3. En un lugar de La Mancha, de cuyo
nombre no quiero acordarme, vivía un hidalgo
caballero de los de lanza en astillero, adarga
antigua, rocín flaco y galgo corredor.
Tenía el hidalgo unos cincuenta años; era
de constitución fuerte, seco de carnes, delgado de
rostro, gran madrugador y amigo de la caza.
4. Don Alonso Quijano (que así se llamaba
el hidalgo) tomó tanto gusto a la lectura de los
libros de caballería, que se pasaba los días y las
noches leyendo. Y así, del poco dormir y del
mucho leer, se le secó el cerebro y se trastornó
un poco.
A menudo discutía con el cura y con el
barbero, ambos grandes amigos suyos, sobre las
aventuras de los caballeros más famosos y
valientes que habían existido.
5. La cabeza se le llenó de aquellas fantasías
que estaban escritas en los libros, y ya no
pensaba en otra cosa que en encantamientos,
batallas, amores y desafíos.
Hasta que se le ocurrió convertirse en
caballero andante e ir por todos los caminos, con
sus armas y a caballo, en busca de aventuras, tal
y como habían hecho los héroes de sus lecturas.
6. Rescató unas viejas armas del desván,
preparó un rocín, al que bautizó con el nombre
de Rocinante (el rocín que estaba por delante de
todos los rocines) y de su apellido y patria sacó
el nombre de Don Quijote de La Mancha.
-Un caballero andante sin amores, es
como un árbol sin hojas- se decía y buscó
doncella a la que dedicar sus hazañas. La
afortunada moza tenía nombre de labradora y
él le quiso dar otro que sonara a princesa y
señora: Dulcinea del Toboso.
8. Una mañana se armó con todas sus armas,
subió sobre Rocinante y, sin decir nada a nadie,
salió al campo deseoso de encontrar sus primeras
aventuras.
No tardó en darse cuenta de que no había
sido armado caballero, lo cual le impedía, según
las leyes de caballería, entablar combate con
guerrero alguno.
9. En esto, no lejos del camino por donde
pasaba, vio una venta y ni corto ni perezoso la
confundió con un castillo. Diose prisa en
caminar, y llegó a ella a tiempo que anochecía.
Después de cenar, llamó Don Quijote al
ventero (a quien tomó por el alcaide del castillo) y
así le dijo: “no me levantaré jamás de donde estoy
arrodillado, valeroso alcaide, hasta que por vos
sea armado caballero”.
10. Don Quijote, según las reglas, se dispuso a
velar las armas junto al pozo del corral. Al rato
uno de los arrieros alojados en la venta , para dar
agua a sus mulas, no tuvo más remedio que
quitar la armadura que había sobre el pilón.
-“¡Oh tú, quienquiera que seas, atrevido
caballero!, mira lo que haces y no toques esas
armas si no quieres dejar la vida en pago de tu
atrevimiento”-. A los gritos acudieron los otros
arrieros que comenzaron a tirar piedras a Don
Quijote, que se cubría como podía.
11. El ventero, decidió abreviar y comenzó la
ceremonia leyendo, como si fuera un libro de
leyes, el cuaderno donde anotaba sus cuentas;
arrodillose Don Quijote, convencido de que
estaban armándole caballero y soportó sin queja
los golpes que con su propia espada le daban.
13. La del alba sería cuando Don Quijote salió
de la venta, contento y feliz como nunca lo había
estado, por verse ya armado caballero.
Había andado unas dos millas, cuando vio
acercarse a un grupo de gente que eran
mercaderes toledanos que iban a por seda a
Murcia. Venían con sus cabalgaduras y amplios
quitasoles sobre sus cabezas.
14. Por imitar en todo a los héroes de sus
libros, se paró en medio del camino y dijo:
-“¡Quietos todos! De aquí no se mueve
nadie hasta que reconozcáis que no hay en el
mundo doncella más hermosa que la emperatriz
de La Mancha, la sin par Dulcinea del Toboso”.
Los mercaderes, ante semejante locura, le
respondieron con burlas, y sin mediar más
palabras Don Quijote empuñó la adarga, bajó su
lanza y se abalanzó contra ellos.
15. Y si no hubiera sido por una piedra en medio
del camino en la que tropezó Rocinante, mal lo
habrían pasado los mercaderes.
