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Mensaje sobre el Proceso de Transición hacia la
democracia
Introducción
La Iglesia, que nunca estuvo ausente de la vida nacional, tampoco lo
está ahora, cuando el gran desafío es el de encauzar el anhelo de cambios
de todo un pueblo, sobrellevando no pocas dificultades. A partir de la
etapa iniciada en febrero de 1989, el Paraguay vive una nueva realidad
histórica. Sin pretender formular un juicio defenitivo sobre esta etapa,
salta a la vista que los desafíos y las posibilidades surgidas a partir de
esa fecha, abren nuevas perspectivas para nuestro pueblo.
En verdad a lo largo de nuestra historia y por diversas circunstancias,
muchos han sido los desafíos que debió enfrentar el pueblo paraguayo.
Guerras internacionales y conflictos internos; horas de confusión y
desconcierto; precariedad de recursos de toda clase; emergencias
derivadas de fenómenos naturales como inundaciones y sequias, etc.,
han puesto a prueba al hombre de este suelo.
En cada una de esas circunstancias difíciles, el hombre paraguayo
encontró la fuerza necesaria para superar tales contingencias. Pueblo
austero y sacrificado, su fe en Dios y su devoción a la Virgen María
y la unidad solidaria y fraterna le permitiron enfrentar desafíos y
correr graves riesgos con dignidad y honestidad.
Los Obispos del Paraguay somos conscientes de las complicaciones
de toda clase que debe superar nuestra incipiente democracia, lo que
de ninguna manera impide vislumbrar el futuro promisorio y
estimulante que se abre, a partir de una nueva forma de concebir la
política y la participación ciudadana en la búsqueda del bien común.
No olvidamos, tampoco, la influencia que tienen los acontecimientos
internacionales en la vida de nuestro país. Y aunque no nos
corresponde incursionar en el campo de la política partidaria ni
desconocemos la competencia de los organismos, de las instituciones,
de las personas dedicadas a la construcción del bien común, queremos
sumar nuestro aporte desde la visión de fe cristiana y ofrecer la
milenaria experiencia de la Iglesia que es, ciertamente, Madre y
Maestra de los hombres y de los Pueblos.
Estas reflexiones quieren ser un gesto de servicio y un llamado a la
conciencias de nuestro conciudadanos, sobre las condiciones
necesarias para la consolidación de la democracia.
Los límites que tiene nuestra intervención, no disminuyen el sincero
y profundo afecto con que ponemos en manos de todos este mensaje,
el que lo realizamos con convicción y esperanza en la capacidad de
nuestro pueblo de constituirse en sujeto y agente de cambio que
permita mejores días para el país.
1. DILEMAS Y DESAFÍOS DE NUESTRA REALIDAD PRESENTE
Con frecuencia los Obispos nos reunimos para reflexionar sobre la
realidad del país y de la Iglesia. Como Pastores, buscamos ayudar a
superar los problemas que afectan, tanto la vida de nuestro pueblo
como el proceso de evangelización del mismo.
Con satisfacción, percibimos la gran esperanza que muchos
paraguayos depositan en el juicio y en la doctrina de la Iglesia con
relación a los distintos temas y situaciones de la vida nacional.
El Paraguay vive hoy un momento cargado de dilemas y desafíos.
Consideramos que hay algunos que por su importancia, requieren de
un mayor esfuerzo para superarlos, por el bien de todos.
a) Estridentes diferencias sociales
Más de una vez hemos señalado las estridentes diferencias sociales
en nuestra población. Si bien con el paso de los años esto fue
adquiriendo diferentes grados de complejidad, en las últimas décadas,
por imperio de una mayor afluencia de capitales al país, se ha
ensanchado la brecha entre ricos y pobres. Y estas diferencias, que
ya antes existían, en un ambiente de libertad política y ante el
crecimiento en la conciencia social del pueblo, se expresan con mayor
agresividad.
Es evidente que esta reflexión no significa rechazar las obras de
progreso ni la preocupación por inversiones que ayuden a la
industrialización del país. Pero desconocer esta realidad de grandes
diferencias sociales, puede resultar muy grave en momentos de
transición democrática, pues la polarización económica agudizará y
cristalizará tales diferencias, con toda una secuela de graves
consecuencias para el futuro.
b) Democracia Política o Democracia Social
Nos preocupa también el dilema planteado de democracia política o
democracia social. La democracia política implica el reconocimiento
explícito de la igualdad de derechos de todos los ciudadanos. Pero el
punto de partida de esta etapa de nuestra vida democrática se da, lo
afirmamos recién, dentro de un ordenamiento social herido por
profundas desigualdades. Ilusoria y falaz es la democratización cuando
la consilidación de las desigualdades se traduce en una injusta
concentración del poder real de decisión.
En efecto, las desigualdades económicas y sociales hacen que las
oportunidades, beneficios y responsabilidades no sean equitativamente
distribuidas entre todos. Será imprescindible que los gobiernos
democráticos dinamicen los mecanismos de movilidad y nivelación
social para afianzar el anhelo de una democracia estable y justa.
c) Democracia política y Desarrollo económico
América Latina vive un retorno generalizado al sistema democrático.
Pero también es un momento de honda crisis económica. Hemos
terminado una década que en el aspecto socio-económico algunos
han caracterizado como "la década perdida" para América Latina.
Ante tales circunstancias, la relación entre la democracia política y el
desarrollo económico surge como un riesgo que no se puede ignorar.
Diversos modelos propuestos para superar el atraso, la pobreza y la
dependencia de nuestros pueblos, se han agotado y han fracasado en décadas
anteriores.
Este fue un ingrediente importante en la decadencia de regímenes
dictatoriales. Tienden a declinar los modelos dirigistas o populistas
ante lo cual resurgen propuestas neo-liberales que pregonan la
necesidad de disminuir el papel del Estado y alientan la iniciativa
privada. Cabe señalar que tales esquemas, aplicados en el pasado, no
solo tampoco han generado progreso y justicia social, sino que han
acarreado mayor miseria y desigualdad. La experiencia enseña, por
otra parte, que cuando las espectativas de majoría no se traducen en
la realidad, resurge la tentación de reincidir en sistema políticos
autoritarios, pese a las funestas consecuencias que estos han conllevado.
d) Voluntad de la mayoría y Orden Moral
Estos nos lleva a considerar otra importante cuestión que es la
contraposición que a menudo surge en las democracias contempo-
ráneas entre la voluntad de la mayoría y el orden moral. Y es que no
falta quien piense que lo legítimo no tiene otro límite que la voluntad
popular. Presumen, quienes así piensan, que la verdad moral reposa
en la opinion de la mayoría. Esto hace que se establezca un relativismo
moral por el cual lo válido es aquello que se adecua a circunstancias
históricas o culturales. La crisis moral contemporánea no solo afecta
el ideal democrático sino que recibe apoyo cuando se prescinde de
un ordenamiento moral objetivo. Los antiguos griegos ya señalaban
que esto lleva a la anarquía. Sin caer en moralismos, debemos expresar
esta preocupación pues también nuestra democracia debe afrontar
este dilema de gran significación, asumiendo la vigencia de un orden
moral objetivo que proviene del designio divino y no de la voluntad
de los hombres. En la perspectiva cristiana, en efecto, la libertad no
es absoluta, sino vinculada a la ley natural, que expresa el ser íntimo
del hombre y su vocación transcendente.
