La década pasada, el avance de los gobiernos progresistas en la mayor parte del continente hizo posible pensar en una transformación social genuina que partiera del Estado. Unos años después, se han reforzado las contradicciones por la imposibilidad de romper con un modelo económico basado en la exportación a gran escala de materias primas.
Proyecto por la Regionalización y la Función Municipal
Dudas y desafíos de las izquierdas latinoamericanas
1. Dudas y desafíos de las izquierdas latinoamericanas
Texto: Nazaret Castro. Ilustraciones: Diego Estebo.
Revista Números Rojos: http://blogs.publico.es/numeros-rojos/
La década pasada, el avance de los gobiernos progresistas en la
mayor parte del continente hizo posible pensar en una transformación
social genuina que partiera del Estado. Unos años después, se han
reforzado las contradicciones por la imposibilidad de romper con un
modelo económico basado en la exportación a gran escala de
materias primas.
En la última mitad de la pasada década, las izquierdas
latinoamericanas vivían su momento de esplendor. En pocos años,
subieron al poder en América del Sur tres mujeres, un indígena, un
exsindicalista, un religioso de la Teología de la Liberación y un
exguerrillero. Se abría un horizonte de posibilidades para la
transformación social desde el Estado.
En Argentina, Néstor Kirchner tuvo la osadía de enfrentarse al Fondo
Monetario Internacional, ese que había impuesto en todo el
continente las políticas neoliberales de ajuste que en los años 90
dejaron un rastro de desigualdad, miseria y aumento de la
criminalidad. En Ecuador, Rafael Correa logró desestimar la deuda
ilegítima de su país con grandes dosis de arrojo y lucidez. En el
maltrecho Paraguay, Fernando Lugo parecía una luz de esperanza
después de tantas décadas de oscuridad. Por no hablar de
personalidades definidas por un carisma irrepetible, como el brasileño
2. Lula da Silva, el venezolano Hugo Chávez o el presidente uruguayo
Pepe Mujica.
Apenas cinco años después hay luces, sombras y visos de
incoherencia en muchos de esos Gobiernos, que, pese a todo, se
mantienen en el poder. Uruguay, un pequeño país entre gigantes al
que muchos llamaron la Suiza de América Latina, sirve de metáfora:
pese a su coherencia y honestidad irrefutables, los discursos que
Mujica ha lanzado en las cumbres internacionales a favor de otro
trato hacia la naturaleza y entre los hombres, no han podido evitar
que su país se sume al carro de lo que el intelectual uruguayo
Eduardo Gudynas denomina “nuevo extractivismo”. Se refiere
Gudynas al fenómeno por el que en los últimos años los países
latinoamericanos han vuelto a apostar por la exportación de
materias primas para sostener la economía. No pocos
intelectuales se refieren a la reprimarización de las economías
latinoamericanas, incluso en los países con mayor peso industrial,
como Brasil.
Al calor del aumento del precio de los commodities, como el oro o la
soja, Gobiernos neoliberales y progresistas se han unido al carro del
extractivismo. Es lo que la investigadora argentina Maristella Svampa
llama el “Consenso de losCommodities”. La diferencia entre unos y
otros no es menor: Gobiernos como los de Correa, Chávez y Evo
Morales han aumentado ostensiblemente las regalías que
cobran a las multinacionales, y con ese dinero financian sus
políticas sociales de redistribución de los ingresos. Los índices de
pobreza mejoran, pero se sigue profundizando en el modelo de
saqueo y expolio que tiene en América Latina una historia prolongada
y sangrienta.
Lula zanjó el asunto al decir que “no es malo exportar commodities
cuando el precio está bien; es malo cuando el precio está bajo”. Pero
no todos están de acuerdo con este análisis. No lo están, desde
luego, las comunidades campesinas e indígenas que son directamente
afectadas por los proyectos mineros, petrolíferos e hidroeléctricos, o
por el avance del agronegocio destinado a la exportación. En Bolivia o
Ecuador, donde los Gobiernos se sostienen por sus bases populares e
indígenas, las contradicciones son aún más extremas.
