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Con la
plancha
enel
bolsilloCarlos Yusti
Dedicado a mis sobrinos/sobrinas:
Carimir, Karla Nicol, Carmen Cecilia,
Jorge, Chiqui Loren, Alfredo
1
Carlos Yusti
Carlos Yusti
CON LA PLANCHA
EN EL BOLSILLO
cavilaciones, abducciones y otras anotaciones
2
Con la plancha en el bolsillo
Collage Yuri Valecillo
3
Carlos Yusti
Carlos Cedeño alias Carlos Yusti
Yuri Valecillo
Tendré que contar que conocí a Yusti cuando como
estudiantes de educación media, ambos lo fuimos alguna
vez, tendríamos 14 o 15 años y un buen día él llegó a la
casa del viejo MAS (partido político), el cual tenía bas-
tante influencia en los sectores estudiantiles, cuando to-
davía en aquellos tiempos se peleaba a sangre y palabras
por encabezar un Centro de estudiantes y esos centros eran
generadores de política. Pues bien el Yusti llegó contento
con unos esténciles y un par de resmas de papel con el
fin de multigrafiar un periodiquito cultural, o un panfleto
con verborrea poética, y claro también él escribía en dicho
material.
Llevaba consigo, tinta, papel, esténciles y todo lo nece-
sario para eso de multigrafiar y se multigrafiaba con una
máquina fabulosa llamada multígrafo. Con lo que no contó
Yusti y sus amigos era con la negativa absoluta y rotunda
del responsable de dicha maquina. Los textos de Yusti no
agitaban, no denunciaban, no hablaban de las masas y sus
procesos sólo eran textos poéticos, heréticos y claro rom-
pían con la costumbre militante de imprimir documentos del
partido. El responsable del multígrafo era yo.
Bien, desde ese momento, con discusiones acerca del
poder político y del poder de la palabra, de sus veredas ex-
trañas, de la razón del ser humano de escribir de su entorno
se forjó una amistad que dura hasta hoy; como es lógico
A manera de prólogo
4
Con la plancha en el bolsillo
aliñada de diferencias y acuerdos tácitos, de lecturas obli-
gatorias, de ver mucho cine y el encuentro/desencuentro
de amigos comunes, además de uno que otro bar de por
medio.
Los desafíos de Yusti siempre fueron superados por su
persistencia y constancia, su entrega sin concesiones a la
pluma y luego al pincel. Yusti al igual que yo viene de una
familia de trabajadores, de esos sectores humildes pero con
un gran respeto por el esfuerzo propio y el ajeno.
De las cosas que recuerdo como nuestro bautizo y nues-
tra incorporación a la era digital (no ya tan jóvenes) que nos
agarró la afición por los juegos de maquinitas y en el Pasaje
Centro de la Plaza Bolívar en Valencia jugamos muchas ve-
ces “Contra”, juego donde unas figuras hacen las veces de
guerreros a lo Rambo en alguna selva tropical.
Yusti entonces escribe, publica, diseña, dibuja, acumu-
la libros en su casa, guarda secretos que podrían acabar
con la paz de la república, pero de repente ese impresor
amateur pasa sin cortapisas a los días del ciberespacio.
Con él publico lo que hago y lo que es lo mío desde hace
bastante tiempo: la fotografía. En hacer fotos me he refu-
giado así como creo que mi amigo y hermano se refugió en
lo que sabe hacer y lo hace de manera fantástica: escribir.
5
Carlos Yusti
Sentado en el café Gijón
“Sentado en el café Gijón con un puño en la mandíbu-
la, veía pasar la tarde por el ventanal y de pronto llevado
por el tedio me puse a pensar en Ítaca. Imaginaba la isla
de Ulises ... “ Así comienza una crónica sin desperdicio del
escritor español Manuel Vicent. Yo no tenía el puño (dema-
siado literaturesco) apoyado en la mandíbula y no miraba
a través de las ventanas del café Gijón, había decidido con
la Currunca (ese es el alias de mi compañera de aventuras)
sentarme afuera y respirar el aire de un Madrid algo bovino
para mi gusto. Tampoco pensé en Ítaca, sino en lo caro que
me saldría tomarme un con leche (o cortado como le dicen
los españoles) en ese mítico café ubicado por el paseo de
Recoletos.
La Currunca (Ana María) y yo trazábamos el itinerario
de visitas a los museos y de nuestros paseos por algunas
librerías. Esto de visitar al Gijón fue uno de mis caprichos,
insistí tanto que a la Currunca no le quedó de otra que com-
placerme. Caminamos bastante desde el hotel donde estába-
mos alojados, pero la caminata nos serviría de alguna mane-
ra para empaparnos de las calles y avenidas de un Madrid a
la que le hacían remodelaciones y maquillaban.
Ala Currunca y a mí nos agrada sentarnos en algún café,
comernos un aperitivo dulce y ver como pasan amigos y
conocidos. Y en verdad sentado en un café uno percibe que
la vida alrededor no sucede, sólo pasa, va o viene o se está
quieta en otra mesa.
En el Gijón yo estaba atento a ver si veía algún escritor
español y aunque estuve casi dos horas viendo pasar la vida
madrileña ni rastro de algo parecido a un escritor. Todo esto
me llevó a decirle a la Currunca: “Un café literario es lo me-
nos literario que hay”. “A los sitios los hacen las personan
6
Con la plancha en el bolsillo
que los visitan, al igual que el estilo a los escritores”, me
dijo la Currunca hojeando el País. Quizá tenía razón.
En la ciudad de Valencia, en Venezuela, algunos poetas
y escritores (e incluso muchos pintores) se atrincheraban en
el Perecito, hoy demolido por la ampliación a tres canales
de la Avenida Bolívar. Un sitio cuya historia de larga data
no pudo resistir el tsunami del crecimiento urbano. En el
Perecito podías degustar las mejores arepas de chancho,
aparte de ver a muchos escritores como Reynaldo Pérez
Só, Eugenio Montejo, José Joaquín Burgos, Orlando Chiri-
nos, Teofilo Tortelero, Alejandro Oliveros; o pintores como
Braulio Salazar, Marcos Cupido, Quintín Hernández y un
largo etcétera, enfrascados en acaloradas discusiones o rees-
cribiendo el país desde una tertulia sin tregua y con pasión.
Hoy muchos escritores, de las nuevas generaciones, han
buscado refugio en el bar La Guairita. He estado en el sitio
un par de veces. Yo he envejecido mal, pero la Guairita ha
entrampado la penumbra del resuello en sus paredes, ha di-
secado el tiempo en la piel de su piso y en el aire lento de su
atmósfera. La vida burbujea en sus mesas como un rumor,
como un oleaje de palabras edificando utopías, castillos en
el aire mientras viene la otra ronda como un barco ebrio
flotando entre las sillas y los manteles a cuadro.
Muchos escritores se convierten en reos de bares y ca-
fés, son personajes tatuados en el sitio. En esos bares de Sa-
bana Grande, que conformaron el legendario Triángulo de
las Bermudas, muchos novelistas y poetas no sólo le dieron
categoría a esos sitios, sino que los convirtieron en lugares
de peregrinaje obligado para que la gente viera a los crea-
dores literario en su ambiente natural haciendo lo mejor que
sabían hacer: beber/vivir mucha literatura. En los bares, o
en cualquier roñoso café, se gestaron revistas y proyectos
7
Carlos Yusti
literarios o culturales de cualquier naturaleza. También las
roscas literarias aceitaron/y aceitan, con güisqui o cerveza,
sus atildados engranajes. Los burócratas Kafkaianos de la
cultura también se dan su vuelta por el bar para emborrachar
su envidia de escritores frustrados y que han terminado al
final sólo para tipear memorandos e informes de gestión.
De nuevo en el Café Gijón le comento a la Currunca que
un escritor al que admiro, de malas maneras como Umbral,
escribió “La noche que llegué al café Gijón”. Un libro que
es una radiografía de aprendizaje e ironía sobre ese mundo
literario pastando en la mesa del café y la inmortalidad. Um-
bral escribe: «Yo creo que estaban todos allí desde el año
cuarenta. Nada más terminar la guerra, se habían sentado
cada uno en su silla o en el diván del café como ocupando
un sitio que tenían reservado en los venideros olimpos lite-
rarios del hambre y los periódicos, y estaban horas y horas
en torno a una jarra de agua mareada y triste, fotografiados
por todos los espejos en una inmortalidad equívoca y feliz,
pobretona y de buena fe».
Al marcharnos del Gijón me sentí aliviado y entonces
también pensé en Ítaca, pero no la homérica sino la del poe-
ta Konstantínos Cavafy: «Conserva siempre en tu alma la
idea de Ítaca: llegar allí, he aquí tu destino./Mas no hagas
con prisas tu camino;/mejor será que dure muchos. años,/y
que llegues, ya viejo, a la pequeña isla,/ rico de cuanto ha-
brás ganado en el camino./No has de esperar que Ítaca te
enriquezca:/Ítaca te ha concedido ya un hermoso viaje».
Después lo comprendí: No estuve en el Café Gijón, sino en
esa metáfora irrepetible llamada Ítaca.
8
Con la plancha en el bolsillo
9
Carlos Yusti
Marilyn, una metáfora siempre viva
En una de las paredes del apartamento donde vivo y es-
cribo (o viceversa) se encuentra el afiche de Marilyn , que es
ya un lugar común de la industria gráfica masiva y popular,
en la cual un viento subterráneo levanta en vuelo las alas
de su falda plisada. Su pantaleta de fino algodón, y con una
delicada cinta de flores tejidas en el borde, es un inigualable
poema que puede convertir en mirón al casto más trasno-
chado. La fotografía pertenece a la película de Billy Wilder
titulada The seven year itch, algo así como La picazón del
séptimo año, pero cuya traducción más chapuceramente co-
nocida es La tentación vive arriba.
Lo de rubia tonta no era un mito. Filmar con Marilyn no
era nada sencillo. Jamás se aprendía sus parlamentos, pero
fotografiaba de maravilla. Wilder cuenta: “...un día, cuando
le pregunté la causa de su retraso, se excusó diciendo: No
podía encontrar los estudios‚ ¡Unos estudios para los que
trabajaba bajo contrato desde hacía seis años!”.
Desde hace mucho tiempo dejó de ser el desafuero sexual
de los solitarios, dejó de ser una actriz mediocre, una chica
de almanaque, un símbolo sexual para devenir en icono de
un país que aceita sus engranajes políticos, o comerciales,
con sangre y sufre de violentas patologías conspirativas. Lo
escrito por Francisco Umbral es la sublime exactitud: “Ma-
rilyn fue la creación de América y también América, a la
inversa, un poco creación suya. El interés de MM no está
tanto en sí misma como en qué manera van confluyendo en
la adolescente ingenua y sexual con los vicios, los pecados,
la gracia, los excesos, el mal gusto, el dinero y la sublime
vulgaridad de un pueblo que no oculta su origen ecuestre
ni su democracia con sogas para el ahorcado y Ley Seca”.
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Con la plancha en el bolsillo
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Carlos Yusti
12
Con la plancha en el bolsillo
Su muerte, sometida a todas las pesquisas, y sazonada
con todas las más absurdas hipótesis, todavía no se aclara y
ha dejado una hilacha de conjeturas. El mito Marilyn tiene
todos los condimentos de una tragedia griega. Como buen
mito ha servido de musa a los poetas, de modelo a los pinto-
res (Andy Warhol sicodelizó su rostro de blonda cabellera).
Biografías, novelas, crónicas, tesis y demás devaneos lite-
rarios han hurgado en los promontorios de su vida tratando
de encontrar los huesos de su alma. Pero el mito crece hasta
convertirse en una poética inalcanzable, en una metáfora
siempre viva y cambiante con el paso del tiempo.
Marilyn representó el papel de mentecata en estado puro,
la bobalicona de pechos erectos y cuerpo escultural que lle-
ga a la cima superando todos los obstáculos y todas las bra-
guetas; o sea, el machismo crudo y campante. El precio para
alcanzar el sueño americano fue excesivamente alto. Algu-
nos de sus amantes querían vampirizarle el cerebro, trataban
de intelectualizarla (Robert Slatzer, Yves Montand, Arthur
Miller), pero ella estaba hecha de carne y deseo. Su sexuali-
dad/sensualidad no estaba para requiebros espirituales y por
eso se echaba encima a un pelotero (Joe Dimaggio) celoso
y carente de madera espiritual para comprender sus ondula-
ciones emocionales. Por esa razón Marilyn expresó: “Los
hombres se enamoran de mí tal como soy y luego quieren
cambiarme”. Craso error. Marilyn quería vivir en la orilla
de las cosas sin pretensiones, quería estar al borde como
distraída de todo.
Al parecer se fingía mentecata. Ese fue su mejor papel.
La rubia artificial con la cabeza hecha un colador. Quizá. En
una oportunidad casi se descubre y dijo: “A mucha gente le
gusta considerarme una starlett: sexy, frívola y estúpida”.
El escritor Truman Capote hizo el mejor retrato de Marilyn.
13
Carlos Yusti
Se la encontró en el funeral de una celebridad de la farán-
dula y la descubrió vulnerable y sin afeites. Lloró y le dijo
al escritor que sin duda la consideraba una estúpida, pero
Capote le dijo simplemente que no, que sólo la consideraba
una adorable criatura.
Hay que coincidir con Umbral cuando asegura que Ma-
rilyn era la esencia de la vulgaridad. Era una vulgaridad a
quemarropa que luego se metaforizaba en una belleza auste-
ra, pero en esencia magnética y aleatoria. Hoy es un símbolo
sin fronteras, un mito forjado con la hojalata del melodrama
que se globalizó mucho antes que todo se globalizara.
La Monroe me interesó más desde la sociología que des-
de lo carnal. No fue la mujer sadiana de lecturas juveniles.
Siempre resultó ser una reina buena de pueblo. Su nombre
de pila era Norman Jean Mortenson y vivió el sueño ame-
ricano a fuerza de pastillas para dormir. Una sobredosis de
barbitúricos la despertó al mito eterno. Luego han escrito
que la suicidaron. Como los norteamericanos están fraguan-
do nuevas conspiraciones, nuevas intervenciones bélicas, de
seguro no se acordarán de dejarle un clavel en su tumba.
14
Con la plancha en el bolsillo
Miguel de Cervantes
15
Carlos Yusti
Libros de Autoayuda
A que se debe que unos libros insulsos y plagados de lu-
gares comunes, o confeccionado en corta y pega, con ideas
más que obvias, se convierten en la guía espiritual e inclu-
so en objetos de cultos por sus beneficios prácticos. Libros
como “Quién se llevó mi queso”. “La culpa es de la vaca”,
“El caballero de la armadura oxidada”, y otros de cuyos
nombres no deseo acordarme, se convierten en oráculos im-
prescindible para un buen número de hombres y mujeres.
A ciencia cierta no sé si tales libros obran cambios en la
vida de sus lectores, si se trata sólo una estrategia del mer-
cado que a la hora de comerciar con la fe, los sueños y las
creencias no se andan con sutilezas.
Lo revelador es que muchos de estos libros están con-
feccionados para mentes elementales, están escritos con un
estilo escueto y con los ingredientes menos suntuarios de la
escritura artesanal: lenguaje sencillo, una anécdota pueril,
pero aderezada con bisutería religiosa oriental. Los elemen-
tos mágico-esotéricos no pueden faltar y algo ineludible es
una trama previsible con final feliz.
Muchos escritores complejos, que se mueven en la gran
literatura, venden apenas algunos ejemplares de sus libros y
estos autores de seudoliteratura se forran de millones. ¿Dón-
de está el secreto?.Al parecer no hay secreto, sólo hay gente
insufriblemente infeliz y con muchos complejos mentales
que necesita una orientación existencial para mantenerse a
flote. Los infelices hundidos en sus miserias, los casos per-
didos, escriben en los baños públicos, rayan las paredes de
la ciudad o leen en el metro a Joyce, Marcel Proust y Cer-
vantes.
16
Con la plancha en el bolsillo
Abominar del diccionario
Siempre he abominado de los diccionarios. Me refiero
a esos diccionarios de la oficialidad académica de la len-
gua que busca darle rango y pedigrí a la palabras. No sin
razón dicen que el diccionario en el cementerio de las pa-
labras. Las palabras son vivencias, historia, peculiaridades
espirituales y lingüísticas de cada barrio, región, ciudad,
comarca, gueto, etc. En la vida las palabras se utilizan
como monedad corriente para tratar en algo de entender-
nos. El dinamismo de las palabras en la vida es tal que
cuando algún académico la encierra en un diccionario ya
nuevas palabras están rondando en el intercambio diario
del ciudadano de a pie.
No obstante esos otros diccionarios espurios y es-
critos para darle una nuevo giro de tuerca a las pala-
bras a la postre resultan más amigables e ingeniosos.
“El diccionario del diablo” de Ambrose Birce siempre
me ha parecido digno de consulta. En este diccionario
las palabras cargadas con un humor de tonos oscuros
nos acercan a una realidad absurda. También el “Dic-
cionario filosófico” de Voltaire es la mejor manera para
desaprender filosofía y en la cual cada palabra posee un
significado de fulgor breve. Voltaire aborda los temas
más variados como lo haría un columnista de prensa
hoy y por eso su rabiosa actualidad.
17
Carlos Yusti
El autobús de los vampiros
“Blanqueadas capas negras translúcidas/de vuelta al per-
chero/Bela Lugosi está muerto/ Los murciélagos han abandona-
do el campanario/ Las víctimas han sido desangradas/ Líneas
de terciopelo rojo en la caja negra/ Bela Lugosi está muerto…”
Bauhaus, Cancion: Bela Lugosi’s Dead
Hoy se ha desatado como una moda vampírica. Series,
películas y libros ofrecen noticias de sus andanzas y sus
peculiares hábitos alimenticios.
De niño veía a escondidas las películas del Conde
Drácula personificado por el actor húngaro Bela Lugo-
si, que al final, en eso que llaman la vida real, terminó
vampirizado por el personaje. Lugosi fuera del set de
filmación era un adicto a la heroína, sus brazos estaban
carcomidos por las inyecciones, además se tejieron una
serie de rumores que si dormía en un ataúd, que se le
veía poco a la luz del día. En su declive como actor y
atenazado en el vicio de las drogas era sólo una sombra
espectral que sobrevive como puede de su gloria pasa-
da. En este trance oscuro un peculiar y joven director
Edward D. Wood Jr. lo encuentra y lo empuja a volver
a la actuación en películas (“Glenn o Glenda?” (1953),
La Novia del Monstruo, “Bride of the monster” (1955)
y Plan 9 del Espacio Exterior, “Plan 9 from outer space”
de 1956) de bajo presupuesto y que hoy por lo malas
son consideradas raras joyas del cine y Wood está fi-
chado como uno de los insuperable y peores directores
del cine. Lugosi fue sepultado con su atuendo terrorífico
de conde Drácula, moría el actor, pero su leyenda es
inmortal como los vampiros.
18
Con la plancha en el bolsillo
Las leyendas aseguran que los vampiros existen, pero
al parecer el Drácula peliculero está basado en un perso-
naje real. Vlad Dracul que fue un príncipe rumano que
durante su Resistencia contra los turcos dio muestra de
una ferocidad sanguinaria, al parecer empalaba a sus ene-
migos y los dejaba en los caminos como una adverten-
cia que aterrorizaba al más valiente. Bran Stoker utilizó
datos históricos y las leyendas para escribir su famosa
novela y lo demás historia.
En mi museo personal tengo por supuesto la película
Nosferatu y de Murnau y el Baile de los vampiros de Po-
lanski. Una reciente película Déjame entrar basada en la
novela de John Ajvide Lindqvist; trata el tema desde de
ese óptica de la solead y la muerte en la que se encuen-
tra atrapada una niña-adolescente. En lo que respecta a la
literatura me quedo por supuesto con la novela de Bram
Stoker, con el vampiro de Polidory y el cuento de Cortázar,
Reunión con un círculo rojo.
Los vampiros despiertan cierta seducción debido a
que son inmortales y que a pesar de su sofisticación
y los buenos modales son seres de la oscuridad cuyo
alimento es la sangre de los demás y para ello tienen
que asesinar sin piedad alguna.
No creo en particular en vampiros ni en hombres
lobos, son más plausibles los caníbales que de seguro
se mueven entre nosotros y tienen un apetito peculiar
por sus congéneres. De todos modos me gustaría re-
latar un hecho verídico.
Tendría como 17 años. Esa noche fui al cine con una
muchacha que era mi novia para ese momento. Salimos
tarde del cine y decidimos tomar el autobús. De pronto nos
vimos en una calle solitaria con poco tráfico y también con
19
Carlos Yusti
20
Con la plancha en el bolsillo
pocos transeúntes, algún mendigo durmiendo en la acera.
Estuvimos por espacio de veinte minutos y ni señales de al-
gún carro libre o autobús. Abrazados estábamos en mitad de
la noche con una calle pésimamente iluminada, no había nie-
bla, pero si bastante frío. Como aprovechábamos el tiempo y
la oscuridad para besarnos no pudimos percatarnos como de
repente salió un autobús de la nada. Lo vimos al final de la
calle, venía a una velocidad regular. Le hicimos una señal
y se detuvo. Subimos y en lo que traspasamos la puerta
había un gran bullicio por parte de los pasajeros. En el
interior del vehículo la luz era amarillosa y manchaba todo
lo que tocaba. De repente y ante nuestra presencia hubo
un silencio lento y espeso. Todos los otros pasajeros esta-
ban sorprendidos de vernos allí. Mi novia y yo buscamos
asiento con rapidez. Los otros pasajeros murmuraban entre
ellos. El autobús prosiguió su marcha y aunque en otras para-
das había personas el autobús siguió de largo. Todo aque-
llo era sumamente extraño. Mi novia se apretaba a mi
temblando. No quise averiguar que seres ocupaban aquel
autobús y en un momento que este disminuyó la marcha
arrastré a mi novia hasta la puerta y ganamos otra vez la
calle. El autobús siguió su oscuro recorrido y se perdió
en la noche como si las sombras lo hubiesen devorado.
Mi novia me preguntó que fue todo aquello. No supe que
responderle, pero todavía un tanto asustados buscamos
un sitio donde hubiese más personas y una luz más sen-
sata.
Después de esa extraña experiencia estoy seguro
que existe una realidad oscura que se alimenta de nues-
tros terrores íntimos y se desliza de manera sigilosa
en la cotidianidad más insulsa. Los vampiros y demás
monstruos de nuestra imaginación y nuestros sueños
21
Carlos Yusti
forman parte de ese mundo que no vemos, pero que
seguro acecha en las sombras.
Los libros tienen sus propios hados. Los
libros tienen su propio destino. Una vez
escrito- y mejor si publicado, pero aun
esto no es imprescindible- nadie sabe qué
va a ocurrir con tu libro . Puedes alegrarte,
puedes quejarte o puedes resignarte. Lo
mismo da: El libro correrá su propia suerte
y va a prosperar o a ser olvidado, o ambas
cosas, cada una a su tiempo”.
Augusto Monterroso
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Con la plancha en el bolsillo
Dos reseñas de libros
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Carlos Yusti
“Pan alquilado”, de JPedro Guerrero Edi-
torial MUD Traspapelada, Tirol, Colombia. 400 pá-
ginas.
JPedro Guerrero, poeta oriundo de Sabaneta de
Barinas, ha reunido varios libros de su extenso tra-
bajo poético. En Pan alquilado encontramos poemas
de libros como: “Juanetes metafísicos”, “Royendo
un mendrugo duro al amanecer”, “La lira oxida-
da”, “Carne de caballo viejo”, “Alma en subasta”,
“Zamuros de angustia nítida”, libro que obtuvo el
premio nacional de aves de corral y “Cocinando a
fuego lento mis zapatos”. Poeta comprometido con
todo y nada su poesía explora las posibilidades de
nombres que tiene una guía telefónica, por supuesto
la muerte, el amor, el dolor de estar vivo y los recibos
del teléfono tienen cabida en su poesía existencial,
pero leamos algunos versos: Ya viene el cobrador,
el cartero y el hombre invisible/ viene la noche ¿Y
a dónde vamos?/ Los caballos han muerto o están
en el hipódromo/la flor brota en este estercolero/ es
una flor de plástico/ El aroma de político cansado
persiste/ Águila no caza moscas/ Pero el cadáver se
pudre y llega la mañana como un cuchillo de flores
que destaza la presa/eso somos decía mi padre:/un
sueño que galopa más allá de las alambradas/ y los
salvadores de la patria.
