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139
Aconcagua: lugar de gavillas o atados
de paja (mapuche); Conca: gavilla
de paja para techar; Gua: lugar.
Acuidal o Yurapil: abundante en
camarones. Hoy, Valle de Orozco
(mapuche).
Colliguay: Colli: color castaño,
colorado; Huayu: arbusto (mapuche).
Conhue: actual estero de Limache
(mapuche); Cogn: cosechar; Hue: lugar.
Chile: Chili: lo más profundo o remoto
(aymará). Al llegar Pedro de Valdivia,
la cuenca y valle del Río Aconcagua
se llamaba Valle de Chile.
Limache: lugar de donde proceden
las curanderas (mapuche).
Lli: origen, lugar de procedencia de
algo; Machi: curandera o curandero.
Ocoa: valle del agua de los cocos
(mapuche); Co: agua; Oca: coco.
Olmué: lugar o paraje de huilmos
(mapuche); Wëllngu: huilmos o nuños;
Hue: lugar.
El jesuita chileno Felipe Gómez de Vidaurre, en su obra “Historia geográfica, natural y civil
del Reino de Chile”, retrata en pocas palabras nuestra área de estudio: “mucha parte de
esta provincia es montuosa, pero no poblada de grandes bosques. Entre sus montes es
notable el cerro llamado Campana, tan alto que es el primero que descubren los marineros
al llegar a Valparaíso, y entre sus árboles, la palma de cocos, de la cual se ven bosques
enteros” 1
. Por su parte, Alonso de Ovalle, en su “Histórica Relación del Reino de Chile”,
obra publicada en Roma en 1646, nos dejó imágenes preciosas. Para él, la palma era lejos
el primero entre todos los árboles frutales, y no sólo por su nombre, sino también “porque
su altura, hermosura, abundancia y la de su regalado fruto le hacen lugar entre los de más
estima”. Luego agrega: “críanse estas palmas de ordinario en los montes y quebradas tan
espesos, que mirándolas de lejos parecen almácigos puestos a mano” 2
.
Darwin, por su posterior prestigio, parece haber sido uno de los visitantes más ilustres de
todo el siglo XIX y además, de los pocos que se animaron a subir una de las alturas más
notables de Chile central. Subió La Campana por el lado de Quillota, el 16 de agosto de
1834, por difíciles caminos, acompañado de un guía y caballos de refresco, apuntando la
vegetación que iba encontrando, entre ellas las palmas.Allí la tarde le pareció “deliciosa” y la
atmósfera tan clara, que “distinguimos como rayas negras los mástiles de los barcos anclados
en la bahía de Valparaíso” 3
. Otro viajero, Miers, quien estuvo avecindado un tiempo en Con
Con, cruzó la Cuesta La Dormida varias veces y nos dejó sus observaciones del camino
y de la gente del entorno, que le pareció muy humilde. También María Graham nos dejó
interesantes observaciones que hacía mientras se internaba camino a Quillota, por Con Con4
.
En el mismo siglo XIX, Vicuña
Ma-ckenna nos cuenta del
creciente interés por subir La
Campana5
. En septiembre de
1859 lo hizo un propietario del
FundoVichiculén, José Letelier,
y por la parte de Limache, entre
varias ascensiones, destaca la
que en 1869 hizo el fotógrafo
Mr. Rowssel acompañado
de va-rias personas. Desde
Ocoa, por esos años (1877),
sólo se sabía del atrevido
escalamiento hecho por su
propietario hasta la cima, José
Rafael Echeverría cuando era
joven, ayudándose con lazos.
En 1910 se fundó el Club
Alemán de Excursionismo de
Valparaíso (DAV). Inicialmente
se trató de un pequeño grupo
de aficionados que recorrían
los cerros y comarcas cercanos
a Valparaíso. “Los gringos, calzando zapatos firmes y cargando una mochila y saco de
dormir sobre sus hombros, retornaban extenuados pero contentos al puerto después de
largos paseos a los alrededores. Recorrieron y escalaron los cerros de La Campana, El
Roble y Las Vizcachas, el valle de Ocoa, la cordillera de Catemu, Laguna Verde, Concón,
el lago Las Cenizas, Vinilla y Limache y la Quebrada Escobares” 6
. En 1939, el cura Luis
Marambio fundó el Club Católico de Montaña, cuyos miembros no se cansan de explorar,
hasta hoy, todos los cerros de la región.
Los ecos históricos de La Campana
“...Explícase así también una antigua
tradición indígena, según la cual, en
remotos siglos, el cono de la Campana
era un promontorio o peñasco (Lli)
reluciente de oro y pedrerías, codiciado
por una nación estranjera i valerosa,
que vino a conquistarlo. Pero los
machis del lugar resolvieron burlar la
codicia de los forasteros, disponiendo
que una noche cayera sobre el encan-
tado cerro una espesa capa de granito
que ocultó sus codiciados tesoros.
De aquí el nombre de Llimache (el
peñasco del brujo) que los españoles
pronunciaron luego, endulzando las
sílabas conforme, con un simple l, y
de aquí también la fama tradicional
de las riquezas de La Campana...”.
por Fernando Venegas, Académico Universidad de Concepción
Vicuña Mackenna, B. 1940. De Valparaíso a
Santiago. Ed. Universidad de Chile.
Cerro de la Campana en Quillota, litografía
de “Chile Ilustrado” de R. S.Tornero, 1872.
139
140
Relato de Paul Treutler (viajero alemán del siglo XIX)
Paul Treutler fue un viajero alemán que hacia 1860 participó en
una expedición al Cerro La Campana. Fue entusiasmado por un
joven español que lo convenció de que disponía de un documento
en el que constaba que “varios españoles, al ser expulsados del
país por los chilenos, habían enterrado seis cargas de mulas
de oro amonedado y una carga de plata en las cercanías de
Quillota, en una quebrada del Cerro La Campana”. Este andariego
ingeniero en minas arrendó caballos, adquirió las herramientas
mineras necesarias, contrató los servicios de un baqueano y con
él y el español salieron rumbo a la gloria: “Cuando llegamos a una
hora de camino del punto preciso en que debía de encontrarse
enterrado el tesoro, nos apeamos y encomendamos al baqueano la
vigilancia de los caballos”. Según las referencias, “el dinero debía
hallarse en seis hoyos cavados alrededor de un árbol, en el que se
había tallado una gran cruz como seña, y el árbol, a su vez, estaba
cerca de una roca que el documento describía con precisión.
Encontramos la roca pero no era fácil encontrar el árbol señalado
porque había un bosque. Y como habían transcurrido cincuenta
años desde el ocultamiento del tesoro, hasta era posible que el
árbol ya no existiera”. Después de un largo rato examinando
el lugar se les acercó el baqueano, el que después de preguntar
si buscaban algún tesoro los “...condujo a un árbol viejo que se
encontraba cerca y a cuyo pie se podía observar un hoyo. Según
nos dijo, unos leñadores habían encontrado antiguamente una
cruz tallada en el tronco, lo que les había inducido a suponer
que allí se encontraba un tesoro oculto, por lo que habían cavado
y encontrado 2.000 pesos españoles antiguos”. Dedujeron
que los leñadores sólo se habían llevado la mitad del botín y
dejado ahí mismo el oro. Simulando abatimiento regresaron a
Quillota, con el ánimo de volver solos al lugar. Al caer la noche,
armados de revólveres y provistos de un chuzo, una pala y
algunos alimentos, salieron furtivamente de la ciudad en busca
del tesoro. Por el camino planificaron cómo llevarían el oro a
Valparaíso sin levantar sospechas. Ya en el lugar vivieron una
experiencia inolvidable: a la hora del trabajo estuvieron en medio
de un asalto, del que se salvaron milagrosamente. Paul Treutler
sufrió fuertes dolores reumáticos debido al frío de la noche, por
lo que al día siguiente se fue a Valparaíso, donde se sometió a
tratamiento médico. Cuando se sintió mejor volvió a Quillota,
pero el español se le había adelantado y dos días antes se había
marchado, “pagando su cuenta con antiguas onzas españolas”.
¿...Y entonces?: “Me dirigí de inmediato a la quebrada, donde
pude comprobar que en todo el sitio debajo del árbol estaba la
tierra removida y había diversos objetos diseminados que me
permitieron establecer, sin ninguna duda, que mi compañero
había encontrado el oro... Regresé de inmediato a Valparaíso,
con la esperanza de encontrarlo allá, pero, a pesar de todos
mis empeños, no logré obtener la menor información sobre su
paradero. Esto me indujo a maldecir la búsqueda de tesoros, que
sólo me había aportado peligros y desengaños en vez de oro”.
Para Vicuña Mackenna, quien recorrió el área hacia finales
del siglo XIX, Limache fue durante la Conquista una región
extremadamente rica en oro, “y el famoso cerro La Campana que
le da sombra, horizonte y fama, hallábase entonces orlado, al
decir de los viajeros, de los vestigios de trapiches de oro cuyas
ruinas son hoy por todas partes una misteriosa estadística, como
las de Alhué y un cómodo asiento para el fatigado caminante en
sus caseríos y paseos” 8
.
