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EL SURREALISMO DE VICENTE ALEIXANDRE:
SER DE ESPERANZA Y LLUVIA
Rosa Fernández Urtasun y José Manuel Losada
De Baudelaire a Lorca.
José Manuel Losada, Kurt Reichenberger & Alfredo Rodríguez (eds.),
Kassel: Reichenberger, 1996, III, p. 785-797.
ISBN: 3-930700-62-X.
I. No cabe la menor duda de que gran parte de los manifiestos literarios y políticos –por el
mismo ser de las cosas– van mucho más allá de sus cristalizaciones materiales. No es otra cosa lo
ocurrido con el surrealismo francés, como lúcidamente ha constatado Marino: “L’idée littéraire
demeure en toute occasion une forme spirituelle indépendante de l’activité pratique de création
littéraire. Le rapport peut être un rapport d’identité. Mentionnons cependant que parfois, et même
assez souvent, la conscience esthétique s’avère supérieure à la réalisation: c’est le cas –entre autres– de
toutes les «avant-gardes», plus intéressantes et plus créatrices du pont de vue théorique (manifestes,
programmes, polémiques, etc.), que sous le rapport purement littéraire” (1977: 36).
Esta reflexión nos lleva como de la mano a preguntarnos sobre la adscripción de nuestro poeta
al movimiento surrealista. Sabemos que el modelo de una idea no puede tomar cuerpo sino
adquiriendo un nombre: solamente la caracterización nominal de las constantes permite su
agrupación sistemática en torno a dicho modelo. Para ello sería imprescindible especificar lo más
adecuadamente posible las características de la literatura “moderna” o de la “vanguardia”, todo ello,
habida cuenta del concepto preconcebido de lo que significan tales términos (cfr. ibid., p. 185 y 289).
Esto, que dejamos al arbitrio y buen hacer de nuestros colaboradores franceses en sus estudios
recogidos en este volumen, no nos impide sin embargo aventurarnos en el “terreno surrealista”
desbrozado por Vicente Aleixandre.
Por todo ello nos parece evidente esclarecer –aunque solo sea a modo de mera introducción–
las relaciones entre Aleixandre y el surrealismo. A nuestro modo de ver, el poeta va más allá: no se
queda en la inmanencia, la sublima en una transcendencia “sui géneris”, si se quiere, pero
transcendencia al fin y al cabo, al tiempo que, como tendremos ocasión de ver, aborda una nueva y
sutilísima concepción del amor, la belleza y la esperanza.
Desde un punto de vista meramente cronológico conviene tener en cuenta lo siguiente: (amén
del nicaragüeño Darío y los españoles Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado y Bécquer) antes que
a los surrealistas franceses, Aleixandre leyó a Freud (desde 1927-8), Rimbaud (vid. su carta a Carlos
Bousoño de 1956 y a la que hace alusión Cano, 1972: 24), Lautréamont y Joyce; así por ejemplo,
Pasión de la tierra, libro que no vería la luz hasta 1935, fue escrito en 1928-29, esto es, antes de que
nuestro poeta tuviera ocasión de leer a los surrealistas franceses. De todo ello se desprende una
aparente separación con respecto al surrealismo militante francés; diríamos que, encaminados hacia
objetos comunes, se asemejan a líneas paralelas que, solo por defecto de nuestra miopía, en ocasiones
parecen converger. Baste pensar en las tesis anunciadas por no pocos estudiosos, y que nosotros
resumiríamos en la ulterior “superación” de ese mismo surrealismo por parte de Aleixandre.
Este punto tiene una importancia fundamental: desde nuestra perspectiva, el influjo de los
surrealistas en Aleixandre es, ante todo, poético, formal, y, si acaso llegan a coincidir en idénticas
concepciones existenciales, no es vano subrayar que lo hacen partiendo de un origen común pero por
caminos diversos: eso es lo que querríamos demostrar en estas páginas fundamentándonos ante todo
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en su primigenia producción poética “surrealista”. Cuando Aleixandre lee a los surrealistas franceses,
su mundo imaginario ya está prácticamente constituido en su integridad: sus tendencias vitales (la
búsqueda del hombre, el amor como base de la esperanza, la naturaleza en su vertiente salvaje, su
“naturalismo” frente a la artificiosidad de los más recientes postulados postmodernos y vanguardistas,
la muerte y sus derivaciones –integración y acabamiento, fusión amorosa y liberadora–) han corrido
por senderos distintos de los que siguieron los principales surrealistas franceses. La influencia de los
surrealistas le lleva, no cabe la menor duda, a un cuestionamiento de sus formas de expresión, pero
sin producir cambios sustanciales en su cosmovisión. ¿Qué busca entonces con este replanteamiento
de las formas? ¿Podemos afirmar, con Dámaso Alonso, que los poemas de expresión alógica,
irracional –pongamos el ejemplo de Espadas como labios– solo tienen sentido poético? No lo creemos
así: significaría menospreciar el talante humano del escritor.
Por otra parte, no podemos olvidar que su explícita negación de algunos postulados de los
surrealistas franceses –como la visión onírica, la escritura automática y la abolición de la conciencia
artística (vid. prólogo a Mis poemas mejores, Madrid, Gredos, 1968)– son una prueba fehaciente de sus
diversos derroteros.
Pero aún hay más –y con ello entramos de lleno en el ámbito de este estudio dedicado al nobel
español: Aleixandre ha sabido quintaesenciar las mejores características del surrealismo venido de
allende los Pirineos, y ello, en varios frentes. En primer lugar habría que señalar que su
“superrealismo” no solo actúa por superposición de imágenes –es decir, de modo cuantitativo– sino
más bien de modo cualitativo. Aleixandre se distingue por su finura poética y su elevada sensibilidad
artística. Siguiendo estas pautas, creemos discernir en Aleixandre un surrealismo secundario; esto es:
lejos de caer en los tópicos de un surrealismo “trivial” –permítasenos esta expresión–, Aleixandre va
siempre más allá hasta el punto de sublimar temas que, de por sí, ya habían adquirido un talante
eminentemente surrealista. Sin por ello otorgar mayores “cantidades” surrealistas –estas ya estaban
comprendidas de antemano–, Vicente Aleixandre tiende, de manera siempre inconsciente, a
intensificar dichas características básicas, de donde se sigue su potente aporte cualitativo. A modo de
ejemplo, digamos que tiende a la simultaneidad, a la fusión, a la unidad del mundo en el que se
desenvuelve el poeta. Se diría que Aleixandre no se conforma –algo que también ocurriera con los
surrealistas en su agrupación más extensa: siempre tiende hacia la íntima simbiosis que embarga todas
las cosas, el amor, la naturaleza y su belleza, como más abajo tendremos ocasión de ver. Aleixandre
consigue acoplar de manera sorprendente esas piezas que en otros poetas quedaban sueltas y que para
él, repetimos, constituyen la unidad de su armazón.