JPedro Guerrero ha obtenido muchos premios y
ha tenido también algunos apremios, pero a sus 80
años sólo le interesa la iluminación que le propor-
ciona el viagra.
24
Con la plancha en el bolsillo
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Carlos Yusti
“Las paradojas del chivo
expiatorio”, de Alvora P. Suaréz
Editorial Terraplen Expropiado, La co-
ruña Argentina. 280 páginas.
Se podría catalogar esta novela
como una intriga policial extravagante
ya que no hay ningún asesinato que re-
solver, ni algún detective buscando pis-
tas para atrapar a los malos, no obstante
son 280 páginas trepidantes que no le
dan respiro al lector por su trasfondo
de Thriller sicológico. La trama gira
en torno a un hombre que una mañana
es detenido sin razón aparente y pasa
cuarenta años encarcelado en un mani-
comio viendo películas de Almodóvar
y Tarantino. El hombre queda libre y
vuelve a su casa una mañana y se pre-
para el desayuno. En todo ello hay una
metáfora que encantará a los lectores si
logran descubrirla, yo no lo hice, pero
como el autor es amigo mío ni modo.
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Con la plancha en el bolsillo
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Carlos Yusti
Leer cine
En nuestro país ver cine extranjero es una quimera ya
que en realidad lo que hacemos es leer cine. En el momen-
to culminante el protagonista habla y el espectador va, a
duras penas, por la mitad de la frase y enseguida la escena
cambia y esto hace imposible disfrutar la escena.
El otro inconveniente de leer cine estriba que muchas
veces uno se horroriza no por la película, o la mala ac-
tuación, sino por los errores ortográficos que saltan de la
pantalla sin anestesia alguna. Y no se mencione la traduc-
ción de los títulos y de los diálogos. El escritor colombiano
Efraín Medina Reyes ha escrito que es una verdadera tor-
tura escucha a Batman hablar como Don Quijote o Meryl
Streep con el fastidioso acento del Topo Gigio. Por otra
parte el traductor se toma licencias censoras para simplifi-
car los diálogos y agilizar en algo la lectura.
Leer cine es una insufrible lata, mejor es leer el libro
en el cual, por lo general, se basa la película. Lo que han
hecho con el último libro de la saga de Harry Potter, “El
Caliz de fuego” es suficiente para decidirse de una vez por
todas dejar de leer cine y concentrarse en la literatura.
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Con la plancha en el bolsillo
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Carlos Yusti
Hez-critores
La literatura y el humor parece que se atraen a la per-
fección. Con respecto a esto quisiera realizar algunas ano-
taciones, a modo de cotilleo comodón y arbitrario, sobre
algunas hipérboles mesurables y humorísticas que tienen
como protagonista, explícito o velado, a ciertos escritores.
Sobre el humor se pueden escribir cuestiones graves y
profundas, pero como no tengo vocación de sepulturero,
trataré de ser, como quería Wilde, muy superficial e im-
probable en las líneas que siguen.
Cayo Valerio Catulo fue un escritor latino famoso por
sus cantos a Lesbia y por sus epigramas (breves y chirrian-
tes) que pletóricos de sutilezas y sarcasmos, le han valido
un lugar destacado en la literatura. Así como estaba Catu-
lo, también estaba Hipias, recitador afectado y engolado,
que se tenía por un declamador fuera de serie. Catulo le
escribió un epigrama para desmontar su engreimiento:
“Hipias, gracias por recitar
mis poemas, sin embargo los
recitas tan mal que
ya no son míos, sino tuyos”.
	
Gaglyon era un retórico de cuidado y Catulo le escribió
un epigrama justo a su medida:
“Gaglyon, como está la puta.
No me refiero a tu mujer,
sino a tu lengua”
	 El dramaturgo y escritor español Jacinto Grau fue
una figura tragicómica del medio literario español. Se le
30
Con la plancha en el bolsillo
consideraba un gaffe , es decir un hombre que era un imán
para la mala suerte, en suma era un ser plomo y pa-
voso. Se cuenta que en una oportunidad Grau la hacia de
embajador en Chile y estaba convencido que las mujeres
chilenas eran fáciles y vivía fastidiando a sus colegas chi-
lenos con eso de la liviandad de las féminas chilenas. Un
día Grau, y quizá cansado de que las mujeres chilenas los
esquivaran con suma rapidez, le manifestó a un escritor
chileno lo siguiente: “Eso que se comenta sobre las mu-
jeres chilenas, de ser fáciles a mí no me lo parece”. El
otro escritor cansado de la cantilena le respondió: “Mire
don Jacinto, las mujeres chilenas son fáciles, el difícil es
usted”.
En otro oportunidad se celebraba una reunión en la
embajada y para jugarle una broma a Grau, los otros con-
tertulios le avisaron que pronto llegaría una poeta treinto-
na, que todavía tenía un buen lejos, “pero que mucho cui-
dado que era una mujer recatada y virgen”. Cuestión que
era falsa, ya que la poeta tenía un average de amantes y
maridos bastante alto. La poeta “virgen” llegó y Grau se le
acercó sin mucho preámbulo: “Ah, usted y que es virgen,
bueno hija no sabe de lo que se pierde”. Juan Rulfo, un
escritor parco y que en las fotos siempre ofreció el tipo de
malencarado, en una entrevista le preguntaron.: “¿Usted
ha leído el Capital?”. Rulfo sin pensarlo mucho respondió:
“No, pero he visto la película”.
Se cuenta que Jorge Luis Borges en la recepción del
premio Cervantes estaba muy ufano siendo el centro de
atención. Todos querían estrechar la mano del ciego escri-
tor. El poeta Gerardo Diego también se acercó a Borges y
le dice: “Maestro, mucho gusto Gerardo”. Borges se hace
el desentendido y el poeta insiste otra vez: “Diego, maes-
31
Carlos Yusti
tro, Diego”. Borges con solemnidad arremete: ¿Gerardo o
Diego, vos como que sos un tanto indeciso”.
Sobre Leoncio Martínez se cuenta que este estando
ya en su lecho de muerte sufre una recaída. La gente que
estaba en el cuarto con él se alarma y para reanimarlo al-
guien sugiere: “¡brandy, denle un brandy!” y una señora
complementa: “Si, con un poco de agua”. Enseguida
Leo sale de su sopor moribundo y exclama: “No, con
agua no. Ya me van echar a perder mi último palito”. En
otra ocasión Leo es detenido y comienzan a levantarle el
expediente y le preguntan: “Oficio”. Leo con fluidez res-
ponde: “Preso político”.
A la mamá de Gabriel García Márquez la asediaban un
sin número de periodistas y uno de esos brillantes perio-
distas de la horda le preguntó: “¿Señora, a cree usted que
se debe el talento literario de su hijo?”. La Doña sin mucha
literatura respondió: “Ah, yo creo que es por la Emulsión
de Scott”. 	
Cuando Andrés Eloy Blanco fue galardonado con un
premio, bastante significativo, desde el punto de vista mo-
netario, en Madrid por su “Canto a España”; enseguida
Rafael Bolívar Coronado que se encontraba en la madre
patria, exiliado y haciendo malabarismos literarios para
comer, despachó algunas notas llenas de loas y ala-
banzas por el poeta premiado. Luego de publicadas las
notas en los periódicos españoles, las remitió al hotel don-
de se alojaba Andrés Eloy Blanco. Como pasaron días y
este no se manifestaba le remitió esta vez un telegrama
urgentisimo: “Andrés Eloy Blanco, eres un astro. Los as-
tros giran. Gírame algo”. Bolívar Coronado fue becado
por Gómez. Este muy feliz se embarcó rumbo a España.
Cuando el barco estaba en alta mar Coronado salió a cu-
32
Con la plancha en el bolsillo
bierta gritando: “¡Muera Gómez, el tirano!”.
Con respecto aAndrés Eloy Blanco existe una anécdota
con poemita incorporado bastante singular. Una profesora
uruguaya fue invitada por las damas del Congreso Nacio-
nal para rendirle un homenaje por su trayectoria política.
En los discursos y presentaciones de rigor se insistió, de
manera exagerada, en que la homenajeada había sido ele-
gida por dos lapsos seguidos en la cámara legislativa de
Montevideo. Andrés Eloy hizo circular un papelito entre
los presentes con el siguiente verso:
“Que vengan los Homeros y Hesíodos
a cantar el fenómeno inmortal
de la doctora Pinto de Vidal
una mujer que tiene dos períodos”.	
	
Voltaire se encontraba en una velada donde un poeta
de apellido Rousseau, que no tiene nada que ver con el au-
tor del Emilio, recitaba un soporífero poema de su propia
inspiración e insensatez, titulado “Oda a la inmortalidad”.
Luego de consumado el suplicio poético, Voltaire comen-
tó: “Dudo que esa composición llegue a su destino”. En
otra oportunidad los dardos críticos de Voltaire hicieron
blanco en un mariscal, quien ofendido contrató a dos rufia-
nes de cantina para que le dieran una golpiza al inoportuno
filósofo. El mariscal veía desde su carruaje como los dos
buscavidas golpeaban al sorprendido Voltaire; de vez en
cuando el mariscal les gritaba: “No le peguen en la cabeza,
de allí puede que salga algo bueno”.
George Lichtenberg, famoso por sus aforismos, tenía
un telescopio con el cual observaba las estrellas en el cielo
y a su vecina que se bañaba a la luz de una vela. También
33
Carlos Yusti
criticó con dureza la Fisiognómica (ciencia de moda y de
mucho futuro para su época) echando por tierra todos
sus postulados; arrepintiéndose luego de conocer a su pro-
pulsor el profesor Kaspar Lavater a quien tachó, con cierta
pena, de embustero engañado. Como profesor de matemá-
tica eligió para su primera clase un tema algo curioso:
“El cálculo de probabilidades en el juego”. Sus alumnos,
durante bastantes horas, lo vieron lanzar más de cien veces
una moneda al aire tratando de elucidar las probabilida-
des de cara o sello. Es extraordinario su aforismo: “Quien
tenga dos pantalones, que venda uno y compre este libro”.
Simón Rodríguez, alias Samuel Robinson, andariego,
pedagogo y visionario de la educación siempre decía:”me
gusta tener la culpa para evitarme el trabajo de justificar-
me”. Cuando conoció a Antonio José de Irisarri, Don Si-
món Rodríguez se adelantó tendiéndole la mano: “Aun-
que me han dicho que usted me tiene por loco, yo no lo
tengo por menos”. Alguna vez le comentó Simón Rodrí-
guez a Vendel-Hey: “La libertad me es más querida que el
bienestar. He encontrado entre tanto el medio de recobrar
mi independencia y de continuar alumbrando a América.
Voy a fabricar velas. En el siglo de las luces, ¿qué ocu-
pación puede haber más honrosa que la de fabricarlas y
venderlas?”.
La poeta Emily Dickinson escribió: “La esperanza es
una cosa con plumas” y Woody Allen la refuta: “La cosa
con plumas resultó ser mi sobrino, debo llevarlo a un espe-
cialista en Zurich”. Platón había sentenciado que los polí-
ticos tenían que ser filósofos. Ortega y Gasset por su parte
postulaba: “No pidamos tanto, nos conformaremos, aun-
que lo lamentemos después, con que sepan leer y escribir”.
Cuentan que luego de editada la famosa antología poé-
34
Con la plancha en el bolsillo
tica de la generación del 27. Luis Cernuda que a todo le
gustaba encontrarle un afectado pero, le dijo a Gerardo
Diego: “Lo que no le perdono a usted es que haya dado
esa foto mía, de perfil”. “Pues agradézcame que no haya
puesto en el libro su segundo apellido”. El segundo ape-
llido era Bidón, muy bien para un plomero, pero no para
un poeta. En cierta ocasión estaba Lorca celebrando con
algunos amigos y dijo: “Que las púberes canéforas de la
acracia te ofrenden su acanto”. Todos los asistentes se vie-
ron extrañados y uno de ellos expresó: “De toda la frase lo
único que entiendo es el que”. Algo parecido me sucede
con Teresa de la Parra. Aunque lo intuyo, no sé que quiso
expresar cuando escribió: “Sigo mi vida horizontal...”
Arturo Uslar Pietri escribió que el 24 de enero 1848,
Juan Vicente González, un devorador de libros impresio-
nante, estuvo a punto de perder la vida. Para ese entonces
González era un flamante diputado de la República. Tras
un sangriento motín el congreso es atacado y disuelto. Al-
gunos diputados son heridos o asesinados. González trata
de salvarse y huye. No obstante uno de los amotinados
logra capturarlo y esta a punto de acuchillarlo cuando una
voz autoritaria lo detiene:”¡A Tragalibros no, que ese es el
que me enseña los muchachos!”. En efecto González para
compensar su sueldo de diputado daba clases particulares,
con tan buena estrella que los hijos del General Juan Soti-
llo, eran sus alumnos.
Rómulo Gallegos fue a ver una película de María Félix,
en la que actuaba como bailarina del Moulin-Rouge. De
seguro fue con la esperanza de encontrarle esas cualida-
des histriónicas que en la película Doña Barbara bri-
llaron por su ausencia. Gallegos estuvo desde el principio
incomodo con la trama superficial de la película, pero aún
se sentía más torturado por María Félix, quien vestida de
35
Carlos Yusti
bailarina de can-can actuaba como su personaje de Jua-
na Gallo. Gallegos colérico se levanto comentando: “Esta
mujer no tiene sentido del ridículo. Yo pensaba que peor
estaba en Doña Bárbara”.
Ortega y Gasset dijo una frase, menos tediosa de las
muchas que escribió: “La erección es un pensamiento y yo
todavía tengo pensamientos”. Yo conozco muchos poetas
e intelectuales que creen que los pensamientos son erec-
ciones y como se cuidan de no pensar ya no las tienen, en
mi caso me digo como Descartes: “Erección, luego existo
y mucho después pienso”.
36
Con la plancha en el bolsillo
Foto de Yuri Valecillo
37
Carlos Yusti
Intenté leer la novela “Rayuela” en el
bachillerato, pero me fue imposible, no
tió en una especie de moda y creo que la
estaba preparado intelectualmente.
culpa de todo la tuvo el “Ulises” de Joy-
La leí muchos años después y pude
ce que apenas narra un día de varios
meterme en su entresijo humanístico,
personajes. Joyce realiza un experimen-
en ese andamiaje de personajes y de la
to con los estilos y con la forma. Hace
literatura como ese extremo de esti-
lo y de humor. Julio Cortázar fue uno de
añicos la novela tradicional y le devuel-
ve un poco su encanto de travesía, de
esos autores imprescindibles (como Borges,
aventura lingüísticas. En nuestro país
Italo Calvino) los cuales enseñan que
novelas con sentido experimental se
fuera de la literatura todo parece carco-
podrían mencionar “País portátil” de Adria-
mido por lo predecible. Cortázar utilizó lo
no Gonzáles León, “Abralapalabra”
literario para arañar en algo esa reali-
de Luis Brito García. En nuestra cuentís-
dad que subyace en esta realidad cotidiana
tica esta experimentación Joyciana ha
sido más prolífica.
de horarios y rutinas aprendidas.
La literatura experimental se convir-
Infectado de rayuelismo
38
Con la plancha en el bolsillo
Periódicos
Tengo un amigo que ha decidido no leer más periódicos,
dice que lo hace por su salud mental, para él los diarios sólo
traen truculencia y políticos desabridos y gente de farándula
con un coeficiente intelectual de botox y silicón.
No obstante el periódico sirve para muchas cuestiones.
Por ejemplo es ideal en eso de envolver el pescado, así
mientras usted calienta el sartén puede de leer en la piel
de su carite, o su catalana, noticias a las que no le había
dado importancia como: “La expansión del universo es un
hecho”, “Los hombres calvos son más seductores, siempre
y cuando su calvicie este respaldada por una sólida cuenta
bancaria”.
El uso del periódico es algo burdo, pero si hay urgencias
corporales y no hay papel sanitario a la mano el periódico
puede constituirse en el último recurso, además limpiarse
con el rostro de algún politicastro de saldo y oportunidad es
lo que podría catalogarse como justicia divina.
También sirve el diario para reírse de los descalabros
y deslices que realizan los periodistas por el apremio del
cierre de edición. Basten algunos ejemplos:
“El cadáver presentaba heridas, al parecer mortales.”
“Con gran dolor para los amantes de la naturaleza, por
orden de la alcaldía, los bomberos se pusieron a cortar un
árbol centenario de más de 1.000 años.”
“Como era día de los muertos, se encontraba muyani-
mado el cementerio.”
“El público, entusiasmado y puesto en pie, aplaudió 	
hasta enronquecer.”
39
Carlos Yusti
La literatura nos impide embarcarnos en
actividades de naturaleza más criminal. Una
nueva obra es nuestra justa venganza del
mundo”.
George Mikes
“Falleció para siempre el que fue gran deportista…”
“El baile fue amenizado por un numeroso cuarteto.”
Los políticos de oficio siempre han visto en la prensa
un enemigo potencial ya que denuncia sus trapacerías y ne-
gocios a la sombra del poder por eso tildan a la prensa en
consenso como cuarto poder y en realidad los periódicos
sólo venden palabras (algunos ideologías) y otros se ha que-
dado en el triste papel de tontos útiles de los regímenes de
turno, haciéndole el mandado tipográfico al que lleva las
riendas aduciendo que de alguna manera hay que pasar la
contingencia.
Si mi amigo se enterara como anda el salario de los pe-
riodistas, quizá compraría el diario, sin contar que eso de
los gazapos para bajar la rabia y caer en la risa es gratis.
Además creo que compraría el periódico si se entera de esa
frase de Luis Fernando Verissimo: “A veces, la única cosa
verdadera en un periódico es la fecha”.
40
Con la plancha en el bolsillo
El periodista está estimulado por el plazo.
Cuando tiene tiempo, escribe peor.”.
Karl Kraus
41
Carlos Yusti
Bibliotecas imaginarias
Uno prefiere las bibliotecas imaginarias debido a que
son bastantes extensas y contienen muchos libros y ocu-
pan ese espacio holgado de la imaginación. En mi conteo
de bibliotecas imaginarias hay que mencionar la de Don
Quijote y que llevan a la hoguera el cura y el barbero en
un auto de fe que siempre me ha causado inmensa triste-
za. Está también la creada por Borges en su cuento “La
biblioteca de babel”, la de Umberto Eco en “El nombre
de la rosa”, la biblioteca sumergida del Capitán Nemo. La
biblioteca del personaje principal de la novela de Elías Ca-
netti “Auto fe”.
Cómo es lógico tengo mi biblioteca real, con un cen-
tenar de libros en la ciudad donde vivo y otro lote, mucho
mayor, en mi ciudad biográfica, sin mencionar esas que he
perdido en los naufragios habituales de la vida y de las re-
laciones amorosas. La biblioteca personal es como el car-
tón de identidad del escritor. Los libros que se acumulan
en la estantería de su alma quizás lo ayuden a magializar
esa realidad tan banal y publicitaria, tan rosa y de espec-
táculo real es horario todo usuario; esa realidad lleno de
molinos de vientos y Sanchos Panzas queriendo ser Quijo-
tes. En fin de esa realidad donde pasa de todo, pero con ese
toque inigualable de la metáfora.
42
Con la plancha en el bolsillo
43
Carlos Yusti
Lectores pésimos
Malos lectores he conocido pocos. He conocido mucho
poeta malo y mucho ensayista de bostezo académico. En la
literatura he conocido a pésimos lectores. Por ejemplo Don
Quijote ( Alonso Quijano antes de sus andanzas) quien
tiene todas las características de un señor jubilado. En tal
sentido se ha leído varias veces su biblioteca, concentran-
do su atención en los libros de caballerías. Otra pésima
lectora es Emma Bovary, que lee con fruición noveletas
románticas. Tanto a Emma como a Quijano los pierden sus
lecturas. Quijano se arma caballero y sale a los caminos a
vivir su propia novela de caballería. Por su parte Emma
sumergida en un jabonoso romanticismo rosa resbala hacia
al adulterio y luego al suicidio. La literatura es una cosa
y la vida es algo menos mágico. Lectores buenos son los
de Harry Potter. En algunas escuelas de Estados Unidos
prohibieron el libro ya que su tema de brujos y magia era
algo que podría perjudicar la mente de los jóvenes lecto-
res. Cuando a niños y jóvenes los entrevistaban sobre esta
medida argumentaban: “Los libros de Harry Potter son
pura ficción, son historias con mucha imaginación. Nada
es allí es real eso lo sabe cualquiera”.
44
Con la plancha en el bolsillo
45
Carlos Yusti
Prodigiosas palabras
	
El ensayo como género literario posee cierto grado de
dificultad. No por ello algunos escritores no han dejado de
subestimarlo. El ensayo más que un tratado rígido y en-
sopado de academia es una manera amable y divertida de
acercarse a lo amado y odiado tanto en la vida como en la
literatura. Es así mismo un medio rápido para analizar el
presente, para opinar sobre esos asuntos del día sean lite-
rarios, políticos, económicos, científicos, etc. Su principal
practicante e inventor fue Miguel de Montaigne, quien no
dejó reglas para escribir ensayos, sino que más bien propor-
cionó pautas precisas a través de sus propios ensayos. Mon-
taigne mezclaba, con equilibrada maestría, visión personal,
del mundo literario de su tiempo y de su persona, con cierta
erudición. Su estilo no era por ello rimbombante, más bien
era sencillo y en muchas oportunidades apelaba al humor
para hacer fluido el tema que trataba.
He escrito algunos ensayos y una buena porción de
amagos que se quedan en el camino de la opinión ultra-
marina y del exabrupto. O sea, textos que no cumplen con
los requisitos básicos para ser considerados como ensayos.
No sufro por ello y disfruto una barbaridad leyendo a otros
buenos ensayistas.
Montaigne hecho las bases de una manera de encarar
los temas que ha ganado muy buenos adeptos y muy bue-
nos ejecutantes. Digo ejecutantes porque el ensayo es una
suerte de música que incorpora sin reparos notas, estilos
y ritmos de otros autores, de allí la gran versatilidad que
tiene. En un ensayo puede entrar de todo, sólo hay que
tener buen oído para armonizar las palabras y las frases. El
ensayo, aparte de elasticidad, posee muchos trucos y uno
como obstinado experimentador del género no termina de
46
Con la plancha en el bolsillo
aprenderlos todo. Por eso es necesario leer a muchos ensa-
yistas. Entre mis preferidos se encuentran los filósofos, los
novelistas y cuentistas desdoblados en ensayistas como es
el caso de Josefa Zambrano Espinosa y su libro de ensa-
yos hace poco editado, “Taumaturgias del verbo”, Fondo
Editorial Predios, marzo 1999.
Josefa Zambrano Espinosa (Boconó 1950) es esencial-
mente narradora. Posee un dominio acabado y sorprendente
del relato breve. Sus textos narrativos más que colocar en el
tapete los hechos va poco a poco sugiriéndolos. Algunas de
sus narraciones no son fáciles y conceden pocas concesio-
nes al lector. Hay que leer con minuciosidad para atrapar la
fina urdimbre tejida por Josefa, en las que lo fantástico se
entremezcla con lo cotidiano o con esas atmósferas mágicas
que pertenecen al territorio del sueño.
Su primer libro de cuentos, “Magia de páramo” fue pu-
blicado en 1984. Luego editó otro volumen de relatos con el
sugerente título, “Al día siguiente todos los caminos perma-
necen abiertos”. Josefa Zambrano Espinosa partió de Boco-
nó a los catorce años, no obstante su escritura esta impreg-
nada de la magia local de su tierra natal. Siendo todavía una
niña de trenza y vestidos floreados se convirtió en asidua
del Ateneo de Boconó, donde se topó por primera vez con
el arte en sus diferentes manifestaciones. Orlando Araujo la
induce a publicar sus primeros relatos que serán reunidos en
su primer libro de cuentos. Doctorada como abogada crimi-
nalista en Madrid y París, Josefa Zambrano tiene la escritura
no como un hobby, sino como una pasión constante que le
permite no olvidar sus raices. Su libro “Magia de páramo”
pasó casi desapercibido para la crítica.Apesar de ello Josefa
no dejo de escribir. Su segundo libro agotó una edición en
tres meses. Con respecto a este libro Ludovico Silva escri-
bió: “Ostenta un título largo, casi Barroco, “Al día siguiente
47
Carlos Yusti
todos los caminos permanecen abiertos”. A pesar del título
general del libro este se encuentra en sí mismo lo más ale-
jado posible de todo barroquismo; por el contrario su rango
estilístico dominante es la sencillez, casi la simplicidad, las
cosas corrientes del mundo, los objetos cualquiera, las co-
sas de nadie, sin embargo, esto no debe confundirnos. Se-
mejante sencillez también, tiene sus secretos resortes com-
plicados, frases a veces misteriosas que autora desliza en
cada uno de sus cuentos como una pincelada central, todo
el problema consiste en saber hallar esas frases claves que
siempre son una sola o no pasan de dos”.
