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Entre cabrones y cabritos: El diminutivo como índice del género en el español madrileño

by

Matthew John Hadodo

A Master’s Thesis submitted in partial fulfillment
of the requirements for the degree of
M.A. in Spanish and Latin American Linguistic, Literary, and Cultural Studies
at New York University - Madrid, conferred by
The Department of Spanish and Portuguese Languages and Literatures,
New York University

New York University - Madrid
September, 2013

Faculty Advisor: Prof. José Pazó
 

ii	
  
DEDICATORIA

Mi familia siempre me ha formado en la fe en mí mismo para lograr mis metas y
ha sido considerablemente paciente durante mi estancia en España. Particularmente, mis
sobrinos Helena y Simón me han animado con sus sonrisas desde un lugar muy lejano
durante una época exigente. Gracias por enseñarme lo que es amar. Este trabajo los
dedico a vosotros dos, mis monitos.

	
  

iii	
  
AGRADECIMIENTOS

Quisiera expresar mi profundo agradecimiento a todos los que me han dado el
apoyo necesario para hacer este programa de máster, además de la tesina que sigue. Por
supuesto, estoy en deuda con todos los profesores de NYU Madrid que me han dado los
recursos físicos y mentales para llevar a cabo mis investigaciones. En especial, con la
Profesora Jacqueline Cruz por la oportunidad de asistir con su clase subgraduada además
de su dedicación inquebrantable y sus comentarios perspicaces. Con la Profesora Paula
Gozalo por abrirme al mundo revelador de la sociopragmática y de la pragmalingüística,
las cuales ya figuran como parte de mis intereses de investigación.
Y sobre todo, con el Profesor José Pazó, quien, al ser profesor de dos clases
además de ser mentor, me ha ayudado no solamente con la formación académica, sino
también con la formación personal. He crecido tanto como lingüista como hombre
durante esta experiencia y es debido en parte a la paciencia, la curiosidad y el
conocimiento que el Profesor Pazó me ha hecho compartir.
Gracias a todos los interesados en mis estudios. Ojalá que les revelen datos
interesantes e informativos.

“Pensamiento del renacuajo:
Cuando sea rana grande saltaré en el viejo estanque.
Hasta entonces, sueño.“ - JP

	
  

iv	
  
ÍNDICE
DEDICATORIA

iii

AGRADECIMIENTOS

iv

LISTA DE FIGURAS

vi

LISTA DE APÉNDICES

vii

INTRODUCCIÓN

1

CAPÍTULO 1: La identidad lingüística

4

1.1

¿Qué es la identidad?

4

1.2

Indexicalidad e identidad

12

1.3

Género como índice de la identidad

15

CAPÍTULO 2: El diminutivo

22

2.1

La evolución del diminutivo en español

22

2.2

El uso del diminutivo hoy en día

26

2.3

El diminutivo como índice de la identidad

32

CAPÍTULO 3: El diminutivo como índice del género

41

3.1

Hipótesis

41

3.2

Metodología

42

3.3

Resultados/Análisis

47

CONCLUSIONES

68

APÉNDICES

73

BIBLIOGRAFÍA

79

	
  

v	
  
LISTA DE FIGURAS

Fig. 1 Respuestas para la oración 1 de parte A

49

Fig. 2 Respuestas para la oración 7 de parte A

51

Fig. 3 Respuestas para la oración 9 de parte A

51

Fig. 4 Respuestas para la oración 5 de parte A

52

Fig. 5 Respuestas para la oración 4 de parte A

53

Fig. 6 Respuestas para la oración 6 de parte A

54

Fig. 7 Respuestas de la población total para la oración 1 de parte B

56

Fig. 8 Respuestas de la población total para la oración 4 de parte B

56

Fig. 9 Respuestas de los hombres para la oración 4 de parte B

58

Fig. 10 Respuestas de las mujeres para la oración 4 de parte B

58

Fig. 11 Respuestas de los jóvenes para la oración 1 de parte B

60

Fig. 12 Respuestas de los jóvenes para la oración 4 de parte B

60

Fig. 13 Respuestas de la población total para la oración 4.1 de parte B

64

Fig. 14 Respuestas de la población total para la oración 4.2 de parte B

64

Fig. 15 Respuestas de la población total para la oración 4.3 de parte B

65

Fig. 16 Respuestas de las mujeres para la oración 4.1 de parte B

66

Fig. 17 Respuestas de las mujeres para la oración 4.3 de parte B

66

Fig. 18 Respuestas de los hombres para la oración 4.1 de parte B

67

Fig. 19 Respuestas de los hombres para la oración 4.3 de parte B

67

	
  

vi	
  
LISTA DE APÉNDICES*

APÉNDICE A- Parte preliminar del cuestionario

73

APÉNDICE B- Parte A del cuestionario

74

APÉNDICE C- Parte B del cuestionario

75

APÉNDICE D- Parte C del cuestionario

77

	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  

*	
  En	
  aras	
  de	
  espacio,	
  no	
  hemos	
  podido	
  proporcionar	
  las	
  respuestas	
  del	
  cuestionario.	
  Todos	
  los	
  datos	
  

están	
  disponibles,	
  de	
  ser	
  solicitados	
  

	
  

vii	
  
INTRODUCCIÓN

¿Qué es la identidad y cómo construirla? ¿Cuáles son los factores más
importantes que permiten un desarrollo distinto en cada persona? La identidad es un
concepto que varía para cada persona, pero sin embargo es el resultado de unos procesos
universales. Estos procesos son determinados por importantes factores sociales tales
como la etnia, la edad, el género, el nivel educativo, la clase socioeconómica, etc. Así, la
identidad es un constructo social, de muchas capas polifacéticas que dan forma a su
constante evolución. La identidad lingüística, específicamente, es mucho más que la
culminación de todas las producciones lingüísticas o incluso que las series de actos de
habla de una persona; también se compone de las percepciones de otras personas además
de la percepción del propio idiolecto. De hecho, los componentes de habla se indexan
como marcadores que se corresponden con ideologías concretas, tales como las
relacionadas con la edad, la clase social y el género.
El uso del diminutivo como índice del género no se ha estudiado de manera
profunda anteriormente, aunque sí hay lingüistas que han mencionado su uso en
contextos socio-pragmáticos, y otros que recientemente han empezado estudiar su papel
en el género dentro de ciertas comunidades hispano y lusoparlantes. Tiene sentido
investigar su papel en la percepción de la identidad, puesto que, según estudios previos
sobre las diferencias entre el habla de los hombres y de las mujeres, los dos suelen
utilizar distintas estrategias comunicativas. Así, se propone que el diminutivo es una
herramienta que proporciona datos pragmáticos que establecen relaciones entre el emisor
y el interlocutor, insistiendo en que las mujeres favorecen (quizás subconscientemente) el

	
  

1	
  
uso del diminutivo, ya que entabla una relación de dependencia o lazo emocional. Por lo
tanto, los propósitos de esta investigación son demostrar que existe la percepción del
diminutivo como rasgo femenino en español, sobre todo en el dialecto castellano, y
descubrir las implicaciones de dirigir estas asociaciones a los dos géneros.
El español es un idioma que permite el uso habitual del diminutivo. Sin embargo,
la percepción de su uso es independiente de cualquier promedio. En consecuencia, tiene
menos sentido monitorizar la frecuencia de producción del diminutivo, que las actitudes
correspondientes a su uso. Dado que se percibe el diminutivo como rasgo femenino,
¿existe una asociación entre el uso del diminutivo y la sexualidad percibida del hablante?
Es decir, si un hombre utiliza el diminutivo “excesivamente,” ¿se considerará afeminado
o con rasgos propios de homosexuales? Y, a este respecto, ¿las mujeres que no emplean
el diminutivo se considerarán menos femeninas e incluso lesbianas?
Con tal enfoque, proponemos un estudio que es bastante innovador en la medida
en que poca gente ha trabajado el tema de este modo. Aunque hay estudios en español
sobre las diferencias dialectales y la evolución del diminutivo, hasta los últimos años, no
se han centrado sobre el tema de la identidad relacionada con su uso. Por otro lado,
algunos lingüistas sí han trabajado sobre elementos fonéticos del inglés que han coindexado con la sexualidad percibida del hablante, pero no con rasgos morfológicos
como el diminutivo. Así, los resultados de este estudio están entre los primeros de su
clase.
La identidad lingüística es un tema bastante estudiado, y es esencial para que se
entiendan todos los aspectos de esta investigación. Nos centraremos en la noción de

	
  

2	
  
identidad más general con una descripción de los factores que la desarrollan, como el
género específicamente. El concepto de indexicalidad es clave para conectar la ideología
lingüística con rasgos concretos. La idea de indexar y co-indexar rasgos lingüísticos con
conceptos socio-pragmáticos, una extensión de la indexicalidad, también es un
componente central de este estudio y, por lo tanto, se examinará en detalle. Discutiremos
diversas teorías a través del espectro de la identidad lingüística, del género y del estilo
para establecer cómo un individuo forma su identidad propia (y lo que ello conlleva), que
sirven como un marco sustancial para el estudio.
La historia (en realidad, la evolución) del diminutivo está presente en este estudio
porque también revela aspectos no necesariamente evidentes para el hablante típico en
cuanto al desarrollo de este elemento tan común en el habla. Además, es importante
destacar que la lexicalización del diminutivo en las variedades de español ha
proporcionado usos y percepciones diferentes. Es decir, en algunas variedades de
hablantes, se usa el diminutivo con mayor frecuencia y, como consecuencia, en
distribuciones diferentes que producen a su vez distintas formas marcadas.
Finalmente, el trabajo de campo que se presenta tiene en cuenta todas las
suposiciones presentadas en las secciones anteriores. Analizamos los resultados recogidos
de las respuestas al cuestionario de acuerdo con las teorías y conceptos desarrollados en
la investigación. Por último, se demostrará que sí hay una correlación entre el uso del
diminutivo y cómo se percibe el género de sus usuarios, aunque este proceso no sea tan
sencillo.

	
  

3	
  
LA IDENTIDAD LINGÜÍSTICA
¿Qué es la identidad?
Sin un sentido de identidad los seres humanos serían poco diferentes a los
autómatas; esto es lo que permite conceptualizar el mundo, al determinar cómo uno se
relaciona con otras personas. Es decir, que una de las funciones de la identidad es orientar
a una persona en el mundo en el que vive. Diversos lingüistas describen la esencia de la
identidad en relación al concepto de similitud (Bucholtz y Hall, 2004; Edwards, 2009),
puesto que hay un continuum entre lo que es y lo que no es una persona; estos estudiosos
se refieren a cuáles son las semejanzas y las diferencias entre uno y los demás, las que
determinan la identidad. Esto se hace a través de la distancia social.
Hay dos clases básicas de identidad, la del grupo y la del individuo (o personal),
aunque hay bastante solapamiento entre las dos. La identidad personal es el conjunto de
rasgos asociados a la identidad de los diversos grupos a los que pertenece un individuo
concreto. Por eso, es evidente que la identidad es, en cierta manera, un asunto sociopragmático, ya que el desarrollo y la naturaleza referencial de la identidad son muy
dependientes del contexto (Gutiérrez-Rivas, 2012).
La identidad grupal
El ser miembro de un grupo particular ha sido muy importante para los seres
humanos desde épocas remotas. El pertenecer a un grupo significa seguridad y
propagación de los genes, como explicó Darwin. Las sociedades y las culturas más
colectivistas ponen mucho valor en los atributos relacionados con la mentalidad grupal,
pero la importancia que un individuo da a ser miembro de un grupo o de otro es
	
  

4	
  
simultáneamente cultural, situacional e individual. No hay ningún patrón fijo para todos
en cuanto a cómo uno debe sentirse o clasificarse en un grupo.
Sin embargo, cada persona, sin querer o no, pertenece a varios grupos a la vez.
Algunos no se pueden elegir. Según un sistema binario, al ser hombre o mujer una
persona ya forma parte de un sexo u otro (no teniendo en cuenta los individuos intersex,
nacidos o con cromosomas que no siguen el patrón XX/XY, o con gónadas y/o genitales
indefinidos o parcialmente formados). Aparte de operarse (que en realidad no cambia el
código genético sino la representación externa del sexo), no existe otra posibilidad de
cambiar de sexo. Lo mismo ocurre con la raza; uno nace con su raza con poca capacidad
de cambiar estas facetas de sí mismo, entendiendo la raza como el conjunto de rasgos
genéticos que se presentan en el ADN y no meramente aspectos físicos que resultan de
dicho ADN. Pertenecer a grupos semejantes provoca muchas consecuencias en el
comportamiento por parte del individuo, y por parte de otras personas al tener contacto
con ellos.
Por otro lado, hay grupos que uno sí elige; como la profesión, los pasatiempos y
otras etiquetas asociadas con distintas acciones. Al ser gerente o empleado, uno ya tiene
una posición con rasgos asociados con este estado, dependiendo del momento y la
interacción específica dentro de un contexto fijo. Así, la identidad no es estática,
entendiendo que el papel de un gerente cuando está en la oficina con sus compañeros o
empleados durante el día cambia cuando el mismo gerente está con sus hijos al llegar a
casa. Sus otras identidades (tales como padre, marido o vecino) juegan ya un papel más
importante según el contexto adecuado.

	
  

5	
  
Hay muchas consecuencias al establecer una identidad asociada con un grupo. En
primer lugar, la gente que pertenece a este mismo grupo reconoce su constructo basado
en muchos elementos. “Individual and group ‘markings’ can have important
consequences for interpersonal judgements. Skin color, sex/gender and physical
attractiveness are immediately obvious here” (Edwards, p. 34). Al ver a otras personas
que exhiben características evidentemente asociadas con una identidad u otra, se colocan
en una categoría para ayudar a la mentalidad humana en su entendimiento del mundo.
Son estas percepciones basadas en elementos tangibles y en la distancia social los que
dan luz a los juicios y los prejuicios.
La identidad personal
La identidad personal, por lo tanto, es el resultado de ser miembro de múltiples
grupos, cada uno con su propia identidad. Por eso, suele coincidir lo que se llama la
personalidad con la identidad personal, ya que “our personal characteristics derive from
our socialization within the group (or, rather, groups) to which we belong” (Edwards, p.
20). Es decir, los seres humanos se comportan de manera análoga según lo que se ha
aprendido al formar parte de uno o varios grupos. Son las interacciones personales las
que dan a los seres humanos conocimiento del mundo y de ellos mismos, que es
importante para la supervivencia en el nivel más básico y para la satisfacción psicológica
en el nivel más abstracto.
Se puede decir que la personalidad es sinónima de la identidad personal, si uno
entiende que la personalidad es el conjunto de rasgos físicos, mentales y emocionales de
un individuo. De hecho, se puede argumentar que el tener un atributo específico (por

	
  

6	
  
ejemplo, el ser amable), ya forma parte de un grupo de gente amable con una identidad
amable. No obstante, insistimos en que esto no es suficiente para la formación de una
identidad, puesto que una identidad no puede ser definida por sí misma (por ejemplo, la
identidad de los venezolanos puede ser definida hasta cierto punto como amable, como
una característica de cualquier grupo puede ser así, pero no puede describir la identidad
venezolana por sí sola). Mejor, una categoría tal como amable y otros rasgos parecidos
están relacionados con los estilos y los registros, los cuáles están implicados con los
índices de identidad (un concepto que discutiremos en la sección 1.2).
Estilo y registro
Debido a su naturaleza contextual, no se puede hablar de la identidad lingüística
sin discutir los conceptos de estilo y registro, y sus consecuencias en la formación de
dicha identidad. Estos dos son elementos complementarios que influyen en la manera de
hablar y de interactuar con otras personas en momentos concretos. El registro, según
Halliday (1996), es la organización del lenguaje con respecto a su uso en un momento
particular. Hay distintos registros para cada situación; bien formales, bien informales.
Bell (1997) define el estilo como una variación intra-hablante y propone un proceso
donde la identidad tiene un papel en la producción de estilo. Primero, un grupo tiene su
propia identidad, el cual evalúa su identidad y es evaluado por otros, y diferencia su
lenguaje del de los demás, creando variación inter-hablante social. Luego, el lenguaje del
grupo se evalúa a sí mismo y a los demás (también conocido como evaluación
lingüística), y los demás cambian de manera análoga al lenguaje del grupo, creando estilo
o variación intra-hablante.

	
  

7	
  
El concepto de registro suele ser el producto de la identidad grupal, ya que los
diversos registros de una lengua están basados más en la cultura del grupo (ya sea la
cultura de una etnia o de una empresa) y son aprendidos a través de procesos de
socialización dentro de dicho grupo. El estilo, por otro lado, aunque afectado y
determinado hasta cierto punto por el grupo, es más una elección personal, que puede o
no concordar con las expectativas de la sociedad. Así, el estilo tiene un papel más
involucrado en la identidad personal, que en la grupal. Sin embargo, los dos son el
resultado de cualquier clase de interacciones sociales, y tienen un impacto en la
manifestación de la identidad, ya sea grupal o personal. Entendemos que todo lo que dice
una persona es la representación de su identidad y, por lo tanto, la lengua como
herramienta semiótica es crucial en el desarrollo y en la representación de la identidad.
La identidad lingüística
La identidad lingüística, es decir, la identidad asociada a los idiomas y la manera
de usarlos, es un concepto bastante amplio ya que implica los dos grados básicos de
identidad. Como describe Edwards: “Languages are best seen as different systems
reflecting different varieties of the human condition” (p. 60). Por lo tanto, hay una
conexión entre cómo se siente uno (la identidad) y cómo se representa esta identidad
(creencias, output semiótico incluido en su idiolecto personal). Como los estados
emocionales cambian dependiendo de muchos factores, la identidad está en flujo
constante y es muy difícil describir una identidad estática. Esta modalidad de la función
del lenguaje se puede aplicar a distintos aspectos de maneras diferentes, recordando el
concepto de registro y estilo.

	
  

8	
  
Según Le Page y Tabouret-Keller (1985), “linguistic behaviour [is] a series of acts
of identity in which people reveal both their personal identity and their search for social
roles” (p. 14). Así, entendemos que la identidad lingüística es la manifestación del
entrelazamiento de las identidades grupal y personal, y la subsiguiente producción
lingüística basada en este entrelazamiento en momentos determinados. Por ejemplo, el
mismo gerente de la página tres seguramente cambiaría su manera de habla dentro del
ámbito profesional con sus socios y hablaría de otro modo en casa con la familia. Ya que
existen muchas identidades muy dependientes del contexto; igualmente, existen tantas
identidades lingüísticas que corresponden al registro o al estilo adecuado por el momento
y también por motivos de producir un particular efecto deseado.
En cuanto a la identidad del grupo, el habla asociada con la gente en cuestión sí
tiene una gran importancia. Es muy evidente que las personas que pertenecen a un grupo
nacional se identifican y son identificados en parte por el idioma que hablan (o que
hablaban los antecedentes) y por cómo lo hablan: se espera que los griegos hablen griego
y que los franceses hablen francés. Así, al pensar en la imagen de un griego o de un
francés uno les atribuye la característica de hablar la lengua correspondiente, aunque no
la hable. Además, la identidad se construye especialmente a nivel de dialecto; uno se
puede sentir miembro de un grupo étnico, pero se identifica más por su dialecto o
subdialecto al que pertenece: un extremeño se siente español, pero se sentiría más
extremeño, parcialmente debido a sus variaciones lingüísticas que forman parte de lo que
es “extremeño” tanto como las costumbres sociales y otras tradiciones locales (tales como
la vestimenta, la comida y la geografía).

	
  

9	
  
También, hay que tener en cuenta que, como muchos aspectos de la lingüística,
las distinciones entre grupos son a veces arbitrarias. Se percibe que no hay mucha
diferencia entre los idiomas hindi y urdu. En realidad, se puede decir que son dialectos de
la misma lengua, pero debido a los elementos políticos (ya hay dos países distintos; la
India y Pakistán) y sociales (la influencia de la religión musulmana en la construcción de
urdu), los hablantes las consideran como lenguas distintas porque la identidad étnica ya
es diferente. De hecho, se puede argumentar que la identidad étnica no es el resultado de
la genética ni de la sangre, sino una manera de distanciarse de los otros por motivos
sociales, políticos y otros asuntos ideológicos.
Ideologías lingüísticas
Sería muy difícil hablar de identidad sin profundizar en lo que es una ideología,
puesto que no se puede formar una identidad sin ideologías para conceptualizar el mundo
y el papel de un individuo dentro de dicho mundo. Como sugiere el nombre, una
ideología representa las ideas concretas, tales como las creencias teológicas o políticas,
que guían a un individuo o a un grupo, y frecuentemente se adscribe a preferencias
idealizadas. Como Coulmas (2006) comenta, las ideologías lingüísticas suelen girar en
torno a temas de belleza, de autenticidad, de pureza y de santidad (p. 132). Esto resulta
problemático, pues tales conceptos son innatamente subjetivos y varían, no solamente de
una cultura a otra, sino también de una persona a otra. Finalmente, las ideologías
proyectan representaciones imaginarias de una realidad sociolingüística basada en las
perspectivas y en los intereses de los poderosos de la sociedad (Fairclough, 1992).