Sin embargo, la explotación de otros metales también fue
importante. Gerónimo de Vivar, uno de los cronistas más
importantes de la Conquista, cuenta que Pedro de Valdivia, para
remediar la necesidad de herraje, ordenó ir a buscar cobre. Para
ello “...mandó a percibir veinte de a caballo y salió él en persona y
fue a las sierras que vecinas tenían a un sitio de que tenía noticia
que había cobre...En la primera cata que dio, halló lo que buscaba,
y mandó cavar y sacar tanto cobre que bastó a herrar los caballos
y hacer estribos” 9
.
En la segunda mitad del siglo XVIII la actividad minera se concentró
entre La Dormida y Til Til.Allí se formaron Asientos de Minas, esto
es, espacios donde se agrupaban los mineros bajo la vigilancia
En Silva Bijit, Roberto. 1980. Viajeros en Quillota
durante el siglo XIX. Ed. El Observador, pp. 61-67.
La llegada de los españoles
Valdivia y su hueste pudieron llegar a los valles de Olmué y Limache
a través de la fragosa Cuesta La Dormida.La travesía, originalmente,
habría sido parte del Camino del Inca, cuyo ramal llegaba hasta el
Estero Marga Marga. Ello se explica porque de ese estero, los hijos
del Imperio del Sol sacaron parte importante del oro que deslumbró
a los hermanos Pizarro y a Almagro en el Cuzco. Luego, Valdivia
y su gente se sirvieron del camino para llegar hasta los mismos
lavaderos, después de que un toqui mapuche, Michimalongo, les
señalase su ubicación. Mariño de Lobera anotaría: “juntamente se
informó del Michimalongo por el estenso de los lugares de donde
sacaban el oro que llevaban en tributo al rey del Perú. Porque hasta
aquel punto no sabían dónde estaban las minas, ni se había visto
oro en el reino.Visto Michimalongo que con esto tendría contento a
los vencedores, acordó él y los demás señores que con él estaban
en prisión de llevar al capitán a las minas de Malgamalga junto al
río grande de Chile y Quillota”7
.
Valdivia organizó con prontitud la explotación de los lavaderos, y los
españoles se dedicaron con gran ímpetu a buscar oro. Los valles de
Limache y Quillota fueron parte de su extensa Merced deTierras, que
abarcaba también Til Til, Colina y Lampa. De hecho, según consta
en un juicio de comienzos del siglo XVII, en Limache, Valdivia tuvo
una casa fuerte, desde donde se cree controló la producción aurífera
de la zona.La población indígena que se utilizó en explotar el Marga
Marga fue tan numerosa que muy pronto disminuyó el oro extraído.
Esta tendencia se dio con fuerza a partir de 1560. Ello llevó a los
españoles y sus indígenas encomendados hasta las mismas faldas
de la Cordillera de la Costa. Allí, en las quebradas o riachuelos, en
los esteros de Olmué, Pelumpén o Limache, siguieron consumiendo
el tiempo, escarbando la tierra o buscando en las transparentes
corrientes el brillante metal.
Buscando la fortuna en las montañas
140
141
de un Alcalde de Minas que velaba por el orden y
progreso del lugar.En Til Til, Vicuña Mackenna hace
referencia al descubrimiento de minerales de cuarzo,
aunque no sabe con precisión el momento en que
ello ocurrió.A propósito de la visita que hizo Frezier al
lugar, comenta que“el mineral era comparativamente
pobre, como sigue siéndolo hoy mismo”. “Pero
bastaba que cada cajón de 64 quintales españoles
rindiera en la molienda dos onzas de oro para que
costease su explotación.Todo lo que de esa ley de
rendimiento subiese era provechoso, y cuando el
minero encontraba entre el vacío y recovecos de
las grietas una “bolsa” o “rinconada” de oro, como
la que a principios de este siglo (XIX) disfrutaron los
famosos “Osorios de Til Til”, entonces el provecho
se convertía en pingüe fortuna” 8
.
En La Dormida, la minería también se transformó
en una actividad económica significativa. Por
ejemplo, entre 1761 y 1763 sabemos que laboraban
36 mineros. También había un desplazamiento
constante de hombres en las montañas del lugar;un
minero no conoce una montaña, conoce todas las
que puede como la palma de su mano.Por otro lado,
aunque siempre se estaban descubriendo nuevas
vetas, la tendencia era trabajar estacas antiguas.
Alonso Guerrero por ejemplo, en una petición de principios de 1760, dice que “en el cerro La
Campana en un paraje nombrado las catas de Ulloa he descubierto una mina trabajada desde
inmemorial tiempo de metales de cobre”, pidiendo que se le diese estacamina en el lugar.
La minería, en general, contribuyó al desarrollo de pequeñas riquezas locales, influyendo con
ello en la formación de minifundios en la zona. Aunque las faenas debieron contraerse en los
años de las guerras de independencia, estabilizado el país, la gente se dispuso a buscar tesoros
escondidos.
Junto con estas labores, a partir de 1830, la minería experimentó al parecer un importante
crecimiento por el sostenido aumento de los precios de compra del metal. Un gran hito fue la
veta de cobre que el cura de la Parroquia Santa Cruz de Limache, Diego Bravo, encontró en el
Cerro La Campana. Su descubrimiento recorrió a voces la región y muchos llegaron al lugar a
escarbar por si encontraban otras, cercanas a “la veta del cura de Limache”. Parece ser que al
poco tiempo el Cerro La Campana estaba cubierto por todos sus flancos, el de Olmué y el de
Ocoa. Esto reanimó la búsqueda de vetas más al fondo del valle, en Quebrada de Alvarado y en
la siempre trabajada Hacienda La Dormida. La actividad minera motivó el levantamiento de lo que
en esos años se denominaba “industrias”.
En el área se podían distinguir dos tipos de mineros: los pequeños, con inversiones limitadas al
contexto local, por la falta de capital, y los grandes empresarios, con vetas y lavaderos esparcidos
por toda la región.La falta de capital o crédito fue uno de los mayores obstáculos para los primeros,
esforzados cateadores. Por ello era muy difícil encontrarlos trabajando fuera del valle. Para los
grandes empresarios mineros, Limache, el área de La Dormida y Olmué eran parte de un circuito
de inversión mucho mayor.En efecto, es frecuente encontrarlos en El Melón, Puchuncaví, Quintero
y Ocoa. Ellos no estaban preocupados de inmiscuirse en la vida política local; sus contactos y
vínculos parecen haber estado fundamentalmente en Santiago.
En la segunda mitad del siglo XIX comenzó la explotación minera a escala industrial. En 1870 se
explotaban yacimientos como Veta Grande, Felicidad, Esperanza, Pronosticada y Mercedes. A
fines de la década de 1920 se conformó la Compañía Minera e Industrial La Campana que tenía
26 pertenencias mineras en el cerro. Esta sociedad entró en crisis durante la Segunda Guerra
Mundial. La actividad minera se reactivó en los albores de 1970. Los últimos yacimientos en
explotación fueron clausurados en 1994. En esta etapa, la minería fue una importante fuente de
mano de obra a nivel local y frenó en parte la atracción de población desde las zonas urbanas
contiguas. El reverso fue su impacto severo en el medio ambiente.
Leyenda del Tesoro de los Jesuitas
Una tarde, el demonio en persona
caminaba por sobre una de las
profundas quebradas que hacen
prácticamente inaccesible la cima
de La Campana, cuando resbaló y
comenzó a rodar cerro abajo. Su
cuerpo cayó cientos de metros y
solamente se detuvo sobre una gran
roca que se levanta justo antes del
inicio de una nueva quebrada. Fue tal
el impulso que había adquirido con la
caída, que su cuerpo quedó grabado
definitivamente sobre la piedra. En
efecto, desde una altura aproximada
de 1.800 metros y dominando todo
el Valle de Ocoa, la imagen aparece
grabada sobre una gran roca de más de
tres metros de altura y dos de ancho.
El demonio aparece enclavado en la
roca. Tiene cerca de dos metros de
altura. En su mano izquierda sostiene
el clásico tridente. Su cuerpo nace
sobre un campo de llamas, aunque la
acción del tiempo ha borrado partes
de su cola y de la base. Su aspecto es
impresionante al caer la tarde, señalan
los lugareños; al reflejar el sol sobre las
rocas, la figura demoniaca resalta y se
ve nítida “a kilómetros de distancia”.
La imagen la hicieron los jesuitas o
los antiguos españoles para asustar a
los indios y nada más –asegura José
Bazurra, concesionario de una mina de
cuarzo ubicada unos 500 metros más
abajo, y amplio conocedor de la zona–,
cualquier otra explicación es falsa.
La necesidad de asustar a los indios
tenía dos caras. Por un lado, alejarlos
de la zona donde se explotaban
ricos yacimientos auríferos. Pero
hay también otra explicación: al ser
expulsados los jesuitas del país, por
orden de Carlos III, enterraron –según
se cuenta– sus riquezas en algún lugar
del país... Bazurra, de 75 años, quien
conoce cada centímetro de los cerros,
se muestra escéptico. “¿Cree usted
que al irse enterraron la fortuna? Yo
pienso que se la llevaron toda...”. En
Ocoa hay quienes piensan que no se
la llevaron y que posteriormente la
encontró Bazurra.
Diario La Segunda. Lunes 11 de agosto de
1975, p. 4. Por Rodolfo Sésnic e Iván Lepe.
