El documento proporciona un resumen de un estudio sobre sobrevivientes de abuso sexual en la infancia. El estudio encontró que el 55% de los casos atendidos en un programa involucraban sobrevivientes de abuso infantil, y que la mayoría de las víctimas eran mujeres (86%) agredidas a una edad promedio de 6 años, principalmente por familiares masculinos como hermanos mayores o tíos. El abuso a menudo ocurrió repetidamente en el hogar de la víctima o el agresor y tuvo efectos psicol
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Abuso sexual en la infancia
1. Informe preliminar sobre algunos
aspectos de la investigación en
sobrevivientes de abuso sexual en la
infancia
Ruth González Serratos*
La humanidad es ultrajada en mí y conmigo...No debemos disimular, no
debemos olvidar esta indignación que es una de las formas más apasionadas del
amor.
George Sand
El Programa de Atención Integral a Víctimas y Sobrevivientes de Agresión Sexual
(PAIVAS), de la Facultad de Psicología, UNAM, atiende casos de violación en adultos, de
menores víctimas de abuso sexual y de sobrevivientes de este maltrato durante la
infancia.
En el área de investigación de estas tres modalidades intentamos definir el
síndrome postraumático específico de cada una de ellas, los elementos de la historia
clínica que las caracteriza y el examen del estado mental del paciente en el momento de
la intervención clínica. En la actualidad nos encontramos en la fase de procesamiento de
datos de nuestra casuística general y de los antecedentes de síndrome postraumático,
historia clínica y examen del estado mental en sobrevivientes de abuso sexual en la
infancia.
En este espacio comentaremos elementos generales de la circunstancialidad del
abuso sexual en sobrevivientes y el porcentaje que estos casos ocupan en nuestra muestra
estadística general.
* Coordinadora del Programa de Atención Integral a Víctimas y Sobrevivientes de Agresión Sexual, Universidad Nacional Autónoma
de México
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2. Conceptos
Entendemos como abuso sexual en la infancia todos aquellos actos en los que se
involucra una actividad sexual inapropiada para la edad de el o la menor, a quien se le pide
que guarde el secreto sobre ese comportamiento y/o se le advierte que si relata lo sucedido
provocará algo "malo" a sí mismo, al perpetrador y/o a la familia. Estos actos sexuales
generan sentimientos de confusión emocional, miedo y en algunas ocasiones, placer. El
abuso sexual incluye la desnudez, así como material sexualmente explícito, contacto
corporal, masturbación, sexo oral, anal, genital, o la exposición de la víctima a la
observación de actos sexuales entre adultos, etcétera (Bear y Dimock, 1988; Blume, 1990).
El abuso sexual no se refiere únicamente a la interacción física víctima-victimario.
En la mayoría de los casos no hay evidencia corporal de la agresión, sin embargo es obvio el
daño emocional a corto y largo plazos. El abuso sexual en la infancia puede ser incestuoso o
no incestuoso.
En cuanto al incesto, debemos tomar en cuenta que en este caso se rompe la liga de
la confianza, no la de consanguineidad.
Para el menor, el impacto emocional no se relaciona con el parentesco genético, sino
con la violación de la confianza dentro del ámbito donde se supondría más protegido: su
propio hogar y/o el hogar de alguien a quien ama y en quien confía. Se viola no sólo su
cuerpo sino también su amor, y lo más perturbador es que ocurre dentro de la dinámica de
la vida familiar (Bass, 1983; Fine y Carnevale, 1984; Haneman, 1985; Gordon O'Keefe,
1985; Bear y Dimock, 1998; Blume, 1990; Gallagher, 1991).
El abuso sexual no incestuoso se refiere a una agresión perpetrada por un
desconocido, un conocido de vista o casual, sin relación directa con la víctima o con su
entorno común: escuela, club, actividades religiosas, deportivas o recreativas.
El incesto y el abuso sexual se caracterizan por actitudes de poder, de imposición, de
manipulación emocional y miedo. Para efectos de estudio, el término sobreviviente se
refiere a aquellos adultos que en su infancia se vieron involucrados en acciones de abuso
sexual y/o incesto, independientemente de quién o quiénes hayan sido los abusadores
(Bass, 1983; Fine y Carnevale, 1984; Bear y Dimock, 1988; Blume, 1990; Gallagher, 1991).
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3. Las cifras sobre la frecuencia de las agresiones sexuales a menores relacionadas
con la población en general son inexactas, debido a que ocurren en el seno del hogar, y el
maltrato en muchas ocasiones es minimizado, negado, ocultado o simplemente no
escuchado. En opinión de Finkelhorn (1980), la frecuencia en este caso es similar a la de
la esquizofrenia.
Análisis de los factores de género y de circunstancialidad en la agresión sexual
De 68 casos atendidos en el trabajo clínico del PAIVAS, 55% corresponde a
sobrevivientes de agresión sexual en la infancia y 18% a menores víctimas de maltrato
sexual. Es decir, del total de casos atendidos 73% es o fue víctima de agresión sexual en la
niñez, y el resto corresponde a violación sexual en adultos.
