5. 5
ÍNDICE
Introducción ................................................................................... 77
1. José Ingenieros en la recepción del freudismo .............. 15
Entre Janet y Freud ........................................................... 15
La nueva clínica: histeria e hipnosis.................................. 26
Los sueños...................................................................... 42
Psicopatología sexual .......................................................... 45
Los ensayos sobre el amor...................................................... 54
2. Las promesas de la sexología .................................. 67
Amor y matrimonio en la tradición nacional ................... 69
La cuestión sexual............................................................... 83
El matrimonio perfecto ....................................................... 96
Psicología sexual y freudismo............................................. 107
Eugenesia, libertad amorosa y moral reproductiva ......... 112
El freudismo en las representaciones del amor sexual........ 122
3. El freudismo en la cultura de izquierda............................ 127
Enrique Mouchet................................................................. 131
6. 6
El papel de Stefan Zweig.................................................. 136
La revista Psicoterapia: G. Bermann ........................... 141
Emilio Pizarro Crespo ...................................................... 149
Aníbal Ponce y el psicoanálisis ....................................... 163
Thénon y Freud..................................................................... 170
4. Alberto Hidalgo, divulgador de Freud..................... 183
Trayectoria intelectual y vanguardia............................. 191
Violencia y literatura........................................................ 204
Freud al alcance de todos..................................................... 215
El Dr. Gómez Nerea, entre el freudismo y la sexología 221
La serie freudiana............................................................. 225
La serie sexológica............................................................. 234
5. Enrique Pichon-Rivière: psiquiatría, psicoanálisis,
poesía..................................................................................... 245
La psicopatología psicoanalítica: de la epilepsia a la
melancolía ................................................................ 253
Psiquiatría y psicosomática.............................................. 263
Poesía y psicoanálisis: el conde de Lautréamont............ 278
Bibliografía de Enrique Pichon-Rivière (1934-1952) ..... 290
7. 7
INTRODUCCIÓN
Una historia del freudismo es algo distinto de una historia del
psicoanálisis, no tanto por la elección de las fuentes como por las
perspectivas de interpretación que se arrojan sobre ellas. En la
cultura argentina hay una historia original del freudismo que es
autónoma respecto de la institucionalización del psicoanálisis,
en la medida en que hubo iniciativas de lectura y de difusión que
construyeron un espacio diversificado de recepción y apropiación
de enunciados atribuidos a Freud. Así se conformó un territorio
discursivo de varias caras, inorgánico y hecho de retazos, para el
cual conviene eludir cualquier denominación —como “formación
discursiva” o “dispositivo”— que se refiera a un atributo de orga-
nización o sistema. Me ha interesado, básicamente, explorar esa
dimensión en sus efectos, en la medida en que se ha mostrado
eficaz en la configuración de nuevos problemas y en la constitu-
ción de un público ampliado. Con lo cual el problema mayor, co-
rrientemente señalado, de la impregnación psicoanalítica de la
cultura contemporánea de Buenos Aires aparece como un hori-
zonte lejano de la investigación, aunque no se trate de proponer
una interpretación genética de la situación actual.
8. 8
A partir de ese propósito inicial, la escritura debió atravesar
la tensión entre la tentación de una narración unificadora que
fuera capaz de eludir y simplificar la diversidad de los problemas
y la heterogeneidad de las fuentes, y la modalidad resignada-
mente insuficiente de una yuxtaposición de estudios de casos. En
la primera opción, cualquier relato de mano única debe enfrentar
el riesgo de recaer —para repetirlo o para contradecirlo— en un
pequeño mito de nuestro tiempo: Buenos Aires, capital del psi-
coanálisis, metrópoli predestinada a albergar un freudismo
reconvertido en mensaje nacional. Frente a esa leyenda auto-
exaltante es sin duda preferible cualquier recurso descons-
tructivo, como el que, por ejemplo, pueden proporcionar algunos
estudios históricos bien delimitados. Pero la importancia induda-
ble de esos estudios se resiente si sólo se dedican a destacar el
descubrimiento novedoso (ante todo para nuestros psicoanalis-
tas) de que en Buenos Aires, desde los años ‘20, el nombre de
Freud era mencionado insistentemente en ámbitos médicos y li-
terarios.
En efecto, a favor de la detección de ese pasado ignorado, ex-
cluido de la memoria institucional del psicoanálisis, es relativa-
mente fácil jugar con la sorpresa y enfrentar la amnesia con la
proclamación de que el freudismo tiene una historia que es ante-
rior a la presencia de psicoanalistas en este rincón del planeta.
Pero con esa constatación comienzan los verdaderos problemas,
allí donde justamente se trata de explorar la implantación del
discurso freudiano en zonas de la cultura cuando, en cierto senti-
do, el freudismo se anticipa al psicoanálisis. Si se admite que el
psicoanálisis es inseparable de ciertas condiciones instituciona-
les establecidas por su creador, que sólo se es psicoanalista en
esa perspectiva fundacional, como miembro de un “movimiento”,
hay que concluir que ha habido freudismo —y en cierto sentido ha
habido freudianos— cuando aún no había psicoanalistas. Mi pro-
blema ha sido, entonces, el estudio de un “vacío”: la ausencia-
presencia de Freud en Buenos Aires antes de la creación de la
Asociación Psicoanalítica Argentina. Y es claro que una primera
condición ha sido el distanciamiento respecto de la historia de la
9. 9
APA escrita por ella misma, de la cual lo menos que puede decir-
se es que lo peor no es el texto mismo, su composición escolar y su
ausencia de perspicacia para plantear alguna pregunta históri-
ca, sino el que se proponga como la historia definitiva.1
Esta investigación no ha eludido un tratamiento diversificado
de los problemas y puede decirse que las diferencias de registro
en cada uno de los capítulos de este libro se corresponden con
diferencias en el nivel de sus “objetos”. En ese sentido, el freu-
dismo no se conjuga en esta historia de una sola manera, y si he
procurado destacar algunas ilaciones y cierta filiación posible
en contextos más amplios, no se trata de la construcción de una
historia concebida como el despliegue de algunas esencias. Un
punto de articulación es la insistencia en la dimensión de la
recepción, una apropiación (o —mejor— una reapropiación, consi-
derando que generalmente se importa a Freud en versiones de
segunda mano) que no es meramente reproductiva sino que
reconstituye su objeto según la problemática que subtiende las
operaciones de lectura.
Las lecturas colocan al texto en el marco de una tradición, lo
incluyen en un ámbito de experiencia o se sirven de él para im-
pulsar un nuevo horizonte de problemas, para trastrocar alguna
región del sentido común o para establecer nuevas formas de re-
lación con el público. Se ha insistido en señalar una doble vía,
médica y literaria, de implantación del freudismo en el mundo
contemporáneo. De algún modo, en el “Estudio preliminar” a
Freud en Buenos Aires ordené, de acuerdo con esa distinción bá-
sica, los andariveles de la importación del freudismo.2 Pero esa
separación, que es acertada cuando se atiende al marco institu-
cional y a ciertos efectos de “campo” en la circulación e implanta-
ción del discurso en torno del psicoanálisis, puede convertirse en
1. Asociación Psicoanalítica Argentina, Asociación Psicoanalítica Argentina
1942-1982, APA, 1982.
2. H. Vezzetti, “Estudio preliminar”, Freud en Buenos Aires, 1910-1939, Bue-
nos Aires, Puntosur, 1989
10. 10
un obstáculo y en una división insuficiente para un estudio que
acentúe la dimensión propiamente cultural de las condiciones y
los efectos de esa recepción.
En efecto, esa implantación supone un conjunto de procesos
que son a la vez propios y “externos” al campo psicoanalítico o,
más en general, al dispositivo institucional de los “usos” en la
clínica o las prácticas de la psiquiatría y la psicología, así como a
la incorporación a los ámbitos académicos. En el caso de la medi-
cina mental, no puede desconocerse que la “recepción psiquiátri-
ca” fue bastante notable en términos de la frecuencia de las men-
ciones del nombre de Freud desde los ‘20 y, en particular, en los
‘30; a su muerte, en 1939, son varios los psiquiatras que se auto-
rizan como “psicoanalistas” para referirse al maestro vienés. Pero,
¿cuáles fueron las consecuencias de esa recepción? Por una parte,
contribuyó a difundir y legitimar una apropiación libre de Freud
en una zona del campo psiquiátrico y de la enseñanza de la psico-
logía; algo que se hace particularmente evidente en la incorpora-
ción académica del freudismo y en la consideración que recibe en
las revistas psiquiátricas. Para una historia de la exportación de
nociones psicoanalíticas al discurso y las prácticas de la psiquia-
tría, señalar esos puntos de comunicación puede parecer un des-
cubrimiento suficiente. Pero si se procura mantener abierta la
pregunta histórica por las consecuencias, es decir por lo nuevo
emergente, se hace necesario ir más allá de una consideración
descriptiva para abordar los cambios que de ello resultan. Y en
ese sentido, esa recepción psiquiátrica fue “fallida” más allá de la
extensión y la reiteración de las referencias a Freud, porque las
líneas de transformación del dispositivo psiquiátrico, desde los
‘30, corrieron en Buenos Aires por otros carriles: desde la tradi-
ción de la higiene mental hasta las instituciones y discursos de la
salud mental en los ‘50. En esa tradición, el psicoanálisis recién
va a hacer su impacto en la experiencia desplegada bajo la direc-
ción de Mauricio Goldenberg en el Hospital Aráoz Alfaro de Lanús
hacia los ‘60. Ese carácter fallido se hace notorio, por otra parte,
si se atiende a las trayectorias ulteriores de los representantes
mayores de esa recepción psiquiátrica: Gregorio Bermann, Emi-
11. 11
lio Pizarro Crespo, Jorge Thénon; todos ellos siguieron caminos
divergentes de los destinos del psicoanálisis, o francamente en-
frentados a ellos. En verdad, si hubo una recepción “médica” y
psiquiátrica, se produjo, después de la creación de la Asociación
Psicoanalítica Argentina, por la acción de alguno de los fundado-
res, notoriamente Arnaldo Rascovsky y Enrique Pichon-Rivière.
Frente a esa relativa ausencia de consecuencias de la primera
recepción psiquiátrica, se advierte la extensión de una penetra-
ción en la cultura que sigue otras vías: Nerio Rojas en La Nación,
el “consultorio del psicoanalista” de Crítica, la biografía que Ste-
fan Zweig dedicó al creador del psicoanálisis y la colección del
doctor Gómez Nerea publicada por la editorial Tor. Esta historia
del freudismo forma parte de las condiciones y los rasgos de la
peculiar “modernidad” de Buenos Aires; no sólo porque en sus
capítulos más ilustrativos acontece la ruptura de tradiciones y la
emergencia de lo nuevo, sino, más centralmente, porque no fal-
tan choques entre distintos registros de lectura y recepción, por
ejemplo de la serie “estética” y la serie “ideológica” con la tradi-
ción científico-médica en la acogida del freudismo. Esto justifica
mi propia serie, heterogénea, en la medida en que procuré man-
tener abierto un enfoque que reconociera las vías múltiples de
esa implantación, privilegiando el potencial de renovación en la
recepción del freudismo y atendiendo a las consecuencias en el
nivel del público más que de los especialistas.
Hubo algo de azaroso e imprevisto en los modos de esa recep-
ción: de allí que resalte por momentos en este ensayo histórico un
cruce variado de discursos y trayectorias biográficas y que, en
gran medida, esta construcción haya quedado organizada en tor-
no de la exploración de algunas figuras que han participado di-
versamente en la apropiación autóctona de Freud: José Ingenie-
ros, Jorge Thénon, Emilio Pizarro Crespo, Alberto Hidalgo, Enri-
que Pichon-Rivière. Si hay allí una serie, construida a posteriori
y en la que sus miembros difícilmente se reconocerían, no hay
nada semejante a un sistema, ni un “campo” o una trama, y en el
curso de la investigación quedó claro que una grilla interpretati-
va que acentuara alguna dimensión “estructural” de ese horizon-
12. 12
te de discursos dejaría de lado un costado fundamental de estas
historias. Querría, entonces, acentuar en este relato el elemento
de aventura presente en las variadas capturas y lanzamientos de
los que fue objeto el discurso freudiano, una aventura de la inte-
ligencia y la sensibilidad sostenida por autores relativamente
excepcionales.
