2. Claudia era conocida por todos como la Loca Zulley,
porque había perdido la razón; era extravagante,
excéntrica, caprichosa; había cambiado radicalmente
puesto que durante su adolescencia fue una muchacha
graciosa, exquisita, amable y gentil.
3. A pesar del cambio en su carácter, sus amistades la
seguían frecuentando.
En ocasiones, Claudia se sumía en una profunda tristeza
y mutismo.
En el dedo anular de la mano izquierda llevaba una
piedra acerina, engarzada en oro blanco, obsequio del
amor de su vida y único novio.
4. Nacida en un hogar de posición económica desahogada,
era la segunda de tres hijos: el mayor fue un varón que
a temprana edad dejó esta vida; Bertha, la menor y
única hermana de Claudia, era su amiga y confidente, la
llamaba Betty, de cariño.
Betty tengo
algo que
contarte!
Que?
5. Cuando cumplió Claudia dieciséis abriles, era una linda
mujercita de luminosos ojos azules, blonda cabellera, la
bondad se reflejaba en su rostro.
Graciosa, despreocupada, amorosa y de una rara
sensibilidad, le afectaban todos los acontecimientos, ya
fueran alegres o tristes.
6. Fue entonces cuando conoció al que sería su amor.
Rodolfo era un estudiante de buena presencia, todo un
galán, aunque de pocos posibles pues vivía en la misma
escuela donde estudiaba; su edad frisaba entre los
diecinueve y veinte años, no se le conocía familia,
porque sin dudad era de otras latitudes.
7. Claudia y Rodolfo seguramente se conocieron en alguna
reunión familiar; su noviazgo se prolongó por muchos
años, durante los cuales mucho se amaron, en verdad.
Ella lo quiso con vehemencia y ciegamente, al grado de
advertir en él todas las virtudes de un noble caballero,
los conocimientos de un sabio, las cualidades de un gran
hombre; en fin, para ella era lo máximo.
8. Ella y su hermana se refugiaban en un rincón de la casa,
lugar florido donde había un banco de piedra
semicircular; allí se sentaban horas enteras a platicar,
saboreando alguna golosina.
Una de esas veces Claudia le dijo a su hermana:
Pronto voy a contraer matrimonio y sentiré mucho
dejar nuestra casa y sobre todo separarme de ti, de
mamá; pero como tú también tienes novio,
aunque no me has ocultado las penas que te causa
el comportamiento de Braulio, creo que ya casados
vivirán felices.
No estoy lo que se dice, locamente enamorada de
él, pero creo que lo quiero lo suficiente para
hacerlo mi esposo y vivir en armonía.
9. Era una luminosa noche de octubre, la
luna brillaba en su esplendor y Rodolfo,
ante la reja de la alcoba de su amada le
decía
Hace tiempo llevo conmigo
éste anillo que perteneció
a mi abuela y me regaló mi
madre; ahora te lo entrego
en prueba de mi amor.
10. Rodolfo puso en el dedo anular de la
mano izquierda de Claudia el anillo y le
sujetó la mano durante mucho tiempo;
en tanto ella le decía: Siempre lo llevaré
conmigo, toda,
toda mi vida.
¿Me amarás
como me amas
ahora, suceda
lo que suceda?
Te amaré eternamente como
ahora, porque no creo que
haya forma de amar más de lo
que ahora te amo. Yo en
cambio, nada te pregunto,
porque si dudara de tu amor
en el futuro, empezaría a llorar
en este instante.
11. Tengo algo
que
contarte
De que
se
trata?
Al tiempo que lo decía lo besaba en los ojos, en las mejillas y por fin en los
labios.
Muchas citas como ésta hicieron las delicias de los enamorados; también salían
con frecuencia a divertirse, iban al cine, al teatro, a diversos lugares.
Una noche, en uno de esos encuentros felices, Claudia le dice a Rodolfo:
12. Pues un amigo de mamá, que es
escultor, me pide que pose para él
porque tiene el encargo de hacer
nada menos que la Virgen de la
Soledad y dice que mi rostro le
parece bien para su propósito.
Pero, ¿por qué la
Virgen de la Soledad?
Si tú tienes siempre
compañía, y, sobre
todo, me tienes a mí.
13. Es que no esculpirá mis
sentimientos, sino sólo
mi rostro, pero claro, yo
le dije que le resolvería
después de consultarte.
¿Qué te parece?
Estoy de acuerdo, mi amor, no
le costará mucho trabajo,
puesto que esculpirá el rostro
de la Virgen copiando el de
otra virgen.
14. Pasaron los días, los meses, los años, y por fin una
mañana, coincidiendo con la fecha del nacimiento de
Claudia, su casa lucía con adornos y flores blancas; todo
era ir y venir, entrar y salir, era el acontecimiento del
siglo:
¡Claudia se casaba!