e) Tradición autoritaria y cultura democrática
Cuando años atrás los Obispos del Paraguay convocabamos al Diálogo
Nacional, señalábamos la tradición autoritaria propia de nuestro modo
de ser. El dilema hoy se presenta entre tradición autoritaria y cultura
democrática. Regímenes de gobierno y hábitos culturales, despóticos
o paternalistas, han dejado huellas profundas en la conciencia y en la
conducta, tanto de personas como de la sociedad. El autoritarismo
desconoce el derecho y la responsabilidad de los ciudadanos de tomar
decisiones en cuestiones importantes y de asumir el riesgo de afrontar
las consecuencias de las mismas. Esto mismo explica que en
disminución de mecanismos represivos, se expresen demandas
sociales sin restricciones, con la consecuencia eventual de
exageraciones o desbordes y agitación que tanto temor provocan en
los espíritus acostumbrados al inmovilismo social. De ahí la
importancia del ejercicio de mecanismos democráticos en los núcleos
sociales más reducidos, en las asociaciones intermedias, en las
regiones y municipios, donde los ciudadanos adquieren experiencia como
electores o elegidos.
f) Falta de tradición participativa
Por la importancia que tiene, queremos subrayar la falta de tradición
participativa. Es cierto que durante la colonia, los habitantes de la
Provincia del Paraguay tuvieron algunos privilegios de participación
en cabildos y órganos administrativos. En la etapa independiente, los
regímenes personalistas y autoritarios borraron tales hábitos. Si bien
la Constitución de 1870 dio ciertamente, un ropaje jurídico, en la
práctica se desconocieron frecuentemente los derechos del pueblo a
la participación ciudadana. Los partidos politicos que surgieron a
fines del siglo pasado, demostraron en todo este tiempo escasa
procupación por dar al pueblo una educación genuinamente
democrática y participativa, lo que en la práctica aún hoy se refleja
por la ausencia de canales de participación popular en la gestión y
conducción de los mismos.
g) Fragilidad de estructuras intermedias
Esta tradición autoritaria determinó la fragilidad de las estructuras
intermedias. Las estructuras asociativas de la sociedad civil han sido
apéndices y hasta instrumentos serviles del poder central. Pocos son
los grupos que escaparon a ese condicionamiento. De ahi la
importancia de rehacer el tejido social de la nación, prioridad señalada
en el Plan de Pastoral Orgánica de la Iglesia y subrayada por el mismo
Papa Juan Pablo II en su visita a nuestro país.
h) El racionalismo e individialismo jurídico y el formalismo democrático
El racionalismo e individualismo jurídico y el formalismo democrático
constituyen una preocupante ralidad. A partir de la Constitución de
1870 todo el edificio jurídico se erigió sobre la base de una concepción
positivista de derecho, que se aleja del fundamento moral del derecho
natural para acentuar unilateralmente los aspectos formales. Así, fue
mayor la preocupación por buscar la perfección formal de las normas
legales que atender a la realidad histórica y cultural de nuestro pueblo.
En años recientes hemos apreciado y lamentado que esas formalidades
democráticas no impedían la violación flagrante de las normas morales
más elementales de la convivencia humana.
i) Democracia representativa y democracia participativa
No se puede dejar de mencionar el problema de la democracia
representativa y la democracia participativa. Nadie duda que es una
utopía pensar en una democracia directa al estilo de la Grecia Antigua
o de los "Cabildos abiertos" de nuestra era colonial. El ordenamiento
constitucional del país establece la democracia representativa, en la
que el pueblo no delibera ni gobierna sino por medio de sus
represetantes. La voluntad popular se expresa en comicios, plebiscitos
o referendos. Esto mismo hace necesario que los mecanismos de
consulta de la voluntad popular sean constantes. Solo así se evitará la
evidente desconfianza hacia la clase política y el visible índice de
adstención electoral que desvirtúa la misma esencia de la legitimidad democrática.
j) Partidos políticos y movimientos sociales
No se puede ignorar la creciente hostilidad hacia los partidos políticos.
Surgidos como instancias de mediación en los órganos der
representatividad democrática y ordenados a los fines electorales de
la democracia representativa, muchas veces se ven hoy cuestionados
desde otras instancias sociales, y a menudo desbordados en su propio
seno, por demandas de participación más amplia y permanente. Por
eso la proliferación de movimientos sociales, de toda laya, que
procuran ocupar el vacío dejado por los partidos políticos, y que al
impugnar su representatividad ponen en cuestión su misma razón
de ser. El Código Electoral hoy vigente abre las puestas a esta realidad
al posibilitar las candidaturas independientes.
k) Clientelismo y prebendarismo
La pugna política, de hecho, ha derivado en el grave mal del
clientelismo y prebendarismo. En lugar de buscar la conquista del
electorado mediante propuestas y programas, el tráfico de influencias
y prebendas hizo que el Estado se convertirá en botín de guerra. Lejos
de ser instrumento del bien común, se volvió antro de la corrupción.
El resultado fue una encarnizada lucha por el poder y una crónica
inestabilidad política que lleva a no pocos a anhelar la paz social aún a costa de la
libertad.
l) Libertad de expresión y condicionamiento de la opinión pública
El dilemma de la libertad de expresión y el condicionamiento de la
opinión pública es de difícil solución. Un sistema democrático implica
una amplia libertad de expresión. Por otra parte, la complejidad y
magnitud de los modernos medios de comunicación hacen que los
mismos estén al alcance solo de grupos de gran poderío económico.
Por otra parte, los propios comunicadores arrastran las deficiencias
de su formación cultural o prejuicios y actitudes sesgadas en favor o
en contra de determinados actores sociales. La manipulación de la
opinion pública en función de los intereses de tales grupos, es un
fenómeno muy frecuente. Los propietarios y responsables de los
medios de comunicación deben percibir la necesidad de autoregular
el servicio que prestan a la sociedad, mediante la adopción de códigos
de ética periodística universalmente aceptados.
Ante este tipo de desafíos, solamente la maduración de una cultura
cívica a través de la educación y la experiencia democrática darán a
la ciudadanía un sentido crítico capaz de discernir y juzgar estos
medios masivos de comunicación.
m) Integración espacial y autonomías regionales
Finalmente debemos señalar un fenómeno paradojal del mundo
contemporáneo: la integración espacial y las autonomías regionales.
Se constituyen hoy grandes bloques económicos y políticos
supranacionales. Simultáneamente, reviven con inusitado vigor los
particularismos nacionales y regionales.
Conciliar ambas tendencias es uno de los desafíos de la democracia.
Esto implica dar impulso a la integración y superar el centralismo
para estimular la autonomía y el desarrollo de las comunidades locales.
Resalta, por su importancia, la promoción de regiones y municipios,
ámbitos primarios de participación política, fomento económico y
desarrollo cultural. También en nuestro país se han hecho patentes
estas tendencias, que deberán concretarse en marcos jurídicos e institucionales
apropiados.
2. UNA TAREA DE TODOS
Con claridad y esperanza, a la vista de tantos dilemas y desafíos
queremos reafirmar que todos somos responsables de procurar días
mejores para nuestro pueblo. El camino de la convivencia fraterna y
justa pasa por una democracia sana, fortalecida y consolidada.