Finalmente, salta a la vista que la inclusión, en el último capí-
tulo, de los primeros trabajos de Pichon-Rivière extiende el ciclo
investigado más allá de lo aconsejable desde el punto de vista de
una periodización estricta. Es fácil advertir lo que separa al pio-
nero del psicoanálisis institucionalizado del elenco de autores y
textos considerados en los capítulos anteriores. En todo caso, en
el propio tratamiento del tema propongo la justificación corres-
pondiente en términos de una indagación de la inicial extensión
del psicoanálisis a la sociedad por parte de una figura que resul-
tará esencial en la configuración sesentista de la disciplina. Si
con ello llevo esta historia hasta el límite en el que se entreabre
un nuevo ciclo, crecientemente expansivo, en los destinos del psi-
coanálisis en este territorio, a la vez, se deja ver lo que se pierde
respecto de las trayectorias más tempranas de la circulación na-
cional de Freud. En efecto, el período de la institucionalización
psicoanalítica desemboca a poco andar en el eclipse de la referen-
cia al padre del psicoanálisis, en la hegemonía de un kleinismo
autóctono y en las empresas de “superación” del freudismo que
van a caracterizar la nueva etapa.
Agradecimientos. Este libro, como toda empresa humana, tie-
ne sus deudas. El proyecto inicial recibió un subsidio del CONICET
en el período 1989-1991. El capítulo correspondiente a la sexo-
logía ha incorporado partes de una investigación anterior sobre
matrimonio y familia en la Argentina, que recibió un subsidio del
Social Science Research Council en 1985.
Julio Ríos me ayudó en la detección y recolección de los textos
“sexológicos” de José Ingenieros no incluidos en la edición de sus
obras completas. Algunos capítulos fueron leídos y discutidos en
el Programa de Estudios Históricos de la Psicología en la Argen-
13. 13
tina, en la Facultad de Psicología de la UBA, en el Seminario de
Historia de las ideas que dirige Oscar Terán en la Facultad de
Filosofía y Letras y en una reunión del seminario del PEHESA,
de la misma facultad, coordinada por Hilda Sábato.
María Teresa Gramuglio iluminó con una lectura atenta y
perspicaz un borrador del capítulo dedicado a Alberto Hidalgo.
Interlocutor a distancia, Jorge Belinsky leyó y comentó la prime-
ra versión del libro. Beatriz Sarlo leyó los originales e hizo algu-
nas observaciones que me llevaron a introducir cambios en el
texto.
Por último, esta obra culmina un desplazamiento que me ha
llevado desde el psicoanálisis a la historia intelectual y cultural
del psicoanálisis y las disciplinas psicológicas. El impulso de esa
traslación y el marco de la renovación de mis herramientas con-
ceptuales han tenido en el círculo de la revista Punto de Vista un
espacio privilegiado de interlocución y de iniciativas intelectua-
les durante más de quince años. A esa trayectoria colectiva quie-
ro dedicar este libro.
15. 15
Capítulo 1
JOSÉ INGENIEROS EN LA RECEPCIÓN DEL FREUDISMO
Entre Janet y Freud
Ingenieros se refiere muy pocas veces a Freud, y cuando lo
hace deja expuesto el repertorio de argumentos que constituirán,
durante muchos años, el núcleo de la resistencia al freudismo. Su
posición explícita muestra y transmite una matriz francesa de
recepción de las ideas freudianas: Pierre Janet y su crítica al
psicoanálisis se anticipan a la lectura directa de la obra. En el
agregado a la quinta edición de su conocida obra sobre la histe-
ria, en 1919, Ingenieros comienza por contraponer el “análisis
psicofisiológico” que Janet realiza de la histeria (a partir de los
fenómenos del “automatismo psicológico”) al psicoanálisis de
Freud y Breuer. Pero esa separación que acentúa la distinción
entre fisiología y psicología queda desplazada —y alterada en su
significación— cuando agrega que el psicoanálisis se concentra en
“la vida emotivo-sexual de los enfermos”, con lo cual indica un eje
diferente de oposición: es la disposición pansexualista (aunque
Ingenieros no use ese término) lo que distingue a la disciplina
freudiana. Esa prevención respecto de la generalización de la etio-
16. 16
logía sexual vuelve a aparecer hacia el final del agregado me-
diante una comparación que arroja al freudismo fuera del campo
de la medicina moderna ya que, dice, bajo esa concepción no hay
otra cosa que el resurgimiento de “la vieja teoría uterina de la
histeria”. Con ello dejaba establecido entre nosotros un núcleo
central del cuestionamiento al freudismo, que se continuaba con
la acusación —reiterada muchas veces desde entonces— que seña-
laba en él una disposición a proyectarse fuera de la medicina
“resbalando a un terreno demasiado práctico y mundano”.1
Pansexualismo y “mundanización” concentran, entonces, esos dos
nódulos interconectados de prevención frente al psicoanálisis.
Sin embargo, la breve exposición destinada a la concepción de
la histeria en el primer Freud ofrece otro rasgo notable que ten-
drá consecuencias en la recepción de lo que comenzará a llamar-
se el “método” psicoanalítico; me refiero a la exposiciónde la teo-
ría traumática y la insistencia en el “tratamiento” según el mo-
delo del “desahogo verbal”. No puede decirse que la exposición
sea errónea, ya que corresponde a la primera teoría freudiana y,
como se verá, sigue de cerca la exposición de Janet, la que, en
todo caso, mantiene a Freud en el círculo de las tesis de Charcot
sobre la histeria traumática.
Ese papel cumplido por Janet enla caracterización del psicoa-
nálisis, que marcó la temprana recepción de Ingenieros, se cum-
plió a través de un texto polémico, de batalla casi, que fue pre-
sentado en 1913 en el 18° Congreso Internacional de Medicina,
en Londres, y que, de forma sorprendente, se publicó muy pronto
en la revista de Víctor Mercante en La Plata; la inclusión es no-
1. J. Ingegnieros, Los accidentes histéricos y las sugestiones terapéuticas,
Buenos Aires, Librería de J. Menéndez, 1904. Reeditado en 1906 ya llevaba el
título más conocido, Histeria y sugestión. Estudios de psicología clínica; su au-
tor había eliminado la “g” de su apellido. La edición que fijó la versión definitiva
fue la quinta, de 1919, donde se incluyó la referencia citada sobre Freud; de
cualquier manera las modificaciones no son sustanciales. J. Ingenieros, Histe-
ria y sugestión, quinta edición, 1919; cito según la edición de Tor, Buenos Aires,
1956,págs.27-28.
17. 17
table si se tiene en cuenta que esa revista prácticamente no pu-
blicó ningún otro artículo que se refiriera al psicoanálisis en toda
su trayectoria.2
El trabajo del autor de El automatismo psicológico desarrolla,
a lo largo de más de cincuenta páginas, una argumentación do-
ble. Por un lado, trata de demostrar que lo que hay de cierto en
los descubrimientos y en los procedimientos del psicoanálisis ya
estaba presente en el “análisis psicológico” (dice referirse al que
cualquier psiquiatra bien entrenado sabe realizar, pero en ver-
dad parece hablar de su procedimiento) o en sus propios trabajos
clínicos. Por otro, denuncia en su conjunto la empresa freudiana,
en particular las proposiciones sobre la sexualidad, como una
construcción abusiva y arbitraria, ajena al campo de la medicina.
La indagación de la obra que realiza Janet se concentra en la
teoría de los recuerdos traumáticos y su papel en las psi-
coneurosis; en ese sentido, toma como referencia central a las
primeras formulaciones de Freud, desde la “Comunicación preli-
minar” de 1893. Es importante destacarlo porque ese relieve de
la versión “traumática” (con sus consecuencias en cuanto a la
concepción de la sexualidad y los usos del “método”) es lo que va a
prevalecer durante mucho tiempo. Janet cuestiona, ante todo, la
amplitud y la generalidad de la etiología traumática, que podría
ser responsable de algunos pero no de todos los casos de histeria.
Su idea central es que la neurosis se sostiene en un conjunto de
síntomas suficientemente complejo y que para su desencadena-
miento se requiere, junto al “recuerdo” —señalado por Freud— un
“estado mental particular” definido como “reducción del campo
de conciencia” o “debilidad de síntesis psicológica”. Ese estado,
dice Janet, no siempre está asociado a los efectos del aconteci-
miento traumático y debe ser separado del recuerdo o “idea fija”.3
2. P. Janet, “El psico-análisis”, Archivo de Ciencias de la Educación, I, 1914,
págs. 175-229. Sobre el texto de Janet véase Elisabeth Roudinesco, La bataille
de cent ans. Histoire de la psychanalyse en France 1, París, Seuil, 1986, págs.
242-257.
3. P. Janet, ob. cit., págs. 179-180.
18. 18
Loque subyace es una concepción que pretende dejar un espa-
cio al estado fisiológico (algo que destaca Ingenieros contrapo-
niéndolo a Freud) frente al enfoque apegado a la causalidad pro-
piamente psíquica, que va a predominar en Freud a través de la
noción de “defensa” y el papel de la represión. Pero en este pri-
mer tramo de la crítica —focalizado sobre el concepto y el papel
del trauma— Janet polemiza con un Freud que permanece unido
a Charcot, con lo cual, puede decirse, ataca a ambos con un solo
golpe. Frente a la unilateralidad con la que el psicoanálisis bus-
caría sólo los recuerdos traumáticos, el “análisis psicológico” se-
ría una investigación más integral y sistemática, apegada a la
observación del paciente en distintas circunstancias y dispuesta
a remontarse a una pluralidad de factores: constitución heredita-
ria, etapa evolutiva, enfermedades, intoxicaciones. Si Freud es
cuestionado por pretender explicarlo todo mediante el postulado
de un “principio general” (en este caso la tesis traumática), lo que
Janet ofrece como garantía de un saber y de un procedimiento
médico legítimos es una técnica de observación empírica y cier-
tas formas artesanales de tratamiento; con lo cual se prohíbe toda
teorización y, por lo tanto, cualquier discusión con el psicoanáli-
sis. En efecto, en la mayor parte de las objeciones sólo puede o
bien alegar que las cosas son más complejas y requieren una acti-
tud investigativa desprovista de principios generales previos, o
bien traer a luz algún material clínico que parece contradecir los
enunciados freudianos.
Sin embargo, hay un punto en el cual asoma una divergencia
que sin duda es teórica y que se afirma en la teorización
janetiana del “subconsciente”, enfrentada en primer lugar con
Charcot. Su maestro en la Salpêtrière había acentuado el papel
de la sugestión —y la autosugestión— en las neurosis traumáti-
cas de un modo que ponía de relieve el papel de las representa-
ciones mentales, lo que significaba proponer un mecanismo fun-
damentalmente psíquico en la etiología de ciertas neurosis.
Freud reconoce más de una vez que partió de allí en su primera
teoría de las neurosis, y es en ese estado de transición
“charcotiano” (que no duró más allá de 1896) que Janet lo fija
19. 19
para desplegar su batería polémica. A la concepción psíquica
del trauma (desarrollada en Freud con la primera teoría de la
represión) opone las proposiciones fisiopsicológicas, por decirlo
así, del “automatismo psicológico”. Nuevamente, lo determinan-
te es cierto estado de conciencia estrechada (eso que Breuer,
que seguía una dirección análoga, llamó “estado hipnoide”) en
el cual un “sistema” de fenómenos, que son a la vez psicológicos
y fisiológicos, sostiene la formación del recuerdo patógeno; éste
ve favorecida su expansión por ese estado anormal de concien-
cia y por la ausencia de representaciones antagónicas, y se de-
sarrolla por asociación anexando imágenes y movimientos, todo
lo cual, en la mayoría de los casos, no sería causado por el acon-
tecimiento traumático.
