6. FANTASMAS Y ESPÍRITUS
A~ cabo de mil y una historias, se diría que los únicos
que todavía temen a los fantasmas son los que no han
visto ninguno.
ESPIRITISMO.
La idea de que los vivos pueden comunicarse con los
muertos sigue siendo fuente de tormento y frustración
para quienes desearían creerlo.
PSI Y CIENCIA
Ciencia ypsi, términos para muchos contradictorios,
fueron aliados porJ. B. Rhineen su laboratorio.
EL PODER DE LOS SUEÑOS
En el mundo del sueño, el subconsciente se puebla
de extrañas visiones, sucesos inexplicables y mensajes
del yo.
PSI ANIMAL
éPoseen los animales facultades especiales que les per-
miten captar el pensamiento humano y presentir de-
sastres?
PSICOCINESIA
éPuede la mente humana influir físicamente sobre ob-
jetos inanimados y complicados ingenios electrónicos?
166
184
202
222
238
252
EXPERIENCIAS EXTRACORPÓREAS 270
Miles de personas han descrito con todo detalle sus
viajes fuera del cuerpo. éSon reales o simples respues-
tas alucinatorias a momentos de crisis?
CURANDEROS Y CURACIONES
La fe religiosa, la imposición de manos y la bioautorre-
gulación parecen estimular la notable capacidad del
cuerpo para curarse a simismo.
EL ENIGMA DE LOS OVNIS
Durante siglos, los hombres han consignado y tratqdo
de explicar la presencia de extraños objetos en los
cielos.
PSI Y EL CEREBRO
Si los fenómenos paranormales son auténticos, su cla-
ve puede hallarse en el estudio del cerebro humano.
MISCELÁNEA DE LO DESCONOCIDO
BIBLIOGRAFíA
ÍNDICE ALFABÉTICO
AGRADECIMIENTO E ILUSTRACIONES
PIONEROS DE LO DESCONOCIDO
AYERIGOE SUS DOTES PES
EL DECEPCIONANTE CASO DE LOS MEDIUMS DETECTIVES
EL CEREBRO QUE SUE~ OBJETIVO DE LA TELEPATIA
COINCIDENCIAS EXTRAÑAS
iPUEDE COMUNICARSE EL HOMBRE CON LAS PLANTAS?
ELARTESECRETODEANDARSOBREELFUEGO
LA EXTRAÑA AURA DE LOS KIRLIOGRAMAS
POSESION YEXORCISMO
286
304
326
334
342
344
351
200
216
220
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236
250
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284
302
La exploración de lo desconocido es una conti-
nua preocupación humana, a menudo decep-
cionante. Pero en ocasiones misterios de toda la
vida se resuelven, al menos en parte, de un
modo insospechado. Sobre estas líneas, como
un bello mosaico, una fotografía tomada por el
Voyager I desde una distancia de 17 millones
de kilómetros muestra el delicado aspecto de
Saturno.y la fina tracería de los centenares de
anillos que lo circundan.
AS! LOS VIERON: DIBUJOS DE OVNIS 318
EL TRIANGULO DE LAS BERMUDAS: iMITO O RElUDAD? 324
SECUENCIAS GRÁFICAS
GRANDES CABEZAS DE PIEDRA YMISTERIO 38
EL DIABLO, DOCTOR EN BRUJERIA 78
ANIMALES FABULOSOS DE MAR YTIERRA 96
EL ARTE DEL TAROT 118
LA CAMARA LOS CAZA AL VUELO 314
7. 6
INTRODUCCION
E
N el dilatado y creciente almacén de lo desconocido, todo, lo raro y lo
curioso, lo revolucionario y lo extravagante, lo antiguo y lo moderno,
suscita y mantiene un interés aunque sólo sea pasajero. Pero en ese
notable acervo, tan rico en casos extraños, pretensiones insólitas y teorías su-
gestivas, hay una presencia constante: la del espíritu humano. Porque casi
todo cuanto abarca lo desconocido, por fantástico que sea, se relaciona de al-
gún modo con las percepciones del hombre y con lo ineludible de su concien-
cia individual y su condición mortal.
De modo que si algo en las páginas que siguen parece merecer la acepta-
ción o el rechazo instantáneos, no se precipite al juzgar. El reino de lo desco-
nocido es complicado y engañoso, y a menudo se consigue mayor fruto al re-
correrlo si nos fijamos más en las ideas que en las pruebas, en las preguntas
que en las respuestas. Aunque esas respuestas brillen a veces por su ausencia
y esas pruebas resulten poco convincentes, abundan las ideas y los interrogan-
te~ que juntos forman un retrato notablemente rico de la condición humana.
Por eso no sorprende que muchos de los intentos del hombre para desen-
trañar lo inexplicable hayan sido tan descaradamente egocéntricos. Las com-
plicadas permutaciones astrológicas sugieren que los cielos se interesan por el
destino de cada individuo, y las múltiples formas de la adivinación postulan
una marcada correspondencia entre el hombre y la naturaleza. La creencia en
la reencarnación da por supuesta la inmortalidad del hombre, y el espiritismo
es a su modo una protesta contra la fatalidad de la muerte. Que los objetos
voladores no identificados puedan ser naves de otros mundos les parece a
muchos normal. ¿Acaso no vale la pena cruzar el universo para echar una
ojeada al hombre?
El hombre primitivo era menos egocéntrico en sus especulaciones, y ape-
nas hacía distinción entre él y el universo, o entre los fenómenos naturales y
los espirituales. A medida que se desarrollaban las civilizaciones, las múltiples
vías de conocimiento fueron entremezclándose, y así permanecieron casi has-
ta nuestros días. La ciencia, la hlosofía, la religión y la magia han buscado si-
multáneamente respuesta a los interrogantes sobre la posición del hombre en
el cosmos o la razón de su breve estancia en la Ti.erra. En realidad, los magos
de la Edad Media eran científicos que perseguían la explicación del mundo fí-
sico. Que esperasen hallar la respuesta en las fórmulas cabalísticas o tratasen
de comprender la fuerza vital por medio de la alquimia, y que el hombre mo-
derno no lo haga así, sólo viene a decirnos hasta qué punto hemos cambiado
de perspectiva.
En la época moderna el hombre ha definido con mayor precisión qué vías
de conocimiento son apropiadas y cuáles no, y, como en todas las épocas, ha
creado nuevas certezas. Al ser la suya una sociedad tecnológica, esas certezas
son hoy eminentemente prácticas. Para la mayoría, lo real es lo que puede ser
probado en el laboratorio, leído en la computadora o derivado del cálculo ma-
temático. Los fenómenos que no encajan en las leyes o principios vigentes o
parecen desafiarlos suelen ser relégados a la categoría de lo oculto o anómalo.
Uno de esos exiliados ha sido el campo de la parapsicología, ampliamente exa-
8. minado en estas páginas, que se ha visto rechazado por unos, ignorado por
otros y a menudo criticado por su falta de teorías convincentes y experimen-
tos repetibles.
Pocos serán los que deseen volver a la ignorancia o abjurar del método
científico, pero no hace falta llegar a esos extremos para lamentar la pérdida
de aquella íntima relación entre el hombre y su medio. Toda prueba, incluso
la que puede ser llamada científica, es con frecuencia relativa: teorías un día
sustentadas por todas las pruebas deseables se han derrumbado, e hipótesis
imposibles en apariencia han llegado a ser dogmas de plena confianza.
En época reciente, y sobre todo en materia de salud y filosofía personal,
hay quienes han empezado a atisbar más allá de las pruebas existentes y las
realidades aceptadas para buscar soluciones a problemas al parecer insolu-
bles. ¿cómo puede el lector utilizar este libro en semejante búsqueda? Ante
todo, deberá leerlo con cuidado y paciencia, atento a las ideas y las preguntas,
porque ellas son la esencia de lo desconocido. En segundo lugar, deberá tener
muy en cuenta expresiones como «al parecer» o «Se dice» y adjetivos como
«supuesto» o <<pretendido», que introducen importantes restricciones y apare-
cen en el libro porque son vitales para presentar de modo justo y ponderado
un tema tan complejo como controvertido. Su presencia indica que los hechos
a que se refieren, por impresionantes que resulten las correspondientes histo-
rias y relatos, no han sido totalmente comprobados. En tercer lugar, el lector
deberá considerar ambas caras de la moneda. Tan importante es la abundan-
cia de supuestos ovnis como el hecho de que los investigadores pueden expli-
car por causas normales casi todas esas apariciones. Por último, cualesquiera
que sean las pruebas en pro y en contra, es al lector a quien toca decidir por
sí mismo, pues las percepciones y experiencias varían enormemente y el viaje
a lo desconocido es algo personal y único.
Cualquiera que sea la ruta que el lector elija, irá en buena compañía. La
curiosidad acerca de la otra vida, el interés por las formas inexplicables que
aparecen en el cielo o el afán de saber los porqués y los cómo han sido rasgos
característicos de los mejores espíritus de la historia. El progreso debe mucho
al tesón con que hombres y mujeres como Newton, Darwin, madame Curie o
Einstein persiguieron pensamientos impensables por caminos en apariencia.
inexistentes. Lo desconocido, lejos de infundirles temor, les incitaba a seguir
adelante. Una de las posturas más razonables ante lo inexplicado puede ser la
que sugería hace más de ciento cincuenta años un matemático y astrónomo
francés, el marqués Pierre Simon de Laplace, cuando escribía: «Estamos tan
lejos de conocer todas las fuerzas de la naturaleza y sus diversos modos de ac-
tuar que sería indigno del filósofo negar los fenómenos simplemente porque
sean inexplicables en el estado actual de nuestros conocimientos. Cuanto más
difícil nos resulte admitir la existencia de un fenómeno, mayor es el cuidado
con que deberemos estudiarlo». Ese es el espíritu que nos guia al ofrecer al
lector este libro como compañero en su viaje a lo desconocido.
7
9.
10. Desde los tiempos más remotos, el hombre
ha recurrido a la magia y alrito en sus intentos
de conquistar lo inexplicado.
VIEJAS INCÓGNITAS
sistible necesidad de creer que ciertos
fenómenos naturales están relaciona-
dos con la vida y la conducta humanas
y que el curso de los acontecimientos
puede depender, por caminos extra-
ños y misteriosos, de la manera en
que decidamos pensar sobre ellos.
ENTRE las grandes pinturas ru-
pestres de la Europa occidental
aparecen con frecuencia, unas veces
en silueta, otras coloreadas y en oca-
siones con señales de mutilación, im-
presiones de manos del hombre pri-
mitivo. Aun tratándose de algo tan
simple y familiar, nos hablan, con la
misma elocuencia que las magníficas
pinturas de animales que las rodean,·
de la existencia y las preocupaciones
de los hombres y mujeres de hace
quince mil años. ffirma de artista sa-
tisfecho? ¿símbolo mágico? ¿señal de
La asombrosa huella de una
mano pe1filada con ocre es la
firma de un artista paleolítico.
Estas dos ambiciones -hallar sen-
tido al vasto e impredecible mundo
en que vivimos y conseguir así un
cierto control sobre nuestro destin~
han actuado como 6rierzas conducto-
ras durante toda la historia humana.
sacrificio? Nadie puede afirmarlo con certeza, pero
esas manos abiertas parecen tender hacia viejas in-
cógnitas que incluso ahora, a pesar de los tremen-
dos avances tecnológicos y los incontables refina-
mientos en todos los aspectos de la vida, continúan
obsesionando y fascinando al hombre.
¿Qué es la vida? ¿Qué nos espera después de la
muerte? ¿Cuáles son las relaciones entre nuestra
especie y el universo? ¿Qué influencia ejercen el
Sol y la Luna, los planetas y las estrellas en los
asuntos humanos?
Estas preguntas, tan antiguas y tan actuales, na-
cidas del ferviente deseo que la humanidad tiene
de comprender y enseñorear su destino, exploran
realidades fundamentales de la naturaleza, el tiem-
po y el destino, de la vida y la muerte. Nos recuer-
dan, también, otra consta!lte humana, la casi irre-
Los cazadores paleolíticos pretendían capturar a sus presas
por medios mágicos, y para conseguirlo representaban esos
animales en lo más recóndito de las cuevas.
Y a lo largo de millares de años el me-
dio por el que el hombre intentó satisfacer su cu-
riosidad y consumar su poder fue sobre todo el uso
de la magia, un arte antiguo, ciertamente, pero que
aún continúa ejerciendo influencia sobre muchas
personas.
