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Hablar de la poética, de la vida, de la estética; de las concepciones filosóficas, teológicas, ideológicas; hablar 
de las sombras, de las luces, del andar mundano o celestial de un hombre sembrado y cultivado poeta y sobreviviente 
de los sismos sociales que vive o vivió en los escenarios existenciales que eligió para fundar residencia perpetua, es 
tarea de seres que piensan, sienten, padecen de los mismos síndromes, de las mismas pandemias virales y habitan 
semejantes residencias en la circunferencia que geometriza la virtualidad real del mundo que se comparte. 
Para hablar de hombres como Pablo Neruda hay que tal vez no haber vivido en uno mismo, sino tal vez haber 
vivido la vida de los otros como la supo él vivir. Para hablar del Neruda que afirma: “Mi vida es una vida hecha de 
todas las vidas: las vidas del poeta” hay, por lo menos que intentar ser poeta, pero poeta con la hondura y el aliento de 
su vitalismo. 
Nosotros que intentamos acercarnos al concepto esencial de “ser poeta” intentaremos ir de su mano para 
mostrar desde su obra y su testimonio confesado la vertiente poética que aquí pretendemos resaltar como fundamento 
esencial, enervante y fenomenológico en la poeticidad nerudiana. 
Hay en Neruda una Poetica de la Soledad que se moviliza espiralica por toda su obra, cuyos hijos e hijas se 
nombran: ausencias, angustias, melancolías, congojas, desalientos, vacíos… hijos e hijas de soledades que hallan en 
Neruda su hábitat ideal. 
Inicio este mostrar sumergido como lo estuvo el poeta en estos versos de las estrofas finales del poema Vals, 
de la Ahogada en el Cielo, de la Tercera Residencia: 
Vivo de pronto y otras veces sigo. 
Toco de pronto un rostro y me asesina. 
No tengo tiempo. 
No me busquéis entonces descorriendo 
el habita hilo salvaje o la 
sangrienta enredadera. 
No me llaméis: mi ocupación es ésa. 
No preguntéis mi nombre ni mi estado. 
Dejadme en medio de mi propia luna, 
en mi terreno herido. 
Con estos versos residenciales abrimos el espacio textual de este poeta abordando su nave submarina rumbo a 
las profundidades de su decir solitario. Navego sus aguas mirando al través de sus ojos de poeta consumado. Es así 
como iremos viendo en la poesía de Neruda como fuente primaria de su creación el ascendente y constante carácter 
sintomático de soledades acentuado en la especificidad léxico-simbólica y metafórica de su pulso poético. Este 
sentido de lo solitario en Neruda se encuentra confesado en su conjunto poético y más evidenciable en lo producido 
hasta las residencias. 
La primera soledad de Neruda, es la soledad de un pequeño que con tan solo un mes de nacido pierde al ser 
más tierno del universo: su madre, Rosa Basoalto Opazo. Desde ahí en el poeta es ascendente y acentuado ese 
nutriente que vitaminizará su quehacer poético y que en él significamos como infinitos momentos de soledades. Una 
primera infancia sin el cariño, el calor, la gracia angelical, los mimos, la bondad y el amor de la madre de verdad, no 
la madrastra, porque de ella lo tuvo, ensimismaron a nuestro poeta introduciéndolo en sí mismo, disparándolo para 
siempre hacia las profundas cavernas de su interior y desde allí hacia su poesía. 
Neruda desde su joven vocación de poeta se asumió solitario. En su infancia de Temuco se abandonó a los 
días de lluvia, al ludismo de los árboles y de la selva con su polifónica canción de aves, insectos y animales. El 
mismo poeta dijo: “Tal vez el amor y la naturaleza fueron desde muy temprano los yacimientos de mi poesía ”. El 
poeta Neruda supo desde aquellos inicios que era él con él mismo, el amor y la naturaleza. Supo que los demás en su 
vida eran pasajeros de la vida y el tiempo. Así la soledad en Neruda la vemos como espacio de reflexión y 
confluencias de sus desventuras, sus dolores, sus temores, sus angustias, sus melancolías, sus nostalgias, las cuales el 
mismo poeta cual alquimista trabaja para tematizarlos en su poética como soledades. Esos sentimientos agolpados 
desde siempre en el poeta zigzaguean y permean su totalidad vital y la de su obra. Así, al poeta hacer conciencia de lo 
fatídico existencial que lo circunda, se refugia desde muy temprano en sí mismo y la naturaleza creando una poética 
de la soledad, de la naturaleza y de los mundos internos y externos del hombre que es él y los otros. Es que en Neruda 
habitan todos los hombres de todos los tiempos, recordemos que su vida está hecha de todas las vidas. 
El corpus poético de este poeta vital se enriquece a conciencia de las sustancias residuales, forjadas y 
asimiladas, integradas y desintegradas como soledades en las catarsis embrionarias de sus afanes de búsquedas para 
satisfacer las preguntas que se hace sobre la vida, las sociedades y los hombres. El poeta reconoce que sus fidedignas 
compañeras son sus soledades, las que nunca le abandonan y que cuando él se aleja ellas siempre le esperan abiertas y 
tendidas como alfombras de verdemar en las praderas. Las que con él nacieron y aún viven en sus versos. Al poeta la 
soledad le llegó junto con la vida: “Que soledad la de un pequeño niño poeta, vestido de negro en la frontera espacial
temible”. El poeta siente que “la vida y los libros poco a poco le van dejando entrever misterios abrumadores”. 
Desde muy temprano presiente su destino de turbulencia y las fuentes de su aprendizaje. 
Niño poeta vestido de negro, frontera espaciosa y temible, misterios abrumadores, son expresiones delatoras 
del creador que corre sigiloso y apresurado hacia el asilamiento, hacia el recogimiento, hacia el recodo existencial 
más encumbrado, espinoso y profundo de sí mismo. Estas expresiones son la inicial configuración de una existencia 
creativa fundamentada en las soledades de un hombre de muchedumbre como lo fue Pablo Neruda. Un hombre de 
itinerantes, pasajeras y perennes mujeres. ¿Cómo explicar, entonces, sus vértigos de soledades? Sólo diciendo que en 
Neruda nada se explica, en él todo se vive. Y no es una contradicción, ni una paradoja esquemática en el perfil del 
poeta, es la realidad de una vida, de una poesía. 
Dámaso Alonso en su libro Poesía y Estilo de Pablo Neruda manifiesta que “en la evolución poética de 
Neruda hay una profunda condensación sentimental por ensimismamiento”. Es decir, que el poeta se refugia 
tangiblemente en sí mismo siendo su propio solitario habitante, lo que aflora en aislamiento, nulidad social, soledad 
voluntaria. Así la soledad en el poeta es un elemento y una constancia inherente a su vitalismo de hombre y por 
ósmosis a su vitalismo poético. La soledad siempre estuvo a todos sus lados. Entre las primeras prendas de su 
equipaje. Así, lo deja ver el poeta: 
Nací en el sur. De la frontera 
traje las soledades y el galope 
del último caudillo. 
( Cuándo de Chile, Las uvas y El viento ) 
Neruda como hombre y como poeta, piensan los que no le conocen, debió ser un ser pletórico de armonía 
existencial y de felicidad debido a sus incontables relaciones amorosas y amistosas, y así fue. Pero éstas no fueron lo 
suficientemente intensas como para abstraerlo de su mundo de soledades. Sabemos que este poeta como ningún otro 
fue un forjador y sostenedor de ilusiones que a ratos se les iban marchitas por los aeroductos fangosos desde donde les 
habían llegado límpidas y trasparentadas. Otras les ganaron ardorosas satisfacciones. A pesar de todo ello, siguió 
siendo Neruda, en el líquido ardiente de su vida, un habitante de sí mismo en soledad. Aquellos intensos y grandes 
momentos de compartires con encumbradas figuras y, aquéllas, las más nobles causas asumidas no segaron el 
ensimismamiento que lo consumía y al mismo tiempo lo engrandecía en su poesía. Siempre se reconoció solitario: “Yo 
no podía elegir sino la soledad, y de ese modo aquella época ha sido la más solitaria de mi vida ”, refiriéndose a su 
peregrinar por el Oriente y otras latitudes. El poeta agudiza la enunciación de aquellas quemantes soledades diciendo: 
“Mi cuerpo era una hoguera solitaria encendida de noche y día en aquella costa tropical”. 