El sistema que subyace al complejo sintomático se desarrolla
entonces automáticamente, sin que sea necesario recurrir a la
intervención de representaciones fuertes que obrarían por suges-
tión y autosugestión. He aquí la explicación “sencilla” que Janet
opone a la proposición de Charcot desarrollada por Freud. De ello
derivará su apego a una concepción igualmente “fisiológica” de
los procesos separados de la conciencia: la “subconciencia por des-
agregación psicológica”. Se trata de una forma específica de la
conciencia histérica y de otras formas de funcionamiento
extranormal, que se corresponde con un funcionamiento psíquico
deficitario y disociado; la mejor ilustración de esa noción, se en-
cuentra en el “polígono de Grasset”, reproducido y expuesto por
Ingenieros.4
Janet, al mismo tiempo —aunque no es el primero—, deja esta-
blecida la caracterización del psicoanálisis como doctrina
“pansexual”. Y esto, desde la breve referencia de Ingenieros en
adelante, será uno de los lugares comunes del cuestionamiento al
freudismo, recibido —no voy a insistir sobre ello— una y otra vez
como un eco de las lecturas aportadas por la psiquiatría y la
neuropatología francesas. Por una parte, viene a decir el profesor
4. J. Ingenieros, Histeria y sugestión, ob. cit., pág. 236.
20. 20
del Collège de France, el descubrimiento de las perturbaciones
de la sexualidad en el origen de las neurosis se remonta a Hipó-
crates y ha sido unánimemente admitido por neuropatólogos mo-
dernos. El problema radica, en el caso de Freud, en la afirmación
general que propone esa etiología en todas las neurosis; nueva-
mente lo que se impugna es la “generalización”, que depende de
una teoría, frente a la diversidad empírica de la clínica que no
admitiría, en el abordaje apegado a los hechos y globalmente po-
sitivista de Janet, una reducción semejante.
Pero la índole misma de la sexualidad de que se trata es la que
está puesta en cuestión. En efecto, Janet acusa al freudismo de
no ocuparse de las “modificaciones físicas” del sexo (las que se
asocian a los efectos de la pubertad, menopausia, amenorreas)
sino sólo de su “resonancia moral” es decir, en términos algo ofen-
sivos, de los “recuerdos traumáticos relativos a aventuras sexua-
les”.5 De allí deriva la referencia, que enfureció a Freud, al am-
biente vienés de costumbres supuestamente relajadas del que
emergían las pacientes del psicoanálisis. También aquí el proble-
ma central venía a ser el descuido de la causalidad orgánica, es
decir, la concepción de una sexualidad que se autonomizaba del
funcionamiento corporal y donde las representaciones psíquicas
impondrían su dominación sobre la máquina fisiológica. Como es
evidente, se suman allí dos argumentaciones de diversa índole.
La primera afirma que la generalización de la etiología sexual es
una exageración, pero no se pronuncia acerca de si la teoría cau-
sal es admisible, aunque limitada a algunos casos; la segunda, en
cambio, cuestiona la propia concepción freudiana de la etiología
sexual que aparece, en esta versión apegada al modelo del trau-
ma, como una prolongación de la crítica básica al paradigma de-
rivado de la neurosis traumática de Charcot.
La primera objeción exige, de un positivista tenaz que es es-
clavo de los hechos, el recurso a la estadística. Si no en todos, ¿en
qué proporción de cuadros neuróticos intervienen perturbaciones
5. P. Janet, “El psico-análisis”, ob. cit., pág. 204.
21. 21
de la sexualidad? Janet admite que en su experiencia son más o
menos las tres cuartas partes de los casos. Hasta aquí el psicoa-
nálisis quedaría muy bien situado, si se admite que se mostró
capaz de explicar las razones etiológicas de una mayoría notable
de los casos. Pero la objeción mayor apunta, como se vio, a la
concepción misma del factor patológico sexual. Si destaco esa do-
ble argumentación es porque en la recepción psiquiátrica serán
frecuentes los deslizamientos y las condensaciones; a menudo la
acusación de los excesos en los que incurriría el freudismo escon-
de la otra impugnación fundamental que apunta a la concepción
misma de una lógica de la sexualidad despegada de la fisiología.
Más aún, se encuentran allí los principios de ciertos modos
típicos no sólo del rechazo del freudismo, lo que resulta evidente,
sino también de su aceptación condicionada. En los casos en que
se elude la objeción de fondo basta atenuar esa radicalidad gene-
ralizadora presente en la proposición “pansexual” para admitir
una integración posible del psicoanálisis en la explicación de al-
gunos casos —o de algunos síntomas— dentro del ámbito polimorfo
y complejo de las neurosis. Por esa vía el psicoanálisis vendría a
ocupar su lugar, junto a otras corrientes explicativas, en el capí-
tulo correspondiente de la psiquiatría, y se habría cumplido así
el temor anticipado por Freud.
El tenor de la crítica de Janet no deja lugar a dudas respecto
del juicio final sobre las consecuencias de la irrupción del
freudismo: su expansión pone en cuestión el fundamento mismo
de la psiquiatría y la neuropatología en su conformación moder-
na. Al lado de ese cuestionamiento de fondo resulta menos im-
portante la objeción moral relativa a la sexualidad. Janet no quie-
re pasar por mojigato y deduce del freudismo (como el joven mé-
dico al que se refiere Freud en “El psicoanálisis silvestre” pero
con una intención de crítica irónica) una terapéutica sencilla, a
saber, el coito normal y regular. Pero no se escandaliza por ello
sino que elige objetar, con la casuística correspondiente, que hay
casos de neurosis en parejas que llevan a cabo una vida genital
plena y sin conflictos aparentes, incluso sin las preocupaciones
de un embarazo no deseado porque existen impedimentos defini-
22. 22
dos; insiste así en oponer la fuerza de los hechos a los excesos de
la teoría. De cualquier modo, Janet no desconoce que el freudismo
no promueve simplemente la terapéutica de la incitación a la
actividad genital y debe referirse a la psicoterapia de las neuro-
sis según el modelo, expuesto por Freud en “La psicoterapia de la
histeria”, a saber, la investigación que saca a luz el recuerdo trau-
mático, de acuerdo con la teoría catártica. Y aquí, en el nivel del
método, la objeción apunta al objetivo mismo de la acción tera-
péutica, ya que para el profesor Janet no basta con hacer cons-
ciente lo que llama las “ideas fijas” para hacerlas desaparecer:
ése es sólo el “preámbulo” de un “tratamiento moral” que busca,
en la tradición pineliana, dirigir y reeducar.
Finalmente, el freudismo es acusado de emplear un lenguaje
“vago y metafórico” y ocuparse de temas propios de la filosofía; si,
entonces, el psicoanálisis aparece, para Janet, como una filoso-
fía, el problema mayor es que pretenda ser parte de la ciencia
médica, que se instale junto a “la cama de los enfermos” y en “las
salas del hospital”. De modo que el cuestionamiento janetiano al
freudismo insiste triplemente en esos rasgos que lo tornan ajeno
a las ciencias médicas, con argumentos que, si bien no son fácil-
mente compatibles, no dejan de ilustrar que el núcleo fundamen-
tal de la resistencia anida en una cierta concepción de la medici-
na. Y esto es lo que va a dominar en la recepción psiquiátrica,
incluso en quienes busquen integrar el freudismo al campo médi-
co del que quedaba, en parte al menos, excluido. Las objeciones
podrían escalonarse. Por una parte está el problema del cuerpo:
el psicoanálisis se sostiene en una concepción de los síntomas
que elude la fisiología. En segundo lugar se distancia de la medi-
cina moral por cuanto promueve una terapéutica que no se ocupa
de “todo” el paciente y de su existencia moral; finalmente, inter-
viene la cuestión de la ciencia: en la medida en que no se circuns-
cribe a la observación de los hechos, la voluntad de generalizar
teóricamente conduce a la especulación y la filosofía.
Sin embargo, aunque el carácter del artículo destaca esa
cosmovisión médica, y eso es lo que domina en la recepción
psiquiátrica argentina, no puede desconocerse que el procedi-
23. 23
miento analítico de Janet es psicológico y establece cierta sin-
tonía con las proposiciones de Bergson; pero no fue esa la ver-
sión de Janet que arribó a estas tierras. Janet se presentaba,
ante todo, como el representante de una “psicología médica”,
cuyo sentido quedaba a la luz con la expresión feliz “medica-
mento psicológico”, para aludir a las psicoterapias. Y fue la
voluntad de desarrollar una psicología clínica empírica, ana-
lítica y descriptiva, anexada al campo médico, lo que lo llevó a
recuperar la trayectoria de los viejos magnetizadores, en un
camino que continuaba la conquista iniciada por Charcot.6 Esa
es la matriz de una “psicología médica” que Janet inauguró gra-
duándose en las dos carreras —Filosofía y Medicina— algo que
George Dumas recomendaba a sus alumnos y que E. Mouchet
hizo entre nosotros. Ingenieros va a mostrar, en ese sentido,
una vía de ingreso y un programa bien diferente en su obra
propiamente psicológica.
Pero Janet ha dejado anclada la recepción del freudismo no
sólo por la vía de esa batería de argumentos contrarios; también
impactó en quienes se propusieron incorporarlo y usarlo: el
freudismo quedaba centralmente establecido en torno de la teo-
ría sexual traumática y el modelo catártico como un recurso
evacuativo, un procedimiento de descarga asociado al alivio re-
sultante de una confesión de la sexualidad.
El maestro francés contribuyó también a instituir ciertas “omi-
siones”. Para esa vía de lectura psiquiátrica no sólo los sueños y
la extensión a los actos fallidos de la vida cotidiana, sino también
la teoría del desarrollo de la libido, el narcisismo o el análisis de
la cultura quedaban casi fuera de lo comprendido en la circula-
ción del freudismo.
Esa temprana irrupción de Janet, a través de ese único texto,
desempeñó, entonces, un papel fundamental en la recepción psi-
quiátrica de Freud y fue la fuente inspiradora de las objeciones
6. P. Janet, Les Médications psychologiques I, París, Alcan, 1919.
24. 24
del autor de Histeria y sugestión. Fuera de eso no hay evidencias
de que la propia obra de Janet haya tenido gran repercusión en-
tre nosotros, a pesar de que visitó la Argentina en 1932.7
Con esta remisión de los argumentos de Ingenieros al núcleo
de ideas de ese trabajo de Janet podría parecer agotado el exa-
men de las relaciones del alienista argentino con la recepción del
freudismo. Y sin embargo, más allá de esos enunciados y aun de
las convicciones de su antifreudismo, Ingenieros forma parte de
esta historia de un modo completamente diferente del de Janet.
En efecto, si se atiende a las condiciones que hicieron posibles
ciertas lecturas y cierta “apropiación” de Freud en la Argentina,
José Ingenieros está colocado en una posición central, en la medi-
da en que contribuyó como nadie a establecer los límites y el
sentido posible de su recepción en dos áreas fundamentales: la
psicoterapia y la sexualidad.
En el primer caso cumplió el papel de legitimar para la medi-
cina mental argentina el campo de problemas de la hipnosis y la
psicoterapia a través de una obra, Histeria y sugestión, que es el
exponente mayor de la recepción de las escuelas francesas de
Charcot y de Bernheim. En ese sentido, dejó abierto el surco por
el cual una primera recepción desde la medicina se hizo posible,
algo que se evidencia en las tesis médicas sobre el tema que du-
rante años remiten siempre a la obra de Ingenieros. En cuanto a
la sexualidad, la intervención de nuestro autor sigue caminos
más complejos, que sirven para poner en evidencia cómo se alte-
ra esa distinción inicialmente fácil entre la vía psiquiátrica y la
vía literaria de circulación del freudismo. Como se vio, en 1919 se
sitúa, frente a Freud, en una posición cuestionadora del “pan-
sexualismo”. Y sin embargo, por sus trabajos sobre la psicopato-
logía sexual y, sobre todo, por sus ensayos sobre la pasión amoro-
sa contribuyó a construir un espacio —y un público— para una
7. Véase P. Janet, “Les progrès scientifiques”, en Journal des Nations
Americaines: L’Argentine, Nouvelle serie, I, n° 7, 18 de junio de 1933; allí des-
cribe sus impresiones del viaje a la Argentina.
