1. Un mundo de 200 palabras
JAVIER ARANDA LUNA
En estos días en que todo parece ser un espectáculo, desde la escenograf ía
macabra del valle de San Fernando o las decenas de cabezas rodantes que
se lanzan en pistas de baile, hasta la banalizacion de la política y la
educación, la importancia de la lectura o el qué leer adquieren un alcance
que no habíamos imaginado.
Todo en estos días, nos dicen, tiene que ser divertido, asombroso,
inteligente, instantáneo: siempre estamos ante la noticia más espeluznante,
la mejor puesta en escena del año, la película del siglo, la luz inteligente de
nuestro edif icio que se enciende cuando entramos o ante nuestro divertido
smartphone capaz de reconocer nuestra huella digital para, como en un
ábrete sésamo, of recernos los tesoros de sus aplicaciones.
No nos importa que esos récords, Guinness o no, se renueven con otros
más espectaculares en unas cuantas semanas. No importa que
nuestrosgadgets y automóviles tengan una fecha de caducidad debidamente
calculada.
Decía que la lectura tiene un papel fundamental en este reino de lo ef ímero,
porque la palabra f ija, ordena, clasif ica por su simple uso. Es hija de la
memoria colectiva y el mejor espejo de la humanidad. A diferencia de las
pinturas, las fotograf ías o las películas, sus signos negros encierran memoria
e imaginación. No la imaginación de otro, sino la que imaginamos del otro y
la nuestra.
Desgraciadamente el uso de la palabra se ha multiplicado como nunca antes
y, como nunca antes, se ha banalizado. Según encuestas de la Academia
Mexicana de la Lengua, referidas por Ernesto de la Peña, nuestros jóvenes
utilizan para comunicarse poco más de 200 palabras y si pensamos que
Cervantes utilizó para escribir Don Quijote de la Mancha 22 mil 939, el
panorama es desolador. Una proporción similar ocurre con los jóvenes
angloparlantes y la obra de Shakespeare, que se valió de más de 20 mil
vocablos para escribir su obra. Si esos dos clásicos son, como es cierto,
muestrario de lo humano, nuestra idea de humanidad parece demasiado
precaria.
Vivimos en la época en que más se lee y más se escribe gracias a las
nuevas tecnologías. También en la que menos leemos en materia de
calidad. El mercado, que es un mecanismo para facilitar el consumo, ha
alcanzado también al mundo de las letras. Los mejores libros, los autores de
valía, no son necesariamente los mejores, sino los que más venden.
Y es esa falta de controles de calidad la que permite encontrar libros con
problemas en el uso del lenguaje desde sus primeras páginas y periódicos
de circulación nacional con dif icultades en materia de sintaxis, como señaló
de manera reiterada José Emilio Pacheco. ¿Cómo conf iar en un periódico
que no cuida su materia prima, que es el lenguaje? ¿Ese desaliño no será
similar cuando maneja la información? ¿Cómo aceptar a un escritor para
quien las palabras valen menos que su siguiente contrato?
Antes de morir, Ryszard Kapuscinski publicó unas ref lexiones que no han
perdido vigencia. Le sorprendía que los escritores no tocaran las grandes
guerras de nuestros días, los grandes conf lictos y se dedicaran a recrear
mundos más cercanos a los temas de moda. Se refería a aquellos que
pref ieren escribir, por ejemplo, sobre las crisis f inancieras a partir de unos
personajes mal hilvanados a hacerlo sobre las guerras en Medio Oriente.
Gustave Flaubert, escritor del siglo XIX, pudo decir “Madame Bovary c’est
moi”. ¿Algún escritor de nuestros días podría decir algo semejante?
Fernando del Paso podría decir con orgullo Yo soy Carlota por la magníf ica
construcción de ese personaje en suNoticias del Imperio. Lo mismo podría
haber hecho Stieg Larsson con Lizbeth Sallander, que forma parte ya, a
decir de Mario Vargas Llosa, de la inmortalidad que sólo la imaginación de
miles de lectores puede garantizar. ¿Qué escritor del circo literario podría
decir lo mismo con alguno de sus personajes y asegurar que a sus palabras
no se las llevará el viento?
El verdadero éxito en materia de libros será duradero o no será. El escritor
del año deberá ser de todos los años. Los clásicos son los best sellers de
todos los tiempos. Ya lo he dicho en otros momentos: lo nuevo, lo novedoso,
no siempre se encuentra en lo último o en lo más reciente. A veces
encontramos algo nuevo en un poeta del siglo VII o en un escritor de la
época victoriana.
