta un espacio amplio y medidas de seguridad adecuadas para proteger a los pacientes, a los voluntarios, a los técnicos y a los investigadores, ya que suelen crear campos magnéticos considerables. Además, este tipo de estudio demanda que el paciente o voluntario esté inmovilizado y concentrado durante cierto tiempo. Por este motivo es difícil usarlos con niños. En algunos laboratorios hay maquetas que simulan los equipos para practicar los procedimientos antes de realizarlos. En los últimos años, se han desarrollado nuevas técnicas que –además de permitir profundizar el estudio estructural y funcional del sistema nervioso y, mediante programas informáticos, combinar la información que arrojan con la de otros instrumentos– son menos demandantes para los pacientes y voluntarios. Entre ellas, cabe mencionar la magnetoencefalografía (MEG), que produce imágenes de alta resolución del lugar y momento en que se producen las activaciones neurales a partir del análisis de campos magnéticos; la espectroscopia infrarroja (NIRS es su sigla en inglés), que genera imágenes espaciales utilizando la región infrarroja cercana del espectro electromagnético y valiéndose de pequeños dispositivos que se apoyan sobre el cráneo –lo cual facilita su utilización con niños pequeños–, y la tomografía óptica (OT, su sigla en inglés),
  • 79. que es una variante de la tomografía computada que produce un modelo digital del volumen del tejido neural reconstruyendo imágenes a partir de la luz que este transmite. Un aspecto importante es que las neuroimágenes que vemos publicadas en los trabajos científicos y en los medios de comunicación y de divulgación no son necesariamente lo que parecen. Las imágenes no son como las vemos en forma directa cuando realizamos los estudios, sino que se construyen. A pesar de su aparente realidad, los colores que indican los diferentes tipos de actividades son agregados por los investigadores a partir de múltiples análisis estadísticos y complejos procesos de toma de decisión sobre la delimitación de los umbrales de activación para una función. En realidad, las imágenes sólo son un aspecto de esa función, construido a partir de muchos otros elementos además de los que ellas presentan. Esto las vuelve muy útiles para evaluar ciertos elementos de la estructura o función cerebrales, pero no como explicación acabada de la totalidad de lo que allí está ocurriendo. Y esto no es un dato menor, porque cuando los investigadores y los médicos muestran sus imágenes a públicos neófitos, incluso dentro del ámbito académico, pueden inducir lo que técnicamente se denomina una “identidad ontológica” entre el área activada y su función: nuevamente, en este caso la imagen es el mapa de un territorio, y no el
  • 80. territorio (redes que se activan) en sí. Puede decirse que la identidad ontológica es una manera frenológica de considerar el sistema nervioso. La frenología, una teoría propuesta por Franz Joseph Gall que surgió durante el siglo XIX y tuvo su auge hasta entrado el siglo XX, sostenía que los rasgos de personalidad y las conductas sociales podían determinarse a partir de la forma del cráneo (y la cabeza) y las facciones. Estas ideas fueron dejadas de lado a principios del siglo XX por la evidencia científica que produjeron la neurociencia y la psicología, pero el uso contemporáneo de las neuroimágenes, sobre todo en los medios masivos de comunicación, suele incurrir en interpretaciones de este tipo. De hecho, en el estudio neurocientífico contemporáneo de la pobreza, algunos investigadores consideran que mostrar los efectos de la pobreza sobre el desarrollo infantil a políticos y funcionarios con imágenes es más convincente que hacerlo sólo con información proveniente de la conducta de las personas. En una era en la que impera la “neuromanía”,[12] las imágenes cerebrales parecen tener una trascendencia mayor que la propia de los datos que aportan y, además, se las valora más que cualquier otra información de mayor valor ecológico para la vida de los niños que viven en la pobreza, como sus dificultades para resolver problemas cotidianos y escolares que, en definitiva, es sobre lo que se diseñan las
  • 81. intervenciones. Las imágenes son muy útiles para construir conocimiento, pero lo son menos para generar intervenciones y prácticas de enseñanza. Por último, si bien la electroencefalografía (EEG) no ofrece estrictamente imágenes como las que acabamos de describir, en la actualidad también se la considera parte del grupo de las neuroimágenes y, de hecho, existen abordajes que las combinan. Las técnicas de EEG consisten en exploraciones de la fisiología neural basadas en el registro de la actividad bioeléctrica cerebral en diferentes condiciones. Quien obtuvo los primeros hallazgos de este tipo de actividad eléctrica fue, en 1875, el médico inglés Richard Caton, cuando describió la actividad bioeléctrica en los hemisferios cerebrales de roedores y primates no humanos después de utilizar electrodos que atravesaban sus cráneos. En 1912, el investigador ruso Vladimir Pravdich-Neminsky publicó los primeros estudios de EEG y potenciales evocados realizados en perros que en 1920 el neurólogo alemán Hans Berger comenzó a utilizar con personas. Básicamente, la EEG constituye un método no invasivo que registra la actividad eléctrica del cerebro a través del cráneo. Lo que mide son las fluctuaciones de voltaje que producen las corrientes iónicas dentro de las neuronas. En la actualidad, se utiliza una gran cantidad de electrodos distribuidos en todo el cráneo y es útil para fines tanto clínicos como de investigación.