En cuanto al género de las víctimas, las cifras recabadas revelan que de 37
sobrevivientes, 86% son mujeres y 14% varones. En nuestro estudio, 85% de los agresores
son del género masculino.
Sobre la relación víctima-victimario, sólo en 8% de los casos el agresor era conocido
casual o de vista, y en ninguna ocasión fue un desconocido. De los perpetradores con los
que el o la menor mantenía una relación continua, 8% eran profesores, amigos de la
familia y compañeros mayores de juego y 6% eran vecinos de la víctima. Cabe destacar
que en 51% de los casos las agresiones fueron realizadas por un familiar; de ese
porcentaje, los hermanos mayores ocuparon 39%, los tíos 26%, el padre biológico 13% y el
padrastro 7%, mientras que los primos ocuparon 9% y los abuelos 7%.
La edad de la víctima es un factor que permite apreciar su vulnerabilidad y
establecer que la agresión sexual a menores poco tiene que ver con la sexualidad y sí con
el poder y la dominación. La edad promedio de nuestros sobrevivientes en el momento de
ser agredidos se ubica en seis años.
En relación con la debilidad de la víctima para manejar el entorno donde se comete
la agresión, encontramos que 29% de los maltratos ocurre en el domicilio de la víctima,
15% en el del agresor y 38% en ambos inmuebles.
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4. Para 67% de los agredidos fue difícil determinar la duración del abuso, aunque
para 43% del total consultado la agresión sexual sucedió en más de nueve ocasiones.
La información recopilada en nuestro programa permite determinar que la
agresión sexual a menores afecta las bases de seguridad y desarrollo del infante y su
relación con el mundo.
Otros estudios
Algunos autores que han investigado sobre el tema proporcionan datos importantes
que refuerzan nuestra información y que hablan del impacto a largo plazo de este tipo de
violencia.
Para Bear y Dimock (1988), una de cada tres niñas y uno de cada cuatro niños es
molestado sexualmente. Hanemann (1985) refiere que cien mil menores de edad sufren
agresiones sexuales cada año, de acuerdo con cifras de 1981 del Centro Nacional de Abuso
y Abandono Infantil de Estados Unidos. Según Gil (1970) -citado por Hanemann- la cifra
anual de menores víctimas de abuso oscila entre dos y cuatro millones. La Fontaine
(1990) considera que la frecuencia abarcaría entre 3 y 54% de la población de Gran
Bretaña.
Para Cazorla (1992) las niñas que sufren abusos sexuales representan 75% del
total afectado y el resto corresponde a varones pequeños. Según Finkelhorn (1980), la
experiencia del abuso ocurre en una de cada cinco niñas y en uno de cada once niños.
Bass (1983) menciona que 97% de los abusadores y violadores de menores son
hombres. Gordon y O'Keefe (1985) determinaron, en un estudio aplicado a 502 sujetos,
que de 50 perpetradores 49 pertenecían al género masculino.
Para Bass (1983), 75% de los agresores son miembros de la familia del menor. En
un estudio de menores víctimas, Cazorla (1992) ubica como agresores a la figura paterna
en 20% de los casos, a los tíos en 8%, a los primos en 6% y a los hermanos en 2%.
En el estudio de Finkelhorn (1980), la edad media de las niñas sobrevivientes fue
de 10 años y de los niños de 11. El mismo autor cita un estudio de Gagnon de 1965, donde
la edad media de las niñas corresponde a 10 años (no especifica la de los varones).
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5. Cazorla (1992) refiere como las edades globales más frecuentes 6 y 12 años, y el análisis
de Gordon y O'Keefe (1985) sostiene que las mujeres eran más jóvenes que su víctima y
que fueron agredidas cuando menos cuatro años antes de la pubertad.
Repercusión del abuso sexual en la edad adulta
Heise (1994) citando a Briere (1984), revela que 49% de las mujeres agredidas
sexualmente son más vulnerables a sufrir maltratos en su edad adulta y advierte sobre
un riesgo mayor de violación tras un incesto o abuso sexual en la niñez.
En un estudio realizado por Boyer y Fine (1992) a 535 madres adolescentes en la
ciudad de Washington se revela que las jóvenes con antecedentes de abuso sexual o
incesto iniciaban el coito a los catorce años, pese a que el promedio nacional es de 16 años.
En tanto, 28% de las adolescentes con antecedentes de agresión sexual en la infancia
usaba un método de protección anticonceptiva.
Gordon y O'Keefe (1985) consideran que bajo el estímulo de una relación incestuosa
de varios años, 67% de los casos estudiados sufrirá daños en el desarrollo de su
sexualidad e intereses personales.