II. Siguiendo en esta línea intentaremos demostrar a continuación cómo Aleixandre se enfrentó
a la gran pregunta sobre la realidad; la del mundo y la del hombre. Junto con los surrealistas franceses
y otros poetas de la generación del 27, el poeta indaga sin cesar a lo largo de toda su vida, pero de
manera más punzante en sus primeros libros.
Deslumbrado por sus lecturas de Freud, de los románticos alemanes (Hölderlin, Novalis), de
los poetas malditos franceses, trata de dar una respuesta a todas estas preguntas buscando a través
del subconsciente y demostrando una sensibilidad exquisita para descubrir las analogías que se
establecen entre el hombre y el universo. Aleixandre tiene una visión total, unitaria, del mundo, la
tierra y el destino del hombre. Quiere encontrar el sentido de lo real buscando dentro de sí mismo y
sabiendo que solamente podrá conocerse en la unidad; unidad dentro de sí mismo, unidad del hombre
con el mundo:
Peces, árboles, piedras, corazones, medallas.
Sobre vuestras concéntricas ondas, sí, detenidas,
yo me muevo y, si giro, me busco, oh centro, oh centro,
3
camino, viajadores del mundo, del futuro existente
más allá de los mares, en mis pulsos que laten.
(“Poema de amor”, Espadas como labios).
Enumeración, abundancia de palabras, algo muy distante de una simple verborrea inútil,
porque estamos asistiendo a lo que se ha denominado estructuración metafórica de temas diversos
(vid. Javier del Prado, 1993: 338): en Aleixandre el mar parece latir, alzarse y batir insistentemente en
el interior del poema; todo ello porque su mar está en el fondo turbado de su conciencia, como un
recuerdo o un deseo, pero ante todo como una esperanza –no nos cansemos de subrayar este
elemento en la cosmovisión de Aleixandre.
Esa búsqueda del hombre se configura en forma espiral ascendente, recorriendo la
profundidad del hombre, el mar, el aire y la tierra hacia el amor, siempre a través de las imágenes y la
palabra, los medios que tiene el subconsciente para expresarse.
No cabe la menor duda de que su escritura es surrealista. No es sólamente “escritura
automática y sin control de la conciencia creadora”; es más, nos atreveríamos a decir –(vid. Bousoño
1979: 373)– que el superrealismo (menos aún el surrealismo español) en ningún modo se caracteriza
por la famosísima escritura automática: en diversas composiciones de Baudelaire, de Machado, de
Juan Ramón Jiménez y de tantos otros como Aleixandre, Neruda o Cernuda se da escritura surrealista
sin darse escritura automática: lo que sí se da en esos casos es ausencia de control racional o, si se
prefiere, proceso preconsciente; en todos ellos hay irracionalismo, pero hay también –y esto es lo que
aquí nos interesa– una manera o un registro diferente de tratar dicho irracionalismo.
También hemos hablado de coincidencias; a este propósito, Aleixandre, como Breton más
adelante, se da cuenta de que la unidad no puede conseguirse poniendo excesivo peso en el polo
inconsciente, porque entonces la balanza se desequilibraría. Se da cuenta de que lo auténticamente
necesario es devolver todo su valor a esa parte del conocimiento, a la surrealidad. Ahí es donde debe
buscarse al hombre real, primitivo, desnudo, puro. Pero Aleixandre siempre corrige lo que hace, lo
corrige según su conciencia artística. Por un lado, experimenta la belleza que se origina en el
subconsciente gracias al conocimiento inmediato; pero al mismo tiempo bien sabe cuán difícil es
profundizar en esa misma relación de la belleza con el subconsciente sin previa racionalización.
Breton lo hizo con sus experimentos; Aleixandre, respetando sus visiones oníricas y sus pulsiones,
modela artísticamente sus poemas para llegar a conocerse a sí mismo.
La búsqueda en el subconsciente da como primer resultado el descubrimiento del deseo como
ley del mundo onírico. Breton decía que son tres los momentos en los que el hombre entra en
contacto con lo inmediato (en el sentido más etimológico de la palabra): la poesía, la libertad y el
amor. Aleixandre se topa en primer lugar con este último: el amor como punto supremo de unidad.
Debemos hacer aquí un inciso sobre la concepción del amor que tenían los surrealistas y, más
en concreto, los surrealistas franceses. Para ellos, dado que toda fuerza es tensión hacia algo, el deseo
aspira a realizarse por completo. Cuando estos surrealistas toman el amor por objeto, no ven en él,
ni mucho menos, la búsqueda de una transcendencia: el amor se sitúa única y exclusivamente en una
experiencia inmanente (Abastado, 1986: 150). En íntima concomitancia con los postulados
freudianos, el amor es la forma primordial del deseo, la primera esencia del mundo (piénsese por
ejemplo en el prólogo de Aragon a Libertinage, en 1924, o los dos últimos números de la Révolution
surréaliste). El amor aúna así las pesquisas de tantos “investigadores” surrealistas pues a través de él
disciernen tanto un inagotable tema de reflexión como un gran revelador del subconsciente; todo ello
hasta el punto de definirlo como única razón de la existencia o, tomando el texto de René Char al pie
de la letra, “la dévorante raison de vivre” (1945: 27).
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Pues bien, nos cuesta admitir que Aleixandre coincida en este aspecto con ellos. Como ya
indicábamos a propósito de los tipos de surrealismo, Aleixandre parece ir más allá: el amor quiere
estar aquí y allí; simultaneidad de la persona humana que anhela algo más, que “espera” algo más. El
amor es por tanto la base de la esperanza –aquí sí coinciden Aleixandre y los postulados de los
surrealistas franceses, si bien estos últimos parecen circundarlo exclusivamente en torno a la belleza,
el arma principal con la que enfrentarnos a la vida (vid. Alquié, 1972: 14). Primero porque es la manera
de salir de esa soledad que aísla al hombre con sus angustias íntimas haciéndole salir de sí. Es al
mismo tiempo pasión y conocimiento, medio para encontrarse consigo mismo: solo a través del amor
se puede llegar al nombre, a la identidad propia. Tal es el caso del poema “Mi voz”, con el que abre
Espadas como labios, título que a su vez condensa admirablemente el amor violento y la palabra, la
pasión que engendra la voz del poeta, que le da su nombre y su hacer. Es, como veremos, lo único
que nos quedará en las manos para poder enfrentarnos a la muerte.