Confiamos en la capacidad de los paraguayos para llevar adelante la
tarea de transitar juntos este camino. Es la tarea de todos. Y a todos
los que habitan este suelo convocamos para esta labor que no admite indiferentes.
Mucho hay por hacer. Mucho hay que cambiar. Los Obispos queremos
proponer aquellas iniciativas que creemos más importantes. Y lo
hacemos sabiendo que no agotan las espectativas de nuestro pueblo
ni abarcan todos los requerimientos de los paraguayos. Pero como
no todo puede hacerse al mismo tiempo ni con igual empuje, juzgamos
que aquellos aspectos a ser tenidos prioritariamente en cuenta en este
momento que vive el Paraguay, son los siguientes:
a) Necesidad de hombres nuevos
El Concilio Vaticano II enseña que "el principio, el sujeto y el fin
de todas las instituciones sociales es y debe ser la persona humana"
(G. S.25). Pretender ordenar la convivencia social y política de nuestro
pueblo prescindiendo del hombre es una utopía irrealizable. El
hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, tiene una dignidad
que exige atención especial. Creado para un destino trascendente, el
hombre vive su vocación en medios de las vicisitudes de este mundo.
Por su naturaleza social está ligado a los demás hombres con quines
convive, desde la célula familiar hasta la comunidad nacional e internacional.
Porque toda la doctrina social de la Iglesia se inspira en el hombre y
lo considera protagonista en la construcción de la sociedad,
entendemos imprescindible señalarlo y decir que el Paraguay nuevo
necesita hombres nuevos. Ni las leyes que ordenen la vida política,
ni los recursos económicos que se puedan arbitrar, ni siquiera el
dinamismo entusiasta que apele a emociones y sentimientos nobles,
serán suficientes para afirmar nuestra incipiente democracia si no
hay hombres nuevos en la Patria.
Urge dar al hombre, a todo hombre, la importancia que tiene. Esto
significa superar las frases altisonantes y los enunciados vacíos para
pasar a las propuestas concretas y esperanzadoras que hagan posible
el gran cambio, que despierten en el pueblo la esperanza y los anhelos
por un porvenir mejor. Es necesario salir de las pequeñez que asfixia,
que pone los intereses particulares o sectoriales por encima del bien
común. Debemos poner como norte de nuestra actuación, la creación
de las condiciones necesarias para que todos los ciudadanos, sin
excepción alguna, puedan desarrollarse como personas. Ello implica
el respeto a la dignidad de cada hombre, tutelar y promover los
derechos que tiene, alentar la solidaridad, fomentar el sentido
comunitario y la auténtica fraternidad; "Si el cristiano, no se deja
guiar en su actividad social de esta visión del hombre, podrá
incluso elaborar soluciones parciales y técnicas de problemas
singulares; pero, en último análisis, no habrá hecho más humana
la sociedad, sino, como máximo, técnicamente más eficiente la
organización social" (cf. Juan Pablo II a la Conf. Episc. Italiana).
Esta tarea es de todos y a todos beneficiará. Nadie puede sentirse
liberado de la responsabilidad grave de buscar que también hoy, en
Paraguay, surga ese hombre nuevo.
b) Necesidad de un nuevo marco jurídico institucional
La Iglesia reconoce, en la democracia, una aspiración de los hombres.
Es indudable que se la ve como un modo de realización, en grado
máximo, de la libertad y de la igualdad humanas. Pero también es
cierto que su bondad no está asegurada por la sola perfección formal
de los mecanismos de expresión de la voluntad popular. "La
convivencia civil solo puede considerarse ordenada, fructífera y
congruente con la dignidad humana si se funda en la verdad.
Esto ocurrirá, ciertamente, cuando cada cual reconozca, en la
debida forma, los derechos que le son propios y los deberes que
tiene para con los demás" (cf. Juan XXIII Pacem in terris, 35) no
es suficiente, por lo tanto, asegurar elecciones limpias y mas o menos
frecuentes, para que el pueblo alcance la felicidad. Será necesario
también una actitud responsable y atenta al bien común por parte de
todos los ciudadanos, a la vez que , del lado de las autoridades, un
recto ejercicio de la autoridad y el uso justo del poder ortorgado por la comunidad.
La democracia requiere, por tanto, un marco jurídico que facilite la
consecución de los grandes fines que llamamos Bien Común, sin
perder de vista, "el impulso ético hacia los valores absolutos, que
no dependen del orden jurídico o del consenso popular" (Juan
Pablo II. Discurso a los Constructores de la Sociedad. 17/V/88).
Porque esto debe ser así, es generalizado el anhelo de una reforma
jurídico-constitucional del país. La Iglesia entiende que tal anhelo
es justo y debe ser atendido. No dejará de ofrecer su colaboración
para que el marco jurídico nuevo sea el adecuado. No ignora a quienes
compete formular y promulgar leyes, pero estima que tiene una palabra
que puede ser de provecho para el bien común. El Papa Juan Pablo
II, en el discurso mencionado nos dice: "la propuesta cristiana está
caracterizada por el optimismo y la esperanza, porque se basa en
el hombre y, desde un sano humanismo, quiere hacer oir su voz
en las instituciones sociales, políticas y económicas. Se inspira en
el hombre y lo considera protagonista de la construcción de la
sociedad. Pero se trata - y esto hay que tenerlo siempre presente
- del hombre creado a imagen y semejanza de su creador y
llamado a plasmar esa imagen en su vida individual y comunitaria".
Ciertamente, es bueno recordar que aún suponiendo un orden jurídico
plenamente adecuado a todo lo expuesto, será siempre indispensable
el esfuerzo de todos los ciudadanos para que se alcancen los objetivos
propuestos. El cultivo de las virtudes humanas y cristianas que hacen
la convivencia más plena y la enaltecen, como la solidaridad, la entrega
generosa, el respeto mutuo, el diálogo permanente y "la vigencia
simultánea y solidaria de valores como la paz, la libertad, la
justicia y la participación, son requisitos esenciales para poder
hablar de una auténtica sociedad democrática, basada en el libre
consenso de los ciudadanos" (Juan Pablo II. Discurso a los
Constructores de la Sociedad. 17/V/88).
c) Necesidad de nuevos cauces de participación
"No será posible, hablar de verdadera libertad, y menos aún de
democracia, donde no exista la participación real de todos los
ciudadanos en poder tomar las grandes decisiones que afectan la
vida y al futuro de la nación" (Juan Pablo II. Discurso a los
Constructores de la Sociedad, 17/V/88). El Paraguay es un país
joven y de jóvenes. La realidad espléndida de una población juvenil
nos plantea, al mismo tiempo, un grave reto: la participación de todos
ellos en la construcción de nuestra democracia y en la consecución
del bien común. Si bien es común percibir un deseo de participar, de
parte de todos - no sólo de los jóvenes -, no podemos ignorar que en
la población joven, que tiene un rico caudal de energías, de dinamismo
creativo, de nobles aspiraciones, ese deseo es mucho más vivo y apremiante.