La boda se celebraría a las 12:00 horas en el templo de
San Miguelito, del Barrio del mismo nombre.
15. aunque lo disimuló muy bien. Sonó la última campanada
de la tercera llamada a la misa y el novio no aparecía
aún. Claudia no estaba intranquila, sino molesta, pues
tenía la certeza de que su amado llegaría. Media hora
más tarde todos mostraban apuro y pena; ella estaba
terriblemente apurada, suponiendo que algo muy grave
ocurría a su novio. , Claudia exclamó:
¡Rodolfo ha
muerto! Sólo
así pudo haber
faltado.
16. más a su hija.
No hubo boda.
Aún Claudia tenía puesto su vestido blanco y fino velo de
tul que dos pajes seguían sosteniendo, cuando su madre
quiso quitarle la corona de azahares; ella no lo permitió,
cosa que a muchos extrañó, y más se extrañaron cuando
con voz clara y alegre dijo:
Vayámonos a casa a
comer y a beber,
porque tenemos
muy buen vino.
17. Los familiares y amigos íntimos la acompañaron a casa,
pero ella reclamaba la presencia de los demás, como si
todo fuese normal; los hizo pasar a la mesa donde
saborearon viandas y brindaron; la novia levantó su copa
y dijo
¡Por este
día feliz!
18. La concurrencia brindó preguntándose por qué sería feliz.
Quizá en Claudia nunca se eclipsó la felicidad porque en
el atrio del Templo de San Miguelito a la una y media de
la tarde, había perdido la razón.
Casi al término de la "fiesta", al despedirse de una de
sus amigas más íntimas, se empeñó en acompañarla
hasta su casa, aún ataviada con el traje nupcial y la
corona de azahares; en cuanto llegaron, le dijo:
Me voy, porque
Rodolfo me
espera.
19. La Loca Zulley nunca se mandó a hacer ropa nueva, pero vestía muy elegantemente
con las prendas que sus amigas le obsequiaban, lo mismo que otras damas le
regalaban su guardarropa; poseía muchos vestidos y adornos, pero no sabía escoger
las prendas adecuadas para cada caso.
Desaparecida su madre quedó sola, jamás quiso vivir con algún pariente, pero sus
amigas no la abandonaron; así mismo, una Institución Cristiana, La Conferencia, la
protegía y ayudaba.
20. Por muchos años La Loca Zulley paseó por las angostas
calles de San Luis con su peculiar vestimenta, que la
distinguía, siempre andaba de gala vestida; sobre todo,
siempre llevaba el sombrero de ala ancha. El anillo de
piedra negra acerina, jamás se lo quitó;
La gente se asomaba a las puertas o a las ventanas y al
verla pasar decía:
Ahí va
La Loca
Zulley.
21. Desde el principio de su locura, aún joven y bella, cuando se encontraba con
algún hombre que le agradaba, lo detenía, diciéndole:
"Rodolfo, llévame a tomar algo, un refresco o lo que sea".
Y "Rodolfo" la llevaba.
A cualquier hombre con quien ella hablaba, porque le gustaba, lo nombraba
Rodolfo, con esa naturalidad con que se habla a una persona amada y conocida.
En muchas ocasiones disfrutó la dicha de estar con "Rodolfo", que para ella, sin
duda alguna, era su amado.
Rodolfo!
22. temporadas; mas ocurría que en un momento los desconocía como si jamás los hubiera
visto y no había poder humano que la hiciera volver a ver a quien ya no deseaba.
Había "Rodolfos" muy gentiles que para no perderla pronto la llevaban fuera de la Capital
Potosina, a algún municipio o tal vez a otra ciudad, mas Claudia siempre regresaba a su
casa, con él o sin él.
Se dice de un caballero que llegó a quererla en verdad; la protegió y trató de divertirla;
no obstante, al convencerse de que él sólo estaba usurpando un nombre, después de
varios desprecios y desconocerlo en repetidas ocasiones, dicho caballero optó por
dejarla. .
23. elegancia que ella siempre acostumbró. Fue sepultada en el panteón denominado "El
Tecuán" que posteriormente demolieron para construir viviendas y el Centro Escolar
Manuel José Othón; cuando derribaron los monumentos funerarios, excavaron las
tumbas, quedando al descubierto las osamentas. La gente buscaba entre los escombros
objetos de valor; muchos encontraron joyas, piedras preciosas, oro y monedas.
Don José Lachica, un joyero relojero que tenía su negocio en "La Merced", se encontró
una piedra negra acerina engarzada en oro blanco y como el anciano debía una presea a
la Virgen de la Soledad, la llevó al Templo del mismo nombre, poniéndola a los pies de la
Virgen, quien ahora lo porta en el dedo anular de la mano izquierda.