Vemos que en él la soledad es constancia de laboriosidad, de esfuerzo, de producción poética, de 
conocimiento del mundo y sus vericuetos. La soledad en Neruda era otra forma de vida y de vivir. Era espacio de 
creación donde respiraba toda especie de existencia, animada e inanimada, para reinventarla en su poesía. La soledad 
en Neruda era esa “intermitencia del sueño que nos permite sostener los días de trabajo”. Crear es la más importante 
labor de nuestro poeta. Para él la “creación es una constante rueda que gira con mayor aprendizaje y conciencia, 
aunque tal vez con menos frescura y espontaneidad”. Sin embargo Neruda es un poeta de frescura instantánea, de 
espontaneidad agilísima, un aprendiz incansable. Neruda, tal vez como ningún otro poeta de su tiempo, vivió la 
plenitud conciente de su rol de poeta y de hombre: poeta y hombre de las muchedumbres, a pesar de sus soledades. De 
ahí que afirmemos que en este poeta el ensimismamiento y las soledades no significaron ahogamiento ni pérdida de la 
identidad del poeta, sino más bien vehículo, camino, aliento de perpetua transmutación. No se dejó lanzar hacia el 
vacío, mas bien, se mantuvo suspendido, en vilo, sin tocar el oscuro fondo de los abismos que siempre le salieron al 
paso y que supo saltar con su sentido de elasticidad humana y poética. 
Neruda es un hombre de soledades, pero de comunión solidaria: con las gentes necesitadas, con las gentes del 
salitre, del cobre, de las plantaciones; con los humildes oprimidos, con los confinados y miserables. Neruda es un 
hombre solitario, hijo de las soledades, un hombre de él y del pueblo, del que nunca temió “porque el poeta no puede 
temerle al pueblo”. Es un poeta sutil de las calles, los jardines, las voces, los llantos, los soles, las noches, los 
animales, los árboles, los monstruos humanos: 
“por donde yo paseo con calma, con ojos, con zapatos 
con furias, con olvido” 
(Walking Araund, Residencia II) 
Así son esas instancias mil veces desandadas por Neruda. Instancias desde las cuales, abatido el poeta, observa, 
rememora, reconstruye y vocifera su cansancio, su nulidad y esa soledad de hombre, porque: 
“sucede que me canso de mis pies y uñas 
y mi pelo y mi sombra 
sucede que me canso de ser hombre” 
(Walking Araund, Residencia II)
Sí, el hombre se cansa de ser hombre. Su cansancio es de lo amargo que vive. De las precariedades de su existir. De 
las injustas e inhumanas acciones de sus iguales. De ahí se nutria su poesía. El poeta lo sabe. No vacila. Y en tanto 
tiene la oportunidad se aferra a sus soledades, a su aislamiento, al ensimismamiento que le caracteriza. Entonces, el 
poeta habla con y desde sus formas poéticas, y pide: 
Por eso nadie se moleste cuando 
parece que estoy solo y no estoy solo, 
no estoy con nadie y hablo para todos 
………………………………………….. 
Alguien me está escuchando y no lo saben, 
pero aquellos que canto y que lo saben 
siguen naciendo y llenarán el mundo.” 
(El Pueblo, Plenos Poderes) 
En este poeta entusiasta la soledad también fue tiempo de reconversión, de crecimiento intelectual, de 
dedicación a los libros, a la lectura: “Nunca leí con tanto placer y tanta abundancia como en aquel suburbio de 
Colombo en que viví solitario por mucho tiempo.” Esas épocas patentizaron al Neruda solitario: “La verdad es que la 
soledad de Colombo no sólo era pesada sino letárgica”. Esas fueron soledades de muerte al tiempo que de vida para 
su poesía. El poeta hizo de la soledad su espacio vital, su metódico ritmo creativo, el eje vertical de sus procesos 
temáticos, configuradores de una poética que se nutre de ella. El poeta aprende de cada roce con su entorno geofísico 
y humano. Observe como en estas palabras a los pueblos de Europa y sus gentes, el poeta juega con sus concepciones 
ideológicas en una conjugación de angustias, miserias, pobrezas y soledades revitalizadas en el poetizar: 
Yo americano errante, 
huérfano de los ríos y de los 
volcanes que me procrearon, 
a vosotros sencillos europeos 
de las calles torcidas, 
humildes propietarios de paz y el aceite, 
sabios tranquilos como el humo, 
yo os digo: aquí he venido 
a aprender de vosotros 
……………………………………… 
yo americano, hijo 
de las mas anchas soledades del hombre 
vine a aprender la vida de vosotros 
y no la muerte, la muerte! 
(Palabras a Europa, Las uvas y El viento) 
Neruda ha reiterado que su etapa de cónsul ha sido la de sus más sórdidas y punzantes soledades. Época en la 
cual escribe sus primeras residencias. Es bajo ese espasmoso, acuchillante y guillotinante cielo, también de amores y 
soledades al mismo tiempo, desde donde surgen las esencias que sustancian esos desgarrantes versos de las primeras 
residencias. Así, en el poema “Sabor” el poeta delata su acentuada tendencia a la vida en soledad voluntaria al decir: 
De falsas astrologías, de costumbres un tanto lúgubres, 
vertidas en lo inacabable y siempre llevadas al lado, 
he conservado una tendencia, 
un sabor solitario. 
Las soledades nerudianas también son de frustraciones y de abandonos. Ejemplo de esto es el final de su 
relación con la birmana Josie Bliss. De aquellos frustrados y abandonados amoríos asegura el poeta le quedó “una 
cicatriz en el corazón que nunca se le borró y que continuó en su memoria como un dolor turbulento”. Y desde todas 
las aristas de esa turbulencia dolorosa ocasionada por la pérdida definitiva de su celosa amante birmana surge el 
poema desgarradoramente melancólico y angustiante “Tango del Viudo”: 
He llegado otra vez a los dormitorios solitarios, 
a almorzar en los restaurantes comida fría, y otra vez 
tiro al suelo los pantalones y las camisas, 
no hay perchas en mi habitación, ni retratos de nadie 
en las paredes. 
Cuantas sombra de la que hay en mi alma daría por 
recobrarte, 
y que amenazadores me parecen los nombres de los meses, 
y la palabra invierno que sonido de tambor lúgubre tiene.
El poeta se ancla en su vieja amiga la soledad, se descarna, se tuerce de amor dolido y en un nivel de desespero por 
salvarse exclama: 
cuántas veces entregaría este coro de sombras que poseo, 
y el ruido de espadas inútiles que se oye en mi alma, 
y la paloma de sangre que esta solitaria en mi frente 
llamando cosas desaparecidas, seres desaparecidos, 
substancias extrañamente inseparables y perdidas. 
Esta birmana eclipsó la vida del poeta, lo deshizo, le solidificó el oxígeno y en un vértigo de muerte, de oscuridad 
existencial, nos dice con claridad y dolor: 
y respiro en el aire ceniza y lo destruido, 
el largo, solitario espacio que me rodea para siempre 
Reafirma aquí el poeta la ya profetizada raíz de toda su poética: la rítmica marcha de las soledades. 
En Neruda toda acción vital y poética es una dolorosa equivalencia que siempre lo transfiere a un mundo 
solitario cuyo límite es él mismo. Sabiéndose adolorido de soledad escribe que “el elemento nacido del dolor busca 
una salida triunfante que no reniega en la altura su origen trastornado por la tristeza”. Así Dámaso Alonso 
reconoce que en su poesía habita la nostalgia y la melancolía, con su ancla en los recuerdos y su tristeza de ausencia. 
Reconoce también claves poéticas sustentadas en la soledad, el ansia en la desesperación y la angustiosa congoja del 
naufragio total. Ahora bien en su estudio a la Poesía y Estilo de Neruda, Dámaso Alonso afirma que hay un 
desequilibrio en su poética, negándole armonía y colaboración del sentimiento con el pensamiento. La llama 
poesía extraña y difícil al igual que la de Góngora, pero a éste el crítico le reconoce el acierto de conducir en una sola 
senda arquitectónica la relación pensamiento sentimiento. El crítico Alonso practica con Neruda la injusticia en este 
sentido. Lo digo porque siento y veo en la poesía nerudiana una elegante y melosa empatía entre el pensamiento y el 
sentimiento, elementos que son esenciales en todo poetizar. En Neruda ambos se nutren del otro a grado tal que se 
funden en una maravillosa unidad que le invisibiliza. Así alumbra nuestro poeta una poesía de luz en soledad, una 
poesía de fuerza y una poesía de sabor humano. El poema X, Los Hombres, del libro La rosa separada refleja con 
claridad primaveral nuestra afirmación: 
Sí, próximos desengañados, antes de regresar 
al redil, a la colmena de las tristes abejas, 
turistas convencidos de volver, compañeros 
de calle negra con casas de antigüedades 
y latas de basura, hermanastros 
del número treinta y tres mil cuatrocientos 
veintisiete, 
piso sexto, departamento a, be o jota 
frente al almacén “Astorquiza, Williams, y 
Compañía” 
sí, pobre hermano mío que eres yo, 
ahora que sabemos que no nos quedaremos 
aquí, ni condenados, que sabemos 
desde hoy, que este esplendor nos queda grande, 
la soledad nos aprieta como el traje de un niño 
que crece demasiado o como cuando 
la oscuridad se apodera del día. 