	
  

10	
  
Las ideologías tienen consecuencias importantes en diversas interacciones
sociales, como destaca Recinto (2009), “First, ideologies apply not just to situations ‘out
there’ in the ‘real world,’ but also to intellectual constructs and conceptual frameworks
which may be invoked in applied research on language status and use” (p. 44). Aunque
sigue explicando el impacto global de las ideologías lingüísticas en el ámbito político (y
en el potencial de causar el trastorno social), lo que comenta Recinto es muy aplicable a
un nivel más inmediato. Incluso los mensajes subliminales de presentadores de la prensa
hablando una variedad más “estándar”, impregnan la psique del público. Como
consecuencia, cuanto más divergente la plebe o la burguesía habla respecto al “estándar”,
menos se identificará como miembro de dicho grupo.
Establecer la identidad
Bucholtz y Hall (2005) proponen cinco principios para entender y establecer la
identidad: el principio del afloramiento, el de la posicionalidad, el de la indexicalidad, el
relacional y el de la parcialidad. Estos cinco principios representan el complejo proceso
de formulación de la identidad a través de diversas etapas.
En el principio del afloramiento, Bucholtz y Hall explican que la identidad es un
producto emergente, un fenómeno social y cultural, en lugar de una fuente preexistente
de prácticas lingüísticas y semióticas. El siguiente principio describe que las diversas
identidades abordan categorías globales (demográficas de nivel macro) y locales
(posiciones culturales etnográficamente especificas), además de posturas y papeles de
participantes durante interacciones concretas. Este concepto arroja luz al principio de la
indexicalidad, que declara que las identidades pueden ser categorizadas a través de las
implicaturas, las posturas, los estilos o las estructuras y los sistemas lingüísticos, los

	
  

11	
  
cuales están directa o indirectamente relacionados con aspectos léxicos, retóricos,
sintácticos y pragmáticos.
El cuarto principio de Bucholtz y Hall sobre la naturaleza relacional de la identidad
amplía de lo que han planteado con el concepto de la indexicalidad, explicando que las
identidades están construidas de forma relacional sobre muchos de los aspectos
susodichos, frecuentemente interpuestos en relaciones complementarias, tales como las
relaciones entre la similitud y la diferencia, entre el ser auténtico y el ser no auténtico, y
entre la autoridad y los no legítimos. En el quinto principio, el de la parcialidad, las
autores comentan que, presentados todos los principios anteriores, la identidad puede ser
parcialmente intencional, parcialmente habitual y no plenamente consciente. Además,
puede ser el resultado de una negociación interactiva, el constructor de las
representaciones y percepciones del otro o el resultado de elaborados procesos o
estructuras ideológicas.
De estos cinco principios, el que nos interesa más es el tercero, el concepto de la
indexicalidad. Puesto que todos los principios funcionan juntos en un sistema simbiótico,
es natural que una de las etapas más importantes sea la del medio que conecta todos los
procesos desde un punto central y, en este caso, es la indexicalidad. Veremos que, con
respecto al proceso de indexar rasgos físicos con componentes de la identidad, el lenguaje
está ligado al desarrollo de la identidad.
Indexicalidad e identidad
Esencialmente, la indexicalidad es un proceso simultáneamente cognitivo y social
que puede explicar cómo algo reparte un significado asociado con una entidad. Es decir, a

	
  

12	
  
través de la indexicalidad, los seres humanos son capaces de comprender qué significa un
objeto concreto en diversos contextos debido a las implicaturas. Las implicaturas, según
Mey (2001), son aquellos que quedan implícitos cuando se hace uso de la lengua. Es la
naturaleza ilativa de las implicaturas lo que permite que el lenguaje humano sea
económico sin dependencia de significados literales o explícitos para cada situación. Con
respecto a la indexicalidad, un objeto indexa (por eso, se llama un índice) un significado
en concreto basado en las referencias implícitas entendidas dentro de un acto de habla
específico. Volviendo al ejemplo de amable de la sección anterior, puede existir un estilo
amable que se reconoce así debido a los índices establecidos pragmalingüística y
sociolingüísticamente.
Índices frente a otros variables
Labov (1971) comenta que hay diversas clases de variables lingüísticas que
identifican un significado al utilizarlas: los indicadores, los marcadores y los estereotipos.
Según él, un indicador distingue entre categorías sociales o geográficas sin mucha
atención consciente por parte de los hablantes. Labov define los marcadores y los
estereotipos como variables que sí han atraído suficiente atención para que afloren dentro
de las categorías de variación estilística, aunque los estereotipos reciben bastante
consideración metapragmática y los marcadores no. Según Silverstein (2003), los
indicadores y los marcadores de variación son distintos tipos de índices; la diferencia está
en que los indicadores son índices de primer-orden (el indexar membresía de una
población) mientras que los marcadores (índices de segundo-orden) son indicadores
estilísticos que la gente internaliza y se alinea con su identidad. Con respecto a este

	
  

13	
  
segundo concepto de índices, hay otras maneras de subclasificarlos, las cuales
discutiremos a continuación.
El proceso de indexicalidad
¿Cómo se entiende un índice? Silverstein explica que la indexicalizacion es un
proceso psicológico que tiene en cuenta muchos factores cognitivos. La manera en que se
indexa un objeto específico con una identidad correspondiente igualmente depende del
contexto social, tanto como del mental. Primero, hay dos tipos básicos de índices; los
referenciales y los no-referenciales. Como el nombre explica, los referenciales son los
que se refieren a algo o alguien en particular e implica una entidad en concreto. Por eso,
los deícticos son casos ejemplares, ya que su función sintáctica bien espacial, temporal o
personal, codifica datos referenciales, los cuales son muy dependientes del contexto
(“yo” solo puede representar un individuo específico en un momento dado, pero la
identidad de “yo” cambia constantemente dependiendo del hablante).
No obstante, hay muchos más índices no-referenciales que referenciales, puesto
que un índice puede asumir virtualmente cualquier forma lingüística. Como dice
Silverstein, “any linguistic, a.k.a. sociolinguistic, fact is necessarily an indexical fact, that
is, a way in which linguistic and penumbral signs-in-use point to contexts of occurrence
structured for sign-users in one or another sort of way” (p. 194-5). Es decir, toda la
producción lingüística (facts o hechos) necesariamente comparte algún grado de datos
socio-culturales. Independientemente de si son rasgos fonéticos, sintácticos o léxicos, una
vez pronunciados, hay implicaturas para el emisor y el interlocutor.

	
  

14	
  
La indexicalidad es necesaria para establecer el significado en diferentes
contextos. Los índices directamente referenciales establecen papeles en contextos
gramaticales. En la sintaxis, los papeles temáticos que implican diversos componentes
gramaticales (agente, benefactor, tema, entre muchos otros) asignan un significado
semántico que corresponde a un rasgo sintáctico (el objeto directo implica que recibe
algún tipo de tratamiento). Además, el uso del dativo o del genitivo en los idiomas que
tienen tales declinaciones, también indexa la relación que todos los participantes tienen
en cada conversación (al usar el genitivo de posesión, demuestra que algo o alguien
pertenece a otra persona). Tal relación conlleva ciertas identidades entre cada
participante, activa o pasivamente.
Silverstein menciona el estudio, muy influyente, de Brown y Gilman (1960) sobre
las fórmulas de tratamiento. Explica que el uso de una forma o T o V (segunda persona
singular informal y formal, respectivamente) indexa una relación entre el hablante y el
interlocutor. Esta relación refleja varios grados de distancia, solidaridad, confianza y
poder, los cuales son inmediatamente entendidos al pronunciar el pronombre. Aunque
Silverstein no lo declara nunca de manera explícita, es evidente que la identidad del
emisor y la del interlocutor también son definidas por el concepto de las fórmulas de
tratamiento. Por lo tanto, parte de cómo uno expresa su propia identidad depende de su
relación con los demás, y de cuánta distancia perciben los interactuantes entre uno y otro.
Gutiérrez-Rivas comenta que la indexicalidad no solo conecta un “hecho
lingüístico” con una identidad, sino que propone que algunas formas lingüísticas sean
usadas para construir posturas de identidad, diciendo que:

	
  

15	
  
En la formación de la identidad, la indexicalidad depende en gran parte de
estructuras ideológicas, puesto que se entiende que la lengua e identidad están
arraigadas en valores y creencias culturales sobre el tipo de interlocutor que
produce cierto lenguaje. (p. 46)
Se puede indexar diversas clases de papeles, por ejemplo, la identidad de ser
miembro de un grupo étnico, incluso dentro de un grupo dialectal específico. Por
ejemplo, evidentemente hay una identidad asociada con ser español, pero también hay
identidades distintas para un extremeño y un murciano. Estas identidades se expresan con
objetos semióticos tangibles (la manera de vestirse, la asociación con un paisaje
específico, etc.), las cuales son inferidas al ver y al oír enunciados por la persona meta.
Mientras que las identidades externas están marcadas por la raza, la edad y el género
quizás son las más evidentes, la variación lingüística tiene debatiblemente un papel
mayor en la categorización y la clasificación subconsciente por parte de otras personas.
Género como índice de identidad
En consecuencia, el género (también el sexo, aunque son conceptos distintos) es
un componente de la identidad. Como la identidad necesariamente tiene que ver con las
expectativas de la sociedad, y cómo uno reconcilia sus propios pensamientos con las
actitudes casi “estandarizadas” que la sociedad le adoctrina, el género inherentemente
está involucrado en la formación de las ideologías construidas socialmente.
Género frente a sexo
Entonces, ¿cuál es la diferencia entre el sexo y el género? La postura que
presentamos está de acuerdo con la idea de que el sexo es la manifestación biológica y
	
  

16	
  
genética que distingue los machos de las hembras (con grados variados, entre los dos),
mientras que el género es el conjunto de repercusiones psicológicas y societales de ser
miembro de un sexo en lugar de otro. Como Coulmas ha expresado la idea, “sex is
nature, gender is social.” (p. 30). De esta manera, podemos decir que el sexo es
estrictamente macho y hembra, excepto en casos eventuales de individuos de intersex
(menos formalmente referidos como hermafroditos, o individuos nacidos con ambos
órganos sexuales o no formados). El género, entonces, es el resultado del entendimiento
social de cada sexo y expectativas específicas al pertenecer a un sistema (típicamente)
binario dentro de una población.
Masculinidad frente a feminidad
Ya que tenemos un mejor conocimiento del sexo frente al género, debemos
establecer cuál es la diferencia entre los géneros masculino y femenino. En muchos de las
sociedades occidentales, los hombres y la masculinidad frecuentemente son vistas como
el default (o la identidad por defecto), con la feminidad sirviendo como adición que
complementa lo que es ser hombre. Como Maugue (1987)† declara: “Él es uno, legible,
transparente, familiar. La mujer es la Otra, extraña e incomprensible”. Según este
ejemplo, existe la expectativa y la presión de que los hombres se comportan de manera
sencilla, sin ningún tipo de matices. Como consecuencia, si un hombre exhibe cualquier
forma de profundidad emocional o psicológica, entonces ya no actúa como lo que es
Hombre. Esto crea un gran conflicto en la identidad de los hombres, como Badinter (p.
18) dice que el recordatorio constante de “¡Sé un hombre!” implica que ser hombre es un
trabajo, un esfuerzo extra que se debe realizar y que no es tan relevante en el caso de
	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  

†	
  Apud.	
  Badinter	
  (1993)	
  XY	
  La	
  identidad	
  masculina	
  Monserrat,	
  trad.	
  Mayúscula	
  de	
  texto	
  original.	
  

	
  

17	
  
cómo entienden las mujeres su propia identidad, ya que una mujer no ha de confirmar que
es una mujer con tanta frecuencia como los hombres precisan demostrar que son hombres
de verdad. Así, si existe la posibilidad de que el uso del lenguaje amenace la imagen
masculina, se asume que los hombres tratarán de evitarlo (Lakoff, p. 49). Volviendo del
tema de los hombres como ser humano por defecto, se puede argumentar que el habla
masculina también es el por defecto. De hecho, Lakoff ha comentado que el lenguaje de
los hombres es cada vez más usado por las mujeres, aunque los hombres no suelen
adoptar un habla femenina, excepto si rechazan la imagen masculina, como es el caso de
algunos homosexuales (p. 50).
La indexicalidad del género
Ochs (1992) explora las maneras en que el género tiene un papel en el desarrollo
del habla. Así, reconoce que hay diversos tipos de índices, designados como Silverstein
los ha llamado, los referenciales y los no-referenciales. En cuanto al género, los índices
referenciales se suelen relacionar a los aspectos más evidentemente sexuales, como
indican los pronombres (él/ella, señor-a, los nombres, etc.). Estos pares sexuales son
índices que llaman la atención sobre la diferencia entre uno y otro y, al designar estas
categorías, señalan que hay distintas identidades asociadas con cada una. Pero hay
muchos más índices no-referenciales: el tono, el lenguaje corporal y la producción
fonética (entre otros muchos) que indirectamente indexan componentes de la identidad.
Para entender cómo funcionan estos índices no-referenciales dentro de la
indexicalidad, hay un esquema que se puede aplicar a cualquier clase de identidad,
aunque evidentemente nos centremos en el género. Ochs explica que hay tres relaciones

	
  

18	
  
distintas entre un índice y lo indexado: 1) la relación no-exclusiva 2) la relación
constitutiva y 3) la relación temporalmente transcendente.
La relación no-exclusiva explica que casi no existe ninguna limitación en cuanto a
quién tiene la posibilidad de utilizar cualquier rasgo lingüístico (de cualquier idioma). En
el caso del género, muchos rasgos variables pueden ser usados por, con y para los dos
géneros. Aunque sí hay lenguas, como el japonés y el árabe, que tienen conjugaciones
verbales y/o elementos léxicos “reservados” para cada género, el cuerpo humano puede
pronunciarlos independientemente de la biología. Además, los rasgos asociados con el
género también se relacionan con la postura discursiva y las acciones sociales (p. 340).
Es decir, puesto que los idiomas son arbitrarios, no hay ninguna razón innata para que
una forma lingüística solo se use por ciertos hablantes en determinados contextos en vez
de otros. De hecho, las formas marcadas del habla suelen ser rechazos deliberados de
relaciones exclusivas. Esto explicaría como durante los años ‘90 las japonesas
adolescentes han rechazado el uso de sufijos honoríficos de género y han favorecido
inventadas construcciones morfológicas para dar la imagen de rebeldes. (Coulmas, p.5860).
La relación constitutiva informa que uno o más rasgos lingüísticos pueden indexar
significados sociales (tales como las posturas, los actos y las actividades sociales) y
subsiguientemente contribuir a la construcción del género (Ochs, p. 341). La sociedad
prescribe las imágenes preferidas de los hombres y de las mujeres que motivan su uso por
parte de los dos géneros. Por lo tanto, la relación entre el lenguaje y el género es cíclica,
mediada y constituida por significados pragmáticos socialmente organizados.

	
  

19	
  
La tercera relación, la temporalmente transcendente, describe que las asociaciones del
género con el lenguaje no son estáticas y pueden cambiar y evolucionar con el tiempo.
“Societies establish norms, preferences and expectancies vis-à-vis the extent to which and
the manner in which men and women can verbally recontextualize the past and
precontextualize the future” (Ochs, p. 346).
Ampliando las ideas de Ochs, Barrett (2002) contribuye con la idea de indexicalidad
performativa en cuanto al papel de la indexicalidad como creador de la identidad en la
sociedad. Dice que:
A speaker may use the performative indexicality of linguistic variation to convey her
or his desire to be seen as a particular type of person in a particular situation. It is
only by associations made by the listener (or researcher) that this type of person is
tied to a particular social category. (p. 34)
De este modo, entendemos que la indexicalidad establece las normas sociopragmáticas y el estilo personal. Como resultado, los rasgos lingüísticos, de cualquier
tipo, pueden ser usados no solamente como índice para representar la identidad de un
grupo en particular, sino también como herramienta en la construcción de dicha
identidad. Si un rasgo en concreto está ligado a alguna identidad, bien deseable o bien
negativa, un hablante escogerá utilizar estas formas basándose en cómo quiere expresar
su identidad en una situación dada.
¿Cómo se puede establecer los rasgos lingüísticos que corresponden al género? Una
manera posible es mirar los trabajos previos de investigadores tal como Lakoff. En su
estudio, muy innovador en su momento, encontramos las ideas ya ubicuas de que existe

	
  

20	
  
variación genérica en cuanto al inventario léxico y sintáctico, y que las mujeres emplean
tácticas distintas en el habla, tales como diferencias en la distribución de turnos, el uso de
preguntas tag además de mayor frecuencia de muletillas, entre otras.
Sin embargo, podemos buscar formas lingüísticas más específicas, tales como rasgos
fonéticos, y destacar su uso para establecer una identidad sexual, como Podesva, Roberts
y Campbell-Kibler han hecho en su estudio comparativo entre el habla de hombres homo
y heterosexuales. En este estudio, se examinó la duración de ciertos diptongos, además de
la de [s] y la de [l], así como el tono general y la gama tonal de los hablantes, suponiendo
que unos de dichos rasgos son relacionadas con las mujeres y los hombres homosexuales
los producen con motivos de diferenciación (aunque algunos son características propias
gay). Sus resultados mostraron que aunque existen unos rasgos que se asocian con la
homosexualidad, solo sirven como índices para un tipo específico de estilo gay dentro un
amplio espectro de ellos.
Por lo tanto, se puede decir que el concepto de índice lingüístico funciona en
colaboración con los estilos que producen los preceptos por parte de otras personas. Es
más, estas percepciones pueden o no coincidir con la identidad verdadera del hablante,
aunque dicha identidad está en flujo constante y cambia según el contexto. Un hablante
pueden escoger un estilo gay, por ejemplo, en contextos familiares para mostrar su
solidaridad dentro de la comunidad, pero adopta un estilo más normativo en el ámbito
profesional para evitar prejuicios. Así, los estilos pueden ser conscientes o
subconscientes, pero siempre son elecciones deliberadas.

	
  

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EL DIMINUTIVO
La evolución del diminutivo en español
El diminutivo es un rasgo morfológico presente en un gran porcentaje de lenguas
vivas, incluidas las lenguas indoeuropeas, semíticas, sino-tibetanas, turcas, urálicas y
amerindias, entre otras. Se manifiesta como afijo (principalmente como sufijo, en
especial en lenguas como el español, aunque también puede ser infijo, interfijo o incluso
el resultado de un proceso de reduplicación en lenguas como el hebreo) de diversas
categorías morfosintácticas tales como sustantivos, adjetivos e incluso adverbios. Todas
las lenguas romances desde la época latina han usado el diminutivo de alguna manera,
aunque algunos idiomas favorecen su uso más que otros. De hecho, el uso del diminutivo
en el español actual está bastante más extendido que en otros idiomas románicos.
Para entender cómo se usa el diminutivo actualmente, hay que explorar un poco la
historia de su desarrollo a través del tiempo. Muchos gramáticos históricos, Nebrija
(1492) y Correas (1626) entre los más conocidos, han discutido de manera explícita el
impacto de utilizar el diminutivo de alguna forma, y muchos autores importantes desde
tales épocas hasta la Edad Moderna, como García Lorca, lo han utilizado para diversos
efectos.
Descripciones gramáticas
Nebrija evidentemente ha tenido un papel importante en el discurso de la
gramática castellana. Sin duda, su posición como autor de una de las primeras gramáticas
de cualquier idioma del mundo ha influido en la evolución de la lengua española, incluso
hasta el punto del diminutivo. Nebrija cuenta que el diminutivo en castellano viene de la
	
  

22	
  
tradición griega y latina y que, en su época, excedió en la frecuencia de uso y en las
terminaciones morfológicas a sus predecesores -aunque se puede argumentar que el
griego moderno ya tiene una extensión más amplia del diminutivo que el español
(Sifianou, 1992)- . Nebrija encuadra el diminutivo dentro de los derivados, a los que
clasifica así: “Nueve diferencias i formas ai de nombres derivados: patronimicos,
possessivos, diminutivos, aumentativos, comparativos, denominativos, verbales,
participiales, adverbiales” (Apud. Náñez Fernández, p. 39.).
Según él, el diminutivo agrega meramente el significado de la disminución del
principal, o al menos no comenta otros usos del diminutivo a parte de expresar el
concepto de la pequeñez. No quiere decir que el diminutivo de verdad solo se ha utilizado
para referir a un tamaño menor, sino que en el siglo XV, todavía se asociaba el
diminutivo a su función conceptual (véase sección 2.2 para las diferentes funciones del
diminutivo). Curiosamente, en esta misma gramática, sí comenta la apreciación
axiológica (juicios valorativos) del aumentativo ya que, ideológicamente, está en contra
de lo que se considera la hermosura clásica. Este modo de pensamiento resuena con el
concepto de ideologías lingüísticas que hemos comentado en la sección 1.1.
En cuanto a la forma morfológica del diminutivo, Nebrija hace referencia a
“–illo”, “–ico”, “–ito”, y “–uelo”, sin mencionar los interfijos posibles. Todavía no se ha
designado qué terminaciones, en su caso, están ligadas a determinadas raíces. De hecho,
solían existir paradigmas dentro de cada clase de terminación, por ejemplo, “mujerzilla”
“mugerzica” y “mujercita”. Como la ortografía aún no se había establecido de manera
fija, tampoco había una regularización del diminutivo. No se sabe exactamente cuándo o
cómo se han desarrollado otras formas, pero entre la época de Nebrija y la de Lovaina
	
  

23	
  
(1555) había más terminaciones para el diminutivo (“–ejo”, “–irrito”). Con la gramática
de Miranda (segunda mitad del siglo XVI), se empiezan a ver las demarcaciones de las
diferencias entre el diminutivo en italiano y en castellano y qué raíces empleaba cada
forma diminutiva.‡ También, es el primer gramático que describe explícitamente una
función no conceptual sino afectiva del diminutivo, diciendo que las palabras que
terminan en “–ico” e “–ito” expresan algún aspecto de cariño que no está presente en las
que terminan en “–illo”.
De Herrera (1580) sigue ampliando lo que había presentado de Miranda, “la
lengua Toscana està llena de deminutos, con que se efemína, i haze laciva, i pierde la
gravedad; pero tiene con ellos regalo i dulzura i suavidad, la nuestra no los recibe si no
con mucha dificultad, i mui pocas vezes.”§ Es la primera ocurrencia de una asociación
abierta del diminutivo con rasgos de la feminidad que veremos con más detalle a partir de
esta sección. De Herrera comenta que en comparación con el italiano (basado en
traducciones de poesía), el español tenía unas veinte formas frente a treinta y tres
italianas para explicar que, al menos con respecto a la poesía, el italiano empleaba el uso
del diminutivo como tópico mientras que todavía no lo hacía el español.
Desde entonces hasta la era de Correas (circa 1626), surgieron aún más
terminaciones para el diminutivo, incluidas algunas formas que ya casi no se reconocen
en la mayoría de dialectos. Correas ha listado las formas del diminutivo más usadas
durante la época y, como de Miranda cien años antes, ha ampliado las explicaciones de
las diferencias entre las distintas terminaciones:
	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  
‡	
  Apud.

Náñez Fernández, p. 42-3.
Náñez Fernández, p. 43 Fuente original: Obras de Garci Lasso de la Vega con anotaciones de
Fernando de Herrera,1580 (p .554).	
  

§	
  Apud.