Hace tal vez más de cincuenta mil años, antes
incluso de que los artistas rupestres pintasen su
epopeya animal sobre las ásperas paredes de es- ·
condidos reductos, empezaba el hombre.de Ncan-
derthal su viaje a lo desconocido. Armado con una
creciente conciencia de sí mismo y del paso del
tiempo, llevó a cabo sus primeros intentos rudi-
mentarios de adaptación al inevitable final de la
vida: la muerte. En antiquísimas sepulturas de
Oriente Medio han aparecido restos de hombres
de Neanderthal enterrados cuidadosamente en
zanjas abiertas en el suelo de la caverna, con ali-
mentos y armas en torno suyo. En excavaciones
del Asia Central se han encontrado y analizado va-
riedades de polen que indican que esos hombres y
mujeres primitivos no sólo enterraban con toda so-
licitud a sus muertos, sino que trataban de embe-
9
11. llecer sus restos con flores y plantas alimenticias.
En un antiguo sepulcro checoslovaco, 14 esquele-
tos, sepultados bajo una capa protectora de pie-
dras, aparecieron juntos, con sus restos reunidos,
quizá para asegurarse la continua comunicación en
la otra vida. En otro lugar moravo se encontró el
cuerpo de una mujer enterrado bajo los gigantes-
cos omoplatos de un mamut y cubierto con polvo
de ocre rojo. El ocre rojo, posible símbolo de la
sangre vivificante, se usaba a menudo en las sepul-
turas europeas espolvoreado sobre los cuerpos, a
veces enterrados en posiciones acurrucadas o feta-
les, tal vez en un intento de imitar las posturas que
el difunto adoptaba en vida o de prefigurar un po·
sible renacimiento
Pero mientras el hombre primitivo trataba de
mitigar su miedo a la muerte y quizá también de
encontrar una nueva meta para su vida, trabajaba
con sus manos huesos y piedras blandas, dando
cuidadosamente forma a efigies de mujeres fecun-
das y a renos, caballos y bisontes, símbolos de la
vida que se repiten una y otra vez y alcanzarán su
cumbre artística en las paredes de las grutas fran-
cesas y del norte de España.
Apenas cabe dudar de que tanto estas·pinturas,
ágiles y bellamente coloreadas, como las primiti·
vas manosA"y las posteriores figuras humanas es-
quemáticas que aparecen a veces entre ellas tenían
un significado mágico. Tanto lo delicado de su di-
seño y sombreado como la sensación de movimien-
to y vida de sus formas y el refinamiento de los ins-
trumentos utilizados para crearlas -barras de
ocre rojo y amarillo y óxido de manganeso negro,
pinturas en polvo y líquidas, pinceles de pelo y de
musgo- atestiguan el carácter especial de su crea-
Hace unos veinticinco mil años, los cazadores europeos
comenzaron a decorar ins1rwnentos para lanzar dardos
(dcha.) y trozos de marfil (abajo). Sus exagerados emblemas
de la fecundidad (izda.) no eran puramente ornamentales.
Como expresiones de un ideal fntimo, anun-
ciaban la aparición de las religiones.
10
ción, que se hace patente a primera vista en la cue-
va española de Altamira y las francesas de Pech-
Merle, Lascaux y Les Trois Fréres, y une a quien .
hoy las contempla y al artista rupestre paleolítico a
través de quince mil años de existencia humana.
Sin embargo, una de las paradojas del antiguo
arte rupestre es que las figuras en sí pueden haber
sido menos significativas que el lugar donde se ha-
lla la pared en que fueron pintadas y la situación
que cada una ocupa en ella. Porque gran parte del
arte rupestre paleolítico no se encuentra en las zo.
nas superficiales de habitación, sino en recónditas
cámaras de piedra de difícil localización y acceso
peligroso. Como escribirían los arqueólogos Jac-
quetta Hawkes y sir Leonard Woolley en su History
of Mankind, «Cuando se recuerda que los artistas
tuvieron primero que adentrarse por esas peligro-
sas e impresionantes galerías, refugio del león y
del enorme oso de las cavernas, para ponerse des-
pués a ejecutar sus obras sin otra luz que la de an-
torchas y lamparillas de sebo o grasa, y probable·
mente sin medios más seguros de volver a encen-
derlos. que un trozo de pedernal o una laja de pirita
de hierro, es evidente lo decididos que estaban a
reproducir sus imágenes animales en las entrañas
de la tierra... muy lejos del mundo exterior y de la
vida doméstica que se desarrollaba a la entrada de
la caverna».
La suposición de que fueron creadas con fines
mágicos no es el único enigma que rodea a esas fi-
guras. Muchas de las imágenes fueron pintadas a
alturas sólo accesibles con ayuda de bases de tie-
rra, o quizá de madera, materiales que tendrían
que ser arrastrados hasta las profundidades de la
cueva. Además, modernos análisis han mostrado
que ciertas pinturas que aparecen juntas fueron
ejecutadas en épocas diferentes -algunas con in-
tervalos de más de una década- y pintadas sobre
otras anteriores, como si éstas hubiesen perdido ya
su importancia. No menos intrigante es el descu-
brimiento de que los animales peligrosos, como el
bisonte y el rinoceronte, eran representados con
más frecuencia (quizá con la intención de contra-
rrestar sus poderes) que los destinados a la alimen-
tación, como el reno, cuyos huesos se encuentran
casi siempre en las zonas habitadas. Y hay indicios
desconcertantes de que en las impresiones de ma-
nos, algunas de las cuales aparecen con dedos mu-
tilados, la izquierda solía ser una simple silueta
mientras que a la derecha se le daba un color uni-
forme.
A pesar de la profusión de claves y teorías, si-
guen en pie cuestiones básicas relacionadas con la
finalidad de esas magníficas pinturas primitivas.
Los especialistas contemporáneos ofrecen dos in-
terpretaciones, ambas capitales en el estudio de la
magia primitiva, y un seductor conjunto de especu-
laciones sobre ellas. Las figuras animales pueden
haber sido tótems, posiblemente dibujados duran-
te alguna· ceremonia de iniciación para grupos o
clanes que se identificaban con los poderes y cuali-
dades de las figuras representadas. Las pinturas
pueden haber sido también símbolos mágicos des-
12. tinados a propiciar el éxito de los ca7.adores o a ha-
cer más abundantes las especies representadas.
Ninguna de estas hipótesis puede ser probada de
modo concluyente, y pudiera ocurrir que, como en
las sociedades primitivas de nuestros días, ambas
teorías sean válidas. El profesor Franc;ois Bordes,
de la Universidad de Burdeos, las ha conjugado en
la interpretación de una pintura de Lascaux que
representa a un rinoceronte, un bisonte que ataca
cosido ya a flechazos y lanzadas y un hombre con
máscara de pájaro que cae hacia atrás ante la aco-
metida del bisonte. «Permitidme que os dé mi ver-
sión de esa pintura -dice Bordes-, una historia
de ciencia ficción. En cierta ocasión, un cazador
que pertenecía al tótem del pájaro fue muerto por
un bisonte. Uno de sus compañeros, miembro del
tótem del rinoceronte, penetró en la cueva y dibu-
jó la escena de la muerte de su amigo y de la ven-
ganza que de ella tomó. El bisonte tiene lanzas y
flechas clavadas y el vientre abierto, probablemen-
te por el cuerno del rinoceronte.»
Si los dibujos de las cavernas nacieron de ese
modo, parecen deducirse dos cosas: que pudieron
haber tenido lugar ceremonias rituales en la cueva
mientras se preparaban o ejecutaban las pinturas y
que sus autores tal vez fueron considerados como
personas especiales, mágicas, acaso los primeros
chamanes o magos. En la cueva de Les Trois Fre-
res, en los Pirineos franceses, hay una figura mitad
hombre, mitad animal que puede representar a
uno de esos chamanes. Con grandes ojos, corna-
menta, zarpas de oso y cola de caballo, esta crea-
ción casi humana flota en lo alto de una pared en
un pequeño nicho, a unos cuatro metros del suelo,
y parece contemplar todavía escenas de antiguos
ritos y ceremonias.
Entre tantas especulaciones, lo que puede afir-
marse es que los hombres y mujeres primitivos vi-
vían en un mundo que creían lleno de espíritus
-animista es la palabra con que hoy lo designamos-,
y en el que mediante símbolos y ritos trataban
de influir para mejor sobrevivir a los múltiples pe-
ligros de su existencia cotidiana.
Los modernos especialistas han intentado com-
Se cree que fue la búsqueda de poderes mágicos lo que ins-
piró a los artistas primitivos. A la izquierda, guerreros en un
grabado rupestre sueco (hacia 1500 a. JC.). Arriba, w1 petro-
glifo ejecutado porlos indios de Utah hacia 1000 d JC.
prender y definir conceptos que para los pueblos
anteriores a la escritura debieron ser relativamen-
te simples y obvios. Ese cuerpo de ideas rudimen-
tarias es probable que admitiese que todos los fe-
nómenos naturales estaban bajo el control de espí-
ritus invisibles, que esos espíritus hacían uso de
poderes mágicos, y que el hombre, también me-
diante formas apropiadas de magia, puede a veces
dominar los acontecimientos naturales influyendo
en los espíritus que tras ellos se ocultan.
Pero ¿qué tipo de magia será el más eficaz? La
interpretación más famosa, y también una de las
más sencillas, es la que el antropólogo escocés sir
James Frazer nos ofrecía en su obra ya clásica La
rama dorada. «Si arfalizamos los principios en que
se basa la magia -decía Frazer- , probablemente
encontraremos que se reducen a dos: primero, que
cada cosa produce su igual, es decir, que el efecto
se parece a la causa; y, segundo, que las cosas que
han estado en contacto continúan influyéndose
mutuamente a distancia una vez que ese contacto
físico ha cesado.» A la magia del primer tipo la lla-
ma Fra7.er homeopática o imitativa: el dibujo ru-
pestre de un reno alanceado a fin de conseguir tan
codiciada presa. A la segunda, contagios~: la garra
de un león de las cavernas puede llevar consigo el
poder y la ferocidad del animal al que perteneció.
Cada cosa produce su igual y las cosas que han
estado en contacto perpetúan esa interacción: tales
fueron algunos de los principios mágicos que se
desarrollaron a medida que las sociedades agríco-
las nacían al este del Mediterráneo. Los agriculto-
res, más sedentarios que los cazadores, eran por
ello más dependientes de los cambios de estación,
del flujo y reflujo de los fenómenos naturales. En
Egipto, Grecia y Roma llegó a ser tal la profusión
de ritos, la ferviente dependencia de la asfrología y
la adivinación, que en el siglo Id. JC. Plinio el Viejo
se lamentaba de que la magia, habiendo cautivado
los sentimientos del ho.mbre mediante la triple ca-
dena del temor a la enfermedad, a los dioses y al
futuro, «ha llegado a tal extremo que impera sobre
el mundo entero y en Oriente gobierna al Rey de
Reyes».
11
13. Mucho antes, quizá ya en el milenio IV a. JC., y
aproximadamente· en la zona que hoy os;upa. Irak,
el papel de la magia creció con los antiguos sume-
rios y sus .sucesores, los asirios y babilonios. Por-
que los sumerios inventaron una escritura y cons-
truyeron ciudades, pero también veían, o creían
ver, fantasmas y demonios en cada rincón y portal,
en cada encrucijada y cada tumba. Llenaron· lo~
ciek>s de dioses de todas clases, desde Anu, di~s
del cielo, hasta Inanna (Isthar) reina sideral 'YJ
miembro del reducido grupo de diosas sumer~,~s
importantes. Pero estas figuras celestiales eran dei-
dades lejanas que no afectaban a la vida diaria·de
los mesopotámicos. En cambio, los fantasmas y los
demonios sí. Porque ellos, como las fuerzas-
espíritus del mundo animista del hombre neolítico,
estaban en todas partes e incluían,· junto a los es-
pectros errantes y rapaces de las víctimas de muer-
tes violentas o trágicas, terroríficos monstruos no
humanos como el «Agazapado» y el «Raptor».
Nada podía detenerlos, como advierten estas anti-
guas palabras:
No hay puerta que les corte el paso
ni cerrojo que los haga volver atrás
se deslizan bajo la puerta como la serpiente,
se meten por las bisagras como el viento,
y arrancan a la esposa de los brazos del marido
y al hijo de las rodillas del padre.