Su otro libro de relatos “Malaventuras” retoma las ob-
sesiones de sus primeros textos narrativos: sencillez na-
rrativa, brevedad, superposición de planos narrativos. En
“Malaventuras” ensaya Josefa Zambrano una suerte de ti-
pografía caótica que busca darle fuerza y misterio al relato
o como ella misma lo ha explicado: “En “Malaventuras”,
lo que yo busqué fue otra experiencia narrativa. Siempre
quise escribir cuentos donde, al estilo de los escritores del
siglo dieciocho, que marcaban topográficamente los pla-
nos temporales y espaciales, poder jugar con las palabras,
trabajarlas con una especial tipografía para darle un so-
porte gráfico al relato, eso es un poco lo que hice en los
cuentos reunidos en “Malaventuras”. Aparte de esto hay
que distinguir en la narrativa de Josefa un tono poético de
gran textura, un manejo sorprendente de las palabras que
van más que explicando sugiriendo, haciendo que el lector
se sume en la elaboración del cuento realizando sus pro-
pios aportes deductivos o como bien lo escribió Ludovico
Silva: “De modo que las palabras casi se transforman en
símbolos, pues su misión no es la de explicar nada,
sino la de sugerirlo todo, tal es el arte de Josefa Zambrano.
Una mujer tan extraña y extraordinaria, que encima de ser
48
Con la plancha en el bolsillo
bella, como si eso no le bastara, sabe escribir con grandí-
simo talento”.
El libro “Taumaturgias del verbo” confirma la capaci-
dad creativa e inteligencia literaria de Josefa Zambrano
Espinosa. El libro, compuesto por seis ensayos de exten-
sión variable, discurre en torno de la apreciación algunos
escritores y poetas. Más que ensayos críticos son textos de
acercamiento amoroso con autores que tratan de encontrar
esa magia indudable que subyace en las palabras.
En “Taumaturgias del verbo” Josefa deja en claro su
erudición sencilla y sin rebuscamiento. No hay un engo-
lamiento en sus textos, mucho menos se atrinchera en una
retórica profesoral. Son ensayos fluidos, precisos. Carlos
Villaverde en la contraportada del libro ha escrito: “Zam-
brano escoge el ensayo para ratificar con agudeza la per-
fecta compatibilidad del juego y la indagación”.
Josefa Zambrano Espinosa aborda a los autores en sus
ensayos teniendo como soporte sus lecturas combinadas
con sus experiencias vivenciales y su juicio objetivo, no
exento de una equilibrada sensibilidad, como tratando de
encontrar los elementos prodigiosos que convierten a los
textos literarios, escritos o leídos, en experiencias intelec-
tuales de enorme trascendencia.
Lubio Cardozo por su parte, en un fragmento de la nota
liminar del libro acota: “...representan ensayos de una be-
lleza libre donde los elementos de crítica literaria- por lo
demás muy bien fundamentados y desarrollados- signifi-
can apenas los pivotes alrededor de los cuales gira la na-
turaleza lúdica del ensayo en el manejo de los conceptos
vertidos con galanura expresiva”.
El libro de ensayos escrito por Josefa Zambrano Es-
pinosa refleja aplomo, madurez y gran belleza estilística.
No sin razón escribió Adolfo Bioy Casares: “Por su infor-
49
Carlos Yusti
malidad, el ensayo es un género para escritores maduros.
Quien se abstiene de toda tentación, fácilmente evitará el
error. Con digresiones, con trivialidades ocasionales y ca-
prichos, solamente un maestro forjará una obra de arte”.
“Taumaturgias del verbo” es una obra de arte pensada
y meditada con gran profundidad intelectual y con ini-
gualable sensibilidad literaria. Para Josefa Un libro no es
más que una exigencia, para darle un énfasis romántico,
del espíritu y donde el autor ha puesto toda su tenacidad,
toda su carne cotidiana.
50
Con la plancha en el bolsillo
Entiendo por literatura no un cuerpo o
una serie de obras, ni siquiera un sector
de comercio o de enseñanza, sino la
grafía compleja de las marcas de una
práctica, la práctica de escribir”.
Roland Barthes
51
Carlos Yusti
Barthes
La editorial Monte Avila editó, hace bastante tiempo, el
libro Barthes por Barthes o algo así. Allí Roland Barthes se
hacía una radiografía con fotos incluidas. El libro todo es
algo así como un rompecabezas. Esta confeccionado como
una colcha de retazos. Sólo breves fragmentos que indagan
sobre sus gustos, su madre, su trabajo y cuestiones pías en
ese sentido. Hablar de uno puede ser aburrido, pero Barthes
se las ingenia para que ese libro resulte revelador y un tan-
to esquivo. Jacques Derrida escribe: “Hoy, al regresar de la
experiencia un poco insular a cuyo fondo me había retirado
con los dos libros, miro solamente las fotografías incluidas
en sus otros libros (sobre todo en el Roland Barthes...) y en
los periódicos. Ya no me aparto de las fotografías y la escri-
tura manuscrita. No sé lo que sigo buscando, pero lo busco
por el lado de su cuerpo, lo que muestra de él y lo que dice
de él, lo que acaso esconde de él, así como lo que él no podía
ver en su escritura. Busco en las fotos los “detalles” y creo,
sin la menor ilusión, sin complacencia, que algo me mira
sin verme, como él mismo decía, según creo, en las páginas
finales de La chambre claire. Trato de imaginar los gestos
en torno de aquello que se cree que es la escritura esencial.
¿Por ejemplo, cómo escogió todas esas fotografías de niños
y viejos? ¿Cuándo eligió esta “cuarta de forros”? ¿Marpa
hablando de la muerte de su hijo? ¿Y esas líneas blancas
sobre fondo negro en el interior de la cubierta de Roland
Barthes...?”
Siempre estuvo preocupado de la elegancia en cuanto a su
estilo, estuvo en la cuerda floja de una estética más como lec-
tor que como escritor; es decir fue un lector que leía con una
estética particular, buscaba captar la belleza de la frase como
elemento musical, como polémica y como tragedia creadora.
52
Con la plancha en el bolsillo
Allí está su ensayo de Flaubert y su balanceo al borde del
colapso tratando de encontrar la frase justa. Barthes presenta
todo eso con un dramatismo sin igual.
Le interesaba la verdad de la literatura, la verdad que
encierran las palabras organizadas en función de un tex-
to o como intentó demostrarlo a través de un texto chino
contenido en su libro Fragmentos de un discurso amoroso:
“Un koán búdico dice lo que sigue: El maestro mantiene la
cabeza del discípulo bajo el agua, mucho tiempo, mucho;
poco a poco las burbujas se espacian; en el último mo-
mento, el maestro saca al discípulo, lo reanima: cuando
hayas deseado la verdad como has deseado el aire, enton-
ces sabrás lo que es.”.
53
Carlos Yusti
Julio Verne, viaje desde el sofá
Si uno es adolescente, y tiene el tedio acampando en
los huesos del alma, quizá la lectura de un modesto autor
como Julio Verne pueda ser el salvavidas para no morir
ahogado entre ese aullido sordo del bostezo. Lo sé por ex-
periencia, además lo que Verne propone, en algunas de sus
novelas, es un viaje tumultuoso, a veces temerario, para
que sin movernos, y cómodamente instalados, disfrutemos
conociendo geografías exóticas y un poco de ese espíritu
humano creativo y dispuesto a no dejarse vencer por las
adversidades.
Acostado en el sofá de la sala, y ante la jauría rabiosa
de mis padres que me sospechaban como un flojastro sin
futuro, realicé algunos viajes con Verne y saqué en claro
algunas cosas, pero la más importante es que la imagina-
ción es una llave que cierra todas las puertas de la realidad,
pero que abre esa única puerta donde todo lo imaginado
puede aleccionarnos (prepararnos) para vivir en el mundo
real que se ha construido a con la pasión de muchos soña-
dores, de muchos que han imaginado lo imposible. La rea-
lidad no es producto del azar, sino de nuestra imaginación
siempre a prueba.
Julio Verne no es un novelista de muchas profundidades
aunque algunos de sus personajes bajen al centro de la tierra
o se sumerjan en el mar. A Verne, como escribe Savater, se
le admira por un conjunto de equívocos y magias más bien
accidentales. No es un novelista de anticipación del futu-
ro, aunque sus amagos por vislumbrarlo siempre estuvieron
cerca de la profecía. Tampoco es un escritor que manufac-
turaba ciencia ficción de manera deliberada, no obstante sus
visiones científicas tenían su ficha informativa respectiva.
Mucho menos es un autor de aventuras traída por los ca-
54
Con la plancha en el bolsillo
bellos para disfrute del lector, aunque algunos de sus libros
tienen ese componente trepidante de la acción películera sin
perder el pulso narrativo y a veces el humor sin altos vuelos
para llegar a la carcajada como en Charles Dickens. Sin
embargo en los libros de Verne todos esos ingredientes se
armonizan, todo se relojeriza del tal manera que imposible
aburrirse con algunos de sus relatos por más sombríos que
estos sean o por tan descuadernado y best sellers que sea su
estilo.
Una de las características principales en los libros de
Verne es el viaje en el sentido homérico. Una serie de per-
sonajes emprenden una travesía y el trayecto le ocurren un
conjunto de contratiempos a veces absurdos y otros que
rayan en lo inverosímil. Se viaja mucho en la novelas de
Verne y aunque resulte paradójico él fue un escritor ro-
tundamente sedentario. Para amueblar su nómada y febril
imaginación visitaba bibliotecas y poco a poco fue recolec-
tando información de todo tipo en fichas y al parecer llegó
a reunir más veinticinco mil. Con todo ese gran cúmulo de
datos (geográficos, científicos, matemáticos, etc.) obteni-
dos le iba dando forma a su mundo y a sus visiones: una
nave espacial para llegar a la luna, trenes de alta velocidad,
una red telegráfica mundial, automóviles impulsados por
gasolina, submarinos para explorar las profundidades del
mar y otros adminículos sorprendentes que anunciaba de
algún modo el futuro.
Para Roland Barthes la obra de Verne no ofrece aven-
turas si acaso temas y en tal sentido se centró en construir
una cosmografía cerrada sobre sí misma. En esta cosmo-
grafía particular Verne suelta sus personajes y él lo con-
trola todo para ello se sirve del dato verificable, de la in-
formación proveniente de una biblioteca o un atlas o otras
obras de exploración en la cual sus autores si realizaron
55
Carlos Yusti
una determinada travesía ya sea para explorar el Polo Nor-
te o la selva en el amazonas. Barthes escribe: «La imagi-
nación del viaje corresponde en Verne a una exploración
de lo cerrado».
Verne jamás se movió de su escritorio, jamás fue tenta-
do por la exploración, nunca sintió curiosidad por conocer
alguna región exótica que le sirviera para una nueva histo-
ria. Esta postura hace escribir a Barthes: «Verne pertenece
a la progenie de la burguesía progresista: su obra destaca
que nada puede escapar al hombre, que el mundo, hasta el
más lejano, como un objeto en su mano y que la propiedad,
al fin y al cabo, es sólo un momento dialéctico en el domi-
nio general de la naturaleza».
A pesar de esa visión conservadora de Verne, tanto del
viaje como de la aventura y de la naturaleza como propie-
dad, viajar en su compañía y aunque a veces cometa pifias
garrafales los destellos de su iluminación explora todas las
posibilidades para sorprender al lector.
Lo escrito por Claudio Magris sobre Salgari es apli-
cable a Verne: «...copiadas fatigosas e ingeniosamente de
enciclopedias y compendios históricos-geográficos que
debían compensar los viajes no realizados y tan sólo so-
ñados por Salgari».
Barthes escribe que el objeto verdaderamente contrario
al Nautilus es el Barco Ebrio de Rimbaud «...el barco dice
«yo» y, liberado de su concavidad, puede hacerpasar al
hombre de un psicoanálisis de la caverna a una verdadera
poética de la exploración».
De todos modos viajar de polizón en el Nautilus me
hubiese gustado para explorar a hurtadillas la biblioteca
del capitán Nemo. Los libros de Verne tiene su alta dosis
de elementalidad, pero de algún modo su lectura ofrece
perspectivas de un horizonte en la cual la imaginación es
56
Con la plancha en el bolsillo
vital para asumir la vida con esa entonación entusiasta de
lo posible, con ese vértigo intenso de la existencia como
travesía, como poética de un viaje en el que día a día algo
aprendemos.
Julio Verne
57
Carlos Yusti
Libros prohibidos
Me gustan más libros prohibidos que los libros apro-
bados por consenso. Uno de mis libros predilectos es el
“Índice de libros prohibidos”, que condensa todo esoli-
bros tachados como impuros o que va contra el dogma
religioso. Esta biblioteca (imaginaria o en sentido figura-
do por supuesto) que aglutina estos libros en lo personal
creo que es la biblioteca ideal.
58
Con la plancha en el bolsillo
Truman Capote
59
Carlos Yusti
Capote a pesar de los ladridos
Algunos escritores se convierten, para quienes inten-
tamos dotar a las palabras cotidianas de cierta luz meta-
fórica, en una especie de montaña que es imprescindible
escalar sin sogas ni otros artilugios, al igual que esos es-
caladores de montañas que van subiendo en solitario sólo
con sus manos y pies, buscando una saliente, una grieta
para dar otro paso con sólo dos caminos a conciencia: la
cima o la muerte. Quizá exagero, pero muchas veces la
buena escritura tiene dos caminos: la cima de la excelencia
con las palabras o el abismo mortal del fracaso. Sin duda
que si un escalador de montañas cae, demolerá todos los
huesos de su cuerpo; si un escritor se va hacia el abismo
quizás pulverice sólo los huesos de su alma.
Truman Capote es uno de esos escritores que es ne-
cesario escalar. Nunca encontró placer en escribir. Se
exigía a fondo. Tampoco al parecer trató de sentirse
cómodo en sus logros como escritor. Intentó bailar a
su propio ritmo (era un excelente bailarín de claqué) y
preocupado de crear nuevos pasos.
Su escritura fue maliciosa en todo sentido, pero trató
de convertir la realidad en una arcilla moldeable más allá
de los patrones establecidos. Redimensionó la realidad a
través de ese meritorio arte de la literatura. Fue explorador
sutil de lo humano en sus distintos escenarios de frivo-
lidad y violencia para retratar, lo más nítido posible, esa
sociedad donde hombres y mujeres son marionetas de sus
instintos primarios. En él lo narrativo tenía ese sabor ini-
gualable de un chisme contado con toda la intuición y el
arte que la mejor literatura exige.
Uno de los libros de Truman Capote que recopila
60
Con la plancha en el bolsillo
sus artículos periodísticos, crónicas y algunos de sus
ensayos se titula “Los perros ladran” . En el prólogo
explica como surgió el título. Al parecer se encontra-
ba en Sicilia en plena primavera conversando con “un
hombre muy viejo de rasgos mongólicos” que no era
otro que André Gide. El cartero que pasaba por allí lo
reconoció y le llevó la correspondecia. En una de las
cartas venía el recorte de un periódico con una crítica
que no favorecía en nada a Capote. Enseguida se mo-
lestó y comenzó a despotricar de los críticos o como él
mismo escribió: “Tras oir mis quejas acerca del texto,
y de la malsana naturaleza de los críticos en general,
el gran maestro francés se encorvó, bajó los hombres
como un viejo sabio…¿digamos buitre?, y dijo: ‘Bah.
Recuerde el viejo proverbio árabe: Los perros ladran,
pero la caravana avanza’.”
En lo personal creo que el Capote de los ensayos, las
crónicas y los reportajes periodístico es el del estilo más
acabado e impecable. A pesar de su maestría estelística
nunca fue considerado un autor destacado e importante
y casi nunca se le incluyó en el ranking de los grandes
de la literatura norteamericana. Quizá lo tuvieron como
un autor subido en la noria de la feria de vanidades del
mundillo intelectual, su vida tenía ese sabor inconfudi-
ble de show circence. Lo escrito por Rodrigo Fresán ni-
vela cualquier conjetura al respecto: “Entre las muchas
cosas terribles que le pueden suceder a un escritor hay
dos particularmente espeluznantes y de las que —viaje
de ida sin billete de vuelta— no hay recuperación posi-
ble: una es dejar de ser persona para convertirse en per-
sonaje de la propia obra; la otra es sentir que la propia
vida es la mejor obra posible y que entonces ya no tiene
61
Carlos Yusti
mucho sentido seguir escribiendo. A Truman Capote le
sucedieron esas dos cosas. Y después se murió”.
Capote terminó como personaje, pero la obra en la
que actuaba no fue una comedia ligera, más bien fue
una tragedia con fogonazos de humor mordaz e inteli-
gente. Quiso ser un escritor de fuelle, un creador de in-
discutibles aportes, pero el personaje le fue ganando la
batalla. Además después de escribir “A sangre fría”, su
obra magna, algo se quebró dentro de él, algo en su ser
más íntimo se rompió en muchos pedazos y ya no pudo
unir las partes para acometer otra obra de evergadura.
Al final las ganas de escribir fueron sustituidas por los
vicios de siempre: alcohol, drogas, sexo, etc. Se convir-
tió poco a poco en un ser autodestructivo y depresivo,
escribía por inercia y como buscando un respiro de tanta
asfixia mundana.
Hay un hecho en su vida que parece clave. En una
oportunidad el escritor japonés Yukio Mishima visitó
Nueva York y Truman Capote compartió con él varias
días con sus noches. Capote organizó una fiesta con
Geishas genuinas y travestis de pronóstico reservado.
Mishima estaba eufórico. A Capote le daba un poco de
miedo y enseguida supo que era un ser peligroso para sí
mismo y los demás. Capote vio en sus ojos una sombra
de lo siniestro escribiendo su destino. Pero la sorpre-
sa de Capote sería mayúscula cuando al despedirlo el
escritor japonés le dijo: “Nosotros somos como almas
gemelas, en el fondo, muy en el fondo somos iguales”.
Aquellas palabras del escritor japonés le inquietaron y
le sorprendieron. Capote se consideró siempre un niño
terrible, pero apegado al hedonismo y a un amor desme-
dido por la vida y todos sus placeres.
62
Con la plancha en el bolsillo
Mishima se suicidó de la forma más sangrienta posi-
ble: Se hizo seppuku, que es algo así como un suicidio
de honor que consiste en abrise el vientre, de izquierda a
derecha con con una pequeña y filosa daga al tiempo que
otra persona procede a la decapitación en los estertores de
la muerte. Por su parte Capote un día de agosto del año
1984, llenó sus vísceras con güisqui y diferentes fármacos
para esperar con lentitud esa luz límpida, quizá la misma
luz que a su modo Mishima buscó siempre.
Para Capote escritor la escritura estuvo más cercana
a la tortura y la autoflagelación. Siempre se quejó de
la tiranía de la escritura. Las pocas páginas de lo que
sería su última novela (“Plegarias atendidas”) fueron un
suplicio. El Capote personaje gozaba con la fama del
escritor, además su abierta homosexualidad, su perso-
nalidad desinhibida, su filosa lengua, su mordaz inteli-
gencia y su disposición de terapista para escuchar con
paciencia a cualquier alma desdichada le abrieron las
puertas en todos lados. Sin mencionar que era un orga-
nizador de fiestas de estruendoso glamour. Los ricos y
famosos del cine se disputaban su compañía. Al Capote
personaje todo ese mundo de oro real y sentimiento fal-
so le subyugaba. En cambio para el escritor todos sus
conocidos y amigos no eran más que seres irreales, cria-
turas vaporosas que el capturaba en su red de palabras.
Sus semblanzas y retratos poseen la fuerza de un chisme
aderezado con metáforas insuperables, esa fue sin duda
su magia: dominar las palabras a tal punto de crear con
ellas un visión del mundo mordaz, poético sin caer el
patetismo ni en ese barroco malabarismo de la litera-
tura tratando de escamotearlo todo. Capote escribía sin
pomposidad, pero con un cuidado y esmero de cristalina
63
Carlos Yusti
musicalidad. En su prosa todas las palabras engranan de
manera perfecta.
A pesar de los ninguneos y de los ladridos es hoy
un escritor es mayúscula, tuvo suficiente cabeza para
crear páginas memorables y esta frase podría defi-
nirlo a la perfección: “Antes de negar con la cabeza,
asegúrate de que la tienes”.
64
Con la plancha en el bolsillo
65
Carlos Yusti
Ser un antilector
El antilector es aquel que sabe que leer no sirve para
nada y sirve para todo. Además el antilector no lee para
educarse o hacerse de una cultura. Tampoco lee de manera
ordenada y está dispuesto a leerlo todo. El antilector sabe
que otro libro lo espera para seguir construyéndose pala-
bra a palabra. El antilector está leyendo siempre la vida,
la soledad o el amor. El antilector sabe que la mujer que
ama será siempre ese libro que se deja leer en ese silencio
blanco de las sabanas.
66
Con la plancha en el bolsillo
Foto de Yuri Valecillo
67
Carlos Yusti
La biblioteca sumergida
Todo lector sueña con grandes bibliotecas, con labe-
rínticos pasillos llenos de estantes repletos de libros, pero
todo lector despierto piensa en esas bibliotecas imagina-
rias que jamás recorrerá.
La realidad que hace añicos cualquier molino de viento
y que no se anda con sutilizas busca darte siempre lecciones
contundentes. Algo de esto me ocurrió cuando estuve en-
cargado como director de una biblioteca pública que entre
textos escolares y libros de literatura, ciencia, arte y filosofía
alcanzaría la cifra de apenas seis mil volúmenes.
Llegaba casi siempre una hora antes de abrir al públi-
co, en su mayoría estudiantes. Recorría la estantería donde
estaban los clásicos literarios de siempre. Acariciaba los
lomos alineados en esa perfecta simetría que tienen esas
bibliotecas soñadas. De vez en cuando sacaba algún tomo
y lo hojeaba y leía una que otra frase suelta. Lo colocaba
de nuevo y esa magia obsesiva de la simetría volvía a im-
pregnarlo todo. Paseando frente a los estantes comprendía
a Jorge Luis Borges cuando escribió: “Los rumores de la
plaza quedan atrás y entro en la Biblioteca. De una mane-
ra casi física siento la gravitación de los libros, el ámbito
sereno de un orden, el tiempo disecado y conservado má-
gicamente”. De tiempo sólido está confeccionada también
una biblioteca y en esas palabras que se acumulan existe
un orden en ese caos huidizo de la imaginación. La bi-
blioteca es orden encarnado, mientras afuera la vida tiene
ese sabor desesperado del desorden, de ese ruido vital de
la anarquía que de alguna manera busca escribirse en un
libro.
Proseguí mi camino. Me aparté de ese orden de la bi-
68
Con la plancha en el bolsillo
blioteca y volví a la vida azarosa. Después de algún tiem-
po aquella biblioteca se hundió, se sumergió por completo
en la desidia gubernamental y aduciendo que el edificio
presentaba fallas estructurales fue cerrada. Nunca supe el
destino de los libros, por suerte no estuve allí para ver se-
mejante hundimiento.
Una de las virtudes de las bibliotecas imaginarias es
que su perdurabilidad en el tiempo no cesa y que está a
salvo de cualquier miopía burocrática. Un recuento su-
cinto podría iniciarse con la biblioteca en Londres, en el
221 B de Baker Street, en la que vivía Sherlock Holmes,
el detective creado por Arthur Conan Doyle, la biblioteca
de Hogwarts localizada en la cuarta planta de Hogwarts,
colegio de magia y hechicería donde Harry Potter y otros
estudiantes consultan libros, La biblioteca de la Novela
La sombra del viento de Carlos Ruíz Zafón que llaman
“Cementerio de los Libros Olvidados”: “Un laberinto de
corredores y estanterías repletas de libros ascendía desde
la base hasta la cúspide, dibujando una colmena tramada
de túneles, escalinatas, plataformas y puentes que dejaban
adivinar una gigantesca biblioteca de geometría imposi-
ble”. Por supuesto no puede faltar la biblioteca de Babel
de Borges, la del Nombre de la Rosa de Umberto eco. In-
faltable la biblioteca del protagonista de Auto de fe, escrita
por Elias Caneti, Peter Kien, un sinólogo, cuya vida está
consagrada al estudio y cuya pasión obsesiva son los libros
cuyo número alcanza los 25 mil volúmenes. Otra bibliote-
ca muy particular es la de la nave estelar USS Enterprise,
consistente en pequeños tabletas rectangulares que se in-
sertan en un computador. Mi predilecta es la del Capitán
Nemo, el sempiterno personaje creado por Julio Verne en
Veinte mil leguas de viaje submarino.
