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Javier Marías, EL PAIS SEMANAL - 27-09-2009
Parece que cada nueva generación de jóvenes tenga la piel más fina 
y sea más pusilánime, y que cada nueva de padres esté más 
dispuesta a protegérsela y a fomentar esa pusilanimidad, en un 
crescendo sin fin. Los adultos, luego, se alarman ante los 
resultados, cuando ya es tarde: se encuentran con que tienen en 
sus hogares a adolescentes tiránicos que no soportan el menor 
contratiempo o frustración; que a veces les pegan palizas; que 
zumban a policías, queman coches e intentan asaltar comisarías 
(oye, qué juerga) porque se les impide prolongar un ruidoso 
botellón más allá de las tres de la madrugada, como acaba de 
ocurrir en la acaudalada Pozuelo de Alarcón; que, en el peor y 
más extremo de los casos, violan en grupo a una muchacha de su 
edad o más joven, como sucedió en un par de ocasiones en 
Andalucía hace unos meses; y que por supuesto abandonan 
tempranamente los estudios, cuando aún no tienen 
conocimientos para trabajar en nada ni –con el galopante paro– 
oportunidad para ello. Esos adolescentes pusilánimes y 
despóticos no suelen provenir de familias marginales o pobres, 
sino de las medias y adineradas. Son aquellos a los que se ha 
podido y querido mimar; si no afectiva, sí económicamente.
Los estudiantes de la Universidad inglesa de Cambridge aún pertenecen, en su mayoría, a estas 
clases desahogadas, y su piel es finísima a tenor de lo que han conseguido: acabar con una 
tradición de doscientos años. Han decidido que la colocación en tablones de las listas con los 
resultados de los exámenes finales es algo “demasiado estresante” y que les supone una 
“humillación” [...]. El protector profesorado ha atendido a su petición, así que a partir de ahora 
recibirán sus notas por e-mail o podrán consultarlas online (está por ver) cuarenta y ocho horas 
antes de que sean expuestas. […] 
Mientras los niños y jóvenes se tornan cada vez más caprichosos, arbitrarios, quejicas y 
dictatoriales, los Gobiernos intervienen para convertir en delito el cachete que los padres solían dar 
a sus vástagos cuando había que ponerles límites o enseñarles que ciertos actos acarrean 
consecuencias, es decir, lo que todo el mundo ha de aprender más pronto o más tarde, pues, que 
yo sepa, los castigos no han sido abolidos en nuestras sociedades. Toda la vida se ha distinguido 
sin dificultad entre eso, un cachete ocasional, y una paliza a un niño, algo condenable y repugnante 
para casi cualquiera que no sea el palizador. Quienes han prohibido el cachete no siempre se 
oponen, sin embargo, a enviar a la cárcel a menores de edad si éstos cometen un delito de 
consideración. Es el reino de la contradicción: a un chaval no se le puede poner la mano encima 
bajo ningún concepto, aunque haga barbaridades y no entre en razón (su piel es finísima), pero sí 
se le puede meter una temporada entre rejas para hundirle la vida. […] El temor a las 
consecuencias sigue siendo –lo siento, ojalá no fuera así– uno de los mayores elementos 
disuasorios, también para los adultos. Hay muchos, entre éstos, que no roban ni pegan ni matan tan 
sólo porque saben que los pueden pillar y que les caerá un castigo. Si esto, como digo, ha de 
aprenderse antes o después, no veo por qué se retrasa ahora hasta edades en las que a veces es 
demasiado tarde: ¿cómo va a aceptar un joven que no puede hacer esto o aquello si a lo largo de 
sus quince o dieciocho años se lo ha educado en la creencia de que siempre se saldría con la suya, 
de que a todo tenía derecho a cambio de ningún deber, y de que sus acciones más graves no 
acarrearían más consecuencia que el rollo que le soltaran los plastas de sus padres o profesores?