La parte positiva de la visión del amor en Aleixandre es siempre elevadora. Esto lo reflejará
incluso materialmente en la dignidad y sublimidad que otorga al cuerpo humano. Otro tanto ocurre
con su concepción, de orígenes románticos, a propósito de la mujer; en efecto, esta es la gran
mediadora entre el hombre y lo real, el hombre y el universo:
El mundo todo es uno, la ribera y el párpado
(“Quiero saber”, La destrucción o el amor).
Este beso en tus labios como una lenta espina,
(…)
luz o espada mortal que sobre mi cuello amenaza,
pero que nunca podrá destruir la unidad de este mundo
(“Unidad en ella”, La destrucción o el amor).
Sin embargo la búsqueda en lo profundo encuentra en seguida un obstáculo; una barrera
insoslayable que levantan los límites de la razón: no es sino la parte negativa, la cruz de la moneda o
la antítesis necesaria para la síntesis. En el mundo de lo subconsciente, de lo surreal, incluso los ejes
más básicos, el tiempo y el espacio son inestables:
¿Te acuerdas? He vivido dos siglos, dos minutos,
sobre un pecho latiente,
(…)
La soledad de lo inmenso mientras medía la capacidad de
una gota.
(“Acaba”, Espadas como labios).
La visión de un mundo unitario no puede dejar de tener en cuenta la ausencia, el desamor, la
soledad, y sobre todo el fin. Esta aceptación de la parte difícil del hombre, sin temor de que salga a
la luz, sin temor a enfrentarse con ella, es un testimonio de cómo Aleixandre entiende la libertad:
No pido despacio o de prisa,
no pido más que libertad.
(…)
Pido sobre todo no lamentos, no salutaciones o visos;
que todo pase como debe
(“Libertad”, Espadas como labios).
Nueva diferencia, pues, respecto a la “escuela” francesa; allí la libertad era concebida como
autonomía radical, indiferencia y neutralidad absolutas, mientras que Aleixandre acepta una cierta
relatividad de este dinamismo.
Decíamos la parte difícil del hombre; esta se yergue una y otra vez; Aleixandre ni quiere ni
puede evitarla. Llama la atención el gran número (pero pequeño en cualquier caso si se compara con
5
los poemas amorosos) de poemas dedicados a la muerte. La muerte como suprema pregunta, como
la impotencia ante la realidad para la cual no puede encontrar explicación y ni siquiera es posible
rebelarse:
La muerte es una contracción de una pupila vidriada,
es esa imposibilidad de agitar unos brazos,
de alzar un grito hasta un cielo al que herir
(“Mar en la tierra”, Espadas como labios).
Por la realidad de la muerte, la búsqueda sigue siendo búsqueda y la pregunta queda sin
respuesta. Quizás precisamente por ello el surrealismo siga siendo la búsqueda esperanzada del
hombre; indagación que solo el amor podría resolver. Podría, porque el amor –lo dice el título de
otro libro– es una continua destrucción, destrucción del yo para ser en el otro, muerte del yo para ser
nosotros. Muerte del hombre para renacer a la vida nueva del amor. Es la esperanza de un nuevo
“Nacimiento último” (Espadas como labios). Es la confusión entre muerte y vida en una última y genial
metamorfosis.
¡Ven, ven, muerte, amor; ven pronto, te destruyo;
ven, que quiero matar o morir o darte todo
(“Ven siempre, ven”, La destrucción o el amor).
III. En contra de lo que cabría esperar, el surrealismo dista no poco del materialismo: busca
continuamente el “alma” humana y el alma de las cosas. Piensa que el desciframiento que tanto busca
–el poeta es un descifrador, un traductor, como dijeron Baudelaire y Rimbaud– se lo pueden
proporcionar las inclinaciones naturales. Ahora bien, en ningún momento podemos olvidar que
Breton aboga por estas interferencias entre el hombre y el mundo a condición de una ausencia de
todo aspecto sobrenatural; lo cual no deja de ser paradójico.
También en esto difiere parcialmente nuestro poeta. Solamente después de mirar en su interior
Aleixandre abre sus ojos hacia fuera. Después (aunque en el orden de los libros pueda parecer que
no es así), porque el mundo que él ve no es el que está ante sus ojos. Su mundo es primitivo, el de las
selvas y los animales salvajes, el del mar rugiente y los peces, el de los pájaros y la luna. Es un mundo
en el que el paisaje se intercambia con los personajes, el hombre con el mundo. En este mundo, todo
lo aparentemente real sufre distintas metamorfosis: mutilaciones, vida propia de elementos separados,
especialmente humanos, cambio de propiedades entre elementos paisajísticos y animales… Son los
elementos primitivos, hombre y agua, fuego y aire, tierra y mar. Es la naturaleza salvaje, cuyas pasiones
son violentas. Es un mundo en el que, al igual que pasa con el humano, los elementos se sienten
atraídos entre sí, en un impulso de fusión que el propio Aleixandre ha llamado “unidad amorosa del
universo”:
La espera sosegada,
esa esperanza siempre verde,
pájaro, paraíso, fasto de plumas no tocadas,
inventa ramajes más altos,
donde los colmillos de música,
donde las garras poderosas, el amor que se clava,
la sangre ardiente que brota de la herida,
no alcanzará, por más que el surtidor se prolongue,
por más que los pechos entreabiertos en tierra
proyecten su dolor o su avidez a los cielos azules.
(“La selva y el mar”, La destrucción o el amor).
Simultáneamente, este universo significa el rechazo también de una civilización artificial, donde
las convenciones sociales hacen que el hombre se conforme con una felicidad limitada y prudente –
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como decía Breton–, un bienestar que, por tanto, exige renunciar a los sueños y a las exigencias del
deseo, impidiendo, como consecuencia, un amor total:
Este cuerpo que estrecho como si fuera un nombre
(…)
en que una música total canta invadiéndolo todo,
mientras el cartón, las cuerdas, las falsas telas,
la dolorosa arpillera, el mundo rechazado,
se retira como un mar que muge sin destino
(“Ven, ven tú”, La destrucción o el amor).
