2. IntroducciónIntroducción
La laguna de Huacachina, ubicado a cinco kilómetros al oeste de la ciudad
de Ica, en el Perú; se presenta como un verdadero oasis natural en medio
de las blancas arenas del desierto costero del Perú. De aguas color verde
esmeralda, surgió debido al afloramiento de corrientes subterráneas y
alrededor de ella hay una abundante vegetación compuesta de palmeras,
eucaliptos (especies introducidas) y la especie de algarrobo conocida como
huarango, la que sirve para el descanso de las aves migratorias que pasan
por esta región. Todo ello contribuye a hacer de Huacachina uno de los
lugares más vistosos y bellos de la costa peruana.
El cálido clima imperante todo el año y especialmente el poder curativo
atribuido a sus aguas (antaño, ricas en sustancias sulfurosas y salinas)
hicieron que Huacachina se convirtiera, alrededor de 1940, en uno de los
más importantes y exclusivos balnearios peruanos de entonces. Se
construyeron casas y hoteles, se levantó un hermoso malecón alrededor de
la laguna, con barandas, alamedas y vestidores para bañistas. Incluso se
asfaltó el camino que une a la laguna con la ciudad de Ica
3. En Tacaraca, centro indígena de
alguna importancia, durante el
período precolombino vivía una
ñusta de verdes-pardosas
pupilas, cabellera negra como el
negro azabache que forma piedra
escogida de la tierra, o quizás
como el negro profundo del
chivillo.
El pájaro quebradino de las notas
agudas, el tordo de nuestros
alfalfares de las cejas de las
sierras, doncella roja de curvas y
sensuales contornos gallardos,
como las vasijas del Sol en el
Coricancha de los Incas.
4. Allí cerca también de las
alturas de Pariña Chica, el
pago de las huacas, de los
enormes tinajones y las
gigantescas lampas de
huarango esculpido, vivía
Ajall Kriña; apuesto mozo
de mirada dura y fiera en el
combate.
como la porra que se yergue
en la mano del guerreo o
como la bruñida flecha de
tendido arco; pero de mirada
dulce y suave en la paz, en el
hogar, en el pueblo, como
rizada nota de música
antigua; como gorjeo de
quena hogareña, percibida a
lo lejos por el fatigado
guerrero que tras dilatada
ausencia regresa.
5. Ajall Kriña, enamoróse
perdidamente de las formas
blandas, pulidas de la virgen del
pueblo y un día en la confusa
claridad de una mañana, cuando
la ñusta llevaba en la oquedad de
esculpida arcilla, el agua pura, su
alma apagada y muda hasta
entonces, abrió la jaula y dejó
cantar a la alondra del corazón:
Mi corazón en tu pecho cómo
permitieras; aunque penda de
un abismo, muy hondo, muy
hondo o estrecho de modo que
tú me quieras como tu corazón
mismo.
6. La de las eternas lágrimas, la
princesa Huacachina, llamada
así porque desde que los ojos de
su alma se abrieron a la vida,
no hicieron sino llorar; no tardó
en corresponder el cariño
hondo, fervoroso e intenso del
feliz varón de los cambiantes
ojos de fiereza o de dulzura, de
acero o de miel.
Todas las mañanas y todas las
tardes, en los cárdenos ocasos o
con las rosadas auroras,
Huacachina, cuyas lágrimas
parecían haberse secado para
siempre, entregaba a Ajall
Kriña, las preferencias de su
corazón, las joyas de su
ternura, los incendios de su
alma pura y sencilla.
7. Pero la felicidad que siempre se sueña
eterna a los ojos egoístas de que goza,
voló como el céfiro fugitivo que se escurre
entre las hojas de los árboles o entre las
hebras del ramaje. Orden del Cuzco,
disponía que todos los mozos se
aprestaran a salir inmediatamente, para
combatir sublevación de lejano pueblo
belicoso.
Ajall Kriña, con el alma despedazada, se
despidió de su ñusta hechicera. Ella le juró
amor, fidelidad, cariño y él, alegre, feliz
porque comprendía con la fe y la fiebre del
que quiere, que ella no lo engañaría y
entregaría su corazón como aquella otra
ñusta odiosa de la leyenda iqueña que
enajenó su ser por el oro de la joya, la
turquesa del adorno y los kilos de la blanca
lana como vellón de angora, marchó con
otros de su pueblo en pos de nuevos soles
a develar la rebelión, a sofocar el
movimiento sacrílego contra el Dios-Inca.
8. Ajall Kriña, con heridas
terribles, abiertas en el cuerpo
de bronce, muere en el
combate después de haber
luchado como un león. La triste
nueva, pronto se comunica a
Huacachina, la bella princesa
de los ojos hechiceros, quien
alocada, desesperada, al
amparo de las sombras que se
vienen, huye sin que lo
adviertan sus padres entre los
cerros y los cuchillos de arena,
hasta caer postrada, abatida,
jadeante, sudorosa, con el
llanto que desbordándose del
manantial inagotable de sus
olas, caían en las arenas que
como pañuelos de batista, se
extendían más allá de la
Huega.
9. Las lágrimas ruedan y siguen
rodando muchos minutos;
numerosos días; tiempo tal
vez incontable para ella, de
sus ojos inyectados por el
dolor y cuando el hambre, el
dolor, la tristeza, la
desventura, rompen el frágil
cristal de su alma y la vida
huye y se aleja veloz, esas
abundantes lágrimas,
absorbidas por las candentes
arenas, surgen a flor de tierra
en el inmenso hoyo
amurallado por las arenas
superpuestas, después de
haberse saturado, con las
sustancias de la entraña de la
tierra, que las devuelve por
no poder resistir el contagio
del inmenso dolor.
10. En el día, las verdes aguas
pardosas se evaporan en
pequeña cantidad hacia los
cielos, como si fueran
llamadas por los dioses para
aprender del dolor y se
cuenta que todavía en las
noches, cuando las sombras
y el silencio han empujado a
la luz, al ruido, sale la
princesa, cubierta con el
manto de su cabellera que
se plisa u ondea en su
cuerpo; con ese manto
negro, muy negro, pero
menos obscuro que su alma,
para seguir llorando su
llanto de ausencia y de
pesadumbre.
11. algunas de cuyas gotas
todavía se descubren en la
mañana, en los primeros
minutos de la luz, hasta
sobre los raros juncos que
a veces brotan en la orilla
de oquedad; se ven sobre
las innumerables hojas
rugosas del toñuz tendido
en sus ocios y se perciben
sobre cada uno de los
dientes de las hojas
peinadas del viejo
algarrobo, que extiende
sus ramas levantándose
sobre la cama de arena,
para pedir a los cielos,
piedad y consuelo,
destinados a la princesa
de la dicha rota, del
ensueño deshecho, del
paraíso trunco.