Ya sé cómo algunos leerán este artículo: como una mera reivindicación de la 
bofetada. Miren, qué se le va a hacer. Puestos a ser tan simplistas como esos 
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se lo arroje a una celda demasiado pronto, sin capacidad para entender de golpe por 
qué diablos está ahí, o a que viole a una compañera en manada y se vuelva a casa 
creyendo que eso no tiene mayor importancia que ponerse ciego de alcohol en las 
felices noches de botellón.
Parece que cada nueva generación de jóvenes tenga la piel más 
fina y sea más pusilánime, y que cada nueva de padres esté más 
dispuesta a protegérsela y a fomentar esa pusilanimidad, en un 
crescendo sin fin. Los adultos, luego, se alarman ante los resultados, 
cuando ya es tarde: se encuentran con que tienen en sus hogares a 
adolescentes tiránicos que no soportan el menor contratiempo o 
frustración; que a veces les pegan palizas; que zumban a policías, 
queman coches e intentan asaltar comisarías (oye, qué juerga) porque 
se les impide prolongar un ruidoso botellón más allá de las tres de la 
madrugada, como acaba de ocurrir en la acaudalada Pozuelo de 
Alarcón; que, en el peor y más extremo de los casos, violan en grupo a 
una muchacha de su edad o más joven, como sucedió en un par de 
ocasiones en Andalucía hace unos meses; y que por supuesto 
abandonan tempranamente los estudios, cuando aún no tienen 
conocimientos para trabajar en nada ni –con el galopante paro– 
oportunidad para ello. Esos adolescentes pusilánimes y 
despóticos no suelen provenir de familias marginales o 
pobres, sino de las medias y adineradas. Son aquellos a los que 
se ha podido y querido mimar; si no afectiva, sí económicamente.
Parece que cada nueva generación de jóvenes tenga la piel más fina y sea 
más pusilánime, y que cada nueva de padres esté más dispuesta a 
protegérsela y a fomentar esa pusilanimidad, en un crescendo sin fin. 
Los adultos, luego, se alarman ante los resultados, cuando 
ya es tarde: se encuentran con que tienen en sus hogares a 
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zumban a policías, queman coches e intentan asaltar comisarías (oye, 
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allá de las tres de la madrugada, como acaba de ocurrir en la 
acaudalada Pozuelo de Alarcón; que, en el peor y más extremo de los 
casos, violan en grupo a una muchacha de su edad o más joven, como 
sucedió en un par de ocasiones en Andalucía hace unos meses; y que 
por supuesto abandonan tempranamente los estudios, 
cuando aún no tienen conocimientos para trabajar en nada 
ni –con el galopante paro– oportunidad para ello. Esos 
adolescentes pusilánimes y despóticos no suelen provenir de familias 
marginales o pobres, sino de las medias y adineradas. Son aquellos a los 
que se ha podido y querido mimar; si no afectiva, sí económicamente.
Los estudiantes de la Universidad inglesa de Cambridge aún pertenecen, en su mayoría, a estas clases 
desahogadas, y su piel es finísima a tenor de lo que han conseguido: acabar con una tradición de 
doscientos años. Han decidido que la colocación en tablones de las listas con los resultados de los 
exámenes finales es algo “demasiado estresante” y que les supone una “humillación” [...]. El protector 
profesorado ha atendido a su petición, así que a partir de ahora recibirán sus notas por e-mail o 
podrán consultarlas online (está por ver) cuarenta y ocho horas antes de que sean expuestas. 
