Juan Miguel Montemadero nació dentro de un mundo lleno de contrastes. Los hombres de su familia se distinguieron siempre por dejar huella en el rumbo de quienes los conocieron. Pero justo cuando creyó perder el camino entre las redes de la soledad, el miedo y el olvido, se encontró con una realidad que jamás imaginó, detrás del rostro hostil de un pariente perdido, quien le devolvió la luz a su vida y la oportunidad de reivindicarse con su propio destino.
2. A mi familia, que es origen y esencia
A mi compañerito de guerras y batallas
En el universo paralelo en el que vivo
Al Creador Supremo de vida y realidad,
Que cada mañana destapa mi caja de Pandora
Y con un toque convierte en posible lo imposible.
A los que creen y no creen en los sueños
A los que encuentran el azul de las estrellas
A los que luchan cada día por tocar el cielo
Con las manos llenas de miel y utopía.
Si vivo es gracias a ellos,
Si respiro es por y para ellos
Si escribo es para contar sus historias
Con mi propia voz
2
3. “En todo el universo evolucionado
La única religión, la religión universal,
Consiste en vivir en amor,
Porque el amor es Dios”
~ Enrique Barrios ~
3
4. Se levantó a media noche para tomar un vaso de agua; no podía dormir. Era
una noche despejada llena de “estrellitas azules” como ella solía llamarlas.
—¡Amanda!… —suspiró.
Entró a su cuarto, puso el vaso en la mesa de noche y fue sorprendido por una
voz dulce detrás de él.
—Papá, ¿mi abuelito esta con mi mamá ahora? —preguntó el pequeño con la
inocencia única que se puede tener a esa edad. Él se sorprendió con la pregunta;
por supuesto, la respuesta debía ser muy inteligente, pero lo único que atinó a
contestarle fue un simple: <<¡Claro que sí campeón!>>. El niño se quedó viéndolo
como quien acepta una respuesta con resignación. Su padre entendió que no había
sido suficientemente convincente, así que pretendió persuadirlo de otra forma.
—¿Quieres dormir conmigo esta noche? —le preguntó y el pequeño asintió.
Lo tomó cargado y lo puso al costado donde Amanda solía dormir antes de irse
para siempre. Ella era más de lo que él había soñado. Inteligente, atractiva, dulce,
carismática, con un sentido humano increíble y una gracia única. Por error se
4
5. habían conocido tiempo atrás. Ambos estudiaban en la misma universidad y nunca
se habían cruzado ni por casualidad, hasta que un día, en la biblioteca, él
confundió su agenda con la de ella y se la llevó. La guardó durante el fin de
semana, mientras llamaba constantemente al número escrito con tinta azul en la
primera página, donde usualmente se encuentran los datos personales. No tuvo
respuesta hasta el domingo por la noche cuando, sin saberlo y sin haberla
escuchado antes, reconoció su voz tras la bocina.
La escuchó, la sintió, se enamoró de ella y un año después se casaron. La amó,
con todo lo que pudo hacerlo, quiso crear un mundo inimaginable para hacerla
feliz, y le daría su vida… si hubiera tenido la oportunidad.
Al ver al niño dormido, la vio también. Migue, como cariñosamente le decía
su familia, guardaba muchos rasgos de ella: sus ojos, sus manos y hasta el color de
su cabello. Sintió un poco de nostalgia, pero recordó las últimas palabras que había
escuchado de su boca antes de que partiera a hacerle compañía a los ángeles: <<No
importa lo que pase, recuerda que tu siempre has sido el más fuerte, especialmente para
Migue>>. Con esta certeza, se secó la única lágrima que había alcanzado a salir. Se
incorporó en la cama junto al niño y trató de conciliar el sueño, aunque esperó
hasta las cinco de la mañana para lograrlo. En la mañana temprano, se vistió para
la oficina como de costumbre. Se disponía a salir con Migue para llevarlo al colegio,
cuando de repente timbraron en la puerta. Era un abogado. Aunque le causó
sorpresa la presencia de este personaje, comprendió que estaba relacionada con la
5
6. reciente muerte de su padre, al ver los papeles notariales y escrituras que traía;
pero aún así le preguntó:
—¿Qué lo trae por aquí?