141
Antigua mina en el camino desde
La Campana a las Campanitas
142
Olmué, de tierra indígena a posesión comunitaria
La Hacienda de Olmué se ubicaba en el extremo este de la Cuenca de Limache, lindando al oeste con la
estancia de Lliu Lliu y Pelumpén, al sur con la Estancia el Palmar y al norte con Ocoa.
En Olmué, la historia fue muy particular. En 1612, la dueña de estas tierras, Mariana Osorio, las donó
a sus indígenas de encomienda y a una cuñada. Al morir Mariana de Osorio, hacia 1620, los indígenas
quedaron vacos, esto es, sin encomendero y disponibles para adjudicarse a otro español. Pero a la vez,
las tierras de Olmué quedaron bajo el dominio de los aborígenes, enmarcadas ahora dentro del derecho
de propiedad español. Además, la señora Mariana habría nombrado -en un segundo testamento- a un
“patrono” para que resguardase y protegiese a los indígenas. De esta suerte, en este terruño tenemos
dos protagonistas: los indígenas y los herederos de la familia.
¿Qué pasó con la familia heredera de Mariana de Osorio? No es claro, en la medida que no disponemos
de los documentos originales. Por un lado se afirma que habría heredado la propiedad Manuel Roco
Campofrío Carvajal, con el título de Patrono de Olmué. Uno de sus siete hijos, Melchor Carvajal, fue el
siguiente sucesor.Éste vendió en 1690 parte de la propiedad a Franciso Hidalgo, un potentado hacendado
de Caleu. Por otro lado, según se desprende de un embrolloso juicio, la rama de la familia de Mariana que
se quedó en Olmué fue la de su cuñada, María Alvarado, quien vivió en el lugar junto a su marido, el capitán
Lázaro de Aránguiz. Esto concuerda con el primer testamento de Mariana, en donde María Alvarado y su
familia figuran también como sus herederos (junto a los indígenas), en la parte donde estaban las casas
y herramientas principales de la propiedad. En 1639 habrían vendido su parte a Bernabé Fuentes.
Veamos ahora qué pasó con los indígenas: (a) Como dueños de gran parte de las tierras, decidieron
arrendarlas. Primero a un tal Riberos, pero a su muerte se vieron “...solos y desamparados experimen-
tando los agravios de los pasajeros y hurtos que nos hacían de los caballos por nuestra soledad”, por lo
que volvieron a arrendarlas. Además, según afirmaron, “nos conviene tener en las dichas tierras persona
español y tal cual convenga para nuestra defensa y para que fomente nuestras labranzas y sementeras,
con bueyes, arados y carretas que nos faltan”. Además, el arrendamiento caía sobre tierras baldías. Ellos
se reservaron para sí lo que consideraron necesario para sus sementeras.Con esta práctica, los indígenas
atrajeron una fuerte presión sobre sus tierras, tanto social como económica. Los arrendatarios, a su vez,
subarrendaron tierras y las administraron como suyas.
“...Mando se les entregue
la estancia de Olmué, la
que al presente tengo, de
la cual les hago gracia y
donación para mis indios,
para ellos y sus mujeres,
hijos y descendientes [...].
Encargo a la conciencia del
señor fiscal que lo fuere
a quien mueve el mirar
por el aumento y bien de
estos pobres naturales y
al protestar que lo fuere
que no consienta que
ninguno, no permitan que
nadie se les entrometa
en la estancia mientras
no sean herederos, ni
deber enajenar el ganado
ni menos la estancia
para que se sustenten,
acudiéndoles a todos
por iguales partes, fines
para todos igualmente
y sin su consentimiento
nadie pueda sembrar ni
ocupar las tierras con
ganado ni sementeras
para granjerías sólo para
el sustento hubieren
de sembrar, sea sin
perjuicio de mis indios,
prefiriéndolos siempre
en las mejores tierras y
en las primeras aguas,
atenido a que suele faltar,
y los que sembraren tienen
obligación de pagar a los
herederos sus terrazgos
como herederos propios
que por esta mi cláusula
de testamento les hago
donación de ella, de
modo que nadie pueda
quitárselas ni los Ministros
de su Majestad...”.
Extracto del Testamento
de Mariana de Osorio,
1612.
Trapiche minero en Olmué alto,
Cajón Grande
(b) Como se trataba de indígenas de encomienda, fueron
encomendados de nuevo.Algunos de los encomenderos del
siglo XVII habrían sido Pedro Figueroa, Lorenzo Figueroa
(su hijo), Tomás de Zambrano y Ugalde. Del siglo XVIII
sabemos de una encomendera llamada María Carvajal.Los
encomenderos no eran dueños de las tierras; sólo podían
disponer de los indígenas. Pero con el paso de los años,
el número de éstos disminuyó notoriamente.Ya a fines del
siglo XVII figuraban en un registro ¡sólo ocho!
(c) A los olmueínos se les asignó un Protector de Indios para
que velara por su cuidado y buen trato. Contrario a lo que
podría pensarse, este protector parece haber desempeñado
un papel activo en la protección de los indígenas.
(d) Finalmente, ya en el siglo XVIII, se avecindaron un
conjunto de españoles pobres y mestizos. Los arriendos y
ventas de tierras terminaron amestizando a indios y espa-
ñoles en una relación socioeconómica en que se impusieron
culturalmente los hispanos. De hecho, ellos defendieron la
tierra de la presión de los hacendados del entorno, que
en el siglo XVIII buscaban más tierras para plantar trigo.
Ahora bien, desde el punto de vista social prevalecieron los
indígenas, porque triunfó la idea de comunidad.
De esta manera, a fines del siglo XVIII prácticamente no
había indígenas en Olmué. El maltrato, las enfermedades
y el mestizaje los hicieron desaparecer.
142
143
Además, sus tierras se transformaron en un recipiente que canalizó la
expansión demográfica del valle. Resulta revelador el testimonio del
indígena Gregorio Inostroza, pidiendo ser cacique del lugar en 1789:
“pese a que la Hacienda de Olmué esta la dejó mi señora que fue doña
Mariana de Osorio a sus naturales al tiempo de su fallecimiento hoy
se han amistado los indios con toda clase de gentes, que la mayor
parte se llaman españoles, y estos tienen a los indios con muchas
aprensiones que a más de los maltratamientos que les hacen los
tienen muy estrechados en las tierras que poseen...”.Fue importante
en el destino de estas tierras la formación de la comunidad de Olmué.
Hacia 1858 parece ser la más antigua del valle y sólo los mayores
de edad sumaban 127. La forma en que se manejó esta comunidad,
por el gran número de familias que abarcaba y por el tiempo en que
llevaban en esa práctica, fue bastante simple. En efecto, cuando en
1857 falleció el administrador, Pablo Concha, dicha labor se entregó
a José Domingo Morales “con el cargo de primer apoderado i de
segundo para todo caso fortuito acaecido al primero, a su hijo José
Rufino Morales, ambos vecinos residentes en el indicado pueblo...”.
Contrariamente al funcionamiento de otras comunidades del valle,
aquí no parecen haber existido muchas reglas. Sólo se pide, tanto al
primer apoderado como al segundo (padre e hijo), que “administren
la hacienda en comunidad tal como si fuera suya o de su propio
dominio atendiendo con el mayor esmero i delicadeza todos los
negocios concernientes a ella, llevando una contabilidad clara de
su administración tal como si la misma comunidad en persona lo
hiciera...”.
Lo que constituye hoy la Quebrada
de Alvarado corresponde a la
antigua Estancia El Palmar.
Lindaba hacia el este con La
Dormida, al sur con Pelumpén y
al oeste con Olmué.
Pedro de Alvarado compró la
propiedad a Ana Jufré de Águila
el 28 de abril de 1666 en 1.300
pesos. Según Alvarado, un año
después sumaba 700 ovejas y
500 vacunos. No obstante, según
su misma versión, la “quebrada
de dicho Palmar que tenía de
largo hasta una legua” era en
su mayor parte montes, lomas
y pedregales, escaseando el
pasto. Las palmas abundaban y
su fruto era muy “codiciado”. La
explotación que se hizo de las
palmas es impresionante... Para quien recorre estas tierras hoy, la idea
de bosques impenetrables podría parecer insólita. Sin embargo, según
Alonso de Ovalle, en el siglo XVII los coquitos se exportaban en grandes
cantidades al Perú, “porque además del efecto de confitarse, les dan los
muchachos buen despacho, porque es el mayor entretenimiento este
que tienen en el año”2
.Los cocos de las palmas se explotaron pues con
gran animación, no sólo para exportarlos al Perú -donde debieron llegar
mucho antes que el sebo, los cueros o el trigo- sino también como parte
importante de la dieta local.
Un juicio de 1667 elevado por Pedro de Alvarado para que se declarase
que las palmas de su estancia no eran de uso común, nos permite
conocer todo el movimiento humano que generaron los cocos. Según
Alvarado:“...por los meses de abril y mayo han acostumbrado diferentes
personas el ir con mucha copia de cabalgaduras al dicho potrero para
aprovecharse del fruto de dichas palmas por haber estado la dicha
estancia despoblada y me temo que quieran continuar con la costumbre
que me fuera de irreparable daño por el riesgo que padeciesen dichos
mis ganados a si en la poca seguridad de ellos por la copia de gente que
suele concurrir como por el peligro que se ahuyenten respecto de la falta
El palmar, donde había “selvas” de palmas
que tengo de pastores por mi mucha
pobreza y porque con las mismas
cabalgaduras que traen los que se
detienen a coquear me consumen y
talan los pastos dejando pereciendo
mis ganados respecto de ser el resto
de la dicha estancia pedregoso y de
muchas asperezas y montañas que
esterilizan los dichos pastos...”. La
mayor preocupación de Alvarado
era lo indefenso que quedaba
su ganado. La práctica también
afectaba a propietarios vecinos
que, con permiso de Alvarado,
dejaban su ganado pastando en
las montañas.