En Neruda el desarrollo del pensamiento y el sentimiento no son entidades disociadoras de lo que se dice o se 
deja de decir, sino que se asocian desde una verticidad de “ansiosas nostalgias, intensos dolores, angustias que 
quiebran en soledades” vistas por el mismo Dámaso Alonso. Cierto es que en Neruda pensamiento y sentimiento se 
desplazan al mismo tiempo y por los mismos conductos poéticos creando una atmósfera de oscuridad y de arritmia 
con esos elementos que en él es sonora elegancia de acierto. Y he ahí el posible motivo de las afirmaciones de 
Dámaso. 
En el prólogo de la “Antología Esencial” donde Hernán Loyola recoge lo mejor del poeta se lee que Ne ruda en medio 
de la desolación tomaba conciencia de que su trabajo literario se aproximaba a un nivel de expresión que lo 
enorgullecía de vera, agregando más adelante – y en vía contraria a Alonso- que, “éste no advirtió la progresiva 
confirmación de una intuición contradictoria: la omnipresencia de la vida, la extraña invencibilidad de la materia 
siempre en trance de proliferación y aumento siempre renaciendo de su propia muerte”. En libros como Fin del 
Mundo, Canto General, España en el Corazón, Las piedras del cielo, Las manos del día, Aún, La Caracola, Memorial 
de Isla Negra, Las Uvas y El Viento…, el poeta sintetiza poetizando como teoría su cosmovisión materialista, 
desmesurando la totalidad de su pensamiento social, filosófico, político y poético en una comunión perfecta de sentido
hondamente humano desde sus turbulentas emociones solitarias. El libro Estravagario, así como Plenos Poderes y sus 
prosas poéticas dadas en Anillos y El Habitante y su Esperanza patentiza esa síntesis, esa verticidad nerudiana de 
pensamiento y sentimiento bifurcado en soledades como lo hace Residencia en la Tierra. 
Amó tanto el poeta sus soledades que en sus memorias Confieso que he vivido, le aparta un capítulo al que 
hermosamente llama Soledad luminosa. Sus versos están copados de soledades y en sus memorias son confesadas en 
cada página. Hay tantas soledades en la poética nerudiana como raíces afirma hay, el ruso Ilya Ehrenburg, traductor y 
amigo del poeta. Reafirmo que sin sus soledades Neruda quizás no hubiese sido el gran poeta que es. Refugiarse en 
ellas siempre fue a conciencia. A ellas iba a morir para en ellas renacer. Neruda renace con cada muerte. Vive cada 
vez que muere y muere cada vez que vive, porque sus muertes y sus vidas son de amores y de soledades. El poe ta 
muere y nace con cada libro. Así lo dice Loyola: “con La Espada Encendida, Neruda se explica como expresión de 
una conciencia de renacer”. Pero este renacer del poeta Neruda es sin abandono de sus eternas inquietudes: pueblo, 
amor y soledades. El poeta interroga en voz de Rodho: 
Dónde puede llevarnos el amor 
si esta gran soledad nos acechaba 
para escondernos y para revelarnos? 
En esa espada encendida de su vida, como en sus demás libros, el poeta reproyecta su pensamiento, su filosofía de 
vida y su estética de la poesía sin pureza, desde una visión panorámica de la humanidad que parte de la raíz genésica 
hasta la culminación de la existencia, pero siempre impregnado de esos dejos de angustiosas soledades como se deja 
sentir otra vez con Rodho: 
Tal vez somos dos árboles 
encasillados a golpes de viento, 
fortificados por la soledad. 
Tal vez aquí debimos 
crecer hacia la tierra, 
sumergir el amor en el agua escondida, 
busca la última profundidad 
hasta enterrarnos en mi beso oscuro, 
y que nos condujeran las raíces. 
Esas soledades cabalgatas del poeta tematizaron su extensa y sustanciosa producción poética. En Neruda no hay una 
sola palabra donde no se referencialice ese sentido témico de las soledades que aseguramos hay imbricado en su 
poesía. Este olor a soledad que olfateamos y sentimos en toda la poética nerudiana donde se acentúa con fiereza es en 
aquellos libros de la etapa cerrada con las residencias. El mismo poeta lo ha confesado al hablar de Residencia en la 
Tierra I: “Mi libro recogía como episodios naturales los resultados de mi vida suspendida en el vacío ”. Esas 
sensaciones de desolación, de solitariedad, de angustias y amarguras sociales vuelven a visibilizarse con frescura, 
recurrencia y advertida constancia confesa en libros como La rosa separada, dejados en la ineditez por su muerte 
física. Aquí hombre e isla son el cauce por donde desciende madura la agonía tormentosa de la visión cósmica del 
poeta, visión desintegrada en una estructuración poemática que trasciende lo cotidiano y el diarismo desde donde se 
nutre. El poema VII, La Isla, referencializa el aislamiento de una isla y de unos hombres que habitan la intemperie 
oceánica del último continente ahogado por sus colonialistas y ahora turistas desde las riquezas hurtadas y que el poeta 
canta desde la isleña Pascua de sus soledades: 
altas de cuello, graves de miradas, 
en el orgullo de su soledad, 
presencias, 
presencias arrogantes, 
preocupadas. 
Oh graves dignidades solitarias 
quién se atrevió, se atreve 
a preguntar, a interrogar 
a las estatuas interrogadoras? 
Son la interrogación diseminada 
que sobrepasa la angostura exacta, 
la pequeña cintura de la isla 
y se dirige al grande mar, al fondo 
del hombre y de su ausencia.
Hay en Neruda libros que son enteramente de amor y soledades: Crepusculario, Veinte poemas de amor y una 
canción desesperada, El hondero entusiasta, Cien sonetos de amor, Los versos del capitán… 
El conjunto poético nerudiano se deja leer como manantiales que descienden la montaña para nacer muriendo en el 
mar con las aguas salitradas de la melancolía, del dolor, de la tristeza, del vacío existencial, de la desesperanzas, de las 
convulsiones emocionales y sociales que le desgarraban el alma. Así las soledades del poeta no se anclaron en aquella 
etapa de las residencias, sino que como viajeras solitarias –y de tercera clase como él- se enraizaron diseminadas por 
la territoriedad de su poesía vitalista. El testimonio del poeta nos ilustra acerca de cómo esas soledades le forjaron y 
ganaron ese estilo particular que caracteriza su labor escritural: “Mi estilo se hizo tan acendrado que me di a la 
repetición de una melancolía frenética.” Esa afirmación del poeta esta evidenciada en este fragmento del poema El 
hondero: 
Sólo un golpe de madreselva en la boca 
sólo unas trenzas cuyo movimiento subía 
hacia mi soldad como una hoguera, 
y lo demás: el río nocturno, las señales 
del cielo, la fugaz primavera mojada, 
la enloquecida frente solitaria, el deseo 
levantando sus crueles tulipas en la noche. 
Así sus versos enuncian sus estados emocionales gerenciados desde su solitario gravitar y su estilo nutrido de 
soledades, “porque el estilo no es solo el hombre. Es también lo que lo rodea”, ha confesado el poeta. Según Neruda si 
la atmósfera no entra dentro del poema, el poema está muerto: muerto porque no ha podido respirar. Es este el sentido 
que Amado Alonso no quiso oler y ver en el poetizar de este poeta solitario de las muchedumbres y que Loyola 
acentúa y resalta. Así, en la vida del poeta la soledad es una circunvalación que comunica toda su poesía con su 
medio. Estas soledades perturban los campos procesales de la psiquis del poeta -reconocido por él mismo-contaminando 
sus esferas emotivas constituyéndose en el eslabón itinerante entre el alma taciturna del poeta y los 
procesos creativos de toda su existencialidad. Es por ello que desde la lectura de sus versos se puede afirmar que la 
poética de Neruda es contagiosa por la hibridad ardiente que en ella hierve. La suya es poesía que gusta, que agrada, 
que refresca y que acerca a las múltiples realidades del hombre. El mismo poeta delata sus secretos: “Es que aprendí 
la más grande salida de mí mismo: la creación”, “Solo he cantado mi vida y el amor de algunas mujeres” y 
“Mientras he vivido he dado alojamiento a demasiadas inquietudes para que éstas pasen de golpe por lo que 
escribo”. Esta es la conciencia de misión poética de un hombre de 20 años expresado en Exégesis y Soledad de Para 
Nacer he Nacido. Estas realidades de mixturas y mezclas combinatorias de sus temáticas, desde una visión de las 
soledades, fueron extraordinariamente exploradas y explotadas hasta la infinitud por el poeta, confiriéndole el parnaso 
universal a su cantar. 
