GUIA DE CIRCUNFERENCIA Y ELIPSE UNDÉCIMO 2024.pdf
¿Viaje Imaginario?
1. Gabriel suspiró. La monótona vida que él pasaba últimamente lo estresaba.
Clases privadas de lunes a viernes durante 5 largas horas, en las que no te puedes dormir ni por
tan sosa que fuera la teoría o platicar con algún compañero, pues el pequeño estaba solo. Eran
sólo él y su profesor.
Gabriel era un niño de 10 años, no era ni muy alto ni muy bajo de estatura, pero sí era delgado.
Tenía una piel muy blanca, como del color de la leche, y unas cuantas pecas café claro cubrían su
espalda, nariz y mejillas. Su rostro era iluminado por sus grandes y azules ojos, tapizados por largas
y rizadas pestañas. Su cabello era largo, ondulado y negro. Pertenecía a una popular y numerosa
familia de renombre, los Compean.
En su tiempo libre, o lo que sus padres creían que era, Gabriel tomaba clases de equitación, violín
y piano. Sin embargo, lo que más le gustaba era ir a explorar junto a su abuelo el bosque cercano a
su enorme hogar.
Por otro lado, en ese momento Gabriel estaba muy deprimido, ya que él se encontraba enfermo
desde unas semanas atrás. Tanto que no había podido visitarlo ni llamarlo una sola vez en todo
ese tiempo. Al niño no le quedaba más que ser paciente y esperar a que se recuperara para volver
a jugar con él.
Los padres del pequeño no pasaban mucho tiempo con él, ya que el padre trabajaba en una
oficina como arquitecto hasta en la noche, y su madre veía novelas todo el día, y a veces era
llamada del teatro, donde ella trabajaba como una de las actrices principales. No obstante, cuando
estaban juntos todo era divertido.
Una mañana, ya harto de la misma rutina, Gabriel despertó y saltó al lado derecho de su cama, de
manera muy supersticiosa, y fue al baño a lavarse la cara. Después, bajó las escaleras para ir al
comedor. Su padre ya se había ido a trabajar, e inesperadamente su madre también había salido,
sólo que sin decir a dónde.
-Hola chaparrito –le saludó una voz melodiosa.
-Hola señorita Paula –le contestó amigable.
Paula era la niñera de Gabriel, una chica alta, delgada y de cabello largo y negro, con tez
bronceada.
-Ya te hice tu desayuno, ¿necesitas algo más?
-Oye, ¿a dónde se fue mi mamá? –preguntó de pronto.
-Ella salió para ver a tu abuelito.
Al oír aquello, él no pudo evitar sorprenderse. ¿Había salido a verlo sin él?
2. La explicación a eso era que el abuelo, Benjamín Compean había empeorado, y al parecer estaba
en sus últimos momentos de vida.
Después de un largo silencio, el teléfono sonó, haciéndolos estremecer.
-¡Yo contesto! –gritó levantándose de la mesa y corriendo al teléfono
Al levantar el teléfono, pudo escuchar una débil pero tranquila voz.
-¿Gabriel?
-¿Abuelito, estás bien? –preguntó de pronto
El silencio reinó u largo rato hasta que el mayor contestó.
-No, la verdad es que yo estoy muy mal hijo… ¿Gabriel, sigues ahí? –preguntó, ya que el pequeño
se había quedado sin habla.
-¿Eso significa que ya no te voy a ver? –le dijo con una voz muy triste y apagada.
Y el silencio volvió, dando a entender al menor que el fin había llegado para su abuelo.
-Hay algo que hice para ti. Sé que te gustará porque está lleno de misterios, justo para un curioso
como tú.
-Está bien abuelo… -suspiró y agachó la cabeza- Te quiero mucho.
-Yo también te quiero. No me gustaría que te pusieras triste por esto, porque recuerda que el fin
de una aventura es el inicio de otra.
-Es que te extrañaré…
-Y yo a ti, pero siempre que tú quieras podrás recordarme. Ánimo campeón, cuídate. Cambio y
fuera.
-Cambio y… -suspiró una última vez- Cambio y fuera –dijo al colgar.
El niño se arrodilló y se tapó la cara con las manos, limpiándose las lágrimas que brotaban sin
cesar de sus ojos.
Paula fue a levantarlo y abrazarlo, y luego lo cargó y lo llevó a su cuarto. Él se acostó en su cama y
durmió hasta en la noche.
La familia empezó a llegar a su casa, pues ahí se iba a realizar el funeral del señor Benjamín.
Gabriel se despertó por tanto ruido, e intentó asomarse por su puerta para ver lo que pasaba. En
eso, la señora Alicia, madre de Gabriel, entró a su cuarto a hablar con él.