La defensa de los coqueadores
es interesante. Según ellos, “por
costumbre antigua, los frutos de las
palmas se tenían como productos
naturales y de uso común que producía la tierra, tales como la madera,
paja, carrizales y pangues”.Además, de las palmas dependía el sustento
de “muchos pobres que se alimentan con la granjería de dichos cocos”
y que los transportaban hastaValparaíso, desde donde seguían camino
hacia el Perú. Acusaron a Pedro de Alvarado de querer concretar “por
pretextos supuestos” sus negocios particulares.Además, se justificaron
asegurando que la estancia era abierta porque“la atraviesan los caminos
y vías públicas, las más usadas y frecuentes de este reino” en dirección
a La Serena, además de “San Martín de Quillota, Limache, Ligua,
Concón y otras partes, el uno por la parte de abajo de la puerta de
Til Til y el otro por la loma de Las Palmas”. Por estas razones pedían
que se declarase “libre y de uso común” el fruto de las palmas.
Aunque en abril de 1667 la Real Audiencia falló que nadie podía entrar
a coquear a la estancia de Pedro de Alvarado sin su consentimiento, la
práctica se mantuvo. No mucho tiempo después, un nuevo defensor de
nuestro terrateniente reclamaba, quizá sin exagerar que “...los vecinos
de todo el valle de Limache de su propia autoridad entran al dicho
potrero a coquear de que resultan al dicho mi parte gravísimos daños,
así porque le despojan de dichos frutos como porque le rompen las
144
cercas y le abren nuevos caminos, para cuyo remedio se ha de servir
Vuestra Autoridad de mandar se despache Real Provisión para que
persona alguna entre a dicho ejercicio sin dar fianza del interés de la
parte y de pagar los daños que causaren”.
Veinte años después, la explotación de los cocos era tan masiva que
Alvarado ya no estaba preocupado sólo de la suerte de su ganado;
también le inquietaba la presión sobre sus frutos.
Más allá de los resultados del juicio, en cuyo veredicto se favoreció de
nuevo a Alvarado, es importante resaltar:(a) Lo masiva que era, a finales
del siglo XVII, la práctica de extraer los cocos (hasta el cura participaba
de ella). (b) Indirectamente se aprecia también otro de los usos que se
hace de la montaña: el pastoreo. Ambas prácticas incidieron, a largo
plazo, en que la población de palmas disminuyese paulatinamente su
renovación. Según Cunill, el pastoreo abusivo impidió el repoblamiento
natural de los palmares10
.También las coqueadas impidieron la natural
conservación y renovación de la especie, en la medida que se consu-
mían las semillas. Las colonias de palmas comenzaron a envejecer
rápidamente.
(c) En términos concretos estamos asistiendo a la formación de una
comunidad, donde la explotación se circunscribe a las quebradas y
montañas. No está en cuestionamiento la explotación del recurso, al
menos no hasta finales del siglo XVII. Se cues-
tiona la forma desregulada en que ésta se hace.
(d) Además, los documentos hacen referencia a
un importante flujo de personas en el área: La
Dormida sería uno de los caminos más usados y
frecuentados del reino.
Otro uso importante de las palmas fue la extrac-
ción de sus ramas. Con fines religiosos, para
Semana Santa, venían a buscar ramas desde
Santiago, aunque también deben haberse uti-
lizado en la zona por la misma razón. Además,
las usaban para barrer y para cubrir los techos
de las casas.
Si la disminución de las palmas se explica a largo plazo por las co-
queadas, en la medida que impidieron su renovación por la intensiva
explotación de semillas, a corto plazo lo que las hizo desaparecer de
vastos espacios fue su corte con el propósito de hacer miel. ¿Por qué
fue tan necesaria su dulce savia? La explicación puede relacionarse
con las pocas opciones climáticas que ofrecía Chile para la producción
de azúcar de caña, debiéndose importar el producto desde el Perú.
Uno de los lugares donde se explotó el recurso miel fue justamente
La Quebrada de los Alvarado. Trescientos años después, el verdadero
nombre de estas tierras -El Palmar- sólo lo podemos encontrar en viejos
archivos. El consumo y la demanda, a diferencia de los cocos, parece
haber sido fundamentalmente local y regional11
.Una revisión que hicimos
en el Archivo Nacional de Santiago arrojó, para el período 1763–1783,
490 solicitudes para cortar palmas; se autorizó el usufructo de 418. Si
proyectamos estos datos en el tiempo, hacia atrás y hasta los siglos XIX
y XX, podríamos llegar a cifras bastante altas, quizá una diez mil.
Podemos hacer esa estimación porque estaba prohibido el corte de las
palmas sin autorización de la Real Audiencia o del gobernador.Esto nos
sugiere que ya en esos años la autoridad se preocupó de su corte masi-
vo, aunque el alto porcentaje de autorizaciones para usufructuar de ellas
no es demostrativo de un control demasiado riguroso. Los argumentos
de los hacedores de miel son muy variados.Justo Hidalgo, por ejemplo,
explicó “...que con lo lluvioso y calamitoso de este año se ha causado
considerable estrago en el palmar que se halla en la Quebrada de Jacinto
de La Dormida, jurisdicción de Quillota, quedando unas palmas caídas
y otras al caer o arrancarse y por lo mismo infructíferas. Entre ellas hay
sesenta que yo he comprado y se hallan de igual calidad...”. Con el fin
de beneficiarlas “y tener algún logro de ellas” solicitaba su corte. Pedro
de Alvarado, descendiente del terrateniente a quien aludimos antes, da
razones técnicas y de accesibilidad. En 1765 relató que “...en lo áspero
y montuoso de estas quebradas hay unas sesenta palmas imposibles
de cosechar su fruto por los despeñaderos, bosques y risquerías donde
se habrían de recoger y mucho más difícil es el poderlas derribar [...]
sirviendo dichas palmas de hacer más boscosas, sombrías e impe-
netrables aquellas quebradas, por cuya razón, ni aún sale pasto en
ellas, ni se pueden aprovechar para mantención de los ganados [...] en
semejantes circunstancias, y para evitar estos perjuicios sólo se puede
tomar el remedio de cortarlas y aprovechándose el único fruto que es
hacer miel del agua que lloran con dicho corte”. En noviembre de 1775,
Josefa Montoya presenta otro argumento que parece ser frecuente:
la pobreza. Encontrándose viuda del alférez Simón de Salas contaba
que “...la quebrada que llaman de los Alvarado, jurisdicción de la Villa
de San Martín de la Concha, tiene y posee más de ochenta palmas
entre frutales y tarifeñas que hubo por herencia de sus padres [...] La
suplicante se haya en suma inopia y en términos
de perecer por necesidad [...] que me hallo con tres
hijas doncellas y dos hijos varones a mi lado sin
tener qué darles de comer y lo demás que indis-
pensablemente se necesita para su manutención
en cuyos términos parece que no puede ser más
urgente la licencia pedida [...] en el Reino existen
copiosísimos palmares y debe considerarse la
prohibición de las leyes”.
En el siglo XVIII, en la zona de la Quebrada de los
Alvarado, el valor de las palmas parece haberse
acentuado. Tal como en Olmué, pero por distintas
razones, también hubo una fuerte presión demo-
gráfica que implicó una importante subdivisión de la propiedad y una
permanente y desgastadora explotación de sus recursos. De éstos,
las palmas parecen ser lejos, muy lejos, los más importantes, aunque
también lo son el uso del pasto como alimento para el ganado, la pre-
sión sobre la leña para combustible y la explotación de los recursos
mineros.
Es interesante constatar que en el área de la Quebrada de los
Alvarado así como en La Dormida, el uso de las montañas estuvo
regulado a través del régimen de comunidad. En La Dormida por
ejemplo, en noviembre de 1859 había 22 “troncos” comuneros. Por lo
menos podemos encontrar cuatro troncos familiares importantes: los
Sanhueza, los Hidalgo, los Delgadillo y los Guerra. En 1860, tal como
estaba sucediendo en otros rincones de Chile central, hicieron un
reglamento para ordenar la explotación de la zona, con el objetivo de
“evitar los perjuicios que continuamente están sufriendo en el cuerpo de
la estancia por la extracción de montes y otros artículos que produce,
como igualmente en los terrenos de comunidades que arbitrariamente
toman varias personas sin conocimiento de la comunidad ni autoridad
alguna, sólo precavidos de estar las haciendas indivisas y sin partir; en
atención pues a cortar de raíz males de tanta trascendencia, y que traiga
un reparador que vele y repare por los intereses de la comunidad...”.En
la Quebrada de los Alvarado, el uso de la montaña se reguló mediante
el mismo mecanismo.