25. 25
lectura moderna del freudismo, en el marco de una “sensibili-
dad”, podría decirse, que sintonizaba con los aires de renovación
democrática y de reforma moral en el terreno de la sexualidad
que tendrán una expresión notable en la biografía de S. Zweig.8
Ahora bien, es importante resaltar que si nuestro psiquiatra
interviene así en dos áreas fundamentales en la difusión del
freudismo, difieren el público —y las repercusiones— en cada una
de ellas. En efecto; si la obra psicopatológica se dirige al lector
especializado (aunque las numerosas ediciones, incluida la muy
popular de Tor, dan idea de la expansión de su público), los ensa-
yos sobre el amor, reunidos póstumamente en el Tratado del
amor, encuentran sus destinatarios en un público más vasto.
La historia de la hipnosis —y del psicoanálisis, en cuanto nace
en ese terreno— muestra cierta incompatibilidad con el espacio
manicomial. También entre nosotros, como en Francia, la inves-
tigación clínica y la aplicación terapéutica de la hipnosis, como
núcleo inicial de la psicoterapia moderna, no nacen en el espacio
cerrado del hospicio de alienados sino en los servicios de
neuropatología, considerablemente más abiertos a las restantes
especialidades médicas. Y no puede dejar de destacarse la cen-
tralidad de la histeria en ese surgimiento. En efecto, dado que la
histeria es “la gran simuladora” de cuadros orgánicos, neuro-
lógicos en particular, los problemas del diagnóstico diferencial
están siempre presentes y en ese sentido es la clínica médica en
su conjunto la que queda, por así decirlo, puesta en cuestión. La
histérica se hace presente en la escena médica, ante todo, como
la que engaña y parece ser otra cosa que lo que es.
En ese sentido, estudiar las formas de la importación de la
clínica y las teorías de la hipnosis, que se producen relativamen-
te por fuera del dispositivo psiquiátrico, ayuda a pensar la rela-
ción difícil que se establecerá posteriormente, en general, entre
8. S. Zweig, La curación por el espíritu, Buenos Aires, Anaconda, 1941; la
editorial Tor había publicado la parte correspondiente al creador del psicoanáli-
sis: Freud, Buenos Aires, 1933.
26. 26
el psicoanálisis y la institución psiquiátrica. Brevemente, la pro-
moción de la hipnosis realizada por José Ingenieros en los prime-
ros años de este siglo vino a construir y legitimar un campo de
problemas, en el cruce entre la renovación etiológica de la teoría
de las neurosis y los nuevos tratamientos centrados en la psicote-
rapia. Abandonada por el autor de El hombre mediocre, esa línea
resurgirá en los ‘30 por la obra de J. Thénon a partir de experien-
cias realizadas también fuera del hospicio y a través de las cua-
les llegará a la incorporación clínica del psicoanálisis. No hubo
penetración del freudismo, en cambio, en el espacio de los esta-
blecimientos psiquiátricos hasta la llegada de Pichon-Rivière al
Hospicio de las Mercedes.
La nueva clínica: histeria e hipnosis
La creación de la primera cátedra de enfermedades nerviosas
en la Universidad de Buenos Aires, a cargo de José María Ramos
Mejía, en 1887, implanta al mismo tiempo la influencia de la
nosología de Charcot, en especial de la primera etapa de su labor
en la Salpêtrière. En ese sentido, es a través de su maestro, en su
sala del viejo Hospital San Roque, que José Ingenieros se en-
cuentra clínicamente con la histeria; y aunque los roles no esta-
ban por entonces bien delimitados, es importante destacar que
no es en tanto que alienista que despliega su investigación sobre
la histeria y la psicoterapia.9
La histeria aguarda, a quien quiera conjurarla, en los consul-
torios de “enfermedades nerviosas” y en conexión estrecha con el
ámbito total de la clínica médica. En cierto sentido, como ha sido
señalado, la condición del relieve que adquiere hacia el fin de
siglo es justamente su colocación en una “tierra de nadie” respec-
9. Véase Helvio Fernández, “Ingenieros psiquiatra”, Nosotros, XIX, n° 199,
diciembre de 1925. La ausencia de experiencia manicomial es justamente la
limitación mayor que le señala
27. 27
to del campo establecido de la medicina científica.10 La primera
condición, que es muy anterior a Charcot, depende del reconoci-
miento de que hay enfermos de la imaginación, a partir de lo cual
nace la “medicina moral”. Desde las postrimerías del iluminismo
francés, en el tránsito del siglo XVIII al XIX, puede hallarse un
reconocimiento del papel de los procesos psíquicos en las enfer-
medades. Y en las condiciones de asincronía propias de la impor-
tación de ideas en el campo cultural autóctono, esas viejas tradi-
ciones —que deberán ser superadas para que emerja el paradig-
ma sugestivo— se mezclan con las proposiciones provenientes de
la nueva escuela de la Salpêtrière. En la tesis de Luis Güemes,
inspirada centralmente en las ideas de Cabanis, es decir en la
influencia genérica de factores psíquicos sobre el organismo y sus
enfermedades, se cuela una mención del hipnotismo.11
Si el trabajo de Güemes ilustra sobre la enseñanza que se im-
partía en la Facultad, el contexto de experiencia que permite ha-
blar de una medicina de las pasiones y la imaginación no es el
manicomio sino la clínica general. En ese sentido, puede decirse
que inaugura cierto discurso que reaparecerá intermitentemente,
durante décadas, para justificar la incorporación de la psicología a
los estudios médicos, a partir del reconocimiento del relieve de los
fenómenos psíquicos y su importancia en el diagnóstico y el trata-
miento. Que esto se haga en momentos en que la medicina busca-
ba intransigentemente fundarse en el postulado anatomopatológi-
co, y que se haga, con setenta años de retraso, en nombre de la
“medicina filosófica” de Cabanis, no hace sino ilustrar los modos
con que las novedades se procesan en ese período de conformación
y recuperación del tiempo perdido en la importación científica.
En la exposición de la acción recíproca de lo psíquico y lo físico
Güemes destaca, siguiendo a su autor inspirador, la importancia
de las emociones, sentimientos y pasiones, de la imaginación y de
la voluntad. Y en esa secuencia incluye una mención de “los fenó-
10. Jean Starobinski, “La enfermedad como infortunio de la imaginación”,
en La relación crítica, Madrid, Taurus, 1974, pág. 174.
11. L. Güemes, Medicina moral,Tesis en la Facultad de Medicina, UBA, 1879
28. 28
menos curiosos del hipnotismo, magnetismo animal o mesmeris-
mo”, junto con las experiencias del espiritismo. Si la “medicina
moral” consistía en “el estudio de los fenómenos psíquicos conside-
rados en la etiología, sintomatología y tratamiento de las enferme-
dades”, a partir de allí desarrolla ejemplos curiosos de la interven-
ción de factores “morales”, que incluyen el de los paralíticos que
salían corriendo en ocasión de un incendio del Hôtel-Dieu, en 1737,
y el del método de Boerhaave, en Harlem, quien para evitar los
ataques convulsivos epidémicos en su sala se paseaba con un hie-
rro caliente en un brasero y amenazaba con aplicarlo a la paciente
que empezara. En todo caso, a partir de ese relieve de los efectos
de la imaginación se justificaban prácticas de intervención tera-
péutica que recurrían a una eficacia puramente psíquica, desde
los placebos al apoyo moral y las órdenes verbales; y la sugestión,
por esa vía derivada, iba haciendo su camino entre nosotros.
Pero la “medicina moral”, construida por el ideologismo fran-
cés, de Cabanis a Pinel e Itard, descansaba excesivamente en la
figura, más difícil de transplantar a estas tierras, del “médico
filósofo”. El tratamiento moral nacido en el recinto del manico-
mio pineliano revelaba bien ese relieve de una operación restau-
radora sobre la razón, núcleo excelso de la condición humana,
que se mostraba, a los ojos de la medicina llamada científica,
demasiado despegada de la lógica anatómica: pocas autopsias,
escasez de técnicas de laboratorio eran las impugnaciones reite-
radas al modelo alienista y a su pretensión de derivar una ideolo-
gía terapéutica al campo de la clínica general. En ese sentido
resalta la colocación atípica de la tesis de Güemes, por lo menos
de cara a las convicciones que dominaron el discurso médico en
las dos últimas décadas del siglo XIX y de las cuales José M.
Ramos Mejía era un fiel exponente. Paralelamente, Lucio Melén-
dez desplegaba una clínica de la locura inspirada también en el
tratamiento moral.12
12. H. Vezzetti, La locura en la Argentina, Buenos Aires, Folios, 1983. Se-
gunda edición: Buenos Aires, Paidós, 1985.
29. 29
En pocos años, en el ámbito de la neuropatología, el relieve
filosófico ha sido completamente erosionado; interesa destacarlo
porque sobre la caída definitiva de esa figura filosófica emergerá,
en unas décadas, una corriente y un “actor” alternativos: la me-
dicina psicológica y el “médico psicólogo”. Si Ingenieros viene a
constituirse, brevemente, en ese lugar, para ello debe recibir la
enseñanza clínica de Charcot a través de su maestro Ramos Me-
jía, que es quien abre el camino a ese cruce entre histeria e hip-
nosis, campo de acción del joven Ingenieros a comienzos de siglo.
Estudios clínicos sobre las enfermedades nerviosas y mentales,
de José María Ramos Mejía, se publica en 1893, el año de la
muerte de Charcot. Expone una clínica neuropatológica que si-
gue de cerca las lecciones del maestro de la Salpêtrière; pero lo
hace de un modo que, a la vez que promueve la fundación de una
especialidad neuropatológica, busca mostrar su valor para el mé-
dico general: el sistema nervioso interviene en la evolución de
cualquier enfermedad.
Como sea, su campo no es el de la histeria y su preocupación
por la semiología se dirige sobre todo al deslinde con la psicopato-
logía. De allí el interés destacado por la epilepsia y por ciertos
síndromes que pueden confundirse con los cuadros psiquiátricos
destinados al manicomio. Por ejemplo, los “delirios simuladores”,
estados “análogos” a los que estudia Charcot y que “oscilan den-
tro de la locura y la razón”, pero sólo tienen la “máscara” de la
enajenación mental, son a la locura lo que los síndromes simula-
dores de la histeria son a distintas enfermedades cerebrales o
medulares: esclerosis, meningitis, ataxia locomotriz. Es destaca-
ble la ampliación de la noción de “simulación” más allá de la his-
teria, algo que pudo servir como indicación para la tesis de J.
Ingenieros sobre el tema. Pero no todos los casos son diagnostica-
dos como histerias en la medida en que Ramos Mejía sigue la pri-
mera nosografía de Charcot y busca infructuosamente el cortejo de
estigmas y fases establecidos por el patrón de la Salpêtrière.