[…]Mientras los niños y jóvenes se tornan cada vez más caprichosos, arbitrarios, quejicas y 
dictatoriales, los Gobiernos intervienen para convertir en delito el cachete que los padres 
solían dar a sus vástagos cuando había que ponerles límites o enseñarles que ciertos actos 
acarrean consecuencias, es decir, lo que todo el mundo ha de aprender más pronto o más tarde, 
pues, que yo sepa, los castigos no han sido abolidos en nuestras sociedades. Toda la vida se ha 
distinguido sin dificultad entre eso, un cachete ocasional, y una paliza a un niño, algo condenable y 
repugnante para casi cualquiera que no sea el palizador. Quienes han prohibido el cachete no siempre 
se oponen, sin embargo, a enviar a la cárcel a menores de edad si éstos cometen un delito de 
consideración. Es el reino de la contradicción: a un chaval no se le puede poner la mano encima bajo 
ningún concepto, aunque haga barbaridades y no entre en razón (su piel es finísima), pero sí se le 
puede meter una temporada entre rejas para hundirle la vida. […] El temor a las consecuencias sigue 
siendo –lo siento, ojalá no fuera así– uno de los mayores elementos disuasorios, también para los 
adultos. Hay muchos, entre éstos, que no roban ni pegan ni matan tan sólo porque saben que los 
pueden pillar y que les caerá un castigo. Si esto, como digo, ha de aprenderse antes o después, no veo 
por qué se retrasa ahora hasta edades en las que a veces es demasiado tarde: ¿cómo va a aceptar un 
joven que no puede hacer esto o aquello si a lo largo de sus quince o dieciocho años se lo ha educado 
en la creencia de que siempre se saldría con la suya, de que a todo tenía derecho a cambio de ningún 
deber, y de que sus acciones más graves no acarrearían más consecuencia que el rollo que le soltaran 
los plastas de sus padres o profesores?
Los estudiantes de la Universidad inglesa de Cambridge aún pertenecen, en su mayoría, a 
estas clases desahogadas, y su piel es finísima a tenor de lo que han conseguido: acabar 
con una tradición de doscientos años. Han decidido que la colocación en tablones de las 
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puede meter una temporada entre rejas para hundirle la vida. […] El temor 
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Si esto, como digo, ha de aprenderse antes o después, no veo por qué se retrasa ahora 
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puede hacer esto o aquello si a lo largo de sus quince o dieciocho años se lo ha educado en 
la creencia de que siempre se saldría con la suya, de que a todo tenía derecho a cambio de 
ningún deber, y de que sus acciones más graves no acarrearían más consecuencia que el 
rollo que le soltaran los plastas de sus padres o profesores?
 1. Cada nueva generación de jóvenes tenga la piel más fina y 
sea más pusilánime – los jóvenes de hoy en día son más 
sensibles a la realidad. 
 2. Esos adolescentes pusilánimes y despóticos no suelen 
provenir de familias marginales o pobres, sino de las 
medias y adineradas- los adolescentes no son maduros para 
muchas situaciones que se les presenta porque la mayoría 
de las veces están protegidos por los padres. 
 3. Los niños y jóvenes se tornan cada vez más caprichosos, 
arbitrarios, quejicas y dictatoriales, los Gobiernos 
intervienen para convertir en delito el cachete que los 
padres solían dar a sus vástagos cuando había que ponerles 
límites o enseñarles que ciertos actos acarrean 
consecuencias- los niños de ahora no entienden lo que está 
mal o lo que está bien porque el gobierno “prohíbe” que se 
les eduque con una cachetada en determinados momentos.
Los adultos se alarman de no poder proteger a sus hijos, porque cuando 
quieren buscar solución a los problemas de sus hijos .La mayoría de las 
veces ya es tarde, ya que estos realizan vandalismo de los cuales los 
padres ni se imaginan. La mayoría de estos jóvenes pertenecen a 
familias adineradas, que sus problemas muchas veces es que los padres 
los tienen demasiado mimados, estos al mínimo problema abandonan 
sus estudios cuando ni siquiera están preparados para realizar un 
trabajo. 