3. -Hijo, Paula habló conmigo y me contó lo que pasó. Lo siento mucho –dijo mientras iba hacia él y
lo abrazaba. Él siempre quiso lo mejor para todos, en especial para ti. En un rato más comienza la
misa, así que deberías cambiarte.
-Mamá, ¿el abuelo no te dio nada para mí? –dijo mientras se separaba de ella y arreglaba su cama.
-Pues… ¡Ah, sí! –dijo metiendo su mano al bolsillo de su gabardina y sacando un sobre grande
color amarillo para entregárselo-, dejó una carta para ti. Te espero abajo –le dijo mientras salía de
su habitación.
“¿Una carta?” Se pensó algo confundido, pero sin perder la curiosidad.
Dejó el sobre en la cama y empezó a cambiarse, arrojando su pijama sucia a la cama y buscando
en los cajones ropa limpia. Se vistió con una camisa azul marino y un pantalón blanco con un
cinturón negro. Si el abuelo Ben no quería que estuviera triste, lo demostraría usando ropa de
colores alegres. Al final, antes de salir, se puso unos calcetines blancos y tenis negros.
La sala se tornó silenciosa cuando Gabriel hubo llegado a ella. Todos lo miraron serios hasta que
Julián, su padre, lo tomó de la mano y lo llevó a sentarse con él.
Hasta entonces, Gabriel no había notado la presencia del ataúd donde estaba su abuelo. Cuando
lo vio, miró a su papá para pedirle que le dejara verlo. Entonces se levantó y se acercó.
Pareciera que su abuelo sólo estuviera dormido, pues se veía tan tranquilo y tenía una pequeña
sonrisa en su rostro, como si después fuera a despertar. Gabriel sólo logró sentirse peor, y decidió
darle un beso en la frente y luego correr a su habitación, llorando de nuevo.
Al llegar, se lanzó a la cama pero se escuchó como si se arrugara una hoja de papel. Era el sobre, y
el niño se levantó rápido para ver si no le había pasado nada. Suspiró y lo abrió, sacando de ahí
una carta. Ésta decía lo siguiente:
“Querido nieto:
Para cuando leas esto, probablemente yo ya habré partido de este mundo. Gabriel, no quiero que
te pongas triste por algo así, de todas maneras yo ya estaba muy viejo, ¿no crees? Tú, por otro
lado, eres un chiquillo lleno de energía, y por eso quiero pedirte que hagas algo por mí.
Te revelaré un secreto. El bosque que está cerca de tu casa está encantado, pero hay un problema.
Hay un hechicero llamado Arno, y hay alguien a quien hechizó, debes ir y ayudar. Su nombre es
Carolina. Yo no pude terminar mi misión, y por eso te la dejo a ti, sé que podrás con ella. Te dejaré
un mapa, y para defenderte, usa el bate de béisbol que te di en tu cumpleaños.
Te quiero hijo, mucha suerte. Sé valiente.”
El menor quedó atónito, ¿de verdad era cierto? Después de pensarlo, decidió salir a investigar.
Buscó una mochila y guardó un pequeño espejo rectangular, el bate, el sobre con lo último que
4. dejó su abuelo y una linterna, porque le aterraba la oscuridad. Decidió salir por su ventana,
usando una escalera de cuerda que tenía en su baúl de juguetes. La amarró en una de las patas de
su cama y se dispuso a bajar. En eso, se escuchó un trueno y empezó a llover. El chico siguió
bajando, mientras los peldaños se humedecían por el agua, hasta que dio un mal paso y resbaló,
cayendo al pasto y manchándose el pantalón de lodo. Se levantó y corrió al bosque lo más rápido
que pudo, escondiéndose detrás de un árbol para que no lo vieran. Sacó el mapa de su mochila y
notó que nada de lo que venía ahí estaba en el bosque. Había una pequeña choza cerca de un gran
árbol y una montaña inclinada, con una cascada en ella.
Empezó a caminar, buscando algún indicio que lo llevara a alguno de esos lugares, cuando se
escuchó otro trueno, seguido de un relámpago, y el cielo se empezó a oscurecer más y más.
Gabriel sacó su linterna de la mochila y alumbró el camino mientras empezaba a correr
desesperado. Se estaba asustando, la oscuridad lo ponía muy nervioso. Se escuchó otro estruendo
y el menor pegó un brinco y gritó llamando a sus padres y al final, cuando no le quedaba nada de
aliento, gritó “¡Abuelo, ayúdame!”, y se desmayó.