	
  

24	
  
Las más ordinarias son estas: ito, ico, illo, zillo, exo, ete, uelo, ino, axo, arro. Los
en ito significan con amor y bien querer, los en ico no con tanto afición: los en
uelo con desprecio: los demás casi todos con desdén: los en ino dismuyen mucho:
y los que duplican una forma sobre otra, que también en duplicarlos hay mucha
libertad (Apud. Náñez Fernández, p. 48).
Se puede argumentar que Correas, queriendo o no, incluyó alomorfos de algunos
de los morfemas (“-zillo” siendo alomorfo de “–illo”, o la inclusión del interfijo –c-/-zantes del sufijo “–illo”, o “–exo” y “–axo” dependiendo de la coda de la raíz que se
agrega el diminutivo) para formar una lista más o menos exhaustiva de las formas
diminutivizadas. Además, también presenta unos valores posibles del diminutivo
dependiendo de su terminación. Saltando al siglo XIX, Antonio de Capmany y
Montpalau repite algunas ideas expresadas anteriormente por de Herrera con respecto al
efecto estilístico de emplear los diminutivos:
Los diminutivos afeminan y hacen lascivo el lenguaje, y le hacen perder toda
gravedad. Nuestro idioma sólo los admite, y muy pocas veces, en estilo familiar y
jocoso; y en casos afectuosos y tiernos puede la elocuencia admitirlos alguna vez,
para suavizar la dicción. (Apud. Náñez Fernández, p. 51)
Notablemente, no asigna estas virtudes a terminaciones específicas del
diminutivo, sino a su uso absoluto. Será que, en esta época, la diferenciación entre
algunas formas específicas del diminutivo que conllevaban sentimientos particulares se
ha neutralizado con la mayoría de los diminutivos teniendo igual valor estilístico, lo cual
se sostiene en mayor parte actualmente (aunque todavía "–uelo" sigue teniendo un

	
  

25	
  
aspecto despectivo). Muchas formas ya no se ven en la diminutivización de palabras,
aunque sí se mantienen en palabras lexicalizadas.
El uso del diminutivo hoy en día
Funciones del diminutivo
Según Regúnaga (2005), existen dos formas distintas básicas del uso del
diminutivo basadas en la función conceptual y en la función estilística, respectivamente** .
Estas dos funciones han existido y se han destacado de manera distinta desde la época de
muchos de los gramáticos mencionados en la sección anterior, aunque no siempre de
manera tan explícita ni clara. La función conceptual abarca lo que se puede considerar el
aspecto más llamativo del diminutivo, que incluye tres sub-funciones: la indicación de un
menor tamaño dentro de la especie; la diferenciación de especies dentro de un
microsistema léxico; y la lexicalización, por la cual el significado relativo al tamaño
prácticamente no se percibe en sincronía (p. 254). Estas tres subcategorías dentro de la
función conceptual están implicadas esencialmente en designar a algo/alguien con un
tamaño pequeño en comparación con lo que se espera (un pajarito es más pequeño que un
pájaro prototípico), en diferenciar a un objeto con un uso específico en contextos
determinados (por ejemplo, el uso del diminutivo en “los carritos” se aplica
principalmente a los juguetes para niños y no a los coches pequeños que conducen los
adultos) y en desarrollar léxico nuevo (se entiende que un palillo no es un palo pequeño y
los hablantes perciben que la palabra "palillo" ya es una raíz propia sin ningún tipo de
afijación, y sería posible la diminutivización de "palillo" > "palillito").
	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  
**

Regúnaga cita la función conceptual desde el punto de vista de Montes Giraldo “Funciones del
diminutivo en español; ensayo de clasificación.”, Thesaurus, Boletín del Instituto Caro y Cuervo 27.
(1972): 71-88. La función estilística viene de Beinhaur El español coloquial. Madrid: Gredos, 1968.

	
  

26	
  
Por otro lado, la función estilística aborda asuntos más pragmáticos, tales como
expresar un valor afectivo, irónico, depreciativo (que no es lo mismo que despreciativo)
o, sorprendentemente, aumentativo. Como sugiere el nombre, los diminutivos expresan
un sentimiento de afectividad para mostrar cariño e intimidad (mi abuelita se refiere al
sentimiento cariñoso hacia la abuela). El valor irónico, en cambio, representa la
minusvaloración que el hablante siente hacia o un objeto o un concepto o a una persona a
través de lo contrario a lo que se espera (el viajecito entre Nueva York y Hong Kong es
irónico, dada la gran distancia entre los dos lugares y puede expresar un toque de rencor
además del sarcasmo). El valor depreciativo tiene un efecto rebajador con intenciones
para demostrar humildad (saqué buenas notitas) o para suavizar peticiones u otros
posibles daños a la imagen, de acuerdo con la teoría de la imagen de Brown y Levinson
(“¿podemos hablar un ratito?” no es tan amenazante como “tenemos que hablar un rato”).
Por último, el valor aumentativo es parecido al valor irónico hasta cierto punto, pero no
suele conllevar un tono tan negativo (“hoy hace calorcito” implica que la temperatura es
elevada pero de modo agradable, sin connotación despectiva, como los ejemplos
irónicos).
¿De dónde vienen estos valores estilísticos? Es evidente que primero tiene que
existir la función conceptual del diminutivo, sobre todo, su indicación de menor tamaño.
Después, el resto de las sub-funciones conceptuales se desarrollan por la frecuencia de la
morfología del diminutivo. La función estilística solo puede existir con las implicaturas
(como las hemos definido en la sección 1.2) entendidas por tal tamaño. Así, una vez se
establece lo que se implica con la pequeñez, el diminutivo proyecta su papel
estilísticamente. En particular, el valor afectivo se reconoce y se asocia fácilmente con el

	
  

27	
  
diminutivo, quizás más fácilmente que la lexicalización. De hecho, su valor afectivo, que
hace referencia a algo o a alguien de manera cariñosa, ha sido observado desde hace
siglos, por parte de, por ejemplo, autores como de Herrera y de Capmany y Montpalau,
las cuales destacan muy claramente no solo el valor afectivo del diminutivo, sino que
también se adelantan a los hallazgos de Lakoff (que hemos comentado en la sección 1.3)
al distinguir distintas tácticas comunicativas entre los hombres y las mujeres.
Estos valores del diminutivo no solo se aplican en el español, sino en todos los
idiomas con una extensión amplia del diminutivo. Como cuenta Sifianou (1992, p. 157),
“In both Greek and English, the primary function of diminutives, as the term suggests, is
to express the idea of ‘little’ or ‘smaller’ than the non-diminutive form. However, they
are frequently also used to express familiarity, informality and endearment.” Por lo tanto,
el inglés y el griego (dos idiomas que respectivamente tienen menos y más incidentes de
usos del diminutivo que el español castellano) también presentan funciones conceptuales
y estilísticas del diminutivo, sobre todo, la referencia al tamaño pequeño y al valor
afectivo. En cuanto al valor afectivo del diminutivo en su uso actual en el español, Silva
Almanza (2010) demuestra que el diminutivo no necesariamente ha de referirse
directamente a la persona o al objeto que se valora de manera positiva, pero lo hace con
otras asociaciones claras. En el tercer ejemplo que presenta (p. 5) “Sí / no a mi me
encanta / mi mamá sí me hace mi comidita / y me cuida mucho lo que como / porque
hace un año también me puse a dieta / este”,†† Silva Almanza deduce que “la relación de
cariño no es hacia la comida, sino hacia la persona que prepara o a quien se prepara,
extendiéndose entonces este sentimiento al objeto de referencia, que en este caso es la
	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  
††

Letras en negritas y tipografía de la cita original.

	
  

28	
  
comida.” Por lo tanto, de manera análoga a como Silverstein ha comentado con las
fórmulas de tratamiento (véase sección 1.2), el diminutivo indexa las relaciones entre
emisor e interlocutor.
El diminutivo en su geografía
El diminutivo, al igual que otros rasgos lingüísticos, es susceptible de ser
modificado por los diferentes hablantes. En el mundo hispanohablante actual, el
diminutivo tiene usos y aplicaciones distintos. En cuanto a la diversidad geográfica, las
diferentes regiones emplean terminaciones distintas para expresar el diminutivo. Dentro
de la Península Ibérica, se asocia la terminación "–iño" con Galicia, "–ino" con las zonas
occidentales (Asturias, Salamanca, Extremadura), "–in" con Asturias, "–ete" con
Cataluña, "–uco" con Cantabria, además de "–ico" con las zonas orientales e "–illo"
especialmente común en Andalucía (Moreno Fernández, 2009; Náñez Fernández, 2006).
"–ito" tiene una extensión muy amplia y, de hecho, es la forma más aparente en todas las
variedades del español. Esto es confirmado por su frecuencia dentro de la poesía y la
literatura de conocidos autores modernos como García Lorca quien, como ha descrito
Náñez Fernández, ha usado “-ito” un 70,1% de las veces, en comparación con “-illo”,
usado un 25,1% (el resto se divide entre otros seis tipos del diminutivo, p. 307-8).
Hablando de manera bastante general, los latinoamericanos suelen utilizar el
diminutivo con mayor frecuencia que los españoles. En su artículo sobre las diferencias
entre el español de América Latina y el de Europa, Haensch (2002) comenta que los de
América son más afectivos que los peninsulares (excluyendo los andaluces) y que un
enunciado con cuatro usos del diminutivo (visto como afectado por españoles) se ve

	
  

29	
  
como normal por un latinoamericano. De hecho, el no mostrar una abundancia de
diminutivos en ciertos contextos hará que el habla se perciba como fría y distante (p. 57).
Esto es a causa parcialmente de varios procesos, tales como la lexicalización en ciertos
dialectos y la presencia de lenguas subestrato en otros.
Quizás el mejor ejemplo es el tratamiento del diminutivo dentro de las zonas
andinas. Mientras que en muchos de los dialectos hispánicos el diminutivo
principalmente se afija a los nombres y adjetivos, dentro de regiones andinas de países
tales como el Perú y Bolivia, se ve la diminutivización de adverbios (sobre todo el
gerundio) con mayor frecuencia. De hecho, Coello Villa (2010) describe la situación del
diminutivo en dicha zona de Bolivia, diciendo que: “el diminutivo es moneda de uso muy
frecuente y extendido” y se aplica a formas variables tanto como a invariables (p.177).
Como explica Caravedo (2010), el diminutivo en "–acho" (de origen quechua) se usa
indistintamente con "–ito" dentro de las tierras altas, no ha penetrado dentro del habla de
los costeños (p. 168). Sigue expresando que el extendido uso andino del gerundio
diminutivizado (Ej. “vente corriendito”) también aparece en las zonas costeñas, aunque
con menor frecuencia. La prevalencia de una forma diminutivizada del quechua que
coincide con un uso extendido del diminutivo sugiere que los dos son el resultado de la
influencia del idioma subestrato.
Aunque es verdad que la terminación "–ito" se encuentra en la mayoría de los
dialectos, dentro de las comunidades caribeñas (bien insulares, bien continentales) se ve
frecuentemente el empleo de "–ico" solo en la diminutivización de palabras cuya última
sílaba comienza con [t], por disimilación (con motivo de evitar la cacofonía). Por
ejemplo, en Cuba o Venezuela, se construyen palabras como camita pero pelotita* resulta
	
  

30	
  
agramatical y se produce pelotica. Las zonas orientales de España sufijan, por el
contrario, "–ico" en cualquier entorno (Sedano y Bentivoglio, 2010; Vaquero, 2010).
Con respecto al papel que juega la lexicalización en la abundancia de diminutivos
(en particular en cuanto a la reduplicación) y su adecuación consiguiente, el uso de
"ahorita" y sus formas relativas (ahoritita, ahoritica y ahoritiquita) proporciona aspectos
interesantes que debemos considerar. Con una extensión muy amplia dentro de México,
de otras partes de Centroamérica y del Caribe, “ahorita” se utiliza para expresar algún
tipo de “cercanía temporal de un evento tanto si acaba de suceder (Llegó ahorita) como si
está próximo (Voy a hacerlo ahoritica; Lo haré ahorita)”‡‡. En este caso, ahorita, etc. ya
tiene casi otro sentido que ahora; dependiendo del contexto, puede significar algo
parecida “acaba de” o “en seguida”. Puesto que se utiliza de este modo con tanta
frecuencia, se experimenta la sufijación como si fuera palabra lexicalizada (palillo>
palillito; ahorita > ahoritita, etc.). Es posible que esta clase de frecuencia también tenga
un impacto a la hora de utilizar el diminutivo con otras palabras y en otros contextos.
Otros usos del diminutivo
Además, el diminutivo desempeña un papel en la formación de los hipocorísticos,
los cuales son aspectos de la formación de los apodos. Un apodo puede ser el resultado de
la diminutivización simple de un nombre (Sara + –ita > Sarita), una innovación total,
debido en parte a factores de asimilación (Ignacio> Nacho), o una combinación de los
dos procesos (Concepción > Concha > Concha + –ita > Conchita). Pero, hay limitaciones
en cuanto a quién puede dirigirse con un nombre diminutivizado a una persona; si no hay
	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  
‡‡	
  Real

	
  

Academia Española, Nueva gramática de la lengua española, p. 655.	
  

31	
  
un apodo establecido, no se puede utilizar por cualquiera libremente (Sifianou, 1999
p.70). Esto tiene relación, de nuevo, con la función estilística del diminutivo, sobre todo
con el valor afectivo que crea un lazo emocional entre los dos participantes.
El diminutivo como índice de la identidad
La naturaleza del diminutivo
Al pensar en el diminutivo, puede ser difícil darse cuenta de que un rasgo
morfológico es índice de identidad. Sin embargo, como hemos explicado anteriormente,
cualquier rasgo lingüístico, desde la fonética hasta la semántica, tiene un valor
pragmático. El diminutivo es intrínsicamente un índice de algún modo, ya que aún en su
sentido más literal (la referencia al tamaño menor) sirve como índice referencial a dicho
tamaño. Como consecuencia, crea roles entre el hablante y el interlocutor, debido al
hecho de que al pronunciar el diminutivo, el emisor establece una relación espacial y
geométrica entre los participantes del discurso y el objeto diminutivizado en cuestión. La
extensión de la naturaleza indexical del diminutivo no es muy sorprendente, cuando se
tiene en cuenta que, desde al menos en el siglo XVI, los gramáticos han reconocido
abiertamente las funciones estilísticas (aunque sea sin darse cuenta de que lo eran). Tal
rasgo que se asocia inherentemente con cualquier estado emocional, también puede tener
este estado emocional extendido a las diversas formas de la indexicalidad.
El diminutivo como índice de geografía
Los diminutivos sirven como maneras de identificar la nacionalidad, por ejemplo,
los “ticos” de Costa Rica son tratados así por parte de extranjeros y entre paisanos. Como
resultado, la frecuencia del uso de la forma diminutiva “-tico” ha sido indexado a la
	
  

32	
  
identidad nacional de los costarricenses. De manera parecida, Cantabria se llama
“Tierruca” por la extensión de su uso de “–uco”, hasta el punto de aparecer en el himno
nacional de la región. Además, como hemos comentado en la sección 2.2, los hablantes
de español andino son conocidos por la abundancia de diminutivos presentes en actos de
habla cotidianos, debido a la influencia del quechua y de otros idiomas subestratos.
Por lo tanto, el diminutivo evidentemente tiene la capacidad de servir como índice
de la identidad al nivel nacional e incluso dialectal. Comparándose con un fenómeno
fonético como el del seseo y el de la distinción, el diminutivo es un aspecto importante de
la identidad lingüística, que penetra dentro de otras facetas de la identidad. Como
resultado, podemos extender el uso del diminutivo como índice de género cuando
aislamos las variedades dialectales. Se puede argumentar que debido a la presencia del
diminutivo en dichas variantes, la gente es considerada más afectiva o amable; o, por el
contrario, el diminutivo es el producto del carácter innato de dichas regiones.
Debido a un uso menos común en el Madrid actual, esta región del español
castellano es ideal para estudiar cómo el género se relaciona con el uso del diminutivo.
Dispar de México, Costa Rica y otras regiones que reconocen muy conscientemente su
tratamiento de los diminutivos, el español madrileño no presenta ningún uso particular
del diminutivo, fuera de las normas genéricas del idioma español en concreto. Por eso, el
diminutivo está más marcado en el habla castellana (especialmente en la madrileña) de lo
que estaría en Jalisco o Puerto Limón, por ejemplo. La apariencia de tales formas
marcadas en este estudio determinará, en parte, la extensión hasta que el uso del
diminutivo se indexe dentro del habla usada por los integrantes de un género en concreto.

	
  

33	
  
El diminutivo cómo índice del género
¿Por qué se indexa el diminutivo como rasgo femenino? Como hemos comentado
en el capítulo 1.3, la identidad masculina (la identidad por defecto) se caracteriza por la
virilidad, un poder asociado a la madurez, mientras que la femenina, en una relación de
yin/yang, representa el infantilismo. El diminutivo (con su función conceptual)
representa originalmente el tamaño pequeño y, por extensión, los niños pequeños. Por lo
tanto, no es tan sorprendente que un rasgo “infantil” sea usado por un grupo considerado
“infantil”. Además, como hemos comentado en la sección 2.1, a través del tamaño
pequeño, existe una conexión entre el diminutivo y la hermosura, una calidad
perennemente ligada a las mujeres. Volviendo al tema del infantilismo, Haensch comenta
la discrepancia en la percepción del diminutivo por hombres dentro del español
septentrional y el del resto del mundo:
En la mitad norte y en el centro de España los niños, los mayores cuando hablan a
los niños y las mujeres usan más diminutivos que los hombres, en los que el uso
demasiado frecuente de diminutivos puede incluso hacer dudar de su virilidad. En
América, en cambio, los hombres de todas las clases sociales usan los diminutivos
con la misma frecuencia que las demás personas. La supresión de los diminutivos
puede expresar indiferencia, rechazo o enfriamiento de las relaciones humanas o,
por lo menos, distancia (p. 57).
Aunque describe que los hombres y las mujeres de América (también las Canarias
y Andalucía) usan los diminutivos con la misma frecuencia, recientemente ha habido
diversos estudios sobre el diminutivo en distintos dialectos mexicanos, que sugieren que

	
  

34	
  
la distribución no es tan igual. En su estudio sobre las diferencias sexuales en elementos
léxicos de los jóvenes tapatíos, Daisuke Kishi (2012) comenta que incluso entre los
mexicanos (entre de edades 18 y 25 años) de Guadalajara, hay más instancias del
diminutivo por parte de las mujeres en contextos sociales que obligan una demostración
de afectividad. Los hombres lo usan más para su función conceptual y en referencia al
menor tamaño, mientras que las mujeres pueden acceder a su función estilística más
fácilmente. Esto puede ser debido al específico corpus que se ha usado (inventario
léxico); mas, de todos modos, muestra que no solo la frecuencia de los diminutivos, sino
también su función, son sujeto del género, al contrario de lo que especula Silva-Corvalán
(2001), “las diferencias lingüísticas según el sexo son más cuantitativas en vez de
cualitativas” (p. 96).
Sin embargo, Gutiérrez (2013) presenta una argumentación interesante que
demuestra, dentro de la comunidad bilingüe de Houston, que los géneros producen
cantidades del diminutivo inversas a lo que anteriormente fue determinado como una de
las diferencias cuantitativas entre hombres y mujeres:
Mientras otros estudios en medios monolingües han demostrado la preferencia de
las mujeres por el uso de los diminutivos o un uso equilibrado por los hablantes
de ambos sexos, los hallazgos en el español de la comunidad bilingüe no solo
evidencian diferencias claras entre estos dos grupos de hablantes, sino que con
ellos Houston se convierte en la única comunidad estudiada en que el uso del
diminutivo es favorecido por los hablantes de sexo masculino (p. 313).

	
  

35	
  
Por lo tanto, podemos ver que hay algunas tendencias normativas. Primero, se usa
el diminutivo con mayor frecuencia fuera de la zona norte-centro de España. Segundo,
los hombres dentro de dicha zona usan el diminutivo con mucha menor frecuencia que las
mujeres y gente de distintas franjas de edad, mientras que en el resto del mundo
hispanohablante la distribución es más equilibrada con algunas excepciones evidentes.
Consecuentemente, se puede asumir que, puesto que el diminutivo no se usa de manera
tan frecuente en el castellano de Madrid como en otros dialectos, es inherentemente una
forma más marcada en esta variedad. Como resultado, su uso invoca ciertas ideologías
específicas, ya que el diminutivo se ha indexado como rasgo femenino, debido a su valor
afectivo que, a su vez, genera relaciones indexicales adicionales entre los hombres y las
mujeres al utilizar el diminutivo. Por lo tanto, el uso excesivo de tal forma marcada
asociada con el género femenino por parte de hombres, creará una connotación
homosexual.
La asociación del diminutivo con una cualidad infantil, también puede ser otra
manera de explicar el precepto posible de homosexual por el uso excesivo del diminutivo.
Se espera que el género masculino sea fuerte, maduro y capaz de manejar situaciones
difíciles. Por el contrario, un niño es necesariamente débil físicamente, inmaduro y falta
de desarrollo cognitivo y social. Dadas las expectativas de las sociedades patriarcales
para los niños frente a las de los adultos, las mujeres suelen mostrar más características
empequeñecidas de las que los hombres idealmente ostentan. En especial, el punto de
vista misógino de que una mujer es innatamente más débil y menos inteligente que un
hombre equipara el papel de las mujeres al de un niño. Es decir, que las mujeres tienen
menos valor que los hombres ya que no son maduras. Similarmente, si un hombre, que se

	
  

36	
  
supone que encaja en estas características más fuertes y “positivas”, se considera más
suave de lo que la norma dicta, frecuentemente es castigado por ser infantil o
afeminando, ambas interpretaciones dañan intrínsecamente el “ego”. Con respecto a esto,
los homosexuales, y los hombres homosexuales en particular, sufren de un sentido de
identidad conflictiva, ya que no pueden contrarrestar que se les considere que no cumplen
su papel genérico esperado, ya que su orientación sexual rechaza las expectativas sociales
convencionales. En su estudio acerca de la historia de los homosexuales mexicanos
(2002), Monsiváis describe el tratamiento que han recibido durante los años 30:
La única seña de salud mental de los gays es el exilio. Quedarse es asumir el
castigo, la burla permanente, el trato reservado a los eternos menores de edad (se
emplea con ellos el diminutivo, para subrayar que nunca son adultos) (p.98).
Lo que esto demuestra es que, según los pensamientos actuales de la época, el
diminutivo se ha usado dentro de ciertas poblaciones mexicanas como burla de los
homosexuales que no se consideraban hombres “de verdad”. Reexaminamos el término
“maricón” en comparación con “mariquita.” Ambos son vocablos peyorativos para
designar a un hombre homosexual. Su raíz es el nombre María (quizás el nombre
femenino más asociado con las mujeres debido a las implicaciones religiosas de la
Virgen), que ha experimentado la sufijación de la variante del diminutivo “–ica” (María +
“–ica” > marica). Marica, que ya no se usa como apodo para el nombre María, también se
usa como término vulgar para hombre gay. Después, hay dos procesos paralelos de
afijación que se dan en la creación de los dos términos: la agregación del aumentativo “on” (María + “–ica” > marica + “–on” > maricón: al hacerlo, crea un epíteto más potente
y negativo) y la reduplicación del diminutivo “-ita” agregado al preexistente “–ica”
	
  

37	
  
(María + “–ica” > marica + “–ita” > mariquita). El hecho de que haya dos términos
peyorativos designativos para los hombres gay, que son el resultado de procesos
morfológicos centrados en el diminutivo, demuestra que el diminutivo de hecho sí ha sido
co-indexado como rasgo homosexual (hasta cierto punto), además de ser índice de la
feminidad. El tratamiento de los gay mexicanos y el desarrollo del epíteto peyorativo
“maricón” se sucedieron independientemente de que los hombres gay hubieran usado o
no el diminutivo con mayor o menor frecuencia, sino que es a causa de su relación
femenina. Sin embargo, hay evidencias de que, por lo menos dentro de algunas
comunidades, los hombres homosexuales favorecen el uso del diminutivo.
En diversas correspondencias entre García Lorca y Salvador Dalí (2013), el
famoso pintor surrealista trataba a su amante con múltiples ejemplos explícitos del
diminutivo. Del libro recién publicado sobre las correspondencias entre los dos, hemos
destacado dos cartas (una de cada uno al otro) de los años 1927 y 1928. En su
correspondencia a Dalí (p. 109-11), el granadino utilizó diez formas diferentes del
diminutivo un total de once veces, la mayoría teniendo valor afectivo, en especial las
dirigidas a Dalí: contiguito, hijito. En su comunicación más larga a Lorca (p. 146-50), el
pintor usa pocas formas diminutivizadas en las primeras secciones (las cuales son de
análisis literario), pero al final emplea trece ejemplos en total, sobre todo de tipo afectivo
relativos a su amante y de manera bastante sensual: “Federiquito[…]he visto a ti, la
bestiecita que eres, bestiecita erótica con tus pequeños ojos de tu cuerpo” (p. 149).§§ Hay
que tener en cuenta que los usos del diminutivo por Lorca, como andaluz, no son muy
sorprendentes ni son tan afectivos como los de Dalí. En particular, el segundo se refiere a
	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  
§§	
  Cursiva	
  de	
  la	
  cita	
  original.	
  