Los adolescentes no están de acuerdo con que los profesores muestren las 
notas en el tablón de anuncios, ya que por ello pueden sufrir una 
humillación. Si la sociedad sigue así llegará un punto donde el 
profesorado no podrá llevarle la contraria al alumnado. Los padres 
deberían ponerle ciertos límites a los chicos con castigos, etc... para 
mejorar sus conductas inadecuadas. Aunque no les puedes pegar ya que 
hoy en día por una cachetada pueden meter a los padres en la cárcel, al 
contrario que ellos siendo menores pueden cometer delitos y llevarlos a 
un centro. 
El aprendizaje debe enseñarse desde que son pequeños, no cuando son 
mayores y ya todo esto no tiene remedio. Es mejor una bofetada a 
tiempo, que un joven acabe entre rejas por no haberle dado esa 
cachetada.
- Pusilánime: persona que muestra poco ánimo y falta de valor para emprender 
acciones, enfrentarse a peligros o soportar desgracias. 
-Crescendo: aumento progresivo de la intensidad de un sonido. 
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-Dictatoriales: una dictadura de gobierno. 
-Repugnante: causa una sensación muy desagradable. 
-Palizador: valla hecha de estacas o palos para impedir la salida. 
-Mera: que es pura mente aquello que se dice, sin ninguna característica especial 
o singular.
 Intención del autor: critica 
Concreción del tema: la mala 
educación de los nuevos adolescentes
 El autor no utiliza las primeras 
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da su opinión al final como conclusión 
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Trabajo de proyecto: Fieles finisimas

  • 1. Javier Marías, EL PAIS SEMANAL - 27-09-2009
  • 2. Parece que cada nueva generación de jóvenes tenga la piel más fina y sea más pusilánime, y que cada nueva de padres esté más dispuesta a protegérsela y a fomentar esa pusilanimidad, en un crescendo sin fin. Los adultos, luego, se alarman ante los resultados, cuando ya es tarde: se encuentran con que tienen en sus hogares a adolescentes tiránicos que no soportan el menor contratiempo o frustración; que a veces les pegan palizas; que zumban a policías, queman coches e intentan asaltar comisarías (oye, qué juerga) porque se les impide prolongar un ruidoso botellón más allá de las tres de la madrugada, como acaba de ocurrir en la acaudalada Pozuelo de Alarcón; que, en el peor y más extremo de los casos, violan en grupo a una muchacha de su edad o más joven, como sucedió en un par de ocasiones en Andalucía hace unos meses; y que por supuesto abandonan tempranamente los estudios, cuando aún no tienen conocimientos para trabajar en nada ni –con el galopante paro– oportunidad para ello. Esos adolescentes pusilánimes y despóticos no suelen provenir de familias marginales o pobres, sino de las medias y adineradas. Son aquellos a los que se ha podido y querido mimar; si no afectiva, sí económicamente.
  • 3. Los estudiantes de la Universidad inglesa de Cambridge aún pertenecen, en su mayoría, a estas clases desahogadas, y su piel es finísima a tenor de lo que han conseguido: acabar con una tradición de doscientos años. Han decidido que la colocación en tablones de las listas con los resultados de los exámenes finales es algo “demasiado estresante” y que les supone una “humillación” [...]. El protector profesorado ha atendido a su petición, así que a partir de ahora recibirán sus notas por e-mail o podrán consultarlas online (está por ver) cuarenta y ocho horas antes de que sean expuestas. […] Mientras los niños y jóvenes se tornan cada vez más caprichosos, arbitrarios, quejicas y dictatoriales, los Gobiernos intervienen para convertir en delito el cachete que los padres solían dar a sus vástagos cuando había que ponerles límites o enseñarles que ciertos actos acarrean consecuencias, es decir, lo que todo el mundo ha de aprender más pronto o más tarde, pues, que yo sepa, los castigos no han sido abolidos en nuestras sociedades. Toda la vida se ha distinguido sin dificultad entre eso, un cachete ocasional, y una paliza a un niño, algo condenable y repugnante para casi cualquiera que no sea el palizador. Quienes han prohibido el cachete no siempre se oponen, sin embargo, a enviar a la cárcel a menores de edad si éstos cometen un delito de consideración. Es el reino de la contradicción: a un chaval no se le puede poner la mano encima bajo ningún concepto, aunque haga barbaridades y no entre en razón (su piel es finísima), pero sí se le puede meter una temporada entre rejas para hundirle la vida. […] El temor a las consecuencias sigue siendo –lo siento, ojalá no fuera así– uno de los mayores elementos disuasorios, también para los adultos. Hay muchos, entre éstos, que no roban ni pegan ni matan tan sólo porque saben que los pueden pillar y que les caerá un castigo. Si esto, como digo, ha de aprenderse antes o después, no veo por qué se retrasa ahora hasta edades en las que a veces es demasiado tarde: ¿cómo va a aceptar un joven que no puede hacer esto o aquello si a lo largo de sus quince o dieciocho años se lo ha educado en la creencia de que siempre se saldría con la suya, de que a todo tenía derecho a cambio de ningún deber, y de que sus acciones más graves no acarrearían más consecuencia que el rollo que le soltaran los plastas de sus padres o profesores?