La fallida iniciativa Yasuní ITT, por la que el Gobierno ecuatoriano
pretendía salvaguardar la selva amazónica de los efectos de la
explotación petrolífera, ilustra este dilema. Ecuador se comprometió a
salvaguardar el parque natural amazónico de Yasuní si conseguía, a
través de un sistema de donaciones internacionales, la mitad del
dinero que esperaba obtener de la explotación petrolífera. La
propuesta no avanzó, probablemente por la falta de solidaridad
internacional, pero también por la ausencia de voluntad política de
3. Correa. Eso es al menos lo que le reclaman organizaciones sociales
como Acción Ecológica o el Observatorio Latinoamericano de
Conflictos Ambientales (OLCA).
El caso es que los movimientos sociales que se alzan contra los
proyectos extractivistas son cada vez más numerosos en todo el
continente, sin distingos de los colores políticos del Gobierno. Y, sin
reformas estructurales en el tejido productivo que garanticen un
mayor valor agregado a las exportaciones latinoamericanas, sigue
siendo pan para hoy y hambre para mañana. La maldición de la
abundancia, en palabras del economista ecuatoriano Alberto Acosta,
que se desmarcó de Correa por el rumbo extractivista que tomó su
política económica.
En Ecuador y Bolivia, el discurso de los gobernantes gira en torno al
respeto a la naturaleza y lo que los pueblos andinos llaman el ‘Buen
Vivir’. En consonancia con ese principio, Ecuador incluyó los ‘derechos
de la naturaleza’ en la Constitución de 2008; cinco años más tarde,
Rafael Correa clamaba contra el ‘infantilismo’ de los ecologistas. Esa
es la encrucijada del llamado “socialismo del siglo XXI”. Lo mismo
vale para Venezuela: el chavismo nunca logró desprenderse
del carácter rentista de una economía que vive del
petróleo. Pero el cambio parece difícil: a estos Gobiernos, mucho
más que modificar a largo plazo la estructura productiva, les importa
la redistribución, asegurada por la venta de commodities. Gudynas
sugiere que, de este modo, los Gobiernos se aseguran una clientela
que vive de esas ayudas asistencialistas y conforma la base de su
electorado.
4. La izquierda ‘civilizada’
En otros países, la retórica de la izquierda en el poder fue más
moderada. Es el caso de Brasil o Chile, presentadas en Europa como
la izquierda ‘civilizada’. Aquí, las reformas han sido más limitadas.
Lula logró la hazaña de ser querido por igual en los foros de Davos y
Porto Alegre: contentó a las capas populares, pero no tocó los
intereses de las elites económicas. Su sucesora, Dilma Rousseff,
aseguró que pondría freno al poder financiero y rebajaría los
intereses bancarios, que llevan años alrededor del 11%. No lo
consiguió. Y los intereses drenaron más de 80.000 millones de euros
del presupuesto público en 2013.
Con todo, las políticas asistencialistas del lulismo han logrado
una mejoría incuestionable de la vida de millones de
personas: que se les pregunte si no a los brasileños, sobre todo del
Nordeste, que han visto cómo sus vidas daban un vuelco gracias a los
subsidios de la llamada “Bolsa Familia”. Las cotas raciales en la
universidad pública avanzan también cambios de fondo que se verán
solo en las próximas generaciones. A la izquierda del Partido de los
Trabajadores (PT), algunos movimientos sociales llevan tiempo
advirtiendo del riesgo de que el lulismo capture las iniciativas más
transformadoras. No pareciera así a la luz de las masivas
manifestaciones en contra del pasado Mundial de Fútbol o, más bien,
de los abusos de una FIFA que impone sus intereses sobre el de los
pueblos.
