Este documento resume la producción científica contemporánea y su difusión como elemento estratégico de desarrollo social. Explica que la ciencia contemporánea se caracteriza por el cruce entre disciplinas que da lugar a nuevas perspectivas y disciplinas. También analiza la tensión entre la especialización y el enfoque multidisciplinario, así como la división entre las ciencias y las humanidades planteada por Snow. Finalmente, discute la división actual entre los optimistas y pesimistas sobre el papel social de la ciencia.
2. LA PRODUCCIÓN CIENTÍFICA EN EL MUNDO CONTEMPORÁNEO Y SU DIFUSIÓN
COMO ELEMENTO ESTRATÉGICO DE DESARROLLO SOCIAL
La ciencia es una actividad tan amplia como las perspectivas que los pensadores de
nuestra especie puedan generar, respetando características fundamentales del
método científico, para explicar el universo en el que vivimos y los mundos que nos
habitan. La producción científica contemporánea, particularmente a partir del siglo
XX, presenta el cruce entre disciplinas que da lugar a nuevas perspectivas y nuevas
disciplinas. Al mismo tiempo, la actividad científica continúa adoleciendo de aspectos
como las divisiones internas o la carencia de una crítica científica, mismos que son
analizados por diversos autores y algunos de los cuales se exponen en el presente
ensayo.
MULTIDISCIPLINA VS ESPECIALIZACIÓN
La tendencia fragmentaria en la ciencia moderna responde a la generación y
acumulación creciente de datos cada vez más específicos en cada uno de los campos
del conocimiento, dinámica que se suma a la necesidad logística y burocrática de
organizar tanto el conocimiento como a los recursos técnicos y humanos dentro de las
universidades e instituciones de investigación.
Pero esta fragmentación no tiene ninguna base científica. Es arbitraria. Fue
provisional. “Los grandes progresos sólo tienen lugar cuando confluyen las
disciplinas”, explica Guy Sorman citando al filósofo inglés Karl Popper, y agrega que
“la ausencia de comunicación entre éstas disciplinas conduce a aberraciones”. Sorman
entendió que para restablecer la unidad de los conocimientos era necesario hacer un
reencuentro y confrontación de autores y temas, arbitrario pero a la vez valioso,
mismo que plasma en su obra Los verdaderos pensadores de nuestros tiempos (Sorman,
1989). En ella se aleja de la fragmentación y pone en práctica la confrontación de ideas
3. divergentes o incluso francamente opuestas de investigadores importantes en la
generación científica contemporánea, sistemas contradictores sobre temas tan
decisivos como los orígenes de la cultura, donde el antropólogo Lévi‐Strauss y el
entomólogo Edward Wilson fundador de la socio‐biología están en completo
desacuerdo; las posturas irreconciliables sobre la selección natural de las especies
entre el japonés Motoo Kimura y el paleontólogo Stephen Gould, o sobre el papel del
azar en los fenómenos físicos, donde el matemático francés René Thom y el físico y
químico soviético Ilya Prigogine sostienen perspectivas contrarias. En el estado actual
de los conocimientos, nos explica Sorman, es imposible decidir entre esas teorías, pero
la luz brota precisamente del hecho de que cada una de ellas es cuestionada de
manera permanente por otra.
En el texto ¿Cómo nació la biología molecular? Pierre Thuillier (1981) presenta
un recuento de las etapas, las primeras investigaciones y los grupos e intercambios
académicos que consolidaron a la biología molecular como una disciplina con
reconocimiento institucional propio, nacida de la colaboración de especialistas en
disciplinas diversas y que forma hoy parte indispensable del conocimiento y la
investigación tanto en la biología como en la medicina.
Al enumerar las fases por las que los primeros académicos iniciaron y sentaron
las bases de la nueva disciplina, Thuillier expone un punto medular: que la vida real
de la ciencia tiene un componente dialéctico: “hacen falta espíritus imaginativos y
aventureros para hacer avanzar, pero también espíritus críticos y prudentes para
prevenir las divagaciones y luchar contra los dogmatismos prematuros” (Thuillier,
1981 p27).
La génesis interdisciplinaria y la consolidación académica de la biología
molecular presentan algunas características que resultan importantes para entender
el desarrollo del pensamiento científico contemporáneo y la construcción del discurso
científico en la historia moderna, que están siempre relacionados con el panorama
sociocultural de su entorno y su tiempo.