—Vine a hablar de su padre —reconoció el abogado, quien tenía un aspecto
un poco hosco.
—Eso ya lo sé, pero ¿Por qué? —contestó fríamente, desconfiado por la
actitud desafiante de aquel hombre que le pareció más un tinterillo barato que un
hombre serio.
—La verdad vengo a hablar de una propiedad que tenía su padre en una
región llamada “Pueblo Viejo”.
—¿Cuál propiedad?, yo no tenía idea de que mi papá tuviera una casa en ese
lugar —preguntó sorprendido.
—Pues eso le cuento, está ubicada cerca de una vereda, y más que una casa, es
una hacienda.
Juan Miguel no entendía nada. Se suponía que él estaba enterado de todas las
propiedades que tenía su padre.
—Bueno, es un lugar un poco alejado de la civilización. Además está algo
descuidado. Su padre sólo la conservaba para que su tío tuviera un lugar donde
vivir.
—¿Qué? —Exclamó mucho más confundido— ¿cuál tío? —preguntó
estupefacto.
6
7. El abogado lo miró fijamente como queriendo explicarle todo sólo con una
mirada.
—No tengo idea de qué tío me esta hablando— insistió.
—Señor Montemadero, yo sinceramente no sé por qué su padre se lo
ocultaría, pero así es —replicó— de todas formas yo no vine a hablar de él, lo que
pasa es que hay muchas personas reclamando ese terreno.
Aunque ya se había hecho tarde para salir, olvidó por un momento sus
obligaciones y se sentó despacio en una silla del comedor, mientras revisaba las
dichosas escrituras.
—¡Esto no puede ser! —se repetía una y otra vez, completamente asombrado
—¿Por qué nunca me lo dijo?
En ese momento Miguel Ángel salió del cuarto apenas colgándose el maletín.
—¡Ya estoy listo! —interrumpió a los dos señores. Entonces su padre
reaccionó y volvió a la realidad, observó el reloj y dio un brinco. Se hizo tarde.
Le echó un vistazo al abogado aún con cara de sorpresa; no salía de su
asombro. Trató de coordinar los movimientos para tomar a Migue de la mano,
despedirse del abogado, ordenar los papeles, programar una nueva cita… en fin, la
perplejidad no le permitió organizar sus ideas. Se quedó quieto y en silencio un
segundo frente al abogado, quien lo observaba sorprendido por su extraño y poco
común comportamiento.
7
8. — Si quiere, vaya a mi oficina esta tarde y hablamos, ¿de acuerdo?—fue lo
último que le dijo al abogado antes de ofrecerle la puerta de salida.
Durante el camino hacia el colegio no pronunció una palabra. Migue lo
observaba preocupado pero él ni se inmutó. Viajando rumbo a la oficina fue igual.
Se sentó frente a su escritorio a pensar en lo que estaba sucediendo. La gente de la
oficina estaba extrañada con su actitud, pues no había saludado a nadie al entrar;
caminaba como si fuera rompiendo el viento. Cerró la puerta y no hizo ningún tipo
de comentario, ni siquiera a su secretaria personal, quien era la más asustada. Y es
que no era para menos. Juan Miguel Montemadero fue en alguna época un hombre
de admirar; todos en el trabajo lo apreciaban por ser buen jefe, buen amigo, buen
compañero.