	
  

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Lorca como Federiquito o Lorquito con mayor frecuencia (tantas veces que da nombre al
título del libro Querido Salvador, querido Lorquito), pero Lorca no le trata ninguna vez
de ‘Salvadorcito’. Es decir, que no todos los homosexuales hablan de manera
exactamente igual, tal y como no todos los miembros dentro de un grupo (sea ancianos o
mujeres) se comportan de manera parecida.
Si tenemos en cuenta los principios de Lakoff comentados anteriormente en la
sección 1.3, se puede comprender el diminutivo como herramienta para mantener una
distancia “femenina” como falta de expresión de poder. Puesto que una función del
diminutivo sirve para hacer referencia a un tamaño pequeño y, por asociación, también
equivalente a no tener poder y a ser esencialmente la antítesis de lo que la sociedad ha
construido como características masculinas adecuadas.
Por ejemplo, cualidades tales como dainty, slender y petite son cumplidos apreciados
entre las mujeres. Por otro lado, un hombre se sentiría insultado al ser referido así, ya que
tiene connotaciones femeninas, lo que por extensión, tiene connotaciones de debilidad.
La misma idea vale para el uso del término peyorativo, “maricón”; principalmente usado
para insultar gravemente, ya que cuestiona la “masculinidad” del hombre referido. Al
usar el diminutivo en contextos “inapropiados”, un hombre heterosexual afronta la
posibilidad de ser considerado afeminado u homosexual por el interlocutor, así su imagen
de “hombre” es amenazada y, como consecuencia, uno de los aspectos más básicos de su
identidad.
Se puede adaptar el esquema de Ochs que hemos presentado en la Sección 1.3 con el
uso del diminutivo en el castellano para evaluar su proceso dentro de la indexicalidad,

	
  

39	
  
basado en las funciones presentadas por Regúnaga. Por eso, proporcionamos el siguiente
desglose de las relaciones indexicales con respecto al uso del diminutivo en Madrid:
El diminutivo inicialmente se refiere a los objetos de menor tamaño. Las cosas
pequeñas se asocian con lo infantil y un sentido de afectividad. Las mujeres se asocian
con el mundo afectivo. Luego, el diminutivo no es directamente índice de género, sino
que amplía su significado a través de un proceso sociocultural y cognitivo: el diminutivo
≠ lo femenino. El diminutivo = lo cariñoso y lo cariñoso = lo femenino.

	
  

40	
  
TRABAJO DE CAMPO
Hipótesis
Hemos comentado que la identidad es el resultado de expectativas sociales que
permean a través de todos los ámbitos de la vida y que la indexicalidad es un proceso que
liga conceptos abstractos a la representación externa de la identidad. El género es un
constructo social de mayor importancia y, como consecuencia, juega un gran papel en la
identidad lingüística a través de índices visibles. El diminutivo, un rasgo morfológico que
ha sufrido mucha evolución a través del tiempo y de la geografía, sirve como índice del
género debido a sus valores socio-pragmáticos.
Consecuentemente, la hipótesis es que el diminutivo, además de ser índice del
género femenino, se ha co-indexado con un estilo gay. Como consecuencia de que el
diminutivo se perciba como rasgo femenino puesto que el valor afectivo se asocia más
con la identidad femenina, el uso de diminutivos por parte de los hombres no se acepta al
mismo nivel, ya que existe una asociación entre la frecuencia del uso del diminutivo y la
sexualidad del hablante que perciben los demás. Por lo tanto, las personas tendrán menos
tolerancia, en especial con la frecuencia “excesiva” de diminutivos entre los hombres, los
cuales serán considerados más femeninos e incluso homosexuales. Este precepto es
debido en parte a la asociación del diminutivo con la infancia, que es el contrario de lo
que representa la masculinidad y que corresponde con el valor afectivo, un aspecto
considerado femenino, y se ve de modo más claro cuanta mayor frecuencia de uso. Las
mujeres, en cambio, que casi no utilizan el diminutivo en absoluto, serán percibidos como
menos femeninas, por relaciones inversas de las asociaciones susodichas.

	
  

41	
  
Metodología
Población de estudio
Para limitar la cantidad de variables externas, la población de este estudio abarca
solo a los nativos de la ciudad de Madrid (que lleven al menos diez años). Esto es por dos
razones: la primera, como hemos comentado en las secciones 2.2 y 2.3, los otros dialectos
del español no tienen el diminutivo como forma tan marcada en comparación con la
variedad de castellano hablada en Madrid. Teniendo esto en cuenta, es imperativo que
eliminemos la posibilidad de influencia de la variación dialectal en los aspectos
cuantitativos y cualitativos del estudio. Sin embargo, debido a la naturaleza en línea de la
encuesta (detallada a continuación), no es posible asegurar que todos los informantes
sean madrileños realmente. Además, es muy difícil medir la exposición de todos los
variantes del español, como Madrid es un centro de desarrollo económico para
inmigrantes latinoamericanos y españoles de otras zonas del país. Además de la presencia
directa de otros tipos de hablantes, la naturaleza cada vez más globalizada de los medios
de comunicación hispanohablantes en forma de música, televisión y cine, ha tenido un
impacto en todas las variedades, hasta tal punto que juega un papel en la indexicalidad
dialectal, pero que no ha sido probado. No obstante, mantenemos que los resultados
obtenidos del estudio son científicamente válidos, tanto como que se puede esperar de tal
investigación.
Finalmente, hemos obtenido 53 participantes, de los cuales 19 son hombres y 34
mujeres (35,85% y 64,15%, respectivamente). El desglose de franja de edades de la

	
  

42	
  
población total es así: 4 de 18-24 años (7,55%), 17 de 25-34 (32,08%), 19 de 35-44
(35,85%), 11 de 45-54 (20,75%) y 2 de 55-64 (3,77%).
Metodología
Para mostrar que el diminutivo está indexado de hecho con el género femenino y
que su percibido uso excesivo en el habla de los hombres crea un precepto afeminado,
hemos diseñado un cuestionario que aborda las distintas funciones del diminutivo, según
Regúnaga. No hemos utilizado grabaciones como método de medir las percepciones de
los encuestados como múltiples factores ajenos que inevitablemente entran en juego.
Además de los rasgos léxicos y morfosintácticos, nos encontraríamos un bricolaje de
características fonéticas, los cuales suelen ser más notables en la indexación de género y
sexualidad (como describen Podesva, et al.). Por lo tanto, las grabaciones no se utilizan
para limitar la exposición a variables fonéticas y léxicas, las cuales pueden contaminar
los hallazgos de ese estudio. Como resultado, la encuesta es totalmente escrita y se ha
completado con la colaboración de nativos españoles para eliminar la influencia external.
El cuestionario se divide en cuatro secciones: una hoja preliminar dedicada a
obtener datos demográficos, una parte que requiere a los informantes asociar unas diez
oraciones con hablantes hipotéticos, otra sección cualitativa en la que los participantes
deben evaluar la adecuación de cuatro enunciados basados en el género y la edad, y por
último, un conjunto de preguntas cualitativas con respecto al uso directo del diminutivo.
Antes del comienzo del cuestionario en sí mismo, los encuestados proporcionaron
datos personales, tales como la edad y el género. Estos dos datos han sido las variables
específicas usadas en este estudio para tener en cuenta los factores sociales en las

	
  

43	
  
respuestas de los participantes. Como consecuencia, con respecto a la cuantificación de
los resultados, las respuestas están divididas por sexo (dos conjuntos de estadísticas para
los hombres y las mujeres) y por edad (dos conjuntos para que llamaremos los “jóvenes”
de 18 a 34 años y “mayores”, más de 35), además de otro grupo para la población total
que engloba los precedentes. Aunque había preguntas adicionales sobre si los
participantes tenían hijos y otras en cuanto al nivel de estudios completado y el estado de
ocupación actual, finalmente no son pertinentes en la colección de datos, puesto que la
población del estudio altera estas cifras (Ej. un porcentaje abrumadoramente alto tiene
nivel de educación universitaria, por eso no tiene sentido usarlo como variable ya que no
habría suficientes participantes que representaran distintas categorías).
La segunda parte de la encuesta marca el comienzo del conjunto de datos
pertinentes del estudio. En esta área (véase Apéndice B), hemos proporcionado diez
oraciones distintas, incluidas: interrogativas, declarativas y exclamativas, con usos
variados del diminutivo incluyendo las con cero, o una o dos instancias del diminutivo en
cada ejemplo. Para cada oración, los encuestados tuvieron que elegir la(s) persona(s) más
probable(s) para decir la frase, escogiendo entre un niño, una niña, un hombre, una mujer,
un anciano, o una anciana, con la posibilidad de elegir desde uno hasta seis personas. Al
hacer esto así, podemos examinar si la mera frecuencia, además de la función del
diminutivo, juega un papel en la percepción de la masculinidad y de la feminidad de los
hablantes y si la edad es un factor en este juicio, con la esperanza de que los participantes
asociarán estas frases con diminutivos a las opciones femeninas, en lugar de sus
homólogos masculinos.

	
  

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Para estrechar la posibilidad de que el contexto cree un sesgo en los datos, las diez
oraciones fueron separadas por tema; tres “tópicamente masculinas” y tres “tópicamente
femeninas” además de cuatro que pertenecen a un tema más “neutral” (el fútbol, los
quehaceres domésticos y asuntos relacionados con la escuela, respectivamente). Dentro
de las tres oraciones “masculinas” y de las tres “femeninas”, hemos dividido cada oración
bien con dos, una o ninguna ocurrencia de una forma diminutivizada. En el caso de las
cuatro frases neutrales, hemos incluido una adicional frase no marcada, también (Ej. dos
frases sin ningún ejemplo de diminutivo, una con un solo diminutivo y otro con dos
ejemplos). También con motivo de limitar sesgos, las terminaciones del diminutivo
usadas en el ejemplo son en mayor parte del tipo “–ito” (siete ejemplos), aunque hemos
utilizado un ejemplo en “–illo” y otro en “–in”. De las seis oraciones que contienen nueve
formas diminutivizadas, hemos proporcionado tres ejemplos conceptuales: uno con la
referencia al tamaño pequeño (oración 4) y dos lexicalizados (oraciones 1 y 6); y seis
ejemplos estilísticos: dos con el valor afectivo (oración 7), tres con el valor irónico
(oraciones 5 y 6) y uno con el valor depreciativo (oración 9). De hecho, muchos de los
ejemplos estilísticos son un poco ambiguos porque sin ser enunciados, faltan los datos
suprasegmentales que proveen la aclaración sobre el propósito del diminutivo.
La siguiente sección también es parte del conjunto de datos cuantitativos.
Mientras que la parte anterior trata las expectativas del uso del diminutivo en relación a
las personas prototípicas, el objetivo de esta sección es la evaluación concreta del habla
de personas determinadas (véase Apéndice C). Específicamente, se espera que el uso
excesivo del diminutivo, sobre todo el de valor afectivo, sea propio de las mujeres e
inapropiado en el caso de los hombres. De manera paralela, se espera que el mismo

	
  

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fenómeno suceda entre los de menor y mayor edad. Cuatro enunciados distintos fueron
creados, atribuidos a un hombre o a una mujer de edades distintas. Dos oraciones no
presentan ningún tipo de diminutivo, y dos sí tienen ejemplos de la función estilística. La
primera oración contiene dos formas y la última tres, todas con el valor afectivo. Parecido
a la sección anterior, los ejemplos incluyen tres terminaciones en “–ito”, una en “–illo” y
una en “–in”, para eliminar interferencias dialectales. Cada oración fue acompañada por
tres preguntas relativas a la adecuación de la declaración, basada en la edad y el género
presentados del hablante inventado, y si la adecuación cambiaría al pronunciarlo por una
persona del otro sexo u otro grupo de edad. Para clasificar la adecuación, los encuestados
seleccionaron entre totalmente apropiado, adecuado, neutral, inadecuado o totalmente
inapropiado.
La última sección consiste en seis preguntas abiertas que proporcionan datos
cualitativos sobre las percepciones que tienen los informantes en cuanto al uso y los
usuarios del diminutivo (véase Apéndice D). Estas cuestiones preguntaron directamente a
los encuestados quién creían ellos que utilizaba el diminutivo con más frecuencia (entre
los géneros, igual que entre las franjas de edad), en qué momento lo utilizan ellos
mismos, cómo se sentían cuando eran tratados con el diminutivo por parte de otras
personas, y si los hombres y las mujer son más o menos femeninos dependiendo de la
frecuencia de su uso.

	
  

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Resultados/Análisis
PARTE CUANTITATIVA
Como se ha mencionado antes, hemos dividido la cuantificación de los datos en
cuatro grupos (hombres, mujeres, jóvenes y mayores) en comparación con la población
total. De la primera parte de la encuesta (véase Apéndice B), las cuatro oraciones sin
ningún tipo de diminutivo sirven como variable de “control”. El mismo concepto sucede
con la segunda parte (véase Apéndice C) así solo nos centramos en las oraciones con uno,
dos o tres ejemplos de diminutivo (de Parte A: oraciones 1, 4, 5, 6, 7 y 9; de Parte B: 1 y
4).
Cifras de la Parte A
Lo que nos interesa más de la parte A es la proporción de participantes que
asocian las oraciones diminutivizadas con el habla femenina. En la primera oración, El
campeonato empieza en unos minutillos, los participantes han contestado un 51,1% que
más probable que sea dicha por el sexo femenino (27,2%-mujer; 16,3%-anciana; 7,6%
niña). Para la frase ¿Son los compañeros de Juan quienes me señalan con este gestito
raro, un 63,1% (31,5%-mujer; 20,7%-niña; 10,9%-anciana). La siguiente oración, Quiero
jugar al futbol también, pero no tengo ni zapatitos ni una pelotita: 55,2% (42%-niña;
10,3%-mujer; 2,6%-anciana). La próxima, Laura puso un poquitín de pegamento en el
pupitre del alumnito preferido del maestro: 68,3% (34,1%-niña; 20,1%-mujer; 14,1%anciana). La penúltima, Sin quemarte las manecitas, pon la ollita en el fregadero: 87,4%
(43,1%-anciana; 41,8%-mujer; 2,5%-niña). Y finalmente, ¿Puedes quitar el polvo de las
tres mesitas de la sala?: 73,1% (45,9%-mujer; 27,1%-anciana; 0.1%-niña).

	
  

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Ahora, dividimos las mismas respuestas según los resultados procurados por los
hombres frente a de las mujeres, siguiendo el mismo patrón de mostrar la probabilidad de
ser femenina. El campeonato empieza en unos minutillos: los hombres respondieron22,0% (20,0%-mujer; 11,4% anciana; 8,6%-niña), las mujeres- 57,9% (31,6%-mujer;
19,3%-anciana, 7,0%-niña). Son los compañeros de Juan quienes me señalan con este
gestito raro: los hombres creen- 58,8% (32,4%-mujer; 17,6%-niña; 8,8%-anciana), las
mujeres- 65,5% (31,0%-mujer; 22,4%-niña; 12,1%-anciana). Quiero jugar al fútbol
también, pero no tengo ni zapatitos ni una pelotita: los hombres respondieron- 53,4%
(36,7%-niña; 10,0%-mujer; 6,7%-anciana) las mujeres- 56,2% (45,8%-niña; 10,4%mujer; 0,0%-anciana). Laura puso un poquitín de pegamento en el pupitre del alumnito
preferido del maestro: los hombres creen- 56,7% (27,3%-niña; 27,3%-mujer; 12,1%anciana), las mujeres- 69,3% (38,%-niña; 15,4%-mujer; 15,4%-anciana). Sin quemarte
las manecitas, pon la ollita en el fregadero: los hombres respondieron- 83,8% (41,9%mujer; 41,9%-anciana; 0,0%-niña), las mujeres- 89,7% (43,8%-anciana; 41,7%-mujer;
4,2%-niña). ¿Puedes quitar el polvo de las tres mesitas de la sala?: los hombres creen67,4% (39,1%-mujer; 28,3%-anciana; 0,0%-niña), las mujeres- 78,5% (50,8%-mujer;
26,2%-anciana; 1,5%-niña).
Dividimos las mismas respuestas según los resultados procurados por los
“jóvenes” (entre 18 y 34 años) frente a los “mayores” (entre 35 y 64 años). El
campeonato empieza en unos minutillos: los jóvenes respondieron- 47,4% (31,6%-mujer;
7,9% anciana; 7,9%-niña), los mayores- 53,7% (24,1%-mujer; 22,2%-anciana, 7,4%niña). ¿Son los compañeros de Juan quienes me señalan con este gestito raro?: los
jóvenes- 55,9% (23,3%-mujer; 23,3%-niña; 9,3%-anciana), los mayores- 69,4% (38,8%-

	
  

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mujer; 18,4%-niña; 12,2%-anciana). Quiero jugar al fútbol también, pero no tengo ni
zapatitos ni una pelotita: los jóvenes- 52,9% (38,2%-niña; 11,8%-mujer; 2,9%-anciana)
los mayores- 56,9% (45,5%-niña; 9,1%-mujer; 2,3%-anciana). Laura puso un poquitín de
pegamento en el pupitre del alumnito preferido del maestro: los jóvenes- 70,6% (38,2%niña; 20,6%-mujer; 11,8%-anciana), los mayores- 66,7% (31,4%-niña; 19,6%-mujer;
15,7%-anciana). Sin quemarte las manecitas, pon la ollita en el fregadero: los jóvenes88,2% (47,1%-mujer; 38,2%-anciana; 2,9%-niña), los mayores- 86,7% (46,7%-anciana;
37,8%-mujer; 2,2%-niña). ¿Puedes quitar el polvo de las tres mesitas de la sala?: los
jóvenes- 76,6% (42,6%-mujer; 34,0%-anciana; 0,0%-niña), los mayores- 71,9% (48,4%mujer; 21,9%-anciana; 1,6%-niña).

Figura 1. Respuestas para la oración 1 de parte A.
Al analizar los datos de ciertas preguntas de esta primera sección, vemos un
fenómeno interesante que ocurre con los participantes con respecto a la oración 1.
Aunque hay una ligera asociación femenina con el diminutivo en El campeonato empieza
	
  

49	
  
en unos minutillos, es notable destacar una conexión entre las respuestas con los grupos
que han contestado así. En la figura 1, que compara las respuestas de la población total
frente a las de los otros grupos (véase clave al lado), parece que, más que una relación
entre el uso del diminutivo y el género femenino, cada grupo ha elegido en su respuesta
el grupo con el que se identifica. Es decir, dentro de los hombres, “hombre” ha recibido
la mayor cantidad de respuestas, mientras que las mujeres han seleccionado “mujer” con
mayor frecuencia. Algo interesante pasa al separar los participantes por edad. Aunque
“hombre” y “mujer” todavía reciben la mayoría de votos (bien que con menos
discrepancia entre los dos), los jóvenes creen que es más probable que sea dicha por un
niño o niña que un anciano o anciana, y los mayores de edad creen que es mucho más
probable que sea dicha por anciano o anciana en vez de niño-a. Es decir, que aunque
“hombre” y “mujer” son el prototipo, un individuo puede imaginar con mayor facilidad
que alguien de misma franja de edad la dijera, aunque este ejemplo trata el tema
masculino. Así, podemos deducir que la palabra “minutillo” ha experimentado un
pequeño proceso de lexicalización (por lo menos dentro de la comunidad madrileña) dado
el equilibrio relativo entre las respuestas de los pares sexuales dentro de las generaciones.
Seguimos con el análisis de las oraciones 7 y 9 (véase figuras 2 y 3), las cuales
contienen dos ejemplos (de valor afectivo) y un ejemplo (de valor depreciativo) del
diminutivo respectivamente. Estas dos frases tienen un tema femenino (que está
relacionado con los quehaceres domésticos) y, como resultado han recibido
abrumadoramente respuestas femeninas sin respuestas de “niño-a”; del mismo modo, la 7
(con dos ejemplos del diminutivo) casi unánimemente. Es evidente que si existe una
conexión de género, será aun más fuerte en contextos socialmente femeninos,

	
  

50	
  
especialmente con valor afectivo.

Figura 2. Respuestas para la oración 7 de parte A

Figura 3. Respuestas para la oración 9 de parte A.

	
  

51	
  
Figura 4. Respuestas para la oración 5 de parte A
Ahora examinamos la oración 5, la cual tiene dos ejemplos de diminutivo, ambos
con valor irónico. Se debe observar que, mientras que las oraciones 7 y 9 eran de un tema
femenino, la 5 tratan de uno masculino, los deportes. Como la figura 4 demuestra, la
inmensa mayoría ha contestado que probablemente será dicha por un niño o niña y muy
pocos han creído que sea de un hombre. De hecho, cada grupo cree que hay más
probabilidad que una niña la diga, con la excepción de los jóvenes, quienes han
respondido que hay igual probabilidad entre los niños y niñas. Sin embargo, cada grupo
ha respondido que una mujer es más probable (después de los niños) que diga esta frase,
aunque los ancianos han recibido más votos que las ancianas. Será que los contenidos de
esta oración, a falta de tener los objetos en cuestión, connotan un estado de impotencia,
vinculado con las dos formas diminutivizadas, y amenazan la imagen de hombre. Así
que, dicha oración no se asocia fácilmente con lo masculino.