Neruda, ya en su madurez y posiblemente en Isla Negra con la mirada salitrada de tanto viento de mar, 
confiesa en sus memorias que “el escritor joven no puede escribir sin ese estremecimiento de soledad”. Esta 
afirmación del poeta refuerza los niveles de conciencia que en él encontramos en el uso intencional del recurso 
soledad en el estilo y en los temas de toda su geografía textual. La soldad es la eterna habitante del poetizar nerudiano, 
desconocerlo es como cliclear a Neruda en el botón de eliminar y borrarlo de las historias literarias universales. 
En Pablo Neruda, amor y soledad son pares biopoéticos que sostiene una constante línea y estilo poético asumido con 
seriedad, conciencia y persistencia. Las soledades le ganaron a Neruda primaveras de amores y los amores les 
llovieron inviernos crudos de horrendas soledades. Así agotado de tanto nadar hacia la superficie del río turbulento de 
sus soledades y definitivamente queriendo escapársele y salírsele de sus corrientes, el poeta eleva su llantado clamor 
de rescate en el poema Llénate de mí. Aquí algunos fragmentos: 
Llénate de mí. 
Ansíame, agótame, viérteme, sacrifícame 
pídeme. Recógeme, contiéndeme, ocúltame 
quiero ser de alguien, 
quiero ser tuyo, es tu hora. 
Soy el que pasó saltando sobre las cosas 
el fugante, el doliente. 
.............................................................. 
Libértame de mí. 
Quiero salir de mi alma. 
yo soy esto que gime, esto que arde 
esto que sufre. 
No quiero ser esto.
El poeta en estos versos prescribe su angustioso estado de solitario, el cual desea dejar y abandonar por lo que pide, en 
el poema Madrigal escrito en invierno: 
Alójame en tu espalda, ay, refúgiame, 
aparéceme en tu espejo, de pronto, 
sobre la hoja, solitario, nocturna, 
brotado de lo oscuro, detrás de ti. 
Así, con el mismo desgarre, en el poema Tiranía clama: 
Oh dama sin corazón, hija del cielo 
auxíliame en esta solitaria hora 
con tu directa indiferencia de amor 
y tu frío sentido del olvido. 
Ya ahogado, sin oxígeno, con el último aliento en su voz quejumbrosa el poeta se hace de Barcarola y busca, solicita 
insinuante lo saquen de sus abrumadoras soledades. Se lo pide a ellas, a sus efímeras mujeres salvadoras, a las reales y 
a las simbólicas, diciendo en singular: 
Si solamente me tocaras el corazón, 
si solamente pusieras tu boca en mi corazón, 
tu fina boca, tus dientes, 
si pusiera tu lengua como una flecha roja 
allí donde mi corazón polvoriento golpea, 
si soplaras en mi corazón, cerca del mar, llorando, 
sonaría con un ruido oscuro , con sonido de ruedas de tren 
con sueño. 
La soledad en Neruda se afirma en delirantes y angustiosas melancolías que les venían desde todo y todos. Este poeta 
fue el eco vivo y cercano de las pesadumbres, las agonías, las desdichas, los dolores, las tristezas de tantos otros y 
tantos suyos que transmutaban en él y se hacían sujetos de su poesía. Estos versos del poema La Insepulta de Paita, 
elegía a la memoria de Manuela Sáez, amante del gran Bolívar, hablan solos: 
Amante, para que decir tu nombre. 
Sólo ella en estos montes 
permanece. 
El es sólo silencio 
en brusca soledad que continúa. 
Así, como esos versos amargos por que falta el amante o la amante, fue Neruda configurando su decir poético de 
soledades, amores y pueblos, porque: 
Las gentes se callaron y durmieron 
como cada uno era y será: 
tal vez en ti no nacía el rencor, 
porque está escrito en donde no se lee 
que el amor extinguido no es la muerte 
sino una forma amarga de nacer. 
(Amores: Delia II) 
Su poética es una plataforma esencial de nuestras poesías posmodernas que se fue estructurando, según sus 
memorias, por infinitas playas o montes enmarañados en una comunicación entre su alma, es decir, su poesía y la 
tierra mas solitaria del mundo. Así la nostalgia de la patria dada como realizaciones poéticas en palabras-símbolos 
como “playa”, “montes”, “tierra”, “alma”, ríos” “selva”, “pájaros”, “árboles”, “lluvia” acentúan en su universo 
creativo esos espacios temáticos de soledades reconstruidos desde la memoria visual presente del poeta. 
Sus soledades tienen sus años. Les vienen desde aquel texto considerado por él su primer poema, que dice dedicado a 
su madrastra. Desde aquél Neruda declara sus soledades, en esos momentos espirituales. Dice el poeta: “Las puse en 
limpio en un papel preso de una ansiedad profunda, de un sentimiento profundo hasta entonces desconocido, especie 
de angustia y tristeza”. Ya hemos dicho que en Neruda la tristeza y la angustia vitalizan sus soledades. Ellas, a Neruda 
les vienen, además, desde su confesada timidez. Fue siempre un tímido empedernido. Su timidez le tejió un suéter de 
introvertido que fue madurando hacia otras vertientes, hacia tormentosas y perturbadoras soledades. La timidez, 
explicaba el poeta, es una condición extraña del alma, una categoría, una dimensión que se abre hacia la soldad. Es 
indudable que en este poeta la timidez fundida soledad funciona como eje transversalizador de su poeticidad. Timidez 
y soldad son conceptos que se hibridizan en Neruda como sustancia poética de alta resonancia y como musas 
terrenales le encienden la pluma. Las soledades recurencian aleaciones que prenden el horno de sus libros. Timidez y
soledad engendran en Neruda el ensimismamiento atribuido por Amado Alonso. El poeta era consciente de ello. En él 
es metodología constructiva. Es infinitud e imaginería. Desde ellas se acompañó así mismo en un reflejo agónico de 
lecturas y escrituras que le valió la nombradía y la valentía para afirmar que: “me refugié en la poesía con ferocidad 
de tímido”. Su timidez y sus soledades no son debilidades en su vida ni en su poesía, más bien, virtudes, aciertos, 
logros, ascensiones... 
El mundo visto y vivido por Neruda en su ejercicio poético es una realidad, por una parte de pérdida, de 
ahogos, de vicisitudes, de crueldades, de crudezas, de dolor, de agonías, de angustias, de frustraciones, de guerras, de 
muerte. Para salvarse como hombre y poeta tuvo que elegir y eligió: eligió la soledad. Esos rasgos le forjaron un 
vitalismo existencial y creativo de sentimientos que se mueven en esferas de soledades provocándole al poeta el 
sentido del encierro, de ensimismamiento. Es esa visión dramática del hombre, del mundo y de él mismo lo que 
concretiza sus soledades, las que luego se enraízan en su poética confesada. 
Por otra parte vemos que Neruda es una comunión, una conjunción, una verticidad luminosa de aciertos 
temáticos por lo que en su poesía hay transida una visión de esperanza, alegría, felicidad y nacimiento que empalman, 
desde sus realidades íntimas, una poética exuberantemente rica y fresca de extraordinario manantial humano. Así 
Neruda no es solo muerte, desolaciones, angustias, desesperanzas, tristezas y soledades. Neruda es una suma de vida. 
Es una suma cósmica. Neruda es uno de los poetas donde se funda la nueva poesía latinoamericana, escribió el 
argentino Saúl Yurkiévich. Nosotros lo vemos como la síntesis de la tradicionalidad poética hispanoamericana. Él y su 
poesía constituyen una reflexión posmoderna. El pone en crisis el hacer poético para renacer desde sus cenizas de 
soledades. Él y su poesía son fuentes que sacian la sed del que busca lo inexplicable. Son ese faro de movimiento 
circular que dirige hacia puertos seguros a esos marineros del tiempo y la poesía que abordan su naves como él lo 
hizo: desde sí mismo y desde el otro en convivo socionatural y fundamentalmente humano. A partir de Neruda la 
poética nuestra ya no se haya dispersa porque él es una de sus verticidades como lo son: Borges, Paz, Nicolás Guillén, 
Lezama, Del Cabral, Gastón Arce, Palé Matos, Vallejo, Miguel Hernández, Alberti, Jorge Guillen, García Lorca y 
otros tantos que como Neruda han transitado, cada uno desde sus cosmovisiones, la senda de luz del carrusel, 
ganándole a lo circunferencial otras intersecciones que les transmutan hacia una eterna mitad poligonal poética que es 
recurrencial y constante. 