Si hoy como nunca la imagen se ha convertido en el discurso dominante,
rescatar a la palabra de los meandros del lenguaje para hacerla circular de
nuevo es cosa de vida. No podemos conformarnos con habitar un mundo de
200 palabras. FUENTE: http://www.jornada.unam.mx/2014/09/03/opinion/a04a1cul
Un mundo de 200 palabras
JAVIER ARANDA LUNA
En estos días en que todo parece ser un espectáculo, desde la escenograf ía
macabra del valle de San Fernando o las decenas de cabezas rodantes que
se lanzan en pistas de baile, hasta la banalizacion de la política y la
educación, la importancia de la lectura o el qué leer adquieren un alcance
que no habíamos imaginado.
Todo en estos días, nos dicen, tiene que ser divertido, asombroso,
inteligente, instantáneo: siempre estamos ante la noticia más espeluznante,
la mejor puesta en escena del año, la película del siglo, la luz inteligente de
nuestro edif icio que se enciende cuando entramos o ante nuestro divertido
smartphone capaz de reconocer nuestra huella digital para, como en un
ábrete sésamo, of recernos los tesoros de sus aplicaciones.
No nos importa que esos récords, Guinness o no, se renueven con otros
más espectaculares en unas cuantas semanas. No importa que
nuestrosgadgets y automóviles tengan una fecha de caducidad debidamente
calculada.
Decía que la lectura tiene un papel fundamental en este reino de lo ef ímero,
porque la palabra f ija, ordena, clasif ica por su simple uso. Es hija de la
memoria colectiva y el mejor espejo de la humanidad. A diferencia de las
pinturas, las fotograf ías o las películas, sus signos negros encierran memoria
e imaginación. No la imaginación de otro, sino la que imaginamos del otro y
la nuestra.
Desgraciadamente el uso de la palabra se ha multiplicado como nunca antes
y, como nunca antes, se ha banalizado. Según encuestas de la Academia
Mexicana de la Lengua, referidas por Ernesto de la Peña, nuestros jóvenes
utilizan para comunicarse poco más de 200 palabras y si pensamos que
Cervantes utilizó para escribir Don Quijote de la Mancha 22 mil 939, el
panorama es desolador. Una proporción similar ocurre con los jóvenes
angloparlantes y la obra de Shakespeare, que se valió de más de 20 mil
vocablos para escribir su obra. Si esos dos clásicos son, como es cierto,
muestrario de lo humano, nuestra idea de humanidad parece demasiado
precaria.
Vivimos en la época en que más se lee y más se escribe gracias a las
nuevas tecnologías. También en la que menos leemos en materia de
calidad. El mercado, que es un mecanismo para facilitar el consumo, ha
alcanzado también al mundo de las letras. Los mejores libros, los autores de
valía, no son necesariamente los mejores, sino los que más venden.
Y es esa falta de controles de calidad la que permite encontrar libros con
problemas en el uso del lenguaje desde sus primeras páginas y periódicos
de circulación nacional con dif icultades en materia de sintaxis, como señaló
de manera reiterada José Emilio Pacheco. ¿Cómo conf iar en un periódico
que no cuida su materia prima, que es el lenguaje? ¿Ese desaliño no será
similar cuando maneja la información? ¿Cómo aceptar a un escritor para
quien las palabras valen menos que su siguiente contrato?
Antes de morir, Ryszard Kapuscinski publicó unas ref lexiones que no han
perdido vigencia. Le sorprendía que los escritores no tocaran las grandes
guerras de nuestros días, los grandes conf lictos y se dedicaran a recrear
mundos más cercanos a los temas de moda. Se refería a aquellos que
pref ieren escribir, por ejemplo, sobre las crisis f inancieras a partir de unos
personajes mal hilvanados a hacerlo sobre las guerras en Medio Oriente.
Gustave Flaubert, escritor del siglo XIX, pudo decir “Madame Bovary c’est
moi”. ¿Algún escritor de nuestros días podría decir algo semejante?
Fernando del Paso podría decir con orgullo Yo soy Carlota por la magníf ica
construcción de ese personaje en suNoticias del Imperio. Lo mismo podría
haber hecho Stieg Larsson con Lizbeth Sallander, que forma parte ya, a
decir de Mario Vargas Llosa, de la inmortalidad que sólo la imaginación de
miles de lectores puede garantizar. ¿Qué escritor del circo literario podría
decir lo mismo con alguno de sus personajes y asegurar que a sus palabras
no se las llevará el viento?
El verdadero éxito en materia de libros será duradero o no será. El escritor
del año deberá ser de todos los años. Los clásicos son los best sellers de
todos los tiempos. Ya lo he dicho en otros momentos: lo nuevo, lo novedoso,
no siempre se encuentra en lo último o en lo más reciente. A veces
encontramos algo nuevo en un poeta del siglo VII o en un escritor de la
época victoriana.
Si hoy como nunca la imagen se ha convertido en el discurso dominante,
rescatar a la palabra de los meandros del lenguaje para hacerla circular de
nuevo es cosa de vida. No podemos conformarnos con habitar un mundo de
200 palabras. FUENTE: http://www.jornada.unam.mx/2014/09/03/opinion/a04a1cul