No es de extrañar la profusión de ritos y conju-
ros, a menudo destinados expresamente a exorci-
zar a los espíritus merodeadores. Para uno de esos
ritos, destinado a mantener a raya a los muertos,
hacía falta una poción compuesta de vinagre, agua
de río, agua de manantial y agua de acequia, mez-
clados y bebidos en un cuerno de buey mientras se
sostenía una antorcha y se dirigían a los dioses sú-
plicas apropiadas. Sumerios y babilonios fueron
.también probablemente iniciadores de otro gran
capítulo de la magia, los sortilegios en que «pala-
bras de fuerza» eran repetidas omitiendo cada vez
una letra, hasta que sólo quedaba una. Ep. una anti-
gua tablilla sumeria aparece un sortilegio de esa
clase: «Abrada Ke Dabra», que significa «muere
como la palabra». En la época romana volvemos a
encontrar el conjuro ya escrito, como hoy, abraca-
dabra. Estos ritos y palabras mágicas fueron rehe-
chos para convertirlos de protectores en malignos,
y así nació la magia negra o dañina. En un sello ci-
líndrico contra las brujas puede leerse esta impre-
cación: «iOh bruja, que, como gira este sello, gire tu
cara y se vuelva verde!». Hacia el año 2000 a. JC.,
tales procedimientos fueron proscritos por las
leyes de Hammurabi.
¿Daban resultado esas prácticas mágicas? Es
casi seguro que sí, al menos en un sentido, y por
una razón convincente. Puesto que los demonios y
fantasmas que los mesopotámicos trataban de
exorcizar eran en buena parte creaciones de su
pro.pía mente, era normal que se viesen afectados
por los cantos y ritos de quienes estaban convenci-
dos que así sería. Incluso en nuestro tiempo, lo que
parece real depende en gran medi4a de las percep-
ciones del espectador. Si alguien cree haber visto
12
una aparición, eso no prueba que exista tal cosa,
pero tampoco podemos suponer que quien lo afir-
ma no ha «Visto» algo ni ha sido influido por ello.
Aunq.ue los mesopotámicos viviesen en un mun-
do de fantasmas y demonios, también se interesa-
ban mucho por el futuro. Entre las prácticas adivi-
natorias más primitivas estaban las relacionadas
con la interpretación de los sueños. Aparecen en la
llamada epopeya de Gilgamés, Ja historia de un
dios entre animal y humano que se re.monta, en la
tradición oral, aproximadamente al año 4000 a. JC.
En uno de los relatos de la crónica, Gilgamés consi-
gue dar muerte a una gran bestia, el monstruo con
figura de dragón que puede haber sido precursor
de los dragones de las leyendas del rey Arturo. En
otro, se dispone para la lucha final contra su ene-
migo, Enkidu. Antes de la batalla, Gilgamés ve en
sueños el avance de su··enemigo. Se lo dice a su ma-
dre, y ella, en la más antigua interpret~ción de sue-
El rey sumerio Gudea buscó en los oráculos y en los sueños
instrucciones para levantar un templo a Ningirsu, quien
veló desde entonces porla prosperidadde su pueblo.
14. Con la ayuda de dioses sumerios propicios, Gilgamés, medio
hombre medio dios, luchó con fieras y monstruos y, ya rey,
gobernó una poderosa ciudad.
ños conocida, profetiza que su lucha terminará en
amistad. Así ocurre, y Jos amuletos de Gilgamés,
que a veces muestran a los dos adversarios luchan-
do, serían usados después durante miles de años.
Hubo otras formas de·adivinación más popula-
res entre los primitivos mesopotámicos, siendo la
más común una de las más extrañas: la hepatoman-
cia o examen del hígado. Los babilonios creían que
el alma residía en el hígado, y utilizaban el de los
corderos (tal vez por ser más fácil de localizar y ex-
tirpar) para efectuar todo tipo de predicciones ba-
sadas en su forma y en el número de lóbulos y va-
sos sanguíneos. Estas técnicas adivinatorias siguie-
ron empleándose durante cerca de tres mil años.
La práctica de otra de estas sangrientas artes pre-
dictivas, la adivinación por los intestinos, condujo
a reflexiones sobre la clase de tripas que un animal
podía tener. Un antiguo texto afirmaba que los cor-
deros de cuello grueso y ojos rojizos tenían intesti-
nos con 1.4 vueltas, mientras que los animales gran-
des y estrábicos carecían totalmente de ellos. Los
asirios incluso rindieron culto a un gigante llama-
do Rumbaba, cuyos rasgos faciales estaban forma-
dos por los giros y circunvoluciones de unos intes-
tinos.
Tales supuestos y métodos nos parecen hoy ab-
surdos. Sin embargo, babilonios y asiriós practica-
ron una forma de adivinación a la que millones de
personas siguen siendo adictas, aunque los científi-
cos discutan su legitimidad. Se trata de la astrolo-
gía, el arte de leer el futuro en el movimiento de
planetas y estrellas. Es una forma de adivinación
que sigue uno de los más antiguos principios mági-
Los adivinos babilonios se
servían de este modelo en ar-
cilla de un hígado para ense-
ñar a sus discípulos a inter-
pretar el futuro.
Cuando los intestinos de un
cordero formaban el rostro
de Rumbaba, los adivinos
predecían males.
cos, variante del primitivo tema de que lo semejan-
te produce lo semejante: el de que «lo que ocurre
arriba ocurre abajo». Que babilonios y asirios fue-
sen dados a contemplar las estrellas no puede sor-
prendemos, pues es región de cielos despejados y
noches espléndidas, y los primitivos mesopotámi-
cos formaban una rica sociedad de cultivadores y
cosecheros que dependían de las estrellas para or-
ganizar sus labores. No obstante, la idea de relacio-
nar el firme y ordenado tránsito de los astros noc-
turnos de este a oeste con los asuntos humanos fue
algo extraordinario, un paso que también produjo
tempranos e importantes avances científicos. Uno
de ellos fue la creación del círculo de 360º, basado
en la idea sumcria de un año de 360 días, a lo largo
del cual las estrellas se movían a razón de un grado
por noche. Ese movimiento condujo también a la
creación por los babilonios del zodiaco y sus doce
casas, y al desarrollo de una clase especial de ma-
gos, los astrólogos, tan astutos en sus técnicas pre-
dictivas como los arúspices que leían hígados e in-
testinos. El horóscopo individual tal como hoy lo
conocemos no era muy empleado, y en toda Meso-
potamia no se han encontrado más de 20. El estu-
dio de los movimientos astrales se hacía sobre
todo al servicio de la realeza. La «sabiduría» ·de
que hacían gala esos horóscopos puede deducirse
del siguiente ejemplo: «Durante la noche, Saturno
se aproximó a la Luna. Saturno es la estrella del
Sol. He aquí la solución: es favorable al rey, porque
el Sol es la estrella del rey». Otro, obra de un pri-
mitivo astrólogo que probablemente sabía de so-
bra cuándo iba a salir la Luna, decía: «Si la Luna
13
15. El escarabajo, símbolo del
dios solar Ra, adorna un
dije de Tutankamen.
aparece el decimoquinto
día, Acad prosperará y a
Subartu le irá mal; si
aparece el decimosexto
día, a Acad y Amaru les
irá mal y Subartu pros-
perará, si aparece el de-
cimoséptimo día, Acad y
Amaru prosperarán y a
Subartu le irá mal».
Fue en torno al año
200 a. JC. cuando se po-
pularizaron los horósco-
pos individuales, a cargo
de griegos macedonios
que vivían en Alejandría.
Y hubieron de transcurrir otros trescientos años
hasta que, en Roma, Cicerón y después Plinio el
Viejo señalasen ciertos defectos graves en el razo-
namiento astrológico, defectos que siguen en pie y
nadie ha explicado satisfactoriamente. Argüían
esos autores clásicos que, por ejemplo, los geme-
los nacidos bajo la misma estrella debían tener
destinos idénticos, pero rara vez ocurre así; que
los astrólogos eran a menudo robados e incluso
muertos sin que hubiesen previsto esas desgracias,
y que era muy extraño que las estrellas ejerciesen
por primera vez su influencia en el momento del
nacimiento y no en el de la concepción.
Como escribía un famoso especialista egipcio
hace más de medio siglo, «al espíritu moderno le
cuesta trabajo comprender hasta qué punto la
creencia en la magia era algo que impregnaba la
vida entera, dominaba las costumbres populares y
surgía a cada paso en los actos más simples de la
rutina hogareña, de manera tan natural como el
sueño o la preparación de los alimentos». Egipto,
no lejos de Mesopotamia y bendecido por el Sol y
las crecidas del Nilo, hizo de la magia un arte de
grande y ubicuo esplendor. Pues si los mesopotá-
micos empleaban sobre todo sus ritos y conjuros
para defenderse de monstruos y espectros, los
egipcios utilizaban las artes mágicas con fines casi
opuestos: para conseguir, en una nación obsesiona-
da por la muerte, el feliz tránsito a una gozosa vida
futura en las míticas tierras del Sol Poniente.
En el fondo de los procedimientos mágicos
egipcios anidaba una creencia que hoy aún sobre-
vive: que ciertas palabras o grupos de palabras, dis-
puestas en cierto orden y empleadas del modo
apropiado, poseen una fuerza incoercible. Son las
llamadas «palabras poderosas», y en la forma en
que las usaban los magos egipcios se las creía capa-
ces de desencadenar acontecimientos extraordina-
rios. Un antiguo manuscrito describe así el trabajo
del mago Teta: «Después alguien le trajo un ganso
y, tras decapitarlo, dejó el cuerpo en el lado occi-
dental de la columnata y la cabeza en el lado orien-
tal. A continuación, Teta se puso en pie y pronun-
ció ciertas palabras dotadas de poder mágico, a
cuyo conjuro cuerpo y cabeza empezaron a mover-
se, acercándose cada vez más uno a la otra, hasta
que al fin la cabeza ocupó su debido lugar en el
ave, que inmediatamente rompió a graznar». Ni el
mejor cirujano de nuestros días sería capaz de
emular la hazaña de Teta, y sin embargo probable-
mente como resultado de algún tipo de superche-
ría favorecido por la excesiva credulidad, los egip-
Anubis, el de cabeza de chacal, que guiaba las almas a la otra vida, y Horus, de cabeza de
halcón, hijo de un dios subterráneo, pesan el corazón de un egipcio en el juicio final.
14
16. l'~
cios estaban convencidos de que tales cosas podían
suceder.
Los egipcios pensaban que la magia de las pala-
bras con poder podía ser transferida a objetos tales
como los amuletos, de los que se hacía un uso muy
parecido al que el hombre primitivo debió hacer
de sus figurillas de mujeres fecundas y animales: el
de símbolos dotados de ciertos poder~s. Se cree
que en Egipto no había hombre, mujer o niño que
no llevase al menos un amuleto. Algunos de éstos
. adoptaban la forma de exquisitas joyas; otros iban
escritos y sujetos a la ropa. Había incluso bebidas
mágicas, hechas con el agua en que se había disuel-
to la tinta de las palabras mágicas escritas en un
amuleto. En las envolturas de la momia de Tutan-
khamen se encontraron cerca de ciento cincuenta
amuletos.
Tanto el Ojo de Horus como la Hebilla de Isis
eran amuletos famosos. Pero el más conocido y po-
deroso era el escarabajo, símbolo de la vida, dedica-
do a Ra, el dios solar, y que tuvo como modelo al
humilde escarabajo pelotero. En los ritos funera-
rios, el escarabajo era utilizado para reemplazar el
corazón, y solía llevar grabado en el dorso un con-
juro mágico, a menudo una petición de inmortali-
dad dirigida a un dios. Con el tiempo, el propio es-
carabajo pelotero llegó a ser relacionado con esos
poderes,.y las mujeres estériles secaban el insecto
y lo molían, con la esperanza de que una bebida
hecha con ese polvo las ayudaría a concebir. El anj,
una cruz de cabeza en anillo, aparece con tanta fre-
cuencia como el escarabajo y representaba tam-
bién la vida y la inmortalidad.