  • 4. Ya sé cómo algunos leerán este artículo: como una mera reivindicación de la bofetada. Miren, qué se le va a hacer. Puestos a ser tan simplistas como esos posibles lectores, prefiero que un muchacho se lleve alguna de vez en cuando a que se lo arroje a una celda demasiado pronto, sin capacidad para entender de golpe por qué diablos está ahí, o a que viole a una compañera en manada y se vuelva a casa creyendo que eso no tiene mayor importancia que ponerse ciego de alcohol en las felices noches de botellón.
  • 5. Parece que cada nueva generación de jóvenes tenga la piel más fina y sea más pusilánime, y que cada nueva de padres esté más dispuesta a protegérsela y a fomentar esa pusilanimidad, en un crescendo sin fin. Los adultos, luego, se alarman ante los resultados, cuando ya es tarde: se encuentran con que tienen en sus hogares a adolescentes tiránicos que no soportan el menor contratiempo o frustración; que a veces les pegan palizas; que zumban a policías, queman coches e intentan asaltar comisarías (oye, qué juerga) porque se les impide prolongar un ruidoso botellón más allá de las tres de la madrugada, como acaba de ocurrir en la acaudalada Pozuelo de Alarcón; que, en el peor y más extremo de los casos, violan en grupo a una muchacha de su edad o más joven, como sucedió en un par de ocasiones en Andalucía hace unos meses; y que por supuesto abandonan tempranamente los estudios, cuando aún no tienen conocimientos para trabajar en nada ni –con el galopante paro– oportunidad para ello. Esos adolescentes pusilánimes y despóticos no suelen provenir de familias marginales o pobres, sino de las medias y adineradas. Son aquellos a los que se ha podido y querido mimar; si no afectiva, sí económicamente.
  • 6. Parece que cada nueva generación de jóvenes tenga la piel más fina y sea más pusilánime, y que cada nueva de padres esté más dispuesta a protegérsela y a fomentar esa pusilanimidad, en un crescendo sin fin. Los adultos, luego, se alarman ante los resultados, cuando ya es tarde: se encuentran con que tienen en sus hogares a adolescentes tiránicos que no soportan el menor contratiempo o frustración; que a veces les pegan palizas; que zumban a policías, queman coches e intentan asaltar comisarías (oye, qué juerga) porque se les impide prolongar un ruidoso botellón más allá de las tres de la madrugada, como acaba de ocurrir en la acaudalada Pozuelo de Alarcón; que, en el peor y más extremo de los casos, violan en grupo a una muchacha de su edad o más joven, como sucedió en un par de ocasiones en Andalucía hace unos meses; y que por supuesto abandonan tempranamente los estudios, cuando aún no tienen conocimientos para trabajar en nada ni –con el galopante paro– oportunidad para ello. Esos adolescentes pusilánimes y despóticos no suelen provenir de familias marginales o pobres, sino de las medias y adineradas. Son aquellos a los que se ha podido y querido mimar; si no afectiva, sí económicamente.