La mañana siguiente, despertó en un mundo completamente desconocido. Seguía siendo un
bosque, pero la estación del año había cambiado de primavera a otoño, pues los árboles tenían un
color naranja en sus hojas. Descubrió un pequeño caminito a un agujero cerca al árbol más grande
de ahí. El niño, pensando que encontraría un conejo, se acercó y metió la mano. Sintió algo peludo
que se empezó a mover bruscamente y le jaló el dedo. Rápidamente sacó la mano y del agujero
salió una bola de pelos negra con garras, colmillos afilados y ojos rojos, era sin duda un secuaz de
Arno. En eso, se lanzó hacia el niño, y antes de que pudiera moverse, una loba gris se interpuso
entre ellos, peleando contra la extraña creatura hasta hacerla desvanecerse. Cuando terminó,
volteó a ver a Gabriel y se lanzó sobre él.
-¿Estás loco? –le preguntó- ¿Cómo metes la mano a un agujero así, tan descuidadamente?
¡Piensa!
Se paró y se sentó frente a él, esperando a que se levantara. Cuando lo hizo, volvió a hablar.
-Soy Carolina, ¿tú quién eres?
-¿tú eres Carolina? –le dijo confundido- Por un momento creí que mi abuelo se refería a una
persona…
-¿Tu abuelo…? –lo pensó un poco y después reaccionó- Ah, tú debes referirte al anciano humano…
Pues gracias, pero no necesito la ayuda de un niño torpe y débil como tú.
-No soy así –dijo molesto-. Deberías confiar más en mi.
-¿Confiar en ti? –volteó a verlo, acercándose algo agresiva- ¿Por qué confiaría en alguien que
acabo de conocer? Si nunca hubiese confiado, no sería esto… -se miró deprimida- No sería una
loba…
5. -¿Qué te pasó? –preguntó, acercándose con cautela.
-Antes yo era un hada –contó, viendo hacia el cielo-, un hada con poderes magníficos, hasta que
un día conocí a Arno. Era una buena persona, antes no era así. Pero quería mi poder, me estaba
usando. Él me traicionó, me llevó a un lugar y me encerró en una jaula de madera, y ahí hizo un
maleficio para quitarme todo y convertirme en esta horrible bestia… Ahora todos me tienen miedo
y me dejan sola, todos se fueron y se olvidaron de Carolina…
Carolina se veía tan triste que parecía que lloraría, así que Gabriel se acercó a ella y la abrazó,
acariciando su pelaje de la cabeza. Ella se alejó de él y comenzó a caminar.
-¡Espera! ¿A dónde vas? –le cuestionó mientras la seguía.
-Vete de este lugar, no perteneces aquí niño –vociferó fríamente y corrió fuera de ahí.
El pequeño se quedó solo, pero tenía qué investigar el paradero de Arno. Así que se puso a
caminar, sacando de su mochila su bate, por si un ser maligno aparecía de nuevo. Después de un
rato, llegó a una parte del bosque donde los árboles llegaban hasta el cielo y lo dejaban todo a
oscuras. Buscó su linterna, pero recordó que la había olvidado en el lugar donde despertó, y no
tuvo más remedio que seguir caminando. Cuando estuvo todo oscuro, empezó a mover las manos
para no chocar, pero al dar un paso en falso, tropezó y cayó al suelo. Alguien le sostuvo de la
camisa y lo levantó. “No deberías estar aquí”, le dijo con una voz profunda y grave. Después, con
un aplauso, los árboles se iluminaron, dejando ver que era un hombre de traje, zapatos y
sombrero color blanco, moreno, con barba y un antifaz. Llevaba su cabello atado en una coleta y
miraba con atención a Gabriel, quien hasta ese momento se había sentido intimidado.
-¿Quién eres? –le preguntó el menor, mirándolo de arriba hacia abajo.
-¿No sabes quién soy? –el hombre lo miró a los ojos- me llamo Arno, y soy el ser más poderoso de
este lugar.
-¿Tú eres Arno? –le dijo sorprendido, pero sin asustarse- Entonces, tú…
Era el ser que había hechizado al hada Carolina. Debía actuar en ese momento, pero ¿cómo?
Rápidamente, intentó golpearle la pierna con el bate, pero cuando lo iba a conseguir, ésta se hacía
humo y se volvía a formar para no ser dañada. Arno lo soltó y se rió de él.
-¿Porqué traicionaste a Carolina? –le preguntó serio mientras se levantaba y se sacudía.
-¿Quién te lo dijo? –le preguntó muy intrigado, acercándose a él.
-Ella misma, ¿por qué no la vuelves a lo que era antes? –le retó.
-Porque no se puede –contestó serio-. Para que ella vuelva a su forma original alguien debe hacer
un sacrificio.
-¿Sacrificio?