Los egipcios creían que tanto las imágenes hu-
manas como los símbolos pódían ser animados
mediante palabras mágicas, y por eso era frecuente
celocar en las tumbas efigies de los muertos en
piedra y madera, llamadas ushabti, dispuestas para
trabajar en el otro mundo. Se dice que la tumba de
Seti 1 contenía unos setecientos de esos futuros
trabajadores. Los egipcios introdujeron también
una técnica mágica que ha sido muy imitada y to-
davía se emplea con fines aviesos: la figura de cera.
Una antigua historia cuenta que el rey Nectane-
bo II libraba batallas contra marinos y flotas de na-
víos de cera en un recipiente con agua. El rey creía
que cuando hundía a uno de sus adversarios lo ha-
cía también con sus enemigos reales, hasta que los
dioses, enojados por tales manipulaciones, intervi-
nieron e hicieron que fuesen las figuras de cera las
vencedoras. El relato cuenta que Nectanebo huyó a
Grecia, donde se estableció como médico y mago.
La creencia en el poder de las palabras mágicas
o conjuros tuvo su expresión más extraordinaria
en los textos funerarios egipcios. Los más antiguos,
conocidos como Textos de las Pirámides porque
fueron escritos en jeroglífico en el interior de las
pirámides de Sakkara hacia 2500 a. JC., forman un
libro de hechizos, himnos, conjuros, maleficios y
fórmulas especiales, destinadas a ayudar al faraón
muerto a alcanzar la otra vida. Colecciones poste-
riores pintadas en los costados de los sarcófagos
(continúa en la pág. 18)
Los egipcios creían que las palabras mágicas convertían las estatuas o
ushabti (izda.) en útiles sirvientes en la otra vida (arriba).
15
17. Apariencia y realidad
La pirámide de Keops, tumba Ynisteriosa
ESTA gran mole inanimada e inmutable, fasci-
nadora y desafiante tanto para el hombre ra-
cional como para el proclive a lo mágico, invita a
las más fabulosas especulaciones, y ha sido objeto
de una investigación tan rigurosa como imaginati-
va. Pero, al final, la Gran Pirámide de.Keops, termi-
nada hacia 2570 a. JC., conserva su característico
aire de misterio.
La tradición, y no pocas pruebas, definen esta
pirámide como el lugar destinado al reposo del rey
egipcio ~eops o Jufui, cuyo reinado de aproxima-
damente veintidós años terminó unos doce siglos
antes que el de Tutankhamen. En las profundida-
des de la masa de piedra prácticamente maciza de
la pirámide hay cámaras destinadas probablemen-
te a conte,ner los cuerpos, y el tesoro, de Keops y
su esposa. Escrituras en los grandes bloques de
piedra del interior de la pirámide contienen el
nombre del rey. Sin embargo, en la primera explo-
ración conocida, el año 820 de nuestra era, no se
encontró ni tesoro, ni momias, ni señales de que
monarca alguno hubiera sido jamás enterrado allí.
Este enigma, así como el enorme tamaño, la in-
trincada construcción y la forma arquetípica de la
Gran Pirámide, han inspirado en el transcurso de
los siglos numerosas teorías sobre sus fines y pode-
res. Se ha aventurado que la Gran Pirámide, al
igual que otras menores, fueron observatorios as-
tronómicos; que albergaban una biblioteca del sa-
ber antiguo, incluido el secreto de la Atlántida; que
son la clave de una fuente de energía perdida y que
constituyen el generoso y desconcertante legado
de visitantes del espacio exterior. En años recien-
tes, ha tenido amplio eco la hipótesis de que la
forma de la pirámide ejerce efectos mágicos so-
bre la materia orgánica y puede acumular energía
psíquica.
La Grari Pirámide de Giza o Gizeh contiene
aproximadamente 2,3 millones de bloques de cali-
za rectangulares, con un peso promedio de 2,5 to-
neladas. Es más alta que un edificio de 40 pisos y
se calcula que podría engullir la catedral de San
Pablo y la abadía de Westminster de Londres, San
Pedro de Roma y las catedrales de Florencia y Mi-
lán sin perturbar la turgencia de sus lisos costados,
que se alzan en un ángulo uniforme de 51º. La cons-
trucción de la pirámide duró unos veinte años, y
según cálculos del historiador griego Herodoto,
que visitó Egipto en el siglo V a. JC., necesitó el tra-
bajo de 100.000 hombres por-año. Sus bloques es-
tán tan bien encajados que sería difícil introducir
la hoja de un cuchillo en súsjuntas sin argamasa.
Como la antigua religión egipcia afirmaba que
el disfrute de la otraºvida dependía en gran medida
de que el cadáver·no·fuese perturbado, las tumbas
se proyectaban para que durasen eternamente, con
laberintos de pasadizos secretos destinados a bur-
lar a los saqueadores. Previendo el largo viaje de
los muertos al país de los espíritus, en las sepultu-
ras se depositaban alimentos y bebidas, joyas, ar-
mas, un barco sagrado y estatuas que podían co-
brar vida.
En el año 820 de nuestra era, en busca de tales
tesoros y de los valiosos materiales científicos que
suponía también allí sepultados, el joven Abd Allah
al Mamun contrató a un grupo de hombres para
entrar en la tumba del faraón por la pared norte.
Cuando habían avanzado unos treinta.metros en el
interior de la pirámide, el túnel que abrían desem-
bocó en un pasadizo descendente, que más adelan-
te subía y conducía a las criptas donde creyeron
que reposaban Keops y su esposa. Pero en ninguna
de ambas cámaras había tesoros ni cuerpos, nitra-
zas de que los sellos hubiesen sido rotos en una in-
cursión anterior.
Sin cadáveres que acreditasen su supuesta con-
dición de tumba, hubieron de aducirse nuevas ra-
zones para justificar la existencia de la Gran Pirá-
mide. El matemático francés Edme-Fran~ois Jo-
mard, llevado por Napoleón en 1798, estudió aten-
tamente el monumento y dictaminó que era una
especie de recopilación de un antiguo sis.tema mé-
trico. En 1859, el inglés John Taylor determinó que
el arquitecto de Keops había utilizado como uni-
dad de medida el mismo codo bíblico empleado en
la construc<;ión del arca de Noé (teÍminada, según
él, tres.cientos años antes que la pirámide). Ese
codo sagrado tenía unas veinticinco pulgadas y se
basaba en el eje de la Tierra: dividiendo la longitud
de éste por 400.000, el resultado es un codo bíblico.
Otro aficionado a las mediciones, el astrónomo
real de Escocia, Charles Piazzi Smyth, descubrió en
18. La Gran Pirámide de
Keops (pág. opuesta),
con sus 2,3 millones
de bloques de piedra y
su colosal Gran Gale-
ría de 8,5 metros de al-
tura (iz.da.), ha sido un
motivo secular de
asombro y misterio.
Las tres cámaras va-
cías de la pirámide
(abajo) están unidas
por pasadizos, entre
ellos uno de salida
para los obreros que
cerraron hermética-
mente la tumba empu-
jando bloques de pie-
dra desde la Gran Ga-
lería al interior del pa-
sadiw ascendente.
1865 que la base de la pirámide dividida por la an-
chura de una piedra de la cubierta era 365, el nú-
mero de días del año, y calculó además que una
pulgada piramidal, la veinticincoava parte de una
losa del suelo, equivalía a la diezmillonésima parte
del radio polar de la Tierra. Aplicó la pulgada pira-
midal a todas las dimensiones de la Gran Pirámide
y formuló una suposición espectacular, aseguran-
do que si contaba cada pulgada como un año, po-
día calcular las principales fechas del pasado... y
del futuro de la Tierra.
Considerablemente menos absurda, a la vista
de lo que hoy conocemos del saber astronómico de
los egipcios, es la teoría de que la Gran Pirámide
era un observatorio astronómico. La prueba prin-
cipal en apoyo de esta teoría es que se ha demos-
trado que los pasadizos ascendentes y descenden- .
tes del interior del monumento están construidos
en un ángulo preciso que dirige la mirada hacia las
principales constelaciones. La contradicción que
supone el hecho de que los pasadizos sólo perma-
neciesen abiertos el tiempo que duró la construc-
ción de la pirámide no ha podido ser explicada sa-
tisfactoriamente por quienes creen que se trata de
un observatorio.
La teoría moderna más popular acerca de la
Gran Pirámide se refiere a los supuestos poderes
inherentes a su forma, y ha sido defendida sobre
todo por el ingeniero radiotécnico checoslovaco
Karel Drbal. En los años cuarenta, Drbal leyó que
un francés llamado Antaine Bovis había construi-
do una maqueta de la pirámide de Keops y la ha-
bía utilizado para impedir la descomposición y fa-
vorecer la momificación de alimentos y animales
muertos colocados ante ella. Drbal creía que la
energía derivada de la forma de la pirámide podía
lograr que una hoja de afeitar usada, orientada de
este a oeste, se convirtiese en un ente vivo y recu-
perase su filo. Tras probar «con éxito» su teoría,
patentó un modelo en cartulina del afilador de ho-
jas. Ningún otro investigador ha podido repetir sus
hallazgos y la técnica piramidológica ha caído en el
más absoluto descrédito.
Otro piramidologista, el doctor Carl Schleicher,
de la Mankind Research Unlimited de Washington,
afirma que las pirámides favorecen el desarrollo
de las plantas. Para probar su teoría, Schleicher
plantó muestras de diversas legumbres bajo una
pirámide, bajo un cubo y al descubierto, e informó
que las colocadas debajo de la pirámide crecieron
1,5 veces más deprisa que las descubiertas y 1,129
veces más que las situadas bajo el cubo. Sin embar-
go, experimentos semejantes llevados a cabo por el
departamento de horticultura de la universidad ca-
nadiense de Guelph indicaron que las pirámides
no afectan para nada al desarrollo de las plantas.
Como es de rigor, tales resultados negativos no
han conseguido disuadir a los crédulos fanáticos, y
son muchos los que continúan atribuyendo a las
pirámides poderes y fines de imposible comproba-
ción. Entre tanta especulación, los especialistas en
el antiguo Egipto son muy concretos en cuanto al
cómo y el porqué de la construcción de las aproxi-
madamente. treinta y cinco pirámides tradidona-
les: no eran ni más ni menos que tumbas hechas
por la mano del hombre.
Con la esperanza de que esa certeza resulte al-
gún día aplicable a la Gran Pirámide de Giza, los
científicos han venido midiendo, explorando, lle-
vando a sus planos y sometiendo a rayos X y radia-
ción gamma al gigante de piedra, sin ningún resul-
tado. No obstante, en 1954 se vieron sorprendidos
por el hallazgo bajo la arena, fuera de la pirámide,
de una embarcación de cedro de 43 metros de eslo-
ra, con su camarote y aparejos dorados que es pro-
bablemente el «barco del sol» construido para tras-
ladar al faraón en su largo viaje a la otra vida. La
espléndida embarcación sigue siendo el único su-
puesto vestigio del tesoro de Keops, y las cuestio-
nes fundamentales acerca del monarca y su pirá-
mide siguen sin respuesta. ¿Dónde está el faraón
Keops, y por qué no fue enterrado en su fabuloso
monumento? En el corazón de la Gran Pirámide
subsisten, pues, los ecos de una tumba vacía y un
misterio humano indescifrado.
19. '
de madera y conocidas como Textos de los Sarcó-
fagos, tratan de la necesidad que el difunto tiene
de alimentos, bebidas y aire fresco. El más famoso,
el Libro de los Muertos, fue escrito sobre papiro y
contenía ilustraciones y hechizos para uso del di-
funto en la otra vida, oraciones para defenderse de
los demonios y conjuros destinados a reforzar el
poder de los amuletos, con objeto de mantener a
raya a los gusanos, los ladrones de tumbas e inclu-
so el mildiú.
¿Hasta qué punto creían los egipcios en el po-
der de sus palabras y amuletos y en la realidad de
esa otra vida a cuyo servicio pusieron todas sus do-
tes artísticas? Es evidente que su fe tenía que ser
grande, y el mejor testimonio nos lo brindan las
que los egiptólogos denominan «Cartas a los muer-
tos». Eran éstas mensajes que aparecen con fre-
cuencia escritos en las vasijas de cerámica utiliza-
das para proporcionar alimento a los difuntos. Al-
gunas de esas cartas instaban a los muertos a ayu-
dar a los vivos; otras eran defensivas e incluso inti-
midatorias, advertencias de que los muertos po-
dían volver para vengarse. Una inscripción insólita,
fechada en el año 71 a. JC., contiene el supuesto
mensaje de .una mujer egipcia fallecida, a su mari-
do, aún vivo. Este texto conmovedor revela que las
palabras mágicas no bastaban para acallar el mie-
do a la muerte. Dice .así la inscripción: «Ya no sé
dónde estoy, ahora que he llegado al valle de los
muertos. Ojalá pudiese beber agua de un arroyue-
lo... o estuviera mi rostro vuelto hacia el viento
norte... para que su frescor aquietase la angustia de
mi corazón».
