2. Leyenda la dama tapada de Guayaquil.
La dama tapada luce de manera muy elegante y esbelta además porta
una sombrilla.
Los pobladores dicen que cuando está cerca de algún hombre, el espíritu
comienza a emanar una fragancia muy agradable, a fin de que la víctima
se cautive con su aroma y la siga a donde quiera que vaya.
La persona seducida por el perfume la sigue sin saber a dónde se dirige.
De esa forma, la dama tapada lo va apartando a una zona solitaria donde
el individuo no pueda pedir ayuda.
De repente, la mujer se detiene en medio del camino, se coloca frente de
él y al descubrir su rostro, el hombre queda aterrorizado por su al
mirar aspecto de su terrorífico rostro de cadáver.
Enseguida el agradable perfume se convierte en un olor
totalmente desagradable y nauseabundo de carne podrida, enseguida la
víctima queda afectado con todos estos horrores que no le permiten
moverse y fallece de la impresión.
Pocos que han logrado sobrevivir continuando su vida de manera normal
superando el encuentro con
este ser macabro y se ha quedado en su
memoria para poder contar su historia.
Pero otros que huyeron no corrieron con
la misma suerte su salud mental se vio
afectada teniendo que ser hospitalizados
para superar el trauma que les había
provocado éste encuentro con el
espectro.
3. El duende
En el año de 1996, en un lugar llamado La Barraca, una niña de 6
años, de ojos grandes y pelo lacio, muy bonita, se despertó a media
noche, y al no encontrar a la madre a su lado, Salió de la casa en
busca de ella. En el camino se encontró con un pequeño que le
seguía. Se le reía y la llamaba con silbidos, así fuuuuuuu. Ella
sintió miedo y comenzó a correr pero el pequeño le alcanzo y no le
dejaba pasar. La niña comenzó a llorar y gritar. Él le regalaba
caramelos de colores, besitos de novia y una pañoleta. Pero ella no
quería nada. El duende le cantaba y le bailaba, jugaba con su
cabello y le hacía muecas para entretenerla. Cuando la niña se dio
cuenta, la llevaba por un callejón oscuro. Se asustó más. Unos
perros empezaron a ladrar desesperados y fue cuando un vigilante
que se percata de lo que sucedía y echa dos tiros al aire. El guardia
se acercó a donde la niña Que estaba llorando. La tomo en sus
brazos y la llevo a su madre. La madre al ver a su hija le preguntaba
una y otra vez que le había sucedido. Y la niña le conto.
Las personas que estaban allí murmuraron que eso era el Duende.
Desde aquella noche la niña era perseguida por el Duende. No se le
podía dejar sola a Carmita porque el Duende la llamaba con silbidos
que solo ella escuchaba.
Buscaron a una curandera, quien les dijo
como ahuyentar al Duende. Le rociaron
agua bendita en todo el cuerpo, rezándole el
Credo y el Ave María, por nueve días
consecutivos.
Con esto el Duende dejo a la niña. Lo
extraño es que Carmita se sabía varias
canciones y decía que el Duende le enseño con una muy bonita
voz.
4. Cantuña
Cuenta una leyenda que Cantuña un indígena constructor famoso y
descendiente directo del gran guerrero Rumiñahui.
Los padres franciscanos le encargan la gran tarea construir un atrio
para una iglesia en Quito conocida como iglesia de San Francisco,
la paga era considerable, pero tenía que cumplir en plazo de seis
meses, caso contrario no le pagarían nada.
Cantuña al ver que el plazo llegaba a su fin, y la obra no estaba
concluida porque el trabajo no era nada fácil le invadió su
desesperación, y su sufrimiento llegó a oídos del Diablo.
El demonio se presentó ofreciendo realizar un pacto con las
siguientes condiciones Cantuña le entregaría su alma como pago.
Cantuña aceptó, y miles de pequeños diablillos empezaron a
trabajar en cuanto la obscuridad cayó en la ciudad.
De pronto Cantuña se dio cuenta de la rapidez con que trabajaban y
que su alma estaría destinada a sufrir castigos por toda la
eternidad, así que decidió engañar al demonio.