145
Ocoa se ubica en el sector nororiental de la Cordillera de la Costa. Según
un documento del siglo XVIII, los límites de esta propiedad eran: “por una
parte con las tierras de Llay Llay [...] por medio y por el poniente la divide
una punta de un cerro que da vista a el valle de Quillota la cual asi se
halla en medio de otras dos puntas; y por el lado del norte, la divide el río
que sale de la Concagua por el dicho partido de Quillota y por la parte de
el mar la dividen las vertientes de los cerros que van desde Til Til para
Caleu...”. La propiedad sumaba 1.400 cuadras de riego y más de 6.000
cuadras “en los faldeos del palmar”, que podían utilizarse para el ramoneo
de los animales. Hacia 1634 su dueño era Francisco Pedraza, potentado
encomendero chilote. Tenía plantaciones de cáñamo que ocupaba en
la elaboración de jarcia, cuya producción de cuerdas era destinada al
ejército que por esos años estaba en la
frontera del Biobío. También tenía viña,
molino, curtiduría para preparar suelas y
cordobanes, ganado, yuntas de bueyes y
mulas,“fundamentales para el acarreo de
minerales y leña por los ásperos sende-
ros de ese entonces”. En 1643, el nuevo
propietario de Ocoa era Diego Hernán-
dez de Herrera, mercader que en esos
años tenía el aprovisionamiento de trigo
de Valdivia. No obstante, por circunstan-
cias diversas, la propiedad volvió luego
a manos de Francisco Pedraza.
A principios del siglo XVIII, la estancia
fue adquirida por los jesuitas. Cuando la
orden religiosa fue expulsada de la Mo-
narquía Española, en octubre de 1767,
la propiedad fue avaluada en 40.771
pesos y un real. Por entonces, las casas principales se ubicaban a los
pies del Cerro La Calavera.Se trataba de la típica construcción colonial de
adobe y quincha, con forma de U. Disponía de siete cuartos, una capilla,
una bodega, una fábrica de adobe y un molino. También había una viña
con más de 8.000 plantas. Junto a ellas estaba la ramada de matanza. La
cantidad de ganado era apreciable, sumando 1.791 ovejunos, 689 vacunos
y otros 357 animales, entre caballos, mulas y burros.De las palmas, afirmó
Vicuña Mackenna, habrían cosechado entre 600 y 800 fanegas de cocos
anuales, los que eran muy apetecidos por las tripulaciones de los barcos.
Para acarrear la producción hacia el puerto habrían abierto la ruta por la
Cuesta de Pachacama.
En el inventario que se hizo de los bienes jesuitas cuando pasaron a la Junta
de Temporalidades, la institución que se encargó de la administración de
sus bienes, sólo se consignó que había “un palmar algo grande de palmas
frutales y tarifeñas”5
.
Cuando se expulsó a los jesuitas, en 1767, la propiedad fue arrendada a
Nicolás de Zárate en 1.255 pesos anuales. En 1771, su nuevo propietario
fue Diego Echeverría y Aragón, hijo de Bernardo Echeverría Vela, pre-
sidente de la Real Audiencia, corregidor del Perú y más tarde regidor y
alcalde de Santiago, y de doña Isabel de Aragón.La propiedad se mantuvo
prácticamente intacta hasta 1822, momento en que la viuda de Diego
Echeverría (desde 1808), Mónica Larraín Lecaros, hizo la partición entre
sus hijos. La muerte de una de las herederas llevó a un juicio de partición
que se verificó en 1843. La propiedad se dividió en cinco hijuelas: Ocoa,
Vista Hermosa, Rabuco, Maitenes de Ocoa y Las Palmas. Al decir de
Vicuña Mackenna, esta última, aunque no estaba a la vista, era la más
pintoresca de todas: “...se interna hacia el cerro La Campana, que desde
esta localidad, se ostenta con toda su aspereza y majestad en la colosal
pirámide de pórfiro. A su pie, en esta quebrada, como en las de Olmué,
Caleu, Pocochay, existen ruinas de los trapiches de oro que en siglos ya
remotos labraron su renombre”.
En el siglo XIX, la familia Echeverría no tuvo más que conservar la infra-
estructura productiva implementada en el siglo XVIII por los jesuitas. Se
mantuvo la crianza de ganados, la explotación de la viña, el beneficio del
oro con trapiches y lavaderos, las viejas plantaciones de cáñamo para
labrar jarcia y el uso de los cocos de las palmas. Las guerras de inde-
pendencia alteraron fuertemente este
orden. Después de la Batalla de Maipú,
desertores realistas se refugiaron en
los cerros de Colliguay, desde donde
bajaban para asolar los campos o a los
viajeros. Perseguidos por un regimiento
patriota, se refugiaron en el Cerro La
Campana del Valle de Ocoa, “desde
donde hacían sangrientas incursiones en
la hacienda...”. En esas correrías fueron
apoyados por un hacendado realista de
la zona, dueño de Purutún: el Marqués
de la Cañada Hermosa.
La llegada del ferrocarril en 1863 les
abrió nuevas perspectivas a estas tierras:
primero, al creciente mercado urbano
de Valparaíso, hasta donde pudieron
llegar con legumbres, leche, pasto, trigo
candeal y cebada. Segundo, desde Valparaíso, las mismas mercaderías
pudieron salir -según Félix Echeverría- rumbo al norte, donde la minería
atrajo a millares de hombres. Ello permitió a los herederos mantener con
las hijuelas el mismo estatus que la familia tenía con la gran propiedad.
Todos se casaron y se entroncaron con importantes familias de la época.
A fines del siglo XIX, las diferentes hijuelas de Ocoa tomaron diversos
destinos en manos de sus propietarios. Una de las hijuelas modelo fue la
de José Rafael Echeverría, el que invirtió sus ganancias como segundo
principal accionista de “Caracoles” (rico mineral de plata de Antofagasta)
en modernizar su parte: Los Maitenes de Ocoa.
La pregunta es por qué las palmas se conservaron más en la vertiente de
Ocoa que en la de Olmué. Aunque no es descartable pensar en una dis-
tribución diferente, según el espacio y, por lo tanto, en una mayor o menor
posibilidad de explotación o disminución del recurso, parece que estamos
frente a distintas formas de aprovechamiento de éste. Hacia Olmué, la
Quebrada de los Alvarado o La Dormida, la explotación de palmas fue
simplemente brutal. Buscando explicaciones a estas diferencias de con-
servación, nos atrevemos a formular por lo menos dos: (a) Hacia Olmué la
división de la propiedad fue mayor, por lo tanto, la presión sobre el espacio
y sus recursos también fue más intensa. Las palmas que tocaban por
partición testamentaria eran reclamadas detalladamente y se convirtieron
en una importantísima fuente de subsistencia familiar. Pero además, los
frutos y semillas de esta especie se cosecharon indiscriminadamente, sin
pensar que el recurso podría acabarse.
Ocoa, donde las selvas de palmas se conservaron
Raíz indígena de la palabra Ocoa
“...para su mayor inteligencia se ha de suponer
que Oca en idioma indio significa el coco que en
nuestro español quiere decir el Valle de los cocos y
ococa se compone de co y de oca; co, que significa
agua y oca que significa coco, que quiere decir en
el Valle del Agua de los cocos y entonces se decía,
liquidada la c, en el Valle de Ocoa...”.
La Compañía de Jesús, con Francisco de Herrera, sobre
el deslinde de la estancia de Ocoa, en el partido de Quillota.
1724-1725. Real Audiencia volumen 2100, pieza 1, Foja 78.
Aporte de Marcia Villar, paleógrafa e investigadora.
146
(b) En Ocoa, la propiedad se mantuvo, al menos durante todo el siglo XVIII y parte importante
del siglo XIX, bajo una sola administración. En ese lado de la cordillera, la hacienda tenía límites
mucho más amplios, con variadas alternativas de subsistencia, en la medida que era regada por
el Río Aconcagua. Hacia Olmué, La Dormida y La Quebrada de los Alvarado, el suelo ofrecía
menos opciones agrícolas y se dependía más de la generosa oferta de recursos de la montaña.
En Ocoa, la explotación minera y de las palmas fue una de las alternativas económicas. Hacia
Olmué y la Quebrada de los Alvarado, la minería y las palmas se convirtieron en la alternativa
de subsistencia. Con todo, la explotación de los palmares en Ocoa quizá fue mucho mayor; de
hecho, aunque plantadas “por su sombra y por sus cocos”, Vicuña Mackenna las vio hasta donde
hoy está el túnel La Calavera.Quizá la pérdida de los mercados peruanos durante las guerras del
período de emancipación hizo disminuir las importaciones de azúcar, lo que habría incentivado
la explotación de la miel de palma.
La explotación indus-
trial de las palmas par-
te en Cocalán en 1878,
mientras en Ocoa se
habría hecho algunas
décadas más tarde.
Uno de los pioneros
en el manejo de
ellas fue Raúl Ovalle
Ugarte, quien en 1948
compró la Hijuela de
Las Palmas. Ovalle
manifestó siempre
mucho respeto por
la palma, por lo que
el corte de ésta para
hacer miel (que fue
lo que aceleró su
desaparición en otros
contornos) se llevó
a cabo con muchos
resguardos. No se
hacía una explotación
intensiva del mismo
lugar, se rotaba.
