"Lo que tú quieras", biografía ilustrada de Montse Grases.
Dia siete. Santo sepulcro
1. SANTO SEPULCRO... ¡NO ESTÁ AQUÍ, NO ESTÁ MUERTO!
Cristo resucitó de entre los muertos
pisoteando la muerte con su muerte
y otorgando la vida a los que yacen en los sepulcros.
(Himno Pascual, “Christos Anesti”, de la Iglesia Ortodoxa)
“Si Cristo no ha resucitado,
vana es entonces nuestra
fe” (1 Cor 15, 14) Lo dice
San Pablo aunque, como
adelanté antes, hablando
del Gólgota, esto es algo
que aparte de que nos sea
informado por la fe (“y al
tercer día resucitó de
entre los muertos” –
recitamos en el Credo),
creo que también nos
informa de ello la propia
razón humana, porque si
Cristo no hubiese
resucitado no se trata ya
de que nuestra fe sea vana,
sino que la vida misma, a la
que venimos naciendo sin
que nos pidan opinión, y de
la que nos vamos muriendo
sin que se nos consulte, se
convertiría en un
paréntesis absurdo en el
que lo único que nos queda
sería vivir
hedonísticamente
(“Comamos y bebamos que
mañana moriremos” 1 Cor
15, 32) o desesperarnos
hasta la náusea, como decía Jean Paul Sartre, sobre todo en aquellos
momentos en que las cosas nos van mal, sufrimos, padecemos enfermedad o
morimos…
Pero además tenemos el testimonio de la tumba vacía, así el Evangelio de Mateo
nos hace el anuncio gozoso de la resurrección de Cristo por medio del anuncio
del ángel a las mujeres: “Sé que buscáis a Jesús, el crucificado. No está aquí; ha
resucitado como había dicho.” (Mt 28, 5-6) por tanto, de esta manera, el Santo
Sepulcro se convierte en el centro de la peregrinación, no porque necesitemos
pruebas, sino porque todos nosotros gustamos de palpar, tocar, comprobar,
como si fuéramos el incrédulo Santo Tomás, todo aquello que tiene que ver con
los acontecimientos de la vida terrena de nuestro Señor Jesucristo, y sin duda
alguna, la resurrección es el más importante de todos ellos…
2. Es una constante, en la experiencia de los hombres y mujeres que han
visto a Dios, cara a cara, el no poder soportar su mirada, nuestro ser finito
y limitado se diluye y se anonada, casi desaparece, ante la presencia de la
infinitud de Dios que contempla a su criatura… Esta experiencia se
encuentra, por ejemplo, en Moisés, que le pide al Señor poder contemplar
“toda su Gloria” y el Señor le responde: “Mi rostro no lo puedes ver,
porque nadie puede verlo y quedar con vida. Y añadió: Ahí, junto a la
roca, tienes un sitio donde ponerte; cuando pase mi Gloria te meteré en
una hendidura de la roca y te cubriré con mi palma hasta que haya
pasado, y cuando retire la mano podrás ver mi espalda, pero mi rostro no
lo verás” (Ex 33, 20-23); el profeta Elías al sentir el Espíritu de Dios, que
se manifestaba en una brisa suave, con todo, toma la precaución de salir a
su encuentro “con el rostro tapado con su manto” (1 Re 19, 13); el
profeta Isaías al ver al Señor, en el momento de su vocación profética,
exclama aterrorizado: “¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios
impuros que habito en medio de un pueblo de labios impuros, he visto con
mis ojos al Rey y Señor Todopoderoso” (Is 6,5); o en expresión más
moderna, si se quiere, la propia Santa Teresa de Jesús al exclamar,
intentando describir sus experiencias místicas de encuentro personal con
el Señor sólo se atreve a decir: “Vivo sin vivir en mí, y muero porque no
muero”… Nadie puede permanecer impasible ante el misterio, la gloria y el
poder del Señor, por eso cuando el mismo Jesucristo dice, plenamente
consciente de ello “Yo soy” –la máxima expresión de su divinidad- en el
momento de ser prendido por la guardia, nos dice el Evangelio que todos
los presentes “retrocedieron y cayeron al suelo” (Jn 18, 6)…
Curiosamente yo tuve la misma experiencia en el Santo Sepulcro… Después de
la suerte de que al acceder al Santo Sepulcro no hubiese mucha gente y no
tener que hacer una cola ni tan larga y penosa como la de Belén, en el
momento de acceder al sepulcro vacío, donde se verificó la resurrección del
Señor, me quedé un poco abstraido en la antesala, donde se encuentra el atril
3. con otro trocito de losa –que no sé muy bien qué era- iluminado tan sólo por
dos velitas… pero luego en el Santo Sepulcro, entre la emoción y la prisa.
Como detalle curioso diré que en el Santo Sepulcro no hace falta un ángel que
nos saque de nuestro anodadamiento, como en el caso de los apóstoles
cuando vieron al Señor en su ascensión “Galileos ¿qué hacéis ahí plantados
mirando al cielo?” (Hch 1, 11) porque ya se encarga de ello el sacerdote
ortodoxo.