	
  

52	
  
Figura 5. Respuestas para la oración 4 de parte A
En la oración 4, los contenidos tienen un tema neutro (lo escolástico) con un solo
ejemplo de diminutivo (referencia al tamaño). Sin embargo, la Figura 5 muestra que
dentro de los pares sexuales, el femenino suele recibir más votos, con algunas
excepciones. Primero, los jóvenes creen que existe la misma probabilidad de que la emita
un niño o una niña (que coincide con la probabilidad de mujer). Segundo, los hombres
creen que hay una ligeramente mayor probabilidad de que un anciano diga la oración en
lugar de una anciana. Es sorprendente que las respuestas masculinas no recibieran más
votos, ya que se espera que los hombres puedan acceder a la función conceptual del
diminutivo con más facilidad que a la estilística. Sin embargo, los resultados de la
oración 4 no son tan increíbles como los de la oración 6.
La oración 6, también de tema escolástico, tiene dos ejemplos del diminutivo, uno
de lexicalización y el otro de valor irónico. Se espera que un hombre pueda utilizar estos

	
  

53	
  
dos tipos del diminutivo sin mucha resistencia ya que no son tan amenazantes para la
imagen masculina como los de valor afectivo, por ejemplo. No obstante, como la Figura
6 indica, esta clase de frase se percibe como dicha por niños (por una niña, sobre todo) y
después por una mujer. De hecho, los hombres y los jóvenes han contestado que hay más
probabilidad de que una mujer la diga que un niño. De todos modos, que un hombre diga
la frase ha resultado muy extraño, y ha recibido la mínima cantidad de votos dentro de
cada grupo. Como en la mayoría de las otras preguntas, las femeninas siempre se reciben
con mayor probabilidad que sus homólogos masculinos.

Figura 6. Respuestas para la oración 6 de parte A
Cifras de Parte B
El componente de la evaluación de adecuación conlleva dos enunciados
diminutivizados. Para el primer enunciado, que tiene dos ejemplos del diminutivo por
parte de un hombre de 25 años, nos vamos a centrar en las cifras de inadecuado y
	
  

54	
  
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El diminutivo como índice del género en el español madrileño