Aleixandre no se limita a descubrir que el hombre debe preguntar, debe amar, que su búsqueda
no tiene fin, pero tiene esperanza. Nos lo grita en sus poemas a través de imágenes múltiples y
polifacéticas: imágenes violentas, paradojas que explican lo inexplicable, identificaciones de elementos
distantes, metamorfosis, síntesis de contrarios. Busca una belleza que nos conmueva, que nos
transforme por medio de la emoción creadora, obsesión que domina prácticamente, decía Bouvier,
todas las búsquedas contemporáneas. Así afirma, junto con el Breton de Nadja, que solo la belleza
convulsiva es belleza, porque es la única que nos permite una comunicación inmediata. Cabría
preguntarse la razón última de esta reflexión que dará punto final al “relato biográfico” de Nadja: la
respuesta está, es cierto, en la convulsión, la saccade, pero siempre dentro de la inmediatez más
extrema; de otra manera, nos saldríamos del campo surrealista: “la belleza surrealista es lo imaginario
mismo, rechazando que se la relacione con otra cosa que no sea ella [misma]” (Alquié, 1972: 177).
Sin embargo, aunque Aleixandre busque despertar las conciencias adormiladas por la rutina,
no encontramos en él el espíritu de rebeldía activa y politizada que hubo en el círculo surrealista
francés. Ello no supone que la rebelión desaparezca: la rebeldía permanece, se muestra en el hecho
mismo del cuestionamiento sobre la realidad, en el rechazo implícito y explícito de la sociedad
artificial que la rodea. Pero al menos durante la época surrealista no estuvo en la política española.
Esto fue así en casi todos los poetas de la generación del 27, en parte por circunstancias externas (no
participaron en la 1ª Guerra Mundial –vid. texto de Jacques Vaché, publicado en 1919 por Breton,
texto al que podemos añadir el comentario que recoge a este respecto Tisson-Braun: “Quatre années
de démence organisée offraient un spectacle dadaïste s’il en fut” (p. 5)) y en parte por la formación
culta (en cierto sentido elitista, herencia de los poetas puros) de los poetas anteriores a la guerra.
Quizá también haya alguna relación entre la razón de esta actitud y la propia personalidad de
Aleixandre, con su naturaleza enferma y sufriente; desengañado ante la posibilidad real de cambiar la
naturaleza humana pero con los ojos siempre abiertos hacia el futuro, porque en el hombre siempre
queda la paradoja de ser un “Ser de esperanza y lluvia” (Pasión de la tierra).
Bibliografía utilizada
ABASTADO (Claude), Introduction au surréalisme, París, Bordas, 1986.
ALEIXANDRE, Vicente, Obras Completas, Madrid, Aguilar, 1968 (reeditada en 1978).
ALQUIÉ (Ferdinand), Filosofía del surrealismo, Barcelona, Barral Editores, 1972; ed. original Paris, Flammarion,
1965.
BOUSOÑO (Carlos), Superrealismo poético y simbolización, Madrid, Gredos, col. Biblioteca Románica Hispánica,
1979.
CANO (José Luis), Espadas como labios. La destrucción o el amor, ed., Madrid, Castalia, 1972.
CHAR (René), Le Marteau sans maître, “L’action de la justice est éteinte”, París, José Corti, 1945.
LERSCH, Ph., La estructura de la personalidad, Barcelona, Scientia, 4ª ed., 1966.
MARINO (Adrian), La Critique des idées littéraires, Bruselas, Éditions Complexe, 1977.
7
PRADO (Javier del), Teoría y práctica de la función poética, Madrid, Cátedra, 1993.
TISON-BRAUN (Micheline), Dada et le Surréalisme. Textes théoriques sur la poésie, París, Bordas, 1973.
Bibliografía crítica sobre Aleixandre
BOUSOÑO, Carlos, La poesía de Vicente Aleixandre, Madrid, Gredos, 1977.
– Superrealismo poético y simbolización, Madrid, Gredos, 1978.
CABRERA, Vicente, Tres poetas a la luz de la metáfora: Salinas, Aleixandre y Guillén, Madrid, Gredos, 1975.
CANO, José Luis, Los cuadernos de Velintonia: conversaciones con Vicente Aleixandre, Barcelona, Seix-Barral, 1986.
– ed., Vicente Aleixandre, Madrid, Taurus, 1977.
COLINAS, Antonio, Aleixandre, Barcelona, Barcanova, 1982.
Critical Views on Vicente Aleixandre’s Poetry, Vicente CABRERA y Harriet BOYER eds., Lincoln (Neb.), Society of
Spanish and Spanish-American Studies, 1979.
DAYDÍ-TOLSON, Santiago, ed., Vicente Aleixandre, a critical appraisal, Michigan, Bilingual Press / Editorial
Bilingüe, 1981.
GALILEA, Hernán, La poesía superrealista de Vicente Aleixandre, Santiago de Chile, Editorial Universitaria, 1971.
GARET, Leonardo, Vicente Aleixandre, Montevideo, Editores Asociados, 1991.
GRANADOS, Vicente, La poesía de Vicente Aleixandre (formación y evolución), Madrid, Cupsa, 1977.
Homenaje a Vicente Aleixandre, Madrid, Instituto Cultural Andaluz, 1984.
JIMÉNEZ, José Olivio, Vicente Aleixandre, una aventura hacia el conocimiento, Madrid, Júcar, 1982.
LÁZARO CARRETER, Fernando, Introducción a la poesía de Vicente Aleixandre, Madrid, Fundación Universitaria
Española, 1979.
LÓPEZ CASANOVA, Arcadio, Lenguaje de la poesía y figuras gramaticales: sobre conjuntos semejantes en el sistema estilístico
de Vicente Aleixandre, Castellón, Universitat Jaume I, 1992.
LÓPEZ MARTÍNEZ, María Isabel, Aleixandre, ecos y afinidades, Cáceres, Universidad de Extremadura, 1993.
LUIS, Leopoldo de, Vida y obra de Vicente Aleixandre, Madrid, Espasa-Calpe, 1978.
MARCIAL DE ONÍS, Carlos, El surrealismo y cuatro poetas de la generación del 27, Madrid, Porrúa, 1974.
NOVO VILLAVERDE, Yolanda, Vicente Aleixandre, poeta surrealista, Santiago de Compostela, Universidad, 1980.
PERSONNEAUX, Lucie, Vicente Aleixandre où une poésie du suspens, Montpellier, s. l., 1980.
PUCCINI, Darío, La palabra poética de Vicente Aleixandre, Barcelona, Ariel, 1979.
ROJO RUIZ, Basilio, Imagen, sineidesis y actitud dialógica en la poesía de Vicente Aleixandre, Madrid, Ed. Universidad
Complutense, 1983.
SCHWARTZ, Kessel, Vicente Aleixandre, Nueva York, Twaine Publ., [1970].