Juan Pablo II, en su Exhortación Apostólica sobre la Vocación y
Misión de los Laicos en la Iglesia y en el Mundo definía la creciente
necesidad de participación como uno de los "rasgos característicos
de la humanidad actual, un auténtico signo de los tiempos que
madura en diversos campos y en diversas direcciones: sobre todo
en lo relativo a la mujer y al mundo juvenil, y en la dirección de
la vida no solo familiar y escolar, sino también cultural,
económica, social y política". Sería lamentable error olvidar este
deseo, que también es un derecho, y que se puede percibir a lo largo
y ancho de la república, en los más variados sectores de la población,
y de ninguna manera restringido a la política partidaria. Ceguera
imperdonable sería no tener en cuenta los beneficios que pueden
seguirse de la participación de todo en la tarea de consolidar la
democracia, como medio para realizar el bien de la comunidad. No
se debe reprimir ni se debe instrumentalizar con fines bastardos ese
legítimo deseo ciudadano. Múltiples y variadas formas de
participación, desde las comisiones vecinales y clubes de servicio
hasta los municipios o partidos políticos, sin olvidar los organismos
de autogestión y ayuda comunitaria, permitirán obtener el aporte de
todos, a la vez que garantizará un efectivo arraigo del espíritu
democrático en nuestro pueblo.
d) Necesidad de atender los problemas gradualmente
Es frecuente hoy, entre nosotros, escuchar reclamos perentorios y
ver manifestaciones intransigentes. Casi siempre las demandas son
justas, pero pocas veces obtienen el objetivo buscado. Es que,
evidentemente, son muchos los problemas acumulados, y no todos
pueden ser atendidos al mismo tiempo. Se impone una reflexión y
estudio serio que haga posible establecer la importancia y urgencia de los mismos.
No debe alarmar la multiplicación de reclamos y exigencias. Muchas
veces la Iglesia llamó a los responsables de la condución del país a
tener en cuenta los problemas reales del pueblo.
Precisamente esa postura y acción de la Iglesia, de sus Pastores y
Agentes pastorales, mereció críticas y hasta ataques en los que no
faltó ni la adjudicación de intereses mezquinos, ni la supuesta
intención de beneficios innobles. Pero también esto hace posible que
hoy, con sinceridad y amor, exhortemos a todos nuestros compatriotas,
gobernantes y gobernados, a buscar juntos respuestas a tales
problemas. Particular consideración merecen las Justas demandas de
los más pobres y necesitados, los campesinos sin tierra, las familias
sin techo, los indígenas, los desempleados, los ex-combatientes de la
contienda chaqueña, los docentes y los desarraigados de sus hogares
por imperio de fenómenos de la naturaleza.
Propuestas concretas, planes efectivos, programas de acción
racional, harán posible distinguir la gradualidad de soluciones de
los pretextos circunstanciales. El simple recurso a la paciencia, la
apelación al patriotismo, hoy no son fórmulas válidas. El pueblo
debe saber que atención merecen sus problemas y necesidades. Debe
conocer los pasos que han de darse y los plazos razonables que no
pueden omitirse. Así, sin atropellado apuro, sin indiferente
desantención, se puede convocar al sereno esfuerzo de todos en
favor de mejores modos de vida para todos.
3- LA CONTRIBUCIÓN DE LA IGLESIA
a) Fortalecer la convivencia fraterna de todos los paraguayos
Al término de este Mensaje, los Obispos queremos ratificar el
propósito que nos anima de contribuir a la gran tarea de fortalecer la
convivencia fraterna de todos los paraguayos, en actitud de concordia
y diálogo, como expresión de las aspiraciones profundas de nuestros
compatriotas. Queremos iluminar con el mensaje evangélico el camino
de la reconciliación y de la amistosa convivencia. Queremos servir a
la paz construyéndola cada día sobre la verdad, la justicia y el amor.
b) Encarnar como Iglesia los valores que queremos transmitir a la sociedad
Servir a la paz, implica también de hecho la obligación de
testimoniarla permanentemente en las mismas instituciones eclesiales
y en la vida de los cristianos. Debemos dar testimonio de Justicia,
amor y verdad a los ojos de los demás. Por lo tanto, conviene que
nosotros mismos hagamos un examen sobre nuestra manera de actuar
y el estilo de vida que se da dentro de la Iglesia. Se impone reflexionar
sobre la manera que respetamos los derechos humanos en la Iglesia,
la libertad de expresión y de pensamiento, lo cual supone el derecho
a que cada uno sea escuchado en espíritu de diálogo que mantenga
una legítima variedad dentro de la comunidad eclesial (cf. La Justicia
en el mundo. Documento Final Sínodo de Obispos 1971).
Lo mismo podemos decir de la necesaria comunión y participación
que se debe promover el interior de la Iglesia, específicamente en lo
que hace a la participación del laicado en asuntos de su mejor
competencia. Especial atención debe merecer el espacio de
participación otorgado a los jóvenes, y, "pasar del reconocimiento
teórico de la presencia activa y responsable de la mujer en la
Iglesia a la realización práctica" (Juan Pablo II, Christifideles laici, Nº. 51).
c) Solidaridad con los más pobres y necesitados
No podemos, no debemos ni queremos ser indiferentes con tantos
hermanos nuestros que sufren serias carencias y postergaciones. Los
comprendemos en sus demandas y nos solidarizamos con su aflicción.
Desde la fe y asumiendo nuestra labor pastoral con profunda esperanza
y sincero amor a la patria, reiteramos nuestro compromiso de estar
siempre presentes al lado de los más pobres y necesitados,
denunciando, con la misma fuerza que ayer, las graves injusticias
que aún perviven y que impiden la edificación de una sociedad más
justa y fraterna. Con ello expresamos "la vocación de la Iglesia a
estar presente en el corazón del mundo predicando la Buena
Nueva a los pobres, la liberación a los oprimidos y la alegría a los
afligidos" (cf. La Justicia en el Mundo, Documento Final Sínodo
de Obispos 1971). Al igual que ayer, también hoy decimos que ese
será el aporte de la Iglesia y de los Obispos. Ello exige, de hecho, una
activa presencia junto a todos nuestros compatriotas, atentos a los desafíos de la
realidad nacional.
d) Invitación a vivir la santidad
"Vuestro país y el mundo entero siguen necesitando santos:
personas de todas las edades, pero especialmente jóvenes,
dispuestos a amar a Dios con todo su corazón, con toda su alma,
con toda sus fuerzas". Los momentos que vive nuestro país, nos
llaman a sumarnos a esta invitación, a aspirar a la santidad realizada
por el Papa Juan Pablo II a los jóvenes paraguayos en su recordada
visita de 1988, y que hoy hacemos extensiva a todos los fieles
cristianos. Como Pastores, acompañamos este llamado
comprometiéndonos en la educación de nuestro pueblo para asumir
un decidido compromiso con el hombre, en la defensa de sus derechos
y dignidad como hijos de Dios, colaborando en la construcción y
edificación de una sociedad en la que los beneficios materiales sean
compartidos por todos, una sociedad donde todos puedan vivir
conforme a su condición de personas.
Construir una nueva nación, un nuevo país, sobre la base de valores
cristianos, implica una necesaria aspiración a la santidad vivida incluso
en un grado heroico, con serena confianza en las propias fuerzas y
una firme esperanza cristiana. Cada hombre que se suma a este
empeño de construir una nación verdaderamente cristiana hace posible
el progreso en un camino largo y fatigoso.
En tal empeño queremos ver el ejemplo de fecundidad apostólica de
Roque González de Santa Cruz como un modelo y un estímulo.