Vemos a Neruda desde sus soledades como una respuesta y explicativa visión de la existencia en línea curva 
cerrada a donde no se entra ni se sale, sino que siempre se está en movimiento circunvalado, porque de ella solo somos 
migrantes ciudadanos de interiores e interioridades. En ella nacer y morir no son opuestos sino complemento como en 
la poesía del poeta. 
El gran conjunto aquí es la esfera infinita. En ella Neruda abre su residencia, su búsqueda de límites, de 
contornos, de linderos, de superficie, de nuevos territorios para la poesía. En ella reside el poeta con sus infinitas 
existencias abriendo las otras posibilidades, las que transita solitario con sus soledades.

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Hablar de la poética

  • 1. Hablar de la poética, de la vida, de la estética; de las concepciones filosóficas, teológicas, ideológicas; hablar de las sombras, de las luces, del andar mundano o celestial de un hombre sembrado y cultivado poeta y sobreviviente de los sismos sociales que vive o vivió en los escenarios existenciales que eligió para fundar residencia perpetua, es tarea de seres que piensan, sienten, padecen de los mismos síndromes, de las mismas pandemias virales y habitan semejantes residencias en la circunferencia que geometriza la virtualidad real del mundo que se comparte. Para hablar de hombres como Pablo Neruda hay que tal vez no haber vivido en uno mismo, sino tal vez haber vivido la vida de los otros como la supo él vivir. Para hablar del Neruda que afirma: “Mi vida es una vida hecha de todas las vidas: las vidas del poeta” hay, por lo menos que intentar ser poeta, pero poeta con la hondura y el aliento de su vitalismo. Nosotros que intentamos acercarnos al concepto esencial de “ser poeta” intentaremos ir de su mano para mostrar desde su obra y su testimonio confesado la vertiente poética que aquí pretendemos resaltar como fundamento esencial, enervante y fenomenológico en la poeticidad nerudiana. Hay en Neruda una Poetica de la Soledad que se moviliza espiralica por toda su obra, cuyos hijos e hijas se nombran: ausencias, angustias, melancolías, congojas, desalientos, vacíos… hijos e hijas de soledades que hallan en Neruda su hábitat ideal. Inicio este mostrar sumergido como lo estuvo el poeta en estos versos de las estrofas finales del poema Vals, de la Ahogada en el Cielo, de la Tercera Residencia: Vivo de pronto y otras veces sigo. Toco de pronto un rostro y me asesina. No tengo tiempo. No me busquéis entonces descorriendo el habita hilo salvaje o la sangrienta enredadera. No me llaméis: mi ocupación es ésa. No preguntéis mi nombre ni mi estado. Dejadme en medio de mi propia luna, en mi terreno herido. Con estos versos residenciales abrimos el espacio textual de este poeta abordando su nave submarina rumbo a las profundidades de su decir solitario. Navego sus aguas mirando al través de sus ojos de poeta consumado. Es así como iremos viendo en la poesía de Neruda como fuente primaria de su creación el ascendente y constante carácter sintomático de soledades acentuado en la especificidad léxico-simbólica y metafórica de su pulso poético. Este sentido de lo solitario en Neruda se encuentra confesado en su conjunto poético y más evidenciable en lo producido hasta las residencias. La primera soledad de Neruda, es la soledad de un pequeño que con tan solo un mes de nacido pierde al ser más tierno del universo: su madre, Rosa Basoalto Opazo. Desde ahí en el poeta es ascendente y acentuado ese nutriente que vitaminizará su quehacer poético y que en él significamos como infinitos momentos de soledades. Una primera infancia sin el cariño, el calor, la gracia angelical, los mimos, la bondad y el amor de la madre de verdad, no la madrastra, porque de ella lo tuvo, ensimismaron a nuestro poeta introduciéndolo en sí mismo, disparándolo para siempre hacia las profundas cavernas de su interior y desde allí hacia su poesía. Neruda desde su joven vocación de poeta se asumió solitario. En su infancia de Temuco se abandonó a los días de lluvia, al ludismo de los árboles y de la selva con su polifónica canción de aves, insectos y animales. El mismo poeta dijo: “Tal vez el amor y la naturaleza fueron desde muy temprano los yacimientos de mi poesía ”. El poeta Neruda supo desde aquellos inicios que era él con él mismo, el amor y la naturaleza. Supo que los demás en su vida eran pasajeros de la vida y el tiempo. Así la soledad en Neruda la vemos como espacio de reflexión y confluencias de sus desventuras, sus dolores, sus temores, sus angustias, sus melancolías, sus nostalgias, las cuales el mismo poeta cual alquimista trabaja para tematizarlos en su poética como soledades. Esos sentimientos agolpados desde siempre en el poeta zigzaguean y permean su totalidad vital y la de su obra. Así, al poeta hacer conciencia de lo fatídico existencial que lo circunda, se refugia desde muy temprano en sí mismo y la naturaleza creando una poética de la soledad, de la naturaleza y de los mundos internos y externos del hombre que es él y los otros. Es que en Neruda habitan todos los hombres de todos los tiempos, recordemos que su vida está hecha de todas las vidas. El corpus poético de este poeta vital se enriquece a conciencia de las sustancias residuales, forjadas y asimiladas, integradas y desintegradas como soledades en las catarsis embrionarias de sus afanes de búsquedas para satisfacer las preguntas que se hace sobre la vida, las sociedades y los hombres. El poeta reconoce que sus fidedignas compañeras son sus soledades, las que nunca le abandonan y que cuando él se aleja ellas siempre le esperan abiertas y tendidas como alfombras de verdemar en las praderas. Las que con él nacieron y aún viven en sus versos. Al poeta la soledad le llegó junto con la vida: “Que soledad la de un pequeño niño poeta, vestido de negro en la frontera espacial
  • 2. temible”. El poeta siente que “la vida y los libros poco a poco le van dejando entrever misterios abrumadores”. Desde muy temprano presiente su destino de turbulencia y las fuentes de su aprendizaje. Niño poeta vestido de negro, frontera espaciosa y temible, misterios abrumadores, son expresiones delatoras del creador que corre sigiloso y apresurado hacia el asilamiento, hacia el recogimiento, hacia el recodo existencial más encumbrado, espinoso y profundo de sí mismo. Estas expresiones son la inicial configuración de una existencia creativa fundamentada en las soledades de un hombre de muchedumbre como lo fue Pablo Neruda. Un hombre de itinerantes, pasajeras y perennes mujeres. ¿Cómo explicar, entonces, sus vértigos de soledades? Sólo diciendo que en Neruda nada se explica, en él todo se vive. Y no es una contradicción, ni una paradoja esquemática en el perfil del poeta, es la realidad de una vida, de una poesía. Dámaso Alonso en su libro Poesía y Estilo de Pablo Neruda manifiesta que “en la evolución poética de Neruda hay una profunda condensación sentimental por ensimismamiento”. Es decir, que el poeta se refugia tangiblemente en sí mismo siendo su propio solitario habitante, lo que aflora en aislamiento, nulidad social, soledad voluntaria. Así la soledad en el poeta es un elemento y una constancia inherente a su vitalismo de hombre y por ósmosis a su vitalismo poético. La soledad