VILLAR, Arturo del, Los motivos del diálogo en Vicente Aleixandre, Madrid, Los libros de Fausto, 1982.
VOLEK, Emil, Cuatro claves para la modernidad: análisis semiótico de textos hispánicos: Aleixandre, Borges, Carpentier,
Cabrera Infante, Madrid, Gredos, 1984.

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  • 1. 1 EL SURREALISMO DE VICENTE ALEIXANDRE: SER DE ESPERANZA Y LLUVIA Rosa Fernández Urtasun y José Manuel Losada De Baudelaire a Lorca. José Manuel Losada, Kurt Reichenberger & Alfredo Rodríguez (eds.), Kassel: Reichenberger, 1996, III, p. 785-797. ISBN: 3-930700-62-X. I. No cabe la menor duda de que gran parte de los manifiestos literarios y políticos –por el mismo ser de las cosas– van mucho más allá de sus cristalizaciones materiales. No es otra cosa lo ocurrido con el surrealismo francés, como lúcidamente ha constatado Marino: “L’idée littéraire demeure en toute occasion une forme spirituelle indépendante de l’activité pratique de création littéraire. Le rapport peut être un rapport d’identité. Mentionnons cependant que parfois, et même assez souvent, la conscience esthétique s’avère supérieure à la réalisation: c’est le cas –entre autres– de toutes les «avant-gardes», plus intéressantes et plus créatrices du pont de vue théorique (manifestes, programmes, polémiques, etc.), que sous le rapport purement littéraire” (1977: 36). Esta reflexión nos lleva como de la mano a preguntarnos sobre la adscripción de nuestro poeta al movimiento surrealista. Sabemos que el modelo de una idea no puede tomar cuerpo sino adquiriendo un nombre: solamente la caracterización nominal de las constantes permite su agrupación sistemática en torno a dicho modelo. Para ello sería imprescindible especificar lo más adecuadamente posible las características de la literatura “moderna” o de la “vanguardia”, todo ello, habida cuenta del concepto preconcebido de lo que significan tales términos (cfr. ibid., p. 185 y 289). Esto, que dejamos al arbitrio y buen hacer de nuestros colaboradores franceses en sus estudios recogidos en este volumen, no nos impide sin embargo aventurarnos en el “terreno surrealista” desbrozado por Vicente Aleixandre. Por todo ello nos parece evidente esclarecer –aunque solo sea a modo de mera introducción– las relaciones entre Aleixandre y el surrealismo. A nuestro modo de ver, el poeta va más allá: no se queda en la inmanencia, la sublima en una transcendencia “sui géneris”, si se quiere, pero transcendencia al fin y al cabo, al tiempo que, como tendremos ocasión de ver, aborda una nueva y sutilísima concepción del amor, la belleza y la esperanza. Desde un punto de vista meramente cronológico conviene tener en cuenta lo siguiente: (amén del nicaragüeño Darío y los españoles Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado y Bécquer) antes que a los surrealistas franceses, Aleixandre leyó a Freud (desde 1927-8), Rimbaud (vid. su carta a Carlos Bousoño de 1956 y a la que hace alusión Cano, 1972: 24), Lautréamont y Joyce; así por ejemplo, Pasión de la tierra, libro que no vería la luz hasta 1935, fue escrito en 1928-29, esto es, antes de que nuestro poeta tuviera ocasión de leer a los surrealistas franceses. De todo ello se desprende una aparente separación con respecto al surrealismo militante francés; diríamos que, encaminados hacia objetos comunes, se asemejan a líneas paralelas que, solo por defecto de nuestra miopía, en ocasiones parecen converger. Baste pensar en las tesis anunciadas por no pocos estudiosos, y que nosotros resumiríamos en la ulterior “superación” de ese mismo surrealismo por parte de Aleixandre. Este punto tiene una importancia fundamental: desde nuestra perspectiva, el influjo de los surrealistas en Aleixandre es, ante todo, poético, formal, y, si acaso llegan a coincidir en idénticas concepciones existenciales, no es vano subrayar que lo hacen partiendo de un origen común pero por caminos diversos: eso es lo que querríamos demostrar en estas páginas fundamentándonos ante todo
  • 2. 2 en su primigenia producción poética “surrealista”. Cuando Aleixandre lee a los surrealistas franceses, su mundo imaginario ya está prácticamente constituido en su integridad: sus tendencias vitales (la búsqueda del hombre, el amor como base de la esperanza, la naturaleza en su vertiente salvaje, su “naturalismo” frente a la artificiosidad de los más recientes postulados postmodernos y vanguardistas, la muerte y sus derivaciones –integración y acabamiento, fusión amorosa y liberadora–) han corrido por senderos distintos de los que siguieron los principales surrealistas franceses. La influencia de los surrealistas le lleva, no cabe la menor duda, a un cuestionamiento de sus formas de expresión, pero sin producir cambios sustanciales en su cosmovisión. ¿Qué busca entonces con este replanteamiento de las formas? ¿Podemos afirmar, con Dámaso Alonso, que los poemas de expresión alógica, irracional –pongamos el ejemplo de Espadas como labios– solo tienen sentido poético? No lo creemos así: significaría menospreciar el talante humano del escritor. Por otra parte, no podemos olvidar que su explícita negación de algunos postulados de los surrealistas franceses –como la visión onírica, la escritura automática y la abolición de la conciencia artística (vid. prólogo a Mis poemas mejores, Madrid, Gredos, 1968)– son una prueba fehaciente de sus diversos derroteros. Pero aún hay más –y con ello entramos de lleno en el ámbito de este estudio dedicado al nobel español: Aleixandre ha sabido quintaesenciar las mejores características del surrealismo venido de allende los Pirineos, y ello, en varios frentes. En primer lugar habría que señalar que su “superrealismo” no solo actúa por superposición de imágenes –es decir, de modo cuantitativo– sino más bien de modo cualitativo. Aleixandre se distingue por su finura poética y su elevada sensibilidad artística. Siguiendo estas pautas, creemos discernir en Aleixandre un surrealismo secundario; esto es: lejos de caer en los tópicos de un surrealismo “trivial” –permítasenos esta expresión–, Aleixandre va siempre más