69
Carlos Yusti
No soy el único cautivado por dicha biblioteca que via-
ja por los profundidades del mar. Alberto Mengual escribe:
“La biblioteca del Capitán Nemo contiene doce mil libros
de ciencia, de moral, de literatura, escritos en una multitud
de lenguas. Tres características particulares la definen: en
primer lugar, no hay libros de economía política, ya que
ninguna teoría en ese campo satisface a su exigente lector;
en segundo lugar, la clasificación de los libros es arbitra-
ria, mezclando temas e idiomas sin orden lógico alguno,
como si el capitán leyese aquello que su mano encuentra
por obra del azar; en tercer lugar, en los anaqueles no hay
libros nuevos”.
El capitán Nemo representa ese ideal romántico de la
soledad (para Savater no es un malo, sino un maldito que
se ha apartado de los hombres que le han hecho daño y la
llama viva de la venganza lo consume). Un solitario que se
hace acompañar de algunos libros. Los libros se convier-
ten a la larga en una distracción, y el último contacto con el
mundo exterior, para olvidar esos demonios internos que
pugnan en el alma cuando estamos a merced de la soledad
o como lo escribe Claudio Magris: “Un libro nos ayuda a
no estar solos con nuestro desorden que nos consume, a no
pensar en los que nos tortura inútil e implacablemente,…”
Otro aspecto, no menos fútil, es que algunas veces la
biblioteca dice algo de su creador (o coleccionista), sin
mencionar el hecho que hay bibliotecas que se encuentran
en esa frontera movediza de la ficción, a veces resultan un
tanto irreales. Allí está la biblioteca acumulada por Augus-
to Pinochet con un número de cerca de 55 mil ejemplares.
La de Stalin estaba compuesta de veinte mil libros y la
de Hitler sólo tenía dieciséis mil trescientos volúmenes.
Manguel ha escrito que los libros a Nemo le han servido
70
Con la plancha en el bolsillo
de guía, de conocimiento, de puente para mantener una vía
con esa memoria común de la humanidad, pero los libros
iluminan el camino, pero no deciden ni obligan a sus lec-
tores a seguir determinada dirección.
En los huesos de mi alma quizá hay una biblioteca su-
mergida y de seguro se salvará del futuro que le espera a
los libros con este mundo de velocidad digital que vivi-
mos. En un futuro lejano seguiremos leyendo, soy opti-
mista y no creo que un régimen apocalíptico controle todo
y prohíba leer para ejercer de forma efectiva el poder. Sin
duda nuestros hábitos lectores se transformarán y las po-
cas bibliotecas que sobrevivan al tsunami tecnológico al
final serán sólo extraños museos que conservan esos ob-
jetos que en el pasado se llamaban libros y no utilizaban
interruptor para activarse.
El capitán Nemo
71
Carlos Yusti
Mamá y la primera biblioteca
En un texto de José Bianco sobre Proust este cuenta
que a la edad de 13 años le preguntan al escritor ¿cuál era
el colmo de la desgracia? y Proust contestó: “Estar separa-
do de mamá”. Las relaciones de los hijos varones con sus
madres son por lo general algo proustsianas (edípicas diría
algún sicólogo de cafetín universitario).
Con respecto a los escritores la impronta de la madre
siempre es decisiva y ese perfume inequívoco de la me-
táfora. En las memorias de Gabriel García Márquez tanto
su madre y su abuela le ayudaron a poblar y amueblar su
mundo literario con sucesos cotidianos que para los ojos
de la imaginación del escritor colombiano adquirieron ese
sentido mágico e insólito que caracteriza su literatura. En
alguna entrevista García Márquez comenta que cuando su
madre leía sus cuentos o fragmentos de sus novelas mur-
muraba en voz alta: “Ay, este es mi compadre, retratado
como un mariquita”. También hacía alusión a la costumbre
de su madre de encender una vela cuando él viajaba en
avión, la doña estaba convencida que el poder esa vela en-
cendida era capaz de impedir que el avión cayera. En una
entrevista un periodista le preguntó a la mamá de García
Márquez: “¿Señora a que cree que se debe el talento lite-
rario e imaginativo de su hijo?”. La señora sorprendida y
con los ojos como platos sólo atinó a responder: “Yo creo
que es por la Emulsión Scott”.
Jean Cocteau escritor cuya leyenda se lee más que sus
libros escribió una serie de cartas a su madre. Son cartas
llenan de trivialidades y que visualizan el mundo desde un
punto de vista optimista y hasta frívolo a pesar de la gue-
rra. Para Cocteau su madre es su única amiga. Las cartas
72
Con la plancha en el bolsillo
dejan entrever que Cocteau se veía a si mismo como un
artista que se preparaba para dejar una obra importante.
En un momento se da cuenta del horror de la guerra donde
una virgen de yeso se abre paso entre las ruinas derruidas
luego de un bombardeo: “Esta noche, a la luz de la luna, en
los escombros de la iglesia de Newport, he descubierto una
Virgen de Lourdes bastante mediocre pero tornada bella,
transfigurada por el drama. La guardo para tu habitación.
Verás cómo este mamarracho conmueve mucho más que
una obra maestra. Ella atestigua el horror, queda un poco
de oro en su rosario, un poco de rosa en su velo, un poco
de azul en su vestido”.
Otro escritor cuya biblioteca materna fu importante es
Francisco Umbral y le dedica un aparte en su libro Palabras
de la tribu: “En la escasa y entrañable biblioteca de mi ma-
dre había algunos libros de los que eché mano (todavía están
aquí a mi lado, cuando escribo) y que me marcaron, algunos
para bien o para mal, pero para siempre”.
Mi madre Carmen Elina Cedeño no tenía una biblioteca,
pero era asidua lectora de periódicos, creo que compraba
varios. Yo la veía leer, perderse en esa sopa desordenada
de palabras y tinta. Quizá comencé como lector mirándola
instalada cómodamente, luego de concluidas sus labores do-
mésticas, perdida en las páginas del periódico.
No retengo en la memoria cuando comenzó a traerme
los libros de mi primera biblioteca. Recuerdo si los libros,
todavía quedan algunos después de tantos naufragios amo-
rosos y mudanzas. Eran libros de bolsillo e impresos en un
horroroso papel barato de pulpa; con portadas coloridas que
reunían la nula visión estética y el mal gusto, pero que traía
obras y autores de la literatura universal. Mamá iba al mer-
cado y en el quiosco donde compraba los diarios vio los
73
Carlos Yusti
libros. Durante varias semanas los libros llegaron entremez-
clados con los víveres del mercado.
A través de esta primera biblioteca entré en contacto
con Stendhal, Homero, Tolstoi. La colección se iniciaba
con “Teoría sexual” de Sigmund Freud. De todas los
recuerdos que guardo de mamá esa imagen sacando los
libros de la bolsa marrón del mercado es una de mis
preferidas, yo tenía doce años.
Octavio Paz escribió que una obra literaria era pro-
ducto de distintas circunstancias combinadas de mane-
ra imprevisible: el carácter del escritor, su biografía,
sus lecturas y otros cómicos o trágicos accidentes de
eso que se llama vivir, lo demás forma parte de ese
perfume irresistible de la metáfora, de una poética le-
jana en el horizonte de la memoria.
Carmen Elina Cedeño
74
Con la plancha en el bolsillo
William Faulkner
75
Carlos Yusti
Faulkner, por favor
El escritor que mitologizó el sur norteamericano sería
una excelente calcomanía para William Faulkner. Es ade-
más uno de esos escritores que hay que leer de joven, tiem-
po en el cual ese deseo hormonal de encarar la literatura en
mayúscula va unido a cierta irreverente fortaleza para leer
y releer esos pasajes abstrusos y llenos de complejidades
(u olvidos) gramaticales tan propios de su manera de na-
rrar. No sin cierto desdén respingando el crítico literario
Edmund Wilson escribió que “…los pasajes ininteligibles
por culpa de una profusión de pronombres, o que hay que
releer por deficiencia de la puntuación, no son resultado de
un esfuerzo por expresar lo inexpresable, sino los efectos de
un gusto indolente y una labor negligente.”
Desde esa etapa de lecturas juveniles no he vuelto a leer
a Faulkner, pero todavía me acompaña esa imagen (pertene-
ciente a Luz de agosto) de aquella mujer sentada en mitad de
un día caluroso, del polvo de una calle quemado por sol y de
sus pensamientos bullendo en su cabeza como único patrimo-
nio. Del resto de sus novelas están por allí en la estantería a la
espera de una tan necesaria relectura.
En una entrevista le preguntaron como empezó su ca-
rrera de escritor y respondió: “Yo vivía en Nueva Orleáns,
trabajando en lo que fuera necesario para ganar un poco
de dinero de vez en cuando. Conocí a Sherwood Ander-
son. Por las tardes solíamos caminar por la ciudad y hablar
con la gente. Por las noches volvíamos a reunirnos y nos
tomábamos una o dos botellas mientras él hablaba y yo
escuchaba. Antes del mediodía nunca lo veía. Él estaba en-
cerrado, escribiendo. Al día siguiente volvíamos a hacer lo
mismo. Yo decidí que si esa era la vida de un escritor, en-
76
Con la plancha en el bolsillo
tonces eso era lo mío y me puse a escribir mi primer libro.
En seguida descubrí que escribir era una ocupación divertida.
Incluso me olvidé de que no había visto al señor Anderson
durante tres semanas, hasta que él tocó a mi puerta -era la pri-
mera vez que venía a verme- y me preguntó: “¿Qué sucede?
¿Está usted enojado conmigo?”. Le dije que estaba escribien-
do un libro. Él dijo: “Dios mío”, y se fue. Cuando terminé
el libro, La paga de los soldados, me encontré con la señora
Anderson en la calle. Me preguntó cómo iba el libro y le dije
que ya lo había terminado. Ella me dijo: ‘Sherwood dice que
está dispuesto a hacer un trato con usted. Si usted no le pide
que lea los originales, él le dirá a su editor que acepte el libro’.
Yo le dije ‘trato hecho’, y así fue como me hice escritor”.
La vida de William Faulkner era así de una mínima
tensión. Estuvo abrazado a la botella a lo largo de su vida
o como él escribió: “La bebida no construye el estilo,
pero lo acompaña. Hay una sinuosidad detectable, una
longitud de párrafo, una bruma que espesa la sintaxis,
una elaboración de imágenes que nunca definen sus con-
tornos y que se suceden y encabalgan mediante asocia-
ción libre”. Entre libro y libro iba de una empleo a otro.
Fue repartidor, caletero y hasta estuvo en la gerencia de
un burdel. También fue guionista en ese otro burdel, que
vende y compra ardores y arrebatos al mayoreo, que es
Hollywood. Ah y le dieron el Nobel de literatura por su
obra un tanto irregular, pero implacable a la hora de con-
vertir lo humano en una tragedia con inusuales resonan-
cias de apocalipsis.
Murió un 6 de Julio del año 1962 y el escritor William
Styron que estuvo en su funeral escribió: “Más que nada,
detestaba que invadieran su privacidad. Aunque me hacen
sentir bienvenido en casa de la señora Faulkner y su hija
77
Carlos Yusti
Jill, y aunque sé que la bienvenida es sincera, me siento un
intruso. El duelo es una de las pocas cosas privadas. Más
que nada, Faulkner odiaba a aquellos (y había muchos)
que se metían en su vida privada –chismosos y curiosos
literarios ansiosos de proximidad con la grandeza y una
pizca de fama reflejada–. El mismo había dicho más de
una vez, y con razón, que lo único que debía importar-
le a la gente sobre un escritor son sus libros. Ahora que
está muerto y desamparado en el ataúd de madera gris, me
siento como un entrometido más que nunca, husmeando
en un lugar donde no debería estar”.
En sus libros se encuentra lo humano en eterna tensión
con el entorno y con esas pasiones que nos guían y a ve-
ces parecen desbordarnos. A Vladimir Nabokov le irritaba
hasta el paroxismo la frondosidad y ramificación profusa
de sus “imposibles estruendos bíblicos”, cuestión que para
el escritor ruso dañaba su prosa y lo hacía un tanto inleí-
ble/infumable. No obstante ese tono bíblico de sus novelas
coloca todo en esa perspectiva en la que el hombre debe
recurrir a su fuerza espiritual para resistir y salir adelante
a pesar de todo.
Su estilo influyó en una buena porción de escritores la-
tinoamericanos. Hoy su manera de narrar es una rareza que
todavía puede aportar algunos trucos a la hora de convertir
la vida en una parábola literaria con sus confusos mean-
dros apocalípticos, con ese incomparable estilo de profeta
borracho escribiendo esos largos pasajes libres de puntos,
martilleando en esas máquinas de escribir portátiles a pe-
sar de esa bruma espesa de la resaca. Por eso siempre digo
Faulkner, por favor doble y con hielo.
78
Con la plancha en el bolsillo
Karl Kraus
79
Carlos Yusti
Karl Kraus,
radiografía de un satírico
“El satírico es la figura bajo la cual se acep-
ta al antropófago en una civilización”.
Water Benjamin
Encontró en la escritura satírica su trinchera impla-
cable. Su estilo era nítido, duro y brillante en metáforas.
Le tocó en suerte una ciudad repleta de paradojas donde
confluían genios, mediocres, estetas y segundones del am-
biente artístico y cultural. Detestado y venerado en igual
proporción. Nunca consintió la ambigüedad literaria para
calzar en el ambiente cultural de su ciudad. Vapuleó con
sus escritos a la prensa, a los escribidores de folletones, a
los poetas almibarados, a los escritores lameculos y a los
intelectuales obsequiosos preocupados sólo en su obra y
que daban la espalda a los horrores de la guerra enquis-
tados en el aparataje de la cultura oficial. No fue mártir,
mucho menos un anarquista ni un revolucionario, apenas
un solitario obstinado por las palabras y la justicia. Sentía
una pasión irreductible por las palabras y no en su alcance
meramente comunicativo-instrumental, sino en ese inequí-
voco sentido creativo, sardónico y sin remilgos. Las pala-
bras como accesorios vivos en un discurso erigido como
un muro para frenar los lugares comunes del lenguaje
cultural, los dequeísmo de los discursos patrioteros y gue-
rreristas del estado, las alocuciones cantinfléricas de los
politicastros de turno y la verborrea poética de los estetas
de café. Por ese motivo Karl Kraus más que otro escritor
satírico, fue la conciencia crítica de una época nefasta y
singular.
80
Con la plancha en el bolsillo
Como otros destacados intelectuales de su tiem-
po pertenecía a una familia judía con medios eco-
nómicos solventes. Su padre Jakob Kraus, era un
hábil comerciante que emigró de Bohemia a Viena
cuando el escritor era apenas un niño.
La Viena del Kraus Juvenil era una ciudad pletórica
en paradojas y talentos literarios, científicos, filosóficos
y poéticos bastante variados. Por ejemplo en arquitectu-
ra estaba Otto Wagner y Adolf Loos, en música los her-
manos Strauss, Schönberg, Webern y Alban Berg en el
campo de la ciencia estaban Sigmund Freud, Weiniger y
ALER, en pintura encontramos a Kokoschka y a Gustav
Kilmt. En literatura hay que mencionar a un grupo de
creadores que Kraus convirtió en piedra angular de sus
ataques como son Hermann Bahr, Hofmannsthal, Franz
Lehar, Franz Werfel, Zalten y Horden. La indiferencia de
la ciudad y su desapego para con sus talentos intelectua-
les era proporcional al gran número de los mismos, que
pululaban por los cafés vieneses que se habían converti-
do en lo plus ultra del ambiente cultural, a tal punto que
para muchos escritores era preferible ser reconocido y
admirado en algún café que publicar.
Aunque ya tenía algunos textos publicados sería con
el panfleto “La literatura demolida”, con el cual alcan-
zaría una gran publicidad y algunos enemigos. En dicho
escrito pasa revista a la demolición del café Griensteidl
(megalomanía) que acogía en su seno al zoológico más
pintoresco de estetas, escritores, poetas y actores. El café
más que un sitio de reunión era un recinto de la cultura
oral. Los poetas y escritores no se preocupan por publi-
car sólo querían estar en el café, ser reconocidos, adula-
dos y admirados allí era mucho prestigioso que escribir o
81
Carlos Yusti
tener editar. No sin razón Edmund Wengraf diría no sin
cierta dosis de verdad: “el café vienés ha devorado nues-
tra inteligencia y nuestra cultura”. “La literatura demoli-
da” era un ataque directo a Hermann Barh y su corte de
estetas de café. La recriminación central del panfleto era
el desdén por el compromiso que abiertamente vocife-
raban los estetas, quienes esgrimieron “El arte por arte”
como receta para despachar cualquier obligación crítica.
En su texto “La literatura demolida” pude leerse: “Allí se
recogerán con prisa todos los utensilios de la literatura:
falta de talento, ilustración prematura, poses, manías de
grandeza, chicas de suburbio, corbatas, amaneramiento,
dativos equivocados, monóculos y nervios secretos. Hay
que llevárselo todo. Vacilantes poetas serán sacados afue-
ra, suavemente serán arrastrados. Extraídos de oscuros
rincones, se asustan ante el día, cuya luz los ciega, cuya
abundancia los abruma. La vida romperá las muletas de
la afectación…” Félix Salten, autor de “Bambi” y de al-
gunas noveletas pornográficas obvias y aburridas, se vio
herido en su orgullo de escribidor de café y como no
tenía ni talento para la literatura ni argumentos agredió
físicamente al autor del panfleto. Kraus nunca dejó de
espolearlo en sus escritos a pesar del incidente.
Karl Kraus a la edad de 24 años edita una revista satíri-
ca, de edición quincenal, titulada La antorcha (Die fackel).
Su talento satírico indiscutible en la Antorcha, adquiere
dimensiones insospechadas. Moritz Benedetkt, editor del
prestigioso periódico Neve Freis Press, le había ofrecido
un año antes el puesto de coordinador-jefe de la página
satírica. Kraus no acepto dicho ofrecimiento debido a que
tenía claro que la prensa de Viena obstaculizaba la inteli-
gencia en cualquier sentido. Desde su propia revista inicio
82
Con la plancha en el bolsillo
entonces un ataque lúcido contra la impostura y la subasta
de convicciones a los poderosos tanto en la prensa como
en la vida social, cultural y política de la ciudad.
En una de las editoriales de los primeros número de
la revista se puede leer: “En un tiempo en el que Austria
amenaza con desplomarse de aburrimiento agudo ante
las soluciones propugnadas por las páginas radicales, en
días que han traído a este país necedades políticas y so-
ciales de todo tipo (…) ministros que no quebrantan más
que todas las leyes menos una, la de la inercia, en virtud
de la cual este estado aguanta todavía (…) lo que aquí se
persigue no es sino una desecación de los vastos pantanos
de la fraseología, que otros quisieran acotar en términos
nacionales…” Realizando un lapsus podríamos sustituir
la palabra Austria por Venezuela y de seguro notaríamos
la actualidad de este fragmento. Estaba interesado el es-
critor no en los temas, sino en el lenguaje; en su com-
plejidad textual y en su profundidad filosófica o como
el mismo escribió: “Si uno cotorrea de la eternidad ¿no
tendría que ser oído por lo tanto mientras la eternidad
dure? De ese sofisma vive el periodismo. Siempre tiene
los temas mayores, y entre sus manos la eternidad puede
hacerse actualidad. Pero a él se le hace otra vez inac-
tual con idéntica ligereza. El artista da forma al día, a la
hora, al minuto. Por muy restringido y condicionado en
lo local y lo temporal que pueda ser su tema, en esa mis-
ma medida crece su obra más libre e ilimitada una vez
arrancada a éste. Envejece en un parpadeo: rejuvenece
en décadas. Lo que vive del tema muere del él. Lo que
vive en el lenguaje vive con él”.
La proyección que tuvo Kraus con su cuaderno de
rojo intenso, con su antorcha de excelente prosa encen-
83
Carlos Yusti
dida e inusitados ataques, le proporcionó una cohorte de
admiradores y de enemigos por igual. La ciudad ente-
ra se disputaba la Antorcha. Kraus era el nombre, para
bien o para mal, que sonaba en los cafés, en la universi-
dad, en los departamentos de prensa y en las residencias
estudiantiles. El escritor Elías Canetti sobre la revista
escribió: “Recibí en mano propia el cuadernillo rojo, y
por más que gustara el titulo, Die Fackel, leerlo me fue
totalmente imposible. Avanzaba a trompicones entre
aquellas frases sin lograr entenderlas. Y cuando entendía
algo, me parecía un chiste y no le daba mayor importan-
cia. También se comentaban sucesos locales y erratas de
imprenta, que yo juzgaba altamente irrelevantes ¡vaya
menjurje!” En lo referente a la escritura implacable del
escritor escribió: “...el nombre que más menudo oía en
casa de los Arriel era el de Karl Kraus. Según ellos, era el
hombre más importante y severo que a la sazón vivía en
Viena. Nadie hallaba gracia ante sus ojos. En sus lecturas
atacaba todo lo malo y podrido. Editaba una revista que
él mismo escribía, no aceptaba colaboraciones de nadie
ni contestaba cartas. Cada palabra, cada sílaba salía de
su propia mano. Todo ocurría allí como ante un tribunal:
el mismo acusaba y sentenciaba (...), Kraus era tan justo
que no acusaba inmerecidamente a nadie. Jamás se equi-
vocaba: no podía equivocarse. Todo lo que alegaba era
rigurosamente exacto, hasta entonces no había existido
escrupulosidad semejante en la literatura”.
Por un lapso de 12 años de publicación, Kraus inclu-
yó en “La Antorcha” escritos de Peter Altenberg, Hous-
ton Stewart, Richard Dehmel, Egol Friedell, Adolf Loos,
Wilhemlm Hiebknecht, Frank Wedekind, Franz Welfel
y Hugo Wolf. Desde el noviembre de 1911 él mismo se
84
Con la plancha en el bolsillo
encargará de escribir toda la revista a excepción de uno
de los números de 1912, en el cual hay una colaboración
de August Strindberg. A este respecto escribió: “Ya no
tengo colaboradores. Les envidiaba. Me ahuyentaban los
lectores que quiero perder yo mismo”.
Además de publicar “La Antorcha”, Kraus se dedicó
a realizar un ciclo de lecturas con distintos temas. Los es-
pacios donde el escritor disertaba sobre cualquier barra-
basada política o militar, donde leía sus escritos (más que
leerlos los actuaba con una pasión de actor consumado)
se abarrotaban de gente. En una oportunidad Kraus dijo:
“Soy quizás el primer caso de escritor que vive simultá-
neamente lo que escribe como un actor de teatro”. Su
capacidad histriónica era excepcional y envolvente. Hip-
notizaba a su público que sea del trance celebrando con
aplausos, rechiflas y carcajadas alguna ocurrencia, algún
lance ingenioso.
En su revista, y en sus presentaciones en público,
Kraus no oculto su abierta animadversión por la prensa
de la época. Sus ataques estaban plenamente justificados
ya que muchos periódicos vieneses se habían convertido
en portavoces oficiales del régimen. No sólo auparon la
guerra desde sus columnas y titulares, sino que la publi-
citaron como una bendición.
La lucha frontal contra esos artistas de lo falso, de lo
seriado y de lo decorativo no fue sutil y en sus alocuciones
públicas fustigó sin miramientos toda esa fachada cultural
o como escribe Canetti: “La gran sala de conciertos estaba
atestada de gente. Yo me senté muy atrás y sólo pude ver
poco a esa distancia: un hombre pequeño, más bien enjuto,
algo inclinado hacia adelante, con un rostro terminado en
punta, de una movilidad inquietante que no comprendí y
85
Carlos Yusti
que le daba aire de criatura desconocida, de animal recién
descubierto que me hubiera sido imposible clasificar”.