La influencia que ejerce un comportamiento de agresión deja al infante
incapacitado para detener el abuso/incesto, ya que el perpetrador es más grande y fuerte
físicamente, con mayor poder social, y en algunas ocasiones la víctima y su familia
dependen económicamente de él. Este panorama se agrava por factores como la cercanía
entre el perpetrador y su víctima, el estado del desarrollo de ésta, el tipo y frecuencia de
los contactos sexuales y el periodo de ocurrencia de la agresión. En el pronóstico también
influyen la red social del menor y su discreción sobre lo sucedido (Blume, 1990).
Conclusiones
En el feudo familiar el hombre tiene el poder absoluto, no pregunta ni pide
aprobación o permiso, él toma lo que quiere y los demás deben acomodarse a su voluntad.
Dentro de la ideología patriarcal las mujeres son propiedad del hombre y están a su
servicio; no hay consideración ni respeto real hacia la madre, esposa o hermanas. No se
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6. toman en cuenta las necesidades ni los derechos de la mujer; ni siquiera se considera si
acaso existen requerimientos propios del género femenino que no estén subordinados a
los derechos del varón.
En este sentido, quien comete la agresión sexual actúa como un captor que controla
a su víctima, la cual aprende a vivir en una "zona de peligro" donde se supone debería
estar segura. La agredida se convierte así en una extensión de su victimario, y en
ocasiones confunde el amor con la violencia. Los menores son utilizados en este sentido
para satisfacer las necesidades del perpetrador como objetos usables y desechables
(Blume, 1990; Gallagher, 1991).
La Fontaine (1990) cita un estudio de sobrevivientes efectuado en Boston, que
ubica al hermano mayor como agresor en 39% de los casos cometidos contra mujeres y en
12% los maltratos contra varones. Esa frecuencia podría relacionarse con el favoritismo
familiar hacia el hijo varón de mayor edad, y en ese contexto las hermanas tienen un
papel secundario. El autor menciona la aseveración de Smith e Israel de que en una
tercera parte de 25 casos de incesto fraterno, el padre había precedido al hermano en la
comisión de la agresión.
En nuestra experiencia clínica, los hermanos mayores abusan física y sexualmente
de los menores en el ámbito de un clima de violencia doméstica donde el papel del varón
es sobrevalorado y en el que el padre demuestra y se ufana de su poderío, dominio y
agresividad.
La responsabilidad del incesto, como fondo de la psicodinamia del mismo, que se
atribuye a las madres "frías" y a las hijas "seductoras" ha sido criticada ampliamente. La
conducta abusiva es responsabilidad del agresor y nadie, bajo ninguna justificación ni
pretexto tiene por qué imponer conductas sexuales a menores que no poseen la
experiencia ni la concepción adecuada en cuanto a la sexualidad. Es reduccionista
encargar a la madre el equilibrio emocional de la familia entera y la vigilancia constante
de la conducta de todos sus miembros. O'Niell afirma que la racionalización y las
justificaciones sociales responsabilizan a la madre del incesto, bajo el argumento de que
su frialdad obliga al padre a buscar la satisfacción sexual y emocional en la hija.
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7. En cuanto al síndrome postraumático en sobrevivientes de agresión sexual en la
infancia, podemos afirmar que la conducta adulta se verá matizada por una necesidad
constante de control (perdido en la infancia) a través de conductas extremas en el
comportamiento general adulto, y en particular en cuanto a la vida sexual: abstinencia
vs. promiscuidad; erotización de las relaciones significativas vs. falta de afectividad en las
relaciones eróticas; elección de relaciones de pareja victimizadoras vs. elección de pareja
igualitarias.
Es necesario destacar la preocupación -que compartimos- de algunos autores sobre
los efectos del incesto en la estructura familiar y en la necesidad de reforzarla por medio
de redes sociales efectivas y modelos educativos paternos que estimulen la conservación
de la familia nuclear.
El problema de la agresión sexual continuará si no volteamos la mirada a las
relaciones de género con desigualdad de poder, donde la violencia debe ser
responsabilidad de quien la genera, no de quien la recibe.
Bibliografía
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never told anyone, Nueva york, Perennial Library, pp. 23-60.
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Blume, S. (1990), Secret survivors, Estados Unidos, John Wiley Sons.
Cazorla, G. (1992), Alto a la agresión sexual, México, Diana.
Fine, P. y M. Carnevale (1984), "Network aspects of treatment for incestuosly abused
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Finkelhorn, D. (1980), Abuso sexual al menor, México, Pax-Mex.
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sexual assault: A research handbook, Nueva York y Londres, Garland Publishing,
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Hanemann, M. (1985), "Violence in the home: A public problem", en W. Burguess (ed.),
Rape and sexual assault: A research handbook, Nueva York y Londres, Garland
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Heise, L., J. Pitanguy y A. Germain (19949, Violence against women: the hidden health
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La Fontaine, J. (1990), Children sexual abuse, Gran Bretaña, Polity Press.
O'Neill, K. (s.f.), Reclaiming Our Lives, Massachusetts, Departament of Public Health.
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