  • 1. Entre cabrones y cabritos: El diminutivo como índice del género en el español madrileño by Matthew John Hadodo A Master’s Thesis submitted in partial fulfillment of the requirements for the degree of M.A. in Spanish and Latin American Linguistic, Literary, and Cultural Studies at New York University - Madrid, conferred by The Department of Spanish and Portuguese Languages and Literatures, New York University New York University - Madrid September, 2013 Faculty Advisor: Prof. José Pazó
  • 3. DEDICATORIA Mi familia siempre me ha formado en la fe en mí mismo para lograr mis metas y ha sido considerablemente paciente durante mi estancia en España. Particularmente, mis sobrinos Helena y Simón me han animado con sus sonrisas desde un lugar muy lejano durante una época exigente. Gracias por enseñarme lo que es amar. Este trabajo los dedico a vosotros dos, mis monitos.   iii  
  • 4. AGRADECIMIENTOS Quisiera expresar mi profundo agradecimiento a todos los que me han dado el apoyo necesario para hacer este programa de máster, además de la tesina que sigue. Por supuesto, estoy en deuda con todos los profesores de NYU Madrid que me han dado los recursos físicos y mentales para llevar a cabo mis investigaciones. En especial, con la Profesora Jacqueline Cruz por la oportunidad de asistir con su clase subgraduada además de su dedicación inquebrantable y sus comentarios perspicaces. Con la Profesora Paula Gozalo por abrirme al mundo revelador de la sociopragmática y de la pragmalingüística, las cuales ya figuran como parte de mis intereses de investigación. Y sobre todo, con el Profesor José Pazó, quien, al ser profesor de dos clases además de ser mentor, me ha ayudado no solamente con la formación académica, sino también con la formación personal. He crecido tanto como lingüista como hombre durante esta experiencia y es debido en parte a la paciencia, la curiosidad y el conocimiento que el Profesor Pazó me ha hecho compartir. Gracias a todos los interesados en mis estudios. Ojalá que les revelen datos interesantes e informativos. “Pensamiento del renacuajo: Cuando sea rana grande saltaré en el viejo estanque. Hasta entonces, sueño.“ - JP   iv  
  • 5. ÍNDICE DEDICATORIA iii AGRADECIMIENTOS iv LISTA DE FIGURAS vi LISTA DE APÉNDICES vii INTRODUCCIÓN 1 CAPÍTULO 1: La identidad lingüística 4 1.1 ¿Qué es la identidad? 4 1.2 Indexicalidad e identidad 12 1.3 Género como índice de la identidad 15 CAPÍTULO 2: El diminutivo 22 2.1 La evolución del diminutivo en español 22 2.2 El uso del diminutivo hoy en día 26 2.3 El diminutivo como índice de la identidad 32 CAPÍTULO 3: El diminutivo como índice del género 41 3.1 Hipótesis 41 3.2 Metodología 42 3.3 Resultados/Análisis 47 CONCLUSIONES 68 APÉNDICES 73 BIBLIOGRAFÍA 79   v  
  • 6. LISTA DE FIGURAS Fig. 1 Respuestas para la oración 1 de parte A 49 Fig. 2 Respuestas para la oración 7 de parte A 51 Fig. 3 Respuestas para la oración 9 de parte A 51 Fig. 4 Respuestas para la oración 5 de parte A 52 Fig. 5 Respuestas para la oración 4 de parte A 53 Fig. 6 Respuestas para la oración 6 de parte A 54 Fig. 7 Respuestas de la población total para la oración 1 de parte B 56 Fig. 8 Respuestas de la población total para la oración 4 de parte B 56 Fig. 9 Respuestas de los hombres para la oración 4 de parte B 58 Fig. 10 Respuestas de las mujeres para la oración 4 de parte B 58 Fig. 11 Respuestas de los jóvenes para la oración 1 de parte B 60 Fig. 12 Respuestas de los jóvenes para la oración 4 de parte B 60 Fig. 13 Respuestas de la población total para la oración 4.1 de parte B 64 Fig. 14 Respuestas de la población total para la oración 4.2 de parte B 64 Fig. 15 Respuestas de la población total para la oración 4.3 de parte B 65 Fig. 16 Respuestas de las mujeres para la oración 4.1 de parte B 66 Fig. 17 Respuestas de las mujeres para la oración 4.3 de parte B 66 Fig. 18 Respuestas de los hombres para la oración 4.1 de parte B 67 Fig. 19 Respuestas de los hombres para la oración 4.3 de parte B 67   vi  
  • 7. LISTA DE APÉNDICES* APÉNDICE A- Parte preliminar del cuestionario 73 APÉNDICE B- Parte A del cuestionario 74 APÉNDICE C- Parte B del cuestionario 75 APÉNDICE D- Parte C del cuestionario 77                                                                                                                 *  En  aras  de  espacio,  no  hemos  podido  proporcionar  las  respuestas  del  cuestionario.  Todos  los  datos   están  disponibles,  de  ser  solicitados     vii  
  • 8.
  • 9. INTRODUCCIÓN ¿Qué es la identidad y cómo construirla? ¿Cuáles son los factores más importantes que permiten un desarrollo distinto en cada persona? La identidad es un concepto que varía para cada persona, pero sin embargo es el resultado de unos procesos universales. Estos procesos son determinados por importantes factores sociales tales como la etnia, la edad, el género, el nivel educativo, la clase socioeconómica, etc. Así, la identidad es un constructo social, de muchas capas polifacéticas que dan forma a su constante evolución. La identidad lingüística, específicamente, es mucho más que la culminación de todas las producciones lingüísticas o incluso que las series de actos de habla de una persona; también se compone de las percepciones de otras personas además de la percepción del propio idiolecto. De hecho, los componentes de habla se indexan como marcadores que se corresponden con ideologías concretas, tales como las relacionadas con la edad, la clase social y el género. El uso del diminutivo como índice del género no se ha estudiado de manera profunda anteriormente, aunque sí hay lingüistas que han mencionado su uso en contextos socio-pragmáticos, y otros que recientemente han empezado estudiar su papel en el género dentro de ciertas comunidades hispano y lusoparlantes. Tiene sentido investigar su papel en la percepción de la identidad, puesto que, según estudios previos sobre las diferencias entre el habla de los hombres y de las mujeres, los dos suelen utilizar distintas estrategias comunicativas. Así, se propone que el diminutivo es una herramienta que proporciona datos pragmáticos que establecen relaciones entre el emisor y el interlocutor, insistiendo en que las mujeres favorecen (quizás subconscientemente) el   1  
  • 10. uso del diminutivo, ya que entabla una relación de dependencia o lazo emocional. Por lo tanto, los propósitos de esta investigación son demostrar que existe la percepción del diminutivo como rasgo femenino en español, sobre todo en el dialecto castellano, y descubrir las implicaciones de dirigir estas asociaciones a los dos géneros. El español es un idioma que permite el uso habitual del diminutivo. Sin embargo, la percepción de su uso es independiente de cualquier promedio. En consecuencia, tiene menos sentido monitorizar la frecuencia de producción del diminutivo, que las actitudes correspondientes a su uso. Dado que se percibe el diminutivo como rasgo femenino, ¿existe una asociación entre el uso del diminutivo y la sexualidad percibida del hablante? Es decir, si un hombre utiliza el diminutivo “excesivamente,” ¿se considerará afeminado o con rasgos propios de homosexuales? Y, a este respecto, ¿las mujeres que no emplean el diminutivo se considerarán menos femeninas e incluso lesbianas? Con tal enfoque, proponemos un estudio que es bastante innovador en la medida en que poca gente ha trabajado el tema de este modo. Aunque hay estudios en español sobre las diferencias dialectales y la evolución del diminutivo, hasta los últimos años, no se han centrado sobre el tema de la identidad relacionada con su uso. Por otro lado, algunos lingüistas sí han trabajado sobre elementos fonéticos del inglés que han coindexado con la sexualidad percibida del hablante, pero no con rasgos morfológicos como el diminutivo. Así, los resultados de este estudio están entre los primeros de su clase. La identidad lingüística es un tema bastante estudiado, y es esencial para que se entiendan todos los aspectos de esta investigación. Nos centraremos en la noción de   2  
  • 11. identidad más general con una descripción de los factores que la desarrollan, como el género específicamente. El concepto de indexicalidad es clave para conectar la ideología lingüística con rasgos concretos. La idea de indexar y co-indexar rasgos lingüísticos con conceptos socio-pragmáticos, una extensión de la indexicalidad, también es un componente central de este estudio y, por lo tanto, se examinará en detalle. Discutiremos diversas teorías a través del espectro de la identidad lingüística, del género y del estilo para establecer cómo un individuo forma su identidad propia (y lo que ello conlleva), que sirven como un marco sustancial para el estudio. La historia (en realidad, la evolución) del diminutivo está presente en este estudio porque también revela aspectos no necesariamente evidentes para el hablante típico en cuanto al desarrollo de este elemento tan común en el habla. Además, es importante destacar que la lexicalización del diminutivo en las variedades de español ha proporcionado usos y percepciones diferentes. Es decir, en algunas variedades de hablantes, se usa el diminutivo con mayor frecuencia y, como consecuencia, en distribuciones diferentes que producen a su vez distintas formas marcadas. Finalmente, el trabajo de campo que se presenta tiene en cuenta todas las suposiciones presentadas en las secciones anteriores. Analizamos los resultados recogidos de las respuestas al cuestionario de acuerdo con las teorías y conceptos desarrollados en la investigación. Por último, se demostrará que sí hay una correlación entre el uso del diminutivo y cómo se percibe el género de sus usuarios, aunque este proceso no sea tan sencillo.   3  
  • 12. LA IDENTIDAD LINGÜÍSTICA ¿Qué es la identidad? Sin un sentido de identidad los seres humanos serían poco diferentes a los autómatas; esto es lo que permite conceptualizar el mundo, al determinar cómo uno se relaciona con otras personas. Es decir, que una de las funciones de la identidad es orientar a una persona en el mundo en el que vive. Diversos lingüistas describen la esencia de la identidad en relación al concepto de similitud (Bucholtz y Hall, 2004; Edwards, 2009), puesto que hay un continuum entre lo que es y lo que no es una persona; estos estudiosos se refieren a cuáles son las semejanzas y las diferencias entre uno y los demás, las que determinan la identidad. Esto se hace a través de la distancia social. Hay dos clases básicas de identidad, la del grupo y la del individuo (o personal), aunque hay bastante solapamiento entre las dos. La identidad personal es el conjunto de rasgos asociados a la identidad de los diversos grupos a los que pertenece un individuo concreto. Por eso, es evidente que la identidad es, en cierta manera, un asunto sociopragmático, ya que el desarrollo y la naturaleza referencial de la identidad son muy dependientes del contexto (Gutiérrez-Rivas, 2012). La identidad grupal El ser miembro de un grupo particular ha sido muy importante para los seres humanos desde épocas remotas. El pertenecer a un grupo significa seguridad y propagación de los genes, como explicó Darwin. Las sociedades y las culturas más colectivistas ponen mucho valor en los atributos relacionados con la mentalidad grupal, pero la importancia que un individuo da a ser miembro de un grupo o de otro es   4  
  • 13. simultáneamente cultural, situacional e individual. No hay ningún patrón fijo para todos en cuanto a cómo uno debe sentirse o clasificarse en un grupo. Sin embargo, cada persona, sin querer o no, pertenece a varios grupos a la vez. Algunos no se pueden elegir. Según un sistema binario, al ser hombre o mujer una persona ya forma parte de un sexo u otro (no teniendo en cuenta los individuos intersex, nacidos o con cromosomas que no siguen el patrón XX/XY, o con gónadas y/o genitales indefinidos o parcialmente formados). Aparte de operarse (que en realidad no cambia el código genético sino la representación externa del sexo), no existe otra posibilidad de cambiar de sexo. Lo mismo ocurre con la raza; uno nace con su raza con poca capacidad de cambiar estas facetas de sí mismo, entendiendo la raza como el conjunto de rasgos genéticos que se presentan en el ADN y no meramente aspectos físicos que resultan de dicho ADN. Pertenecer a grupos semejantes provoca muchas consecuencias en el comportamiento por parte del individuo, y por parte de otras personas al tener contacto con ellos. Por otro lado, hay grupos que uno sí elige; como la profesión, los pasatiempos y otras etiquetas asociadas con distintas acciones. Al ser gerente o empleado, uno ya tiene una posición con rasgos asociados con este estado, dependiendo del momento y la interacción específica dentro de un contexto fijo. Así, la identidad no es estática, entendiendo que el papel de un gerente cuando está en la oficina con sus compañeros o empleados durante el día cambia cuando el mismo gerente está con sus hijos al llegar a casa. Sus otras identidades (tales como padre, marido o vecino) juegan ya un papel más importante según el contexto adecuado.   5  
  • 14. Hay muchas consecuencias al establecer una identidad asociada con un grupo. En primer lugar, la gente que pertenece a este mismo grupo reconoce su constructo basado en muchos elementos. “Individual and group ‘markings’ can have important consequences for interpersonal judgements. Skin color, sex/gender and physical attractiveness are immediately obvious here” (Edwards, p. 34). Al ver a otras personas que exhiben características evidentemente asociadas con una identidad u otra, se colocan en una categoría para ayudar a la mentalidad humana en su entendimiento del mundo. Son estas percepciones basadas en elementos tangibles y en la distancia social los que dan luz a los juicios y los prejuicios. La identidad personal La identidad personal, por lo tanto, es el resultado de ser miembro de múltiples grupos, cada uno con su propia identidad. Por eso, suele coincidir lo que se llama la personalidad con la identidad personal, ya que “our personal characteristics derive from our socialization within the group (or, rather, groups) to which we belong” (Edwards, p. 20). Es decir, los seres humanos se comportan de manera análoga según lo que se ha aprendido al formar parte de uno o varios grupos. Son las interacciones personales las que dan a los seres humanos conocimiento del mundo y de ellos mismos, que es importante para la supervivencia en el nivel más básico y para la satisfacción psicológica en el nivel más abstracto. Se puede decir que la personalidad es sinónima de la identidad personal, si uno entiende que la personalidad es el conjunto de rasgos físicos, mentales y emocionales de un individuo. De hecho, se puede argumentar que el tener un atributo específico (por   6  
  • 15. ejemplo, el ser amable), ya forma parte de un grupo de gente amable con una identidad amable. No obstante, insistimos en que esto no es suficiente para la formación de una identidad, puesto que una identidad no puede ser definida por sí misma (por ejemplo, la identidad de los venezolanos puede ser definida hasta cierto punto como amable, como una característica de cualquier grupo puede ser así, pero no puede describir la identidad venezolana por sí sola). Mejor, una categoría tal como amable y otros rasgos parecidos están relacionados con los estilos y los registros, los cuáles están implicados con los índices de identidad (un concepto que discutiremos en la sección 1.2). Estilo y registro Debido a su naturaleza contextual, no se puede hablar de la identidad lingüística sin discutir los conceptos de estilo y registro, y sus consecuencias en la formación de dicha identidad. Estos dos son elementos complementarios que influyen en la manera de hablar y de interactuar con otras personas en momentos concretos. El registro, según Halliday (1996), es la organización del lenguaje con respecto a su uso en un momento particular. Hay distintos registros para cada situación; bien formales, bien informales. Bell (1997) define el estilo como una variación intra-hablante y propone un proceso donde la identidad tiene un papel en la producción de estilo. Primero, un grupo tiene su propia identidad, el cual evalúa su identidad y es evaluado por otros, y diferencia su lenguaje del de los demás, creando variación inter-hablante social. Luego, el lenguaje del grupo se evalúa a sí mismo y a los demás (también conocido como evaluación lingüística), y los demás cambian de manera análoga al lenguaje del grupo, creando estilo o variación intra-hablante.   7  
  • 16. El concepto de registro suele ser el producto de la identidad grupal, ya que los diversos registros de una lengua están basados más en la cultura del grupo (ya sea la cultura de una etnia o de una empresa) y son aprendidos a través de procesos de socialización dentro de dicho grupo. El estilo, por otro lado, aunque afectado y determinado hasta cierto punto por el grupo, es más una elección personal, que puede o no concordar con las expectativas de la sociedad. Así, el estilo tiene un papel más involucrado en la identidad personal, que en la grupal. Sin embargo, los dos son el resultado de cualquier clase de interacciones sociales, y tienen un impacto en la manifestación de la identidad, ya sea grupal o personal. Entendemos que todo lo que dice una persona es la representación de su identidad y, por lo tanto, la lengua como herramienta semiótica es crucial en el desarrollo y en la representación de la identidad. La identidad lingüística La identidad lingüística, es decir, la identidad asociada a los idiomas y la manera de usarlos, es un concepto bastante amplio ya que implica los dos grados básicos de identidad. Como describe Edwards: “Languages are best seen as different systems reflecting different varieties of the human condition” (p. 60). Por lo tanto, hay una conexión entre cómo se siente uno (la identidad) y cómo se representa esta identidad (creencias, output semiótico incluido en su idiolecto personal). Como los estados emocionales cambian dependiendo de muchos factores, la identidad está en flujo constante y es muy difícil describir una identidad estática. Esta modalidad de la función del lenguaje se puede aplicar a distintos aspectos de maneras diferentes, recordando el concepto de registro y estilo.   8  
  • 17. Según Le Page y Tabouret-Keller (1985), “linguistic behaviour [is] a series of acts of identity in which people reveal both their personal identity and their search for social roles” (p. 14). Así, entendemos que la identidad lingüística es la manifestación del entrelazamiento de las identidades grupal y personal, y la subsiguiente producción lingüística basada en este entrelazamiento en momentos determinados. Por ejemplo, el mismo gerente de la página tres seguramente cambiaría su manera de habla dentro del ámbito profesional con sus socios y hablaría de otro modo en casa con la familia. Ya que existen muchas identidades muy dependientes del contexto; igualmente, existen tantas identidades lingüísticas que corresponden al registro o al estilo adecuado por el momento y también por motivos de producir un particular efecto deseado. En cuanto a la identidad del grupo, el habla asociada con la gente en cuestión sí tiene una gran importancia. Es muy evidente que las personas que pertenecen a un grupo nacional se identifican y son identificados en parte por el idioma que hablan (o que hablaban los antecedentes) y por cómo lo hablan: se espera que los griegos hablen griego y que los franceses hablen francés. Así, al pensar en la imagen de un griego o de un francés uno les atribuye la característica de hablar la lengua correspondiente, aunque no la hable. Además, la identidad se construye especialmente a nivel de dialecto; uno se puede sentir miembro de un grupo étnico, pero se identifica más por su dialecto o subdialecto al que pertenece: un extremeño se siente español, pero se sentiría más extremeño, parcialmente debido a sus variaciones lingüísticas que forman parte de lo que es “extremeño” tanto como las costumbres sociales y otras tradiciones locales (tales como la vestimenta, la comida y la geografía).   9  
  • 18. También, hay que tener en cuenta que, como muchos aspectos de la lingüística, las distinciones entre grupos son a veces arbitrarias. Se percibe que no hay mucha diferencia entre los idiomas hindi y urdu. En realidad, se puede decir que son dialectos de la misma lengua, pero debido a los elementos políticos (ya hay dos países distintos; la India y Pakistán) y sociales (la influencia de la religión musulmana en la construcción de urdu), los hablantes las consideran como lenguas distintas porque la identidad étnica ya es diferente. De hecho, se puede argumentar que la identidad étnica no es el resultado de la genética ni de la sangre, sino una manera de distanciarse de los otros por motivos sociales, políticos y otros asuntos ideológicos. Ideologías lingüísticas Sería muy difícil hablar de identidad sin profundizar en lo que es una ideología, puesto que no se puede formar una identidad sin ideologías para conceptualizar el mundo y el papel de un individuo dentro de dicho mundo. Como sugiere el nombre, una ideología representa las ideas concretas, tales como las creencias teológicas o políticas, que guían a un individuo o a un grupo, y frecuentemente se adscribe a preferencias idealizadas. Como Coulmas (2006) comenta, las ideologías lingüísticas suelen girar en torno a temas de belleza, de autenticidad, de pureza y de santidad (p. 132). Esto resulta problemático, pues tales conceptos son innatamente subjetivos y varían, no solamente de una cultura a otra, sino también de una persona a otra. Finalmente, las ideologías proyectan representaciones imaginarias de una realidad sociolingüística basada en las perspectivas y en los intereses de los poderosos de la sociedad (Fairclough, 1992).   10  
  • 19. Las ideologías tienen consecuencias importantes en diversas interacciones sociales, como destaca Recinto (2009), “First, ideologies apply not just to situations ‘out there’ in the ‘real world,’ but also to intellectual constructs and conceptual frameworks which may be invoked in applied research on language status and use” (p. 44). Aunque sigue explicando el impacto global de las ideologías lingüísticas en el ámbito político (y en el potencial de causar el trastorno social), lo que comenta Recinto es muy aplicable a un nivel más inmediato. Incluso los mensajes subliminales de presentadores de la prensa hablando una variedad más “estándar”, impregnan la psique del público. Como consecuencia, cuanto más divergente la plebe o la burguesía habla respecto al “estándar”, menos se identificará como miembro de dicho grupo. Establecer la identidad Bucholtz y Hall (2005) proponen cinco principios para entender y establecer la identidad: el principio del afloramiento, el de la posicionalidad, el de la indexicalidad, el relacional y el de la parcialidad. Estos cinco principios representan el complejo proceso de formulación de la identidad a través de diversas etapas. En el principio del afloramiento, Bucholtz y Hall explican que la identidad es un producto emergente, un fenómeno social y cultural, en lugar de una fuente preexistente de prácticas lingüísticas y semióticas. El siguiente principio describe que las diversas identidades abordan categorías globales (demográficas de nivel macro) y locales (posiciones culturales etnográficamente especificas), además de posturas y papeles de participantes durante interacciones concretas. Este concepto arroja luz al principio de la indexicalidad, que declara que las identidades pueden ser categorizadas a través de las implicaturas, las posturas, los estilos o las estructuras y los sistemas lingüísticos, los   11  
  • 20. cuales están directa o indirectamente relacionados con aspectos léxicos, retóricos, sintácticos y pragmáticos. El cuarto principio de Bucholtz y Hall sobre la naturaleza relacional de la identidad amplía de lo que han planteado con el concepto de la indexicalidad, explicando que las identidades están construidas de forma relacional sobre muchos de los aspectos susodichos, frecuentemente interpuestos en relaciones complementarias, tales como las relaciones entre la similitud y la diferencia, entre el ser auténtico y el ser no auténtico, y entre la autoridad y los no legítimos. En el quinto principio, el de la parcialidad, las autores comentan que, presentados todos los principios anteriores, la identidad puede ser parcialmente intencional, parcialmente habitual y no plenamente consciente. Además, puede ser el resultado de una negociación interactiva, el constructor de las representaciones y percepciones del otro o el resultado de elaborados procesos o estructuras ideológicas. De estos cinco principios, el que nos interesa más es el tercero, el concepto de la indexicalidad. Puesto que todos los principios funcionan juntos en un sistema simbiótico, es natural que una de las etapas más importantes sea la del medio que conecta todos los procesos desde un punto central y, en este caso, es la indexicalidad. Veremos que, con respecto al proceso de indexar rasgos físicos con componentes de la identidad, el lenguaje está ligado al desarrollo de la identidad. Indexicalidad e identidad Esencialmente, la indexicalidad es un proceso simultáneamente cognitivo y social que puede explicar cómo algo reparte un significado asociado con una entidad. Es decir, a   12  
  • 21. través de la indexicalidad, los seres humanos son capaces de comprender qué significa un objeto concreto en diversos contextos debido a las implicaturas. Las implicaturas, según Mey (2001), son aquellos que quedan implícitos cuando se hace uso de la lengua. Es la naturaleza ilativa de las implicaturas lo que permite que el lenguaje humano sea económico sin dependencia de significados literales o explícitos para cada situación. Con respecto a la indexicalidad, un objeto indexa (por eso, se llama un índice) un significado en concreto basado en las referencias implícitas entendidas dentro de un acto de habla específico. Volviendo al ejemplo de amable de la sección anterior, puede existir un estilo amable que se reconoce así debido a los índices establecidos pragmalingüística y sociolingüísticamente. Índices frente a otros variables Labov (1971) comenta que hay diversas clases de variables lingüísticas que identifican un significado al utilizarlas: los indicadores, los marcadores y los estereotipos. Según él, un indicador distingue entre categorías sociales o geográficas sin mucha atención consciente por parte de los hablantes. Labov define los marcadores y los estereotipos como variables que sí han atraído suficiente atención para que afloren dentro de las categorías de variación estilística, aunque los estereotipos reciben bastante consideración metapragmática y los marcadores no. Según Silverstein (2003), los indicadores y los marcadores de variación son distintos tipos de índices; la diferencia está en que los indicadores son índices de primer-orden (el indexar membresía de una población) mientras que los marcadores (índices de segundo-orden) son indicadores estilísticos que la gente internaliza y se alinea con su identidad. Con respecto a este   13  
  • 22. segundo concepto de índices, hay otras maneras de subclasificarlos, las cuales discutiremos a continuación. El proceso de indexicalidad ¿Cómo se entiende un índice? Silverstein explica que la indexicalizacion es un proceso psicológico que tiene en cuenta muchos factores cognitivos. La manera en que se indexa un objeto específico con una identidad correspondiente igualmente depende del contexto social, tanto como del mental. Primero, hay dos tipos básicos de índices; los referenciales y los no-referenciales. Como el nombre explica, los referenciales son los que se refieren a algo o alguien en particular e implica una entidad en concreto. Por eso, los deícticos son casos ejemplares, ya que su función sintáctica bien espacial, temporal o personal, codifica datos referenciales, los cuales son muy dependientes del contexto (“yo” solo puede representar un individuo específico en un momento dado, pero la identidad de “yo” cambia constantemente dependiendo del hablante). No obstante, hay muchos más índices no-referenciales que referenciales, puesto que un índice puede asumir virtualmente cualquier forma lingüística. Como dice Silverstein, “any linguistic, a.k.a. sociolinguistic, fact is necessarily an indexical fact, that is, a way in which linguistic and penumbral signs-in-use point to contexts of occurrence structured for sign-users in one or another sort of way” (p. 194-5). Es decir, toda la producción lingüística (facts o hechos) necesariamente comparte algún grado de datos socio-culturales. Independientemente de si son rasgos fonéticos, sintácticos o léxicos, una vez pronunciados, hay implicaturas para el emisor y el interlocutor.   14  
  • 23. La indexicalidad es necesaria para establecer el significado en diferentes contextos. Los índices directamente referenciales establecen papeles en contextos gramaticales. En la sintaxis, los papeles temáticos que implican diversos componentes gramaticales (agente, benefactor, tema, entre muchos otros) asignan un significado semántico que corresponde a un rasgo sintáctico (el objeto directo implica que recibe algún tipo de tratamiento). Además, el uso del dativo o del genitivo en los idiomas que tienen tales declinaciones, también indexa la relación que todos los participantes tienen en cada conversación (al usar el genitivo de posesión, demuestra que algo o alguien pertenece a otra persona). Tal relación conlleva ciertas identidades entre cada participante, activa o pasivamente. Silverstein menciona el estudio, muy influyente, de Brown y Gilman (1960) sobre las fórmulas de tratamiento. Explica que el uso de una forma o T o V (segunda persona singular informal y formal, respectivamente) indexa una relación entre el hablante y el interlocutor. Esta relación refleja varios grados de distancia, solidaridad, confianza y poder, los cuales son inmediatamente entendidos al pronunciar el pronombre. Aunque Silverstein no lo declara nunca de manera explícita, es evidente que la identidad del emisor y la del interlocutor también son definidas por el concepto de las fórmulas de tratamiento. Por lo tanto, parte de cómo uno expresa su propia identidad depende de su relación con los demás, y de cuánta distancia perciben los interactuantes entre uno y otro. Gutiérrez-Rivas comenta que la indexicalidad no solo conecta un “hecho lingüístico” con una identidad, sino que propone que algunas formas lingüísticas sean usadas para construir posturas de identidad, diciendo que:   15  
  • 24. En la formación de la identidad, la indexicalidad depende en gran parte de estructuras ideológicas, puesto que se entiende que la lengua e identidad están arraigadas en valores y creencias culturales sobre el tipo de interlocutor que produce cierto lenguaje. (p. 46) Se puede indexar diversas clases de papeles, por ejemplo, la identidad de ser miembro de un grupo étnico, incluso dentro de un grupo dialectal específico. Por ejemplo, evidentemente hay una identidad asociada con ser español, pero también hay identidades distintas para un extremeño y un murciano. Estas identidades se expresan con objetos semióticos tangibles (la manera de vestirse, la asociación con un paisaje específico, etc.), las cuales son inferidas al ver y al oír enunciados por la persona meta. Mientras que las identidades externas están marcadas por la raza, la edad y el género quizás son las más evidentes, la variación lingüística tiene debatiblemente un papel mayor en la categorización y la clasificación subconsciente por parte de otras personas. Género como índice de identidad En consecuencia, el género (también el sexo, aunque son conceptos distintos) es un componente de la identidad. Como la identidad necesariamente tiene que ver con las expectativas de la sociedad, y cómo uno reconcilia sus propios pensamientos con las actitudes casi “estandarizadas” que la sociedad le adoctrina, el género inherentemente está involucrado en la formación de las ideologías construidas socialmente. Género frente a sexo Entonces, ¿cuál es la diferencia entre el sexo y el género? La postura que presentamos está de acuerdo con la idea de que el sexo es la manifestación biológica y   16  