Aún más críticos se muestran los movimientos sociales con la
izquierda política chilena, la Concertación encabezada por Michelle
Bachelet. La mandataria, elegida para un segundo mandato en
diciembre de 2013, prometió en campaña acometer reformas de gran
calado que aseguran un mandato más progresista: reforma tributaria,
educativa e incluso, constitucional. No por eso los movimientos
sociales, con los estudiantes al frente, dejan de ser escépticos con
una izquierda política que, para algunos, “fue cooptada por las
multinacionales en la transición”, como afirma Lucio Cuenca, director
del OLCA. En Chile, una tendencia es clara: cada vez más gente
exige al Gobierno que recupere los servicios públicos que se
privatizaron con la dictadura de Pinochet.
Más ambiguo es el caso de la Argentina de los Kirchner, donde, a
menudo, el discurso ha sido más radical que las políticas. Es cierto
que Néstor Kirchner se enfrentó al FMI y que se han impulsado
políticas asistencialistas de gran impacto social, pero el Gobierno no
se ha enfrentado a los intereses de la megaminería y de la soja. Las
multinacionales mineras siguen disfrutando del idílico marco legal que
diseñó a su medida el Gobierno neoliberal de Carlos Menem. La soja
sí deja en el país jugosas divisas, pero la frontera del agronegocio se
5. amplía a costa de los pequeños campesinos y las poblaciones
indígenas. Mientras los cordobeses se manifiestan contra la
multinacional agroquímica Monsanto y los indígenas Qom denuncian
las amenazas que sufren para abandonar sus territorios en el noreste
argentino, la Casa Rosada, sede del Gobierno argentino, mira hacia
otro lado.
Sin embargo, con todos sus claroscuros, nadie puede negar a
estos Gobiernos el mérito de haber frenado las políticas
neoliberales que provocaron un aumento sin precedentes de la
desigualdad y la pobreza en los años 90, y haber conseguido logros,
espectaculares o tímidos según los países, que revierten esa
tendencia. Todos ellos han aumentado el gasto social, si bien el punto
de partida era muy dispar: en 2005, el gasto público social era en
Ecuador del 5% del PIB, frente al 20% en Argentina o Uruguay.
Los avances sociales son tan espectaculares que ni siquiera los
partidos de derecha están dispuestos a proclamarse abiertamente en
contra de las políticas de redistribución de la renta. En una Venezuela
agitada tras la muerte de Hugo Chávez, el opositor Henrique Capriles
se presenta como “moderado” y critica que el presidente Nicolás
Maduro “se ha aburguesado”. En Brasil, Aécio Neves, el principal rival
de Rousseff, se comprometió a “seguir y mejorar” las políticas
vigentes. A lo largo y ancho del continente, aunque con sonoras
excepciones como el uribismo en Colombia, las derechas
latinoamericanas huyen totalmente de la etiqueta de
“derecha”.
Quieren desvincularse del neoliberalismo, que se recuerda en la
memoria popular como el gran responsable de la violencia económica
y social que supusieron en todo el continente las políticas de ajuste
promovidas por el FMI. Por eso habla la escritora Grace Livingstone
de “el conservadurismo avergonzado”. Un ejemplo: contrariado por la
moderación ideológica que Sebastián Piñera mostró durante su
mandato presidencial en Chile (2010-2014), el ex ministro de
Economía de Pinochet, Hernán Büchi, le reprochó: “Nada nos obliga a
comportarnos como una derecha avergonzada”. Se ve que algo sí: el
temor del castigo de las urnas.
6. Los retos pendientes
El problema es que la redistribución es un parche, y genera
problemas adicionales –como el clientelismo o la corrupción–. Las
políticas asistencialistas son necesarias para enfrentar las
emergencias sociales, pero a largo plazo, el horizonte debe ser
modificar la distribución primaria de la renta. Y, con el avance del
modelo extractivista, que desplaza a comunidades rurales forzadas a
engordar las favelas, villas miseria y periferias de las ciudades
latinoamericanas, eso parece hoy muy lejano.