4. LAS DOS CULTURAS
Otra división aparente en el pensamiento contemporáneo es la infructuosa
división entre las ciencias y las humanidades, entre los científicos y los que se
denominaron “intelectuales literarios”, que Charles Percy Snow conceptualizó con el
término de Las dos culturas (Snow, 1959). La prestigiosa revista Nature sostiene que
hoy la división entre ciencias y artes es cada vez más porosa. Sin embargo, otros de los
mensajes contenidos en la disertación original de Snow en 1959 y especialmente en su
versión posterior de 1963, contienen un mensaje poderoso con vigencia medio siglo
después de su planteamiento: se refiere a la responsabilidad social de los portadores y
generadores del más avanzado conocimiento científico para “atender los más urgentes
problemas del género humano”.
Para Martin Kemp (2009) el problema no reside en la división entre las
ciencias y las humanidades que Snow trazó de manera hipotética, sino la falta de
comprensión entre los estudiosos de todas las áreas provocada por la especialización.
Hay ciertamente una división entre las ciencias y las humanidades, pero esas
categorías son “demasiado amplias para ser útiles en la formulación de cualquier plan
de acción. La percepción de que es necesaria una intensa especialización de cualquier
tipo – en historia o física, en lenguas o biología – esa es la que debe ser atajada” Kemp
(2009).
La verdadera división, la frontera actual, no está entre las ciencias y las
humanidades, dice Georgina Ferry (2009), sino entre los optimistas y los pesimistas.
Sostiene que son dos posiciones tan opuestas e inconmensurables que han fracturado
la forma en que se concibe el papel social del conocimiento científico en el mundo.
Como ejemplo del extremo pesimista cita al filósofo John Gray y al novelista
Martin Amis, quienes argumentan que los avances en el conocimiento y las
innovaciones tecnológicas hacen nada por el desarrollo espiritual humano y que es
inevitable el uso inadecuado de la ciencia o sus productos por parte de quienes
detentan el poder que les confiere.
5. Al otro lado del espectro, la postura optimista sobre la ciencia sostiene dos
principios: 1‐ Los métodos de la ciencia pueden revelar, poco a poco, la maravilla del
mundo natural; 2‐ Éste conocimiento puede ser aplicado para resolver problemas
prácticos de la humanidad. Ferry advierte que esperar más que eso de la ciencia es
una incomprensión fundamental de la naturaleza de la empresa.
Defiende la postura optimista por ser la que permite la opción de “usar las
habilidades que tenemos, incluida la ciencia pero también la política, la literatura y las
artes, para tratar de mitigar los peores males” (Ferry 2009).
LA CIENCIA EN LA CULTURA
Un aspecto principal que se plantea a la ciencia desde sus inicios y que es fundamental
cuestionarse hoy es su valor cultural. El autor francés Jean‐Marc Lévy‐Leblond
defiende la idea de que a la ciencia le falta justamente un componente esencial de toda
actividad cultural: la dimensión crítica. “Hay personas que hacen profesión de crítico
de arte. No existen críticos de ciencia. Así, la ciencia es hoy más arcaica que el arte.”
(Levy, 2005).
Ésta situación, puntualiza Lévy‐Leblond en su libro La piedra de Toque: La
ciencia a prueba, tiene consecuencias negativas y perjudiciales, y las explica mediante
la distinción de tres funciones de la actividad crítica, de las que carece la ciencia: la
función productora, la mediadora y la política.
La función productora es relativa a los procesos internos de producción, que va
desde la actitud permanente de los actores del campo (en las artes, los artistas; en este
caso, los científicos) con respecto a su actividad y la de los demás, lo que estimula la
creación y es esencial para evaluar la novedad, confrontar la tradición, tener en cuenta
la continuidad y la ruptura, afirmar o negar la pertenencia de una obra. Estos modos
de funcionamiento, explica Lévy‐Leblond, hacen mucha falta en ciencia, ya que la
función crítica interna atiende aspectos vitales como la validez del trabajo, el sentido o
la significación de una producción (artística o científica) y su orientación. La gran
6. mayoría de los científicos, sostiene, no tienen ningún conocimiento serio de la historia
de su disciplina. “En el mejor de los casos, tienen de ella algunas representaciones
míticas, y sólo conocen algunas figuras heroicas” (Lévy, 2005).
La función mediadora de la crítica se refiere a la difusión de cierta mirada hacia
el arte, de cierta percepción cultural global de su lugar en nuestra sociedad. No se
trata de saber solamente qué es verdadero, sino de saber en qué lo verdadero es
importante o interesante; en ciencia, lo falso es con frecuencia tan interesante e
importante, si no más, que lo verdadero” (Lévy, 2005).