El papel de la sugestión aparece en este trabajo inaugural no
tanto del lado de los procedimientos terapéuticos sino como
30. 30
autosugestión, es decir, como mecanismo que subyace a la insta-
lación del cuadro correspondiente. Pero es claro que ese relieve
del mecanismo psíquico debería llevar como lógica consecuencia
a introducirlo en el tratamiento. Sin embargo no hay evidencias
de que, hasta este trabajo, Ramos Mejía haya empleado la hipno-
sis o la sugestión sistemática; en todo caso, insiste en el papel
sugestivo que se logra como efecto de un medio estable. El viejo
tema alienista del hospital como un espacio directamente educa-
tivo y favorecedor de hábitos ordenados y metódicos reaparece,
entonces, bajo esa concepción de la sugestión, un poco imprecisa
y mezclada con la tradición del tratamiento moral.13
De Ramos Mejía a Ingenieros se perfila, por lo tanto, el naci-
miento entre nosotros de una nueva tradición de saber y nuevas
prácticas de tratamiento de las patologías nerviosas y mentales.
Podría decirse que la “neurosis”, en su acepción moderna, ha sido
reconocida y, en parte, legitimada; y el descubrimiento de esos
nuevos cuadros, que sin embargo siempre estuvieron allí, supone
una renovación en las representaciones de diversos trastornos
subjetivos, la aparición de otro tipo de demandas y, en fin, la
entrada en escena del neurótico, un actor que llega para quedar-
se definitivamente. Hay cambios en la constelación de ideas y de
prácticas que sólo son plenamente legibles cuando se los contex-
tualiza en ciclos de mediano alcance. Una mirada focalizada so-
bre los textos puede perder de vista esa significación de efecto
más prolongado que permite trazar ciertas genealogías, de Ra-
mos Mejía a Ingenieros y luego a unos pocos psiquiatras que “usa-
ron” clínicamente a Freud sin desprenderse del modelo de la hip-
nosis, a la revista Psicoterapia, a los textos de Emilio Pizarro
Crespo, a Jorge Thénon y su terapéutica freudiana. Después vino
el nacimiento de la Asociación Psicoanalítica Argentina y es cla-
ro que no se puede pensar esa historia según una lógica de la
continuidad. Pero si se piensa que una historia del freudismo no
es enteramente separable de las peripecias del discurso sobre la
13. J. M. Ramos Mejía, Estudios clínicos sobre las enfermedades nerviosas y
mentales, Buenos Aires, Félix Lajouane, 1893, págs. 49, 58-63, 80-81 y 134-137.
31. 31
neurosis y, más aún, de una historia de los neuróticos como ani-
madores centrales de la implantación de nuevas prácticas de tra-
tamiento, se encontrará la justificación de ese examen ampliado
hacia el pasado.
Así como la recepción de Pinel y Esquirol operó fundamental-
mente en el nacimiento de la psiquiatría y la marcó durante dé-
cadas, la recepción de Charcot, prolongada por la resonancia de
los debates con la escuela de Nancy, puede tomarse como punto
de partida de un verdadero giro en la concepción de las perturba-
ciones psíquicas, más allá de la conciencia que de ello tuvieran
sus protagonistas. En todo caso, ese paso decisivo hacia un “pa-
radigma” neuro y psicopatológico renovados, que se funda en la
neurosis, se distancia de la filiación pineliana, de la nosología de
la enajenación mental y de la institución del manicomio para
reencontrar otros orígenes: Mesmer y los magnetizadores. Inge-
nieros inaugura así su obra sobre la histeria con una referencia
que se remonta a la magia como un territorio que la ciencia debe
conquistar para apropiarse de sus recursos. Janet, años después,
comienza su tratado sobre la “medicación psicológica” reconstru-
yendo la historia de los saberes acumulados por los magnetiza-
dores.
Entre otras cosas, un cambio fundamental (que se asocia
íntimamente al mencionado desplazamiento respecto de la fi-
gura del “médico filósofo”) es la emergencia del automatismo
psíquico, es decir eso que Grasset va a llamar “psiquismo infe-
rior” y que a la vez que una teoría del inconsciente implicaba
la inclusión de una jerarquización de las funciones y un
rebajamiento de la operación médica: ya no lidiaba con la luz
de la razón sino con esa zona intermedia entre la fisiología
nerviosa y las representaciones psíquicas desagregadas del
centro consciente y volitivo. Contemporáneamente a la obra
de Ingenieros sobre la histeria, Carlos Octavio Bunge exponía
su doctrina sintética de la “subconsciencia-subvoluntad” de un
modo que ponía en relación los fenómenos neuropatológicos
explorados por la escuela de Charcot con la biología evolucio-
nista, con las investigaciones fisiológicas sobre la “cerebración
32. 32
inconsciente”, con la psicología de las masas francesa y con la
filosofía romántica alemana.14
Durante el tiempo que Ingenieros dedicó a la investigación de
la hipnosis, inmediatamente después de su tesis y de forma para-
lela a sus primeros trabajos en criminología, pareció encontrar
un camino hacia la psicología clínica que, al mismo tiempo, podía
coexistir con sus convicciones científico -médicas. En efecto, la his-
teria y sus “estigmas” integraban el elenco de la neuropatología
bajo la orientación anátomo-patológica instaurada por Charcot,
pero al mismo tiempo sus “accidentes”, episódicos, estaban some-
tidos a una causalidad psicológica indudable, y por esa vía la
sugestión y la autosugestión remitían a la categoría de las enfer-
medades sometidas a las causas “morales”. A la vez orgánica y
producto de la imaginación, la histeria se prestaba, para una
mente curiosa y decidida como la de Ingenieros, a una experi-
mentación más libre. Y esa “disociación” entre la causalidad or-
gánica y la psíquica podía extenderse, en otro terreno, a la pre-
sencia simultánea de la ciencia y la magia.
El marco estaba dado por los parámetros establecidos por
Charcot; el cuadro esencial de la histeria, con sus estigmas per-
manentes, correspondía a una lesión neurológica “dinámica” pero
irreversible; sólo los “accidentes” variables eran susceptibles de
la terapéutica sugestiva. A partir de ello, el médico podía librarse
con mayor tranquilidad a sus prácticas “taumatúrgicas” en el pla-
no de los “accidentes”, es decir de la dinámica psíquica, en la
medida en que, dentro de esos parámetros, la disciplina anatómi-
ca y fisiológica explicaba el sustrato del cuadro. Y el relato de la
fuerza de la sugestión, sometida ahora a la voluntad científico-
médica, explicaba que detrás del síntoma existía una causalidad
mágica y una credulidad “primitiva” que exigían y obligaban a
oficiar de hechicero: “¿Por qué no deberían los hombres de ciencia
repetir en sus clínicas los ‘milagros’ practicados por taumaturgos
14. C. O. Bunge, Principios de psicología individual y social, Madrid, Daniel
Jorro, 1903. El libro fue publicado en París, con un prólogo de Auguste Dietrich,
ese mismo año, par la editorial Alcan.
33. 33
incultos? ¿Jesús, en Galilea, y Pancho Sierra, en Buenos Aires,
tuvieron conocimientos que a Charcot le fuera vedado descubrir
en la Salpêtrière y a nosotros confirmar en San Roque?”.15
La obra de Ingenieros no es ni un manual ni una exposición
divulgadora. Fue hecha posible, por una parte, por esa experien-
cia clínica acumulada en la sala del Hospital San Roque, y por
otra, por la atención prestada al estado de la cuestión —y las polé-
micas— en la neuropatología francesa, en un momento en el que
las concepciones de Charcot habían perdido vigencia. Si Ramos
Mejía quería ser el Charcot de estas tierras, es decir el organiza-
dor del campo diverso de lo que caía bajo el rótulo de patología
nerviosa, Ingenieros se identificaba con el gesto del Charcot des-
cubridor de la histeria, en un momento en que ya no era posible
desconocer el ocaso de sus formulaciones. El resultado es un tex-
to que sigue a Charcot en la clínica y la discusión nosográfica,
pero se inclina por Janet y Grasset en las proposiciones teóricas,
procurando una síntesis con la teoría fisiológica de Sollier. Char-
cot y Janet son los autores más citados, seguidos por Gilles de la
Tourette, autor de un tratado clínico sobre la histeria, y Sollier,
cuya teoría fisiológica es contraria a las tesis de Charcot.
El modo de presentación y organización del material hace pen-
sar en las lecciones clínicas de Charcot, pero también en los Estu-
dios clínicos de Ramos Mejía. El objetivo explícito es la “clasifica-
ción y especificación nosológica”, anunciado en el comienzo de la
obra que, por otra parte, se presentaba como el comienzo de una
serie de “Estudios de patología nerviosa y mental” que no fue
continuada. En todo caso, la preocupación por la nosografía de la
histeria, indagada en la variedad de sus síntomas, organiza cada
capítulo según una secuencia típica: presentación de un caso, se-
miología, distinción entre los “estigmas” o signos permanentes y
los “accidentes” o transitorios, para concluir con la discusión del
diagnóstico diferencial. Al lado del uso clínico de la hipnosis en la
15. J. Ingenieros, Los accidentes histéricos y las sugestiones terapéuticas, ob.
cit., pág. 15. En la quinta edición, de 1906, se suprimió la mención de Jesucristo
entre los “taumaturgos incultos”.
34. 34
exploración semiológica y las extensas consideraciones de diag-
nóstico, las aplicaciones terapéuticas parecen bastante reduci-
das: unas pocas sesiones de sugestión en vigilia y bajo hipnosis.
En algunos casos que presentan crisis utiliza el recurso, inaugu-
rado por el maestro de la Salpêtrière, de instaurar bajo hipnosis
“zonas histerógenas” y zonas frenadoras del ataque para segui-
damente instruir al paciente o sus familiares en la forma de inhi-
bir la crisis apenas comenzada. El uso más frecuente incluye las
órdenes bajo hipnosis, pero en otros casos se limita al sueño hip-
nótico, sin órdenes verbales, para reforzar la sugestión en vigilia
y el uso igualmente sugestivo de remedios inocuos. De la docena
de tratamientos expuestos, la mayoría —excepto dos- no duran
más que unos pocos días o un par de semanas, y varios se resuel-
ven en una sola sesión.
Es claro que Ingenieros no se interesa por el sentido de los
síntomas, algo que sí estaba presente en el “análisis psicológi-
co” tal como lo llevaba a cabo Janet. Incluso se despreocupa allí
donde el “accidente” tiene un origen cercano y preciso. Una mu-
jer joven recién casada es traída por su esposo con un edema en
el pecho izquierdo. El comienzo es claro y remite a una succión
prolongada de ese pecho en el curso de una relación amorosa.
La misma descripción aportada por el acompañante señalaba el
camino de un fantasma de embarazo (“[es] como si mi mujer
estuviera criando...”) y si nuestro psiquiatra no se orienta en
esa dirección es porque decididamente no le interesa. Resuelve
el cuadro sin recurrir a la hipnosis con una combinación de me-
dicación sugestiva y presiones verbales que se acompaña de una
prohibición al esposo: abstenerse de palpaciones inoportunas y
succiones inconvenientes.16 En ese sentido, si hay referencias a
las ideas de Janet en el capítulo teórico, José Ingenieros no toma
en consideración sus procedimientos de análisis psicológico en
los ejemplos clínicos de su obra mayor sobre la histeria y la
sugestión.
16. J. Ingenieros, Los accidentes histéricos..., ob. cit., págs. 300-303.
35. 35
Los trabajos publicados por Janet en los primeros años de su
trayectoria —que son los que podía conocer Ingenieros cuando es-
cribió su obra— contienen una buena proporción de material clí-
nico y de ejemplos de su proceder terapéutico.17 El “análisis psi-
cológico” de los síntomas persigue, bajo hipnosis en la mayor par-
te de los casos, el comienzo de cada “accidente”, realiza una histo-
ria vital completa del paciente y registra meticulosamente sus
manifestaciones verbales, gestuales y toda conducta que pueda
asociarse al cuadro. Es decir que no se limita a un empleo suges-
tivo de la hipnosis mediante órdenes supresoras del síntoma sino
que investiga y busca una explicación de éste. Partiendo de las
“ideas fijas”, retrotrae al paciente a la edad en que pudieron co-
menzar los trastornos y utiliza recursos inspirados en los viejos
magnetizadores —y aun en los espiritistas—, como la escritura au-
tomática. Por otra parte, busca siempre completar los efectos de
ese “análisis” mediante procedimientos de “síntesis psicológica”,
en la línea del viejo tratamiento moral, por ejemplo mediante
ejercicios escolares destinados a un propósito reeducativo. De la
inspección de los casos presentados por Ingenieros surge la dife-
rencia: no hay “análisis psicológico” en el sentido de investiga-
ción del nacimiento de los síntomas, sino que el mayor alcance
que otorga al empleo de la sugestión bajo hipnosis se orienta a la
investigación clínica y el diagnóstico diferencial; la terapéutica,
como se vio, se reduce a la utilización de mandatos sugestivos
directos o indirectos.
