Jesús le dice a las mujeres de Jerusalén que dejen de llorar por él y en cambio lloren por los demás y por sus hijos. El documento insta a los lectores a consolar a aquellos que sufren como Jesús hizo, visitando a los pobres, indefensos, hambrientos y marginados, porque Jesús está presente en ellos. También enfatiza la necesidad de amar a los demás, especialmente a los más necesitados, siguiendo el ejemplo de Jesús y Dios.
Jesús consuela a las mujeres de Jerusalén y enseña a consolar a los demás
1. JESÚS ENCUENTRA A LAS MUJERES DE JERUSALÉN QUE LLORAN POR ÉL
(Consolemos a los que sufren en el camino)
Dijo Jesús a las mujeres de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros
hijos. Jesús enseñó a estas mujeres que con llorar no se soluciona nada, que tienen que llorar por
todos los de su alrededor. Llorar de arrepentimiento.
Hoy nosotros somos aquel gentío que seguía a Jesús y que lloraban por él.
Tenemos que darnos cuenta, para ser coherentes con nosotros mismos, que Jesús está en
todas esas personas a las cuales hay que consolar, a las cuales hay que ayudar. Está en el
hambriento, en el desnudo, en el desahuciado. Porque dijo: “tuve hambre y me distéis de comer;
tuve sed y me distéis de beber”.
Hay que salir al camino de aquellos que sufren, pues Jesús salió al camino del más pobre, del
más indefenso, e incluso llegó a morir por todos nosotros.
Tenemos que amar, consolar a los más desheredados, los marginados, a los niños, a los
ancianos, a los drogodependientes, a los que sufren por no tener un trabajo, porque en todos
ellos Jesús está oculto.
San Juan nos dice, si amamos a Dios, si decimos que amamos a Dios y no amamos al
prójimo, somos unos mentirosos. Realmente mentimos, porque ¿cuántas veces nos hemos
detenido ante la mirada de esa niña que todos los días, en la misma esquina, nos pide algo para
subsistir? Lo más seguro es que nos esté reclamando un pedazo de pan, pero también nos está
reclamando nuestra compañía, nuestra ayuda, nuestro amor.
No hace falta irse muy lejos para darnos cuenta de todo esto. En nuestra propia familia, en
nuestro propio hogar, ¿somos capaces de sentir la necesidad de nuestros padres, de nuestras
parejas, de nuestros hijos?
Es más fácil ir cada uno a lo suyo, preocupados por nuestros problemas, que ya tenemos
bastantes, pero cuando alguien nos falla, es muy fácil el reproche.
No pensamos tampoco que nuestro sufrimiento fue asumido por alguien anteriormente, sin
pedir nada a cambio.
Si realmente somos cristianos, debemos entregarnos a los demás siguiendo el ejemplo de
Dios, que amó tanto al mundo que hasta nos entregó a su hijo.
Hoy Dios nos manda a cada uno de nosotros a asumir los sufrimientos de los demás, pero
para ello debemos tener fe. Fe para poder amar y servir en un mundo lleno de falsedades, donde
la dignidad humana no importa, y en su lugar sustituimos, ponemos el cuerpo, la imagen, lo
material. En un mundo donde está permitido el aborto y donde al anciano le llevamos a un asilo
porque ya es un “trasto” inútil.
¿Qué respuestas le daremos al Señor cuando nos pregunte por todos y cada uno de estos
hijos suyos?
Señor, queremos poner una sonrisa en el mundo y seguir el camino que tu hijo empezó,
llevar su mensaje de paz y amor allí donde nos encontremos. Queremos ser verdaderos
instrumentos de tu paz, y consolar en vez de empeñarnos en que nos consuelen. En amar, en vez
de preocuparnos porque nos amen. Queremos olvidarnos de nosotros mismos para así poder
encontrar al otro, al que está a nuestro lado.
Ayúdanos Señor a perdonar y así encontraremos tu perdón.
Ana I. Casado Bujalance