¿Qué ocurrirá después? De todas las preguntas
que hombres y mujeres se han formulado en su
El oráculo de Delfos, en el monte Parnaso, era el más im·
portante de la antigua Grecia. Durante mil años intentó sa·
tisfacer la necesidad humana de conocer el futuro.
18
La Espiral áure~
la Espiral áurea, que a menudo encontramos en la natura-
leltl, como en esta concha de naurilus, nace de las subdivi·
siones del Rectángulo áureo.
La antigua cultura griega estaba impregnada de ve-
neración por la armonía del universo. Tanto el
arte como la ciencia y la filosofía griegos reflejan el
intento de trasladar a las empresas humanas la si-
metría y el equilibrio de la naturaleza. Uno de los
principios estéticos en que vino a encarnar ese de-
seo fue la proporción matemática llamada Sección
áurea Para los griegos, esta proporción represen-
taba lo perfecto, y era buscada en todo, desde la
figura humana a la relación del individuo con la
sociedad.
La Sección áurea es una forma de dividir una lí-
nea --o cualquier otra cosa- en dos partes de tal
modo que la menor tenga con la mayor la misma
relación que ésta tiene con el todo. Esa proporción
-que, a propósito o no, se verifica en arquitectura
al menos desde los antiguos egipcios y sigue fasci-
nando a los matemáticos- aparece, a veces en sus
formas derivadas, en numerosos seres vivos y ha
sido adaptada incluso a la composición musical,
en la que lo subdividido no es el espacio sino el
tiempo.
La Sección áurea determinaba las proporciones
del cuerpo humano en la escultura griega clásica.
Por ejemplo, el ombligo divide las partes superior e
inferior del cuerpo en dos Segmentos áureos. En su
forma de Rectángulo áureo - rectángulo cuyo lado
corto es al lado largo como éste a la suma de am-
bos- la proporción mágica dictaba las dimensio-
nes de la arquitectura griega. El Rectángulo áureo
sigue siendo una constante en el arte occidental y
para muchos una de las formas más gratas del
mundo moderno.
Una característica del Rectángulo áureo es que
puede dividirse mediante una sola línea en dos par-
tes, de las que una es un cuadrado y la otra un Rec-
tángulo áureo más pequeño. Si trazamos sucesiva-
mente rectángulos menores uno dentro de otro, y
después una curva desde el final de cada una de las
líneas divisorias a la siguiente (véase arriba), se ob-
tiene una Espiral áurea. ¿obtuvieron los griegos
esta graciosa voluta de sus cálculos o la copiaron,
ellos o pueblos más antiguos, de las formas de los
seres vivos? Nadie puede asegurarlo con certeza. Y
sin embargo la Espiral áurea es un motivo frecuen-
temente repetido en la naturaleza por las hojas en
torno al tallo, las semillas dentro de la flor, las con-
chas marinas e incluso las ramificaciones de la Vía
Láctea.
20. búsqueda de lo desconocido, qmza ninguna más
constante y apremiante que ésta. Y fue en la anti-
gua Grecia donde halló su máxima expresión una
idea adivinatoria ya presente en Mesopotamia
y Egipto. Se trata de la creencia de que, aunque
el hombre no puede prever el futuro, sí le es po-
sible, durante el sueño o en cualquier otro es-
tado de conciencia alterada, adivinar sucesos por
venir.
El oráculo más famoso de Grecia era el de Apo-
lo, en Delfos, situado en la ladera meridional del
monte Parnaso y construido sobre una pro.funda
grieta volcánica, que lo envolvía en sus humaredas
sulfúricas. La gran sacerdotisa del oráculo, la Pitia,
estaba sentada en un trípode áureo entre los vapo-
res, y cuando hablaba echaba espuma por la boca
y sus palabras.brotaban en desorden. Era la mejor
prueba de que se hallaba en trance y se había con-
vertido en la médium por cuya boca hablaba Ape-
lo. Lo corroboraban el tono alterado de su voz y el
hecho de que al recobrar la conciencia normal no
recordase nada de sus palabras proféticas. Sus
mensajes eran tan confusos y ambiguos que ha-
cían falta sacerdotes para interpretarlos, a menu-
do en verso. En casos especialmente delicados, es
indudable que esos sacerdotes daban las respues-
tas más favorables a sus intereses.
El oráculo délfico era caro y, a pesar de que
empleaba a tres Pitias en las épocas de mayor acti-
vidaq, no siempre accesible a los peticionarios ca-
rentes de influencia. Otro oráculo, situado en Do-
dona, en la parte occidental de Grecia, y dedicado
a Zeus, parece haber estado más al servicio del
hombre común. En Dodona a los consultantes se
les proporcionaban unas tiras de plomo para que
escribiesen en ellas sus preguntas de modo que pu-
dieran ser contestadas con un sí o un no. Esas tiras.
iban envueltas para ocultar la pregunta, y eran co-
locadas en una vasija de donde una sacerdotisa iba
sacándolas por turno e indicando si la respuesta
del dios era afirmativa o negativa. Es una técnica
tan familiar como nos son muchas de las pregun-
tas, aunque tengan miles de años. «Lisanias pre-
gunta a Zeus si es suyo el hijo del que está preñada
Anila», dice una; y otra: «Leoncio consulta si su hijo
León sanará de su enfermedad del'pecho».
Una de las figuras más extraordinarias de la an-
tigua Grecia no era ni sacerdote ni médium, sino
un filósofo llamado Pitágoras, más famoso hoy por
el teorema que lleva su nombre y que permite cal-
cular la longitud de la hipotenusa, o lado más lar-
go, de un triángulo rectángulo. Pero Pitágoras era
también versado en saberes ocultos, y como tal
unió ciencia y magia de un modo tan notable como
intrigante aun en nuestros días. Nacido en la isla
griega de Samos en el siglo VI a. JC., se ciee que
viajó mucho, y desde luego a Egipto y quizá a
Oriente. Establecido finalmente en Crotona, colo-
nia griega del sur de Italia, hacia el año 530 a. JC.,
fundó una sociedad secreta dedicada a difundir su
filosofía. Las Leyendas que rodean su existencia
afirman que poseía extraordinarios poderes: podía
hacerse invisiqle, andar sobre el agua y conjurar a
los objetos para que apareciesen y desapareciesen
a su antojo. Creía también en las artes curativas, en
las que utjlizaba canciones y ritos, y aseguraba re-
cordar otras formas en las que había encarnado,
creencia semejante a las ideas orientales sobre. la
metempsícosis o reencarnación.
Pero fue con los números con lp que Pitágoras
trató de explicar la existencia humana, ofreciendo
un orden capaz de abarcar mucho más que el ima-
ginado por los primitivos astrólogos. En su Metafí-
sica, Aristóteles, aunque enemigo de los pitagóri-
cos, trató de explicar su filosofía. Según él, creían
que todas las cosas son números, y que «tal modifi-
cación de los números es la justicia, tal otra el alma
y la razón, tal otra la oportunidad y así sucesiva-
mente, pues casi to.das las demás cosas son expre-
sables numéricamente».
Cierta historia señala que el interés de Pitágo-
ras por los números nació al descubrir la relación
existente entre las cuatro notas principales de la
escala musical griega. Según ese relato, pasaba Pi-
tágoras por la fragua de un herrero cuando vjo a
cuatro hombres golpeando cuatro yunques de dife-
rentes tamaños, que producían cada una de esas
notas sonoras. Al pesar los yunques, Pitágoras ha-
lló que guardaban proporción con los números 6,
8, 9 y 12. En consecuencia, llegó a creer que en
toda la creación se observaba una interrelación nu-
mérica semejante. De modo que, según Aristóteles,
los pitagóricos «Suponían que los elementos de los
números eran también los de todas las cosas, y el
cielo entero una escala musical y un número».
Semejantes creencias pueden parecernos hoy
ingenuas, pero en su época, Pitágoras, familiariza-
do con la magia y la astrología, las matemáticas y
En este detalle de una pintura de Rafael, el griego Pitágoras
escribe mientras un estudiante sostiene una pizarra con el
tetraktis, pirámide de números sagrados.
21. Este mosaico de una mesa de Pompeya parecía mofarse de
quienes la usaban mostrándoles los símbolos fatídicos de la
calavera y la rueda de la fortuna.
la música, ofreció un sistema que proporcionaba
orden y facultad de adivinación. Se fundaba en la
créencia de que todas las cosas tienen números y
que el número de un objeto tiene, como su nom-
bre, un significado especial y mágico. Por ejemplo,
se podía determinar el número básico del nombre
de una persona y después utilizarlo para describir
su carácter y predecir su futuro. Para ello, y si-
guiendo diversos sistemas, a cada letra del alfabeto
se le asigna un número y esos números se suman.
Si el resultado es de dos dígitos (16, por ejemplo),
se suman sus cifras y esa suma (7) es el número bá-
sico. En las diversas escalas numerológicas, el 7 tie-
ne diferentes valores, pero según una de ellas es el
número de las personas solitarias, introvertidas y
con un gran dominio de sí mismas, el de los intelec-
tuales y los místicos. En cambio, el 5 caracteriza a
los nerviosos e hipertensos, mientras que el 2 es,
según ciertos sistemas, el número de las mujeres y
también el del mal.
A medida que el centro del mundo civilizado
20
iba desplazándose a Roma, todo lo anterior, desde
los fantasmas y monstruos de los mesopotámicos
hasta las palabras mágicas egipcias y los esquemas
numéricos griegos, parecía mezclarse y cobrar nue-
va fuerza. En Roma los fantasmas constituían una
preocupación constante. A finales del siglo I de
nuestra era contaba Plinio el Joven que un filósofo
llamado Atenodoro había alquilado muy barata
una casa en la que todas las noches le molestaba
un ruido de cadenas. No tardó en presentarse un
viejo, «demacrado y mugriento, con una larga bar-
ba y el cabello erizado», que llevaba cadenas en to-
billos y muñecas. El anciano condujo a Atenodoro
hasta el patio y allí se desvaneció. A la mañana si-
guiente, Atenodoro y las autoridades por él avisa-
das cavaron en aquel lugar y descubrieron un es-
queleto, encadenado en muñecas y tobillos, al que
4ieron adecuada sepultura, con lo que no volvió a
verse al fantasma. No se trataba de un incidente
aislado, pues en la época imperial había que apaci-
guar constantemente a los muertos. Ovidio nos
cuenta lo que ocurría cuando se dejaba de celebrar
una de sus festividades. «Los habitantes de la ciu-
dad oían a sus antepasados lamentarse en el silen-
cio de la noche, y se contaban unos a otros cómo
el tropel incorpóreo de monstruosos espectros
salidos de sus tumbas corría gritando por calles y
campos.
Se creía que espíritus y fantasmas estaban en
todas partes, y no había acto cotidiano que no tu-
viese su correspondiente espíritu y nombre: Ednea
para la comida, Potina para la bebida, Pecunia para
el dinero, Cloacina para las alcantarillas y Mefitis
para los malos olores. Constantemente se veían
portentos y augurios en el aspecto del Sol, en las
descargas eléctricas de una tormenta o en el soni-
do de voces de ultratumba. Se practicaban todo
tipo de adivinaciones. Los sacerdotes llamados
arúspices consultaban no sólo el hígado, sino tam-
bién el bazo, los riñones, los pulmones ·y el cora-
zón. Incluso un escritor como Plutarco creía en la
adivinación, y escribía que el alma humana tiene
una facultad de predecir el futuro que puede ad-
quirir gran preponderancia en ciertos momentos.
Se concedía especial importancia a los sueños, en
los que se creía ver visitas de las almas de otras per-
sonas, vivas o muertas, a los durmientes. También
la astrología gozaba de gra.n predicamento en
Roma, donde los magos vivían en las casas de los
ricos y poderosos. Los astrólogos romanos afirma-
ban que el cielo estaba formado por sucesivas ca-
pas o esferas de cristal perfectas, cada una de las
cuales giraba en torno a la Tierra llevando en su
superficie al Sol, la Luna o uno de los planetas.