6. Ambos se miraron hasta que el hechicero habló.
-Tú quieres ayudarla, ¿verdad? –le preguntó sonriente-. Pues mira, da la casualidad de que un
intercambio es lo que necesito. Este cuerpo ya no soporta tantos poderes, así que, ¿por qué no me
das el tuyo a cambio? El cuerpo de un niño me favorecería, porque aguanta muchos años…
-¿Mi cuerpo? –él empezó a mirarlo asustado, pero recordó que su abuelo le dijo que fuera
valiente- ¿Y qué gano con eso?
-Bueno, creo que te has hecho muy amigo de Carolina, entonces… Si tú me ayudas, yo puedo
ayudarte a ti.
-Dime cómo ayudarla, por favor –le pidió.
-Bueno, tenemos que hacer un conjuro desde la cima de la montaña inclinada. Yo diré un nuevo
hechizo… y tú te lanzas a la cascada –dijo sonriendo malicioso.
El chiquillo se aterrorizó. Lanzarse desde lo alto, y caer al río… Pero debía hacerlo, debía confiar en
que podía, y más importante, debía hacerlo por su abuelo.
-De acuerdo –dijo soltando un suspiro.
A lo lejos, sin ser notada por nadie, se encontraba Carolina observando todo. “Niño tonto”, se
pensó y cuando vio que echaban a andar hacia la montaña los siguió sigilosa.
Llegando ahí, Arno le indicó que no subiera hasta ver una luz roja parpadeando en el cielo.
Después, correría hasta llegar arriba y se lanzaría de la cascada.
Cuando estuvo solo, la loba se acercó a él por detrás y le dio un tope en las piernas con su cabeza.
-¿Qué crees que haces? –le dijo en cuanto volteó a verla.
-Haré que seas un hada de nuevo –le contestó sonriendo de lado.
-No quiero que hagas nada por mí –le espetó-, no lo necesito. No te necesito a ti, y no quiero tu
ayuda. Ahora vete de aquí –dijo abriéndose camino para que pasara.
-No es sólo por ti, es porque quiero hacer lo que mi abuelito me pidió.
-Pues entonces haz lo que quieras –susurró, dio media vuelta e hizo ver como si se marchara, pero
se volvió a esconder entre los árboles y la oscuridad.
En eso, la luz roja se vio en el cielo, entre las nubes, y entonces Gabriel comenzó a correr. Carolina
salió de su lugar y lo siguió.
-¡Niño, espera! –le gritó, pero él no la escuchó.
7. Cuando llegó a la cima, se dio la vuelta, dando la espalda a la cascada. Entonces, miró a Arno,
luego a Carolina, cerró los ojos y se dejó caer tranquilo y sonriendo de lado.
Carolina le siguió, mirando a Arno con súplica y le dijo “Sálvalo…” mientras se lanzaba con Gabriel.
Ambos cayeron al fondo del lago, Gabriel se dejaba llevar inconsciente y Carolina nadaba hacia él.
Logró atraparlo con su hocico y nadó aún más al fondo, donde se notaba una luz clara y
resplandeciente, y un remolino que lo tragaba todo. Los dos cayeron en él, y cruzaron una barrera
mágica que los envió al mundo del que Gabriel era parte. Ambos cayeron del cielo y aterrizaron
con suavidad en la orilla del lago, cerca al bosque de la casa de los Compean.
Se empezaron a escuchar gritos desesperados que llamaban a Gabriel. Carolina aún seguía siendo
loba. Decidió dejarlo solo, pero antes de irse, lamió su cara, acarició su espalda empapada con su
pata y frotó su nariz con su cabello mojado. “Gracias” le susurró al oído y huyó al bosque, dejando
una huella de su pata cerca de él.
Cuando los padres y otros familiares llegaron a donde el niño, temieron lo peor al verlo
desvanecido en el suelo y corrieron hacia él. Su madre lo tomó y lo abrazó muy fuerte,
derramando algunas lágrimas que caían en la cara del más joven. El padre lo sostuvo, quitándoselo
a ella, y lo acostó en el suelo. Con fuerza, hizo presión en su pecho una, dos y tres veces, pero al
notar que no volvía en sí, se agachó y lo abrazó con fuerza, sollozando débilmente.
Pero unos instantes después algo pasó. Gabriel se movía. Comenzaba a respirar lentamente, y
movía sus manos temblorosas en busca de alguien.
-¿Papá? –preguntó con su voz tenue y rasposa.
Al apenas escuchar el primer sonido, ambos adultos le miraron sorprendidos. La madre no pudo
evitar llorar más, pero el motivo había cambiado. Ya no era una lágrima de tristeza, sino de
felicidad. Su hijo había vuelto.
Los dos lo abrazaron muy contentos mientras, de lejos, eran observados por una loba solitaria, que
se alejó poco a poco, hasta no dejar rastro.