  • 82. Si bien es una técnica que posee una resolución espacial limitada, pues no detecta con exactitud el lugar en el que se origina la actividad neuronal –un aspecto en el que las restantes son mucho más precisas–, la EGG continúa siendo una herramienta valiosa por su alta resolución temporal, que permite definir eventos en el rango de los milisegundos. De ella deriva la técnica de potenciales evocados (ERP, por sus iniciales en inglés), que consiste en hacer un promedio de la actividad electroencefalográfica ante estímulos específicos – auditivos, visuales o somato-sensitivos– lo que la convierte en un instrumento de suma utilidad para la neurociencia y la psicología cognitiva. La innovación en las tecnologías moleculares y de neuroimágenes ha contribuido a profundizar el conocimiento acerca de cómo se expresa la plasticidad neural a través de cambios adaptativos de las células nerviosas en respuesta a las demandas del ambiente. La activación de las redes neurales asociadas al procesamiento motor, auditivo y visoespacial que se registra en los cerebros de los músicos profesionales al ser evaluados con técnicas de fMRI cuando escuchan música, y los incrementos en el volumen de sustancia gris de ciertas áreas del hipocampo[13] que se activan al intentar recordar localizaciones geográficas que muestran los estudios realizados a taxistas de la ciudad de Londres, a quienes para obtener sus licencias profesionales se les
  • 83. exige un conocimiento profundo del trazado de la ciudad, son ejemplos ilustrativos. Durante los últimos quince años, los estudios neurocientíficos orientados a analizar la influencia de la pobreza sobre la organización cerebral también han comenzado a considerar la plasticidad neural. Si bien este tema será tratado con más detalle en el próximo capítulo, mencionamos aquí algunos ejemplos: los estudios que muestran cómo las prácticas de crianza, el nivel educativo materno y la complejidad del ambiente lingüístico disponible pueden permitir predecir o anticipar el nivel de desempeño en tareas con demandas de memoria y control cognitivo (Rao y otros, 2010), el volumen o la función del hipocampo (Sheridan y otros, 2012, 2013) y del sistema de respuesta al estrés por medio del funcionamiento del eje HPA. Estos estudios ayudan a establecer qué redes neurales se activan cuando los niños que se crían en hogares que ofrecen distintas formas de estimulación para el aprendizaje realizan tareas cognitivas mientras se les aplican técnicas de fMRI o ERP y, de este modo, permiten analizar en forma simultánea diferentes procesos de plasticidad dependiente de la experiencia. Asimismo, muestran asociaciones específicas entre esos eventos, lo que permite afirmar que ninguno de ellos tiene el mismo sentido en forma aislada que cuando se los analiza en conjunto. Esta propuesta es relevante si se estudian
  • 84. fenómenos complejos como el desarrollo autorregulatorio, involucrado en las competencias para controlar pensamientos e impulsos durante la realización de diferentes actividades cotidianas y en la adquisición de aprendizajes.
  • 85. Los tiempos del estrés: respuestas crónicas y agudas Los estresores ambientales disparan el funcionamiento del sistema de regulación del estrés, que libera al torrente sanguíneo diferentes moléculas y hormonas. Cada uno de estos elementos ejerce sus acciones durante lapsos de tiempo diferentes, que pueden ir desde milisegundos hasta años. En el esquema, el círculo central más pequeño (que contiene las leyendas “estrés” y “tiempo = 0”), representa el momento inicial de la activación del eje en el que diferentes moléculas y hormonas comienzan su
  • 86. acción. Por ejemplo, la hormona de liberación de corticotrofina actúa en el rango de minutos y horas, mientras que las monoaminas (un conjunto de neurotransmisores cruciales para el funcionamiento neural general) en el de milisegundos a minutos o los corticoesteroides en el de horas, días y meses. Esto significa que no es posible pensar en la respuesta al estrés como un fenómeno simple. Por otra parte, los procesos de regulación que se sostienen durante milisegundos o minutos se asocian a la activación aguda de una red neural; y los que se producen durante horas, días y meses se asocian a otra red, de activación crónica. Respecto de la plasticidad de la sustancia blanca, diferentes trastornos del desarrollo y de la salud mental han comenzado a ser descriptos por medio de las técnicas de imágenes en términos de su impacto sobre la conectividad entre células de la corteza cerebral. Así, algunos estudios han permitido verificar que la experimentación de un evento estresor no se localiza en una sola región cerebral, sino en un sistema distribuido de redes que involucra áreas de la corteza cerebral y subcorticales, además del sistema inmunológico. Dicho de