A pesar de ser el hijo mayor del dueño de la textilera, nunca se sintió superior
a los demás, jamás juzgó a nadie y era un hombre que amaba lo que hacía, o al
menos eso era lo que los demás podían percibir al ver la entrega, la dedicación y la
pasión con la que tomaba hasta la más mínima decisión. Todo lo que significara el
bienestar de la empresa y de sus empleados, se convertía siempre en un objetivo
para él. Este Ingeniero Industrial de treinta y cuatro años recién cumplidos, supo
desde niño que su vida sería trabajar hombro a hombro con su padre. Sus
hermanos menores, Santiago y Camila, prefirieron tomar otros rumbos. Santiago,
publicista exitoso, vivía en Argentina desde hacía cinco años. Camila por su parte
era psicóloga y se había independizado de la casa paterna unos meses después de
8
9. la muerte de su madre. Desde la partida de Amanda, se convirtió en un gran apoyo
y la mejor compañía para Juan Miguel y para el niño, hasta que le surgió la
oportunidad de irse a vivir y a trabajar en España. No obstante él, Juan Miguel, ya
no era el mismo. Quedar viudo con un niño de cinco años fue algo que lo marcó
para siempre. Se convirtió en un hombre más serio, más estricto; dejó atrás mucha
de su gracia.
Ahora era introvertido y reservado, a veces hasta un poco tosco con sus
empleados, pero sin intención de lastimar a nadie. Era claro que nada iba a
reemplazar a Amanda, y eso Camila, su hermana, lo entendía perfectamente, pero
su intención nunca fue ésa, al contrario, deseaba catalizar la energía que Juan
Miguel gastaba pensando y sufriendo por su esposa para que la invirtiera en
enriquecer su relación con Migue. Juan Miguel por su parte, simplemente pensaba
que debía aprender a vivir sin ella, aunque eso le costara el resto de la vida. Igual,
no sentía afán.
Sin embargo, la resignación era algo que no iba con el carácter de Juan
Miguel, y sus seres más cercanos lo sabían. Había algo más marcado en la
personalidad de este hombre, y era su idea de que los demás no debían sufrir por
sus dolores ni responder por sus errores. Para él era más sano y correcto ahogarse
solo en el dolor, hundirse sin ayuda de nadie en un infierno personal, desolador y
sin escape, pero sin otra victima más que su propia conciencia. Así fue como la
gente que lo rodeaba aprendió a verlo, tal como él quería: imbatible y certero ante
9
10. el sufrimiento, sin que una pizca de audacia de alguien por ahí lo delatara en su
debilidad y se viera en la penosa obligación de decirle <<Pobre hombre>>. Que
alguien sintiera pena por él era algo que no podía soportar.
Por eso, quienes lo conocían, en su casa o en su trabajo, se comportaban como
si nada hubiera pasado, jamás tocaban un tema que pudiera traer recuerdos, y
aunque continuamente comentaban en secreto los pormenores de su vida, Juan
Miguel asumía su discreción como una muestra de respeto, más que a su cargo
como jefe, a su dolor el cual, a pesar de negarlo, todos conocían. Pero lo que
ocurría esa tarde en que él entró sin mirar a nadie era demasiado extraño. Dando
vueltas a medias en la silla giratoria de cuero que había traído de Alemania el año
anterior, para que hiciera juego con el sofá que su padre le había regalado, según
él, para darle “clase” a la oficina, Juan Miguel fue interrumpido en sus
divagaciones cuando alguien tocó la puerta y la entreabrió.
—¿Puedo pasar? —se anunció Juan José.
—Si claro, ¡entre!
Juan José se sentó frente a él y le preguntó extrañado:
—¿Qué tiene tocayo?
—Nada, no me pasa nada —respondió Juan Miguel evadiéndolo mientras
jugaba con la pelota de caucho que Juan José reconocía perfectamente como el
elemento que su amigo usaba cuando tenía una carga grande en el pecho. Aún así
no lo mencionó, prefería obtenerlo de sus propias palabras.