La función política está relacionada con las repercusiones de la producción
científica en el conjunto de la sociedad, y la capacidad de esa sociedad para debatir y
decidir si acepta o no esas consecuencias y determinar el rumbo de las
investigaciones deseables. La evolución de nuestras sociedades por la influencia de las
ciencias y técnicas escapa con mucho de nuestra voluntad de control y es una de las
cuestiones claves que se le plantean a nuestra sociedad para los próximos decenios”
(Levy, 2005).
LA BARBARIE DEL ESPECIALISMO
En su libro La rebelión de las masas (1930) el español José Ortega y Gasset expone su
preocupación por la disparidad entre el avance en la capacidad técnica de producción
y consumo de objetos y la llegada al poder de un tipo de hombre hermético e inflexible
en sus opiniones e ideas. La tesis es que la civilización del siglo XIX ha producido
automáticamente el hombre masa, uno que opina de todo y cree que todo es debido,
que no siente gratitud por lo que ha recibido ni se cuida de conservarlo ni piensa en
las condiciones que lo hacen posible.
La forma extrema de este hombre masa que denuncia Ortega y Gasset, se
cristaliza en el hombre de ciencia mediocre, el especialista, quien “no es un sabio,
porque ignora formalmente cuanto no entra en su especialidad; pero que tampoco es
7. un ignorante, porque es aún hombre de ciencia, y conoce muy bien su porciúncula de
universo” (Ortega, 1999).
Esto es lo que Ortega y Gasset denomina La barbarie del espacialismo, una
tendencia que permitió el avance de la ciencia experimental durante el pasado siglo,
pero que se aproxima a una etapa en la que no podrá avanzar más. El reto es que surja
una nueva generación de hombres y mujeres de ciencia, ciudadanos del conocimiento,
que se sobrepongan a los vicios e inercias del pasado que tratan de cambiar mediante
una nueva forma de planeación y una nueva perspectiva ante la generación y
divulgación de ese bien común estratégico para el desarrollo que es el conocimiento
humano.
Ya no es posible que el ciudadano de una sociedad de conocimiento ignore las
condiciones históricas, los factores socioculturales y las dinámicas políticas y
económicas del mundo en que vive. La perspectiva es el futuro y las herramientas
tienen nombres como innovación, divulgación, trabajo multidisciplinario y
pensamiento complejo.
En una sociedad que depende por completo de la ciencia y de la alta tecnología
es prioritario que la ciudadanía en general tenga una comprensión básica acerca de
los métodos, las leyes y la terminología científicos para tomar decisiones que
competen a su entorno.
Ann Druyan lo puntualiza de manera tajante y clara. “Quien se pregunte si
habrá que popularizar la ciencia también debería preguntarse se deberíamos vivir en
democracia”. Y es que la ciencia y la democracia comparten historia y principios
básicos. “Ambas depende de la libertad de pensamiento y de la libertad de expresión.
No atribuyen ningún peso a los argumentos de autoridad. . . El libre intercambio de
ideas constituye el alma de ambos sistemas” (Druyan, 2003).
8. REFERENCIAS BIBLIOGRÁGICAS
Baker, J. (2009), Snow´s portrait of siencie in politics, en Nature, Vol. 459
Chambers, Donald (1995), Forty Years of DNA, in DNA: The Double Helix, Annals of the New York
Academy of Science, Vol. 758
Dvir, Ron (2004) Innovation engines for knowledge cities: and innovation ecology perspective. Journal
of Knowledge Management, Vol. 8. Pp 16‐27
Druyan, Ann (2003), ¿Hay que popularizar la ciencia?, en El universo de Carl Sagan, Terzian and Bilson
(eds), Cabridge University Press
Ferry, G., (2009), Sciences new battle lines, Nature, Vol. 459
Kemp, M. (2009), Dissecting The Two Cultures, en Nature, Vol. 459
Lévy‐Leblond (2005), La piedra de toque: la ciencia a prueba, FCE
Monod, Jaques (1981), Las fronteras de la Biología, en Biología molecular, Conacyt, México. Pp 29‐44
Ortega y Gasset, José (1999) La barbarie del espacialismo en Grandes ensayos de la ciencia, Martin
Gardner (coordinador), Grupo patria cultural
Snow, C. (1960), Science and Government, Harvard, University Press
Sorman, Guy (1989), Los verdaderos pensadores de nuestro tiempo, Seix Barral
Thuillie, Pierre (1981), ¿Cómo nació la Biología molecular?, en Biología molecular, Conacyt, México. Pp
9‐28