Nuestra filial devoción a la Virgen de Caacupé nos anima, también
ahora, a emprender una labor larga y difícil pero necesaria y
apasionada. Ella velará para que este pueblo obtenga, en un ambiente
de libertad y democracia, el bienestar legítimo que anhela y la paz auténtica que
merece.
Asunción, 25 de Julio de 1990
Por mandato de la Asmablea Plenaria
+ Jorge Livieres Banks
Secretario General de la CEP

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Mensaje sobre el proceso de transición hacia la democracia. 25 de julio de 1990

  • 1. Mensaje sobre el Proceso de Transición hacia la democracia Introducción La Iglesia, que nunca estuvo ausente de la vida nacional, tampoco lo está ahora, cuando el gran desafío es el de encauzar el anhelo de cambios de todo un pueblo, sobrellevando no pocas dificultades. A partir de la etapa iniciada en febrero de 1989, el Paraguay vive una nueva realidad histórica. Sin pretender formular un juicio defenitivo sobre esta etapa, salta a la vista que los desafíos y las posibilidades surgidas a partir de esa fecha, abren nuevas perspectivas para nuestro pueblo. En verdad a lo largo de nuestra historia y por diversas circunstancias, muchos han sido los desafíos que debió enfrentar el pueblo paraguayo. Guerras internacionales y conflictos internos; horas de confusión y desconcierto; precariedad de recursos de toda clase; emergencias derivadas de fenómenos naturales como inundaciones y sequias, etc., han puesto a prueba al hombre de este suelo. En cada una de esas circunstancias difíciles, el hombre paraguayo encontró la fuerza necesaria para superar tales contingencias. Pueblo austero y sacrificado, su fe en Dios y su devoción a la Virgen María y la unidad solidaria y fraterna le permitiron enfrentar desafíos y correr graves riesgos con dignidad y honestidad. Los Obispos del Paraguay somos conscientes de las complicaciones de toda clase que debe superar nuestra incipiente democracia, lo que de ninguna manera impide vislumbrar el futuro promisorio y estimulante que se abre, a partir de una nueva forma de concebir la política y la participación ciudadana en la búsqueda del bien común. No olvidamos, tampoco, la influencia que tienen los acontecimientos internacionales en la vida de nuestro país. Y aunque no nos corresponde incursionar en el campo de la política partidaria ni desconocemos la competencia de los organismos, de las instituciones, de las personas dedicadas a la construcción del bien común, queremos sumar nuestro aporte desde la visión de fe cristiana y ofrecer la milenaria experiencia de la Iglesia que es, ciertamente, Madre y Maestra de los hombres y de los Pueblos. Estas reflexiones quieren ser un gesto de servicio y un llamado a la conciencias de nuestro conciudadanos, sobre las condiciones necesarias para la consolidación de la democracia. Los límites que tiene nuestra intervención, no disminuyen el sincero y profundo afecto con que ponemos en manos de todos este mensaje, el que lo realizamos con convicción y esperanza en la capacidad de
  • 2. nuestro pueblo de constituirse en sujeto y agente de cambio que permita mejores días para el país. 1. DILEMAS Y DESAFÍOS DE NUESTRA REALIDAD PRESENTE Con frecuencia los Obispos nos reunimos para reflexionar sobre la realidad del país y de la Iglesia. Como Pastores, buscamos ayudar a superar los problemas que afectan, tanto la vida de nuestro pueblo como el proceso de evangelización del mismo. Con satisfacción, percibimos la gran esperanza que muchos paraguayos depositan en el juicio y en la doctrina de la Iglesia con relación a los distintos temas y situaciones de la vida nacional. El Paraguay vive hoy un momento cargado de dilemas y desafíos. Consideramos que hay algunos que por su importancia, requieren de un mayor esfuerzo para superarlos, por el bien de todos. a) Estridentes diferencias sociales Más de una vez hemos señalado las estridentes diferencias sociales en nuestra población. Si bien con el paso de los años esto fue adquiriendo diferentes grados de complejidad, en las últimas décadas, por imperio de una mayor afluencia de capitales al país, se ha ensanchado la brecha entre ricos y pobres. Y estas diferencias, que ya antes existían, en un ambiente de libertad política y ante el crecimiento en la conciencia social del pueblo, se expresan con mayor agresividad. Es evidente que esta reflexión no significa rechazar las obras de progreso ni la preocupación por inversiones que ayuden a la industrialización del país. Pero desconocer esta realidad de grandes diferencias sociales, puede resultar muy grave en momentos de transición democrática, pues la polarización económica agudizará y cristalizará tales diferencias, con toda una secuela de graves consecuencias para el futuro. b) Democracia Política o Democracia Social Nos preocupa también el dilema planteado de democracia política o democracia social. La democracia política implica el reconocimiento explícito de la igualdad de derechos de todos los ciudadanos. Pero el punto de partida de esta etapa de nuestra vida democrática se da, lo afirmamos recién, dentro de un ordenamiento social herido por profundas desigualdades. Ilusoria y falaz es la democratización cuando la consilidación de las desigualdades se traduce en una injusta concentración del poder real de decisión. En efecto, las desigualdades económicas y sociales hacen que las oportunidades, beneficios y responsabilidades no sean equitativamente distribuidas entre todos. Será imprescindible que los gobiernos
  • 3. democráticos dinamicen los mecanismos de movilidad y nivelación social para afianzar el anhelo de una democracia estable y justa. c) Democracia política y Desarrollo económico América Latina vive un retorno generalizado al sistema democrático. Pero también es un momento de honda crisis económica. Hemos terminado una década que en el aspecto socio-económico algunos han caracterizado como "la década perdida" para América Latina. Ante tales circunstancias, la relación entre la democracia política y el desarrollo económico surge como un riesgo que no se puede ignorar. Diversos modelos propuestos para superar el atraso, la pobreza y la dependencia de nuestros pueblos, se han agotado y han fracasado en décadas anteriores. Este fue un ingrediente importante en la decadencia de regímenes dictatoriales. Tienden a declinar los modelos dirigistas o populistas ante lo cual resurgen propuestas neo-liberales que pregonan la necesidad de disminuir el papel del Estado y alientan la iniciativa privada. Cabe señalar que tales esquemas, aplicados en el pasado, no solo tampoco han generado progreso y justicia social, sino que han acarreado mayor miseria y desigualdad. La experiencia enseña, por otra parte, que cuando las espectativas de majoría no se traducen en la realidad, resurge la tentación de reincidir en sistema políticos autoritarios, pese a las funestas consecuencias que estos han conllevado. d) Voluntad de