Escribe Pablo Stefanoni, jefe de redacción de la revista
argentina Nueva Sociedad, que hemos asistido a la “lulización’ de la
izquierda latinoamericana”. La “etapa heroica” queda atrás y deja
lugar al pragmatismo y el neodesarrollismo que tan buenos
resultados le dio el ‘lulismo’ a Brasil. Salvo grandes sorpresas, las
7. próximas citas electorales confirmarán la consolidación de
esos Gobiernos en buena parte de los países suramericanos. Y
sin embargo, hay otros en los que la izquierda parece estar vetada:
en Perú, Ollanta Humala ha sido continuista con las políticas
neoliberales y las corruptelas del llamado “capitalismo de amigotes”.
En Colombia, la represión ha acabado durante décadas con cualquier
atisbo de amenaza real desde las izquierdas: en los 80, los militantes
de la Unión Patriótica fueron objeto de una persecución mortal que
aniquiló el movimiento. En Paraguay, un golpe de Estado fáctico
acabó con Fernando Lugo por colocar la reforma agraria en su
agenda.
Tal vez por eso, porque la derecha más recalcitrante aguarda cargada
de razones militares y oligopolios mediáticos, Evo Morales renunció a
avanzar la redistribución de la renta y tranquilizó a las elites del
agronegocio con quitas impositivas, así como Lula supo calmar la
inquietud de las elites económicas brasileñas. Tal vez es que, como
dice la socióloga boliviana Silvia Rivera Cusicanqui, no es posible
superar el capitalismo desde dentro del Estado-nación típicamente
burgués. O quizá, como sugiere el intelectual uruguayo Raúl
Zibechi, es que no se trata de tomar el poder estatal, sino de
seguir haciendo política desde abajo, como ya lo están haciendo
los movimientos sociales, para “dispersar el poder”.
Ahí están experiencias tan genuinas como el zapatismo en Chiapas y
el Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST) en Brasil.
O las resistencias que, cada día, se movilizan contra los
emprendimientos extractivos. Pese a las amenazas y los desafíos,
América Latina sigue siendo un laboratorio de las izquierdas repleto
de luces de esperanza.
Glosario
Clientelismo político. Supone un intercambio extraoficial de
favores: a menudo, la concesión de beneficios sociales a cambio de
apoyo electoral.
Neodesarrollismo. Corriente que actualiza el desarrollismo, una
teoría económica muy vigente en los años 60 en América Latina.
Postula la necesidad de los países periféricos de industrializarse, dado
el deterioro de los términos de intercambio en el comercio
internacional; es decir, si las materias primas están subvaluadas, una
economía primarizada reproduce el desarrollo y amplia la brecha
centro-periferia.
Extractivismo. Refiere a aquellas actividades que remueven grandes
volúmenes de recursos naturales y se exportan con escaso o nulo
valor agregado. Las actividades extractivas se definen por su
8. intensidad y escala: abarcan la minería y la extracción petrolífera,
pero también el agronegocio, la industria forestal o la pesca.
Populismo. Corriente ideológica que sostiene la reivindicación del rol
del Estado como defensor del interés general a través del
intervencionismo estatal. Su empleo peyorativo lo asocia a
demagogia… sobre todo en la prensa europea.
Buen vivir. Concepto tomado del ‘sumak kawsay’ quechua o el
‘suma qamaña’ aymara. Es una cosmovisión ancestral que busca el
equilibrio y armonía con la naturaleza, la idea de “tomar solo lo
necesario” para que la Madre Tierra perdure y poder vivir en plenitud.
Capitalismo de amigotes. El término procede del inglés ‘crony
capitalism’. La estructura productiva se articula en torno a la captura
de rentas por parte de unas elites: la corrupción no es coyuntural,
sino estructural.