Pero fue Rocinante el que cayó, y su amo
salió despedido, rodando un buen trecho por el
campo.
Mientras Don Quijote intentaba ponerse en
pie, uno de los mercaderes cogió la lanza y la hizo
pedazos en sus costillas.
Cuando la comitiva se alejaba, el pobre
hidalgo apaleado intentó levantarse; pero si no lo
pudo hacer antes de la paliza, mucho menos ahora
16. Andanza Cuarta
Que trata del
desgraciado
regreso de Don
Quijote a su casa
y de la quema de
sus libros.
17. Quiso la suerte que acertara a pasar por
allí un labrador de su mismo pueblo, quien
viendo el estado en que se encontraba su vecino
lo subió en su burro, no con poco trabajo, y
tomando las riendas del rocín y el asno se
encaminó hacia su casa.
Entretanto, el ama de Don Quijote, la
sobrina, el cura y el barbero, conversaban
preocupados por la ausencia del hidalgo, que ya
duraba tres días.
18. - ¿Dónde estará mi señor? ¡Malditos sean
esos libros que le han ocasionado esa locura!
-decía el ama-.
- Eso digo yo también –intervino el cura-.
Y a fe mía que no pasará el día de mañana sin
que sean condenados al fuego esos libros.
Ya caída la tarde, el labrador llegó con
Don Quijote a la puerta de la casa, llamando a
grandes voces.
Al oír los gritos, salieron todos y corrieron
a abrazarle.
19. -No me toquéis –dijo el dolorido Don
Quijote intentando bajar del burro- que vengo
malherido a causa de una caída de mi caballo
cuando libraba una tremenda batalla con diez
gigantes. Dejadme dormir en paz.
Cuando el caballero se hubo dormido, el
cura se informó por el labrador de lo ocurrido y
de esta manera aumentó el deseo de todos de
acabar con aquellos libros cuanto antes.
Y así lo hicieron.
20. Al día siguiente entraron todos, sobrina,
ama, cura y barbero, en el aposento donde estaba
la biblioteca y vieron allí montones de libros y
entre ellos más de cien eran de caballería.
Comenzaron a elegir los que debían
quemarse y los que no, pero el cura se cansó
pronto y ordenó:
-¡Que vayan todos al fuego, que poca
diferencia hay entre unos y otros! Y que tapien la
entrada del aposento.
21. Luego bajaron al corral y encendieron una
hoguera, creyendo que, al no dejar ni un libro
sano, desaparecería la locura que aquejaba al
bueno de Don Quijote.
23. Dos días después se levantó Don Quijote y
lo primero que hizo fue ir a ver sus libros, pero no
pudo encontrar el aposento donde los había
dejado y así, tras tentar un buen rato con las
manos en el lugar donde solía estar la puerta,
decidió preguntar al ama:
-¿Hacia qué parte de la casa está mi
aposento de lectura?.
-Ya no hay aposento ni libros en esta casa,
respondió el ama, y añadió la sobrina:
24. -Se los llevó un encantador que vino
montado sobre una serpiente alada.
-¡Frestón! –dijo Don Quijote-, se trata de
un gran enemigo mío que me tiene gran envidia,
porque sabe que saldré victorioso de mi
enfrentamiento con un caballero por él protegido.
Y aparentando no dar más importancia a
lo sucedido, fue dejando pasar los días.
25. En ese tiempo visitó Don Quijote a un
labrador vecino suyo, hombre de bien, pero de muy
poca sal en la mollera, al que convenció de que
fuera su escudero, prometiéndole que le haría
gobernador de la primera ínsula que ganase en
alguno de los asuntos que pensaba resolver.
-Mi Señor –dijo su nuevo escudero Sancho
Panza-, he pensado llevar un asno que tengo muy
bueno, porque no estoy acostumbrado a andar
mucho a pie.
26. A Don Quijote aquello no le hizo
mucha gracia, pues no le parecía propio de un
caballero, pero lo olvidó y pensó cambiarlo cuando
pudiera.
28. Así pues, sin despedirse de nadie salieron
al amanecer.
Montaba Sancho Panza sobre su borrico
como si fuese un príncipe, con su bota y sus
alforjas, soñando en el día en que fuese
gobernador.
En esto dijo Don Quijote:
-La suerte nos favorece, amigo Sancho.