la mayoría y Orden Moral Estos nos lleva a considerar otra importante cuestión que es la contraposición que a menudo surge en las democracias contempo- ráneas entre la voluntad de la mayoría y el orden moral. Y es que no falta quien piense que lo legítimo no tiene otro límite que la voluntad popular. Presumen, quienes así piensan, que la verdad moral reposa en la opinion de la mayoría. Esto hace que se establezca un relativismo moral por el cual lo válido es aquello que se adecua a circunstancias históricas o culturales. La crisis moral contemporánea no solo afecta el ideal democrático sino que recibe apoyo cuando se prescinde de un ordenamiento moral objetivo. Los antiguos griegos ya señalaban que esto lleva a la anarquía. Sin caer en moralismos, debemos expresar esta preocupación pues también nuestra democracia debe afrontar este dilema de gran significación, asumiendo la vigencia de un orden moral objetivo que proviene del designio divino y no de la voluntad de los hombres. En la perspectiva cristiana, en efecto, la libertad no es absoluta, sino vinculada a la ley natural, que expresa el ser íntimo del hombre y su vocación transcendente. e) Tradición autoritaria y cultura democrática Cuando años atrás los Obispos del Paraguay convocabamos al Diálogo Nacional, señalábamos la tradición autoritaria propia de nuestro modo
  • 4. de ser. El dilema hoy se presenta entre tradición autoritaria y cultura democrática. Regímenes de gobierno y hábitos culturales, despóticos o paternalistas, han dejado huellas profundas en la conciencia y en la conducta, tanto de personas como de la sociedad. El autoritarismo desconoce el derecho y la responsabilidad de los ciudadanos de tomar decisiones en cuestiones importantes y de asumir el riesgo de afrontar las consecuencias de las mismas. Esto mismo explica que en disminución de mecanismos represivos, se expresen demandas sociales sin restricciones, con la consecuencia eventual de exageraciones o desbordes y agitación que tanto temor provocan en los espíritus acostumbrados al inmovilismo social. De ahí la importancia del ejercicio de mecanismos democráticos en los núcleos sociales más reducidos, en las asociaciones intermedias, en las regiones y municipios, donde los ciudadanos adquieren experiencia como electores o elegidos. f) Falta de tradición participativa Por la importancia que tiene, queremos subrayar la falta de tradición participativa. Es cierto que durante la colonia, los habitantes de la Provincia del Paraguay tuvieron algunos privilegios de participación en cabildos y órganos administrativos. En la etapa independiente, los regímenes personalistas y autoritarios borraron tales hábitos. Si bien la Constitución de 1870 dio ciertamente, un ropaje jurídico, en la práctica se desconocieron frecuentemente los derechos del pueblo a la participación ciudadana. Los partidos politicos que surgieron a fines del siglo pasado, demostraron en todo este tiempo escasa procupación por dar al pueblo una educación genuinamente democrática y participativa, lo que en la práctica aún hoy se refleja por la ausencia de canales de participación popular en la gestión y conducción de los mismos. g) Fragilidad de estructuras intermedias Esta tradición autoritaria determinó la fragilidad de las estructuras intermedias. Las estructuras asociativas de la sociedad civil han sido apéndices y hasta instrumentos serviles del poder central. Pocos son los grupos que escaparon a ese condicionamiento. De ahi la importancia de rehacer el tejido social de la nación, prioridad señalada en el Plan de Pastoral Orgánica de la Iglesia y subrayada por el mismo Papa Juan Pablo II en su visita a nuestro país. h) El racionalismo e individialismo jurídico y el formalismo democrático El racionalismo e individualismo jurídico y el formalismo democrático constituyen una preocupante ralidad. A partir de la Constitución de 1870 todo el edificio jurídico se erigió sobre la base de una concepción positivista de derecho, que se aleja del fundamento moral del derecho natural para acentuar unilateralmente los aspectos formales. Así, fue mayor la preocupación por buscar la perfección formal de las normas
  • 5. legales que atender a la realidad histórica y cultural de nuestro pueblo. En años recientes hemos apreciado y lamentado que esas formalidades democráticas no impedían la violación flagrante de las normas morales más elementales de la convivencia humana. i) Democracia representativa y democracia participativa No se puede dejar de mencionar el problema de la democracia representativa y la democracia participativa. Nadie duda que es una utopía pensar en una democracia directa al estilo de la Grecia Antigua o de los "Cabildos abiertos" de nuestra era colonial. El ordenamiento constitucional del país establece la democracia representativa, en la que el pueblo no delibera ni gobierna sino por medio de sus represetantes. La voluntad popular se expresa en comicios, plebiscitos o referendos. Esto mismo hace necesario que los mecanismos de consulta de la voluntad popular sean constantes. Solo así se evitará la evidente desconfianza hacia la clase política y el visible índice de adstención electoral que desvirtúa la misma esencia de la legitimidad democrática. j) Partidos políticos y movimientos sociales No se puede ignorar la creciente hostilidad hacia los partidos políticos. Surgidos como instancias de mediación en los órganos der representatividad democrática y ordenados a los fines electorales de la democracia representativa, muchas veces se ven hoy cuestionados desde otras instancias sociales, y a menudo desbordados en su propio seno, por demandas de participación más amplia y permanente. Por eso la proliferación de movimientos sociales, de toda laya, que procuran ocupar el vacío dejado por los partidos políticos, y que al impugnar su representatividad ponen en cuestión su misma razón de ser. El Código Electoral hoy vigente abre las puestas a esta realidad al posibilitar las candidaturas independientes. k) Clientelismo y prebendarismo La pugna política, de hecho, ha derivado en el grave mal del clientelismo y prebendarismo. En lugar de buscar la conquista del electorado mediante propuestas y programas, el tráfico de influencias y prebendas hizo que el Estado se convertirá en botín de guerra. Lejos de ser instrumento del bien común, se volvió antro de la corrupción. El resultado fue una encarnizada lucha por el poder y una crónica inestabilidad política que lleva a no pocos a anhelar la paz social aún a costa de la libertad. l) Libertad de expresión y condicionamiento de la opinión pública El dilemma de la libertad de expresión y el condicionamiento de la opinión pública es de difícil solución. Un sistema democrático implica una amplia libertad de expresión. Por otra parte, la complejidad y magnitud de los modernos medios de comunicación hacen que los mismos estén al alcance solo de grupos de gran poderío económico.