siempre estuvo a todos sus lados. Entre las primeras prendas de su equipaje. Así, lo deja ver el poeta: Nací en el sur. De la frontera traje las soledades y el galope del último caudillo. ( Cuándo de Chile, Las uvas y El viento ) Neruda como hombre y como poeta, piensan los que no le conocen, debió ser un ser pletórico de armonía existencial y de felicidad debido a sus incontables relaciones amorosas y amistosas, y así fue. Pero éstas no fueron lo suficientemente intensas como para abstraerlo de su mundo de soledades. Sabemos que este poeta como ningún otro fue un forjador y sostenedor de ilusiones que a ratos se les iban marchitas por los aeroductos fangosos desde donde les habían llegado límpidas y trasparentadas. Otras les ganaron ardorosas satisfacciones. A pesar de todo ello, siguió siendo Neruda, en el líquido ardiente de su vida, un habitante de sí mismo en soledad. Aquellos intensos y grandes momentos de compartires con encumbradas figuras y, aquéllas, las más nobles causas asumidas no segaron el ensimismamiento que lo consumía y al mismo tiempo lo engrandecía en su poesía. Siempre se reconoció solitario: “Yo no podía elegir sino la soledad, y de ese modo aquella época ha sido la más solitaria de mi vida ”, refiriéndose a su peregrinar por el Oriente y otras latitudes. El poeta agudiza la enunciación de aquellas quemantes soledades diciendo: “Mi cuerpo era una hoguera solitaria encendida de noche y día en aquella costa tropical”. Vemos que en él la soledad es constancia de laboriosidad, de esfuerzo, de producción poética, de conocimiento del mundo y sus vericuetos. La soledad en Neruda era otra forma de vida y de vivir. Era espacio de creación donde respiraba toda especie de existencia, animada e inanimada, para reinventarla en su poesía. La soledad en Neruda era esa “intermitencia del sueño que nos permite sostener los días de trabajo”. Crear es la más importante labor de nuestro poeta. Para él la “creación es una constante rueda que gira con mayor aprendizaje y conciencia, aunque tal vez con menos frescura y espontaneidad”. Sin embargo Neruda es un poeta de frescura instantánea, de espontaneidad agilísima, un aprendiz incansable. Neruda, tal vez como ningún otro poeta de su tiempo, vivió la plenitud conciente de su rol de poeta y de hombre: poeta y hombre de las muchedumbres, a pesar de sus soledades. De ahí que afirmemos que en este poeta el ensimismamiento y las soledades no significaron ahogamiento ni pérdida de la identidad del poeta, sino más bien vehículo, camino, aliento de perpetua transmutación. No se dejó lanzar hacia el vacío, mas bien, se mantuvo suspendido, en vilo, sin tocar el oscuro fondo de los abismos que siempre le salieron al paso y que supo saltar con su sentido de elasticidad humana y poética. Neruda es un hombre de soledades, pero de comunión solidaria: con las gentes necesitadas, con las gentes del salitre, del cobre, de las plantaciones; con los humildes oprimidos, con los confinados y miserables. Neruda es un hombre solitario, hijo de las soledades, un hombre de él y del pueblo, del que nunca temió “porque el poeta no puede temerle al pueblo”. Es un poeta sutil de las calles, los jardines, las voces, los llantos, los soles, las noches, los animales, los árboles, los monstruos humanos: “por donde yo paseo con calma, con ojos, con zapatos con furias, con olvido” (Walking Araund, Residencia II) Así son esas instancias mil veces desandadas por Neruda. Instancias desde las cuales, abatido el poeta, observa, rememora, reconstruye y vocifera su cansancio, su nulidad y esa soledad de hombre, porque: “sucede que me canso de mis pies y uñas y mi pelo y mi sombra sucede que me canso de ser hombre” (Walking Araund, Residencia II)
  • 3. Sí, el hombre se cansa de ser hombre. Su cansancio es de lo amargo que vive. De las precariedades de su existir. De las injustas e inhumanas acciones de sus iguales. De ahí se nutria su poesía. El poeta lo sabe. No vacila. Y en tanto tiene la oportunidad se aferra a sus soledades, a su aislamiento, al ensimismamiento que le caracteriza. Entonces, el poeta habla con y desde sus formas poéticas, y pide: Por eso nadie se moleste cuando parece que estoy solo y no estoy solo, no estoy con nadie y hablo para todos ………………………………………….. Alguien me está escuchando y no lo saben, pero aquellos que canto y que lo saben siguen naciendo y llenarán el mundo.” (El Pueblo, Plenos Poderes) En este poeta entusiasta la soledad también fue tiempo de reconversión, de crecimiento intelectual, de dedicación a los libros, a la lectura: “Nunca leí con tanto placer y tanta abundancia como en aquel suburbio de Colombo en que viví solitario por mucho tiempo.” Esas épocas patentizaron al Neruda solitario: “La verdad es que la soledad de Colombo no sólo era pesada sino letárgica”. Esas fueron soledades de muerte al tiempo que de vida para su poesía. El poeta hizo de la soledad su espacio vital, su metódico ritmo creativo, el eje vertical de sus procesos temáticos, configuradores de una poética que se nutre de ella. El poeta aprende de cada roce con su entorno geofísico y humano. Observe como en estas palabras a los pueblos de Europa y sus gentes, el poeta juega con sus concepciones ideológicas en una conjugación de angustias, miserias, pobrezas y soledades revitalizadas en el poetizar: Yo americano errante, huérfano de los ríos y de los volcanes que me procrearon, a vosotros sencillos europeos de las calles torcidas, humildes propietarios de paz y el aceite, sabios tranquilos como el humo, yo os digo: aquí he venido a aprender de vosotros ……………………………………… yo americano, hijo de las mas anchas soledades del hombre vine a aprender la vida de vosotros y no la muerte, la muerte! (Palabras a Europa, Las uvas y El viento) Neruda ha reiterado que su etapa de cónsul ha sido la de sus más sórdidas y punzantes soledades. Época en la cual escribe sus primeras residencias. Es bajo ese espasmoso, acuchillante y guillotinante cielo, también de amores y soledades al mismo tiempo, desde donde surgen las esencias que sustancian esos desgarrantes versos de las primeras residencias. Así, en el poema “Sabor” el poeta delata su acentuada tendencia a la vida en soledad voluntaria al decir: De falsas astrologías, de costumbres un tanto lúgubres, vertidas en lo inacabable y siempre llevadas al lado, he conservado una tendencia, un sabor solitario. Las soledades nerudianas también son de frustraciones y de abandonos. Ejemplo de esto es el final de su relación con la birmana Josie Bliss. De aquellos frustrados y abandonados amoríos asegura el poeta le quedó “una cicatriz en el corazón que nunca se le borró y que continuó en su memoria como un dolor turbulento”. Y desde todas las aristas de esa turbulencia dolorosa ocasionada por la pérdida definitiva de su celosa amante birmana surge el poema desgarradoramente melancólico y angustiante “Tango del Viudo”: He llegado otra vez a los dormitorios solitarios, a almorzar en los restaurantes comida fría, y otra vez tiro al suelo los pantalones y las camisas, no hay perchas en mi habitación, ni retratos de nadie en las paredes. Cuantas sombra de la que hay en mi alma daría por recobrarte, y que amenazadores me parecen los nombres de los meses, y la palabra invierno que sonido de tambor lúgubre tiene.