La guerra estalló en octubre de 1915 y un año antes
en una edición de “La Antorcha” apareció un texto anti-
belicista antológico: “En esta época en la que ocurre jus-
tamente lo que uno no podía imaginarse, y en la que ha
de ocurrir lo que uno ya no podía imaginarse, u si pudie-
ra, no ocurriría; en esta época tan sería que se ha muerto
de risa ante la posibilidad de que pudiera ir en serio; que
sorprendida por su lado trágico busca el modo de disi-
parse, y al pillarse con las manos en la masa se pone a
buscar palabras; en esta época ruidosa que retiembla con
la sinfonía estremecedora de acciones que provocan no-
ticias y de noticias que disculpan acciones, en una época
así no esperen de mí ni una sola palabra propia. Ninguna
salvo ésta, justamente la que protege aún al silencio de
ser malentendido. Pues hasta ese punto está firmemente
asentado en mí el respecto por lo intocable del lengua-
je, por su condición subordinada a la desgracia. En los
reinos donde sobra escasez de fantasías, donde muere
el hombre de hambre espiritual sin husmear siquiera lo
ayuno de su alma, donde la pluma se moja en sangre y la
espada en tinta, allí ha de hacerse lo que se piensa, pero
lo que llega sólo a pensarse es inexpresable. No esperen
de mí una sola palabra. Ni sería yo capaz de decir alguna
nueva: a tanto llega el estruendo en el cuarto en que uno
escribe, y no es momento de decidir si procede de anima-
les, o de niños, o tan solo de morteros. Quien hace honor
a las acciones deshonra acción y palabra a un tiempo y es
doblemente despreciable. Es ése un oficio que no se ha
extinguido. Los que ahora nada tienen que decir porque
la acción tiene la palabra siguen hablando. ¡Quién tenga
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Con la plancha en el bolsillo

  • 2. Dedicado a mis sobrinos/sobrinas: Carimir, Karla Nicol, Carmen Cecilia, Jorge, Chiqui Loren, Alfredo
  • 3. 1 Carlos Yusti Carlos Yusti CON LA PLANCHA EN EL BOLSILLO cavilaciones, abducciones y otras anotaciones
  • 4. 2 Con la plancha en el bolsillo Collage Yuri Valecillo
  • 5. 3 Carlos Yusti Carlos Cedeño alias Carlos Yusti Yuri Valecillo Tendré que contar que conocí a Yusti cuando como estudiantes de educación media, ambos lo fuimos alguna vez, tendríamos 14 o 15 años y un buen día él llegó a la casa del viejo MAS (partido político), el cual tenía bas- tante influencia en los sectores estudiantiles, cuando to- davía en aquellos tiempos se peleaba a sangre y palabras por encabezar un Centro de estudiantes y esos centros eran generadores de política. Pues bien el Yusti llegó contento con unos esténciles y un par de resmas de papel con el fin de multigrafiar un periodiquito cultural, o un panfleto con verborrea poética, y claro también él escribía en dicho material. Llevaba consigo, tinta, papel, esténciles y todo lo nece- sario para eso de multigrafiar y se multigrafiaba con una máquina fabulosa llamada multígrafo. Con lo que no contó Yusti y sus amigos era con la negativa absoluta y rotunda del responsable de dicha maquina. Los textos de Yusti no agitaban, no denunciaban, no hablaban de las masas y sus procesos sólo eran textos poéticos, heréticos y claro rom- pían con la costumbre militante de imprimir documentos del partido. El responsable del multígrafo era yo. Bien, desde ese momento, con discusiones acerca del poder político y del poder de la palabra, de sus veredas ex- trañas, de la razón del ser humano de escribir de su entorno se forjó una amistad que dura hasta hoy; como es lógico A manera de prólogo
  • 6. 4 Con la plancha en el bolsillo aliñada de diferencias y acuerdos tácitos, de lecturas obli- gatorias, de ver mucho cine y el encuentro/desencuentro de amigos comunes, además de uno que otro bar de por medio. Los desafíos de Yusti siempre fueron superados por su persistencia y constancia, su entrega sin concesiones a la pluma y luego al pincel. Yusti al igual que yo viene de una familia de trabajadores, de esos sectores humildes pero con un gran respeto por el esfuerzo propio y el ajeno. De las cosas que recuerdo como nuestro bautizo y nues- tra incorporación a la era digital (no ya tan jóvenes) que nos agarró la afición por los juegos de maquinitas y en el Pasaje Centro de la Plaza Bolívar en Valencia jugamos muchas ve- ces “Contra”, juego donde unas figuras hacen las veces de guerreros a lo Rambo en alguna selva tropical. Yusti entonces escribe, publica, diseña, dibuja, acumu- la libros en su casa, guarda secretos que podrían acabar con la paz de la república, pero de repente ese impresor amateur pasa sin cortapisas a los días del ciberespacio. Con él publico lo que hago y lo que es lo mío desde hace bastante tiempo: la fotografía. En hacer fotos me he refu- giado así como creo que mi amigo y hermano se refugió en lo que sabe hacer y lo hace de manera fantástica: escribir.
  • 7. 5 Carlos Yusti Sentado en el café Gijón “Sentado en el café Gijón con un puño en la mandíbu- la, veía pasar la tarde por el ventanal y de pronto llevado por el tedio me puse a pensar en Ítaca. Imaginaba la isla de Ulises ... “ Así comienza una crónica sin desperdicio del escritor español Manuel Vicent. Yo no tenía el puño (dema- siado literaturesco) apoyado en la mandíbula y no miraba a través de las ventanas del café Gijón, había decidido con la Currunca (ese es el alias de mi compañera de aventuras) sentarme afuera y respirar el aire de un Madrid algo bovino para mi gusto. Tampoco pensé en Ítaca, sino en lo caro que me saldría tomarme un con leche (o cortado como le dicen los españoles) en ese mítico café ubicado por el paseo de Recoletos. La Currunca (Ana María) y yo trazábamos el itinerario de visitas a los museos y de nuestros paseos por algunas librerías. Esto de visitar al Gijón fue uno de mis caprichos, insistí tanto que a la Currunca no le quedó de otra que com- placerme. Caminamos bastante desde el hotel donde estába- mos alojados, pero la caminata nos serviría de alguna mane- ra para empaparnos de las calles y avenidas de un Madrid a la que le hacían remodelaciones y maquillaban. Ala Currunca y a mí nos agrada sentarnos en algún café, comernos un aperitivo dulce y ver como pasan amigos y conocidos. Y en verdad sentado en un café uno percibe que la vida alrededor no sucede, sólo pasa, va o viene o se está quieta en otra mesa. En el Gijón yo estaba atento a ver si veía algún escritor español y aunque estuve casi dos horas viendo pasar la vida madrileña ni rastro de algo parecido a un escritor. Todo esto me llevó a decirle a la Currunca: “Un café literario es lo me- nos literario que hay”. “A los sitios los hacen las personan
  • 8. 6 Con la plancha en el bolsillo que los visitan, al igual que el estilo a los escritores”, me dijo la Currunca hojeando el País. Quizá tenía razón. En la ciudad de Valencia, en Venezuela, algunos poetas y escritores (e incluso muchos pintores) se atrincheraban en el Perecito, hoy demolido por la ampliación a tres canales de la Avenida Bolívar. Un sitio cuya historia de larga data no pudo resistir el tsunami del crecimiento urbano. En el Perecito podías degustar las mejores arepas de chancho, aparte de ver a muchos escritores como Reynaldo Pérez Só, Eugenio Montejo, José Joaquín Burgos, Orlando Chiri- nos, Teofilo Tortelero, Alejandro Oliveros; o pintores como Braulio Salazar, Marcos Cupido, Quintín Hernández y un largo etcétera, enfrascados en acaloradas discusiones o rees- cribiendo el país desde una tertulia sin tregua y con pasión. Hoy muchos escritores, de las nuevas generaciones, han buscado refugio en el bar La Guairita. He estado en el sitio un par de veces. Yo he envejecido mal, pero la Guairita ha entrampado la penumbra del resuello en sus paredes, ha di- secado el tiempo en la piel de su piso y en el aire lento de su atmósfera. La vida burbujea en sus mesas como un rumor, como un oleaje de palabras edificando utopías, castillos en el aire mientras viene la otra ronda como un barco ebrio flotando entre las sillas y los manteles a cuadro. Muchos escritores se convierten en reos de bares y ca- fés, son personajes tatuados en el sitio. En esos bares de Sa- bana Grande, que conformaron el legendario Triángulo de las Bermudas, muchos novelistas y poetas no sólo le dieron categoría a esos sitios, sino que los convirtieron en lugares de peregrinaje obligado para que la gente viera a los crea- dores literario en su ambiente natural haciendo lo mejor que sabían hacer: beber/vivir mucha literatura. En los bares, o en cualquier roñoso café, se gestaron revistas y proyectos
  • 9. 7 Carlos Yusti literarios o culturales de cualquier naturaleza. También las roscas literarias aceitaron/y aceitan, con güisqui o cerveza, sus atildados engranajes. Los burócratas Kafkaianos de la cultura también se dan su vuelta por el bar para emborrachar su envidia de escritores frustrados y que han terminado al final sólo para tipear memorandos e informes de gestión. De nuevo en el Café Gijón le comento a la Currunca que un escritor al que admiro, de malas maneras como Umbral, escribió “La noche que llegué al café Gijón”. Un libro que es una radiografía de aprendizaje e ironía sobre ese mundo literario pastando en la mesa del café y la inmortalidad. Um- bral escribe: «Yo creo que estaban todos allí desde el año cuarenta. Nada más terminar la guerra, se habían sentado cada uno en su silla o en el diván del café como ocupando un sitio que tenían reservado en los venideros olimpos lite- rarios del hambre y los periódicos, y estaban horas y horas en torno a una jarra de agua mareada y triste, fotografiados por todos los espejos en una inmortalidad equívoca y feliz, pobretona y de buena fe». Al marcharnos del Gijón me sentí aliviado y entonces también pensé en Ítaca, pero no la homérica sino la del poe- ta Konstantínos Cavafy: «Conserva siempre en tu alma la idea de Ítaca: llegar allí, he aquí tu destino./Mas no hagas con prisas tu camino;/mejor será que dure muchos. años,/y que llegues, ya viejo, a la pequeña isla,/ rico de cuanto ha- brás ganado en el camino./No has de esperar que Ítaca te enriquezca:/Ítaca te ha concedido ya un hermoso viaje». Después lo comprendí: No estuve en el Café Gijón, sino en esa metáfora irrepetible llamada Ítaca.
  • 10. 8 Con la plancha en el bolsillo
  • 11. 9 Carlos Yusti Marilyn, una metáfora siempre viva En una de las paredes del apartamento donde vivo y es- cribo (o viceversa) se encuentra el afiche de Marilyn , que es ya un lugar común de la industria gráfica masiva y popular, en la cual un viento subterráneo levanta en vuelo las alas de su falda plisada. Su pantaleta de fino algodón, y con una delicada cinta de flores tejidas en el borde, es un inigualable poema que puede convertir en mirón al casto más trasno- chado. La fotografía pertenece a la película de Billy Wilder titulada The seven year itch, algo así como La picazón del séptimo año, pero cuya traducción más chapuceramente co- nocida es La tentación vive arriba. Lo de rubia tonta no era un mito. Filmar con Marilyn no era nada sencillo. Jamás se aprendía sus parlamentos, pero fotografiaba de maravilla. Wilder cuenta: “...un día, cuando le pregunté la causa de su retraso, se excusó diciendo: No podía encontrar los estudios‚ ¡Unos estudios para los que trabajaba bajo contrato desde hacía seis años!”. Desde hace mucho tiempo dejó de ser el desafuero sexual de los solitarios, dejó de ser una actriz mediocre, una chica de almanaque, un símbolo sexual para devenir en icono de un país que aceita sus engranajes políticos, o comerciales, con sangre y sufre de violentas patologías conspirativas. Lo escrito por Francisco Umbral es la sublime exactitud: “Ma- rilyn fue la creación de América y también América, a la inversa, un poco creación suya. El interés de MM no está tanto en sí misma como en qué manera van confluyendo en la adolescente ingenua y sexual con los vicios, los pecados, la gracia, los excesos, el mal gusto, el dinero y la sublime vulgaridad de un pueblo que no oculta su origen ecuestre ni su democracia con sogas para el ahorcado y Ley Seca”.
  • 12. 10 Con la plancha en el bolsillo
  • 14. 12 Con la plancha en el bolsillo Su muerte, sometida a todas las pesquisas, y sazonada con todas las más absurdas hipótesis, todavía no se aclara y ha dejado una hilacha de conjeturas. El mito Marilyn tiene todos los condimentos de una tragedia griega. Como buen mito ha servido de musa a los poetas, de modelo a los pinto- res (Andy Warhol sicodelizó su rostro de blonda cabellera). Biografías, novelas, crónicas, tesis y demás devaneos lite- rarios han hurgado en los promontorios de su vida tratando de encontrar los huesos de su alma. Pero el mito crece hasta convertirse en una poética inalcanzable, en una metáfora siempre viva y cambiante con el paso del tiempo. Marilyn representó el papel de mentecata en estado puro, la bobalicona de pechos erectos y cuerpo escultural que lle- ga a la cima superando todos los obstáculos y todas las bra- guetas; o sea, el machismo crudo y campante. El precio para alcanzar el sueño americano fue excesivamente alto. Algu- nos de sus amantes querían vampirizarle el cerebro, trataban de intelectualizarla (Robert Slatzer, Yves Montand, Arthur Miller), pero ella estaba hecha de carne y deseo. Su sexuali- dad/sensualidad no estaba para requiebros espirituales y por eso se echaba encima a un pelotero (Joe Dimaggio) celoso y carente de madera espiritual para comprender sus ondula- ciones emocionales. Por esa razón Marilyn expresó: “Los hombres se enamoran de mí tal como soy y luego quieren cambiarme”. Craso error. Marilyn quería vivir en la orilla de las cosas sin pretensiones, quería estar al borde como distraída de todo. Al parecer se fingía mentecata. Ese fue su mejor papel. La rubia artificial con la cabeza hecha un colador. Quizá. En una oportunidad casi se descubre y dijo: “A mucha gente le gusta considerarme una starlett: sexy, frívola y estúpida”. El escritor Truman Capote hizo el mejor retrato de Marilyn.
  • 15. 13 Carlos Yusti Se la encontró en el funeral de una celebridad de la farán- dula y la descubrió vulnerable y sin afeites. Lloró y le dijo al escritor que sin duda la consideraba una estúpida, pero Capote le dijo simplemente que no, que sólo la consideraba una adorable criatura. Hay que coincidir con Umbral cuando asegura que Ma- rilyn era la esencia de la vulgaridad. Era una vulgaridad a quemarropa que luego se metaforizaba en una belleza auste- ra, pero en esencia magnética y aleatoria. Hoy es un símbolo sin fronteras, un mito forjado con la hojalata del melodrama que se globalizó mucho antes que todo se globalizara. La Monroe me interesó más desde la sociología que des- de lo carnal. No fue la mujer sadiana de lecturas juveniles. Siempre resultó ser una reina buena de pueblo. Su nombre de pila era Norman Jean Mortenson y vivió el sueño ame- ricano a fuerza de pastillas para dormir. Una sobredosis de barbitúricos la despertó al mito eterno. Luego han escrito que la suicidaron. Como los norteamericanos están fraguan- do nuevas conspiraciones, nuevas intervenciones bélicas, de seguro no se acordarán de dejarle un clavel en su tumba.
  • 16. 14 Con la plancha en el bolsillo Miguel de Cervantes
  • 17. 15 Carlos Yusti Libros de Autoayuda A que se debe que unos libros insulsos y plagados de lu- gares comunes, o confeccionado en corta y pega, con ideas más que obvias, se convierten en la guía espiritual e inclu- so en objetos de cultos por sus beneficios prácticos. Libros como “Quién se llevó mi queso”. “La culpa es de la vaca”, “El caballero de la armadura oxidada”, y otros de cuyos nombres no deseo acordarme, se convierten en oráculos im- prescindible para un buen número de hombres y mujeres. A ciencia cierta no sé si tales libros obran cambios en la vida de sus lectores, si se trata sólo una estrategia del mer- cado que a la hora de comerciar con la fe, los sueños y las creencias no se andan con sutilezas. Lo revelador es que muchos de estos libros están con- feccionados para mentes elementales, están escritos con un estilo escueto y con los ingredientes menos suntuarios de la escritura artesanal: lenguaje sencillo, una anécdota pueril, pero aderezada con bisutería religiosa oriental. Los elemen- tos mágico-esotéricos no pueden faltar y algo ineludible es una trama previsible con final feliz. Muchos escritores complejos, que se mueven en la gran literatura, venden apenas algunos ejemplares de sus libros y estos autores de seudoliteratura se forran de millones. ¿Dón- de está el secreto?.Al parecer no hay secreto, sólo hay gente insufriblemente infeliz y con muchos complejos mentales que necesita una orientación existencial para mantenerse a flote. Los infelices hundidos en sus miserias, los casos per- didos, escriben en los baños públicos, rayan las paredes de la ciudad o leen en el metro a Joyce, Marcel Proust y Cer- vantes.
  • 18. 16 Con la plancha en el bolsillo Abominar del diccionario Siempre he abominado de los diccionarios. Me refiero a esos diccionarios de la oficialidad académica de la len- gua que busca darle rango y pedigrí a la palabras. No sin razón dicen que el diccionario en el cementerio de las pa- labras. Las palabras son vivencias, historia, peculiaridades espirituales y lingüísticas de cada barrio, región, ciudad, comarca, gueto, etc. En la vida las palabras se utilizan como monedad corriente para tratar en algo de entender- nos. El dinamismo de las palabras en la vida es tal que cuando algún académico la encierra en un diccionario ya nuevas palabras están rondando en el intercambio diario del ciudadano de a pie. No obstante esos otros diccionarios espurios y es- critos para darle una nuevo giro de tuerca a las pala- bras a la postre resultan más amigables e ingeniosos. “El diccionario del diablo” de Ambrose Birce siempre me ha parecido digno de consulta. En este diccionario las palabras cargadas con un humor de tonos oscuros nos acercan a una realidad absurda. También el “Dic- cionario filosófico” de Voltaire es la mejor manera para desaprender filosofía y en la cual cada palabra posee un significado de fulgor breve. Voltaire aborda los temas más variados como lo haría un columnista de prensa hoy y por eso su rabiosa actualidad.
  • 19. 17 Carlos Yusti El autobús de los vampiros “Blanqueadas capas negras translúcidas/de vuelta al per- chero/Bela Lugosi está muerto/ Los murciélagos han abandona- do el campanario/ Las víctimas han sido desangradas/ Líneas de terciopelo rojo en la caja negra/ Bela Lugosi está muerto…” Bauhaus, Cancion: Bela Lugosi’s Dead Hoy se ha desatado como una moda vampírica. Series, películas y libros ofrecen noticias de sus andanzas y sus peculiares hábitos alimenticios. De niño veía a escondidas las películas del Conde Drácula personificado por el actor húngaro Bela Lugo- si, que al final, en eso que llaman la vida real, terminó vampirizado por el personaje. Lugosi fuera del set de filmación era un adicto a la heroína, sus brazos estaban carcomidos por las inyecciones, además se tejieron una serie de rumores que si dormía en un ataúd, que se le veía poco a la luz del día. En su declive como actor y atenazado en el vicio de las drogas era sólo una sombra espectral que sobrevive como puede de su gloria pasa- da. En este trance oscuro un peculiar y joven director Edward D. Wood Jr. lo encuentra y lo empuja a volver a la actuación en películas (“Glenn o Glenda?” (1953), La Novia del Monstruo, “Bride of the monster” (1955) y Plan 9 del Espacio Exterior, “Plan 9 from outer space” de 1956) de bajo presupuesto y que hoy por lo malas son consideradas raras joyas del cine y Wood está fi- chado como uno de los insuperable y peores directores del cine. Lugosi fue sepultado con su atuendo terrorífico de conde Drácula, moría el actor, pero su leyenda es inmortal como los vampiros.
  • 20. 18 Con la plancha en el bolsillo Las leyendas aseguran que los vampiros existen, pero al parecer el Drácula peliculero está basado en un perso- naje real. Vlad Dracul que fue un príncipe rumano que durante su Resistencia contra los turcos dio muestra de una ferocidad sanguinaria, al parecer empalaba a sus ene- migos y los dejaba en los caminos como una adverten- cia que aterrorizaba al más valiente. Bran Stoker utilizó datos históricos y las leyendas para escribir su famosa novela y lo demás historia. En mi museo personal tengo por supuesto la película Nosferatu y de Murnau y el Baile de los vampiros de Po- lanski. Una reciente película Déjame entrar basada en la novela de John Ajvide Lindqvist; trata el tema desde de ese óptica de la solead y la muerte en la que se encuen- tra atrapada una niña-adolescente. En lo que respecta a la literatura me quedo por supuesto con la novela de Bram Stoker, con el vampiro de Polidory y el cuento de Cortázar, Reunión con un círculo rojo. Los vampiros despiertan cierta seducción debido a que son inmortales y que a pesar de su sofisticación y los buenos modales son seres de la oscuridad cuyo alimento es la sangre de los demás y para ello tienen que asesinar sin piedad alguna. No creo en particular en vampiros ni en hombres lobos, son más plausibles los caníbales que de seguro se mueven entre nosotros y tienen un apetito peculiar por sus congéneres. De todos modos me gustaría re- latar un hecho verídico. Tendría como 17 años. Esa noche fui al cine con una muchacha que era mi novia para ese momento. Salimos tarde del cine y decidimos tomar el autobús. De pronto nos vimos en una calle solitaria con poco tráfico y también con
  • 22. 20 Con la plancha en el bolsillo pocos transeúntes, algún mendigo durmiendo en la acera. Estuvimos por espacio de veinte minutos y ni señales de al- gún carro libre o autobús. Abrazados estábamos en mitad de la noche con una calle pésimamente iluminada, no había nie- bla, pero si bastante frío. Como aprovechábamos el tiempo y la oscuridad para besarnos no pudimos percatarnos como de repente salió un autobús de la nada. Lo vimos al final de la calle, venía a una velocidad regular. Le hicimos una señal y se detuvo. Subimos y en lo que traspasamos la puerta había un gran bullicio por parte de los pasajeros. En el interior del vehículo la luz era amarillosa y manchaba todo lo que tocaba. De repente y ante nuestra presencia hubo un silencio lento y espeso. Todos los otros pasajeros esta- ban sorprendidos de vernos allí. Mi novia y yo buscamos asiento con rapidez. Los otros pasajeros murmuraban entre ellos. El autobús prosiguió su marcha y aunque en otras para- das había personas el autobús siguió de largo. Todo aque- llo era sumamente extraño. Mi novia se apretaba a mi temblando. No quise averiguar que seres ocupaban aquel autobús y en un momento que este disminuyó la marcha arrastré a mi novia hasta la puerta y ganamos otra vez la calle. El autobús siguió su oscuro recorrido y se perdió en la noche como si las sombras lo hubiesen devorado. Mi novia me preguntó que fue todo aquello. No supe que responderle, pero todavía un tanto asustados buscamos un sitio donde hubiese más personas y una luz más sen- sata. Después de esa extraña experiencia estoy seguro que existe una realidad oscura que se alimenta de nues- tros terrores íntimos y se desliza de manera sigilosa en la cotidianidad más insulsa. Los vampiros y demás monstruos de nuestra imaginación y nuestros sueños
  • 23. 21 Carlos Yusti forman parte de ese mundo que no vemos, pero que seguro acecha en las sombras. Los libros tienen sus propios hados. Los libros tienen su propio destino. Una vez escrito- y mejor si publicado, pero aun esto no es imprescindible- nadie sabe qué va a ocurrir con tu libro . Puedes alegrarte, puedes quejarte o puedes resignarte. Lo mismo da: El libro correrá su propia suerte y va a prosperar o a ser olvidado, o ambas cosas, cada una a su tiempo”. Augusto Monterroso
  • 24. 22 Con la plancha en el bolsillo Dos reseñas de libros
  • 25. 23 Carlos Yusti “Pan alquilado”, de JPedro Guerrero Edi- torial MUD Traspapelada, Tirol, Colombia. 400 pá- ginas. JPedro Guerrero, poeta oriundo de Sabaneta de Barinas, ha reunido varios libros de su extenso tra- bajo poético. En Pan alquilado encontramos poemas de libros como: “Juanetes metafísicos”, “Royendo un mendrugo duro al amanecer”, “La lira oxida- da”, “Carne de caballo viejo”, “Alma en subasta”, “Zamuros de angustia nítida”, libro que obtuvo el premio nacional de aves de corral y “Cocinando a fuego lento mis zapatos”. Poeta comprometido con todo y nada su poesía explora las posibilidades de nombres que tiene una guía telefónica, por supuesto la muerte, el amor, el dolor de estar vivo y los recibos del teléfono tienen cabida en su poesía existencial, pero leamos algunos versos: Ya viene el cobrador, el cartero y el hombre invisible/ viene la noche ¿Y a dónde vamos?/ Los caballos han muerto o están en el hipódromo/la flor brota en este estercolero/ es una flor de plástico/ El aroma de político cansado persiste/ Águila no caza moscas/ Pero el cadáver se pudre y llega la mañana como un cuchillo de flores que destaza la presa/eso somos decía mi padre:/un sueño que galopa más allá de las alambradas/ y los salvadores de la patria. JPedro Guerrero ha obtenido muchos premios y ha tenido también algunos apremios, pero a sus 80 años sólo le interesa la iluminación que le propor- ciona el viagra.