Más allá había otra inmensa· esfera transparente
que contenía las estrellas inmóviles.
Las brujas y sus ritos formaban también parte
de las creencias romanas. Horado describe las ma-
quinaciones de dos brujas que aprovechan la Luna
nueva para ir en busca de hierbas, se dan un ban-
quete de cordero negro y arrojan al fuego imáge-
nes en cera de sus víctimas.
No es extraño que Plinio el Viejo volviese a es-
22. Jóvenes satiros y un corpulento espíritu rústico -todos
ellos seguidores legendarios del dios del placer, Dionisos-
cribir sobre magia, afirmando que «SU autoridad
ha sido muy grande, pues es la única de las artes
que ha abarcado y reunido en sí los tres temas que
más atraen a los humanos». Se refería a la medici-
na, la religión y las artes adivinatorias.
A un filósofo griego que vivió en Egipto en el si-
glo IV de nuestra era, cuando ya el Imperio Romano
había entrado en su descomposición y ocaso defi-
nitivos, se atribuye una de las más intrigantes his-
torias acerca de la magia y quienes la practican. Se
llamaba Yámblico, y a él debemos el relato de las
ceremonias ejecutadas para iniciar a los nuevos
miembros de los magos, la famosa sociedad secre-
ta persa que dio nombre a ese arte. Según Yámbli-
co, cuyo relato puede ser pura invención, el inicia-
do debía cruzar la maciza puerta situada entre las
patas delanteras de la esfinge y pasar después por
una serie de trances que ponían a prueba sus ner-
vios. Tenía que enfrentarse a un monstruoso espec-
tro mecánico, arrastrarse por un túnel cada vez
más estrecho, atravesar un estanque que parecía
no tener fondo, colgarse de una anilla de latón, en-
utilízan una máscara y un cántaro de vino para adivinar el
incierto futuro en este detalle de un fresco de Pompeya.
frentarse al peligro de morir envenenado y resistir
a los encantos de unas danzarinas. Por último, si
salía victorioso, era instruido en los deberes del
Celote, que era el rango que había alcanzado. Des-
pués se le hacía una demostración de lo que podía
ocurrir a quienes quebrantaban el juramento de
guardar secreto que prestaban los magos: «Enton-
ces abrían al pie del altar una trampilla de bronce
que daba a un pozo del que llegaba ruido de cade-
nas y forcejeos, seguido por los rugidos de un ani-
mal y un grito humano de agonía, y después... nada:
sólo un ;>ilencio sepulcral».
¿Tenían los magos un saber tan extraordinario
que valía la pena afrontar la tortúra y la muerte
con tal de poseerlo? ¿Existe realmente un saber
así? Hoy, científicos e historiadores nos dirían que
no. Sin embargo, los creyentes pueden replicar qué
el viaje del hombre por lo desconocido ha implica-
do siempre la búsqueda de poderes mágicos, y si
tales secretos aún no le han sido revelados al hom-
bre moderno, puede ser porque todavía no ha lle-
gado el momento de hacerlo.
21
23. Realidad y apariencia
Los antiguos poderes de los modernos chamanes
M UCHO de lo que hoy sabemos de la magia anti-
gua no procede de los estudios arqueológi-
cos, sino de investigaciones llevadas a cabo por los
antropólogos en ciertos grupos étnicos actuales. A
pesar de las diferencias entre las diversas culturas,
la magia que hoy practican esos grupos en todo el
mundo parece basarse en conceptos que no han
experimentado cambios importantes en el trans-
curso de más de veinticinco mil años. Temas tan
clásicos como el animismo, el miedo a los muertos
y los principios de las magias imitativa y contagio-
sa parecen ejercer sobre los hombres de algunos
pueblos africanos actuales una influencia tan pro-
funda como la que ejercían sobre los cazadores y
recolectores de Cro-Magnon.
En el fondo de tales creencias subsiste la con-
vicción d.e que dentro de todas las cosas, vivas o
inanimadas, habita un espíritu, invisible pero cons-
ciente, y con frecuencia muy poderoso. Así, cuando
un indígena brasileño mata un jaguar, no ha termi-
nado con la fiera; aún le falta aplacar al espíritu del
animal para evitar su posible venganza. Por la mis-
ma razón, un ashanti de Ghana no cortará un árbol
sin aplacar antes a su espíritu con ritos apropiados.
Un método casi universal de enfrentarse con las
multitudes de espíritus invisibles consiste en le-
vantarles altares o santuarios. Si se puede persua-
.,
~ 1• ••~.
dir a un espíritu para que se instale en uno de esos
lugares, es más fácil contener su poder, e incluso,
con un poco de suerte, el espíritu llegará a intere-
sarse por los asuntos de los constructores del san-
tuario. Así, en las montañas de Nueva Guinea, los
nativos suelen construir pequeños santuarios o
«Casas de espíritus», con alimentos dentro, junto a
sus pocilgas. Si ese lugar santo consigue atraer a
un nakondisi (espíritu del bosque). probablemente
los nakondisi acabarán por ayudar al que lo cons-
·truyó a guardar sus cerdos.
De los mil espíritus que pueblan el mundo de la
imaginación tribal los más omnipresentes y preo-
cupantes son los de los muertos (que, gracias a la
muy extendida creencia en la reencarnación, pue-
den ser también espíritus de los aún no·nacidós).
Para muchos pueblos muerte y vida casi se confun-
den. Sus aldeas están pobladas de generaciones de
fantasmas, a los que creen tan preocupados por los
asuntos de la comunidad corno antes de morir. En
realidad, la única diferencia importante que ven
entre los muertos y los vivos es que los muertos
son incorpóreos y, en algunas culturas, poseen
mayor poder mágico. Quien duda de la inmanencia
de los muertos, dicen los congoleños, es un insen-
sato: basta aplicar el oído a la tierra para oír el lú-
gubre redoblar de sus tambores.
En penumbra y envuelto en una sábana, un hechicero siux
(arriba) escucha, tendido en el suelo, el susurrar de los espí-
ritus que le guían.
Las pinturas faciales de este joven iniciado de los kisi libe-
rianos (arriba, izda.) leprotegen contra el mal.
Aldeanos de Mandefehufo, en Nueva Guinea (dcha.), provis-
tos de extrañas máscaras de barro, danzan la pantomima de
una batalla que al parecerganaron sus antepasados.
Aborígenes australianos, con pinturas ceremoniales, inter-
pretan una de sus complicadas danzas rituales. ,,,
24. No ha de sorprender, pues, que la persona a la
que se atribuye poder para tratar con el mundo de
los espíritus en nombre de la comunidad consti-
tuya un capital valioso, e incluso vital, para la so-
ciedad en que vive. Todo grupo étnico tiene una de
esas personas, llámese hechicero, sacerdote, ngan-
ga, houngan o chamán, palabra usada por los tun-
gusos de la Siberia oriental y adoptada por los
científicos modernos para designar a esos sacerdo-
tes tribales. El chamán de una comunidad es su
mago mayor, el que hace llover, cura, adivina, pro-
tege y se comunica con el mundo de los espíritus.
Sin él, la comunidad estaría perdida.
La mayoría de las prácticas de los chamanes
pertenecen a uno de los géneros tradicionales de
magia: la imitativa, como lanzar agua al aire a fin
de hacer llover, y la contagiosa, por ejemplo mal-
decir un pelo o cualquier objeto personal de un
enemigo para acarrearle algún mal. No hace mu-
chos años que el miedo a la magia contagiosa hizo
que los partidarios del rey africano de Bu'ganda de-
clinasen la sugerencia de enviarle a su exilio como
homenaje una almohada rellena con el pelo de sus
barbas, ante el peligro de que el regalo cayese en
manos de chamanes enemigos.
Tanto si una persona llega a ser chamán por he-
rencia, por aprendizaje o por haber dado muestras
espontáneas de su vocac1on, su poder se deriva
ante todo de su aparente capacidad para comuni-
carse con los espíritus, generalmente por medio de
un trance, durante el cual su cuerpo parece poseí-
do por un espíritu mágicamente convocado para la
ocasión.
Parte de esos poderes tienen explicación cientí-
fica. Por ejemplo, el análisis bioquímico de muchas
<le las hierbas utilizadas tradicionalmente por los
chamanes en sus curaciones ha revelado que se
trata de medicamentos extremadamente eficaces.
Una de esas plantas, Aloe vera, no falta en el reper-
torio de los actuales herbolarios, que la utilizan
para las quemaduras, mientras que los laborato-
rios farmacéuticos elaboran con ella ungüentos
contra las quemaduras del sol.
Más difícil de medir, y en último extremo más
intrigante, es la relación entre mente y cuerpo, re-
lación que los chamanes parecen haber compren-
dido siempre de modo instintivo y que la ciencia
moderna continúa explorando. Como pueden ates-
tiguar muchos psiquiatras, la mente tiene una ex-
traña capacidad para influir en los males físicos.
En la sociedad cerrada que es el clan, en la que
casi todos comparten la creencia en el poder del
chamán, tales fuerzas mentales invisibles contri-
buyen poderosamente a la eficacia de su «magia».
25. Realidad y apariencia
Vudú: El lado oscuro de la magia
T A sola palabra vudú evoca es.peluznantes imá-
L genes de muertos que andan, muñecas de
cera con alfileres clavados y extraños ritos de me-
dianoche en la espesura de las selvas haitianas.
Pero en el vudú hay algo más que maldad o simple
magia negra. Su forma originaria fue llevada en el
siglo XVI por los esclavos africanos a Haiti, donde
entró en contacto con la religión católica de los
propietarios de esclavos de la entonces colonia
francesa. El resultado fue que el vudú absorbió
muchas de las complejidades del catolicismo sin
perder nunca su naturaleza esencialmente pagana.
Como en tantas religiones de orientación mági-
ca, la idea esencial del vudú es que la realidad ente-
ra es una especie de fachada tras de la cual actúan
fuerzas espirituales mucho más importantes. Los
árboles pueden ser morada de espíritus poderosos;
enfermedad y muerte no son nunca algo fortuito,
sino castigos de origen divino o mágico, y un cruce
de caminos es un lugar de encuentro del hombre
con los espíritus.
El mundo de las divinidades del vudú está pre-
sidido por Legba, mediador entre el hombre y los
espíritus. Otros loa, o dioses importantes, son el
dios serpiente Damballah, fuente de virilidad y
fuerza; Erzulie, diosa del amor, los celos y la ven-
ganza, y Guede, quien, junto con ayudantes tan si-
niestros como el famoso barón Samedi, preside los
misterios de la muerte y la magia negra. Por debajo
de esos dioses hay divinidades menores, a veces
llamadas petro, y más abajo aún incontables espíri-
tus, entre ellos muchos que antes fueron humanos.
En el complicado ritual del vudú, los fieles invo-
can a esos loa y espíritus, esperando llegar a estar
poseídos por uno que les traiga buena suerte, los.li-
bre de una enfermedad, apacigü~ el alma de un
muerto, los preserve del mal, consagre a un sacer-
dote o preste algún otro servicio mágico.
La típica ceremonia vudú tiene lugar un sábado
por la noche en un houmfor, templo de la selva hai-
tiana. El houmfor suele estar compuesto por un pe-
queño edificio en el que se guardan reliquias sagra-
das, una dependencia rodeada de celosías y un pa-
tio o claro en la espesura donde se reúnen los fie-
les. Un sumo sacerdote llamado houngan (o mam-
bo, si e.s mujer) inicia las ceremonias en el exterior
con oraciones, conjuros y libaciones propiciatorias.
Dibuja en el suelo símbolos mágicos, los llamados
veves, especiales para el loa al que quiere convocar
esa noche. Los fieles empiezan a cantar y bailar y a
medida que crece su frenesí se ofrecen sacrificios a
los dioses, generalmente pollos o cabritos. Llegará
un momento en que, si todo ha ido bien, los cuer-
pos de algunos de los fieles se verán poseídos por
el loa. Estos posesos se retuercen sin poder domi-
narse, hablan con voces extrañas y a veces en len-
guas ininteligibles y acaban por caer al suelo. Será
la señal de que el loa ha concedido las peticiones
de sus fieles.