La presentación teórica, en cambio, introduce el estado del
problema con el evidente propósito de arribar a una síntesis. En
la primera edición, el capítulo respectivo, “Interpretación cientí-
fica y valor terapéutico de la sugestión y el hipnotismo”, se situa-
ba al comienzo de la obra; en ediciones posteriores pasó a ubicar-
se al final, como una indicación de un camino empírico inductivo
que propone al lector comenzar por el material clínico y la discu-
sión diagnóstica. Si es evidente la distancia respecto de las tesis
17. Véase Henry Ellenberger, El descubrimiento del inconsciente, Madrid,
Gredos, 1976, cap. VI, en especial las págs. 415-430.
36. 36
de Charcot, Ingenieros no se inclinaba por las posiciones de la
escuela rival, encabezada por Bernheim, que tendía a hacer des-
aparecer a la histeria como entidad clínica bajo la forma general
de la sugestibilidad. En ese sentido, al tomar partido por la recti-
ficación general encarada por P. Janet y sintetizada por Grasset,
venía a rescatar lo que era posible mantener de la enseñanza de
Charcot. Ante todo la existencia y la autonomía nosológica de la
histeria, aunque sus formas y sus límites no coincidían ya con los
establecidos por el maestro. En ese marco, la defensa del valor
terapéutico de la sugestión no era más que la consecuencia lógica
de ese rescate, aunque en la exposición de los procedimientos
terapéuticos no mostraba reparos en recurrir a la inspiración de
Bernheim.
De cualquier manera, el abordaje teórico no deja de mostrar
que su clínica busca fundar en la fisiopatología la validez científi-
ca de sus intervenciones. Ése es el valor atribuido al “polígono”
de Grasset, propuesto por su autor como un esquema que daba
cuenta de la fisiopatología de los estados de disociación o des-
agregación (la histeria y el sonambulismo, pero también el sueño
y las “distracciones”) de un modo que rectificaba a Charcot al
mismo tiempo que desmentía las teorías puramente psicológicas
de la escuela de Nancy. En ese sentido, el modo como introduce la
teoría fisiológica de Sollier es indicativo de una posición que apun-
ta hacia una intermediación ecléctica. Dicho autor proponía un
sustrato anátomo-fisiológico de los fenómenos histéricos que pos-
tulaba la existencia de sueños patológicos parciales que invadían
diversos centros funcionales y producían los síntomas orgánicos
correspondientes. Finalmente, viene a decir Ingenieros, las res-
pectivas teorías psico y fisiológica de la histeria no son excluyen-
tes ni antitéticas: mientras la primera muestra su utilidad en la
clínica, bajo la forma de una aproximación descriptiva, la segun-
da aporta la interpretación fisiopatológica. Ninguna descripción
clínico psicológica, de cualquier manera, puede poner en duda la
convicción básica, derivada de Charcot, de que la histeria es una
enfermedad del sistema nervioso, o más propiamente del cere-
bro; una “enfermedad psíquica” en el sentido de Grasset, la cual,
37. 37
a diferencia de la enfermedad mental, no tiene afectadas las fun-
ciones centrales, volitivas y conscientes.18
A partir de esa colocación de José Ingenieros respecto de la
histeria, se entiende no sólo por qué no estaba en situación de
acoger al freudismo como una teoría puramente psíquica del cua-
dro, sino, más aún, por qué la propia recepción de Janet se ate-
nuaba al quedar comprendida en una atención dominante a la
dimensión nosológica y a la síntesis fisiopatológica. En ese senti-
do, Janet no podía cumplir, para Ingenieros, el mismo papel en la
recepción del freudismo que terminó cumpliendo —más allá de su
voluntad— en Francia.19 Ahora bien, es un hecho que nuestro au-
tor abandonó rápidamente la investigación en el campo de la hip-
nosis y de la psicología clínica. De persistir en ese trabajo, ¿ha-
bría llegado a evolucionar hacia un janetismo como matriz de
incorporación de una lectura diferente de Freud? Por esa vía po-
dría pensarse en un desencuentro circunstancial e imaginar lo
que podría haber sido el destino del freudismo en este rincón del
planeta si esa gran figura (intelectual, universitario, animador y
organizador de empresas culturales, faro de la juventud progre-
sista) lo hubiera tomado en sus manos. ¿Nuestra metrópoli del
psicoanálisis pudo adelantarse varias décadas? Tal proyección
retrospectiva es dudosa, y por una serie de razones que permiten
pensar que la separación de Ingenieros respecto del campo de la
psicoterapia estaba fundada en objeciones de fondo.
Inmediatamente después de la publicación de su obra dedica-
da a la histeria, en 1904, se suman las circunstancias que lo lle-
varán en otras direcciones. Ese año la Academia de Medicina de
Buenos Aires había otorgado a la tesis sobre la simulación la
medalla de oro a la mejor obra científica. En esa obra juvenil
están planteadas las líneas que lo van a orientar durante más de
una década: la criminología y la enseñanza de la psicología. Era,
desde 1901, director del Servicio de Observación de Alienados,
18. J. Ingenieros, Los accidentes histéricos..., ob. cit., págs. 37-38 y 40-41.
19. Elisabeth Roudinesco, La bataille de cent ans, ob. cit., tomo 1, tercera
parte.
38. 38
dependencia policial integrada a la cátedra de Medicina Legal; poco
después obtiene el cargo de profesor de Psicología Experimental
en la Facultad de Filosofía y Letras. En 1905 participa en el V
Congreso Internacional de Psicología, en Roma, donde obtiene éxi-
to y reconocimiento por sus trabajos de psicopatología criminal.
Después de permanecer dos años en Europa, a su regreso su inte-
rés y sus escritos se concentraron en esos dos campos, la crimino-
logía y la psicología sistemática. Parece claro que eran temas
más aptos que la histeria y la hipnosis para satisfacer su ambi-
ción científica y sus deseos de ascenso y reconocimiento sociales.
La hipnosis y la sugestión no forman parte de su programa de
enseñanza de la psicología. La psicología biológica de Ingenieros,
que constituyó su vía de pasaje a la psicología académica, es filo-
sófica, sin un anclaje empírico científico ni mucho menos clínico;
es más que nada una introducción a los fundamentos de la disci-
plina, sobre la base del método “genético”. Más aún, es conocida
su crítica al modelo estrecho de una psicología fundada en la ex-
perimentación de laboratorio, que desata una interesante polé-
mica con los discípulos de Wundt. Cuando el propio Théodule
Ribot interviene para defender a Ingenieros queda claro que el
centro de sus predilecciones francesas ya no se encuentra en la
inspiración de Charcot y sus discípulos sino en las formulaciones
sistemáticas del autor de La herencia psicológica.20 En cuanto a
la psicología criminológica, el material “clínico” que constituye la
base empírica de su trabajo, entre contraventores y población
carcelaria, no favoreció la continuidad de una línea de investiga-
ción que requería necesariamente del aporte de las histéricas e
histéricos que acudían al servicio del hospital San Roque.
De los histéricos a los criminales y los transgresores sociales,
el objeto mismo de esa empresa científica e institucional cam-
bia de forma radical. Ingenieros dejó, entonces, rápido ese cam-
20. Véase J. Ingenieros, “Los fundamentos de la psicología biológica”, Rev.
Filosofía, Cultura, Ciencias y Educación, I, n2 3, mayo de 1915, págs. 442-471; y
“Ribot”, Rev. Filosofía..., III, n° 1, enero de 1917, págs. 1-7.
39. 39
po de investigación, aunque seguramente no dejó de practicar
la hipnosis y, según el testimonio —poco confiable en sus deta-
lles— de Manuel Gálvez, había montado su consultorio como un
aparato de sugestión.21 Esa retirada dejó un vacío y las publica-
ciones sobre la hipnosis y la psicoterapia casi desaparecieron,
con excepción de algunas tesis que son, en casi todos los casos,
resultados tardíos de la obra de Ingenieros. Recién veinte años
después, como se verá, Jorge Thénon retomará esa vía y por ella
llegará a Freud.
Hubo factores intrínsecos a su proyecto científico e intelec-
tual que lo alejaban de la hipnosis. Por una parte, si admitía los
recursos de la magia como necesarios en la terapéutica sugesti-
va (especialmente dirigida a pacientes intelectualmente pobres
como los que atendía en San Roque, pero no tanto en el trato
con Manuel Gálvez), no eran fácilmente conciliables con el pro-
pósito científico que predominaba sobre la vocación terapéutica.
Explicar, diagnosticar, desentrañar los secretos de la enferme-
dad, y no tanto los del paciente: tal era el ideal de su voluntad
científica. La sugestión era simplemente un recurso instrumen-
tal y menor, ante todo porque sólo se orientaba a la porción
automática y disgregada de la personalidad. Pero en el marco
de una psicología biogenética y estrictamente determinista no
hay mucho espacio para confiar en la eficacia de las interven-
ciones psicoterapéuticas. “Es curioso ver que muchos médicos,
que por definición deben ser fisiologistas —me refiero a los ilus-
trados— , se dejan seducir por el dualismo filosófico y por el espi-
ritualismo, sin sospechar la contradicción flagrante entre sus
conocimientos científicos y las preocupaciones metafísicas de
muchos siglos de humanidad que pesan sobre ellos.” Este pá-
rrafo a propósito de los debates en torno de la histeria, conteni-
do en una carta a Sollier de 1904, testimonia el motivo de sus
preocupaciones; a la vez, expone una posición prevenida frente
a teorías psicológicas que eludan el fundamento fisiológico que
21. Manuel Gálvez, Amigos y maestros de mi juventud, Buenos Aires, Ha-
chette, 1961, pág. 143.
40. 40
será un argumento común en la impugnación médica al freu-
dismo.22
José Ingenieros tampoco compartió el entusiasmo —en la clíni-
ca— de su maestro Ramos Mejía por el modelo de la hipnosis apli-
cado a las masas, equivalente social del psiquismo inferior; más
aún, lo rechaza explícitamente en una notable crítica a Las mul-
titudes argentinas.23 Es claro que no le atrae el paradigma que
hace del caudillo, hipnotizador de las masas, el actor principal
del curso de la historia, en la medida en que contraría su concep-
ción sociogenética, bioeconomicista y determinista. Si en el ideal
de Ingenieros se reserva un lugar privilegiado a una elite del
mérito, a la que aspiraba a pertenecer, no se lo hace según el
modelo del hipnotizador sino del intelectual que ilumina la polí-
tica con las luces de la ciencia. No lo atrae, por lo tanto, bucear en
las profundidades de automatismos y atavismos sino sólo, en todo
caso, diagnosticarlos en espera de que el progreso ineluctable per-
mita superarlos y reemplazarlos por formas más evolucionadas.
La distancia conceptual salta a la vista con sólo ver sus proposi-
ciones sobre la formación de la nacionalidad argentina, en las
cuales la combinación de determinismo y optimismo sociológicos
no dejan lugar alguno a la acción del caudillo.24 Tampoco le atrae
la ficción de la “desagregación” que viene a afirmar, según el mo-
delo de Grasset retomado por Le Bon, la emergencia de un “alma
22. A. Ponce, “Para una historia de Ingenieros”, Rev. Filosofía..., XII, n° 1,
enero de 1926; reeditado como José Ingenieros. Su vida y su obra, Buenos Aires,
Axioma, 1977, pág. 25.