Ahí veo un buen puñado de malvados gigantes a
quienes pienso quitar la vida.
29. -¿Gigantes? ¿Qué gigantes? –preguntó
Sancho Panza.
-Aquellos que allí ves –respondió su amo-,
los de los brazos largos.
-Mire vuestra merced –respondió Sancho-,
que aquellos no son gigantes, sino molinos de
viento; y lo que en ellos parecen brazos son las
aspas, que se mueven por el viento.
Pero sus palabras no sirvieron de nada.
30. -No huyáis, cobardes, gritaba el hidalgo
mientras embestía al primer molino dándole una
lanzada en un aspa, la cual en ese momento
empezó a girar empujada por el viento y en su
girar arreó con lanza, caballo y caballero, que
terminaron en el suelo.
-¡Válgame Dios! –exclamó Sancho- ¿No le
dije que no eran gigantes?.
31. -Calla, amigo Sancho –respondió Don
Quijote-, el mismo mago Frestón que me robó el
aposento y los libros ha trasformado estos
gigantes en molinos, para que no pudiera
vencerlos.
Ayudó como pudo el escudero a levantar a
su señor y le subió sobre Rocinante, que también
estaba el pobre medio molido por el golpe.
Y hablando sobre lo ocurrido continuaron
el camino.
33. Mire vuestra merced –decía Sancho- que lo
mejor sería, según mi poco entendimiento, que nos
volviésemos a casa.
-Calla –replicó Don Quijote-, ¿ves aquella
polvareda?, pues es un gran ejército que viene
marchando.
-Dos deben de ser, mi Señor, porque en
aquella otra parte también se ve otra polvareda.
¿Qué haremos?.
34. -¡Vaya pregunta! –dijo Don Quijote- ¡No
hay tarea más noble y deseada para un caballero
andante que ayudar a los que lo necesitan!
Como si lo estuviese viendo, le iba contando
que un ejército lo mandaba el emperador
Alifanfarón y el otro su enemigo Pentapolín.
-Señor –dijo el escudero- lo que vuestra
merced dice, yo no lo veo; quizá sea todo otro
encantamiento. No oigo otra cosa, sino muchos
balidos de ovejas y carneros.
35. -El miedo que tienes te hace, Sancho, que
no oigas ni veas lo que pasa.
Y diciendo esto y con la lanza en posición
de ataque, salió cabalgando como un rayo.
Los pastores comenzaron a gritarle para
que parara, pero al ver que no les hacía caso,
sacaron sus hondas y se pusieron a lanzarle
piedras, hasta que una le atinó en la boca y le
derribó de su montura.
36. -Sancho, Sancho –dijo el hidalgo caballero-,
acércate y mira cuántas muelas me faltan, que
parece que no me ha quedado ninguna en la boca.
Metió Sancho los dedos en la boca de su
amo y dijo:
-Pues abajo no tiene más que dos muelas y
media. Y en la parte de arriba, ni media, ni
ninguna, que está más lisa que la palma de mi
mano.
-Desgraciado de mí –se lamentó Don
Quijote-, todo será por la gloria de ser Caballero
Andante.
38. Pasaron unos días sin que mediaran
grandes aventuras, y en uno de ellos Don Quijote
preguntó a su escudero:
-Sancho, no hago más que dar vueltas a lo
que sucedió anoche.
-¿Cuándo? -respondió sin tardanza el
escudero- ¿cuando vimos aquellas luces que se
movían y parecían estrellas?
-Claro Sancho, dijo Don Quijote lanzándole
una mirada que indicaba sorpresa y enojo a la vez,
¿cuándo si no?.
39. Más me hubiera valido no haber hecho
detener a aquellos frailes que con antorchas
iluminaban el camino por el que rodaba el carro. A
fe mía que no es un buen presagio; pero dime, ¿por
qué les dijiste que tu amo era el Caballero de la
Triste Figura?.
Verá mi señor, desde el momento en el que
vuestra merced dijo:
-Deteneos, caballeros, quien quiera que
seáis, y decidme quiénes sois, de dónde venís, a
dónde vais y qué es lo que ahí lleváis.
40. Hasta que, después de que vuestra lanza le
derribara, un asustado fraile contestase que iban
custodiando un difunto camino de enterrarlo en
Segovia, tuve tiempo suficiente para verle a la luz
de aquellas antorchas.