  • 4. El poeta se ancla en su vieja amiga la soledad, se descarna, se tuerce de amor dolido y en un nivel de desespero por salvarse exclama: cuántas veces entregaría este coro de sombras que poseo, y el ruido de espadas inútiles que se oye en mi alma, y la paloma de sangre que esta solitaria en mi frente llamando cosas desaparecidas, seres desaparecidos, substancias extrañamente inseparables y perdidas. Esta birmana eclipsó la vida del poeta, lo deshizo, le solidificó el oxígeno y en un vértigo de muerte, de oscuridad existencial, nos dice con claridad y dolor: y respiro en el aire ceniza y lo destruido, el largo, solitario espacio que me rodea para siempre Reafirma aquí el poeta la ya profetizada raíz de toda su poética: la rítmica marcha de las soledades. En Neruda toda acción vital y poética es una dolorosa equivalencia que siempre lo transfiere a un mundo solitario cuyo límite es él mismo. Sabiéndose adolorido de soledad escribe que “el elemento nacido del dolor busca una salida triunfante que no reniega en la altura su origen trastornado por la tristeza”. Así Dámaso Alonso reconoce que en su poesía habita la nostalgia y la melancolía, con su ancla en los recuerdos y su tristeza de ausencia. Reconoce también claves poéticas sustentadas en la soledad, el ansia en la desesperación y la angustiosa congoja del naufragio total. Ahora bien en su estudio a la Poesía y Estilo de Neruda, Dámaso Alonso afirma que hay un desequilibrio en su poética, negándole armonía y colaboración del sentimiento con el pensamiento. La llama poesía extraña y difícil al igual que la de Góngora, pero a éste el crítico le reconoce el acierto de conducir en una sola senda arquitectónica la relación pensamiento sentimiento. El crítico Alonso practica con Neruda la injusticia en este sentido. Lo digo porque siento y veo en la poesía nerudiana una elegante y melosa empatía entre el pensamiento y el sentimiento, elementos que son esenciales en todo poetizar. En Neruda ambos se nutren del otro a grado tal que se funden en una maravillosa unidad que le invisibiliza. Así alumbra nuestro poeta una poesía de luz en soledad, una poesía de fuerza y una poesía de sabor humano. El poema X, Los Hombres, del libro La rosa separada refleja con claridad primaveral nuestra afirmación: Sí, próximos desengañados, antes de regresar al redil, a la colmena de las tristes abejas, turistas convencidos de volver, compañeros de calle negra con casas de antigüedades y latas de basura, hermanastros del número treinta y tres mil cuatrocientos veintisiete, piso sexto, departamento a, be o jota frente al almacén “Astorquiza, Williams, y Compañía” sí, pobre hermano mío que eres yo, ahora que sabemos que no nos quedaremos aquí, ni condenados, que sabemos desde hoy, que este esplendor nos queda grande, la soledad nos aprieta como el traje de un niño que crece demasiado o como cuando la oscuridad se apodera del día. En Neruda el desarrollo del pensamiento y el sentimiento no son entidades disociadoras de lo que se dice o se deja de decir, sino que se asocian desde una verticidad de “ansiosas nostalgias, intensos dolores, angustias que quiebran en soledades” vistas por el mismo Dámaso Alonso. Cierto es que en Neruda pensamiento y sentimiento se desplazan al mismo tiempo y por los mismos conductos poéticos creando una atmósfera de oscuridad y de arritmia con esos elementos que en él es sonora elegancia de acierto. Y he ahí el posible motivo de las afirmaciones de Dámaso. En el prólogo de la “Antología Esencial” donde Hernán Loyola recoge lo mejor del poeta se lee que Ne ruda en medio de la desolación tomaba conciencia de que su trabajo literario se aproximaba a un nivel de expresión que lo enorgullecía de vera, agregando más adelante – y en vía contraria a Alonso- que, “éste no advirtió la progresiva confirmación de una intuición contradictoria: la omnipresencia de la vida, la extraña invencibilidad de la materia siempre en trance de proliferación y aumento siempre renaciendo de su propia muerte”. En libros como Fin del Mundo, Canto General, España en el Corazón, Las piedras del cielo, Las manos del día, Aún, La Caracola, Memorial de Isla Negra, Las Uvas y El Viento…, el poeta sintetiza poetizando como teoría su cosmovisión materialista, desmesurando la totalidad de su pensamiento social, filosófico, político y poético en una comunión perfecta de sentido
  • 5. hondamente humano desde sus turbulentas emociones solitarias. El libro Estravagario, así como Plenos Poderes y sus prosas poéticas dadas en Anillos y El Habitante y su Esperanza patentiza esa síntesis, esa verticidad nerudiana de pensamiento y sentimiento bifurcado en soledades como lo hace Residencia en la Tierra. Amó tanto el poeta sus soledades que en sus memorias Confieso que he vivido, le aparta un capítulo al que hermosamente llama Soledad luminosa. Sus versos están copados de soledades y en sus memorias son confesadas en cada página. Hay tantas soledades en la poética nerudiana como raíces afirma hay, el ruso Ilya Ehrenburg, traductor y amigo del poeta. Reafirmo que sin sus soledades Neruda quizás no hubiese sido el gran poeta que es. Refugiarse en ellas siempre fue a conciencia. A ellas iba a morir para en ellas renacer. Neruda renace con cada muerte. Vive cada vez que muere y muere cada vez que vive, porque sus muertes y sus vidas son de amores y de soledades. El poe ta muere y nace con cada libro. Así lo dice Loyola: “con La Espada Encendida, Neruda se explica como expresión de una conciencia de renacer”. Pero este renacer del poeta Neruda es sin abandono de sus eternas inquietudes: pueblo, amor y soledades. El poeta interroga en voz de Rodho: Dónde puede llevarnos el amor si esta gran soledad nos acechaba para escondernos y para revelarnos? En esa espada encendida de su vida, como en sus demás libros, el poeta reproyecta su pensamiento, su filosofía de vida y su estética de la poesía sin pureza, desde una visión panorámica de la humanidad que parte de la raíz genésica hasta la culminación de la existencia, pero siempre impregnado de esos dejos de angustiosas soledades como se deja sentir otra vez con Rodho: Tal vez somos dos árboles encasillados a golpes de viento, fortificados por la soledad. Tal vez aquí debimos crecer hacia la tierra, sumergir el amor en el agua escondida, busca la última profundidad hasta enterrarnos en mi beso oscuro, y que nos condujeran las raíces. Esas soledades cabalgatas del poeta tematizaron su extensa y sustanciosa producción poética. En Neruda no hay una sola palabra donde no se referencialice ese sentido témico de las soledades que aseguramos hay imbricado en su poesía. Este olor a soledad que olfateamos y sentimos en toda la poética nerudiana donde se acentúa con fiereza es en aquellos libros de la etapa cerrada con las residencias. El mismo poeta lo ha confesado al hablar de Residencia en la Tierra I: “Mi libro recogía como episodios naturales los resultados de mi vida suspendida en el vacío ”. Esas sensaciones de desolación, de solitariedad, de angustias y amarguras sociales vuelven a visibilizarse con frescura, recurrencia y advertida constancia confesa en libros como La rosa separada, dejados en la ineditez por su muerte física. Aquí hombre e isla son el cauce por donde desciende madura la agonía tormentosa de la visión cósmica del poeta, visión desintegrada en una estructuración poemática que trasciende lo cotidiano y el diarismo desde donde se nutre. El poema VII, La Isla, referencializa el aislamiento de una isla y de unos hombres que habitan la intemperie oceánica del último continente ahogado por sus colonialistas y ahora turistas desde las riquezas hurtadas y que el poeta canta desde la isleña Pascua de sus soledades: altas de cuello, graves de miradas, en el orgullo de su soledad, presencias, presencias arrogantes, preocupadas. Oh graves dignidades solitarias quién se atrevió, se atreve a preguntar, a interrogar a las estatuas interrogadoras? Son la interrogación diseminada que sobrepasa la angostura exacta, la pequeña cintura de la isla y se dirige al grande mar, al fondo del hombre y de su ausencia.
  • 6. Hay en Neruda libros que son enteramente de amor y soledades: Crepusculario, Veinte poemas de amor y una canción desesperada, El hondero entusiasta, Cien sonetos de amor, Los versos del capitán… El conjunto poético nerudiano se deja leer como manantiales que descienden la montaña para nacer muriendo en el mar con las aguas salitradas de la melancolía, del dolor, de la tristeza, del vacío existencial, de la desesperanzas, de las convulsiones emocionales y sociales que le desgarraban el alma. Así las soledades del poeta no se anclaron en aquella etapa de las residencias, sino que como viajeras solitarias –y de tercera clase como él- se enraizaron diseminadas por la territoriedad de su poesía vitalista. El testimonio del poeta nos ilustra acerca de cómo esas soledades le forjaron y ganaron ese estilo particular que caracteriza su labor escritural: “Mi estilo se hizo tan acendrado que me di a la repetición de una melancolía frenética.” Esa afirmación del poeta esta evidenciada en este fragmento del poema El hondero: Sólo un golpe de madreselva en la boca sólo unas trenzas cuyo movimiento subía hacia mi soldad como una hoguera, y lo demás: el río nocturno, las señales del cielo, la fugaz primavera mojada, la enloquecida frente solitaria, el deseo levantando sus crueles tulipas en la noche. Así sus versos enuncian sus estados emocionales gerenciados desde su solitario gravitar y su estilo nutrido de soledades, “porque el estilo no es solo el hombre. Es también lo que lo rodea”, ha confesado el poeta. Según Neruda si la atmósfera no entra dentro del poema, el poema está muerto: muerto porque no ha podido respirar. Es este el sentido que Amado Alonso no quiso oler y ver en el poetizar de este poeta solitario de las muchedumbres y que Loyola acentúa y resalta. Así, en la vida del poeta la soledad es una circunvalación que comunica toda su poesía con su medio. Estas soledades perturban los campos procesales de la psiquis del poeta -reconocido por él mismo-contaminando sus esferas emotivas constituyéndose en el eslabón itinerante entre el alma taciturna del poeta y los procesos creativos de toda su existencialidad. Es por ello que desde la lectura de sus versos se puede afirmar que la poética de Neruda es contagiosa por la hibridad ardiente que en ella hierve. La suya es poesía que gusta, que agrada, que refresca y que acerca a las múltiples realidades del hombre. El mismo poeta delata sus secretos: “Es que aprendí la más grande salida de mí mismo: la creación”, “Solo he cantado mi vida y el amor de algunas mujeres” y “Mientras he vivido he dado alojamiento a demasiadas inquietudes para que éstas pasen de golpe por lo que escribo”. Esta es la conciencia de misión poética de un hombre de 20 años expresado en Exégesis y Soledad de Para Nacer he Nacido. Estas realidades de mixturas y mezclas combinatorias de sus temáticas, desde una visión de las soledades, fueron extraordinariamente exploradas y explotadas hasta la infinitud por el poeta, confiriéndole el parnaso universal a su cantar. Neruda, ya en su madurez y posiblemente en Isla Negra con la mirada salitrada de tanto viento de mar, confiesa en sus memorias que “el escritor joven no puede escribir sin ese estremecimiento de soledad”. Esta afirmación del poeta refuerza los niveles de conciencia que en él encontramos en el uso intencional del recurso soledad en el estilo y en los temas de toda su geografía textual. La soldad es la eterna habitante del poetizar nerudiano, desconocerlo es como cliclear a Neruda en el botón de eliminar y borrarlo de las historias literarias universales. En Pablo Neruda, amor y soledad son pares biopoéticos que sostiene una constante línea y estilo poético asumido con seriedad, conciencia y persistencia. Las soledades le ganaron a Neruda primaveras de amores y los amores les llovieron inviernos crudos de horrendas soledades. Así agotado de tanto nadar hacia la superficie del río turbulento de sus soledades y definitivamente queriendo escapársele y salírsele de sus corrientes, el poeta eleva su llantado clamor de rescate en el poema Llénate de mí. Aquí algunos fragmentos: Llénate de mí. Ansíame, agótame, viérteme, sacrifícame pídeme. Recógeme, contiéndeme, ocúltame quiero ser de alguien, quiero ser tuyo, es tu hora. Soy el que pasó saltando sobre las cosas el fugante, el doliente. .............................................................. Libértame de mí. Quiero salir de mi alma. yo soy esto que gime, esto que arde esto que sufre. No quiero ser esto.