allá hasta el punto de sublimar temas que, de por sí, ya habían adquirido un talante eminentemente surrealista. Sin por ello otorgar mayores “cantidades” surrealistas –estas ya estaban comprendidas de antemano–, Vicente Aleixandre tiende, de manera siempre inconsciente, a intensificar dichas características básicas, de donde se sigue su potente aporte cualitativo. A modo de ejemplo, digamos que tiende a la simultaneidad, a la fusión, a la unidad del mundo en el que se desenvuelve el poeta. Se diría que Aleixandre no se conforma –algo que también ocurriera con los surrealistas en su agrupación más extensa: siempre tiende hacia la íntima simbiosis que embarga todas las cosas, el amor, la naturaleza y su belleza, como más abajo tendremos ocasión de ver. Aleixandre consigue acoplar de manera sorprendente esas piezas que en otros poetas quedaban sueltas y que para él, repetimos, constituyen la unidad de su armazón. II. Siguiendo en esta línea intentaremos demostrar a continuación cómo Aleixandre se enfrentó a la gran pregunta sobre la realidad; la del mundo y la del hombre. Junto con los surrealistas franceses y otros poetas de la generación del 27, el poeta indaga sin cesar a lo largo de toda su vida, pero de manera más punzante en sus primeros libros. Deslumbrado por sus lecturas de Freud, de los románticos alemanes (Hölderlin, Novalis), de los poetas malditos franceses, trata de dar una respuesta a todas estas preguntas buscando a través del subconsciente y demostrando una sensibilidad exquisita para descubrir las analogías que se establecen entre el hombre y el universo. Aleixandre tiene una visión total, unitaria, del mundo, la tierra y el destino del hombre. Quiere encontrar el sentido de lo real buscando dentro de sí mismo y sabiendo que solamente podrá conocerse en la unidad; unidad dentro de sí mismo, unidad del hombre con el mundo: Peces, árboles, piedras, corazones, medallas. Sobre vuestras concéntricas ondas, sí, detenidas, yo me muevo y, si giro, me busco, oh centro, oh centro,
  • 3. 3 camino, viajadores del mundo, del futuro existente más allá de los mares, en mis pulsos que laten. (“Poema de amor”, Espadas como labios). Enumeración, abundancia de palabras, algo muy distante de una simple verborrea inútil, porque estamos asistiendo a lo que se ha denominado estructuración metafórica de temas diversos (vid. Javier del Prado, 1993: 338): en Aleixandre el mar parece latir, alzarse y batir insistentemente en el interior del poema; todo ello porque su mar está en el fondo turbado de su conciencia, como un recuerdo o un deseo, pero ante todo como una esperanza –no nos cansemos de subrayar este elemento en la cosmovisión de Aleixandre. Esa búsqueda del hombre se configura en forma espiral ascendente, recorriendo la profundidad del hombre, el mar, el aire y la tierra hacia el amor, siempre a través de las imágenes y la palabra, los medios que tiene el subconsciente para expresarse. No cabe la menor duda de que su escritura es surrealista. No es sólamente “escritura automática y sin control de la conciencia creadora”; es más, nos atreveríamos a decir –(vid. Bousoño 1979: 373)– que el superrealismo (menos aún el surrealismo español) en ningún modo se caracteriza por la famosísima escritura automática: en diversas composiciones de Baudelaire, de Machado, de Juan Ramón Jiménez y de tantos otros como Aleixandre, Neruda o Cernuda se da escritura surrealista sin darse escritura automática: lo que sí se da en esos casos es ausencia de control racional o, si se prefiere, proceso preconsciente; en todos ellos hay irracionalismo, pero hay también –y esto es lo que aquí nos interesa– una manera o un registro diferente de tratar dicho irracionalismo. También hemos hablado de coincidencias; a este propósito, Aleixandre, como Breton más adelante, se da cuenta de que la unidad no puede conseguirse poniendo excesivo peso en el polo inconsciente, porque entonces la balanza se desequilibraría. Se da cuenta de que lo auténticamente necesario es devolver todo su valor a esa parte del conocimiento, a la surrealidad. Ahí es donde debe buscarse al hombre real, primitivo, desnudo, puro. Pero Aleixandre siempre corrige lo que hace, lo corrige según su conciencia artística. Por un lado, experimenta la belleza que se origina en el subconsciente gracias al conocimiento inmediato; pero al mismo tiempo bien sabe cuán difícil es profundizar en esa misma relación de la belleza con el subconsciente sin previa racionalización. Breton lo hizo con sus experimentos; Aleixandre, respetando sus visiones oníricas y sus pulsiones, modela artísticamente sus poemas para llegar a conocerse a sí mismo. La búsqueda en el subconsciente da como primer resultado el descubrimiento del deseo como ley del mundo onírico. Breton decía que son tres los momentos en los que el hombre entra en contacto con lo inmediato (en el sentido más etimológico de la palabra): la poesía, la libertad y el amor. Aleixandre se topa en primer lugar con este último: el amor como punto supremo de unidad. Debemos hacer aquí un inciso sobre la concepción del amor que tenían los surrealistas y, más en concreto, los surrealistas franceses. Para ellos, dado que toda fuerza es tensión hacia algo, el deseo aspira a realizarse por completo. Cuando estos surrealistas toman el amor por objeto, no ven en él, ni mucho menos, la búsqueda de una transcendencia: el amor se sitúa única y exclusivamente en una experiencia inmanente (Abastado, 1986: 150). En íntima concomitancia con los postulados freudianos, el amor es la forma primordial del deseo, la primera esencia del mundo (piénsese por ejemplo en el prólogo de Aragon a Libertinage, en 1924, o los dos últimos números de la Révolution surréaliste). El amor aúna así las pesquisas de tantos “investigadores” surrealistas pues a través de él disciernen tanto un inagotable tema de reflexión como un gran revelador del subconsciente; todo ello hasta el punto de definirlo como única razón de la existencia o, tomando el texto de René Char al pie de la letra, “la dévorante raison de vivre” (1945: 27).