Y ya fuese por el cansancio del combate, el
hambre o la falta de muelas, verdaderamente
vuestra merced tenía la figura más triste que yo
jamás haya visto.
41. Y en estas estaban cuando Don Quijote
enmudeció mientras miraba a lo lejos.
Si no me engaño, Sancho, aquel hombre que
cabalga sobre el pollino lleva en su cabeza el
mismísimo yelmo de Mambrino.
-¡Defiéndete, infeliz criatura, o entrégame
por las buenas lo que me pertenece!
Sancho, que no veía otra cosa que un
hombre subido en un burro, con una bacía puesta
boca abajo en la cabeza para protegerse de la
lluvia, murmuraba:
42. -Yo diría que no es sino un barbero, mi señor.
Pero Don Quijote ya había tomado la bacía
que el asustado personaje había perdido en su
huída y trataba de encajársela sin éxito alguno
mientras decía:
-Sin duda que este yelmo fue fundido para
alguien que debía tener grandísima la cabeza.
Dicho lo cual, tomó las riendas de Rocinante y
cabalgó lleno de orgullo, pues pensaba que le
coronaba un yelmo de oro que sería digno de
admirar por su adorada Dulcinea.
43. Andanza Novena
Que trata de la
descomunal
batalla que
Don Quijote
tuvo con unos
cueros de vino
tinto.
44. Pasaban los días y en casa de Don Quijote
no dejaban de dar vueltas a ver qué treta se les
ocurría para conseguir que el famoso hidalgo
volviera con los suyos.
Así, el cura y el barbero inventaron una
historia acerca de la princesa Micomicona, , cuyo
reino peligraba por culpa de un gran gigante que
quería arrebatárselo.
Lograron encontrar a Don Quijote, que no
fue capaz de reconocerles, y le convencieron de que
ayudase a la princesa.
45. Y con tal motivo se pusieron todos en
camino para resolver el asunto, y en ello se les
hizo de noche.
Pararon en una venta en la que el caballero
y su escudero ya habían estado y de la que Sancho
no guardaba muy buen recuerdo, ya que en ella
había sido golpeado en la oscuridad, como si mil
diablos se hubieran enfurecido con él de repente.
No sin esfuerzo, entre todos lograron
convencerle para que entrase y no pasara la noche
a la puerta.
46. Don Quijote, cansado de tanto trajín, se
retiró a dormir rápidamente, y no había pasado
mucho tiempo cuando del cuarto salió Sancho
Panza dando grandes voces.
-¡Venid, señores, pronto, mi señor anda
envuelto en una reñida batalla!
¡Vive Dios que ha dado una cuchillada al
gigante enemigo de la princesa Micomicona, de tal
forma, que su sangre corre por todo el suelo del
aposento!
47. Mientras echaban a correr escaleras arriba
escuchaban a Don Quijote que decía:
-¡Defiéndete, malandrín, que de nada han
de servirte todas tus armas!
-Que me maten –dijo el ventero-, si este
Don Quijote no ha dado alguna cuchillada a los
cueros de vino que estaban en la cabecera de su
cama.
¡Seguro que el vino derramado es lo que le
parece sangre a este buen hombre!
48. Entraron en el aposento y encontraron al
hidalgo en camisa, con el bonete del ventero en la
cabeza, una manta en su brazo izquierdo y la
espada en la mano derecha, dando cuchilladas a
todas partes.
No tardaron en darse cuenta de que tenía
los ojos cerrados: ¡estaba soñando que luchaba con
el gigante!
El ventero se enfadó tanto que se abalanzó
sobre el Caballero y empezó a propinarle
numerosos golpes y patadas.
49. Y si no llega a ser porque el barbero y el
cura los separaron, tal vez Don Quijote no
hubiese salido de ésta.
Cuando el cura pagó un buen puñado de
monedas al ventero por los desperfectos, las aguas
volvieron a su cauce.
Sin embargo Sancho, como tantas veces, no
dejaba de murmurar:
50. -En verdad que esta casa está encantada,
pues la otra vez me dieron muchos golpes y
porrazos, y ahora no aparece por ningún lado la
cabeza de ese gigante que mi amo despedazaba.
Y fue tan cómica la situación, que al final
todos acabaron riendo de los disparates del amo y
del escudero.