  • 7. Los estudiantes de la Universidad inglesa de Cambridge aún pertenecen, en su mayoría, a estas clases desahogadas, y su piel es finísima a tenor de lo que han conseguido: acabar con una tradición de doscientos años. Han decidido que la colocación en tablones de las listas con los resultados de los exámenes finales es algo “demasiado estresante” y que les supone una “humillación” [...]. El protector profesorado ha atendido a su petición, así que a partir de ahora recibirán sus notas por e-mail o podrán consultarlas online (está por ver) cuarenta y ocho horas antes de que sean expuestas. […]Mientras los niños y jóvenes se tornan cada vez más caprichosos, arbitrarios, quejicas y dictatoriales, los Gobiernos intervienen para convertir en delito el cachete que los padres solían dar a sus vástagos cuando había que ponerles límites o enseñarles que ciertos actos acarrean consecuencias, es decir, lo que todo el mundo ha de aprender más pronto o más tarde, pues, que yo sepa, los castigos no han sido abolidos en nuestras sociedades. Toda la vida se ha distinguido sin dificultad entre eso, un cachete ocasional, y una paliza a un niño, algo condenable y repugnante para casi cualquiera que no sea el palizador. Quienes han prohibido el cachete no siempre se oponen, sin embargo, a enviar a la cárcel a menores de edad si éstos cometen un delito de consideración. Es el reino de la contradicción: a un chaval no se le puede poner la mano encima bajo ningún concepto, aunque haga barbaridades y no entre en razón (su piel es finísima), pero sí se le puede meter una temporada entre rejas para hundirle la vida. […] El temor a las consecuencias sigue siendo –lo siento, ojalá no fuera así– uno de los mayores elementos disuasorios, también para los adultos. Hay muchos, entre éstos, que no roban ni pegan ni matan tan sólo porque saben que los pueden pillar y que les caerá un castigo. Si esto, como digo, ha de aprenderse antes o después, no veo por qué se retrasa ahora hasta edades en las que a veces es demasiado tarde: ¿cómo va a aceptar un joven que no puede hacer esto o aquello si a lo largo de sus quince o dieciocho años se lo ha educado en la creencia de que siempre se saldría con la suya, de que a todo tenía derecho a cambio de ningún deber, y de que sus acciones más graves no acarrearían más consecuencia que el rollo que le soltaran los plastas de sus padres o profesores?
  • 8. Los estudiantes de la Universidad inglesa de Cambridge aún pertenecen, en su mayoría, a estas clases desahogadas, y su piel es finísima a tenor de lo que han conseguido: acabar con una tradición de doscientos años. Han decidido que la colocación en tablones de las listas con los resultados de los exámenes finales es algo “demasiado estresante” y que les supone una “humillación” [...]. El protector profesorado ha atendido a su petición, así que a partir de ahora recibirán sus notas por e-mail o podrán consultarlas online (está por ver) cuarenta y ocho horas antes de que sean expuestas. […]Mientras los niños y jóvenes se tornan cada vez más caprichosos, arbitrarios, quejicas y dictatoriales, los Gobiernos intervienen para convertir en delito el cachete que los padres solían dar a sus vástagos cuando había que ponerles límites o enseñarles que ciertos actos acarrean consecuencias, es decir, lo que todo el mundo ha de aprender más pronto o más tarde, pues, que yo sepa, los castigos no han sido abolidos en nuestras sociedades. Toda la vida se ha distinguido sin dificultad entre eso, un cachete ocasional, y una paliza a un niño, algo condenable y repugnante para casi cualquiera que no sea el palizador. Quienes han prohibido el cachete no siempre se oponen, sin embargo, a enviar a la cárcel a menores de edad si éstos cometen un delito de consideración. Es el reino de la contradicción: a un chaval no se le puede poner la mano encima bajo ningún concepto, aunque haga barbaridades y no entre en razón (su piel es finísima), pero sí se le puede meter una temporada entre rejas para hundirle la vida. […] El temor a las consecuencias sigue siendo –lo siento, ojalá no fuera así– uno de los mayores elementos disuasorios, también para los adultos. Hay muchos, entre éstos, que no roban ni pegan ni matan tan sólo porque saben que los pueden pillar y que les caerá un castigo. Si esto, como digo, ha de aprenderse antes o después, no veo por qué se retrasa ahora hasta edades en las que a veces es demasiado tarde: ¿cómo va a aceptar un joven que no puede hacer esto o aquello si a lo largo de sus quince o dieciocho años se lo ha educado en la creencia de que siempre se saldría con la suya, de que a todo tenía derecho a cambio de ningún deber, y de que sus acciones más graves no acarrearían más consecuencia que el rollo que le soltaran los plastas de sus padres o profesores?