  • 25. genética que distingue los machos de las hembras (con grados variados, entre los dos), mientras que el género es el conjunto de repercusiones psicológicas y societales de ser miembro de un sexo en lugar de otro. Como Coulmas ha expresado la idea, “sex is nature, gender is social.” (p. 30). De esta manera, podemos decir que el sexo es estrictamente macho y hembra, excepto en casos eventuales de individuos de intersex (menos formalmente referidos como hermafroditos, o individuos nacidos con ambos órganos sexuales o no formados). El género, entonces, es el resultado del entendimiento social de cada sexo y expectativas específicas al pertenecer a un sistema (típicamente) binario dentro de una población. Masculinidad frente a feminidad Ya que tenemos un mejor conocimiento del sexo frente al género, debemos establecer cuál es la diferencia entre los géneros masculino y femenino. En muchos de las sociedades occidentales, los hombres y la masculinidad frecuentemente son vistas como el default (o la identidad por defecto), con la feminidad sirviendo como adición que complementa lo que es ser hombre. Como Maugue (1987)† declara: “Él es uno, legible, transparente, familiar. La mujer es la Otra, extraña e incomprensible”. Según este ejemplo, existe la expectativa y la presión de que los hombres se comportan de manera sencilla, sin ningún tipo de matices. Como consecuencia, si un hombre exhibe cualquier forma de profundidad emocional o psicológica, entonces ya no actúa como lo que es Hombre. Esto crea un gran conflicto en la identidad de los hombres, como Badinter (p. 18) dice que el recordatorio constante de “¡Sé un hombre!” implica que ser hombre es un trabajo, un esfuerzo extra que se debe realizar y que no es tan relevante en el caso de                                                                                                                 †  Apud.  Badinter  (1993)  XY  La  identidad  masculina  Monserrat,  trad.  Mayúscula  de  texto  original.     17  
  • 26. cómo entienden las mujeres su propia identidad, ya que una mujer no ha de confirmar que es una mujer con tanta frecuencia como los hombres precisan demostrar que son hombres de verdad. Así, si existe la posibilidad de que el uso del lenguaje amenace la imagen masculina, se asume que los hombres tratarán de evitarlo (Lakoff, p. 49). Volviendo del tema de los hombres como ser humano por defecto, se puede argumentar que el habla masculina también es el por defecto. De hecho, Lakoff ha comentado que el lenguaje de los hombres es cada vez más usado por las mujeres, aunque los hombres no suelen adoptar un habla femenina, excepto si rechazan la imagen masculina, como es el caso de algunos homosexuales (p. 50). La indexicalidad del género Ochs (1992) explora las maneras en que el género tiene un papel en el desarrollo del habla. Así, reconoce que hay diversos tipos de índices, designados como Silverstein los ha llamado, los referenciales y los no-referenciales. En cuanto al género, los índices referenciales se suelen relacionar a los aspectos más evidentemente sexuales, como indican los pronombres (él/ella, señor-a, los nombres, etc.). Estos pares sexuales son índices que llaman la atención sobre la diferencia entre uno y otro y, al designar estas categorías, señalan que hay distintas identidades asociadas con cada una. Pero hay muchos más índices no-referenciales: el tono, el lenguaje corporal y la producción fonética (entre otros muchos) que indirectamente indexan componentes de la identidad. Para entender cómo funcionan estos índices no-referenciales dentro de la indexicalidad, hay un esquema que se puede aplicar a cualquier clase de identidad, aunque evidentemente nos centremos en el género. Ochs explica que hay tres relaciones   18  
  • 27. distintas entre un índice y lo indexado: 1) la relación no-exclusiva 2) la relación constitutiva y 3) la relación temporalmente transcendente. La relación no-exclusiva explica que casi no existe ninguna limitación en cuanto a quién tiene la posibilidad de utilizar cualquier rasgo lingüístico (de cualquier idioma). En el caso del género, muchos rasgos variables pueden ser usados por, con y para los dos géneros. Aunque sí hay lenguas, como el japonés y el árabe, que tienen conjugaciones verbales y/o elementos léxicos “reservados” para cada género, el cuerpo humano puede pronunciarlos independientemente de la biología. Además, los rasgos asociados con el género también se relacionan con la postura discursiva y las acciones sociales (p. 340). Es decir, puesto que los idiomas son arbitrarios, no hay ninguna razón innata para que una forma lingüística solo se use por ciertos hablantes en determinados contextos en vez de otros. De hecho, las formas marcadas del habla suelen ser rechazos deliberados de relaciones exclusivas. Esto explicaría como durante los años ‘90 las japonesas adolescentes han rechazado el uso de sufijos honoríficos de género y han favorecido inventadas construcciones morfológicas para dar la imagen de rebeldes. (Coulmas, p.5860). La relación constitutiva informa que uno o más rasgos lingüísticos pueden indexar significados sociales (tales como las posturas, los actos y las actividades sociales) y subsiguientemente contribuir a la construcción del género (Ochs, p. 341). La sociedad prescribe las imágenes preferidas de los hombres y de las mujeres que motivan su uso por parte de los dos géneros. Por lo tanto, la relación entre el lenguaje y el género es cíclica, mediada y constituida por significados pragmáticos socialmente organizados.   19  
  • 28. La tercera relación, la temporalmente transcendente, describe que las asociaciones del género con el lenguaje no son estáticas y pueden cambiar y evolucionar con el tiempo. “Societies establish norms, preferences and expectancies vis-à-vis the extent to which and the manner in which men and women can verbally recontextualize the past and precontextualize the future” (Ochs, p. 346). Ampliando las ideas de Ochs, Barrett (2002) contribuye con la idea de indexicalidad performativa en cuanto al papel de la indexicalidad como creador de la identidad en la sociedad. Dice que: A speaker may use the performative indexicality of linguistic variation to convey her or his desire to be seen as a particular type of person in a particular situation. It is only by associations made by the listener (or researcher) that this type of person is tied to a particular social category. (p. 34) De este modo, entendemos que la indexicalidad establece las normas sociopragmáticas y el estilo personal. Como resultado, los rasgos lingüísticos, de cualquier tipo, pueden ser usados no solamente como índice para representar la identidad de un grupo en particular, sino también como herramienta en la construcción de dicha identidad. Si un rasgo en concreto está ligado a alguna identidad, bien deseable o bien negativa, un hablante escogerá utilizar estas formas basándose en cómo quiere expresar su identidad en una situación dada. ¿Cómo se puede establecer los rasgos lingüísticos que corresponden al género? Una manera posible es mirar los trabajos previos de investigadores tal como Lakoff. En su estudio, muy innovador en su momento, encontramos las ideas ya ubicuas de que existe   20  
  • 29. variación genérica en cuanto al inventario léxico y sintáctico, y que las mujeres emplean tácticas distintas en el habla, tales como diferencias en la distribución de turnos, el uso de preguntas tag además de mayor frecuencia de muletillas, entre otras. Sin embargo, podemos buscar formas lingüísticas más específicas, tales como rasgos fonéticos, y destacar su uso para establecer una identidad sexual, como Podesva, Roberts y Campbell-Kibler han hecho en su estudio comparativo entre el habla de hombres homo y heterosexuales. En este estudio, se examinó la duración de ciertos diptongos, además de la de [s] y la de [l], así como el tono general y la gama tonal de los hablantes, suponiendo que unos de dichos rasgos son relacionadas con las mujeres y los hombres homosexuales los producen con motivos de diferenciación (aunque algunos son características propias gay). Sus resultados mostraron que aunque existen unos rasgos que se asocian con la homosexualidad, solo sirven como índices para un tipo específico de estilo gay dentro un amplio espectro de ellos. Por lo tanto, se puede decir que el concepto de índice lingüístico funciona en colaboración con los estilos que producen los preceptos por parte de otras personas. Es más, estas percepciones pueden o no coincidir con la identidad verdadera del hablante, aunque dicha identidad está en flujo constante y cambia según el contexto. Un hablante pueden escoger un estilo gay, por ejemplo, en contextos familiares para mostrar su solidaridad dentro de la comunidad, pero adopta un estilo más normativo en el ámbito profesional para evitar prejuicios. Así, los estilos pueden ser conscientes o subconscientes, pero siempre son elecciones deliberadas.   21  
  • 30. EL DIMINUTIVO La evolución del diminutivo en español El diminutivo es un rasgo morfológico presente en un gran porcentaje de lenguas vivas, incluidas las lenguas indoeuropeas, semíticas, sino-tibetanas, turcas, urálicas y amerindias, entre otras. Se manifiesta como afijo (principalmente como sufijo, en especial en lenguas como el español, aunque también puede ser infijo, interfijo o incluso el resultado de un proceso de reduplicación en lenguas como el hebreo) de diversas categorías morfosintácticas tales como sustantivos, adjetivos e incluso adverbios. Todas las lenguas romances desde la época latina han usado el diminutivo de alguna manera, aunque algunos idiomas favorecen su uso más que otros. De hecho, el uso del diminutivo en el español actual está bastante más extendido que en otros idiomas románicos. Para entender cómo se usa el diminutivo actualmente, hay que explorar un poco la historia de su desarrollo a través del tiempo. Muchos gramáticos históricos, Nebrija (1492) y Correas (1626) entre los más conocidos, han discutido de manera explícita el impacto de utilizar el diminutivo de alguna forma, y muchos autores importantes desde tales épocas hasta la Edad Moderna, como García Lorca, lo han utilizado para diversos efectos. Descripciones gramáticas Nebrija evidentemente ha tenido un papel importante en el discurso de la gramática castellana. Sin duda, su posición como autor de una de las primeras gramáticas de cualquier idioma del mundo ha influido en la evolución de la lengua española, incluso hasta el punto del diminutivo. Nebrija cuenta que el diminutivo en castellano viene de la   22  
  • 31. tradición griega y latina y que, en su época, excedió en la frecuencia de uso y en las terminaciones morfológicas a sus predecesores -aunque se puede argumentar que el griego moderno ya tiene una extensión más amplia del diminutivo que el español (Sifianou, 1992)- . Nebrija encuadra el diminutivo dentro de los derivados, a los que clasifica así: “Nueve diferencias i formas ai de nombres derivados: patronimicos, possessivos, diminutivos, aumentativos, comparativos, denominativos, verbales, participiales, adverbiales” (Apud. Náñez Fernández, p. 39.). Según él, el diminutivo agrega meramente el significado de la disminución del principal, o al menos no comenta otros usos del diminutivo a parte de expresar el concepto de la pequeñez. No quiere decir que el diminutivo de verdad solo se ha utilizado para referir a un tamaño menor, sino que en el siglo XV, todavía se asociaba el diminutivo a su función conceptual (véase sección 2.2 para las diferentes funciones del diminutivo). Curiosamente, en esta misma gramática, sí comenta la apreciación axiológica (juicios valorativos) del aumentativo ya que, ideológicamente, está en contra de lo que se considera la hermosura clásica. Este modo de pensamiento resuena con el concepto de ideologías lingüísticas que hemos comentado en la sección 1.1. En cuanto a la forma morfológica del diminutivo, Nebrija hace referencia a “–illo”, “–ico”, “–ito”, y “–uelo”, sin mencionar los interfijos posibles. Todavía no se ha designado qué terminaciones, en su caso, están ligadas a determinadas raíces. De hecho, solían existir paradigmas dentro de cada clase de terminación, por ejemplo, “mujerzilla” “mugerzica” y “mujercita”. Como la ortografía aún no se había establecido de manera fija, tampoco había una regularización del diminutivo. No se sabe exactamente cuándo o cómo se han desarrollado otras formas, pero entre la época de Nebrija y la de Lovaina   23  
  • 32. (1555) había más terminaciones para el diminutivo (“–ejo”, “–irrito”). Con la gramática de Miranda (segunda mitad del siglo XVI), se empiezan a ver las demarcaciones de las diferencias entre el diminutivo en italiano y en castellano y qué raíces empleaba cada forma diminutiva.‡ También, es el primer gramático que describe explícitamente una función no conceptual sino afectiva del diminutivo, diciendo que las palabras que terminan en “–ico” e “–ito” expresan algún aspecto de cariño que no está presente en las que terminan en “–illo”. De Herrera (1580) sigue ampliando lo que había presentado de Miranda, “la lengua Toscana està llena de deminutos, con que se efemína, i haze laciva, i pierde la gravedad; pero tiene con ellos regalo i dulzura i suavidad, la nuestra no los recibe si no con mucha dificultad, i mui pocas vezes.”§ Es la primera ocurrencia de una asociación abierta del diminutivo con rasgos de la feminidad que veremos con más detalle a partir de esta sección. De Herrera comenta que en comparación con el italiano (basado en traducciones de poesía), el español tenía unas veinte formas frente a treinta y tres italianas para explicar que, al menos con respecto a la poesía, el italiano empleaba el uso del diminutivo como tópico mientras que todavía no lo hacía el español. Desde entonces hasta la era de Correas (circa 1626), surgieron aún más terminaciones para el diminutivo, incluidas algunas formas que ya casi no se reconocen en la mayoría de dialectos. Correas ha listado las formas del diminutivo más usadas durante la época y, como de Miranda cien años antes, ha ampliado las explicaciones de las diferencias entre las distintas terminaciones:                                                                                                                 ‡  Apud. Náñez Fernández, p. 42-3. Náñez Fernández, p. 43 Fuente original: Obras de Garci Lasso de la Vega con anotaciones de Fernando de Herrera,1580 (p .554).   §  Apud.   24  
  • 33. Las más ordinarias son estas: ito, ico, illo, zillo, exo, ete, uelo, ino, axo, arro. Los en ito significan con amor y bien querer, los en ico no con tanto afición: los en uelo con desprecio: los demás casi todos con desdén: los en ino dismuyen mucho: y los que duplican una forma sobre otra, que también en duplicarlos hay mucha libertad (Apud. Náñez Fernández, p. 48). Se puede argumentar que Correas, queriendo o no, incluyó alomorfos de algunos de los morfemas (“-zillo” siendo alomorfo de “–illo”, o la inclusión del interfijo –c-/-zantes del sufijo “–illo”, o “–exo” y “–axo” dependiendo de la coda de la raíz que se agrega el diminutivo) para formar una lista más o menos exhaustiva de las formas diminutivizadas. Además, también presenta unos valores posibles del diminutivo dependiendo de su terminación. Saltando al siglo XIX, Antonio de Capmany y Montpalau repite algunas ideas expresadas anteriormente por de Herrera con respecto al efecto estilístico de emplear los diminutivos: Los diminutivos afeminan y hacen lascivo el lenguaje, y le hacen perder toda gravedad. Nuestro idioma sólo los admite, y muy pocas veces, en estilo familiar y jocoso; y en casos afectuosos y tiernos puede la elocuencia admitirlos alguna vez, para suavizar la dicción. (Apud. Náñez Fernández, p. 51) Notablemente, no asigna estas virtudes a terminaciones específicas del diminutivo, sino a su uso absoluto. Será que, en esta época, la diferenciación entre algunas formas específicas del diminutivo que conllevaban sentimientos particulares se ha neutralizado con la mayoría de los diminutivos teniendo igual valor estilístico, lo cual se sostiene en mayor parte actualmente (aunque todavía "–uelo" sigue teniendo un   25  
  • 34. aspecto despectivo). Muchas formas ya no se ven en la diminutivización de palabras, aunque sí se mantienen en palabras lexicalizadas. El uso del diminutivo hoy en día Funciones del diminutivo Según Regúnaga (2005), existen dos formas distintas básicas del uso del diminutivo basadas en la función conceptual y en la función estilística, respectivamente** . Estas dos funciones han existido y se han destacado de manera distinta desde la época de muchos de los gramáticos mencionados en la sección anterior, aunque no siempre de manera tan explícita ni clara. La función conceptual abarca lo que se puede considerar el aspecto más llamativo del diminutivo, que incluye tres sub-funciones: la indicación de un menor tamaño dentro de la especie; la diferenciación de especies dentro de un microsistema léxico; y la lexicalización, por la cual el significado relativo al tamaño prácticamente no se percibe en sincronía (p. 254). Estas tres subcategorías dentro de la función conceptual están implicadas esencialmente en designar a algo/alguien con un tamaño pequeño en comparación con lo que se espera (un pajarito es más pequeño que un pájaro prototípico), en diferenciar a un objeto con un uso específico en contextos determinados (por ejemplo, el uso del diminutivo en “los carritos” se aplica principalmente a los juguetes para niños y no a los coches pequeños que conducen los adultos) y en desarrollar léxico nuevo (se entiende que un palillo no es un palo pequeño y los hablantes perciben que la palabra "palillo" ya es una raíz propia sin ningún tipo de afijación, y sería posible la diminutivización de "palillo" > "palillito").                                                                                                                 ** Regúnaga cita la función conceptual desde el punto de vista de Montes Giraldo “Funciones del diminutivo en español; ensayo de clasificación.”, Thesaurus, Boletín del Instituto Caro y Cuervo 27. (1972): 71-88. La función estilística viene de Beinhaur El español coloquial. Madrid: Gredos, 1968.   26  
  • 35. Por otro lado, la función estilística aborda asuntos más pragmáticos, tales como expresar un valor afectivo, irónico, depreciativo (que no es lo mismo que despreciativo) o, sorprendentemente, aumentativo. Como sugiere el nombre, los diminutivos expresan un sentimiento de afectividad para mostrar cariño e intimidad (mi abuelita se refiere al sentimiento cariñoso hacia la abuela). El valor irónico, en cambio, representa la minusvaloración que el hablante siente hacia o un objeto o un concepto o a una persona a través de lo contrario a lo que se espera (el viajecito entre Nueva York y Hong Kong es irónico, dada la gran distancia entre los dos lugares y puede expresar un toque de rencor además del sarcasmo). El valor depreciativo tiene un efecto rebajador con intenciones para demostrar humildad (saqué buenas notitas) o para suavizar peticiones u otros posibles daños a la imagen, de acuerdo con la teoría de la imagen de Brown y Levinson (“¿podemos hablar un ratito?” no es tan amenazante como “tenemos que hablar un rato”). Por último, el valor aumentativo es parecido al valor irónico hasta cierto punto, pero no suele conllevar un tono tan negativo (“hoy hace calorcito” implica que la temperatura es elevada pero de modo agradable, sin connotación despectiva, como los ejemplos irónicos). ¿De dónde vienen estos valores estilísticos? Es evidente que primero tiene que existir la función conceptual del diminutivo, sobre todo, su indicación de menor tamaño. Después, el resto de las sub-funciones conceptuales se desarrollan por la frecuencia de la morfología del diminutivo. La función estilística solo puede existir con las implicaturas (como las hemos definido en la sección 1.2) entendidas por tal tamaño. Así, una vez se establece lo que se implica con la pequeñez, el diminutivo proyecta su papel estilísticamente. En particular, el valor afectivo se reconoce y se asocia fácilmente con el   27  
  • 36. diminutivo, quizás más fácilmente que la lexicalización. De hecho, su valor afectivo, que hace referencia a algo o a alguien de manera cariñosa, ha sido observado desde hace siglos, por parte de, por ejemplo, autores como de Herrera y de Capmany y Montpalau, las cuales destacan muy claramente no solo el valor afectivo del diminutivo, sino que también se adelantan a los hallazgos de Lakoff (que hemos comentado en la sección 1.3) al distinguir distintas tácticas comunicativas entre los hombres y las mujeres. Estos valores del diminutivo no solo se aplican en el español, sino en todos los idiomas con una extensión amplia del diminutivo. Como cuenta Sifianou (1992, p. 157), “In both Greek and English, the primary function of diminutives, as the term suggests, is to express the idea of ‘little’ or ‘smaller’ than the non-diminutive form. However, they are frequently also used to express familiarity, informality and endearment.” Por lo tanto, el inglés y el griego (dos idiomas que respectivamente tienen menos y más incidentes de usos del diminutivo que el español castellano) también presentan funciones conceptuales y estilísticas del diminutivo, sobre todo, la referencia al tamaño pequeño y al valor afectivo. En cuanto al valor afectivo del diminutivo en su uso actual en el español, Silva Almanza (2010) demuestra que el diminutivo no necesariamente ha de referirse directamente a la persona o al objeto que se valora de manera positiva, pero lo hace con otras asociaciones claras. En el tercer ejemplo que presenta (p. 5) “Sí / no a mi me encanta / mi mamá sí me hace mi comidita / y me cuida mucho lo que como / porque hace un año también me puse a dieta / este”,†† Silva Almanza deduce que “la relación de cariño no es hacia la comida, sino hacia la persona que prepara o a quien se prepara, extendiéndose entonces este sentimiento al objeto de referencia, que en este caso es la                                                                                                                 †† Letras en negritas y tipografía de la cita original.   28  
  • 37. comida.” Por lo tanto, de manera análoga a como Silverstein ha comentado con las fórmulas de tratamiento (véase sección 1.2), el diminutivo indexa las relaciones entre emisor e interlocutor. El diminutivo en su geografía El diminutivo, al igual que otros rasgos lingüísticos, es susceptible de ser modificado por los diferentes hablantes. En el mundo hispanohablante actual, el diminutivo tiene usos y aplicaciones distintos. En cuanto a la diversidad geográfica, las diferentes regiones emplean terminaciones distintas para expresar el diminutivo. Dentro de la Península Ibérica, se asocia la terminación "–iño" con Galicia, "–ino" con las zonas occidentales (Asturias, Salamanca, Extremadura), "–in" con Asturias, "–ete" con Cataluña, "–uco" con Cantabria, además de "–ico" con las zonas orientales e "–illo" especialmente común en Andalucía (Moreno Fernández, 2009; Náñez Fernández, 2006). "–ito" tiene una extensión muy amplia y, de hecho, es la forma más aparente en todas las variedades del español. Esto es confirmado por su frecuencia dentro de la poesía y la literatura de conocidos autores modernos como García Lorca quien, como ha descrito Náñez Fernández, ha usado “-ito” un 70,1% de las veces, en comparación con “-illo”, usado un 25,1% (el resto se divide entre otros seis tipos del diminutivo, p. 307-8). Hablando de manera bastante general, los latinoamericanos suelen utilizar el diminutivo con mayor frecuencia que los españoles. En su artículo sobre las diferencias entre el español de América Latina y el de Europa, Haensch (2002) comenta que los de América son más afectivos que los peninsulares (excluyendo los andaluces) y que un enunciado con cuatro usos del diminutivo (visto como afectado por españoles) se ve   29  
  • 38. como normal por un latinoamericano. De hecho, el no mostrar una abundancia de diminutivos en ciertos contextos hará que el habla se perciba como fría y distante (p. 57). Esto es a causa parcialmente de varios procesos, tales como la lexicalización en ciertos dialectos y la presencia de lenguas subestrato en otros. Quizás el mejor ejemplo es el tratamiento del diminutivo dentro de las zonas andinas. Mientras que en muchos de los dialectos hispánicos el diminutivo principalmente se afija a los nombres y adjetivos, dentro de regiones andinas de países tales como el Perú y Bolivia, se ve la diminutivización de adverbios (sobre todo el gerundio) con mayor frecuencia. De hecho, Coello Villa (2010) describe la situación del diminutivo en dicha zona de Bolivia, diciendo que: “el diminutivo es moneda de uso muy frecuente y extendido” y se aplica a formas variables tanto como a invariables (p.177). Como explica Caravedo (2010), el diminutivo en "–acho" (de origen quechua) se usa indistintamente con "–ito" dentro de las tierras altas, no ha penetrado dentro del habla de los costeños (p. 168). Sigue expresando que el extendido uso andino del gerundio diminutivizado (Ej. “vente corriendito”) también aparece en las zonas costeñas, aunque con menor frecuencia. La prevalencia de una forma diminutivizada del quechua que coincide con un uso extendido del diminutivo sugiere que los dos son el resultado de la influencia del idioma subestrato. Aunque es verdad que la terminación "–ito" se encuentra en la mayoría de los dialectos, dentro de las comunidades caribeñas (bien insulares, bien continentales) se ve frecuentemente el empleo de "–ico" solo en la diminutivización de palabras cuya última sílaba comienza con [t], por disimilación (con motivo de evitar la cacofonía). Por ejemplo, en Cuba o Venezuela, se construyen palabras como camita pero pelotita* resulta   30  
  • 39. agramatical y se produce pelotica. Las zonas orientales de España sufijan, por el contrario, "–ico" en cualquier entorno (Sedano y Bentivoglio, 2010; Vaquero, 2010). Con respecto al papel que juega la lexicalización en la abundancia de diminutivos (en particular en cuanto a la reduplicación) y su adecuación consiguiente, el uso de "ahorita" y sus formas relativas (ahoritita, ahoritica y ahoritiquita) proporciona aspectos interesantes que debemos considerar. Con una extensión muy amplia dentro de México, de otras partes de Centroamérica y del Caribe, “ahorita” se utiliza para expresar algún tipo de “cercanía temporal de un evento tanto si acaba de suceder (Llegó ahorita) como si está próximo (Voy a hacerlo ahoritica; Lo haré ahorita)”‡‡. En este caso, ahorita, etc. ya tiene casi otro sentido que ahora; dependiendo del contexto, puede significar algo parecida “acaba de” o “en seguida”. Puesto que se utiliza de este modo con tanta frecuencia, se experimenta la sufijación como si fuera palabra lexicalizada (palillo> palillito; ahorita > ahoritita, etc.). Es posible que esta clase de frecuencia también tenga un impacto a la hora de utilizar el diminutivo con otras palabras y en otros contextos. Otros usos del diminutivo Además, el diminutivo desempeña un papel en la formación de los hipocorísticos, los cuales son aspectos de la formación de los apodos. Un apodo puede ser el resultado de la diminutivización simple de un nombre (Sara + –ita > Sarita), una innovación total, debido en parte a factores de asimilación (Ignacio> Nacho), o una combinación de los dos procesos (Concepción > Concha > Concha + –ita > Conchita). Pero, hay limitaciones en cuanto a quién puede dirigirse con un nombre diminutivizado a una persona; si no hay                                                                                                                 ‡‡  Real   Academia Española, Nueva gramática de la lengua española, p. 655.   31  
  • 40. un apodo establecido, no se puede utilizar por cualquiera libremente (Sifianou, 1999 p.70). Esto tiene relación, de nuevo, con la función estilística del diminutivo, sobre todo con el valor afectivo que crea un lazo emocional entre los dos participantes. El diminutivo como índice de la identidad La naturaleza del diminutivo Al pensar en el diminutivo, puede ser difícil darse cuenta de que un rasgo morfológico es índice de identidad. Sin embargo, como hemos explicado anteriormente, cualquier rasgo lingüístico, desde la fonética hasta la semántica, tiene un valor pragmático. El diminutivo es intrínsicamente un índice de algún modo, ya que aún en su sentido más literal (la referencia al tamaño menor) sirve como índice referencial a dicho tamaño. Como consecuencia, crea roles entre el hablante y el interlocutor, debido al hecho de que al pronunciar el diminutivo, el emisor establece una relación espacial y geométrica entre los participantes del discurso y el objeto diminutivizado en cuestión. La extensión de la naturaleza indexical del diminutivo no es muy sorprendente, cuando se tiene en cuenta que, desde al menos en el siglo XVI, los gramáticos han reconocido abiertamente las funciones estilísticas (aunque sea sin darse cuenta de que lo eran). Tal rasgo que se asocia inherentemente con cualquier estado emocional, también puede tener este estado emocional extendido a las diversas formas de la indexicalidad. El diminutivo como índice de geografía Los diminutivos sirven como maneras de identificar la nacionalidad, por ejemplo, los “ticos” de Costa Rica son tratados así por parte de extranjeros y entre paisanos. Como resultado, la frecuencia del uso de la forma diminutiva “-tico” ha sido indexado a la   32  
  • 41. identidad nacional de los costarricenses. De manera parecida, Cantabria se llama “Tierruca” por la extensión de su uso de “–uco”, hasta el punto de aparecer en el himno nacional de la región. Además, como hemos comentado en la sección 2.2, los hablantes de español andino son conocidos por la abundancia de diminutivos presentes en actos de habla cotidianos, debido a la influencia del quechua y de otros idiomas subestratos. Por lo tanto, el diminutivo evidentemente tiene la capacidad de servir como índice de la identidad al nivel nacional e incluso dialectal. Comparándose con un fenómeno fonético como el del seseo y el de la distinción, el diminutivo es un aspecto importante de la identidad lingüística, que penetra dentro de otras facetas de la identidad. Como resultado, podemos extender el uso del diminutivo como índice de género cuando aislamos las variedades dialectales. Se puede argumentar que debido a la presencia del diminutivo en dichas variantes, la gente es considerada más afectiva o amable; o, por el contrario, el diminutivo es el producto del carácter innato de dichas regiones. Debido a un uso menos común en el Madrid actual, esta región del español castellano es ideal para estudiar cómo el género se relaciona con el uso del diminutivo. Dispar de México, Costa Rica y otras regiones que reconocen muy conscientemente su tratamiento de los diminutivos, el español madrileño no presenta ningún uso particular del diminutivo, fuera de las normas genéricas del idioma español en concreto. Por eso, el diminutivo está más marcado en el habla castellana (especialmente en la madrileña) de lo que estaría en Jalisco o Puerto Limón, por ejemplo. La apariencia de tales formas marcadas en este estudio determinará, en parte, la extensión hasta que el uso del diminutivo se indexe dentro del habla usada por los integrantes de un género en concreto.   33  