Pero es la cara oscura del vudú la que se ha he-
cho más popular en el mundo. Y es que este siste-
ma de creencias basado en el miedo tiene realmen-
te aspectos tenebrosos. Ciertas sociedades secretas
del vudú, conocidas como sectas rojas, no son aje-
nas a prácticas tales como el asesinato ritual, el ca-
nibalismo y la magia negra. Los hechiceros llama-
dos bokos cobran por invocar al barón Samedi
para que lance sobre los vivos maldiciones fatales
e incluso otras aún más temibles sobre los que aca-
ban de morir, porque éstos pueden ser convertidos
en zombis, cadáveres reanimados condenados a
servir para siempre a sus amos en calidad de escla-
vos inconscientes. Se dice que el difunto dictador
haitiano Fran9ois Duvalíer, alias «papa Doc», llegó
a recurrir a esta cara oscura del vudú para mante-
ner el dominio sobre ciertos estratos de la socie-
dad haitiana. Duvalier, a quien algunos creían
houngan por derecho propio, llamaba a su sinies-
tra policía secreta los tonton macoutes, nombre que
se da en Haití a los magos itinerantes. Enmascara-
dos por las gafas oscuras que jamás se quitaban en
público, sus rostros tenían realmente el anonimato
de las calaveras.
Aunque las creencias y prácticas mágicas del
vudú se hallan sobre todo concentradas en la isla
de Haití, se difundieron también en Estados Uni-
dos a través del comercio de esclavos, consiguien-
do su primero y más poderoso centro en Luisiana
en el siglo XVIII. A mediados del XIX, la influencia
del vudú era allí tan grande como para permitir a
una supuesta mambo, Marie Laveau, convertirse
en auténtica celebridad local, con el beneplácito
de blancos y negros. Desde Luisiana, Georgia y Ca-
rolina del Sur, el vudú se extendió hacia el norte, a
los guetos y barrios humildes de las grandes ciuda-
des industriales. Todavía en 1978, Hugh J. B. Cassi-
dy, antiguo jefe de policía del distrito 77 de Nueva
York, calculaba que en Brooklyn, en la zona Bed-
ford-Stuyvesant, había 30 houmfor secretos y ejer-
cían no menos de cien houngan y mambos.
¿Tiene efectos reales la magia del vudú? Al me-
nos en un sentido hay que reconocer que sí. En su
conocido estudio Voodoo Death, el fisiólogo de
Harvard Walter B. Cannon describía' el proceso
por el que un creyente en el vudú puede, si se cree
víctima de una maldición, hacerse a sí mismo mo-
rir de miedo. El shock autoinducido, que paraliza la
circulación y determina que los órganos vitales de-
jen de funcionar, faltos de oxígeno, puede ser pro-
vocado simplemente, según el doctor Cannon, por
el «funesto poder de la imaginación obrando a tra-
vés de un terror desenfrenado».
26. ..
Adeptos del vudú como este joven haitiano lo practican
para conseguirque sus almas sean poseídas por un loa o es-
píritu benévolo, y no caigan bajo el poder de algún malva-
do hechicero.
Esenciales en las ceremonias del vudú (dcha.) son el agua,
verdadero imán para los espíritus, y una maraca mágica,
adornada con cuentas, con la que el sacerdote puede domi-
nar las fuerzas primi(ivas.
Al pasar sus brazos por las llamas sin quemarse -aspecto
importante del rito de iniciación del vudú- , una danzarina
demuestra estar protegida por un loa favor4ble.
27.
28. f1
!
""r
El hombre primitivo creó impresionantes
estntcturas de tierra y piedra para honrar
a sus muertos y explorar los cielos.
SANTIJARIOS
DE TIERRA
también indicios de que esos impo-
nentes santuarios servían para fines
más extraños, idea que ha fascinado a
los observadores durante siglos.
Nos hablan de mitos y leyendas,
de una época anterior a la his-
toria escrita, cuando el hombre trata-
ba de llegar a lo desconocido y emi-
nente a través de lo tosco y familiar.
Se encuentran en todos los lugares de
la Tierra, como antiguos productos de
culturas dispares. Su grandeza adopta
formas magníficamente variadas, repi-
tiendo y reinterpretando la geometría
de la propia naturaleza. Son los im-
presionantes pilares de Stonehenge,
dispuestos en un gran círculo sobre el
llano de Salisbury; el «regimiento de
piedras» que se diría congelado en su
marcha neolítica a través de Bretaña;
los grandes montículos de tierra que
Esta efigie de Antioco !, escul-
pida hace dos mil años, se ha-
lla en Turquía.
Los investigadores modernos, al
haber datado con mayor precisión la
mayoría de esas obras, han formulado
también nuevas teorías acerca de sus
orígenes, sus posibles fines y sus crea-
dores. Estudios llevados a cabo en
nuestro siglo han demostrado con ra-
zonable convicción que muchos de los
grandes anillos de piedra de las islas
Británicas, de los que Stonehenge es
sólo el más famoso, fueron, entre
otras cosas, primitivos observatorios
astronómicos. Afirmaciones semejan-
surgen del suelo como pirámides egipcias en el va-
lle del Mississippi o las grandes líneas de Nazca,
que se extienden sin interrupción a través de kiló-
metros de desierto y terrenos abruptos en el sur
del Perú.
¿Qué antiguos pueblos construyeron esos «San-
tuarios de tierra» y con qué fin? ¿Esperaban tras-
cender con sus empresas la corta vida concedida al
hombre prehistórico o acaso ordenar el mundo
que veían en torno suyo? Muchas de esas compli-
cadas obras de tierra parecen haber servido como
centros de enterramiento y ceremonia, cuyas es-
tructuras fueron modificadas por generaciones su-
cesivas de acuerdo con sus necesidades. Pero hay
La alineación de algunas de sus grandes piedras con la sali-
da del Sol en el solsticio de verano indica uno de los posibles
usos de Stonehenge, construido por agricultores neollticos
hace más de cuatro mil años.
tes se han expuesto a propósito de los alineamien-
tos en cuadrícula, formados por unas tres mil pie-
dras, de Carnac (Francia), y de las ruedas mágicas
de los indígenas de Norteamérica. Las observacio-
nes aéreas de inmensas obras pictográficas de ese
tipo -observaciones imposibles antes de este si-
glo- suscitan todavía otra preocupante cuestión.
¿para quién creó el hombre primitivo esas extraor-
dinarias imágenes de tierra y piedras, sólo visibles
en su totalidad desde el cielo?
Entre las múltiples construcciones de esa espe-
cie, las estructuras megalíticas, las más familiares y
hasta hoy las mejor estudiadas, son probablemente
también las más antiguas. Se encuentran megali-
tos, palabra que procede del griego y significa
«grandes piedras», en Japón, Ja India y Cerdeña.
Pero su mayor concentración -unas 50.000 cons-
trucciones independientes- se halla en una ancha
franja que se extiende desde Escandinavia hasta
Italia pasando por las islas Británicas. Algunos de
27
29. Dibujos geométricos (dcha.) muy parecidos a los del neolíti-
co británico cubren las paredes de este pasadizo de un tú-
mulo sepulcral prehistórico en una isla bretona.
Formados en hileras que se extienden a lo largo de 800 me-
tros entre los restos de dos círculos de piedras, los 3.000
menhires de Carnac (abajo) disminuyen gradualmente de
altura, desde 6 m hasta 60 cm
estos megalitos datan de unos cinco mil años antes
del nacimiento de Cristo y más de dos mil antes de
la construcción de la Gran Pirámide de Giza. Sin
embargo, fueron proyectados y erigidos por hom-
bres del neolítico, en apariencia simples agriculto-
res que construían y araban sin conocer la rueda y
cuya vida era tan corta -menos de treinta y seis
años para los hombres y treinta para las mujeres-
que ningún proyecto constructivo de envergadura
comenzado en vida de un hombre podía ser termi-
nado por su hijo o su nieto. ·
A efectos de la investigación, esos monumentos
de piedra se dividen en dos grandes categorías: los
dólmenes y los menhires o piedras enhiestas. Los
dólmenes son como casas de naipes levantadas con
grandes piedras y cubiertas a veces por montículos
de tierra. Tales cámaras primitivas varían en tama-
ño desde pequeños recintos con tres losas laterales
cubiertas por otra hasta enormes bóvedas forma-
das con gran número de piedras, como el dolmen
de Bagneux, en el oeste de Francia. Esta gran cá-
mara, de 18,5 metros de longitud y 6 de anchura,
está formada por 13 losas verticales cubiertas pur
cuatro grandes piedras, la mayor de las cuales pesa
86 toneladas, es decir, como una ballena azul de ta-
maño medio. Un almirante inglés calculó que hicie-
ron falta al menos tres mil hombres para colocarla
donde está situada.
La mayoría de los dólmenes parecen haber sido
sepulturas colectivas, al igual que los túmulos que
salpican el campo británico sirvieron un día como
cementerios tribales o familiares para el pueblo de
Windmill Hill, antiguo grupo neolítico. Hasta 300
cuerpos han llegado a encontrarse amontonados
caóticamente dentro de un solo dolmen, lo que pa-
rece indicar que la tumba era abierta a intervalos
para recibir nuevos cadáveres.
Sin embargo, no todos los dólmenes contienen
x:estos humanos, y algunos especialistas sospechan
que ciertas cámaras eran utilizadas como templos
funerarios más que como sepulturas. El hallazgo
de dólmenes-tumba en desorden y el descubri-
miento de cráneos rotos en cierto número de ellos
ha suscitado truculentas especulaciones sobre sa-
crificios humanos y canibalismo. No obstante, hay
explicaciones más sencillas, pues el hombre pre-
histórico creía probablemente que el espíritu del
cuerpo habitaba en la cabeza, por lo que cualquier
forma de ruptura ceremonial del cráneo puede ha-
ber sido respetuosa y destinada sólo a liberar el es-
píritu del muerto.
El segundo tipo de monumento megalítico, el
r.nenhir -una sola piedra plantada verticalmen-
28
30. Este dolmen o cámara de pieqra de Essay es uno de los
4.000 existentés en Francia. Del estilo más típico, grandes
megalitos soportan el peso de enormes dinteles.
Los dibujos en copa y anillo que se encuentran en Gran Bre-
taña y Francia se repiten a mayorescala en este laberinto de
piedra y vegetación (abajo, izda.) existente en la isla sueca
de Gotland
te-, aparece asociado con menor frecuencia a los
enterramientos en masa, aunque probablemente
servía también como tótem del ciclo vital. A veces
los menhires aparecen aislados o muy dispersos,
como el Gran Menhir Brisé de Locmariaquer, en
Francia. Este impresionante bloque de 340 tonela-
das tenía una altura de 18 metros cuando estaba
intacto. Es más frecuente que los menhires se ha-
llen agrupados en círculos o anillos, los llamados
henges, como en Stonehenge o en Avebury, 29 kiló-
metros al nordeste. Las islas Británicas contienen
más de novecientos de esos círculos de piedra, to-
dos de dimensiones diferentes.
El misterio de esos anillos ha exacerbado la
imaginación humana durante siglos. En la Edad
Media, cuando ésas piedras debían de resultar más
imponentes al sobresalir más del terreno, se las
consideró dotadas de poderes malignos y benéfi-
cos, estos últimos curativos y fecundantes. Se dice
que las brujas celebraban sus aquelarres en torno
a ellas. Jóvenes doncellas en busca de fecundidad
se deslizaban desnudas por esas piedras, que en
Bretaña untaban de miel o aceite pára suavizarlas.
En una violenta reacción contra la profusión de
tales costumbres paganas, las autoridades cristia-
nas trataron de desmitificar los menhires. Los
arrancaron para incorporarlos a la piedra de sus
iglesias, y en ciertos casos los círculos de tierra y
piedras fueron ocupados por monumentos y vi-
viendas cristianos. También, en una curiosa aplica-
ción de los hábitos inquisitoriales, la Iglesia fomen-
tó la flagelación y mutilación rituales de los menhi-
res. En el siglo XVIII tuvieron lugar en Avebury ce-
remonias de destrucción presididas por un granje-
ro llamado Robinson y al que llamaban Matapie-
dras. Tan extravagantes peregrinaciones fueron
presenciadas por el doctor William Stukeley, cléri-
go e historiador aficionad0 que las calificó de «Vi-
sión tan terrible como la de un auto de fe español».