Cantuña tomó la última piedra de la
construcción y la escondió, cuando
el Diablo creyó que había terminado la
obra en el plazo establecido se acercó a
Cantuña para tomar su alma pero
Cantuña le dijo ¡El trato ha sido
incumplido.
Lucifer, asombrado, vio como un simple
mortal lo había engañado. Así, Cantuña
salvó su alma y el diablo, sintiéndose burlado, se refugió en los
infiernos sin llevarse su paga.
5. La Olla del Panecillo.
Había en Quito una mujer que
diariamente llevaba su vaquita al
Panecillo. Allí pasaba siempre
porque no tenía un potrero donde
llevarla. Un buen día, mientras
recogía un poco de leña, dejó a
la vaquita cerca de la olla. A su
regreso ya no la encontró. Llena
de susto, se puso a buscarla por
los alrededores.
Pasaron algunas horas y la vaquita no apareció. En su afán por
encontrarla, bajó hasta el fondo de la misma olla y su sorpresa fue
muy grande cuando llegó a la entrada de un inmenso palacio.
Cuando pudo recuperarse de su asombro, miró que en un lujoso
trono estaba sentada una bella princesa.
Al ver allí a la humilde señora, la princesa sonriendo preguntó: -
¿Cuál es el motivo de tu visita? - ¡He perdido a mi vaca! Y si no la
encuentro quedaré en la mayor miseria -contestó la mujer
sollozando.
La princesa, para calmar el sufrimiento de la señora, le regaló una
mazorca y un ladrillo de oro. También la consoló asegurándole que
su querida vaquita estaba sana y salva.
La mujer agradeció a la princesa y
salió contenta. Cuando llegó a la
puerta, ¡tuvo la gran sorpresa! -¡Ahí
está mi vaca!
La mujer y el animalito regresaron a
su casa.
6. La caja ronca.
En la ciudad de Ibarra había dos jóvenes amigos
llamados Carlos y Manuel, a quienes el padre de
Carlos decidió encomendar la tarea de acercarse al
pozo para sacar agua y después ir a regar la
huerta de patatas familiar. El encargo tenía cierta
urgencia ya que la cosecha estaba a punto de
estropearse, por lo que no importó que fuese casi
de noche para enviar a los muchachos al recado.
Y ya con la noche sobre ellos los jóvenes se encaminaron a través de oscuras
calles y callejones en dirección a la huerta, pero a medida que caminaban
escuchaban un creciente e inquietante sonido de tambor, el sonido que
acompaña el paso sincronizado de una procesión. Asustados por el extraño
sonido Carlos y Manuel decidieron esconderse junto a una casa abandonada,
escuchando como lo pasos se acercaban cada vez más y oteando el callejón a
la espera de ver algo.
Para su sorpresa y horror los jóvenes contemplaron una fantasmal procesión de
hombres encapuchados llevando velas en sus manos y cuyos pies no tocaban
el suelo, y portando sobre sus hombros una carroza en la que iba sentado un ser
demoníaco, con largos cuernos, dientes puntiagudos y unos fríos ojos
semejantes a los de las serpientes. Tras la procesión iba un hombre sin capucha
y con el rostro pálido como el de los difuntos, tocando monótonamente el tambor
que los muchachos habían escuchado al principio. Fue entonces cuando ambos
recordaron las historias escuchadas desde niños, aquel tambor era el que sus
mayores llamaban «La caja ronca».
La visión fue demasiado para Carlos y Manuel, que durante unos momentos
perdieron el conocimiento a causa de la impresión, para despertar y descubrir
con horror que cada uno de ellos sostenía una vela similar a la que portaban los
procesionarios. Al contemplar las velas con mayor detenimiento vieron que se
trataba de huesos humanos y a los pocos instantes todos los vecinos se
despertaron oyendo los gritos de horror de ambos muchachos.
Tras haber sido encontrados en su escondite, temblando de miedo y
murmurando palabras ininteligibles, los vecinos consiguieron calmarles y
tranquilizarles antes de enviarlos de vuelta con sus familiares. Nadie creyó su
historia e incluso el padre de Carlos les acusó de gandules y de no haber
cumplido su tarea, siendo castigados por ello. Es obvio que ninguno de ambos
volvió a salir jamás de
noche.