52. Muy contento y feliz iba Don Quijote una
mañana, pues no recordaba golpes ni fracasos;
sólo veía sus aventuras como algo propio de
Caballeros Andantes, que arreglando entuertos y
ayudando a los menesterosos, pasaban por
situaciones difíciles y delicadas.
En esto, Don Quijote alzó la cabeza y vio
que por el camino venía un carro lleno de banderas
reales. En cuanto pudo preguntó al carretero:
-¿Adónde vais, hermano?¿Qué carro es éste,
qué lleváis en él y qué banderas son éstas?
53. -El carro es mío -respondió el carretero- y lo
que va en él son dos fieros leones, regalo para el
Rey, nuestro señor, y por eso, como son suyos, está
cubierto de banderas reales.
-¿Y son grandes esos leones? –preguntó
Don Quijote.
-Tanto –respondió el carretero-, que no han
pasado nunca de África a España unos tan
grandes como éstos.
54. -Pues van a ver esos señores que han
enviado a estas fieras si yo soy hombre que se
espanta ante unos leones. ¡Abrid las jaulas!
El carretero se negaba, claro, y nuestro
Caballero le amenazaba de esta manera:
-¡Bellaco, abrid pronto esas jaulas o con mi
lanza os he de coser al carro!
A los que acompañaban a las fieras no les
pareció sensato enfrentarse a un loco.
55. Por ello se alejaron rápidamente, por lo que
pudiera pasar, dejando tras de sí la puerta de una
de las jaulas abierta.
El león estiró las patas y se desperezó, sacó
la lengua, se lavó la cara, bostezó y se asomó
mirando a todas partes.
Sólo Don Quijote lo miraba atentamente,
deseoso de que le atacase para poder hacerlo
pedazos.
56. Pero el león, que no estaba para niñerías ni
bravatas, se volvió de espaldas, dándole las
traseras a nuestro caballero, y se tumbó de nuevo.
Don Quijote, enfadado, quería que el
carretero diera palos a la fiera para que saliera,
pero éste, que no era nada tonto, le dijo que
nunca se había topado con ningún Caballero que
tuviera tanta valentía como él, con lo que puso fin
a la aventura.
57. Nuestro satisfecho hidalgo le dijo que fuese
por esos caminos contando lo que allí había visto
hacer al Caballero de los Leones, ya que desde ese
momento se llamaba así y dejaba de ser el
Caballero de la Triste Figura.
Y en éstas se despidieron felizmente.
59. Llegados hasta el mar, Don Quijote
galopaba una mañana por la playa armado con
todas sus armas, cuando vio venir hacia él a otro
Caballero, también armado, en cuyo escudo lucía
una luna resplandeciente.
-Valeroso Don Quijote de la Mancha, soy el
Caballero de la Blanca Luna. Vengo a combatir
contigo porque quiero que confieses que mi dama
es, sin lugar a dudas, más hermosa que tu
Dulcinea del Toboso.
60. Si así lo confiesas te perdonaré la vida, pero
si decides pelear y soy yo el vencedor dejarás las
armas y te retirarás a tu pueblo durante un año.
Si eres tú el que vences, podrás disponer de
mi persona y tuyos serán mis armas y mi caballo .
A pesar del asombro, Don Quijote aceptó el
reto y añadió:
-Estoy seguro que no conocéis a la sin par
Dulcinea, pues no ha habido ni puede haber
belleza que pueda comparase con la suya.
61. Se colocaron los adversarios de frente y a
distancia.
Iniciaron la carrera y como el caballo del de
la Blanca Luna era mucho más fuerte y ligero que
Rocinante, no hicieron falta las lanzas, pues con
la primera embestida Don Quijote cayó al suelo.
El Caballero de la Blanca Luna se acercó,
le puso la lanza encima y dijo:
-Vencido sois, Caballero, y seréis muerto, si
no confesáis las condiciones de nuestro desafío.
62. Don Quijote, casi sin fuerzas respondió:
-Dulcinea del Toboso es la más hermosa
mujer del mundo. Aprieta la lanza y quítame la
vida, pues no merezco otra fin.
-No haré tal cosa –dijo el de la Blanca
Luna-.
Acepto la fama de la hermosura de la
señora Dulcinea y me contento con que el gran
Don Quijote se retire a su casa durante un año.
63. Prometió el Caballero cumplir lo pactado, y
volviendo las riendas, el de la Blanca Luna
regresó a la ciudad.