No obstante, fue el doctor Stukeley quien popu-
larizó el mito más persistente que rodea a los men-
hires. «Los círculos de piedra -escribía- fueron
erigidos como templos por los druidas, los sumos
sacerdotes de los pueblos celtas que vivieron en
las islas Británicas y la Europa occidental siglos
antes de Cristo.» Otra teoría duradera acerca de
los megalitos fue la propuesta más reciente.mente
por Alfred Watkins, un acaudalado cervecero in-
glés, entusiasta arqueólogo aficionado. En el vera-
no de 1921, Watkins recorría a caballo su Hereford-
shire natal cuando le asaltó una intuición. Como ha
escrito uno de sus discípulos, «la barrera del tiem-
po se fundió y Watkins vio, extendida por todo el
29
31. Las volwas de esta camara sepulcral de Ne1Vgrange (Irla11-
da) reaparecen en muchos megalitos británicos. Dentro de
la tumba hay un segundo dibujo visible una vez al afio,
cuando en él incide el sol del solsticio de invierno.
país, una telaraña de líneas que unían los santos lu-
gares de la antigüedad. Túmulos, viejas piedras,
cruceros, iglesias alzadas sobre solares precristia-
nos, árboles legendarios, fosos y fuentes sagradas
aparecían formando alineamientos exactos».
Watkins dio a esas rutas prehistóricas el nom-
bre de «antiguos caminos rectos» o leys, este últi-
mo porque la palabra ley aparece en muchos viejos
topónimos. En 1925, Watkins, que contaba ya se-
tenta años, publicó su teoría en un libro, The Old
Straight Track, y pronto millares de entusiastas
hormiguearon en torno a los megalitos y vestigios
antiguos en busca de leys.
Por absurdas que algunas de estas teorías pue-
den parecer hoy, no es sorprendente que fuesen
admitidas, pues las pruebas arqueológicas disponi-
bles eran escasas y la mayoría de los especialistas
creían que los habitantes prehistóricos de Gran
Bretaña y Europa occidental eran simples agricul-
tores primitivos, lo que les inducía a pensar que el
genio necesario para levantar los megalitos tenía
que proceder de las más adelantadas civilizaciones
del mundo mediterráneo.
En ese estado permaneció la cuestión hasta
bien entrado nuestro si~lo, sin grandes cambios
desde la época en que Daniel Defoe, dos siglos an-
tes, escríbía de los megalitos: «Todo lo que pode-
mos saber de ellos es que ahí están». Sin embargo,
en las últimas tres décadas los investigadores han
empezado a revelar los secretos de esos santuarios
de piedra, para asombro de teóricos aficionados y
de arqueólogos.
Gran parte de la moderna investigación se con-
30
centró en Stonehenge, y, a partir de 1950, una déca-
da de excavaciones -las primeras a gran escala en
el lugar-, demostraron que el monumento había
sido construido en el transcurso de más de mil
años y en tres fases diferentes, cada una de las cua-
les supuso un esfuerzo extraordinario.
Tras la excavación de Stonehenge, los avances
en las técnicas de datación por radiocarbono facili-
taron un descubrimiento aún más sorprendente:
esas construcciones se habían iniciado hacia el año
2700 a. JC. Revisiones semejantes dataron los me-
galitos europeos hasta en el año 5000 a. JC. Se llega
así a la conclusión de que los megalitos son ante-
riores a las legendarias pirámides y otros monu-
mentos mediterráneos, y que fueron los pueblos de
Europa occidental, esos primitivos agricultores
descartados por anteriores arqueólogos, quienes
los construyeron sin ayuda de consejeros egipcios
o griegos.
Además, llevaron a cabo una hazaña de ingenie-
ría aún más asombrosa en Avebury, a sólo 29 kiló-
metros al nordeste de Stonehenge. Allí se encuen-
tra el mayor círculo de piedras del mundo, que, en
palabras de John Aubrey, su descubridor durante
una cacería de zorros en 1649, «Supera tanto a Sto-
nehenge como una catedral a una vulgar iglesia pa-
rroquial».
Avebury mezcla túmulos y menhires en una fa-
bulosa estructura, pero su rasgo más impresionan-
te, que se aprecia mejor desde el aire, es el gran
foso en talud que la circunda, y que la convierte en
un hito importante del paisaje. Dentro de ese enor-
me perímetro, de casi cuatrocientos metros de diá-
metro, se encuentran las piedras «Supervivientes»
de dos círculos más pequeños (en cualquiera de los
cuales cabe de sobra Stonehcnge) y la mitad sep-
tentrional de un pueblo que ha ido formándOsf. ~n
los tres últimos siglos. Kilómetro y medio al sur del
círculo se alza una construcción con él relacionada
y aún más enigmática, llamada Silbury Hill. Su
enorme tamaño (tiene más de 150 metros de diá-
metro y 40 de altura) sugiere que pudo haber sido
el sepulcro de un jefe importante, función que lo
relacionaría con los grandes túmulos cónicos de
los indígenas norteamericanos, aunque las excava-
ciones en el túmulo inglés no han permitido hallar
restos humanos.
Los historiadores han tenido más suerte con las
principales obras de Avebury. El lugar es rico en
vestigios arqueológicos que indican claramente su
uso prolongado como importante centro religioso
y cívico. En su libro sobre Avebury, el historiador
inglés Aubrey Burl se hace eco de las palabras que
reverberan en todas las exploraciones serias de an-
tiguos santuarios de tierra: «Muerte y regeneración
son el leitmotiv de Avcbury - escribe-. El mundo
neolítico era un lugar lleno de espíritus y símbolos,
en el que un puchero roto deliberadamente asu-
mía una nueva existencia tan real como la que aca-
baba de abandonar. Era un mundo en el que los
muertos eran necesarios y vida y muerte no esta-
ban separadas, sino que eran reflejo una de otra».
La construcción de Avebury abarcó un período
32. Avebury, el mayor de los grandes círculos de piedras británi-
cos, antecede en quinientos años al primero de los erigidos
en Stonehenge. Dentro de sus 11,5 hectáreas, delimiladas por
un foso de más de seis metros de profundidad y 21 de anchu-
de quinientos años (unas veinte generacion_es neo-
líticas), época en que la población de la región fue
aumentando y el lugar se convirtió en importante
centro de culto religioso mientras sus habitantes
prosperaban. El deseo de las gentes de Stonehenge
de poseer un centro propio debió de ser imperio-
so, pues construyeron un santuario claramente di-
ferenciado, con un costo aún mayor de tiempo y vi-
das. El secreto más importante que los estudios de
Stonchenge nos revelan puede ayudar a explicar
por qué los agricultores locales pusieron tanto
afán en tallar y disponer en círculos sus piedras.
Una de sus claves la había proporcionado en 1740
el doctor William Stukeley, el clérigo que populari-
zó el mito de los druidas. Este obseryó que el eje
de la estructura apuntaba precisamente al nordes-
te, al lugar por donde salía el Sol el 21 de junio,
solsticio de verano. el día más largo del año. Inves-
tigadores posteriores hallaron pruebas de otros ali-
neamientos semejantes. pero fue un astrónomo
norteamericano nacido en Inglaterra, Gerald S.
Hawkins, quien formuló una teoría completa del
significado astronómico de Stonehenge. En Stone-
henge Decoded, publicado en 1965, Hawkins argüía
que prácticamente todas las piedras estaban situa-
das de modo que proporcionaban visuales de la sa-
lida y la puesta del Sol en fechas clave, tales como
los solsticios de verano e invierno. Utilizando una
computadora, Hawkins llegó a la conclusión de
que Stonehenge era nada menos que un observato-
rio prehistórico provisto de un tosco mecanismo
de cálculo: los 56 misteriosos hoyos, repartidos por
la parte interna del talud que rodea Stonehenge y
ra, quedan, junto a una aldea, restos de dos anillos del tama-
ño del de Stonehengé. El foso circular tiene un misterioso sa-
télite: Silbury Hill (en el ángulo superior dcha. de la foto),
montículo de tierra de 40 metros de altura.
conocidos por los hoyos de Aubrey, en recuerdo
de John Aubrey, el inglés que los descubrió en el si-
glo XVII. Según la teoría de Hawkins, trasladando
señales de piedra o madera de hoyo en hoyo, los
antiguos astrónomos pudieron seguir el curso de la
Luna y predecir los eclipses.
El libro de Hawkins molestó mucho a los ar-
queólogos. No obstante, empezaron a surgir
apoyos a su tesis, aunque no a todos sus detalles.
El astrónomo más famoso de Inglaterra, Fred Hoy-
le, hizo sus propios cálculos sin computadora y
convino en que Stonehenge era realmente un ob-
servatorio. Incluso secundó la idea de que los agu-
jeros de Aubrey permitían predecir los eclipses de
Luna. Los hoyos -sostenía Hoyle- representa-
ban la ruta del Sol, mientras que las señales situa-
das en ellos querían representar el Sol, la Luna y
ciertos puntos de la órbita lunar. «Tuvo que ser
obra de un auténtico Newton o Einstein -escribía
Hoyle-; pero ¿por qué no?»
S'tonehenge no fue en modo alguno el único
monumento investigado por los partidarios de la
teoría astronómica. En los primeros años de la dé-
cada de los treinta, un escocés práctico e incansa-
ble, Alexander Thom, profesor honorario de inge-
niería en Oxford, inició un meticuloso estudio so-
bre el terreno de los megalitos británicos, con re-
sultados aún más sorprendentes. Durante cuarenta
años estudió más de seiscientos círculos y alinea-
mientos de piedras en Gran Bretaña y Europa occi-
dental, en un intento de demostrar que todos ellos
habían sido dispuestos para facilitar el estudio del
Sol, la Luna y las estrellas. Thom halló que el típico
31
33. menhir venía a ser una especie de mira de piedra
que, alineada con algún accidente natural del hori-
zonte, como un pico o barranco, apuntaba a un
acontecimiento celeste de importancia. En el des-
concertante caso de las 3.000 piedras de CéM'nac, en
Francia, Thom descubrió alineamientos que pare-
cían formar una especie de papel cuadriculado so-
bre el que los astrónomos prehistóricos podían ha-
ber señalado las posiciones de los cuerpos celestes,
aunque esta teoría es la menos compartida. Thom
postuló también el uso por los ingenieros megalíti-
cos de una unidad de medida de 2,75 pies (83 cm)
a la que llamó «yarda megalítica». La forma de los
anillos de piedras -verdaderos círculos unos,
otros elipses- sugirió a Thom que sus constructo-
res conocían también una geometría rudimentaria.
La obra de Thom, Hawkins y otros ha sentado
las bases de una nueva ciencia, la astroarqueología,
que explora los conocimientos astronómicos de los
pue)los antiguos. Las pruebas de ese saber resul-
tan hoy tan evidentes que son aceptadas por un
creciente número de especialistas, incluido Ri-
Stonehenge, el más famoso de los círculos megalíticos, es
producto de mil años de esfuerzos. Comenzó como una gran
zanja circular y al menos tres monolitos, uno de los cuales, la
chard Atkinson, el experto en Stonehenge, que ya
no las considera disparatadas y se ha convertido
en un entusiasta de la astroarqueología. Los mega-
lítos, escribe el astrónomo E. C. Krupp, «son prue-
bas mudas pero elocuentes del gran interés que
por el cielo y los astros sintieron nuestros antepa-
sados. Suponen el mismo tipo de compromiso que
nos ha hecho llegar a la Luna, y a nuestras naves
espaciales a la superficie de Marte».
Las espectaculares creaciones del pueblo neolí-
tico atlántico no se limitaron a piedras y túmulos.
El asombroso Caballo Blanco de Uffington, de 110
metros de longitud, galopa por la ladera de una co-
lina en el oeste de Inglaterra, con sus relucientes
contornos formados hace unos dos mil años, arran-
cando cuidadosamente la tierra vegetal para dejar
al descubierto el terreno cretáceo subyacente. ¿y
por qué un caballo blanco, una de las varias efigies
de su tipo que salpican el paisaje británico? ¿Es un
símbolo, un lugar sagrado o solamente una mues-
tra de arte depurado?
La mayoría de las inquietantes preguntas ar-
Heel Stone, alinea aproximadamente el centro con la salida
del Sol en el solsticio de verano. El monumento hoy existente
sustituyó a un doble círculo de megalitos.