  • 6. Por otra parte, los propios comunicadores arrastran las deficiencias de su formación cultural o prejuicios y actitudes sesgadas en favor o en contra de determinados actores sociales. La manipulación de la opinion pública en función de los intereses de tales grupos, es un fenómeno muy frecuente. Los propietarios y responsables de los medios de comunicación deben percibir la necesidad de autoregular el servicio que prestan a la sociedad, mediante la adopción de códigos de ética periodística universalmente aceptados. Ante este tipo de desafíos, solamente la maduración de una cultura cívica a través de la educación y la experiencia democrática darán a la ciudadanía un sentido crítico capaz de discernir y juzgar estos medios masivos de comunicación. m) Integración espacial y autonomías regionales Finalmente debemos señalar un fenómeno paradojal del mundo contemporáneo: la integración espacial y las autonomías regionales. Se constituyen hoy grandes bloques económicos y políticos supranacionales. Simultáneamente, reviven con inusitado vigor los particularismos nacionales y regionales. Conciliar ambas tendencias es uno de los desafíos de la democracia. Esto implica dar impulso a la integración y superar el centralismo para estimular la autonomía y el desarrollo de las comunidades locales. Resalta, por su importancia, la promoción de regiones y municipios, ámbitos primarios de participación política, fomento económico y desarrollo cultural. También en nuestro país se han hecho patentes estas tendencias, que deberán concretarse en marcos jurídicos e institucionales apropiados. 2. UNA TAREA DE TODOS Con claridad y esperanza, a la vista de tantos dilemas y desafíos queremos reafirmar que todos somos responsables de procurar días mejores para nuestro pueblo. El camino de la convivencia fraterna y justa pasa por una democracia sana, fortalecida y consolidada. Confiamos en la capacidad de los paraguayos para llevar adelante la tarea de transitar juntos este camino. Es la tarea de todos. Y a todos los que habitan este suelo convocamos para esta labor que no admite indiferentes. Mucho hay por hacer. Mucho hay que cambiar. Los Obispos queremos proponer aquellas iniciativas que creemos más importantes. Y lo hacemos sabiendo que no agotan las espectativas de nuestro pueblo ni abarcan todos los requerimientos de los paraguayos. Pero como no todo puede hacerse al mismo tiempo ni con igual empuje, juzgamos que aquellos aspectos a ser tenidos prioritariamente en cuenta en este momento que vive el Paraguay, son los siguientes:
  • 7. a) Necesidad de hombres nuevos El Concilio Vaticano II enseña que "el principio, el sujeto y el fin de todas las instituciones sociales es y debe ser la persona humana" (G. S.25). Pretender ordenar la convivencia social y política de nuestro pueblo prescindiendo del hombre es una utopía irrealizable. El hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, tiene una dignidad que exige atención especial. Creado para un destino trascendente, el hombre vive su vocación en medios de las vicisitudes de este mundo. Por su naturaleza social está ligado a los demás hombres con quines convive, desde la célula familiar hasta la comunidad nacional e internacional. Porque toda la doctrina social de la Iglesia se inspira en el hombre y lo considera protagonista en la construcción de la sociedad, entendemos imprescindible señalarlo y decir que el Paraguay nuevo necesita hombres nuevos. Ni las leyes que ordenen la vida política, ni los recursos económicos que se puedan arbitrar, ni siquiera el dinamismo entusiasta que apele a emociones y sentimientos nobles, serán suficientes para afirmar nuestra incipiente democracia si no hay hombres nuevos en la Patria. Urge dar al hombre, a todo hombre, la importancia que tiene. Esto significa superar las frases altisonantes y los enunciados vacíos para pasar a las propuestas concretas y esperanzadoras que hagan posible el gran cambio, que despierten en el pueblo la esperanza y los anhelos por un porvenir mejor. Es necesario salir de las pequeñez que asfixia, que pone los intereses particulares o sectoriales por encima del bien común. Debemos poner como norte de nuestra actuación, la creación de las condiciones necesarias para que todos los ciudadanos, sin excepción alguna, puedan desarrollarse como personas. Ello implica el respeto a la dignidad de cada hombre, tutelar y promover los derechos que tiene, alentar la solidaridad, fomentar el sentido comunitario y la auténtica fraternidad; "Si el cristiano, no se deja guiar en su actividad social de esta visión del hombre, podrá incluso elaborar soluciones parciales y técnicas de problemas singulares; pero, en último análisis, no habrá hecho más humana la sociedad, sino, como máximo, técnicamente más eficiente la organización social" (cf. Juan Pablo II a la Conf. Episc. Italiana). Esta tarea es de todos y a todos beneficiará. Nadie puede sentirse liberado de la responsabilidad grave de buscar que también hoy, en Paraguay, surga ese hombre nuevo. b) Necesidad de un nuevo marco jurídico institucional La Iglesia reconoce, en la democracia, una aspiración de los hombres. Es indudable que se la ve como un modo de realización, en grado máximo, de la libertad y de la igualdad humanas. Pero también es cierto que su bondad no está asegurada por la sola perfección formal
  • 8. de los mecanismos de expresión de la voluntad popular. "La convivencia civil solo puede considerarse ordenada, fructífera y congruente con la dignidad humana si se funda en la verdad. Esto ocurrirá, ciertamente, cuando cada cual reconozca, en la debida forma, los derechos que le son propios y los deberes que tiene para con los demás" (cf. Juan XXIII Pacem in terris, 35) no es suficiente, por lo tanto, asegurar elecciones limpias y mas o menos frecuentes, para que el pueblo alcance la felicidad. Será necesario también una actitud responsable y atenta al bien común por parte de todos los ciudadanos, a la vez que , del lado de las autoridades, un recto ejercicio de la autoridad y el uso justo del poder ortorgado por la comunidad. La democracia requiere, por tanto, un marco jurídico que facilite la consecución de los grandes fines que llamamos Bien Común, sin perder de vista, "el impulso ético hacia los valores absolutos, que no dependen del orden jurídico o del consenso popular" (Juan Pablo II. Discurso a los Constructores de la Sociedad. 17/V/88). Porque esto debe ser así, es generalizado el anhelo de una reforma jurídico-constitucional del país. La Iglesia entiende que tal anhelo es justo y debe ser atendido. No dejará de ofrecer su colaboración para que el marco jurídico nuevo sea el adecuado. No ignora a quienes compete formular y promulgar leyes, pero estima que tiene una palabra que puede ser de provecho para el bien común. El Papa Juan Pablo II, en el discurso mencionado nos dice: "la propuesta cristiana está caracterizada por el optimismo y la esperanza, porque se basa en el hombre y, desde un sano humanismo, quiere hacer oir su voz en las instituciones sociales, políticas y económicas. Se inspira en el hombre y lo considera protagonista de la construcción de la sociedad. Pero se trata - y esto hay que tenerlo siempre presente - del hombre creado a imagen y semejanza de su creador y llamado a plasmar esa imagen en su vida individual y comunitaria". Ciertamente, es bueno recordar que aún suponiendo un orden jurídico plenamente adecuado a todo lo expuesto, será siempre indispensable el esfuerzo de todos los ciudadanos para que se alcancen los objetivos propuestos. El cultivo de las virtudes humanas y cristianas que hacen la convivencia más plena y la enaltecen, como la solidaridad, la entrega generosa, el respeto mutuo, el diálogo permanente y "la vigencia simultánea y solidaria de valores como la paz, la libertad, la justicia y la participación, son requisitos esenciales para poder hablar de una auténtica sociedad democrática, basada en el libre consenso de los ciudadanos" (Juan Pablo II. Discurso a los Constructores de la Sociedad. 17/V/88). c) Necesidad de nuevos cauces de participación "No será posible, hablar de verdadera libertad, y menos aún de democracia, donde no exista la participación real de todos los