10
11. —Entonces, ¿por qué llegó así? No saludó a nadie y creo que no ha tenido en
cuenta que tenemos junta en quince minutos y no me ha entregado la lista de los
nuevos proveedores de este mes —fue lo único que le dijo para tratar de aterrizarlo
a la realidad.
Juan Miguel se tomó la cabeza con las dos manos.
—¡Carajo! —exclamó— No me acordaba… Dígales por favor que estoy listo
en media hora.
Juan José seguía desconcertado. Era un hombre demasiado suspicaz como
para quedarse sin saber los detalles que rodeaban la extraña actitud de su amigo
de toda la vida, así que insistió:
—En serio, ¿no me va a decir que le pasó?
Pero Juan Miguel no era muy fácil de persuadir.
—No me pasa nada —afirmó de nuevo.
—Ay viejito, por favor, no me salga ahora con eso. Usted es el tipo más
organizado, puntual y hasta psicorígido que yo conozco —trató de bromear para
inducir una respuesta, pero Juan Miguel seguía inerme ante sus intentos; no se
permitía una indiscreción y sólo se limitó a reclamarle por aquel comentario:
—No, pues, ¡Gracias por lo que me toca!
Ya Juan José estaba empezando a sentir que por más intentos que hiciera no
iba a lograr mucho, así que acudió a su último recurso: un remedo de súplica en un
tono más piadoso:
11
12. —En serio, cuénteme. Yo soy su partner, su amigo… no se quede con lo que
lleva ahí dentro que se me ahoga.
Juan Miguel suspiró. Era hora de abrir el corazón, pues analizando las
palabras de su amigo, no estaba tan lejos de la realidad: si no hablaba, se ahogaría.
—Es una historia muy larga —susurró— Hay cosas en la vida de mi papá que
yo no conocía…
—No me diga… déjeme adivinar… ¿un hijo natural? —se aventuró a afirmar
Juan José— ¡Eso siempre pasa!
—¡No!, ya fuera eso —respondió Juan Miguel— tal vez para algo así me
hubiera preparado; pero no.
Juan José seguía muy sorprendido mientras su amigo continuaba el relato.
—Ahora resulta que tengo una casa, unos terrenos, un ganado y un tío con los
que no contaba.
Su amigo quedó de una sola pieza al recibir la noticia; <<Increíble>>, fue lo
único que pudo decir.
—Lo sé; el abogado de mi papá fue esta mañana a mi casa y me lo comentó…
mire esto —dijo mientras le enseñaba las escrituras de aquellas tierras. Juan José las
analizó minuciosamente y dijo:
—Si, todo esta en orden… y, ¿Ahora?
12
13. —Ahora…—suspiró Juan Miguel —pues no sé, el abogado dice que la casa
esta prácticamente abandonada pero que allí vive mi famoso tío, y que además hay
varias personas detrás de ese terreno.
—¿Sabe que eso es muy común tocayo? Cuando unas tierras han estado sin
dueño o sin alguien que las vigile por mucho tiempo, el Estado, otras entidades y
gente ajena busca por todos los medios quedarse con ellas. Tiene que pensar muy
bien qué va a hacer.
—Pues por ahora, buscar en la casa de mi papá a ver qué más puede estar
escondiendo —comentó Juan Miguel de forma jocosa— y después… —suspiró—
iré a buscar a ese tío.
Juan José sonrió expresando su aprobación. Era hora de encontrar ese pasado.