23. J. Ingenieros, “Las multitudes argentinas”,RevistadeDerecho, Historia
y Letras,1899; comentario del libro de igual título deRamosMejía, reproducido
en J. Ingenieros, Sociología Argentina,Obras Completas, vol. 8, Buenos Aires,
Elmer, 1957.
24. J. Ingenieros, “La formación de una raza argentina” (1915), en Sociolo-
gía Argentina, ob. cit. Sobre la hipnosis y la psicología delasmasasen Francia,
véase A. Métraux, “French Crowd Psychology: Between Theory and Ideology”,
en W. Woodward y M. G. Ash, The Problematic Science. Psychology in
Nineteenth-Century Thought,NuevaYork, Praeger,1982;traducción castella-
na: Departamento de Publicaciones, Facultad de Psicología, UBA, 1992.
41. 41
de la multitud”, en la que convergen los rasgos del automatismo
psíquico con la regresión atávica a formas sociales arcaicas en la
evolución de las civilizaciones. Ingenieros rechaza esa separa-
ción entre conciencia individual e inconciencia de las masas (y
por lo tanto la corrección que Ramos Mejía hacía de Le Bon en el
sentido que sólo los pocos educados pueden formar parte de una
masa psicológica) por una concepción psicosocial que no recurre a
la disociación: la formación colectiva simplemente intensifica ras-
gos psíquicos presentes en el individuo.
Si el costado modernista y estetizante de su identidad intelec-
tual lo impulsaba a incursionar en temas alejados de sus convic-
ciones cientificistas —como se verá en torno de la cuestión del amor—
no parece haber operado empujándolo a relevar esa zona oscura,
nocturna, propiamente inconsciente de la naturaleza humana que
atrajo a simbolistas y “decadentistas” franceses. Es que el automa-
tismo inconsciente que buscaba explorar en conexión con la fisio-
patología tenía poco en común con el inconsciente de los románti-
cos. Es cierto que hay en Ingenieros un perfil nietzscheano que
acentúa la dimensión moral del elitismo esteticista y que busca —
no sin dificultades— coexistir con la voluntad científica. Uno de sus
biógrafos menciona una afición juvenil por los saberes esotéricos
que parece más una broma de la bohemia modernista que un inte-
rés profundo.25 Pero no hay en su producción nada equivalente a la
atracción por lo fantástico que escape a los límites de la racionali-
dad ni hay mayores puntos de contacto con los relatos de Holmberg
o del Lugones de Las fuerzas extrañas. En todo caso, si se toma en
cuenta el testimonio de M. Gálvez sobre la disposición de su con-
sultorio, el elemento taumatúrgico sugestivo acompaña una pre-
sentación inconformista y es asociable al esteticismo y al dandismo.
El campo de la hipnosis no constituyó, pues, para nuestro autor
25. En La Montaña anunciaba la creación de la Facultad de Ciencias Her-
méticas, que comprendía cinco cátedras: Ocultismo general, Cábala, Ocultismo
práctico, Terapéutica oculta y Magnetismo trascendental. Véase Sergio Bagú,
Vida de José Ingenieros, Buenos Aires, Eudeba, 1963.
42. 42
un objeto de permanente interés, ni científicamente, ni en su con-
cepción nosológica y clínica, ni en las repercusiones políticas de su
aplicación a las masas. Sin embargo, en 1925, el año de su muerte,
participó en París en la celebración del centenario del nacimiento
de Charcot y comenzó a escribir un apéndice para agregar a su
obra sobre la histeria. Pero esos papeles se perdieron y nunca sa-
bremos qué contenían.26 El abordaje temprano de la histeria y la
hipnosis por parte de José Ingenieros dejó una primera huella para
una recepción del freudismo en relación con el campo de la neuro-
sis, que había cumplido para Freud un papel inaugural. No es fácil
determinar el impacto de esa obra de Ingenieros, pero más allá de
sus prevenciones contrarias al psicoanálisis, es probable que la
aureola instantáneamente mágica del relato de esas intervencio-
nes terapéuticas haya producido, sobre sus muchísimos lectores,
un impacto mayor que sus enunciados fisiopatológicos.
Los sueños
Los sueños atrajeron la atención de Ingenieros casi al mismo
tiempo que la de Freud: exactamente en el amanecer del nuevo
siglo.27 Pero a diferencia de Freud, no propugna ningún rescate
de las antiguas concepciones sobre el sueño, que eran contrarias
a su distanciamiento de las creencias populares y a su fe cienti-
ficista: “hoy mismo las ‘claves de los sueños’ ocupan lugar prefe-
rente en las bibliotecas de las clases mentalmente inferiores”;
por consiguiente, intenta un examen que busca abordarlos cen-
tralmente desde la fisiopsicología y la psicopatología.28
26. A. Ponce, José Ingenieros, ob. cit., pág. 25.
27. “Psicopatología de los sueños”, Criminología moderna, I, setiembre de
1899, pág. 331. “La psicopatología de los sueños”, La Semana Médica, febrero
de 1900; presenta modificaciones respecto del anterior. Fue incluido en el volu-
men La psicopatología en el arte, del cual hay diversas ediciones. En la tercera
edición, de 1920, el texto fue ampliado y considerablemente modificado; cito
según esa última versión, Losada, 1961.
28. J. Ingenieros, ob. cit., pág. 38.
43. 43
El recurso a la etnología y la mirada sobre los pueblos primiti-
vos lleva consigo un propósito, muy característico de la cosmo-
visión evolucionista, de estudiar el problema en su génesis y sus
efectos actuales. En efecto, da por sabido que los sueños han pro-
porcionado antiguamente fundamento a la creencia en espíritus
sobrenaturales y en la supervivencia después de la muerte; el
problema es que las quimeras animistas y espiritualistas rena-
cen sin cesar. De lo que se trata, en todo caso, es de rescatar el
fenómeno y a la vez despojarlo de todo misticismo; y aquí es don-
de aparece —en la tercera edición— la mención de Freud entre
[...] los psicólogos [que] han intentado determinar las condiciones en
que los sueños se producen y sus relaciones con la actividad imaginati-
va en el estado de vigilia,
es decir, entre las contribuciones recientes a la psicología y la
psicofisiología de los sueños. Parece evidente que no había leído
La interpretación de los sueños y que lo citaba de segunda mano;
Ponce propone que lo conocía a través del libro de Vaschide, tam-
bién citado.29
La versión inicial de 1900, que no menciona a Freud, está fun-
dada en el libro del italiano Sante de Sanctis.30 En la versión
definitiva Ingenieros amplía su perspectiva y acentúa el interés
psicopatológico, es decir, el papel de los sueños en los cuadros
psiquiátricos y su significación clínica; no presenta material clí-
nico y el trabajo se ocupa más bien de una presentación general
del tema. El punto de partida reside en la función biológica del
sueño y el sustrato fisiológico de las alucinaciones oníricas, pero
en lo que se refiere al método de estudio admite el material re-
trospectivo aportado por el relato del sueño, de acuerdo con el
modelo que había proporcionado el libro de Maury.31 Citado ex-
29. Ibíd., págs. 42 y 51. N. Vaschide, Le sommeil et les rêves, París, 1911.
30. S. de Sanctis, I sogni. Studi psicologici e clinici, 1899.
31. L. F. A. Maury, Le sommeil et le rêve, 1861.
44. 44
tensamente por Freud, los ejemplos de Maury habían proporcio-
nado al creador del psicoanálisis un material muy valioso para
probar sus tesis sobre los sueños. Pero la concepción de los sue-
ños de ese autor había merecido de Freud el siguiente comenta-
rio:
No obstante, el valor de todas estas agudas observaciones para un
conocimiento de la vida anímica se empaña por el hecho de que Maury
no quiere ver en esos fenómenos que tan bien describe sino la prueba
del automatisme psychologique, que, a su entender, gobierna la vida
onírica. Concibe este automatismo como el opuesto total de la actividad
psíquica.32
Esa es precisamente la posición de Ingenieros: los sueños son
“actividades automáticas de los centros cerebrales” cuya presen-
cia supone reconocer la existencia de grados en la intensidad de
los estados de conciencia. Una excitación interna o externa opera
como causa inmediata en la medida en que sea capaz de provocar
“subsensaciones subconscientes” y desencadenar la intervención
de “centros cerebrales mediante asociaciones tan complejas como
las de la actividad consciente”. Esa actividad cerebral automáti-
ca no tiene la intensidad suficiente como para despertar al
soñante, pero alcanza a producir fenómenos de memoria que pue-
den ser recuperados al despertar.33
La analogía con los fenómenos histéricos salta a la vista en
cuanto se atiende a la común remisión a los dominios del “psi-
quismo inferior”, en términos de Grasset, pero mientras que en
la clínica de la neurosis Ingenieros mostraba su desprecio por
indagar en el sentido de los síntomas, en esta presentación so-
bre los sueños (que, recordémoslo, es una exposición monográfica
sobre el estado de la cuestión en la bibliografía científica) admi-
te que éstos expresan “la personalidad individual” y agrega:
32. S. Freud, La interpretación de los sueños, O.C., Buenos Aires, Amorror-
tu, t. 4, pág. 96.
33. J. Ingenieros, ob. cit., pág. 48.
45. 45
En ello se funda la psicología contemporánea para devolver su anti-
gua importancia al estudio de los sueños, considerándolos utilísimos
para comprender el carácter normal de los individuos y para descifrar
algunas de sus perturbaciones patológicas.
La ciencia, admite nuestro autor, a menudo viene a confirmar
las ideas anticipadas por la superstición; y por esa vía reencuen-
tra una idea que está en el origen de la Traumdeutung freudia-
na, aunque desde luego no sabe muy bien qué hacer con ella.34 En
efecto, al igual que en el abordaje explicativo de los “accidentes”
histéricos, insiste en la búsqueda de explicaciones fisiopatológi-
cas que se extienden del sueño al delirio. Y cuando aborda el
valor clínico de los sueños en las neurosis, es para proporcionar
un relevamiento descriptivo, muy superficial, de las modalidades
del dormir y el soñar en los distintos cuadros.
No hay evidencias de que el tema de los sueños mereciera ma-
yor atención en las revistas médicas, de modo que también aquí
Ingenieros aparece cumpliendo un papel inaugural en relación con
una temática que fue nuclear en la difusión del freudismo. Pero, a
diferencia de la histeria y la hipnosis no hubo —ni habrá des-
pués— el sustento de alguna experiencia clínica o experimental.
El enfoque, finalmente, es análogo en cuanto a las convicciones
biológicas deterministas que constituyen su identidad científico-
médica, pero careció del impacto que tuvo la obra sobre la histeria.
Psicopatología sexual
Si seguimos recorriendo en la obra de Ingenieros los puntos en
los que pudo ser un mediador inadvertido del freudismo, no es
posible eludir sus trabajos sobre la psicopatología sexual y el amor.
“Patología de las funciones psicosexuales. Nueva clasificación ge-
nética”, de 1910, muestra a nuestro psiquiatra en una de sus ocu-
34. Ibíd., págs. 50-51.
46. 46
paciones preferidas: la de nosógrafo y clasificador.35 La misma que
había desempeñado, con importante repercusión en los medios
nacionales e internacionales, con su trabajo sobre clasificación de
delincuentes basada en la psicopatología y, en alguna medida, en
la obra comentada sobre la histeria. Pero hay otra producción fun-
damental sobre el amor sexual, a la que nuestro autor volvió una y
otra vez y que tuvo una repercusión incomparablemente mayor:
los ensayos sobre el amor. A diferencia de los trabajos de la serie
científica, publicados en los Archivos, estos textos que podrían con-
siderarse como una producción propiamente “literaria” tuvieron
una amplia difusión entre un público no especializado a través de
su inclusión en las mismas publicaciones que difundían la narrati-
va sentimental popular.36 Por otra parte, después de la muerte de
Ingenieros, su hermano Pablo inició la publicación de una colec-
ción de cuadernos, de amplia difusión en quioscos, que ofrecían
una selección de diversos textos de nuestro autor.37 Entre una y
otra serie hay claros puntos de contacto.