  • 42. El diminutivo cómo índice del género ¿Por qué se indexa el diminutivo como rasgo femenino? Como hemos comentado en el capítulo 1.3, la identidad masculina (la identidad por defecto) se caracteriza por la virilidad, un poder asociado a la madurez, mientras que la femenina, en una relación de yin/yang, representa el infantilismo. El diminutivo (con su función conceptual) representa originalmente el tamaño pequeño y, por extensión, los niños pequeños. Por lo tanto, no es tan sorprendente que un rasgo “infantil” sea usado por un grupo considerado “infantil”. Además, como hemos comentado en la sección 2.1, a través del tamaño pequeño, existe una conexión entre el diminutivo y la hermosura, una calidad perennemente ligada a las mujeres. Volviendo al tema del infantilismo, Haensch comenta la discrepancia en la percepción del diminutivo por hombres dentro del español septentrional y el del resto del mundo: En la mitad norte y en el centro de España los niños, los mayores cuando hablan a los niños y las mujeres usan más diminutivos que los hombres, en los que el uso demasiado frecuente de diminutivos puede incluso hacer dudar de su virilidad. En América, en cambio, los hombres de todas las clases sociales usan los diminutivos con la misma frecuencia que las demás personas. La supresión de los diminutivos puede expresar indiferencia, rechazo o enfriamiento de las relaciones humanas o, por lo menos, distancia (p. 57). Aunque describe que los hombres y las mujeres de América (también las Canarias y Andalucía) usan los diminutivos con la misma frecuencia, recientemente ha habido diversos estudios sobre el diminutivo en distintos dialectos mexicanos, que sugieren que   34  
  • 43. la distribución no es tan igual. En su estudio sobre las diferencias sexuales en elementos léxicos de los jóvenes tapatíos, Daisuke Kishi (2012) comenta que incluso entre los mexicanos (entre de edades 18 y 25 años) de Guadalajara, hay más instancias del diminutivo por parte de las mujeres en contextos sociales que obligan una demostración de afectividad. Los hombres lo usan más para su función conceptual y en referencia al menor tamaño, mientras que las mujeres pueden acceder a su función estilística más fácilmente. Esto puede ser debido al específico corpus que se ha usado (inventario léxico); mas, de todos modos, muestra que no solo la frecuencia de los diminutivos, sino también su función, son sujeto del género, al contrario de lo que especula Silva-Corvalán (2001), “las diferencias lingüísticas según el sexo son más cuantitativas en vez de cualitativas” (p. 96). Sin embargo, Gutiérrez (2013) presenta una argumentación interesante que demuestra, dentro de la comunidad bilingüe de Houston, que los géneros producen cantidades del diminutivo inversas a lo que anteriormente fue determinado como una de las diferencias cuantitativas entre hombres y mujeres: Mientras otros estudios en medios monolingües han demostrado la preferencia de las mujeres por el uso de los diminutivos o un uso equilibrado por los hablantes de ambos sexos, los hallazgos en el español de la comunidad bilingüe no solo evidencian diferencias claras entre estos dos grupos de hablantes, sino que con ellos Houston se convierte en la única comunidad estudiada en que el uso del diminutivo es favorecido por los hablantes de sexo masculino (p. 313).   35  
  • 44. Por lo tanto, podemos ver que hay algunas tendencias normativas. Primero, se usa el diminutivo con mayor frecuencia fuera de la zona norte-centro de España. Segundo, los hombres dentro de dicha zona usan el diminutivo con mucha menor frecuencia que las mujeres y gente de distintas franjas de edad, mientras que en el resto del mundo hispanohablante la distribución es más equilibrada con algunas excepciones evidentes. Consecuentemente, se puede asumir que, puesto que el diminutivo no se usa de manera tan frecuente en el castellano de Madrid como en otros dialectos, es inherentemente una forma más marcada en esta variedad. Como resultado, su uso invoca ciertas ideologías específicas, ya que el diminutivo se ha indexado como rasgo femenino, debido a su valor afectivo que, a su vez, genera relaciones indexicales adicionales entre los hombres y las mujeres al utilizar el diminutivo. Por lo tanto, el uso excesivo de tal forma marcada asociada con el género femenino por parte de hombres, creará una connotación homosexual. La asociación del diminutivo con una cualidad infantil, también puede ser otra manera de explicar el precepto posible de homosexual por el uso excesivo del diminutivo. Se espera que el género masculino sea fuerte, maduro y capaz de manejar situaciones difíciles. Por el contrario, un niño es necesariamente débil físicamente, inmaduro y falta de desarrollo cognitivo y social. Dadas las expectativas de las sociedades patriarcales para los niños frente a las de los adultos, las mujeres suelen mostrar más características empequeñecidas de las que los hombres idealmente ostentan. En especial, el punto de vista misógino de que una mujer es innatamente más débil y menos inteligente que un hombre equipara el papel de las mujeres al de un niño. Es decir, que las mujeres tienen menos valor que los hombres ya que no son maduras. Similarmente, si un hombre, que se   36  
  • 45. supone que encaja en estas características más fuertes y “positivas”, se considera más suave de lo que la norma dicta, frecuentemente es castigado por ser infantil o afeminando, ambas interpretaciones dañan intrínsecamente el “ego”. Con respecto a esto, los homosexuales, y los hombres homosexuales en particular, sufren de un sentido de identidad conflictiva, ya que no pueden contrarrestar que se les considere que no cumplen su papel genérico esperado, ya que su orientación sexual rechaza las expectativas sociales convencionales. En su estudio acerca de la historia de los homosexuales mexicanos (2002), Monsiváis describe el tratamiento que han recibido durante los años 30: La única seña de salud mental de los gays es el exilio. Quedarse es asumir el castigo, la burla permanente, el trato reservado a los eternos menores de edad (se emplea con ellos el diminutivo, para subrayar que nunca son adultos) (p.98). Lo que esto demuestra es que, según los pensamientos actuales de la época, el diminutivo se ha usado dentro de ciertas poblaciones mexicanas como burla de los homosexuales que no se consideraban hombres “de verdad”. Reexaminamos el término “maricón” en comparación con “mariquita.” Ambos son vocablos peyorativos para designar a un hombre homosexual. Su raíz es el nombre María (quizás el nombre femenino más asociado con las mujeres debido a las implicaciones religiosas de la Virgen), que ha experimentado la sufijación de la variante del diminutivo “–ica” (María + “–ica” > marica). Marica, que ya no se usa como apodo para el nombre María, también se usa como término vulgar para hombre gay. Después, hay dos procesos paralelos de afijación que se dan en la creación de los dos términos: la agregación del aumentativo “on” (María + “–ica” > marica + “–on” > maricón: al hacerlo, crea un epíteto más potente y negativo) y la reduplicación del diminutivo “-ita” agregado al preexistente “–ica”   37  
  • 46. (María + “–ica” > marica + “–ita” > mariquita). El hecho de que haya dos términos peyorativos designativos para los hombres gay, que son el resultado de procesos morfológicos centrados en el diminutivo, demuestra que el diminutivo de hecho sí ha sido co-indexado como rasgo homosexual (hasta cierto punto), además de ser índice de la feminidad. El tratamiento de los gay mexicanos y el desarrollo del epíteto peyorativo “maricón” se sucedieron independientemente de que los hombres gay hubieran usado o no el diminutivo con mayor o menor frecuencia, sino que es a causa de su relación femenina. Sin embargo, hay evidencias de que, por lo menos dentro de algunas comunidades, los hombres homosexuales favorecen el uso del diminutivo. En diversas correspondencias entre García Lorca y Salvador Dalí (2013), el famoso pintor surrealista trataba a su amante con múltiples ejemplos explícitos del diminutivo. Del libro recién publicado sobre las correspondencias entre los dos, hemos destacado dos cartas (una de cada uno al otro) de los años 1927 y 1928. En su correspondencia a Dalí (p. 109-11), el granadino utilizó diez formas diferentes del diminutivo un total de once veces, la mayoría teniendo valor afectivo, en especial las dirigidas a Dalí: contiguito, hijito. En su comunicación más larga a Lorca (p. 146-50), el pintor usa pocas formas diminutivizadas en las primeras secciones (las cuales son de análisis literario), pero al final emplea trece ejemplos en total, sobre todo de tipo afectivo relativos a su amante y de manera bastante sensual: “Federiquito[…]he visto a ti, la bestiecita que eres, bestiecita erótica con tus pequeños ojos de tu cuerpo” (p. 149).§§ Hay que tener en cuenta que los usos del diminutivo por Lorca, como andaluz, no son muy sorprendentes ni son tan afectivos como los de Dalí. En particular, el segundo se refiere a                                                                                                                 §§  Cursiva  de  la  cita  original.     38  
  • 47. Lorca como Federiquito o Lorquito con mayor frecuencia (tantas veces que da nombre al título del libro Querido Salvador, querido Lorquito), pero Lorca no le trata ninguna vez de ‘Salvadorcito’. Es decir, que no todos los homosexuales hablan de manera exactamente igual, tal y como no todos los miembros dentro de un grupo (sea ancianos o mujeres) se comportan de manera parecida. Si tenemos en cuenta los principios de Lakoff comentados anteriormente en la sección 1.3, se puede comprender el diminutivo como herramienta para mantener una distancia “femenina” como falta de expresión de poder. Puesto que una función del diminutivo sirve para hacer referencia a un tamaño pequeño y, por asociación, también equivalente a no tener poder y a ser esencialmente la antítesis de lo que la sociedad ha construido como características masculinas adecuadas. Por ejemplo, cualidades tales como dainty, slender y petite son cumplidos apreciados entre las mujeres. Por otro lado, un hombre se sentiría insultado al ser referido así, ya que tiene connotaciones femeninas, lo que por extensión, tiene connotaciones de debilidad. La misma idea vale para el uso del término peyorativo, “maricón”; principalmente usado para insultar gravemente, ya que cuestiona la “masculinidad” del hombre referido. Al usar el diminutivo en contextos “inapropiados”, un hombre heterosexual afronta la posibilidad de ser considerado afeminado u homosexual por el interlocutor, así su imagen de “hombre” es amenazada y, como consecuencia, uno de los aspectos más básicos de su identidad. Se puede adaptar el esquema de Ochs que hemos presentado en la Sección 1.3 con el uso del diminutivo en el castellano para evaluar su proceso dentro de la indexicalidad,   39  
  • 48. basado en las funciones presentadas por Regúnaga. Por eso, proporcionamos el siguiente desglose de las relaciones indexicales con respecto al uso del diminutivo en Madrid: El diminutivo inicialmente se refiere a los objetos de menor tamaño. Las cosas pequeñas se asocian con lo infantil y un sentido de afectividad. Las mujeres se asocian con el mundo afectivo. Luego, el diminutivo no es directamente índice de género, sino que amplía su significado a través de un proceso sociocultural y cognitivo: el diminutivo ≠ lo femenino. El diminutivo = lo cariñoso y lo cariñoso = lo femenino.   40  
  • 49. TRABAJO DE CAMPO Hipótesis Hemos comentado que la identidad es el resultado de expectativas sociales que permean a través de todos los ámbitos de la vida y que la indexicalidad es un proceso que liga conceptos abstractos a la representación externa de la identidad. El género es un constructo social de mayor importancia y, como consecuencia, juega un gran papel en la identidad lingüística a través de índices visibles. El diminutivo, un rasgo morfológico que ha sufrido mucha evolución a través del tiempo y de la geografía, sirve como índice del género debido a sus valores socio-pragmáticos. Consecuentemente, la hipótesis es que el diminutivo, además de ser índice del género femenino, se ha co-indexado con un estilo gay. Como consecuencia de que el diminutivo se perciba como rasgo femenino puesto que el valor afectivo se asocia más con la identidad femenina, el uso de diminutivos por parte de los hombres no se acepta al mismo nivel, ya que existe una asociación entre la frecuencia del uso del diminutivo y la sexualidad del hablante que perciben los demás. Por lo tanto, las personas tendrán menos tolerancia, en especial con la frecuencia “excesiva” de diminutivos entre los hombres, los cuales serán considerados más femeninos e incluso homosexuales. Este precepto es debido en parte a la asociación del diminutivo con la infancia, que es el contrario de lo que representa la masculinidad y que corresponde con el valor afectivo, un aspecto considerado femenino, y se ve de modo más claro cuanta mayor frecuencia de uso. Las mujeres, en cambio, que casi no utilizan el diminutivo en absoluto, serán percibidos como menos femeninas, por relaciones inversas de las asociaciones susodichas.   41  
  • 50. Metodología Población de estudio Para limitar la cantidad de variables externas, la población de este estudio abarca solo a los nativos de la ciudad de Madrid (que lleven al menos diez años). Esto es por dos razones: la primera, como hemos comentado en las secciones 2.2 y 2.3, los otros dialectos del español no tienen el diminutivo como forma tan marcada en comparación con la variedad de castellano hablada en Madrid. Teniendo esto en cuenta, es imperativo que eliminemos la posibilidad de influencia de la variación dialectal en los aspectos cuantitativos y cualitativos del estudio. Sin embargo, debido a la naturaleza en línea de la encuesta (detallada a continuación), no es posible asegurar que todos los informantes sean madrileños realmente. Además, es muy difícil medir la exposición de todos los variantes del español, como Madrid es un centro de desarrollo económico para inmigrantes latinoamericanos y españoles de otras zonas del país. Además de la presencia directa de otros tipos de hablantes, la naturaleza cada vez más globalizada de los medios de comunicación hispanohablantes en forma de música, televisión y cine, ha tenido un impacto en todas las variedades, hasta tal punto que juega un papel en la indexicalidad dialectal, pero que no ha sido probado. No obstante, mantenemos que los resultados obtenidos del estudio son científicamente válidos, tanto como que se puede esperar de tal investigación. Finalmente, hemos obtenido 53 participantes, de los cuales 19 son hombres y 34 mujeres (35,85% y 64,15%, respectivamente). El desglose de franja de edades de la   42  
  • 51. población total es así: 4 de 18-24 años (7,55%), 17 de 25-34 (32,08%), 19 de 35-44 (35,85%), 11 de 45-54 (20,75%) y 2 de 55-64 (3,77%). Metodología Para mostrar que el diminutivo está indexado de hecho con el género femenino y que su percibido uso excesivo en el habla de los hombres crea un precepto afeminado, hemos diseñado un cuestionario que aborda las distintas funciones del diminutivo, según Regúnaga. No hemos utilizado grabaciones como método de medir las percepciones de los encuestados como múltiples factores ajenos que inevitablemente entran en juego. Además de los rasgos léxicos y morfosintácticos, nos encontraríamos un bricolaje de características fonéticas, los cuales suelen ser más notables en la indexación de género y sexualidad (como describen Podesva, et al.). Por lo tanto, las grabaciones no se utilizan para limitar la exposición a variables fonéticas y léxicas, las cuales pueden contaminar los hallazgos de ese estudio. Como resultado, la encuesta es totalmente escrita y se ha completado con la colaboración de nativos españoles para eliminar la influencia external. El cuestionario se divide en cuatro secciones: una hoja preliminar dedicada a obtener datos demográficos, una parte que requiere a los informantes asociar unas diez oraciones con hablantes hipotéticos, otra sección cualitativa en la que los participantes deben evaluar la adecuación de cuatro enunciados basados en el género y la edad, y por último, un conjunto de preguntas cualitativas con respecto al uso directo del diminutivo. Antes del comienzo del cuestionario en sí mismo, los encuestados proporcionaron datos personales, tales como la edad y el género. Estos dos datos han sido las variables específicas usadas en este estudio para tener en cuenta los factores sociales en las   43  
  • 52. respuestas de los participantes. Como consecuencia, con respecto a la cuantificación de los resultados, las respuestas están divididas por sexo (dos conjuntos de estadísticas para los hombres y las mujeres) y por edad (dos conjuntos para que llamaremos los “jóvenes” de 18 a 34 años y “mayores”, más de 35), además de otro grupo para la población total que engloba los precedentes. Aunque había preguntas adicionales sobre si los participantes tenían hijos y otras en cuanto al nivel de estudios completado y el estado de ocupación actual, finalmente no son pertinentes en la colección de datos, puesto que la población del estudio altera estas cifras (Ej. un porcentaje abrumadoramente alto tiene nivel de educación universitaria, por eso no tiene sentido usarlo como variable ya que no habría suficientes participantes que representaran distintas categorías). La segunda parte de la encuesta marca el comienzo del conjunto de datos pertinentes del estudio. En esta área (véase Apéndice B), hemos proporcionado diez oraciones distintas, incluidas: interrogativas, declarativas y exclamativas, con usos variados del diminutivo incluyendo las con cero, o una o dos instancias del diminutivo en cada ejemplo. Para cada oración, los encuestados tuvieron que elegir la(s) persona(s) más probable(s) para decir la frase, escogiendo entre un niño, una niña, un hombre, una mujer, un anciano, o una anciana, con la posibilidad de elegir desde uno hasta seis personas. Al hacer esto así, podemos examinar si la mera frecuencia, además de la función del diminutivo, juega un papel en la percepción de la masculinidad y de la feminidad de los hablantes y si la edad es un factor en este juicio, con la esperanza de que los participantes asociarán estas frases con diminutivos a las opciones femeninas, en lugar de sus homólogos masculinos.   44  
  • 53. Para estrechar la posibilidad de que el contexto cree un sesgo en los datos, las diez oraciones fueron separadas por tema; tres “tópicamente masculinas” y tres “tópicamente femeninas” además de cuatro que pertenecen a un tema más “neutral” (el fútbol, los quehaceres domésticos y asuntos relacionados con la escuela, respectivamente). Dentro de las tres oraciones “masculinas” y de las tres “femeninas”, hemos dividido cada oración bien con dos, una o ninguna ocurrencia de una forma diminutivizada. En el caso de las cuatro frases neutrales, hemos incluido una adicional frase no marcada, también (Ej. dos frases sin ningún ejemplo de diminutivo, una con un solo diminutivo y otro con dos ejemplos). También con motivo de limitar sesgos, las terminaciones del diminutivo usadas en el ejemplo son en mayor parte del tipo “–ito” (siete ejemplos), aunque hemos utilizado un ejemplo en “–illo” y otro en “–in”. De las seis oraciones que contienen nueve formas diminutivizadas, hemos proporcionado tres ejemplos conceptuales: uno con la referencia al tamaño pequeño (oración 4) y dos lexicalizados (oraciones 1 y 6); y seis ejemplos estilísticos: dos con el valor afectivo (oración 7), tres con el valor irónico (oraciones 5 y 6) y uno con el valor depreciativo (oración 9). De hecho, muchos de los ejemplos estilísticos son un poco ambiguos porque sin ser enunciados, faltan los datos suprasegmentales que proveen la aclaración sobre el propósito del diminutivo. La siguiente sección también es parte del conjunto de datos cuantitativos. Mientras que la parte anterior trata las expectativas del uso del diminutivo en relación a las personas prototípicas, el objetivo de esta sección es la evaluación concreta del habla de personas determinadas (véase Apéndice C). Específicamente, se espera que el uso excesivo del diminutivo, sobre todo el de valor afectivo, sea propio de las mujeres e inapropiado en el caso de los hombres. De manera paralela, se espera que el mismo   45  
  • 54. fenómeno suceda entre los de menor y mayor edad. Cuatro enunciados distintos fueron creados, atribuidos a un hombre o a una mujer de edades distintas. Dos oraciones no presentan ningún tipo de diminutivo, y dos sí tienen ejemplos de la función estilística. La primera oración contiene dos formas y la última tres, todas con el valor afectivo. Parecido a la sección anterior, los ejemplos incluyen tres terminaciones en “–ito”, una en “–illo” y una en “–in”, para eliminar interferencias dialectales. Cada oración fue acompañada por tres preguntas relativas a la adecuación de la declaración, basada en la edad y el género presentados del hablante inventado, y si la adecuación cambiaría al pronunciarlo por una persona del otro sexo u otro grupo de edad. Para clasificar la adecuación, los encuestados seleccionaron entre totalmente apropiado, adecuado, neutral, inadecuado o totalmente inapropiado. La última sección consiste en seis preguntas abiertas que proporcionan datos cualitativos sobre las percepciones que tienen los informantes en cuanto al uso y los usuarios del diminutivo (véase Apéndice D). Estas cuestiones preguntaron directamente a los encuestados quién creían ellos que utilizaba el diminutivo con más frecuencia (entre los géneros, igual que entre las franjas de edad), en qué momento lo utilizan ellos mismos, cómo se sentían cuando eran tratados con el diminutivo por parte de otras personas, y si los hombres y las mujer son más o menos femeninos dependiendo de la frecuencia de su uso.   46  
  • 55. Resultados/Análisis PARTE CUANTITATIVA Como se ha mencionado antes, hemos dividido la cuantificación de los datos en cuatro grupos (hombres, mujeres, jóvenes y mayores) en comparación con la población total. De la primera parte de la encuesta (véase Apéndice B), las cuatro oraciones sin ningún tipo de diminutivo sirven como variable de “control”. El mismo concepto sucede con la segunda parte (véase Apéndice C) así solo nos centramos en las oraciones con uno, dos o tres ejemplos de diminutivo (de Parte A: oraciones 1, 4, 5, 6, 7 y 9; de Parte B: 1 y 4). Cifras de la Parte A Lo que nos interesa más de la parte A es la proporción de participantes que asocian las oraciones diminutivizadas con el habla femenina. En la primera oración, El campeonato empieza en unos minutillos, los participantes han contestado un 51,1% que más probable que sea dicha por el sexo femenino (27,2%-mujer; 16,3%-anciana; 7,6% niña). Para la frase ¿Son los compañeros de Juan quienes me señalan con este gestito raro, un 63,1% (31,5%-mujer; 20,7%-niña; 10,9%-anciana). La siguiente oración, Quiero jugar al futbol también, pero no tengo ni zapatitos ni una pelotita: 55,2% (42%-niña; 10,3%-mujer; 2,6%-anciana). La próxima, Laura puso un poquitín de pegamento en el pupitre del alumnito preferido del maestro: 68,3% (34,1%-niña; 20,1%-mujer; 14,1%anciana). La penúltima, Sin quemarte las manecitas, pon la ollita en el fregadero: 87,4% (43,1%-anciana; 41,8%-mujer; 2,5%-niña). Y finalmente, ¿Puedes quitar el polvo de las tres mesitas de la sala?: 73,1% (45,9%-mujer; 27,1%-anciana; 0.1%-niña).   47  
  • 56. Ahora, dividimos las mismas respuestas según los resultados procurados por los hombres frente a de las mujeres, siguiendo el mismo patrón de mostrar la probabilidad de ser femenina. El campeonato empieza en unos minutillos: los hombres respondieron22,0% (20,0%-mujer; 11,4% anciana; 8,6%-niña), las mujeres- 57,9% (31,6%-mujer; 19,3%-anciana, 7,0%-niña). Son los compañeros de Juan quienes me señalan con este gestito raro: los hombres creen- 58,8% (32,4%-mujer; 17,6%-niña; 8,8%-anciana), las mujeres- 65,5% (31,0%-mujer; 22,4%-niña; 12,1%-anciana). Quiero jugar al fútbol también, pero no tengo ni zapatitos ni una pelotita: los hombres respondieron- 53,4% (36,7%-niña; 10,0%-mujer; 6,7%-anciana) las mujeres- 56,2% (45,8%-niña; 10,4%mujer; 0,0%-anciana). Laura puso un poquitín de pegamento en el pupitre del alumnito preferido del maestro: los hombres creen- 56,7% (27,3%-niña; 27,3%-mujer; 12,1%anciana), las mujeres- 69,3% (38,%-niña; 15,4%-mujer; 15,4%-anciana). Sin quemarte las manecitas, pon la ollita en el fregadero: los hombres respondieron- 83,8% (41,9%mujer; 41,9%-anciana; 0,0%-niña), las mujeres- 89,7% (43,8%-anciana; 41,7%-mujer; 4,2%-niña). ¿Puedes quitar el polvo de las tres mesitas de la sala?: los hombres creen67,4% (39,1%-mujer; 28,3%-anciana; 0,0%-niña), las mujeres- 78,5% (50,8%-mujer; 26,2%-anciana; 1,5%-niña). Dividimos las mismas respuestas según los resultados procurados por los “jóvenes” (entre 18 y 34 años) frente a los “mayores” (entre 35 y 64 años). El campeonato empieza en unos minutillos: los jóvenes respondieron- 47,4% (31,6%-mujer; 7,9% anciana; 7,9%-niña), los mayores- 53,7% (24,1%-mujer; 22,2%-anciana, 7,4%niña). ¿Son los compañeros de Juan quienes me señalan con este gestito raro?: los jóvenes- 55,9% (23,3%-mujer; 23,3%-niña; 9,3%-anciana), los mayores- 69,4% (38,8%-   48  
  • 57. mujer; 18,4%-niña; 12,2%-anciana). Quiero jugar al fútbol también, pero no tengo ni zapatitos ni una pelotita: los jóvenes- 52,9% (38,2%-niña; 11,8%-mujer; 2,9%-anciana) los mayores- 56,9% (45,5%-niña; 9,1%-mujer; 2,3%-anciana). Laura puso un poquitín de pegamento en el pupitre del alumnito preferido del maestro: los jóvenes- 70,6% (38,2%niña; 20,6%-mujer; 11,8%-anciana), los mayores- 66,7% (31,4%-niña; 19,6%-mujer; 15,7%-anciana). Sin quemarte las manecitas, pon la ollita en el fregadero: los jóvenes88,2% (47,1%-mujer; 38,2%-anciana; 2,9%-niña), los mayores- 86,7% (46,7%-anciana; 37,8%-mujer; 2,2%-niña). ¿Puedes quitar el polvo de las tres mesitas de la sala?: los jóvenes- 76,6% (42,6%-mujer; 34,0%-anciana; 0,0%-niña), los mayores- 71,9% (48,4%mujer; 21,9%-anciana; 1,6%-niña). Figura 1. Respuestas para la oración 1 de parte A. Al analizar los datos de ciertas preguntas de esta primera sección, vemos un fenómeno interesante que ocurre con los participantes con respecto a la oración 1. Aunque hay una ligera asociación femenina con el diminutivo en El campeonato empieza   49  
  • 58. en unos minutillos, es notable destacar una conexión entre las respuestas con los grupos que han contestado así. En la figura 1, que compara las respuestas de la población total frente a las de los otros grupos (véase clave al lado), parece que, más que una relación entre el uso del diminutivo y el género femenino, cada grupo ha elegido en su respuesta el grupo con el que se identifica. Es decir, dentro de los hombres, “hombre” ha recibido la mayor cantidad de respuestas, mientras que las mujeres han seleccionado “mujer” con mayor frecuencia. Algo interesante pasa al separar los participantes por edad. Aunque “hombre” y “mujer” todavía reciben la mayoría de votos (bien que con menos discrepancia entre los dos), los jóvenes creen que es más probable que sea dicha por un niño o niña que un anciano o anciana, y los mayores de edad creen que es mucho más probable que sea dicha por anciano o anciana en vez de niño-a. Es decir, que aunque “hombre” y “mujer” son el prototipo, un individuo puede imaginar con mayor facilidad que alguien de misma franja de edad la dijera, aunque este ejemplo trata el tema masculino. Así, podemos deducir que la palabra “minutillo” ha experimentado un pequeño proceso de lexicalización (por lo menos dentro de la comunidad madrileña) dado el equilibrio relativo entre las respuestas de los pares sexuales dentro de las generaciones. Seguimos con el análisis de las oraciones 7 y 9 (véase figuras 2 y 3), las cuales contienen dos ejemplos (de valor afectivo) y un ejemplo (de valor depreciativo) del diminutivo respectivamente. Estas dos frases tienen un tema femenino (que está relacionado con los quehaceres domésticos) y, como resultado han recibido abrumadoramente respuestas femeninas sin respuestas de “niño-a”; del mismo modo, la 7 (con dos ejemplos del diminutivo) casi unánimemente. Es evidente que si existe una conexión de género, será aun más fuerte en contextos socialmente femeninos,   50  
  • 59. especialmente con valor afectivo. Figura 2. Respuestas para la oración 7 de parte A Figura 3. Respuestas para la oración 9 de parte A.   51  
  • 60. Figura 4. Respuestas para la oración 5 de parte A Ahora examinamos la oración 5, la cual tiene dos ejemplos de diminutivo, ambos con valor irónico. Se debe observar que, mientras que las oraciones 7 y 9 eran de un tema femenino, la 5 tratan de uno masculino, los deportes. Como la figura 4 demuestra, la inmensa mayoría ha contestado que probablemente será dicha por un niño o niña y muy pocos han creído que sea de un hombre. De hecho, cada grupo cree que hay más probabilidad que una niña la diga, con la excepción de los jóvenes, quienes han respondido que hay igual probabilidad entre los niños y niñas. Sin embargo, cada grupo ha respondido que una mujer es más probable (después de los niños) que diga esta frase, aunque los ancianos han recibido más votos que las ancianas. Será que los contenidos de esta oración, a falta de tener los objetos en cuestión, connotan un estado de impotencia, vinculado con las dos formas diminutivizadas, y amenazan la imagen de hombre. Así que, dicha oración no se asocia fácilmente con lo masculino.   52  
  • 61. Figura 5. Respuestas para la oración 4 de parte A En la oración 4, los contenidos tienen un tema neutro (lo escolástico) con un solo ejemplo de diminutivo (referencia al tamaño). Sin embargo, la Figura 5 muestra que dentro de los pares sexuales, el femenino suele recibir más votos, con algunas excepciones. Primero, los jóvenes creen que existe la misma probabilidad de que la emita un niño o una niña (que coincide con la probabilidad de mujer). Segundo, los hombres creen que hay una ligeramente mayor probabilidad de que un anciano diga la oración en lugar de una anciana. Es sorprendente que las respuestas masculinas no recibieran más votos, ya que se espera que los hombres puedan acceder a la función conceptual del diminutivo con más facilidad que a la estilística. Sin embargo, los resultados de la oración 4 no son tan increíbles como los de la oración 6. La oración 6, también de tema escolástico, tiene dos ejemplos del diminutivo, uno de lexicalización y el otro de valor irónico. Se espera que un hombre pueda utilizar estos   53  
  • 62. dos tipos del diminutivo sin mucha resistencia ya que no son tan amenazantes para la imagen masculina como los de valor afectivo, por ejemplo. No obstante, como la Figura 6 indica, esta clase de frase se percibe como dicha por niños (por una niña, sobre todo) y después por una mujer. De hecho, los hombres y los jóvenes han contestado que hay más probabilidad de que una mujer la diga que un niño. De todos modos, que un hombre diga la frase ha resultado muy extraño, y ha recibido la mínima cantidad de votos dentro de cada grupo. Como en la mayoría de las otras preguntas, las femeninas siempre se reciben con mayor probabilidad que sus homólogos masculinos. Figura 6. Respuestas para la oración 6 de parte A Cifras de Parte B El componente de la evaluación de adecuación conlleva dos enunciados diminutivizados. Para el primer enunciado, que tiene dos ejemplos del diminutivo por parte de un hombre de 25 años, nos vamos a centrar en las cifras de inadecuado y   54