  • 26. 24 Con la plancha en el bolsillo
  • 27. 25 Carlos Yusti “Las paradojas del chivo expiatorio”, de Alvora P. Suaréz Editorial Terraplen Expropiado, La co- ruña Argentina. 280 páginas. Se podría catalogar esta novela como una intriga policial extravagante ya que no hay ningún asesinato que re- solver, ni algún detective buscando pis- tas para atrapar a los malos, no obstante son 280 páginas trepidantes que no le dan respiro al lector por su trasfondo de Thriller sicológico. La trama gira en torno a un hombre que una mañana es detenido sin razón aparente y pasa cuarenta años encarcelado en un mani- comio viendo películas de Almodóvar y Tarantino. El hombre queda libre y vuelve a su casa una mañana y se pre- para el desayuno. En todo ello hay una metáfora que encantará a los lectores si logran descubrirla, yo no lo hice, pero como el autor es amigo mío ni modo.
  • 28. 26 Con la plancha en el bolsillo
  • 29. 27 Carlos Yusti Leer cine En nuestro país ver cine extranjero es una quimera ya que en realidad lo que hacemos es leer cine. En el momen- to culminante el protagonista habla y el espectador va, a duras penas, por la mitad de la frase y enseguida la escena cambia y esto hace imposible disfrutar la escena. El otro inconveniente de leer cine estriba que muchas veces uno se horroriza no por la película, o la mala ac- tuación, sino por los errores ortográficos que saltan de la pantalla sin anestesia alguna. Y no se mencione la traduc- ción de los títulos y de los diálogos. El escritor colombiano Efraín Medina Reyes ha escrito que es una verdadera tor- tura escucha a Batman hablar como Don Quijote o Meryl Streep con el fastidioso acento del Topo Gigio. Por otra parte el traductor se toma licencias censoras para simplifi- car los diálogos y agilizar en algo la lectura. Leer cine es una insufrible lata, mejor es leer el libro en el cual, por lo general, se basa la película. Lo que han hecho con el último libro de la saga de Harry Potter, “El Caliz de fuego” es suficiente para decidirse de una vez por todas dejar de leer cine y concentrarse en la literatura.
  • 30. 28 Con la plancha en el bolsillo
  • 31. 29 Carlos Yusti Hez-critores La literatura y el humor parece que se atraen a la per- fección. Con respecto a esto quisiera realizar algunas ano- taciones, a modo de cotilleo comodón y arbitrario, sobre algunas hipérboles mesurables y humorísticas que tienen como protagonista, explícito o velado, a ciertos escritores. Sobre el humor se pueden escribir cuestiones graves y profundas, pero como no tengo vocación de sepulturero, trataré de ser, como quería Wilde, muy superficial e im- probable en las líneas que siguen. Cayo Valerio Catulo fue un escritor latino famoso por sus cantos a Lesbia y por sus epigramas (breves y chirrian- tes) que pletóricos de sutilezas y sarcasmos, le han valido un lugar destacado en la literatura. Así como estaba Catu- lo, también estaba Hipias, recitador afectado y engolado, que se tenía por un declamador fuera de serie. Catulo le escribió un epigrama para desmontar su engreimiento: “Hipias, gracias por recitar mis poemas, sin embargo los recitas tan mal que ya no son míos, sino tuyos”. Gaglyon era un retórico de cuidado y Catulo le escribió un epigrama justo a su medida: “Gaglyon, como está la puta. No me refiero a tu mujer, sino a tu lengua” El dramaturgo y escritor español Jacinto Grau fue una figura tragicómica del medio literario español. Se le
  • 32. 30 Con la plancha en el bolsillo consideraba un gaffe , es decir un hombre que era un imán para la mala suerte, en suma era un ser plomo y pa- voso. Se cuenta que en una oportunidad Grau la hacia de embajador en Chile y estaba convencido que las mujeres chilenas eran fáciles y vivía fastidiando a sus colegas chi- lenos con eso de la liviandad de las féminas chilenas. Un día Grau, y quizá cansado de que las mujeres chilenas los esquivaran con suma rapidez, le manifestó a un escritor chileno lo siguiente: “Eso que se comenta sobre las mu- jeres chilenas, de ser fáciles a mí no me lo parece”. El otro escritor cansado de la cantilena le respondió: “Mire don Jacinto, las mujeres chilenas son fáciles, el difícil es usted”. En otro oportunidad se celebraba una reunión en la embajada y para jugarle una broma a Grau, los otros con- tertulios le avisaron que pronto llegaría una poeta treinto- na, que todavía tenía un buen lejos, “pero que mucho cui- dado que era una mujer recatada y virgen”. Cuestión que era falsa, ya que la poeta tenía un average de amantes y maridos bastante alto. La poeta “virgen” llegó y Grau se le acercó sin mucho preámbulo: “Ah, usted y que es virgen, bueno hija no sabe de lo que se pierde”. Juan Rulfo, un escritor parco y que en las fotos siempre ofreció el tipo de malencarado, en una entrevista le preguntaron.: “¿Usted ha leído el Capital?”. Rulfo sin pensarlo mucho respondió: “No, pero he visto la película”. Se cuenta que Jorge Luis Borges en la recepción del premio Cervantes estaba muy ufano siendo el centro de atención. Todos querían estrechar la mano del ciego escri- tor. El poeta Gerardo Diego también se acercó a Borges y le dice: “Maestro, mucho gusto Gerardo”. Borges se hace el desentendido y el poeta insiste otra vez: “Diego, maes-
  • 33. 31 Carlos Yusti tro, Diego”. Borges con solemnidad arremete: ¿Gerardo o Diego, vos como que sos un tanto indeciso”. Sobre Leoncio Martínez se cuenta que este estando ya en su lecho de muerte sufre una recaída. La gente que estaba en el cuarto con él se alarma y para reanimarlo al- guien sugiere: “¡brandy, denle un brandy!” y una señora complementa: “Si, con un poco de agua”. Enseguida Leo sale de su sopor moribundo y exclama: “No, con agua no. Ya me van echar a perder mi último palito”. En otra ocasión Leo es detenido y comienzan a levantarle el expediente y le preguntan: “Oficio”. Leo con fluidez res- ponde: “Preso político”. A la mamá de Gabriel García Márquez la asediaban un sin número de periodistas y uno de esos brillantes perio- distas de la horda le preguntó: “¿Señora, a cree usted que se debe el talento literario de su hijo?”. La Doña sin mucha literatura respondió: “Ah, yo creo que es por la Emulsión de Scott”. Cuando Andrés Eloy Blanco fue galardonado con un premio, bastante significativo, desde el punto de vista mo- netario, en Madrid por su “Canto a España”; enseguida Rafael Bolívar Coronado que se encontraba en la madre patria, exiliado y haciendo malabarismos literarios para comer, despachó algunas notas llenas de loas y ala- banzas por el poeta premiado. Luego de publicadas las notas en los periódicos españoles, las remitió al hotel don- de se alojaba Andrés Eloy Blanco. Como pasaron días y este no se manifestaba le remitió esta vez un telegrama urgentisimo: “Andrés Eloy Blanco, eres un astro. Los as- tros giran. Gírame algo”. Bolívar Coronado fue becado por Gómez. Este muy feliz se embarcó rumbo a España. Cuando el barco estaba en alta mar Coronado salió a cu-
  • 34. 32 Con la plancha en el bolsillo bierta gritando: “¡Muera Gómez, el tirano!”. Con respecto aAndrés Eloy Blanco existe una anécdota con poemita incorporado bastante singular. Una profesora uruguaya fue invitada por las damas del Congreso Nacio- nal para rendirle un homenaje por su trayectoria política. En los discursos y presentaciones de rigor se insistió, de manera exagerada, en que la homenajeada había sido ele- gida por dos lapsos seguidos en la cámara legislativa de Montevideo. Andrés Eloy hizo circular un papelito entre los presentes con el siguiente verso: “Que vengan los Homeros y Hesíodos a cantar el fenómeno inmortal de la doctora Pinto de Vidal una mujer que tiene dos períodos”. Voltaire se encontraba en una velada donde un poeta de apellido Rousseau, que no tiene nada que ver con el au- tor del Emilio, recitaba un soporífero poema de su propia inspiración e insensatez, titulado “Oda a la inmortalidad”. Luego de consumado el suplicio poético, Voltaire comen- tó: “Dudo que esa composición llegue a su destino”. En otra oportunidad los dardos críticos de Voltaire hicieron blanco en un mariscal, quien ofendido contrató a dos rufia- nes de cantina para que le dieran una golpiza al inoportuno filósofo. El mariscal veía desde su carruaje como los dos buscavidas golpeaban al sorprendido Voltaire; de vez en cuando el mariscal les gritaba: “No le peguen en la cabeza, de allí puede que salga algo bueno”. George Lichtenberg, famoso por sus aforismos, tenía un telescopio con el cual observaba las estrellas en el cielo y a su vecina que se bañaba a la luz de una vela. También
  • 35. 33 Carlos Yusti criticó con dureza la Fisiognómica (ciencia de moda y de mucho futuro para su época) echando por tierra todos sus postulados; arrepintiéndose luego de conocer a su pro- pulsor el profesor Kaspar Lavater a quien tachó, con cierta pena, de embustero engañado. Como profesor de matemá- tica eligió para su primera clase un tema algo curioso: “El cálculo de probabilidades en el juego”. Sus alumnos, durante bastantes horas, lo vieron lanzar más de cien veces una moneda al aire tratando de elucidar las probabilida- des de cara o sello. Es extraordinario su aforismo: “Quien tenga dos pantalones, que venda uno y compre este libro”. Simón Rodríguez, alias Samuel Robinson, andariego, pedagogo y visionario de la educación siempre decía:”me gusta tener la culpa para evitarme el trabajo de justificar- me”. Cuando conoció a Antonio José de Irisarri, Don Si- món Rodríguez se adelantó tendiéndole la mano: “Aun- que me han dicho que usted me tiene por loco, yo no lo tengo por menos”. Alguna vez le comentó Simón Rodrí- guez a Vendel-Hey: “La libertad me es más querida que el bienestar. He encontrado entre tanto el medio de recobrar mi independencia y de continuar alumbrando a América. Voy a fabricar velas. En el siglo de las luces, ¿qué ocu- pación puede haber más honrosa que la de fabricarlas y venderlas?”. La poeta Emily Dickinson escribió: “La esperanza es una cosa con plumas” y Woody Allen la refuta: “La cosa con plumas resultó ser mi sobrino, debo llevarlo a un espe- cialista en Zurich”. Platón había sentenciado que los polí- ticos tenían que ser filósofos. Ortega y Gasset por su parte postulaba: “No pidamos tanto, nos conformaremos, aun- que lo lamentemos después, con que sepan leer y escribir”. Cuentan que luego de editada la famosa antología poé-
  • 36. 34 Con la plancha en el bolsillo tica de la generación del 27. Luis Cernuda que a todo le gustaba encontrarle un afectado pero, le dijo a Gerardo Diego: “Lo que no le perdono a usted es que haya dado esa foto mía, de perfil”. “Pues agradézcame que no haya puesto en el libro su segundo apellido”. El segundo ape- llido era Bidón, muy bien para un plomero, pero no para un poeta. En cierta ocasión estaba Lorca celebrando con algunos amigos y dijo: “Que las púberes canéforas de la acracia te ofrenden su acanto”. Todos los asistentes se vie- ron extrañados y uno de ellos expresó: “De toda la frase lo único que entiendo es el que”. Algo parecido me sucede con Teresa de la Parra. Aunque lo intuyo, no sé que quiso expresar cuando escribió: “Sigo mi vida horizontal...” Arturo Uslar Pietri escribió que el 24 de enero 1848, Juan Vicente González, un devorador de libros impresio- nante, estuvo a punto de perder la vida. Para ese entonces González era un flamante diputado de la República. Tras un sangriento motín el congreso es atacado y disuelto. Al- gunos diputados son heridos o asesinados. González trata de salvarse y huye. No obstante uno de los amotinados logra capturarlo y esta a punto de acuchillarlo cuando una voz autoritaria lo detiene:”¡A Tragalibros no, que ese es el que me enseña los muchachos!”. En efecto González para compensar su sueldo de diputado daba clases particulares, con tan buena estrella que los hijos del General Juan Soti- llo, eran sus alumnos. Rómulo Gallegos fue a ver una película de María Félix, en la que actuaba como bailarina del Moulin-Rouge. De seguro fue con la esperanza de encontrarle esas cualida- des histriónicas que en la película Doña Barbara bri- llaron por su ausencia. Gallegos estuvo desde el principio incomodo con la trama superficial de la película, pero aún se sentía más torturado por María Félix, quien vestida de
  • 37. 35 Carlos Yusti bailarina de can-can actuaba como su personaje de Jua- na Gallo. Gallegos colérico se levanto comentando: “Esta mujer no tiene sentido del ridículo. Yo pensaba que peor estaba en Doña Bárbara”. Ortega y Gasset dijo una frase, menos tediosa de las muchas que escribió: “La erección es un pensamiento y yo todavía tengo pensamientos”. Yo conozco muchos poetas e intelectuales que creen que los pensamientos son erec- ciones y como se cuidan de no pensar ya no las tienen, en mi caso me digo como Descartes: “Erección, luego existo y mucho después pienso”.
  • 38. 36 Con la plancha en el bolsillo Foto de Yuri Valecillo
  • 39. 37 Carlos Yusti Intenté leer la novela “Rayuela” en el bachillerato, pero me fue imposible, no tió en una especie de moda y creo que la estaba preparado intelectualmente. culpa de todo la tuvo el “Ulises” de Joy- La leí muchos años después y pude ce que apenas narra un día de varios meterme en su entresijo humanístico, personajes. Joyce realiza un experimen- en ese andamiaje de personajes y de la to con los estilos y con la forma. Hace literatura como ese extremo de esti- lo y de humor. Julio Cortázar fue uno de añicos la novela tradicional y le devuel- ve un poco su encanto de travesía, de esos autores imprescindibles (como Borges, aventura lingüísticas. En nuestro país Italo Calvino) los cuales enseñan que novelas con sentido experimental se fuera de la literatura todo parece carco- podrían mencionar “País portátil” de Adria- mido por lo predecible. Cortázar utilizó lo no Gonzáles León, “Abralapalabra” literario para arañar en algo esa reali- de Luis Brito García. En nuestra cuentís- dad que subyace en esta realidad cotidiana tica esta experimentación Joyciana ha sido más prolífica. de horarios y rutinas aprendidas. La literatura experimental se convir- Infectado de rayuelismo
  • 40. 38 Con la plancha en el bolsillo Periódicos Tengo un amigo que ha decidido no leer más periódicos, dice que lo hace por su salud mental, para él los diarios sólo traen truculencia y políticos desabridos y gente de farándula con un coeficiente intelectual de botox y silicón. No obstante el periódico sirve para muchas cuestiones. Por ejemplo es ideal en eso de envolver el pescado, así mientras usted calienta el sartén puede de leer en la piel de su carite, o su catalana, noticias a las que no le había dado importancia como: “La expansión del universo es un hecho”, “Los hombres calvos son más seductores, siempre y cuando su calvicie este respaldada por una sólida cuenta bancaria”. El uso del periódico es algo burdo, pero si hay urgencias corporales y no hay papel sanitario a la mano el periódico puede constituirse en el último recurso, además limpiarse con el rostro de algún politicastro de saldo y oportunidad es lo que podría catalogarse como justicia divina. También sirve el diario para reírse de los descalabros y deslices que realizan los periodistas por el apremio del cierre de edición. Basten algunos ejemplos: “El cadáver presentaba heridas, al parecer mortales.” “Con gran dolor para los amantes de la naturaleza, por orden de la alcaldía, los bomberos se pusieron a cortar un árbol centenario de más de 1.000 años.” “Como era día de los muertos, se encontraba muyani- mado el cementerio.” “El público, entusiasmado y puesto en pie, aplaudió hasta enronquecer.”
  • 41. 39 Carlos Yusti La literatura nos impide embarcarnos en actividades de naturaleza más criminal. Una nueva obra es nuestra justa venganza del mundo”. George Mikes “Falleció para siempre el que fue gran deportista…” “El baile fue amenizado por un numeroso cuarteto.” Los políticos de oficio siempre han visto en la prensa un enemigo potencial ya que denuncia sus trapacerías y ne- gocios a la sombra del poder por eso tildan a la prensa en consenso como cuarto poder y en realidad los periódicos sólo venden palabras (algunos ideologías) y otros se ha que- dado en el triste papel de tontos útiles de los regímenes de turno, haciéndole el mandado tipográfico al que lleva las riendas aduciendo que de alguna manera hay que pasar la contingencia. Si mi amigo se enterara como anda el salario de los pe- riodistas, quizá compraría el diario, sin contar que eso de los gazapos para bajar la rabia y caer en la risa es gratis. Además creo que compraría el periódico si se entera de esa frase de Luis Fernando Verissimo: “A veces, la única cosa verdadera en un periódico es la fecha”.
  • 42. 40 Con la plancha en el bolsillo El periodista está estimulado por el plazo. Cuando tiene tiempo, escribe peor.”. Karl Kraus
  • 43. 41 Carlos Yusti Bibliotecas imaginarias Uno prefiere las bibliotecas imaginarias debido a que son bastantes extensas y contienen muchos libros y ocu- pan ese espacio holgado de la imaginación. En mi conteo de bibliotecas imaginarias hay que mencionar la de Don Quijote y que llevan a la hoguera el cura y el barbero en un auto de fe que siempre me ha causado inmensa triste- za. Está también la creada por Borges en su cuento “La biblioteca de babel”, la de Umberto Eco en “El nombre de la rosa”, la biblioteca sumergida del Capitán Nemo. La biblioteca del personaje principal de la novela de Elías Ca- netti “Auto fe”. Cómo es lógico tengo mi biblioteca real, con un cen- tenar de libros en la ciudad donde vivo y otro lote, mucho mayor, en mi ciudad biográfica, sin mencionar esas que he perdido en los naufragios habituales de la vida y de las re- laciones amorosas. La biblioteca personal es como el car- tón de identidad del escritor. Los libros que se acumulan en la estantería de su alma quizás lo ayuden a magializar esa realidad tan banal y publicitaria, tan rosa y de espec- táculo real es horario todo usuario; esa realidad lleno de molinos de vientos y Sanchos Panzas queriendo ser Quijo- tes. En fin de esa realidad donde pasa de todo, pero con ese toque inigualable de la metáfora.
  • 44. 42 Con la plancha en el bolsillo
  • 45. 43 Carlos Yusti Lectores pésimos Malos lectores he conocido pocos. He conocido mucho poeta malo y mucho ensayista de bostezo académico. En la literatura he conocido a pésimos lectores. Por ejemplo Don Quijote ( Alonso Quijano antes de sus andanzas) quien tiene todas las características de un señor jubilado. En tal sentido se ha leído varias veces su biblioteca, concentran- do su atención en los libros de caballerías. Otra pésima lectora es Emma Bovary, que lee con fruición noveletas románticas. Tanto a Emma como a Quijano los pierden sus lecturas. Quijano se arma caballero y sale a los caminos a vivir su propia novela de caballería. Por su parte Emma sumergida en un jabonoso romanticismo rosa resbala hacia al adulterio y luego al suicidio. La literatura es una cosa y la vida es algo menos mágico. Lectores buenos son los de Harry Potter. En algunas escuelas de Estados Unidos prohibieron el libro ya que su tema de brujos y magia era algo que podría perjudicar la mente de los jóvenes lecto- res. Cuando a niños y jóvenes los entrevistaban sobre esta medida argumentaban: “Los libros de Harry Potter son pura ficción, son historias con mucha imaginación. Nada es allí es real eso lo sabe cualquiera”.
