1. La cuestión del beso:
El confinamiento empieza a hacer mella en esa necesidad innata del ser humano
asentada en la yema de los dedos, en el recorrido de los labios y en toda sangre envuelta
por una capa de piel. Sensaciones y cambios corpóreos que afloran cada año al paso de
la primavera y que este año se han visto privados de su libertad, del canto de los pájaros
buscando y del susurro de un tímido sol que llora más que canta. Ya lo advertía bien el
refrán que la primavera la sangre altera pero se altera la sangre este año por no ver a su
amada primavera. Es doloroso pensar en los enamorados, los separados, que en busca de
tranquilizar la floración de los sentidos se conformarán con la fría pantalla de un móvil
que seguramente ya habrán besado.
Posiblemente durante estos tiempos sean los besos, detrás de las caricias y los abrazos,
los más añorados. ¡Y cuidado! porque la falta de besos puede provocar la extinción de
estos. Y es que los labios pierden memoria, porque, aunque se crea simple, un beso
requiere de práctica. Los labios mejor tenerlos entrenados, pues no es igual un beso en
una fina mejilla, que en otra con punzante barba.
En este punto habrá que admitir que desgraciadamente los besos más comunes son los
de mejilla, hay gente que los desearía bien extintos, pero estos en realidad nunca han
alcanzado el verdadero posicionamiento del término beso, en todo caso podrían ser
llamados besos de mala ejecución, y según entendemos el beso como acto recíproco,
rara vez lo damos a la persona que besamos y viceversa. Besamos, mayoritariamente,
los restos de los besos de otros. Por ello, y viendo la situación de alarma sanitaria, sería
conveniente romper este convencionalismo de una vez. Si hay que arriesgarse dando
besos, porque nos arriesgaremos, da igual el quién pero no el cómo, ahora, habrá que ser
prudentes: un beso por persona. ¡Pero no a las sobras! Labio con labio, boca con boca, y
solo con lengua si la confianza en buena.