Además se tenía en cuenta que la regeneración era extraordinariamente buena. El corte de la
palma se hacía cerca de la raíz, volteando la palma cerro arriba. Después del corte se le sacaba
punta al tronco como a un lápiz grafito. Luego, con la misma corteza de la palma se aprisionaba
el tronco para que no floreciera la savia, porque ésta debía pasar naturalmente por el “palmito”
para transformarse en miel.Con el frío de la noche la palma cicatrizaba, por lo que al día siguiente
había que “afeitarla”para que volviese a manar.El proceso, que iba gota a gota, podía demorar dos
años. En efecto, el frío del invierno detenía el flujo de la savia. Entonces se alquitranaba el tronco
hasta la llegada de la temporada estival. Se calcula que en nueve meses una palma podía dar
hasta 500 litros de savia. Aunque su consumo podía ser puro, el procesamiento industrial incluía
otros secretos. La savia se concentraba y añejaba en tambores metálicos donde se mezclaba
savia de seis años con otra de dos, para acelerar el envejecimiento. Luego la refinaban a fuego
en fondos de cobre, le restituían el agua, más jugo de cocos y azúcar. Así nacía la miel.
Raúl Ovalle, por testamento, decidió en 1964 donar el palmar de Ocoa al Estado de Chile. Su
señora e hijo heredarían su usufructo. En 1968 pidió que el testamento se abriese y se hiciese
efectivo. El palmar pasó a conformar el Parque Nacional La Campana. El legado corresponde a
la mayor reserva de palmas que hay en el país y habría sumado, hacia 1974-75, 110 mil palmas
adultas, considerando como mínimo cinco metros de tronco limpio. Arturo Eugenín y su esposa,
Cristina Urzúa, sobrina de Ovalle, heredaron el Fundo Las Palmas de Ocoa. En él tienen cerca
de setenta hectáreas donde mantienen en crecimiento unas mil palmas. Desde 1982, ya no
explotan su miel.
“Cuando el viajero recorre
de noche estas selvas creería
entender las sombras de algún
fantasma caminando hacia él,
por el paleteo que en medio del
silencio, producen las hojas
movidas por la más sencilla
brisa”. Con respecto a los cocos
explicó: “forman racimos en
número de 1 a 2 y hasta 4,
los cuales contienen una gran
cantidad de frutos pequeños
a tal punto que un árbol da
hasta una fanega, pero más
generalmente la mitad y con
frecuencia todos los años.
Son los muchachos que están
encargados de cogerlos y para
ello tiran una soga provista
de una piedra a modo de
envolver el follaje o penco y
envolviéndose después su
cuerpo con esta soga suben
arriba con la ayuda de sus
manos. Los racimos cortados
se bajan con la cuerda y
se ponen en un lugar para
hacerlos madurar si no lo
están, lo que permite a los
cocos desprenderse del racimo.
En este estado están todavía
cubiertos de una cáscara
blanda muy apetecida de los
bueyes, ovejas, así es que para
tenerlos limpios no hay más
que librarlos en un corral a la
avidez de estos animales”. Los
cocos, todavía en el siglo XIX,
se exportaban al Perú.
Con respecto a la miel, Gay
afirmó que era preferida a la
de caña, “como mejor y más
digestible”.
Gay, Claudio. 1973. Historia Física
y Política de Chile. T. 2. Ed. ICIRA.
Santiago de Chile, pp. 169-170.
Impresiones de Claudio Gay
sobre las coqueadas de palmas
146
Extracción de miel en Ocoa, años 70. Foto de Pablo Weisser en:
Rundel P & P Weisser. 1975. La Campana, a new National Park in
Central Chile. Biol. Conserv. 8: 35-46.
147
Capilla La Dormida, Monumento Nacional
La Dormida y su despertar
La Cuesta La Dormida habría tomado su nombre de la siesta que,
tras subirla y a la sombra de las palmas, se tomaba Pedro de Valdivia
en sus viajes al valle de Limache, en donde emplazó una casa fuerte
para controlar la explotación de los lavaderos del Estero Marga Marga.
Valdivia habría ordenado a su gente levantar a los pies de la cuesta
una capilla, lugar de detención obligada antes de proseguir el viaje.
Dicha capilla se destruyó con el paso del tiempo, y en su lugar se
levantó otra que la tradición histórica de la zona cree se remontaría
hacia 1645.Esta iglesia es Monumento Nacional desde 1989, en parte
gracias al estudio de Lamartine12, y sobre todo debido al entusiasmo
de Elsa Estela Figueroa, profesora de religión del lugar.Los esfuerzos
realizados por la comunidad para recuperar el templo, que se encon-
traba en estado ruinoso, encontraron la acogida de las autoridades y
en el verano del 2005 fue entregado de nuevo a la comunidad local
y a la Parroquia del Rosario de Olmué, a la que pertenece.
A partir del desarrollo de la minería en el Norte Chico y debido a la
necesidad de intercambiar productos agrícolas con el valle central,
la ruta por La Dormida pasó a ser una de las más usadas y frecuen-
tadas del reino. La Hacienda de Olmué era una de las detenciones
obligadas para tomar el descanso necesario después de una larga
jornada de camino, y proseguir luego la marcha. Gran parte de la
vida que se apreciaba en el entorno de la cuesta a fines del siglo
XVII y luego durante el siglo XVIII se debió al movimiento humano
de los palmeros, los coqueadores y a los mineros que hormigueaban
por el lugar, trabajando alguna veta de oro o de cobre, y que dejaron
las laderas de Las Vizcachas, La Dormida y La Campana (hacia
Olmué y hacia Ocoa) como un queso holandés. La más grande fue
la Mina La Ramayana, cuyas ruinas aún se pueden ver en la ladera
norte de Las Vizcachas. No obstante, hacia finales del siglo XVIII,
el tráfico decayó. El camino por La Dormida sólo era transitable por
mulas y caballos, mientras que el que había por Melipilla, aunque
más largo, lo podían transitar carretas. A fines del siglo XVIII, el go-
bernador Ambrosio O’Higgins abrió una nueva ruta entre Santiago
y Valparaíso, que se unía con la vieja ruta que venía desde Melipilla
en Casablanca. El camino, que entró en uso en 1795, dejó a La
Dormida aún más dormida.
148
Traslado de locetas en Cuesta La Dormida, enero 2002
Fuentes generales
Archivo Capitanía General, Archivo Histórico Nacional.
Archivo Real Audiencia, vols. 488, 2.363 y 2.441. Archivo Histórico Nacional.
Venegas F. 2000. Limache y su memoria histórica: desde La Conquista Española hasta la llegada del Ferrocarril (1541-1856). Ed. Fundación Minardi de
la Torre.
Venegas F. 2009. Los herederos de Mariana Osorio. Comunidades Mestizas de Olmué: Repúblicas campesinas en los confines del Aconcagua Inferior,
ss. XVII-XXI. Santiago.
Referencias específicas
1 Gómez de Vidaurre, Felipe. 1889. Historia geográfica, natural y civil del Reino de Chile. COLECHI. Tomo XV. Imprenta Ercilla. Santiago de Chile.
2 de Ovalle, Alonso. 1888. Histórica relación del Reino de Chile. COLECHI. Tomo XII. Imprenta Ercilla. Santiago de Chile.
3 Silva R. 1980. Viajeros en Quillota durante el siglo XIX. Editorial El Observador.
4 Graham M. 1992. Diario de mi residencia en Chile. Ed. Francisco de Aguirre. Santiago de Chile.
5 Vicuña Mackenna B. 1940. De Valparaíso a Santiago. Ed. Universidad de Chile. Santiago de Chile.
6 Krebs A, U Tapia & P Schmid. 2001. Los alemanes y la comunidad chileno-alemana en la historia de Chile, pp. 214-215.
7 Astudillo F. 1986. Historia de Quilpué. Ed. Universitaria. Santiago de Chile.
8 Vicuña Mackenna B. 1968. La Edad del Oro en Chile. Ed. Francisco de Aguirre. Santiago de Chile.
9 de Vivar, Gerónimo. 1987. Crónica y Relación copiosa y verdadera de los reinos de Chile. Ed. Universitaria. Santiago de Chile.
10 Cunill, citado por Quintanilla V. 1975. Biogeografía de la Quinta Región. Revista Geográfica de Valparaíso Nº6.
11 Carvallo V. 1876. Descripción Histórico-Geográfica del Reino de Chile. COLECHI. Tomo X. Imprenta de la Librería El Mercurio. Santiago de Chile.
12 Lamartine F. 1979. Capilla La Dormida. Universidad de Chile. Valparaíso.
Hacia 1828, los vecinos de Limache (entre los que destacan los Ba-
ñados, que eran de La Dormida) se empecinaron en darle título de
villa a una calle polvorienta, poblada de casas, que unía la Hacienda
Trinidad con el Camino Real.Para ello se comprometieron, si obtenían
esa categoría (la de villa), a “hacer carril” la cuesta, esto es, repararla
por su cuenta y costo, “hasta hacerla transitable y cómoda como la
de Valparaíso”. Un decreto del 4 de febrero de 1828 aprobó la idea
y se concedió a la aldea de Limache el título de Villa Alegre (lo que
hoy se conoce como Limache Viejo), con la obligación de que sus
vecinos reparasen la cuesta. Pero ellos no pudieron llevar a cabo
tamaña obra, por sus dimensiones y alto costo. La idea quedó en el
más completo olvido cuando el gobierno se entusiasmó con otra:unir
Santiago yValparaíso con un ferrocarril, proyecto que se hizo realidad
en 1863. El trazado ferroviario pasó por la Hacienda de Limache, del
hacendado Ramón de la Cerda, y éste aprovechó la oportunidad para
trazar una nueva ciudad, la que fue autorizada por el intendente de
Valparaíso, el 20 de febrero de 1857, y a la que se le dio el título de
San Francisco (conocido como Limache Nuevo).