Juan Miguel llegó a la casa de su padre pasado el medio día. Necesitaba saber si
antes de morir le había ocultado algo más que la existencia de un pariente. Sin
levantar sospechas entre los empleados de aquella casa fría y ahora tan sola por la
ausencia de Don Adolfo, indagó minuciosamente en cada una de las partes donde
sabía que podía encontrar cosas importantes. De pronto, descubrió una caja fuerte
que no había visto antes, detrás de un cuadro legítimo de Picasso que su padre
compró en un famoso museo de París durante uno de sus muchos viajes de
aniversario, que Juan Miguel recordaba como las épocas perfectas para que él y sus
hermanos hicieran su voluntad en casa y transformaran el lugar en un campo de
diversión, pues evidentemente ellos no estaban incluidos en ese tipo de planes
13
14. turísticos de sus padres. Retiró con cuidado la obra y encontró allí justo lo que
necesitaba. Eran fotos de juventud de su padre, quien, en su mayoría, se
encontraba acompañado de un hombre muy parecido a él. Se sorprendió al ver
toda la información que Adolfo Montemadero tenía ahí guardada como un tesoro
invaluable que no dio a conocer jamás: documentos de aquella casa misteriosa y de
terrenos aledaños. Pero lo que más le asustó fue ver los documentos que hacían
referencia a un paciente de una clínica de reposo, cuyo acudiente era su propio
padre. Se preguntó si esos papeles tenían que ver con su tío. Si era así, estaba
comenzando a entender muchas cosas.
—Juan Miguel, nadie me dijo que estaba aquí —lo sorprendió Mercedes, el
ama de llaves de la casa, que llevaba un rato observándolo desde la puerta
mientras él revisaba aquellos documentos.
—Que pena Mercedes, yo estaba… estaba… aquí… revisando unas cosas de
mi papá —contestó inquieto al sentirse descubierto, pero al parecer Mercedes no le
había prestado atención.
—Ay mi Juan, definitivamente esta casa sin su papá ya no es la misma —
sollozó mientras recorría lentamente el espacio con la mirada.
Juan Miguel hizo el mismo movimiento involuntario y le respondió con un
tono de soledad solidaria, pues él tenía la misma sensación estando allí.
—Sí, el viejo hace falta —susurró.
14
15. —¿Quiere tomar algo? —preguntó Mercedes cambiando radicalmente el tono
y el tema. Juan Miguel no aceptó argumentando que ya iba de salida.
—Una última pregunta, Mercedes: ¿Qué cree que debemos hacer con esta
casa?, me parece que es demasiado grande para que se quede aquí solita.
Esta pregunta era una gran sorpresa para ella. En cuarenta años de fiel
servicio a la familia Montemadero, nunca nadie le había consultado una decisión
sobre la casa, a pesar de saber que si ésta funcionaba como lo hacía, era gracias a
ella.
—Me parece que podemos venderla y compramos para usted un apartamento
más pequeño, ¿qué opina?
A pesar de lo grato que era el saber que su voz sería escuchada, la opción de
irse a otro lugar no había sido contemplada jamás, pues sólo una vez en su vida
había cambiado de casa, y eso fue a los quince años cuando llegó de su pueblo
natal y se instaló en aquella gran mansión para trabajar como mucama. La vejez
era un enemigo implacable para sus intenciones de cambio y además ese
inesperado estado de soledad que le había llegado sin darse cuenta le transformó el
ánimo y las ganas de vivir en una constante disputa en contra del tiempo, en
espera paciente de la llegada de la muerte. Pero Juan Miguel no estaba dispuesto a
permitir que su nana, su segunda madre, se ahogara en el dolor, así que le aseguró
ayudarla y hasta le propuso que se fuera a vivir con él y con el niño. Ella
15
16. simplemente prometió que iba a tener en cuenta su idea y lo pensaría con cabeza
fría.
Aquella tarde Juan Miguel no regresó a su oficina. Después de pensarlo bien
tomó la decisión que le pareció más acertada. Se fue a su casa, empacó un par de
maletas con lo primero que encontró y se dispuso a emprender el viaje para
encontrar a su tío, pero primero recogió a su hijo en el colegio y le explicó la
situación. Pidió a Maria Liz, la esposa de Juan José, el favor de que cuidara de su
niño el tiempo que estuviera de viaje y coordinó todo con su socio y amigo para
que se hiciera cargo de la empresa. <<Vuelvo en tres días>>.
16