  • 9. ciudadanos en poder tomar las grandes decisiones que afectan la vida y al futuro de la nación" (Juan Pablo II. Discurso a los Constructores de la Sociedad, 17/V/88). El Paraguay es un país joven y de jóvenes. La realidad espléndida de una población juvenil nos plantea, al mismo tiempo, un grave reto: la participación de todos ellos en la construcción de nuestra democracia y en la consecución del bien común. Si bien es común percibir un deseo de participar, de parte de todos - no sólo de los jóvenes -, no podemos ignorar que en la población joven, que tiene un rico caudal de energías, de dinamismo creativo, de nobles aspiraciones, ese deseo es mucho más vivo y apremiante. Juan Pablo II, en su Exhortación Apostólica sobre la Vocación y Misión de los Laicos en la Iglesia y en el Mundo definía la creciente necesidad de participación como uno de los "rasgos característicos de la humanidad actual, un auténtico signo de los tiempos que madura en diversos campos y en diversas direcciones: sobre todo en lo relativo a la mujer y al mundo juvenil, y en la dirección de la vida no solo familiar y escolar, sino también cultural, económica, social y política". Sería lamentable error olvidar este deseo, que también es un derecho, y que se puede percibir a lo largo y ancho de la república, en los más variados sectores de la población, y de ninguna manera restringido a la política partidaria. Ceguera imperdonable sería no tener en cuenta los beneficios que pueden seguirse de la participación de todo en la tarea de consolidar la democracia, como medio para realizar el bien de la comunidad. No se debe reprimir ni se debe instrumentalizar con fines bastardos ese legítimo deseo ciudadano. Múltiples y variadas formas de participación, desde las comisiones vecinales y clubes de servicio hasta los municipios o partidos políticos, sin olvidar los organismos de autogestión y ayuda comunitaria, permitirán obtener el aporte de todos, a la vez que garantizará un efectivo arraigo del espíritu democrático en nuestro pueblo. d) Necesidad de atender los problemas gradualmente Es frecuente hoy, entre nosotros, escuchar reclamos perentorios y ver manifestaciones intransigentes. Casi siempre las demandas son justas, pero pocas veces obtienen el objetivo buscado. Es que, evidentemente, son muchos los problemas acumulados, y no todos pueden ser atendidos al mismo tiempo. Se impone una reflexión y estudio serio que haga posible establecer la importancia y urgencia de los mismos. No debe alarmar la multiplicación de reclamos y exigencias. Muchas veces la Iglesia llamó a los responsables de la condución del país a tener en cuenta los problemas reales del pueblo. Precisamente esa postura y acción de la Iglesia, de sus Pastores y Agentes pastorales, mereció críticas y hasta ataques en los que no
  • 10. faltó ni la adjudicación de intereses mezquinos, ni la supuesta intención de beneficios innobles. Pero también esto hace posible que hoy, con sinceridad y amor, exhortemos a todos nuestros compatriotas, gobernantes y gobernados, a buscar juntos respuestas a tales problemas. Particular consideración merecen las Justas demandas de los más pobres y necesitados, los campesinos sin tierra, las familias sin techo, los indígenas, los desempleados, los ex-combatientes de la contienda chaqueña, los docentes y los desarraigados de sus hogares por imperio de fenómenos de la naturaleza. Propuestas concretas, planes efectivos, programas de acción racional, harán posible distinguir la gradualidad de soluciones de los pretextos circunstanciales. El simple recurso a la paciencia, la apelación al patriotismo, hoy no son fórmulas válidas. El pueblo debe saber que atención merecen sus problemas y necesidades. Debe conocer los pasos que han de darse y los plazos razonables que no pueden omitirse. Así, sin atropellado apuro, sin indiferente desantención, se puede convocar al sereno esfuerzo de todos en favor de mejores modos de vida para todos. 3- LA CONTRIBUCIÓN DE LA IGLESIA a) Fortalecer la convivencia fraterna de todos los paraguayos Al término de este Mensaje, los Obispos queremos ratificar el propósito que nos anima de contribuir a la gran tarea de fortalecer la convivencia fraterna de todos los paraguayos, en actitud de concordia y diálogo, como expresión de las aspiraciones profundas de nuestros compatriotas. Queremos iluminar con el mensaje evangélico el camino de la reconciliación y de la amistosa convivencia. Queremos servir a la paz construyéndola cada día sobre la verdad, la justicia y el amor. b) Encarnar como Iglesia los valores que queremos transmitir a la sociedad Servir a la paz, implica también de hecho la obligación de testimoniarla permanentemente en las mismas instituciones eclesiales y en la vida de los cristianos. Debemos dar testimonio de Justicia, amor y verdad a los ojos de los demás. Por lo tanto, conviene que nosotros mismos hagamos un examen sobre nuestra manera de actuar y el estilo de vida que se da dentro de la Iglesia. Se impone reflexionar sobre la manera que respetamos los derechos humanos en la Iglesia, la libertad de expresión y de pensamiento, lo cual supone el derecho a que cada uno sea escuchado en espíritu de diálogo que mantenga una legítima variedad dentro de la comunidad eclesial (cf. La Justicia en el mundo. Documento Final Sínodo de Obispos 1971). Lo mismo podemos decir de la necesaria comunión y participación que se debe promover el interior de la Iglesia, específicamente en lo que hace a la participación del laicado en asuntos de su mejor
  • 11. competencia. Especial atención debe merecer el espacio de participación otorgado a los jóvenes, y, "pasar del reconocimiento teórico de la presencia activa y responsable de la mujer en la Iglesia a la realización práctica" (Juan Pablo II, Christifideles laici, Nº. 51). c) Solidaridad con los más pobres y necesitados No podemos, no debemos ni queremos ser indiferentes con tantos hermanos nuestros que sufren serias carencias y postergaciones. Los comprendemos en sus demandas y nos solidarizamos con su aflicción. Desde la fe y asumiendo nuestra labor pastoral con profunda esperanza y sincero amor a la patria, reiteramos nuestro compromiso de estar siempre presentes al lado de los más pobres y necesitados, denunciando, con la misma fuerza que ayer, las graves injusticias que aún perviven y que impiden la edificación de una sociedad más justa y fraterna. Con ello expresamos "la vocación de la Iglesia a estar presente en el corazón del mundo predicando la Buena Nueva a los pobres, la liberación a los oprimidos y la alegría a los afligidos" (cf. La Justicia en el Mundo, Documento Final Sínodo de Obispos 1971). Al igual que ayer, también hoy decimos que ese será el aporte de la Iglesia y de los Obispos. Ello exige, de hecho, una activa presencia junto a todos nuestros compatriotas, atentos a los desafíos de la realidad nacional. d) Invitación a vivir la santidad "Vuestro país y el mundo entero siguen necesitando santos: personas de todas las edades, pero especialmente jóvenes, dispuestos a amar a Dios con todo su corazón, con toda su alma, con toda sus fuerzas". Los momentos que vive nuestro país, nos llaman a sumarnos a esta invitación, a aspirar a la santidad realizada por el Papa Juan Pablo II a los jóvenes paraguayos en su recordada visita de 1988, y que hoy hacemos extensiva a todos los fieles cristianos. Como Pastores, acompañamos este llamado comprometiéndonos en la educación de nuestro pueblo para asumir un decidido compromiso con el hombre, en la defensa de sus derechos y dignidad como hijos de Dios, colaborando en la construcción y edificación de una sociedad en la que los beneficios materiales sean compartidos por todos, una sociedad donde todos puedan vivir conforme a su condición de personas. Construir una nueva nación, un nuevo país, sobre la base de valores cristianos, implica una necesaria aspiración a la santidad vivida incluso en un grado heroico, con serena confianza en las propias fuerzas y una firme esperanza cristiana. Cada hombre que se suma a este empeño de construir una nación verdaderamente cristiana hace posible el progreso en un camino largo y fatigoso. En tal empeño queremos ver el ejemplo de fecundidad apostólica de
  • 12. Roque González de Santa Cruz como un modelo y un estímulo. Nuestra filial devoción a la Virgen de Caacupé nos anima, también ahora, a emprender una labor larga y difícil pero necesaria y apasionada. Ella velará para que este pueblo obtenga, en un ambiente de libertad y democracia, el bienestar legítimo que anhela y la paz auténtica que merece. Asunción, 25 de Julio de 1990 Por mandato de la Asmablea Plenaria + Jorge Livieres Banks Secretario General de la CEP