La idea de mejorar el camino por La Dormida volvió a resurgir en la
década de 1940. Esta vez, por un proyecto de la Dirección de Obras
Ferroviarias del Ministerio de Obras Públicas, que recogía una vieja
idea que tuvo el presidente Manuel Montt (1851-1861): unir Valpa-
raíso con Santiago a través de un túnel ferroviario por La Dormida.
El proyecto, que incluía lo que sería el segundo túnel más largo del
mundo, también quedó en el olvido.
Y así llegamos al año 2000, año en que comenzaron los trabajos
de pavimentación de la cuesta que fueron inaugurados el 2003. Al
contrastar los temores existentes cuando se estaba ejecutando el
proyecto con las percepciones actuales, parece ser que la obra ha
traído más beneficios que problemas. Primero, se mejoró la conecti-
vidad con Santiago. Segundo, el aumento de la afluencia de turistas
capitalinos ha permitido un fortalecimiento de la “industria turística” en
Olmué. Aunque el empleo generado por el turismo aumenta durante
el verano, la mejora del camino ha permitido extenderlo durante todo
el año, fundamentalmente durante los fines de semana. La cuesta
se ha convertido además en un anfiteatro natural para contemplar
los valles de Limache y Olmué o los fenómenos microclimáticos
que convergen en él, además de ser un punto de recreación en el
invierno, por las nevadas que suelen caer en su cima. Por otra parte,
siendo el poblamiento de la zona en torno al camino, efectivamente
la mayor circulación de vehículos ha alterado la tranquilidad del lugar.
El turismo, no necesariamente ha beneficiado a las comunidades
agrícolas de La Dormida, Las Palmas, Quebrada Alvarado y Olmué.
Sólo ésta última ha desarrollado el turismo rural. En consecuencia,
los desafíos presentes se relacionan con lograr que las comunidades
campesinas de la zona se organicen para aprovechar el nuevo esce-
nario económico que abrió la pavimentación de la cuesta, que pasa
por ofrecer sus tradiciones a una sociedad que nunca ha perdido el
interés por conocerlas.
149
Huasos en el antiguo camino entre Santiago y Valparaíso, dibujo de Touanne para el álbum de “La Bonite”.

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  • 1. 139 Aconcagua: lugar de gavillas o atados de paja (mapuche); Conca: gavilla de paja para techar; Gua: lugar. Acuidal o Yurapil: abundante en camarones. Hoy, Valle de Orozco (mapuche). Colliguay: Colli: color castaño, colorado; Huayu: arbusto (mapuche). Conhue: actual estero de Limache (mapuche); Cogn: cosechar; Hue: lugar. Chile: Chili: lo más profundo o remoto (aymará). Al llegar Pedro de Valdivia, la cuenca y valle del Río Aconcagua se llamaba Valle de Chile. Limache: lugar de donde proceden las curanderas (mapuche). Lli: origen, lugar de procedencia de algo; Machi: curandera o curandero. Ocoa: valle del agua de los cocos (mapuche); Co: agua; Oca: coco. Olmué: lugar o paraje de huilmos (mapuche); Wëllngu: huilmos o nuños; Hue: lugar. El jesuita chileno Felipe Gómez de Vidaurre, en su obra “Historia geográfica, natural y civil del Reino de Chile”, retrata en pocas palabras nuestra área de estudio: “mucha parte de esta provincia es montuosa, pero no poblada de grandes bosques. Entre sus montes es notable el cerro llamado Campana, tan alto que es el primero que descubren los marineros al llegar a Valparaíso, y entre sus árboles, la palma de cocos, de la cual se ven bosques enteros” 1 . Por su parte, Alonso de Ovalle, en su “Histórica Relación del Reino de Chile”, obra publicada en Roma en 1646, nos dejó imágenes preciosas. Para él, la palma era lejos el primero entre todos los árboles frutales, y no sólo por su nombre, sino también “porque su altura, hermosura, abundancia y la de su regalado fruto le hacen lugar entre los de más estima”. Luego agrega: “críanse estas palmas de ordinario en los montes y quebradas tan espesos, que mirándolas de lejos parecen almácigos puestos a mano” 2 . Darwin, por su posterior prestigio, parece haber sido uno de los visitantes más ilustres de todo el siglo XIX y además, de los pocos que se animaron a subir una de las alturas más notables de Chile central. Subió La Campana por el lado de Quillota, el 16 de agosto de 1834, por difíciles caminos, acompañado de un guía y caballos de refresco, apuntando la vegetación que iba encontrando, entre ellas las palmas.Allí la tarde le pareció “deliciosa” y la atmósfera tan clara, que “distinguimos como rayas negras los mástiles de los barcos anclados en la bahía de Valparaíso” 3 . Otro viajero, Miers, quien estuvo avecindado un tiempo en Con Con, cruzó la Cuesta La Dormida varias veces y nos dejó sus observaciones del camino y de la gente del entorno, que le pareció muy humilde. También María Graham nos dejó interesantes observaciones que hacía mientras se internaba camino a Quillota, por Con Con4 . En el mismo siglo XIX, Vicuña Ma-ckenna nos cuenta del creciente interés por subir La Campana5 . En septiembre de 1859 lo hizo un propietario del FundoVichiculén, José Letelier, y por la parte de Limache, entre varias ascensiones, destaca la que en 1869 hizo el fotógrafo Mr. Rowssel acompañado de va-rias personas. Desde Ocoa, por esos años (1877), sólo se sabía del atrevido escalamiento hecho por su propietario hasta la cima, José Rafael Echeverría cuando era joven, ayudándose con lazos. En 1910 se fundó el Club Alemán de Excursionismo de Valparaíso (DAV). Inicialmente se trató de un pequeño grupo de aficionados que recorrían los cerros y comarcas cercanos a Valparaíso. “Los gringos, calzando zapatos firmes y cargando una mochila y saco de dormir sobre sus hombros, retornaban extenuados pero contentos al puerto después de largos paseos a los alrededores. Recorrieron y escalaron los cerros de La Campana, El Roble y Las Vizcachas, el valle de Ocoa, la cordillera de Catemu, Laguna Verde, Concón, el lago Las Cenizas, Vinilla y Limache y la Quebrada Escobares” 6 . En 1939, el cura Luis Marambio fundó el Club Católico de Montaña, cuyos miembros no se cansan de explorar, hasta hoy, todos los cerros de la región. Los ecos históricos de La Campana “...Explícase así también una antigua tradición indígena, según la cual, en remotos siglos, el cono de la Campana era un promontorio o peñasco (Lli) reluciente de oro y pedrerías, codiciado por una nación estranjera i valerosa, que vino a conquistarlo. Pero los machis del lugar resolvieron burlar la codicia de los forasteros, disponiendo que una noche cayera sobre el encan- tado cerro una espesa capa de granito que ocultó sus codiciados tesoros. De aquí el nombre de Llimache (el peñasco del brujo) que los españoles pronunciaron luego, endulzando las sílabas conforme, con un simple l, y de aquí también la fama tradicional de las riquezas de La Campana...”. por Fernando Venegas, Académico Universidad de Concepción Vicuña Mackenna, B. 1940. De Valparaíso a Santiago. Ed. Universidad de Chile. Cerro de la Campana en Quillota, litografía de “Chile Ilustrado” de R. S.Tornero, 1872. 139
  • 2. 140 Relato de Paul Treutler (viajero alemán del siglo XIX) Paul Treutler fue un viajero alemán que hacia 1860 participó en una expedición al Cerro La Campana. Fue entusiasmado por un joven español que lo convenció de que disponía de un documento en el que constaba que “varios españoles, al ser expulsados del país por los chilenos, habían enterrado seis cargas de mulas de oro amonedado y una carga de plata en las cercanías de Quillota, en una quebrada del Cerro La Campana”. Este andariego ingeniero en minas arrendó caballos, adquirió las herramientas mineras necesarias, contrató los servicios de un baqueano y con él y el español salieron rumbo a la gloria: “Cuando llegamos a una hora de camino del punto preciso en que debía de encontrarse enterrado el tesoro, nos apeamos y encomendamos al baqueano la vigilancia de los caballos”. Según las referencias, “el dinero debía hallarse en seis hoyos cavados alrededor de un árbol, en el que se había tallado una gran cruz como seña, y el árbol, a su vez, estaba cerca de una roca que el documento describía con precisión. Encontramos la roca pero no era fácil encontrar el árbol señalado porque había un bosque. Y como habían transcurrido cincuenta años desde el ocultamiento del tesoro, hasta era posible que el árbol ya no existiera”. Después de un largo rato examinando el lugar se les acercó el baqueano, el que después de preguntar si buscaban algún tesoro los “...condujo a un árbol viejo que se encontraba cerca y a cuyo pie se podía observar un hoyo. Según nos dijo, unos leñadores habían encontrado antiguamente una cruz tallada en el tronco, lo que les había inducido a suponer que allí se encontraba un tesoro oculto, por lo que habían cavado y encontrado 2.000 pesos españoles antiguos”. Dedujeron que los leñadores sólo se habían llevado la mitad del botín y dejado ahí mismo