La psicopatología sexual expone su fundamento genético
evolucionista y busca establecer principios estables en un campo
que, para nuestro alienista, hasta ese momento era “una simple
enumeración empírica de observaciones no guiadas por ningún
concepto general”. Su ensayo de clasificación sistemática comien-
za por la exposición de la “formación genética de las funciones
psicosexuales”, es decir de las funciones reproductivas en línea
con los fines de la especie.38 El marco conceptual es enteramente
35. J. Ingenieros, “Patología de las funciones psicosexuales. Nueva clasifica-
ción genética”, Archivos de Psiquiatría, Criminología y Ciencias afines, 1910,
tomo IX, págs. 3-80.
36. Véase B. Sarlo, El imperio de los sentimientos, Buenos Aires, Catálogos,
1986, págs. 77-86.
37. Véase La obra del Dr. José Ingenieros, serie de cuadernos de la Editorial
Pablo Ingegnieros; aunque casi ninguno consigna fecha de edición, puede esti-
marse que salieron a partir de 1926 o 1927.
38. J. Ingenieros, “Patología de las funciones psicosexuales”, ob. cit., págs.
3 y 5.
47. 47
análogo al presentado en su psicología biológica. Por una parte,
debe partir del cruce entre determinismo filogenético y desarro-
llo ontogenético de las funciones biológicas reproductivas; por
otra, los procesos psíquicos vienen a ser la expresión, en la evolu-
ción de la especie, de procesos biológicos: la “psiquicidad” es una
propiedad de la materia viva y deriva de la irritabilidad y el mo-
vimiento. Sin embargo, el evolucionismo de Ingenieros no sigue
la conocida “ley biogenética fundamental” de Haeckel, que tendía
a reducir el desarrollo individual a la reproducción de la evolu-
ción de la especie, sino que introduce en el individuo una dimen-
sión volitiva que desorganiza la lógica determinista y abre un
espacio para el ejercicio de la libertad subjetiva. Es claro que
surgen tensiones inconciliables en su sistema de pensamiento,
que han sido, por otra parte, señaladas.39
Pero lo que interesa, en relación con los problemas de la sexua-
lidad, es que en las grietas del determinismo aparece, en la expe-
riencia del amor sexual, el reconocimiento de la vivencia subjeti-
va individualizada bajo la forma de la pasión, un tema central de
la serie “literaria” de nuestro autor. La expresión psíquica de
esas funciones reproductivas comprende, para Ingenieros, tres
procesos distintos. La emoción sexual de placer, forma evolutiva-
mente avanzada de cumplimiento del fin biológico, tiende a cons-
tituir un hábito; éste, como un carácter adquirido, se transmite
hereditariamente para formar la tendencia que se corresponde
con la vieja noción de instinto pero que, dice Ingenieros con crite-
rio moderno, no tiene la fijeza del instinto. En ese sentido, com-
parte con Freud un neolamarckismo residual que lo lleva a acen-
tuar la variación en el tiempo: la tendencia sexual
[...] es adquirida en el curso de la evolución de las especies y fijada con
caracteres especiales en la evolución de la especie humana.40
39. Véase Jorge Dotti, “Las hermanas-enemigas. Ciencia y ética en el positi-
vismo del Centenario”, en Las vetas del texto, Buenos Aires, Puntosur, 1990.
40. J. Ingenieros, ob. cit., pág. 6.
48. 48
Tal es el fundamento biológico del tercer elemento de la serie: el
amor propiamente tal, el sentimiento que, en su fase activa, tran-
sitoria, asume las formas de la pasión. En el amor subjetivo se
conjugan, idealmente, la subordinación al cumplimiento de las ten-
dencias de la especie con la expresión de una experiencia indivi-
dual que para Ingenieros se somete fuertemente a la acción de la
“educación” en sentido amplio, es decir, a todo lo que no es heredi-
tario. La clasificación psicopatológica de la sexualidad que propo-
ne no hace sino desplegar el cuadro prolijo de los trastornos —por
déficit, exaltación o desviación— de la emoción, de la tendencia y
del sentimiento. Lo importante es que la clasificación se sostiene,
como la obra sobre la histeria y la sugestión, en la exposición de
una galería de casos que constituyen un verdadero repertorio de
las infelicidades de la vida sexual en Buenos Aires a principios de
siglo. El catálogo de perturbaciones exhibe un mundo heterogéneo
y escondido de la sexualidad en el que se mezclan y se pierden las
diferencias de idioma y de educación y se trastruecan las jerar-
quías sociales. Y el Servicio de Observación, en muchos de los ca-
sos, es el recinto de esa exploración impiadosa de la intimidad
erótica. Desde el punto de vista de las nacionalidades, en ese espa-
cio predominan los extranjeros: españoles, italianos, franceses y
hasta un turco; en cuanto a las profesiones, las prostitutas se reú-
nen con las maestras y las señoras de buena familia y los jornale-
ros alternan con los profesionales, incluyendo un médico.
Contrariamente a lo esperable, la figura siniestra de la dege-
neración —que aparecía más uniformemente aplicada al campo
del delito— no tiene un uso extenso. En principio se atribuyen a la
degeneración las perturbaciones de la tendencia instintiva, pero
con un amplio campo para la acción de la “educación”, en el senti-
do amplio que se da al término y que coincide con la de un apren-
dizaje que incluye los recursos de la sugestión. Ya que, efectiva-
mente, esa dimensión de la sexualidad como una experiencia de
aprendizaje es lo que resalta en esta presentación de los trastor-
nos de la pasión amorosa, y su centralidad en la existencia hu-
mana queda paradójicamente exaltada con el muestrario de sus
extravíos.
49. 49
En ese escenario animado por el cruce de historias, verdade-
ros relatos de las variantes de la pasión, Ingenieros se muestra
como un médico poco convencional, escasamente apegado a la
moralina y la hipocresía habituales en las costumbres de su tiem-
po. No es que no se publicaran en las revistas médicas, en los
Archivos en particular, presentaciones de casos con patologías
sexuales, generalmente asociadas a transgresiones sociales di-
versas; pero nadie hasta entonces había expuesto una clínica tan
diversificada que, además de exponer algunos casos en los que el
límite con la sexualidad normal era impreciso, mostraba en algu-
nas de sus intervenciones psicoterapéuticas un notable despre-
juicio. Se puede encontrar allí la continuidad de una posición
inconformista que está presente, exaltadamente, en los escritos
juveniles sobre el amor a los que me referiré más adelante.
Frente a la visión demonizadora que la medicina positivista
había adoptado hacia la masturbación (y que se mantuvo duran-
te décadas en el discurso psiquiátrico) nuestro autor exhibe una
actitud muy poco condenatoria. Da cuenta de la existencia de la
masturbación en ambos sexos, y la interpreta de un modo que
revela esa superposición irresuelta entre la naturaleza y la cul-
tura que sostiene su pensamiento sobre el amor sexual. Ya que,
por un lado, es la expresión de la intensidad de la tendencia ins-
tintiva, pero, por otro, forma parte, viene a decir, de la educación
necesaria de la emoción, es decir del aprendizaje de la voluptuo-
sidad sexual. Justamente es el déficit de esa necesaria educación
erótica el factor causal, propiamente psicológico, de los frecuen-
tes casos de déficit de voluptuosidad en la mujer:
La mujer va a los brazos del hombre sin saber de fijo lo que va a
sentir, a menos que esté entrenada por la masturbación.41
De allí la necesidad, dice Ingenieros como un sexólogo que va
más allá de lo habitual, de que el marido asuma su responsabili-
dad en la formación erótica de la mujer o, de lo contrario, se re-
41. Ibíd., pág. 34.
50. 50
signe a que ella busque en otros brazos lo que su incompetencia o
su egoísmo le impiden proporcionarle. Y aquí aparece una refe-
rencia a Freud que no es la única en el trabajo, pero es la más
específica; rescata el cuadro de la “neurosis de angustia” (que
traduce “neurosis ansiosa”) y la etiología propuesta por el médico
de Viena, que la adjudicaba a la incompleta satisfacción sexual,
pero para insistir en una dirección que no estaba insinuada por
Freud, a saber, la responsabilidad del “egoísmo sexual” del parte-
naire; se trata, dice Ingenieros, de un
[...] estado neuropático frecuente en mujeres de sujetos cuya emoción
sexual es muy rápida y no se preocupan de devolver los placeres que
reciben.
La posición frente a los síntomas no es pareja, y en algunos
casos Ingenieros se conduce como el naturalista que observa y
describe sin intervenir. Pero cuando adopta una posición de tera-
peuta reaparece el perfil del taumaturgo, en esta oportunidad
exaltado por la materia misma sobre la que interviene: las peri-
pecias ingobernables de la pasión amorosa. Algunos casos pue-
den ilustrar la modalidad de operación de este sexólogo no con-
vencional que, puede decirse, inaugura el tratamiento de pare-
jas. Una joven mujer diagnosticada como histérica que ha hecho
varios intentos de suicidio termina por confesar al psiquiatra que
después de dos años de matrimonio desconoce el goce sexual y
teme, a partir de algunos reproches recibidos, que el marido pue-
da dejar de amarla. Ingenieros explora la modalidad de sus rela-
ciones y se asegura mediante un “rápido examen de la sensibili-
dad genital” que la mujer no carece de emociones voluptuosas.
De paso contribuye decididamente a una educación de esa sexua-
lidad dormida: la joven esposa aprende que sus sensaciones no se
localizan donde creía y descubre la sensibilidad erótica de la par-
te superior de la vulva.
Seguidamente se trataba de educar al verdadero educador, el
marido ignorante, al que fue ilustrando, con prudencia, para ha-
cerlo capaz de despertar a esa princesa dormida; a ello agrega
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una recomendación “técnica”: el coito con las piernas cerradas de
modo que se intensifique la excitación de la zona del clítoris. Esa
“sencilla educación sexual” resolvió el problema, consigna Inge-
nieros, partícipe de un verdadero ritual de iniciación erótica, he-
cho posible porque fue capaz, en alguna medida, de recibir la
demanda femenina; huelga decir que con otra posición médica el
desenlace pudo haber sido muy distinto.42
Otro caso parece condensar la complejidad de factores —médi-
cos, psicológicos, morales, religiosos y jurídicos— que reconoce en
los trastornos de la sexualidad. Se trata de una anestesia sexual
en un hombre, joven y de educación superior, que pasó varios
años internado en un colegio de jesuitas. Sin ninguna experien-
cia erótica previa, ni siquiera el onanismo, se casa a los 24 años.
Transcurridas varias semanas el matrimonio no se ha consuma-
do —ni lo ha intentado—, por lo que la esposa lo abandona y per-
suadida por su familia inicia un juicio de nulidad. En esta situa-
ción extrema José Ingenieros es llamado a intervenir y diseña
una terapéutica múltiple con un propósito declarado:
[...] destruir en el ánimo del enfermo las absurdas sugestiones religio-
sas que lo hacían mirar —aun después de casado— como un vicio o un
pecado el acto sexual.
Es fácil imaginar a nuestro psiquiatraponiendo teatralmente
en escena la batería de recursos de una acción sugestiva que de-
bía vencer las tinieblas del misticismo. Pero en este caso de “anal-
fabetismo sexual”, según su expresión, no alcanza con su sola
actividad educativa. Recurre inicialmente al propio director espi-
ritual del desgraciado para reforzar la presión ejercida contra
esa obstinación por la castidad. Desplazada esa influencia nefas-
ta sobre el cuerpo y sus fines, la educación fue completada por
una “inteligente meretriz” que aportó su auxilio profesional para
enderezar lo que el jesuita había desviado. Finalmente, el éxito
42. Ibíd., pág. 35.