  • 9.  1. Cada nueva generación de jóvenes tenga la piel más fina y sea más pusilánime – los jóvenes de hoy en día son más sensibles a la realidad.  2. Esos adolescentes pusilánimes y despóticos no suelen provenir de familias marginales o pobres, sino de las medias y adineradas- los adolescentes no son maduros para muchas situaciones que se les presenta porque la mayoría de las veces están protegidos por los padres.  3. Los niños y jóvenes se tornan cada vez más caprichosos, arbitrarios, quejicas y dictatoriales, los Gobiernos intervienen para convertir en delito el cachete que los padres solían dar a sus vástagos cuando había que ponerles límites o enseñarles que ciertos actos acarrean consecuencias- los niños de ahora no entienden lo que está mal o lo que está bien porque el gobierno “prohíbe” que se les eduque con una cachetada en determinados momentos.
  • 10. Los adultos se alarman de no poder proteger a sus hijos, porque cuando quieren buscar solución a los problemas de sus hijos .La mayoría de las veces ya es tarde, ya que estos realizan vandalismo de los cuales los padres ni se imaginan. La mayoría de estos jóvenes pertenecen a familias adineradas, que sus problemas muchas veces es que los padres los tienen demasiado mimados, estos al mínimo problema abandonan sus estudios cuando ni siquiera están preparados para realizar un trabajo. Los adolescentes no están de acuerdo con que los profesores muestren las notas en el tablón de anuncios, ya que por ello pueden sufrir una humillación. Si la sociedad sigue así llegará un punto donde el profesorado no podrá llevarle la contraria al alumnado. Los padres deberían ponerle ciertos límites a los chicos con castigos, etc... para mejorar sus conductas inadecuadas. Aunque no les puedes pegar ya que hoy en día por una cachetada pueden meter a los padres en la cárcel, al contrario que ellos siendo menores pueden cometer delitos y llevarlos a un centro. El aprendizaje debe enseñarse desde que son pequeños, no cuando son mayores y ya todo esto no tiene remedio. Es mejor una bofetada a tiempo, que un joven acabe entre rejas por no haberle dado esa cachetada.
  • 11. - Pusilánime: persona que muestra poco ánimo y falta de valor para emprender acciones, enfrentarse a peligros o soportar desgracias. -Crescendo: aumento progresivo de la intensidad de un sonido. -Acaudalaba: tiene mucho dinero o muchos bienes - Tenor: voz masculina más aguda bajo la cual están la voz de barítono y bajo. -Dictatoriales: una dictadura de gobierno. -Repugnante: causa una sensación muy desagradable. -Palizador: valla hecha de estacas o palos para impedir la salida. -Mera: que es pura mente aquello que se dice, sin ninguna característica especial o singular.
  • 12.  Intención del autor: critica Concreción del tema: la mala educación de los nuevos adolescentes
  • 13.  El autor no utiliza las primeras personas sino que esta al margen, solo da su opinión al final como conclusión del texto.