  • 4. 4 Pues bien, nos cuesta admitir que Aleixandre coincida en este aspecto con ellos. Como ya indicábamos a propósito de los tipos de surrealismo, Aleixandre parece ir más allá: el amor quiere estar aquí y allí; simultaneidad de la persona humana que anhela algo más, que “espera” algo más. El amor es por tanto la base de la esperanza –aquí sí coinciden Aleixandre y los postulados de los surrealistas franceses, si bien estos últimos parecen circundarlo exclusivamente en torno a la belleza, el arma principal con la que enfrentarnos a la vida (vid. Alquié, 1972: 14). Primero porque es la manera de salir de esa soledad que aísla al hombre con sus angustias íntimas haciéndole salir de sí. Es al mismo tiempo pasión y conocimiento, medio para encontrarse consigo mismo: solo a través del amor se puede llegar al nombre, a la identidad propia. Tal es el caso del poema “Mi voz”, con el que abre Espadas como labios, título que a su vez condensa admirablemente el amor violento y la palabra, la pasión que engendra la voz del poeta, que le da su nombre y su hacer. Es, como veremos, lo único que nos quedará en las manos para poder enfrentarnos a la muerte. La parte positiva de la visión del amor en Aleixandre es siempre elevadora. Esto lo reflejará incluso materialmente en la dignidad y sublimidad que otorga al cuerpo humano. Otro tanto ocurre con su concepción, de orígenes románticos, a propósito de la mujer; en efecto, esta es la gran mediadora entre el hombre y lo real, el hombre y el universo: El mundo todo es uno, la ribera y el párpado (“Quiero saber”, La destrucción o el amor). Este beso en tus labios como una lenta espina, (…) luz o espada mortal que sobre mi cuello amenaza, pero que nunca podrá destruir la unidad de este mundo (“Unidad en ella”, La destrucción o el amor). Sin embargo la búsqueda en lo profundo encuentra en seguida un obstáculo; una barrera insoslayable que levantan los límites de la razón: no es sino la parte negativa, la cruz de la moneda o la antítesis necesaria para la síntesis. En el mundo de lo subconsciente, de lo surreal, incluso los ejes más básicos, el tiempo y el espacio son inestables: ¿Te acuerdas? He vivido dos siglos, dos minutos, sobre un pecho latiente, (…) La soledad de lo inmenso mientras medía la capacidad de una gota. (“Acaba”, Espadas como labios). La visión de un mundo unitario no puede dejar de tener en cuenta la ausencia, el desamor, la soledad, y sobre todo el fin. Esta aceptación de la parte difícil del hombre, sin temor de que salga a la luz, sin temor a enfrentarse con ella, es un testimonio de cómo Aleixandre entiende la libertad: No pido despacio o de prisa, no pido más que libertad. (…) Pido sobre todo no lamentos, no salutaciones o visos; que todo pase como debe (“Libertad”, Espadas como labios). Nueva diferencia, pues, respecto a la “escuela” francesa; allí la libertad era concebida como autonomía radical, indiferencia y neutralidad absolutas, mientras que Aleixandre acepta una cierta relatividad de este dinamismo. Decíamos la parte difícil del hombre; esta se yergue una y otra vez; Aleixandre ni quiere ni puede evitarla. Llama la atención el gran número (pero pequeño en cualquier caso si se compara con
  • 5. 5 los poemas amorosos) de poemas dedicados a la muerte. La muerte como suprema pregunta, como la impotencia ante la realidad para la cual no puede encontrar explicación y ni siquiera es posible rebelarse: La muerte es una contracción de una pupila vidriada, es esa imposibilidad de agitar unos brazos, de alzar un grito hasta un cielo al que herir (“Mar en la tierra”, Espadas como labios). Por la realidad de la muerte, la búsqueda sigue siendo búsqueda y la pregunta queda sin respuesta. Quizás precisamente por ello el surrealismo siga siendo la búsqueda esperanzada del hombre; indagación que solo el amor podría resolver. Podría, porque el amor –lo dice el título de otro libro– es una continua destrucción, destrucción del yo para ser en el otro, muerte del yo para ser nosotros. Muerte del hombre para renacer a la vida nueva del amor. Es la esperanza de un nuevo “Nacimiento último” (Espadas como labios). Es la confusión entre muerte y vida en una última y genial metamorfosis. ¡Ven, ven, muerte, amor; ven pronto, te destruyo; ven, que quiero matar o morir o darte todo (“Ven siempre, ven”, La destrucción o el amor). III. En contra de lo que cabría esperar, el surrealismo dista no poco del materialismo: busca continuamente el “alma” humana y el alma de las cosas. Piensa que el desciframiento que tanto busca –el poeta es un descifrador, un traductor, como dijeron Baudelaire y Rimbaud– se lo pueden proporcionar las inclinaciones naturales. Ahora bien, en ningún momento podemos olvidar que Breton aboga por estas interferencias entre el hombre y el mundo a condición de una ausencia de todo aspecto sobrenatural; lo cual no deja de ser paradójico. También en esto difiere parcialmente nuestro poeta. Solamente después de mirar en su interior Aleixandre abre sus ojos hacia fuera. Después (aunque en el orden de los libros pueda parecer que no es así), porque el mundo que él ve no es el que está ante sus ojos. Su mundo es primitivo, el de las selvas y los animales salvajes, el del mar rugiente y los peces, el de los pájaros y la luna. Es un mundo en el que el paisaje se intercambia con los personajes, el hombre con el mundo. En este mundo, todo lo aparentemente real sufre distintas metamorfosis: mutilaciones, vida propia de elementos separados, especialmente humanos, cambio de propiedades entre elementos paisajísticos y animales… Son los elementos primitivos, hombre y agua, fuego y aire, tierra y mar. Es la naturaleza salvaje, cuyas pasiones son violentas. Es un mundo en el que, al igual que pasa con el humano, los elementos se sienten atraídos entre sí, en un impulso de fusión que el propio Aleixandre ha llamado “unidad amorosa del universo”: La espera sosegada, esa esperanza siempre verde, pájaro, paraíso, fasto de plumas no tocadas, inventa ramajes más altos, donde los colmillos de música, donde las garras poderosas, el amor que se clava, la sangre ardiente que brota de la herida, no alcanzará, por más que el surtidor se prolongue, por más que los pechos entreabiertos en tierra proyecten su dolor o su avidez a los cielos azules. (“La selva y el mar”, La destrucción o el amor). Simultáneamente, este universo significa el rechazo también de una civilización artificial, donde las convenciones sociales hacen que el hombre se conforme con una felicidad limitada y prudente –