  • 7. El poeta en estos versos prescribe su angustioso estado de solitario, el cual desea dejar y abandonar por lo que pide, en el poema Madrigal escrito en invierno: Alójame en tu espalda, ay, refúgiame, aparéceme en tu espejo, de pronto, sobre la hoja, solitario, nocturna, brotado de lo oscuro, detrás de ti. Así, con el mismo desgarre, en el poema Tiranía clama: Oh dama sin corazón, hija del cielo auxíliame en esta solitaria hora con tu directa indiferencia de amor y tu frío sentido del olvido. Ya ahogado, sin oxígeno, con el último aliento en su voz quejumbrosa el poeta se hace de Barcarola y busca, solicita insinuante lo saquen de sus abrumadoras soledades. Se lo pide a ellas, a sus efímeras mujeres salvadoras, a las reales y a las simbólicas, diciendo en singular: Si solamente me tocaras el corazón, si solamente pusieras tu boca en mi corazón, tu fina boca, tus dientes, si pusiera tu lengua como una flecha roja allí donde mi corazón polvoriento golpea, si soplaras en mi corazón, cerca del mar, llorando, sonaría con un ruido oscuro , con sonido de ruedas de tren con sueño. La soledad en Neruda se afirma en delirantes y angustiosas melancolías que les venían desde todo y todos. Este poeta fue el eco vivo y cercano de las pesadumbres, las agonías, las desdichas, los dolores, las tristezas de tantos otros y tantos suyos que transmutaban en él y se hacían sujetos de su poesía. Estos versos del poema La Insepulta de Paita, elegía a la memoria de Manuela Sáez, amante del gran Bolívar, hablan solos: Amante, para que decir tu nombre. Sólo ella en estos montes permanece. El es sólo silencio en brusca soledad que continúa. Así, como esos versos amargos por que falta el amante o la amante, fue Neruda configurando su decir poético de soledades, amores y pueblos, porque: Las gentes se callaron y durmieron como cada uno era y será: tal vez en ti no nacía el rencor, porque está escrito en donde no se lee que el amor extinguido no es la muerte sino una forma amarga de nacer. (Amores: Delia II) Su poética es una plataforma esencial de nuestras poesías posmodernas que se fue estructurando, según sus memorias, por infinitas playas o montes enmarañados en una comunicación entre su alma, es decir, su poesía y la tierra mas solitaria del mundo. Así la nostalgia de la patria dada como realizaciones poéticas en palabras-símbolos como “playa”, “montes”, “tierra”, “alma”, ríos” “selva”, “pájaros”, “árboles”, “lluvia” acentúan en su universo creativo esos espacios temáticos de soledades reconstruidos desde la memoria visual presente del poeta. Sus soledades tienen sus años. Les vienen desde aquel texto considerado por él su primer poema, que dice dedicado a su madrastra. Desde aquél Neruda declara sus soledades, en esos momentos espirituales. Dice el poeta: “Las puse en limpio en un papel preso de una ansiedad profunda, de un sentimiento profundo hasta entonces desconocido, especie de angustia y tristeza”. Ya hemos dicho que en Neruda la tristeza y la angustia vitalizan sus soledades. Ellas, a Neruda les vienen, además, desde su confesada timidez. Fue siempre un tímido empedernido. Su timidez le tejió un suéter de introvertido que fue madurando hacia otras vertientes, hacia tormentosas y perturbadoras soledades. La timidez, explicaba el poeta, es una condición extraña del alma, una categoría, una dimensión que se abre hacia la soldad. Es indudable que en este poeta la timidez fundida soledad funciona como eje transversalizador de su poeticidad. Timidez y soldad son conceptos que se hibridizan en Neruda como sustancia poética de alta resonancia y como musas terrenales le encienden la pluma. Las soledades recurencian aleaciones que prenden el horno de sus libros. Timidez y
  • 8. soledad engendran en Neruda el ensimismamiento atribuido por Amado Alonso. El poeta era consciente de ello. En él es metodología constructiva. Es infinitud e imaginería. Desde ellas se acompañó así mismo en un reflejo agónico de lecturas y escrituras que le valió la nombradía y la valentía para afirmar que: “me refugié en la poesía con ferocidad de tímido”. Su timidez y sus soledades no son debilidades en su vida ni en su poesía, más bien, virtudes, aciertos, logros, ascensiones... El mundo visto y vivido por Neruda en su ejercicio poético es una realidad, por una parte de pérdida, de ahogos, de vicisitudes, de crueldades, de crudezas, de dolor, de agonías, de angustias, de frustraciones, de guerras, de muerte. Para salvarse como hombre y poeta tuvo que elegir y eligió: eligió la soledad. Esos rasgos le forjaron un vitalismo existencial y creativo de sentimientos que se mueven en esferas de soledades provocándole al poeta el sentido del encierro, de ensimismamiento. Es esa visión dramática del hombre, del mundo y de él mismo lo que concretiza sus soledades, las que luego se enraízan en su poética confesada. Por otra parte vemos que Neruda es una comunión, una conjunción, una verticidad luminosa de aciertos temáticos por lo que en su poesía hay transida una visión de esperanza, alegría, felicidad y nacimiento que empalman, desde sus realidades íntimas, una poética exuberantemente rica y fresca de extraordinario manantial humano. Así Neruda no es solo muerte, desolaciones, angustias, desesperanzas, tristezas y soledades. Neruda es una suma de vida. Es una suma cósmica. Neruda es uno de los poetas donde se funda la nueva poesía latinoamericana, escribió el argentino Saúl Yurkiévich. Nosotros lo vemos como la síntesis de la tradicionalidad poética hispanoamericana. Él y su poesía constituyen una reflexión posmoderna. El pone en crisis el hacer poético para renacer desde sus cenizas de soledades. Él y su poesía son fuentes que sacian la sed del que busca lo inexplicable. Son ese faro de movimiento circular que dirige hacia puertos seguros a esos marineros del tiempo y la poesía que abordan su naves como él lo hizo: desde sí mismo y desde el otro en convivo socionatural y fundamentalmente humano. A partir de Neruda la poética nuestra ya no se haya dispersa porque él es una de sus verticidades como lo son: Borges, Paz, Nicolás Guillén, Lezama, Del Cabral, Gastón Arce, Palé Matos, Vallejo, Miguel Hernández, Alberti, Jorge Guillen, García Lorca y otros tantos que como Neruda han transitado, cada uno desde sus cosmovisiones, la senda de luz del carrusel, ganándole a lo circunferencial otras intersecciones que les transmutan hacia una eterna mitad poligonal poética que es recurrencial y constante. Vemos a Neruda desde sus soledades como una respuesta y explicativa visión de la existencia en línea curva cerrada a donde no se entra ni se sale, sino que siempre se está en movimiento circunvalado, porque de ella solo somos migrantes ciudadanos de interiores e interioridades. En ella nacer y morir no son opuestos sino complemento como en la poesía del poeta. El gran conjunto aquí es la esfera infinita. En ella Neruda abre su residencia, su búsqueda de límites, de contornos, de linderos, de superficie, de nuevos territorios para la poesía. En ella reside el poeta con sus infinitas existencias abriendo las otras posibilidades, las que transita solitario con sus soledades.