  • 46. 44 Con la plancha en el bolsillo
  • 47. 45 Carlos Yusti Prodigiosas palabras El ensayo como género literario posee cierto grado de dificultad. No por ello algunos escritores no han dejado de subestimarlo. El ensayo más que un tratado rígido y en- sopado de academia es una manera amable y divertida de acercarse a lo amado y odiado tanto en la vida como en la literatura. Es así mismo un medio rápido para analizar el presente, para opinar sobre esos asuntos del día sean lite- rarios, políticos, económicos, científicos, etc. Su principal practicante e inventor fue Miguel de Montaigne, quien no dejó reglas para escribir ensayos, sino que más bien propor- cionó pautas precisas a través de sus propios ensayos. Mon- taigne mezclaba, con equilibrada maestría, visión personal, del mundo literario de su tiempo y de su persona, con cierta erudición. Su estilo no era por ello rimbombante, más bien era sencillo y en muchas oportunidades apelaba al humor para hacer fluido el tema que trataba. He escrito algunos ensayos y una buena porción de amagos que se quedan en el camino de la opinión ultra- marina y del exabrupto. O sea, textos que no cumplen con los requisitos básicos para ser considerados como ensayos. No sufro por ello y disfruto una barbaridad leyendo a otros buenos ensayistas. Montaigne hecho las bases de una manera de encarar los temas que ha ganado muy buenos adeptos y muy bue- nos ejecutantes. Digo ejecutantes porque el ensayo es una suerte de música que incorpora sin reparos notas, estilos y ritmos de otros autores, de allí la gran versatilidad que tiene. En un ensayo puede entrar de todo, sólo hay que tener buen oído para armonizar las palabras y las frases. El ensayo, aparte de elasticidad, posee muchos trucos y uno como obstinado experimentador del género no termina de
  • 48. 46 Con la plancha en el bolsillo aprenderlos todo. Por eso es necesario leer a muchos ensa- yistas. Entre mis preferidos se encuentran los filósofos, los novelistas y cuentistas desdoblados en ensayistas como es el caso de Josefa Zambrano Espinosa y su libro de ensa- yos hace poco editado, “Taumaturgias del verbo”, Fondo Editorial Predios, marzo 1999. Josefa Zambrano Espinosa (Boconó 1950) es esencial- mente narradora. Posee un dominio acabado y sorprendente del relato breve. Sus textos narrativos más que colocar en el tapete los hechos va poco a poco sugiriéndolos. Algunas de sus narraciones no son fáciles y conceden pocas concesio- nes al lector. Hay que leer con minuciosidad para atrapar la fina urdimbre tejida por Josefa, en las que lo fantástico se entremezcla con lo cotidiano o con esas atmósferas mágicas que pertenecen al territorio del sueño. Su primer libro de cuentos, “Magia de páramo” fue pu- blicado en 1984. Luego editó otro volumen de relatos con el sugerente título, “Al día siguiente todos los caminos perma- necen abiertos”. Josefa Zambrano Espinosa partió de Boco- nó a los catorce años, no obstante su escritura esta impreg- nada de la magia local de su tierra natal. Siendo todavía una niña de trenza y vestidos floreados se convirtió en asidua del Ateneo de Boconó, donde se topó por primera vez con el arte en sus diferentes manifestaciones. Orlando Araujo la induce a publicar sus primeros relatos que serán reunidos en su primer libro de cuentos. Doctorada como abogada crimi- nalista en Madrid y París, Josefa Zambrano tiene la escritura no como un hobby, sino como una pasión constante que le permite no olvidar sus raices. Su libro “Magia de páramo” pasó casi desapercibido para la crítica.Apesar de ello Josefa no dejo de escribir. Su segundo libro agotó una edición en tres meses. Con respecto a este libro Ludovico Silva escri- bió: “Ostenta un título largo, casi Barroco, “Al día siguiente
  • 49. 47 Carlos Yusti todos los caminos permanecen abiertos”. A pesar del título general del libro este se encuentra en sí mismo lo más ale- jado posible de todo barroquismo; por el contrario su rango estilístico dominante es la sencillez, casi la simplicidad, las cosas corrientes del mundo, los objetos cualquiera, las co- sas de nadie, sin embargo, esto no debe confundirnos. Se- mejante sencillez también, tiene sus secretos resortes com- plicados, frases a veces misteriosas que autora desliza en cada uno de sus cuentos como una pincelada central, todo el problema consiste en saber hallar esas frases claves que siempre son una sola o no pasan de dos”. Su otro libro de relatos “Malaventuras” retoma las ob- sesiones de sus primeros textos narrativos: sencillez na- rrativa, brevedad, superposición de planos narrativos. En “Malaventuras” ensaya Josefa Zambrano una suerte de ti- pografía caótica que busca darle fuerza y misterio al relato o como ella misma lo ha explicado: “En “Malaventuras”, lo que yo busqué fue otra experiencia narrativa. Siempre quise escribir cuentos donde, al estilo de los escritores del siglo dieciocho, que marcaban topográficamente los pla- nos temporales y espaciales, poder jugar con las palabras, trabajarlas con una especial tipografía para darle un so- porte gráfico al relato, eso es un poco lo que hice en los cuentos reunidos en “Malaventuras”. Aparte de esto hay que distinguir en la narrativa de Josefa un tono poético de gran textura, un manejo sorprendente de las palabras que van más que explicando sugiriendo, haciendo que el lector se sume en la elaboración del cuento realizando sus pro- pios aportes deductivos o como bien lo escribió Ludovico Silva: “De modo que las palabras casi se transforman en símbolos, pues su misión no es la de explicar nada, sino la de sugerirlo todo, tal es el arte de Josefa Zambrano. Una mujer tan extraña y extraordinaria, que encima de ser
  • 50. 48 Con la plancha en el bolsillo bella, como si eso no le bastara, sabe escribir con grandí- simo talento”. El libro “Taumaturgias del verbo” confirma la capaci- dad creativa e inteligencia literaria de Josefa Zambrano Espinosa. El libro, compuesto por seis ensayos de exten- sión variable, discurre en torno de la apreciación algunos escritores y poetas. Más que ensayos críticos son textos de acercamiento amoroso con autores que tratan de encontrar esa magia indudable que subyace en las palabras. En “Taumaturgias del verbo” Josefa deja en claro su erudición sencilla y sin rebuscamiento. No hay un engo- lamiento en sus textos, mucho menos se atrinchera en una retórica profesoral. Son ensayos fluidos, precisos. Carlos Villaverde en la contraportada del libro ha escrito: “Zam- brano escoge el ensayo para ratificar con agudeza la per- fecta compatibilidad del juego y la indagación”. Josefa Zambrano Espinosa aborda a los autores en sus ensayos teniendo como soporte sus lecturas combinadas con sus experiencias vivenciales y su juicio objetivo, no exento de una equilibrada sensibilidad, como tratando de encontrar los elementos prodigiosos que convierten a los textos literarios, escritos o leídos, en experiencias intelec- tuales de enorme trascendencia. Lubio Cardozo por su parte, en un fragmento de la nota liminar del libro acota: “...representan ensayos de una be- lleza libre donde los elementos de crítica literaria- por lo demás muy bien fundamentados y desarrollados- signifi- can apenas los pivotes alrededor de los cuales gira la na- turaleza lúdica del ensayo en el manejo de los conceptos vertidos con galanura expresiva”. El libro de ensayos escrito por Josefa Zambrano Es- pinosa refleja aplomo, madurez y gran belleza estilística. No sin razón escribió Adolfo Bioy Casares: “Por su infor-
  • 51. 49 Carlos Yusti malidad, el ensayo es un género para escritores maduros. Quien se abstiene de toda tentación, fácilmente evitará el error. Con digresiones, con trivialidades ocasionales y ca- prichos, solamente un maestro forjará una obra de arte”. “Taumaturgias del verbo” es una obra de arte pensada y meditada con gran profundidad intelectual y con ini- gualable sensibilidad literaria. Para Josefa Un libro no es más que una exigencia, para darle un énfasis romántico, del espíritu y donde el autor ha puesto toda su tenacidad, toda su carne cotidiana.
  • 52. 50 Con la plancha en el bolsillo Entiendo por literatura no un cuerpo o una serie de obras, ni siquiera un sector de comercio o de enseñanza, sino la grafía compleja de las marcas de una práctica, la práctica de escribir”. Roland Barthes
  • 53. 51 Carlos Yusti Barthes La editorial Monte Avila editó, hace bastante tiempo, el libro Barthes por Barthes o algo así. Allí Roland Barthes se hacía una radiografía con fotos incluidas. El libro todo es algo así como un rompecabezas. Esta confeccionado como una colcha de retazos. Sólo breves fragmentos que indagan sobre sus gustos, su madre, su trabajo y cuestiones pías en ese sentido. Hablar de uno puede ser aburrido, pero Barthes se las ingenia para que ese libro resulte revelador y un tan- to esquivo. Jacques Derrida escribe: “Hoy, al regresar de la experiencia un poco insular a cuyo fondo me había retirado con los dos libros, miro solamente las fotografías incluidas en sus otros libros (sobre todo en el Roland Barthes...) y en los periódicos. Ya no me aparto de las fotografías y la escri- tura manuscrita. No sé lo que sigo buscando, pero lo busco por el lado de su cuerpo, lo que muestra de él y lo que dice de él, lo que acaso esconde de él, así como lo que él no podía ver en su escritura. Busco en las fotos los “detalles” y creo, sin la menor ilusión, sin complacencia, que algo me mira sin verme, como él mismo decía, según creo, en las páginas finales de La chambre claire. Trato de imaginar los gestos en torno de aquello que se cree que es la escritura esencial. ¿Por ejemplo, cómo escogió todas esas fotografías de niños y viejos? ¿Cuándo eligió esta “cuarta de forros”? ¿Marpa hablando de la muerte de su hijo? ¿Y esas líneas blancas sobre fondo negro en el interior de la cubierta de Roland Barthes...?” Siempre estuvo preocupado de la elegancia en cuanto a su estilo, estuvo en la cuerda floja de una estética más como lec- tor que como escritor; es decir fue un lector que leía con una estética particular, buscaba captar la belleza de la frase como elemento musical, como polémica y como tragedia creadora.
  • 54. 52 Con la plancha en el bolsillo Allí está su ensayo de Flaubert y su balanceo al borde del colapso tratando de encontrar la frase justa. Barthes presenta todo eso con un dramatismo sin igual. Le interesaba la verdad de la literatura, la verdad que encierran las palabras organizadas en función de un tex- to o como intentó demostrarlo a través de un texto chino contenido en su libro Fragmentos de un discurso amoroso: “Un koán búdico dice lo que sigue: El maestro mantiene la cabeza del discípulo bajo el agua, mucho tiempo, mucho; poco a poco las burbujas se espacian; en el último mo- mento, el maestro saca al discípulo, lo reanima: cuando hayas deseado la verdad como has deseado el aire, enton- ces sabrás lo que es.”.
  • 55. 53 Carlos Yusti Julio Verne, viaje desde el sofá Si uno es adolescente, y tiene el tedio acampando en los huesos del alma, quizá la lectura de un modesto autor como Julio Verne pueda ser el salvavidas para no morir ahogado entre ese aullido sordo del bostezo. Lo sé por ex- periencia, además lo que Verne propone, en algunas de sus novelas, es un viaje tumultuoso, a veces temerario, para que sin movernos, y cómodamente instalados, disfrutemos conociendo geografías exóticas y un poco de ese espíritu humano creativo y dispuesto a no dejarse vencer por las adversidades. Acostado en el sofá de la sala, y ante la jauría rabiosa de mis padres que me sospechaban como un flojastro sin futuro, realicé algunos viajes con Verne y saqué en claro algunas cosas, pero la más importante es que la imagina- ción es una llave que cierra todas las puertas de la realidad, pero que abre esa única puerta donde todo lo imaginado puede aleccionarnos (prepararnos) para vivir en el mundo real que se ha construido a con la pasión de muchos soña- dores, de muchos que han imaginado lo imposible. La rea- lidad no es producto del azar, sino de nuestra imaginación siempre a prueba. Julio Verne no es un novelista de muchas profundidades aunque algunos de sus personajes bajen al centro de la tierra o se sumerjan en el mar. A Verne, como escribe Savater, se le admira por un conjunto de equívocos y magias más bien accidentales. No es un novelista de anticipación del futu- ro, aunque sus amagos por vislumbrarlo siempre estuvieron cerca de la profecía. Tampoco es un escritor que manufac- turaba ciencia ficción de manera deliberada, no obstante sus visiones científicas tenían su ficha informativa respectiva. Mucho menos es un autor de aventuras traída por los ca-
  • 56. 54 Con la plancha en el bolsillo bellos para disfrute del lector, aunque algunos de sus libros tienen ese componente trepidante de la acción películera sin perder el pulso narrativo y a veces el humor sin altos vuelos para llegar a la carcajada como en Charles Dickens. Sin embargo en los libros de Verne todos esos ingredientes se armonizan, todo se relojeriza del tal manera que imposible aburrirse con algunos de sus relatos por más sombríos que estos sean o por tan descuadernado y best sellers que sea su estilo. Una de las características principales en los libros de Verne es el viaje en el sentido homérico. Una serie de per- sonajes emprenden una travesía y el trayecto le ocurren un conjunto de contratiempos a veces absurdos y otros que rayan en lo inverosímil. Se viaja mucho en la novelas de Verne y aunque resulte paradójico él fue un escritor ro- tundamente sedentario. Para amueblar su nómada y febril imaginación visitaba bibliotecas y poco a poco fue recolec- tando información de todo tipo en fichas y al parecer llegó a reunir más veinticinco mil. Con todo ese gran cúmulo de datos (geográficos, científicos, matemáticos, etc.) obteni- dos le iba dando forma a su mundo y a sus visiones: una nave espacial para llegar a la luna, trenes de alta velocidad, una red telegráfica mundial, automóviles impulsados por gasolina, submarinos para explorar las profundidades del mar y otros adminículos sorprendentes que anunciaba de algún modo el futuro. Para Roland Barthes la obra de Verne no ofrece aven- turas si acaso temas y en tal sentido se centró en construir una cosmografía cerrada sobre sí misma. En esta cosmo- grafía particular Verne suelta sus personajes y él lo con- trola todo para ello se sirve del dato verificable, de la in- formación proveniente de una biblioteca o un atlas o otras obras de exploración en la cual sus autores si realizaron
  • 57. 55 Carlos Yusti una determinada travesía ya sea para explorar el Polo Nor- te o la selva en el amazonas. Barthes escribe: «La imagi- nación del viaje corresponde en Verne a una exploración de lo cerrado». Verne jamás se movió de su escritorio, jamás fue tenta- do por la exploración, nunca sintió curiosidad por conocer alguna región exótica que le sirviera para una nueva histo- ria. Esta postura hace escribir a Barthes: «Verne pertenece a la progenie de la burguesía progresista: su obra destaca que nada puede escapar al hombre, que el mundo, hasta el más lejano, como un objeto en su mano y que la propiedad, al fin y al cabo, es sólo un momento dialéctico en el domi- nio general de la naturaleza». A pesar de esa visión conservadora de Verne, tanto del viaje como de la aventura y de la naturaleza como propie- dad, viajar en su compañía y aunque a veces cometa pifias garrafales los destellos de su iluminación explora todas las posibilidades para sorprender al lector. Lo escrito por Claudio Magris sobre Salgari es apli- cable a Verne: «...copiadas fatigosas e ingeniosamente de enciclopedias y compendios históricos-geográficos que debían compensar los viajes no realizados y tan sólo so- ñados por Salgari». Barthes escribe que el objeto verdaderamente contrario al Nautilus es el Barco Ebrio de Rimbaud «...el barco dice «yo» y, liberado de su concavidad, puede hacerpasar al hombre de un psicoanálisis de la caverna a una verdadera poética de la exploración». De todos modos viajar de polizón en el Nautilus me hubiese gustado para explorar a hurtadillas la biblioteca del capitán Nemo. Los libros de Verne tiene su alta dosis de elementalidad, pero de algún modo su lectura ofrece perspectivas de un horizonte en la cual la imaginación es
  • 58. 56 Con la plancha en el bolsillo vital para asumir la vida con esa entonación entusiasta de lo posible, con ese vértigo intenso de la existencia como travesía, como poética de un viaje en el que día a día algo aprendemos. Julio Verne
  • 59. 57 Carlos Yusti Libros prohibidos Me gustan más libros prohibidos que los libros apro- bados por consenso. Uno de mis libros predilectos es el “Índice de libros prohibidos”, que condensa todo esoli- bros tachados como impuros o que va contra el dogma religioso. Esta biblioteca (imaginaria o en sentido figura- do por supuesto) que aglutina estos libros en lo personal creo que es la biblioteca ideal.
  • 60. 58 Con la plancha en el bolsillo Truman Capote
  • 61. 59 Carlos Yusti Capote a pesar de los ladridos Algunos escritores se convierten, para quienes inten- tamos dotar a las palabras cotidianas de cierta luz meta- fórica, en una especie de montaña que es imprescindible escalar sin sogas ni otros artilugios, al igual que esos es- caladores de montañas que van subiendo en solitario sólo con sus manos y pies, buscando una saliente, una grieta para dar otro paso con sólo dos caminos a conciencia: la cima o la muerte. Quizá exagero, pero muchas veces la buena escritura tiene dos caminos: la cima de la excelencia con las palabras o el abismo mortal del fracaso. Sin duda que si un escalador de montañas cae, demolerá todos los huesos de su cuerpo; si un escritor se va hacia el abismo quizás pulverice sólo los huesos de su alma. Truman Capote es uno de esos escritores que es ne- cesario escalar. Nunca encontró placer en escribir. Se exigía a fondo. Tampoco al parecer trató de sentirse cómodo en sus logros como escritor. Intentó bailar a su propio ritmo (era un excelente bailarín de claqué) y preocupado de crear nuevos pasos. Su escritura fue maliciosa en todo sentido, pero trató de convertir la realidad en una arcilla moldeable más allá de los patrones establecidos. Redimensionó la realidad a través de ese meritorio arte de la literatura. Fue explorador sutil de lo humano en sus distintos escenarios de frivo- lidad y violencia para retratar, lo más nítido posible, esa sociedad donde hombres y mujeres son marionetas de sus instintos primarios. En él lo narrativo tenía ese sabor ini- gualable de un chisme contado con toda la intuición y el arte que la mejor literatura exige. Uno de los libros de Truman Capote que recopila
  • 62. 60 Con la plancha en el bolsillo sus artículos periodísticos, crónicas y algunos de sus ensayos se titula “Los perros ladran” . En el prólogo explica como surgió el título. Al parecer se encontra- ba en Sicilia en plena primavera conversando con “un hombre muy viejo de rasgos mongólicos” que no era otro que André Gide. El cartero que pasaba por allí lo reconoció y le llevó la correspondecia. En una de las cartas venía el recorte de un periódico con una crítica que no favorecía en nada a Capote. Enseguida se mo- lestó y comenzó a despotricar de los críticos o como él mismo escribió: “Tras oir mis quejas acerca del texto, y de la malsana naturaleza de los críticos en general, el gran maestro francés se encorvó, bajó los hombres como un viejo sabio…¿digamos buitre?, y dijo: ‘Bah. Recuerde el viejo proverbio árabe: Los perros ladran, pero la caravana avanza’.” En lo personal creo que el Capote de los ensayos, las crónicas y los reportajes periodístico es el del estilo más acabado e impecable. A pesar de su maestría estelística nunca fue considerado un autor destacado e importante y casi nunca se le incluyó en el ranking de los grandes de la literatura norteamericana. Quizá lo tuvieron como un autor subido en la noria de la feria de vanidades del mundillo intelectual, su vida tenía ese sabor inconfudi- ble de show circence. Lo escrito por Rodrigo Fresán ni- vela cualquier conjetura al respecto: “Entre las muchas cosas terribles que le pueden suceder a un escritor hay dos particularmente espeluznantes y de las que —viaje de ida sin billete de vuelta— no hay recuperación posi- ble: una es dejar de ser persona para convertirse en per- sonaje de la propia obra; la otra es sentir que la propia vida es la mejor obra posible y que entonces ya no tiene
  • 63. 61 Carlos Yusti mucho sentido seguir escribiendo. A Truman Capote le sucedieron esas dos cosas. Y después se murió”. Capote terminó como personaje, pero la obra en la que actuaba no fue una comedia ligera, más bien fue una tragedia con fogonazos de humor mordaz e inteli- gente. Quiso ser un escritor de fuelle, un creador de in- discutibles aportes, pero el personaje le fue ganando la batalla. Además después de escribir “A sangre fría”, su obra magna, algo se quebró dentro de él, algo en su ser más íntimo se rompió en muchos pedazos y ya no pudo unir las partes para acometer otra obra de evergadura. Al final las ganas de escribir fueron sustituidas por los vicios de siempre: alcohol, drogas, sexo, etc. Se convir- tió poco a poco en un ser autodestructivo y depresivo, escribía por inercia y como buscando un respiro de tanta asfixia mundana. Hay un hecho en su vida que parece clave. En una oportunidad el escritor japonés Yukio Mishima visitó Nueva York y Truman Capote compartió con él varias días con sus noches. Capote organizó una fiesta con Geishas genuinas y travestis de pronóstico reservado. Mishima estaba eufórico. A Capote le daba un poco de miedo y enseguida supo que era un ser peligroso para sí mismo y los demás. Capote vio en sus ojos una sombra de lo siniestro escribiendo su destino. Pero la sorpre- sa de Capote sería mayúscula cuando al despedirlo el escritor japonés le dijo: “Nosotros somos como almas gemelas, en el fondo, muy en el fondo somos iguales”. Aquellas palabras del escritor japonés le inquietaron y le sorprendieron. Capote se consideró siempre un niño terrible, pero apegado al hedonismo y a un amor desme- dido por la vida y todos sus placeres.
  • 64. 62 Con la plancha en el bolsillo Mishima se suicidó de la forma más sangrienta posi- ble: Se hizo seppuku, que es algo así como un suicidio de honor que consiste en abrise el vientre, de izquierda a derecha con con una pequeña y filosa daga al tiempo que otra persona procede a la decapitación en los estertores de la muerte. Por su parte Capote un día de agosto del año 1984, llenó sus vísceras con güisqui y diferentes fármacos para esperar con lentitud esa luz límpida, quizá la misma luz que a su modo Mishima buscó siempre. Para Capote escritor la escritura estuvo más cercana a la tortura y la autoflagelación. Siempre se quejó de la tiranía de la escritura. Las pocas páginas de lo que sería su última novela (“Plegarias atendidas”) fueron un suplicio. El Capote personaje gozaba con la fama del escritor, además su abierta homosexualidad, su perso- nalidad desinhibida, su filosa lengua, su mordaz inteli- gencia y su disposición de terapista para escuchar con paciencia a cualquier alma desdichada le abrieron las puertas en todos lados. Sin mencionar que era un orga- nizador de fiestas de estruendoso glamour. Los ricos y famosos del cine se disputaban su compañía. Al Capote personaje todo ese mundo de oro real y sentimiento fal- so le subyugaba. En cambio para el escritor todos sus conocidos y amigos no eran más que seres irreales, cria- turas vaporosas que el capturaba en su red de palabras. Sus semblanzas y retratos poseen la fuerza de un chisme aderezado con metáforas insuperables, esa fue sin duda su magia: dominar las palabras a tal punto de crear con ellas un visión del mundo mordaz, poético sin caer el patetismo ni en ese barroco malabarismo de la litera- tura tratando de escamotearlo todo. Capote escribía sin pomposidad, pero con un cuidado y esmero de cristalina
  • 65. 63 Carlos Yusti musicalidad. En su prosa todas las palabras engranan de manera perfecta. A pesar de los ninguneos y de los ladridos es hoy un escritor es mayúscula, tuvo suficiente cabeza para crear páginas memorables y esta frase podría defi- nirlo a la perfección: “Antes de negar con la cabeza, asegúrate de que la tienes”.
  • 66. 64 Con la plancha en el bolsillo
  • 67. 65 Carlos Yusti Ser un antilector El antilector es aquel que sabe que leer no sirve para nada y sirve para todo. Además el antilector no lee para educarse o hacerse de una cultura. Tampoco lee de manera ordenada y está dispuesto a leerlo todo. El antilector sabe que otro libro lo espera para seguir construyéndose pala- bra a palabra. El antilector está leyendo siempre la vida, la soledad o el amor. El antilector sabe que la mujer que ama será siempre ese libro que se deja leer en ese silencio blanco de las sabanas.
  • 68. 66 Con la plancha en el bolsillo Foto de Yuri Valecillo
  • 69. 67 Carlos Yusti La biblioteca sumergida Todo lector sueña con grandes bibliotecas, con labe- rínticos pasillos llenos de estantes repletos de libros, pero todo lector despierto piensa en esas bibliotecas imagina- rias que jamás recorrerá. La realidad que hace añicos cualquier molino de viento y que no se anda con sutilizas busca darte siempre lecciones contundentes. Algo de esto me ocurrió cuando estuve en- cargado como director de una biblioteca pública que entre textos escolares y libros de literatura, ciencia, arte y filosofía alcanzaría la cifra de apenas seis mil volúmenes. Llegaba casi siempre una hora antes de abrir al públi- co, en su mayoría estudiantes. Recorría la estantería donde estaban los clásicos literarios de siempre. Acariciaba los lomos alineados en esa perfecta simetría que tienen esas bibliotecas soñadas. De vez en cuando sacaba algún tomo y lo hojeaba y leía una que otra frase suelta. Lo colocaba de nuevo y esa magia obsesiva de la simetría volvía a im- pregnarlo todo. Paseando frente a los estantes comprendía a Jorge Luis Borges cuando escribió: “Los rumores de la plaza quedan atrás y entro en la Biblioteca. De una mane- ra casi física siento la gravitación de los libros, el ámbito sereno de un orden, el tiempo disecado y conservado má- gicamente”. De tiempo sólido está confeccionada también una biblioteca y en esas palabras que se acumulan existe un orden en ese caos huidizo de la imaginación. La bi- blioteca es orden encarnado, mientras afuera la vida tiene ese sabor desesperado del desorden, de ese ruido vital de la anarquía que de alguna manera busca escribirse en un libro. Proseguí mi camino. Me aparté de ese orden de la bi-
  • 70. 68 Con la plancha en el bolsillo blioteca y volví a la vida azarosa. Después de algún tiem- po aquella biblioteca se hundió, se sumergió por completo en la desidia gubernamental y aduciendo que el edificio presentaba fallas estructurales fue cerrada. Nunca supe el destino de los libros, por suerte no estuve allí para ver se- mejante hundimiento. Una de las virtudes de las bibliotecas imaginarias es que su perdurabilidad en el tiempo no cesa y que está a salvo de cualquier miopía burocrática. Un recuento su- cinto podría iniciarse con la biblioteca en Londres, en el 221 B de Baker Street, en la que vivía Sherlock Holmes, el detective creado por Arthur Conan Doyle, la biblioteca de Hogwarts localizada en la cuarta planta de Hogwarts, colegio de magia y hechicería donde Harry Potter y otros estudiantes consultan libros, La biblioteca de la Novela La sombra del viento de Carlos Ruíz Zafón que llaman “Cementerio de los Libros Olvidados”: “Un laberinto de corredores y estanterías repletas de libros ascendía desde la base hasta la cúspide, dibujando una colmena tramada de túneles, escalinatas, plataformas y puentes que dejaban adivinar una gigantesca biblioteca de geometría imposi- ble”. Por supuesto no puede faltar la biblioteca de Babel de Borges, la del Nombre de la Rosa de Umberto eco. In- faltable la biblioteca del protagonista de Auto de fe, escrita por Elias Caneti, Peter Kien, un sinólogo, cuya vida está consagrada al estudio y cuya pasión obsesiva son los libros cuyo número alcanza los 25 mil volúmenes. Otra bibliote- ca muy particular es la de la nave estelar USS Enterprise, consistente en pequeños tabletas rectangulares que se in- sertan en un computador. Mi predilecta es la del Capitán Nemo, el sempiterno personaje creado por Julio Verne en Veinte mil leguas de viaje submarino.