Entretanto, uno de los personajes que había
presenciado el duelo le siguió hasta un mesón.
El de la Blanca Luna, al darse cuenta de
que le seguía le dijo:
-Ya sé que pretendéis saber quién soy.
64. Pues sea, soy del mismo pueblo que Don
Quijote, cuya locura a todos nos da mucha
lástima. Por eso hemos tramado este desafío, para
conseguir que regrese, abandone sus fantasías y
lleve una vida como la de los demás.
- Dios os perdone el mal que habéis hecho a
todo el mundo queriendo volver cuerdo al más
gracioso y honrado loco que hay en Don Quijote
-contestó el personaje.
65. Puede ser que de esa forma él gane en
salud, pero nosotros no solamente perderemos sus
gracias, sino también las de su escudero, que
cualquiera de ellas es capaz de alegrar al más
triste y apenado.
-Con todo, callaré y no diré nada.
Mientras tanto Don Quijote y Sancho
emprendieron el regreso:
El Caballero desarmado y pensativo sobre
su fiel Rocinante, Sancho a pie, pues su asno iba
cargado con todas las armas.
66. Llegaron así a su aldea y una vez en casa,
tras saludar a su sobrina y al ama, Don Quijote
contó su derrota.
Al terminar pidió que le llevasen al lecho,
pues no tenía el cuerpo muy bueno y una vez en la
cama añadió:
-Tened por seguro que sea como fuera, ya
sea caballero andante o sin andar, siempre acudiré
a ayudaros en todo lo que necesitéis.
67. Fin
Los textos, resumidos y adaptados, y las imágenes, que han sido escaneadas,
pertenecen al libro “Don Quijote de la Mancha”, de Editorial Grafalco.
Y en este punto termina nuestro empeño de
dar a conocer a tan curioso personaje, dando por
terminadas sus andanzas y aventuras.
C.E.I.P. Luis Casado. Corrales del Vino (Zamora)
Resumen y adaptación: Paloma Escolar. Presentación PowerPoint: José Eladio González.
68. Hidalgo: persona que no vivía de su trabajo, sino de
su dinero y propiedades.
Astillero: pieza de madera en la que se encajaba la
punta de lanza, sirviendo de soporte.
Adarga: escudo.
Rocín: caballo poco lucido empleado para el trabajo.
Diccionario
69. Venta: posada. Casa situada en caminos y zonas
despobladas, en la que se podía comer y dormir durante
los viajes.
Alcaide: jefe militar encargado de la defensa de un
castillo.
Diccionario
70. Velar las armas: permanecer despierto, vigilando las
armas, la noche anterior a ser nombrado caballero.
Arriero: persona que trabaja llevando animales de
carga de un lado para otro.
Diccionario
71. La del alba sería: al amanecer.
Milla: medida equivalente a unos 1.600 metros.
Mercader: comerciante.
Cabalgadura: animal sobre el que se puede montar o
llevar carga.
Quitasol: sombrilla de gran tamaño.
Diccionario
76. Serpienta alada: gran serpiente con alas para volar,
que sólo existe en la imaginación.
Diccionario
77. Poca sal en la mollera: de pocas luces o
entendimiento.
Gobernador: jefe superior de un territorio, en este
caso de una ínsula.
Ínsula: isla pequeña.
Diccionario
78. Bota: odre pequeño que sirve para llevar y beber vino.
Como si fuese una cantimplora de cuero para el vino.
Alforjas: pieza de tela gruesa o de cuero con dos
bolsas grandes, que se pone encima de los burros,
colgando por ambos lados, para transportar cosas en
ellas.
La suerte nos favorece: la suerte nos acompaña.
Diccionario
79. Vuestra merced: forma de hablar antigua que se
utilizaba para que se utilizaba para empezar a dirigir la
palabra a alguien importante.
Diccionario
80. Honda: tira de cuero que se utilizaba para tirar
piedras a lo lejos.
Diccionario
83. Pollino: burro pequeño.
Yelmo: parte de una armadura que cubre y protege la
cabeza y la cara.
Mambrino: rey moro de leyenda, dueño de un yelmo
de oro que hacía invencible a quien lo llevara puesto.
Bacía: palangana de latón, que utilizaban los barberos
para remojar la barba.
Diccionario