1. El viaje de tres
peces dorados
Para Ana Martínez
mi fiel lectora
te regalo un cuento
lleno de sueños
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2. Una mañana soleada tres peces dorados, se levantaron con un deseo extraño:
querían comer algas del lago arrugado.
Cómo no sabían cómo ir hasta allí, se lo preguntaron a su madre:
- Mamá, queremos visitar el lago arrugado para averiguar a qué saben sus
algas.
Y la madre sonriendo les contestó:
- Está bien, poca gente conoce su sabor y menos aún su ubicación, pero
ya sois mayores, así que os dibujaré un mapa, pero mientras hacer una lista con
las cosas que queréis llevar.
Los peces fueron a su habitación mientras pensaban que podrían necesitar y
creyeron conveniente: una linterna para cuando fuera de noche, tres botes para
llevarse un poco de cada alga, una brújula y el mapa de su madre.
Poco después su madre les entregó el mapa y les dijo seriamente:
- Aquí tenéis, tened mucho cuidado no está lejos el lago arrugado, pero
sí es algo complicado llegar hasta él.
Está muy bien escondido, así que seguid bien los puntos que os he marcado en
el mapa y así no os perderéis.
La madre por último les dio un beso para despedirse de los tres y antes de
que se fueran les entregó una foto para que distinguieran bien las algas de
color del lago arrugado.
Los peces con todo preparado siguieron con atención la ruta que su madre les
había dibujado.
Finalmente al lugar designado llegaron y allí buscaron las algas deseadas.
En un pequeño lugar lleno de burbujas de sal, las encontraron y primero fueron
a probar las de color verde brillante, que tenían un sabor a té, pero lo
extraño es que cuando se miraron su color había cambiado, eran azules.
Por un rato les pareció bien y seguían comiendo algas de té, hasta que se
cansaron y probaron las rosadas que sabían a fresa, y de nuevo de color
cambiaron, esta vez a verde turquesa.
3. Eso tampoco de momento les disgustaba, se veían bien, se sentían cómodos y las
algas de fresa siguieron comiendo hasta que se llenaron y descansaron.
Unas horas más tarde los tres hablaron y plantearon hacer algo:
- Tenemos que guardar un trozo de cada alga para llevársela a mamá y
así podrá probarlas, pero no podemos regresar de este forma -dijo uno de los
hermanos.
- Tienes razón no nos reconocería, tenemos que pensar y buscar algas de
otros colores que seguro como estas nos harán cambiar -respondió otro
hermano.
Y así hicieron, mientras las estaban buscando se les hizo de noche y sacaron la
linterna, pero de todas las encontradas ninguna servía.
Muy cansados regresaron a la pradera de los peces dorados y con un poco de
miedo entraron a su casa y su madre enseguida a pesar de ser verdes y azules
les sonrió:
- Bienvenidos, no os preocupéis por nada, si coméis algas amarillas con
sabor a miel volveréis a ser amarillos, pero decidme ¿cómo os sentís?
Los tres pequeños contestaron:
- Muy bien mamá, nos gusta estar así, pero teníamos miedo a que no
supieras que éramos nosotros.
- Mis pequeños no importa si cambiáis de color, de tamaño, o incluso la
voz, siempre os reconoceré por vuestro corazón, recordar “lo que distingue a
un pez no es la apariencia sino el interior”.
Y a continuación su madre siguió hablando:
- Os contaré un pequeño secreto, esas algas las creó con magia y amor,
la sirena del lago arrugado, para que todos los peces nos entendiéramos mejor
entre nosotros al vernos de otro color.
Los tres peces dorados se pusieron muy contentos y decidieron algo, seguir así
un poco más y revelarles el mismo secreto a sus compañeros en su próxima
excursión.