  • 71. 69 Carlos Yusti No soy el único cautivado por dicha biblioteca que via- ja por los profundidades del mar. Alberto Mengual escribe: “La biblioteca del Capitán Nemo contiene doce mil libros de ciencia, de moral, de literatura, escritos en una multitud de lenguas. Tres características particulares la definen: en primer lugar, no hay libros de economía política, ya que ninguna teoría en ese campo satisface a su exigente lector; en segundo lugar, la clasificación de los libros es arbitra- ria, mezclando temas e idiomas sin orden lógico alguno, como si el capitán leyese aquello que su mano encuentra por obra del azar; en tercer lugar, en los anaqueles no hay libros nuevos”. El capitán Nemo representa ese ideal romántico de la soledad (para Savater no es un malo, sino un maldito que se ha apartado de los hombres que le han hecho daño y la llama viva de la venganza lo consume). Un solitario que se hace acompañar de algunos libros. Los libros se convier- ten a la larga en una distracción, y el último contacto con el mundo exterior, para olvidar esos demonios internos que pugnan en el alma cuando estamos a merced de la soledad o como lo escribe Claudio Magris: “Un libro nos ayuda a no estar solos con nuestro desorden que nos consume, a no pensar en los que nos tortura inútil e implacablemente,…” Otro aspecto, no menos fútil, es que algunas veces la biblioteca dice algo de su creador (o coleccionista), sin mencionar el hecho que hay bibliotecas que se encuentran en esa frontera movediza de la ficción, a veces resultan un tanto irreales. Allí está la biblioteca acumulada por Augus- to Pinochet con un número de cerca de 55 mil ejemplares. La de Stalin estaba compuesta de veinte mil libros y la de Hitler sólo tenía dieciséis mil trescientos volúmenes. Manguel ha escrito que los libros a Nemo le han servido
  • 72. 70 Con la plancha en el bolsillo de guía, de conocimiento, de puente para mantener una vía con esa memoria común de la humanidad, pero los libros iluminan el camino, pero no deciden ni obligan a sus lec- tores a seguir determinada dirección. En los huesos de mi alma quizá hay una biblioteca su- mergida y de seguro se salvará del futuro que le espera a los libros con este mundo de velocidad digital que vivi- mos. En un futuro lejano seguiremos leyendo, soy opti- mista y no creo que un régimen apocalíptico controle todo y prohíba leer para ejercer de forma efectiva el poder. Sin duda nuestros hábitos lectores se transformarán y las po- cas bibliotecas que sobrevivan al tsunami tecnológico al final serán sólo extraños museos que conservan esos ob- jetos que en el pasado se llamaban libros y no utilizaban interruptor para activarse. El capitán Nemo
  • 73. 71 Carlos Yusti Mamá y la primera biblioteca En un texto de José Bianco sobre Proust este cuenta que a la edad de 13 años le preguntan al escritor ¿cuál era el colmo de la desgracia? y Proust contestó: “Estar separa- do de mamá”. Las relaciones de los hijos varones con sus madres son por lo general algo proustsianas (edípicas diría algún sicólogo de cafetín universitario). Con respecto a los escritores la impronta de la madre siempre es decisiva y ese perfume inequívoco de la me- táfora. En las memorias de Gabriel García Márquez tanto su madre y su abuela le ayudaron a poblar y amueblar su mundo literario con sucesos cotidianos que para los ojos de la imaginación del escritor colombiano adquirieron ese sentido mágico e insólito que caracteriza su literatura. En alguna entrevista García Márquez comenta que cuando su madre leía sus cuentos o fragmentos de sus novelas mur- muraba en voz alta: “Ay, este es mi compadre, retratado como un mariquita”. También hacía alusión a la costumbre de su madre de encender una vela cuando él viajaba en avión, la doña estaba convencida que el poder esa vela en- cendida era capaz de impedir que el avión cayera. En una entrevista un periodista le preguntó a la mamá de García Márquez: “¿Señora a que cree que se debe el talento lite- rario e imaginativo de su hijo?”. La señora sorprendida y con los ojos como platos sólo atinó a responder: “Yo creo que es por la Emulsión Scott”. Jean Cocteau escritor cuya leyenda se lee más que sus libros escribió una serie de cartas a su madre. Son cartas llenan de trivialidades y que visualizan el mundo desde un punto de vista optimista y hasta frívolo a pesar de la gue- rra. Para Cocteau su madre es su única amiga. Las cartas
  • 74. 72 Con la plancha en el bolsillo dejan entrever que Cocteau se veía a si mismo como un artista que se preparaba para dejar una obra importante. En un momento se da cuenta del horror de la guerra donde una virgen de yeso se abre paso entre las ruinas derruidas luego de un bombardeo: “Esta noche, a la luz de la luna, en los escombros de la iglesia de Newport, he descubierto una Virgen de Lourdes bastante mediocre pero tornada bella, transfigurada por el drama. La guardo para tu habitación. Verás cómo este mamarracho conmueve mucho más que una obra maestra. Ella atestigua el horror, queda un poco de oro en su rosario, un poco de rosa en su velo, un poco de azul en su vestido”. Otro escritor cuya biblioteca materna fu importante es Francisco Umbral y le dedica un aparte en su libro Palabras de la tribu: “En la escasa y entrañable biblioteca de mi ma- dre había algunos libros de los que eché mano (todavía están aquí a mi lado, cuando escribo) y que me marcaron, algunos para bien o para mal, pero para siempre”. Mi madre Carmen Elina Cedeño no tenía una biblioteca, pero era asidua lectora de periódicos, creo que compraba varios. Yo la veía leer, perderse en esa sopa desordenada de palabras y tinta. Quizá comencé como lector mirándola instalada cómodamente, luego de concluidas sus labores do- mésticas, perdida en las páginas del periódico. No retengo en la memoria cuando comenzó a traerme los libros de mi primera biblioteca. Recuerdo si los libros, todavía quedan algunos después de tantos naufragios amo- rosos y mudanzas. Eran libros de bolsillo e impresos en un horroroso papel barato de pulpa; con portadas coloridas que reunían la nula visión estética y el mal gusto, pero que traía obras y autores de la literatura universal. Mamá iba al mer- cado y en el quiosco donde compraba los diarios vio los
  • 75. 73 Carlos Yusti libros. Durante varias semanas los libros llegaron entremez- clados con los víveres del mercado. A través de esta primera biblioteca entré en contacto con Stendhal, Homero, Tolstoi. La colección se iniciaba con “Teoría sexual” de Sigmund Freud. De todas los recuerdos que guardo de mamá esa imagen sacando los libros de la bolsa marrón del mercado es una de mis preferidas, yo tenía doce años. Octavio Paz escribió que una obra literaria era pro- ducto de distintas circunstancias combinadas de mane- ra imprevisible: el carácter del escritor, su biografía, sus lecturas y otros cómicos o trágicos accidentes de eso que se llama vivir, lo demás forma parte de ese perfume irresistible de la metáfora, de una poética le- jana en el horizonte de la memoria. Carmen Elina Cedeño
  • 76. 74 Con la plancha en el bolsillo William Faulkner
  • 77. 75 Carlos Yusti Faulkner, por favor El escritor que mitologizó el sur norteamericano sería una excelente calcomanía para William Faulkner. Es ade- más uno de esos escritores que hay que leer de joven, tiem- po en el cual ese deseo hormonal de encarar la literatura en mayúscula va unido a cierta irreverente fortaleza para leer y releer esos pasajes abstrusos y llenos de complejidades (u olvidos) gramaticales tan propios de su manera de na- rrar. No sin cierto desdén respingando el crítico literario Edmund Wilson escribió que “…los pasajes ininteligibles por culpa de una profusión de pronombres, o que hay que releer por deficiencia de la puntuación, no son resultado de un esfuerzo por expresar lo inexpresable, sino los efectos de un gusto indolente y una labor negligente.” Desde esa etapa de lecturas juveniles no he vuelto a leer a Faulkner, pero todavía me acompaña esa imagen (pertene- ciente a Luz de agosto) de aquella mujer sentada en mitad de un día caluroso, del polvo de una calle quemado por sol y de sus pensamientos bullendo en su cabeza como único patrimo- nio. Del resto de sus novelas están por allí en la estantería a la espera de una tan necesaria relectura. En una entrevista le preguntaron como empezó su ca- rrera de escritor y respondió: “Yo vivía en Nueva Orleáns, trabajando en lo que fuera necesario para ganar un poco de dinero de vez en cuando. Conocí a Sherwood Ander- son. Por las tardes solíamos caminar por la ciudad y hablar con la gente. Por las noches volvíamos a reunirnos y nos tomábamos una o dos botellas mientras él hablaba y yo escuchaba. Antes del mediodía nunca lo veía. Él estaba en- cerrado, escribiendo. Al día siguiente volvíamos a hacer lo mismo. Yo decidí que si esa era la vida de un escritor, en-
  • 78. 76 Con la plancha en el bolsillo tonces eso era lo mío y me puse a escribir mi primer libro. En seguida descubrí que escribir era una ocupación divertida. Incluso me olvidé de que no había visto al señor Anderson durante tres semanas, hasta que él tocó a mi puerta -era la pri- mera vez que venía a verme- y me preguntó: “¿Qué sucede? ¿Está usted enojado conmigo?”. Le dije que estaba escribien- do un libro. Él dijo: “Dios mío”, y se fue. Cuando terminé el libro, La paga de los soldados, me encontré con la señora Anderson en la calle. Me preguntó cómo iba el libro y le dije que ya lo había terminado. Ella me dijo: ‘Sherwood dice que está dispuesto a hacer un trato con usted. Si usted no le pide que lea los originales, él le dirá a su editor que acepte el libro’. Yo le dije ‘trato hecho’, y así fue como me hice escritor”. La vida de William Faulkner era así de una mínima tensión. Estuvo abrazado a la botella a lo largo de su vida o como él escribió: “La bebida no construye el estilo, pero lo acompaña. Hay una sinuosidad detectable, una longitud de párrafo, una bruma que espesa la sintaxis, una elaboración de imágenes que nunca definen sus con- tornos y que se suceden y encabalgan mediante asocia- ción libre”. Entre libro y libro iba de una empleo a otro. Fue repartidor, caletero y hasta estuvo en la gerencia de un burdel. También fue guionista en ese otro burdel, que vende y compra ardores y arrebatos al mayoreo, que es Hollywood. Ah y le dieron el Nobel de literatura por su obra un tanto irregular, pero implacable a la hora de con- vertir lo humano en una tragedia con inusuales resonan- cias de apocalipsis. Murió un 6 de Julio del año 1962 y el escritor William Styron que estuvo en su funeral escribió: “Más que nada, detestaba que invadieran su privacidad. Aunque me hacen sentir bienvenido en casa de la señora Faulkner y su hija
  • 79. 77 Carlos Yusti Jill, y aunque sé que la bienvenida es sincera, me siento un intruso. El duelo es una de las pocas cosas privadas. Más que nada, Faulkner odiaba a aquellos (y había muchos) que se metían en su vida privada –chismosos y curiosos literarios ansiosos de proximidad con la grandeza y una pizca de fama reflejada–. El mismo había dicho más de una vez, y con razón, que lo único que debía importar- le a la gente sobre un escritor son sus libros. Ahora que está muerto y desamparado en el ataúd de madera gris, me siento como un entrometido más que nunca, husmeando en un lugar donde no debería estar”. En sus libros se encuentra lo humano en eterna tensión con el entorno y con esas pasiones que nos guían y a ve- ces parecen desbordarnos. A Vladimir Nabokov le irritaba hasta el paroxismo la frondosidad y ramificación profusa de sus “imposibles estruendos bíblicos”, cuestión que para el escritor ruso dañaba su prosa y lo hacía un tanto inleí- ble/infumable. No obstante ese tono bíblico de sus novelas coloca todo en esa perspectiva en la que el hombre debe recurrir a su fuerza espiritual para resistir y salir adelante a pesar de todo. Su estilo influyó en una buena porción de escritores la- tinoamericanos. Hoy su manera de narrar es una rareza que todavía puede aportar algunos trucos a la hora de convertir la vida en una parábola literaria con sus confusos mean- dros apocalípticos, con ese incomparable estilo de profeta borracho escribiendo esos largos pasajes libres de puntos, martilleando en esas máquinas de escribir portátiles a pe- sar de esa bruma espesa de la resaca. Por eso siempre digo Faulkner, por favor doble y con hielo.
  • 80. 78 Con la plancha en el bolsillo Karl Kraus
  • 81. 79 Carlos Yusti Karl Kraus, radiografía de un satírico “El satírico es la figura bajo la cual se acep- ta al antropófago en una civilización”. Water Benjamin Encontró en la escritura satírica su trinchera impla- cable. Su estilo era nítido, duro y brillante en metáforas. Le tocó en suerte una ciudad repleta de paradojas donde confluían genios, mediocres, estetas y segundones del am- biente artístico y cultural. Detestado y venerado en igual proporción. Nunca consintió la ambigüedad literaria para calzar en el ambiente cultural de su ciudad. Vapuleó con sus escritos a la prensa, a los escribidores de folletones, a los poetas almibarados, a los escritores lameculos y a los intelectuales obsequiosos preocupados sólo en su obra y que daban la espalda a los horrores de la guerra enquis- tados en el aparataje de la cultura oficial. No fue mártir, mucho menos un anarquista ni un revolucionario, apenas un solitario obstinado por las palabras y la justicia. Sentía una pasión irreductible por las palabras y no en su alcance meramente comunicativo-instrumental, sino en ese inequí- voco sentido creativo, sardónico y sin remilgos. Las pala- bras como accesorios vivos en un discurso erigido como un muro para frenar los lugares comunes del lenguaje cultural, los dequeísmo de los discursos patrioteros y gue- rreristas del estado, las alocuciones cantinfléricas de los politicastros de turno y la verborrea poética de los estetas de café. Por ese motivo Karl Kraus más que otro escritor satírico, fue la conciencia crítica de una época nefasta y singular.
  • 82. 80 Con la plancha en el bolsillo Como otros destacados intelectuales de su tiem- po pertenecía a una familia judía con medios eco- nómicos solventes. Su padre Jakob Kraus, era un hábil comerciante que emigró de Bohemia a Viena cuando el escritor era apenas un niño. La Viena del Kraus Juvenil era una ciudad pletórica en paradojas y talentos literarios, científicos, filosóficos y poéticos bastante variados. Por ejemplo en arquitectu- ra estaba Otto Wagner y Adolf Loos, en música los her- manos Strauss, Schönberg, Webern y Alban Berg en el campo de la ciencia estaban Sigmund Freud, Weiniger y ALER, en pintura encontramos a Kokoschka y a Gustav Kilmt. En literatura hay que mencionar a un grupo de creadores que Kraus convirtió en piedra angular de sus ataques como son Hermann Bahr, Hofmannsthal, Franz Lehar, Franz Werfel, Zalten y Horden. La indiferencia de la ciudad y su desapego para con sus talentos intelectua- les era proporcional al gran número de los mismos, que pululaban por los cafés vieneses que se habían converti- do en lo plus ultra del ambiente cultural, a tal punto que para muchos escritores era preferible ser reconocido y admirado en algún café que publicar. Aunque ya tenía algunos textos publicados sería con el panfleto “La literatura demolida”, con el cual alcan- zaría una gran publicidad y algunos enemigos. En dicho escrito pasa revista a la demolición del café Griensteidl (megalomanía) que acogía en su seno al zoológico más pintoresco de estetas, escritores, poetas y actores. El café más que un sitio de reunión era un recinto de la cultura oral. Los poetas y escritores no se preocupan por publi- car sólo querían estar en el café, ser reconocidos, adula- dos y admirados allí era mucho prestigioso que escribir o
  • 83. 81 Carlos Yusti tener editar. No sin razón Edmund Wengraf diría no sin cierta dosis de verdad: “el café vienés ha devorado nues- tra inteligencia y nuestra cultura”. “La literatura demoli- da” era un ataque directo a Hermann Barh y su corte de estetas de café. La recriminación central del panfleto era el desdén por el compromiso que abiertamente vocife- raban los estetas, quienes esgrimieron “El arte por arte” como receta para despachar cualquier obligación crítica. En su texto “La literatura demolida” pude leerse: “Allí se recogerán con prisa todos los utensilios de la literatura: falta de talento, ilustración prematura, poses, manías de grandeza, chicas de suburbio, corbatas, amaneramiento, dativos equivocados, monóculos y nervios secretos. Hay que llevárselo todo. Vacilantes poetas serán sacados afue- ra, suavemente serán arrastrados. Extraídos de oscuros rincones, se asustan ante el día, cuya luz los ciega, cuya abundancia los abruma. La vida romperá las muletas de la afectación…” Félix Salten, autor de “Bambi” y de al- gunas noveletas pornográficas obvias y aburridas, se vio herido en su orgullo de escribidor de café y como no tenía ni talento para la literatura ni argumentos agredió físicamente al autor del panfleto. Kraus nunca dejó de espolearlo en sus escritos a pesar del incidente. Karl Kraus a la edad de 24 años edita una revista satíri- ca, de edición quincenal, titulada La antorcha (Die fackel). Su talento satírico indiscutible en la Antorcha, adquiere dimensiones insospechadas. Moritz Benedetkt, editor del prestigioso periódico Neve Freis Press, le había ofrecido un año antes el puesto de coordinador-jefe de la página satírica. Kraus no acepto dicho ofrecimiento debido a que tenía claro que la prensa de Viena obstaculizaba la inteli- gencia en cualquier sentido. Desde su propia revista inicio
  • 84. 82 Con la plancha en el bolsillo entonces un ataque lúcido contra la impostura y la subasta de convicciones a los poderosos tanto en la prensa como en la vida social, cultural y política de la ciudad. En una de las editoriales de los primeros número de la revista se puede leer: “En un tiempo en el que Austria amenaza con desplomarse de aburrimiento agudo ante las soluciones propugnadas por las páginas radicales, en días que han traído a este país necedades políticas y so- ciales de todo tipo (…) ministros que no quebrantan más que todas las leyes menos una, la de la inercia, en virtud de la cual este estado aguanta todavía (…) lo que aquí se persigue no es sino una desecación de los vastos pantanos de la fraseología, que otros quisieran acotar en términos nacionales…” Realizando un lapsus podríamos sustituir la palabra Austria por Venezuela y de seguro notaríamos la actualidad de este fragmento. Estaba interesado el es- critor no en los temas, sino en el lenguaje; en su com- plejidad textual y en su profundidad filosófica o como el mismo escribió: “Si uno cotorrea de la eternidad ¿no tendría que ser oído por lo tanto mientras la eternidad dure? De ese sofisma vive el periodismo. Siempre tiene los temas mayores, y entre sus manos la eternidad puede hacerse actualidad. Pero a él se le hace otra vez inac- tual con idéntica ligereza. El artista da forma al día, a la hora, al minuto. Por muy restringido y condicionado en lo local y lo temporal que pueda ser su tema, en esa mis- ma medida crece su obra más libre e ilimitada una vez arrancada a éste. Envejece en un parpadeo: rejuvenece en décadas. Lo que vive del tema muere del él. Lo que vive en el lenguaje vive con él”. La proyección que tuvo Kraus con su cuaderno de rojo intenso, con su antorcha de excelente prosa encen-
  • 85. 83 Carlos Yusti dida e inusitados ataques, le proporcionó una cohorte de admiradores y de enemigos por igual. La ciudad ente- ra se disputaba la Antorcha. Kraus era el nombre, para bien o para mal, que sonaba en los cafés, en la universi- dad, en los departamentos de prensa y en las residencias estudiantiles. El escritor Elías Canetti sobre la revista escribió: “Recibí en mano propia el cuadernillo rojo, y por más que gustara el titulo, Die Fackel, leerlo me fue totalmente imposible. Avanzaba a trompicones entre aquellas frases sin lograr entenderlas. Y cuando entendía algo, me parecía un chiste y no le daba mayor importan- cia. También se comentaban sucesos locales y erratas de imprenta, que yo juzgaba altamente irrelevantes ¡vaya menjurje!” En lo referente a la escritura implacable del escritor escribió: “...el nombre que más menudo oía en casa de los Arriel era el de Karl Kraus. Según ellos, era el hombre más importante y severo que a la sazón vivía en Viena. Nadie hallaba gracia ante sus ojos. En sus lecturas atacaba todo lo malo y podrido. Editaba una revista que él mismo escribía, no aceptaba colaboraciones de nadie ni contestaba cartas. Cada palabra, cada sílaba salía de su propia mano. Todo ocurría allí como ante un tribunal: el mismo acusaba y sentenciaba (...), Kraus era tan justo que no acusaba inmerecidamente a nadie. Jamás se equi- vocaba: no podía equivocarse. Todo lo que alegaba era rigurosamente exacto, hasta entonces no había existido escrupulosidad semejante en la literatura”. Por un lapso de 12 años de publicación, Kraus inclu- yó en “La Antorcha” escritos de Peter Altenberg, Hous- ton Stewart, Richard Dehmel, Egol Friedell, Adolf Loos, Wilhemlm Hiebknecht, Frank Wedekind, Franz Welfel y Hugo Wolf. Desde el noviembre de 1911 él mismo se
  • 86. 84 Con la plancha en el bolsillo encargará de escribir toda la revista a excepción de uno de los números de 1912, en el cual hay una colaboración de August Strindberg. A este respecto escribió: “Ya no tengo colaboradores. Les envidiaba. Me ahuyentaban los lectores que quiero perder yo mismo”. Además de publicar “La Antorcha”, Kraus se dedicó a realizar un ciclo de lecturas con distintos temas. Los es- pacios donde el escritor disertaba sobre cualquier barra- basada política o militar, donde leía sus escritos (más que leerlos los actuaba con una pasión de actor consumado) se abarrotaban de gente. En una oportunidad Kraus dijo: “Soy quizás el primer caso de escritor que vive simultá- neamente lo que escribe como un actor de teatro”. Su capacidad histriónica era excepcional y envolvente. Hip- notizaba a su público que sea del trance celebrando con aplausos, rechiflas y carcajadas alguna ocurrencia, algún lance ingenioso. En su revista, y en sus presentaciones en público, Kraus no oculto su abierta animadversión por la prensa de la época. Sus ataques estaban plenamente justificados ya que muchos periódicos vieneses se habían convertido en portavoces oficiales del régimen. No sólo auparon la guerra desde sus columnas y titulares, sino que la publi- citaron como una bendición. La lucha frontal contra esos artistas de lo falso, de lo seriado y de lo decorativo no fue sutil y en sus alocuciones públicas fustigó sin miramientos toda esa fachada cultural o como escribe Canetti: “La gran sala de conciertos estaba atestada de gente. Yo me senté muy atrás y sólo pude ver poco a esa distancia: un hombre pequeño, más bien enjuto, algo inclinado hacia adelante, con un rostro terminado en punta, de una movilidad inquietante que no comprendí y
  • 87. 85 Carlos Yusti que le daba aire de criatura desconocida, de animal recién descubierto que me hubiera sido imposible clasificar”. La guerra estalló en octubre de 1915 y un año antes en una edición de “La Antorcha” apareció un texto anti- belicista antológico: “En esta época en la que ocurre jus- tamente lo que uno no podía imaginarse, y en la que ha de ocurrir lo que uno ya no podía imaginarse, u si pudie- ra, no ocurriría; en esta época tan sería que se ha muerto de risa ante la posibilidad de que pudiera ir en serio; que sorprendida por su lado trágico busca el modo de disi- parse, y al pillarse con las manos en la masa se pone a buscar palabras; en esta época ruidosa que retiembla con la sinfonía estremecedora de acciones que provocan no- ticias y de noticias que disculpan acciones, en una época así no esperen de mí ni una sola palabra propia. Ninguna salvo ésta, justamente la que protege aún al silencio de ser malentendido. Pues hasta ese punto está firmemente asentado en mí el respecto por lo intocable del lengua- je, por su condición subordinada a la desgracia. En los reinos donde sobra escasez de fantasías, donde muere el hombre de hambre espiritual sin husmear siquiera lo ayuno de su alma, donde la pluma se moja en sangre y la espada en tinta, allí ha de hacerse lo que se piensa, pero lo que llega sólo a pensarse es inexpresable. No esperen de mí una sola palabra. Ni sería yo capaz de decir alguna nueva: a tanto llega el estruendo en el cuarto en que uno escribe, y no es momento de decidir si procede de anima- les, o de niños, o tan solo de morteros. Quien hace honor a las acciones deshonra acción y palabra a un tiempo y es doblemente despreciable. Es ése un oficio que no se ha extinguido. Los que ahora nada tienen que decir porque la acción tiene la palabra siguen hablando. ¡Quién tenga