  • 6. 6 como decía Breton–, un bienestar que, por tanto, exige renunciar a los sueños y a las exigencias del deseo, impidiendo, como consecuencia, un amor total: Este cuerpo que estrecho como si fuera un nombre (…) en que una música total canta invadiéndolo todo, mientras el cartón, las cuerdas, las falsas telas, la dolorosa arpillera, el mundo rechazado, se retira como un mar que muge sin destino (“Ven, ven tú”, La destrucción o el amor). Aleixandre no se limita a descubrir que el hombre debe preguntar, debe amar, que su búsqueda no tiene fin, pero tiene esperanza. Nos lo grita en sus poemas a través de imágenes múltiples y polifacéticas: imágenes violentas, paradojas que explican lo inexplicable, identificaciones de elementos distantes, metamorfosis, síntesis de contrarios. Busca una belleza que nos conmueva, que nos transforme por medio de la emoción creadora, obsesión que domina prácticamente, decía Bouvier, todas las búsquedas contemporáneas. Así afirma, junto con el Breton de Nadja, que solo la belleza convulsiva es belleza, porque es la única que nos permite una comunicación inmediata. Cabría preguntarse la razón última de esta reflexión que dará punto final al “relato biográfico” de Nadja: la respuesta está, es cierto, en la convulsión, la saccade, pero siempre dentro de la inmediatez más extrema; de otra manera, nos saldríamos del campo surrealista: “la belleza surrealista es lo imaginario mismo, rechazando que se la relacione con otra cosa que no sea ella [misma]” (Alquié, 1972: 177). Sin embargo, aunque Aleixandre busque despertar las conciencias adormiladas por la rutina, no encontramos en él el espíritu de rebeldía activa y politizada que hubo en el círculo surrealista francés. Ello no supone que la rebelión desaparezca: la rebeldía permanece, se muestra en el hecho mismo del cuestionamiento sobre la realidad, en el rechazo implícito y explícito de la sociedad artificial que la rodea. Pero al menos durante la época surrealista no estuvo en la política española. Esto fue así en casi todos los poetas de la generación del 27, en parte por circunstancias externas (no participaron en la 1ª Guerra Mundial –vid. texto de Jacques Vaché, publicado en 1919 por Breton, texto al que podemos añadir el comentario que recoge a este respecto Tisson-Braun: “Quatre années de démence organisée offraient un spectacle dadaïste s’il en fut” (p. 5)) y en parte por la formación culta (en cierto sentido elitista, herencia de los poetas puros) de los poetas anteriores a la guerra. Quizá también haya alguna relación entre la razón de esta actitud y la propia personalidad de Aleixandre, con su naturaleza enferma y sufriente; desengañado ante la posibilidad real de cambiar la naturaleza humana pero con los ojos siempre abiertos hacia el futuro, porque en el hombre siempre queda la paradoja de ser un “Ser de esperanza y lluvia” (Pasión de la tierra). Bibliografía utilizada ABASTADO (Claude), Introduction au surréalisme, París, Bordas, 1986. ALEIXANDRE, Vicente, Obras Completas, Madrid, Aguilar, 1968 (reeditada en 1978). ALQUIÉ (Ferdinand), Filosofía del surrealismo, Barcelona, Barral Editores, 1972; ed. original Paris, Flammarion, 1965. BOUSOÑO (Carlos), Superrealismo poético y simbolización, Madrid, Gredos, col. Biblioteca Románica Hispánica, 1979. CANO (José Luis), Espadas como labios. La destrucción o el amor, ed., Madrid, Castalia, 1972. CHAR (René), Le Marteau sans maître, “L’action de la justice est éteinte”, París, José Corti, 1945. LERSCH, Ph., La estructura de la personalidad, Barcelona, Scientia, 4ª ed., 1966. MARINO (Adrian), La Critique des idées littéraires, Bruselas, Éditions Complexe, 1977.
  • 7. 7 PRADO (Javier del), Teoría y práctica de la función poética, Madrid, Cátedra, 1993. TISON-BRAUN (Micheline), Dada et le Surréalisme. Textes théoriques sur la poésie, París, Bordas, 1973. Bibliografía crítica sobre Aleixandre BOUSOÑO, Carlos, La poesía de Vicente Aleixandre, Madrid, Gredos, 1977. – Superrealismo poético y simbolización, Madrid, Gredos, 1978. CABRERA, Vicente, Tres poetas a la luz de la metáfora: Salinas, Aleixandre y Guillén, Madrid, Gredos, 1975. CANO, José Luis, Los cuadernos de Velintonia: conversaciones con Vicente Aleixandre, Barcelona, Seix-Barral, 1986. – ed., Vicente Aleixandre, Madrid, Taurus, 1977. COLINAS, Antonio, Aleixandre, Barcelona, Barcanova, 1982. Critical Views on Vicente Aleixandre’s Poetry, Vicente CABRERA y Harriet BOYER eds., Lincoln (Neb.), Society of Spanish and Spanish-American Studies, 1979. DAYDÍ-TOLSON, Santiago, ed., Vicente Aleixandre, a critical appraisal, Michigan, Bilingual Press / Editorial Bilingüe, 1981. GALILEA, Hernán, La poesía superrealista de Vicente Aleixandre, Santiago de Chile, Editorial Universitaria, 1971. GARET, Leonardo, Vicente Aleixandre, Montevideo, Editores Asociados, 1991. GRANADOS, Vicente, La poesía de Vicente Aleixandre (formación y evolución), Madrid, Cupsa, 1977. Homenaje a Vicente Aleixandre, Madrid, Instituto Cultural Andaluz, 1984. JIMÉNEZ, José Olivio, Vicente Aleixandre, una aventura hacia el conocimiento, Madrid, Júcar, 1982. LÁZARO CARRETER, Fernando, Introducción a la poesía de Vicente Aleixandre, Madrid, Fundación Universitaria Española, 1979. LÓPEZ CASANOVA, Arcadio, Lenguaje de la poesía y figuras gramaticales: sobre conjuntos semejantes en el sistema estilístico de Vicente Aleixandre, Castellón, Universitat Jaume I, 1992. LÓPEZ MARTÍNEZ, María Isabel, Aleixandre, ecos y afinidades, Cáceres, Universidad de Extremadura, 1993. LUIS, Leopoldo de, Vida y obra de Vicente Aleixandre, Madrid, Espasa-Calpe, 1978. MARCIAL DE ONÍS, Carlos, El surrealismo y cuatro poetas de la generación del 27, Madrid, Porrúa, 1974. NOVO VILLAVERDE, Yolanda, Vicente Aleixandre, poeta surrealista, Santiago de Compostela, Universidad, 1980. PERSONNEAUX, Lucie, Vicente Aleixandre où une poésie du suspens, Montpellier, s. l., 1980. PUCCINI, Darío, La palabra poética de Vicente Aleixandre, Barcelona, Ariel, 1979. ROJO RUIZ, Basilio, Imagen, sineidesis y actitud dialógica en la poesía de Vicente Aleixandre, Madrid, Ed. Universidad Complutense, 1983. SCHWARTZ, Kessel, Vicente Aleixandre, Nueva York, Twaine Publ., [1970]. VILLAR, Arturo del, Los motivos del diálogo en Vicente Aleixandre, Madrid, Los libros de Fausto, 1982. VOLEK, Emil, Cuatro claves para la modernidad: análisis semiótico de textos hispánicos: Aleixandre, Borges, Carpentier, Cabrera Infante, Madrid, Gredos, 1984.