el oro. Simulando abatimiento regresaron a Quillota, con el ánimo de volver solos al lugar. Al caer la noche, armados de revólveres y provistos de un chuzo, una pala y algunos alimentos, salieron furtivamente de la ciudad en busca del tesoro. Por el camino planificaron cómo llevarían el oro a Valparaíso sin levantar sospechas. Ya en el lugar vivieron una experiencia inolvidable: a la hora del trabajo estuvieron en medio de un asalto, del que se salvaron milagrosamente. Paul Treutler sufrió fuertes dolores reumáticos debido al frío de la noche, por lo que al día siguiente se fue a Valparaíso, donde se sometió a tratamiento médico. Cuando se sintió mejor volvió a Quillota, pero el español se le había adelantado y dos días antes se había marchado, “pagando su cuenta con antiguas onzas españolas”. ¿...Y entonces?: “Me dirigí de inmediato a la quebrada, donde pude comprobar que en todo el sitio debajo del árbol estaba la tierra removida y había diversos objetos diseminados que me permitieron establecer, sin ninguna duda, que mi compañero había encontrado el oro... Regresé de inmediato a Valparaíso, con la esperanza de encontrarlo allá, pero, a pesar de todos mis empeños, no logré obtener la menor información sobre su paradero. Esto me indujo a maldecir la búsqueda de tesoros, que sólo me había aportado peligros y desengaños en vez de oro”. Para Vicuña Mackenna, quien recorrió el área hacia finales del siglo XIX, Limache fue durante la Conquista una región extremadamente rica en oro, “y el famoso cerro La Campana que le da sombra, horizonte y fama, hallábase entonces orlado, al decir de los viajeros, de los vestigios de trapiches de oro cuyas ruinas son hoy por todas partes una misteriosa estadística, como las de Alhué y un cómodo asiento para el fatigado caminante en sus caseríos y paseos” 8 . Sin embargo, la explotación de otros metales también fue importante. Gerónimo de Vivar, uno de los cronistas más importantes de la Conquista, cuenta que Pedro de Valdivia, para remediar la necesidad de herraje, ordenó ir a buscar cobre. Para ello “...mandó a percibir veinte de a caballo y salió él en persona y fue a las sierras que vecinas tenían a un sitio de que tenía noticia que había cobre...En la primera cata que dio, halló lo que buscaba, y mandó cavar y sacar tanto cobre que bastó a herrar los caballos y hacer estribos” 9 . En la segunda mitad del siglo XVIII la actividad minera se concentró entre La Dormida y Til Til.Allí se formaron Asientos de Minas, esto es, espacios donde se agrupaban los mineros bajo la vigilancia En Silva Bijit, Roberto. 1980. Viajeros en Quillota durante el siglo XIX. Ed. El Observador, pp. 61-67. La llegada de los españoles Valdivia y su hueste pudieron llegar a los valles de Olmué y Limache a través de la fragosa Cuesta La Dormida.La travesía, originalmente, habría sido parte del Camino del Inca, cuyo ramal llegaba hasta el Estero Marga Marga. Ello se explica porque de ese estero, los hijos del Imperio del Sol sacaron parte importante del oro que deslumbró a los hermanos Pizarro y a Almagro en el Cuzco. Luego, Valdivia y su gente se sirvieron del camino para llegar hasta los mismos lavaderos, después de que un toqui mapuche, Michimalongo, les señalase su ubicación. Mariño de Lobera anotaría: “juntamente se informó del Michimalongo por el estenso de los lugares de donde sacaban el oro que llevaban en tributo al rey del Perú. Porque hasta aquel punto no sabían dónde estaban las minas, ni se había visto oro en el reino.Visto Michimalongo que con esto tendría contento a los vencedores, acordó él y los demás señores que con él estaban en prisión de llevar al capitán a las minas de Malgamalga junto al río grande de Chile y Quillota”7 . Valdivia organizó con prontitud la explotación de los lavaderos, y los españoles se dedicaron con gran ímpetu a buscar oro. Los valles de Limache y Quillota fueron parte de su extensa Merced deTierras, que abarcaba también Til Til, Colina y Lampa. De hecho, según consta en un juicio de comienzos del siglo XVII, en Limache, Valdivia tuvo una casa fuerte, desde donde se cree controló la producción aurífera de la zona.La población indígena que se utilizó en explotar el Marga Marga fue tan numerosa que muy pronto disminuyó el oro extraído. Esta tendencia se dio con fuerza a partir de 1560. Ello llevó a los españoles y sus indígenas encomendados hasta las mismas faldas de la Cordillera de la Costa. Allí, en las quebradas o riachuelos, en los esteros de Olmué, Pelumpén o Limache, siguieron consumiendo el tiempo, escarbando la tierra o buscando en las transparentes corrientes el brillante metal. Buscando la fortuna en las montañas 140
  • 3. 141 de un Alcalde de Minas que velaba por el orden y progreso del lugar.En Til Til, Vicuña Mackenna hace referencia al descubrimiento de minerales de cuarzo, aunque no sabe con precisión el momento en que ello ocurrió.A propósito de la visita que hizo Frezier al lugar, comenta que“el mineral era comparativamente pobre, como sigue siéndolo hoy mismo”. “Pero bastaba que cada cajón de 64 quintales españoles rindiera en la molienda dos onzas de oro para que costease su explotación.Todo lo que de esa ley de rendimiento subiese era provechoso, y cuando el minero encontraba entre el vacío y recovecos de las grietas una “bolsa” o “rinconada” de oro, como la que a principios de este siglo (XIX) disfrutaron los famosos “Osorios de Til Til”, entonces el provecho se convertía en pingüe fortuna” 8 . En La Dormida, la minería también se transformó en una actividad económica significativa. Por ejemplo, entre 1761 y 1763 sabemos que laboraban 36 mineros. También había un desplazamiento constante de hombres en las montañas del lugar;un minero no conoce una montaña, conoce todas las que puede como la palma de su mano.Por otro lado, aunque siempre se estaban descubriendo nuevas vetas, la tendencia era trabajar estacas antiguas. Alonso Guerrero por ejemplo, en una petición de principios de 1760, dice que “en el cerro La Campana en un paraje nombrado las catas de Ulloa he descubierto una mina trabajada desde inmemorial tiempo de metales de cobre”, pidiendo que se le diese estacamina en el lugar. La minería, en general, contribuyó al desarrollo de pequeñas riquezas locales, influyendo con ello en la formación de minifundios en la zona. Aunque las faenas debieron contraerse en los años de las guerras de independencia, estabilizado el país, la gente se dispuso a buscar tesoros escondidos. Junto con estas labores, a partir de 1830, la minería experimentó al parecer un importante crecimiento por el sostenido aumento de los precios de compra del metal. Un gran hito fue la veta de cobre que el cura de la Parroquia Santa Cruz de Limache, Diego Bravo, encontró en el Cerro La Campana. Su descubrimiento recorrió a voces la región y muchos llegaron al lugar a escarbar por si encontraban otras, cercanas a “la veta del cura de Limache”. Parece ser que al poco tiempo el Cerro La Campana estaba cubierto por todos sus flancos, el de Olmué y el de Ocoa. Esto reanimó la búsqueda de vetas más al fondo del valle, en Quebrada de Alvarado y en la siempre trabajada Hacienda La Dormida. La actividad minera motivó el levantamiento de lo que en esos años se denominaba “industrias”. En el área se podían distinguir dos tipos de mineros: los pequeños, con inversiones limitadas al contexto local, por la falta de capital, y los grandes empresarios, con vetas y lavaderos esparcidos por toda la región.La falta de capital o crédito fue uno de los mayores obstáculos para los primeros, esforzados cateadores. Por ello era muy difícil encontrarlos trabajando fuera del valle. Para los grandes empresarios mineros, Limache, el área de La Dormida y Olmué eran parte de un circuito de inversión mucho mayor.En efecto, es frecuente encontrarlos en El Melón, Puchuncaví, Quintero y Ocoa. Ellos no estaban preocupados de inmiscuirse en la vida política local; sus contactos y vínculos parecen haber estado fundamentalmente en Santiago. En la segunda mitad del siglo XIX comenzó la explotación minera a escala industrial. En 1870 se explotaban yacimientos como Veta Grande, Felicidad, Esperanza, Pronosticada y Mercedes. A fines de la década de 1920 se conformó la Compañía Minera e Industrial La Campana que tenía 26 pertenencias mineras en el cerro. Esta sociedad entró en crisis durante la Segunda Guerra Mundial. La actividad minera se reactivó en los albores de 1970. Los últimos yacimientos en explotación fueron clausurados en 1994. En esta etapa, la minería fue una importante fuente de mano de obra a nivel local y frenó en parte la atracción de población desde las zonas urbanas contiguas. El reverso fue su impacto severo en el medio ambiente. Leyenda del Tesoro de los Jesuitas Una tarde, el demonio en persona caminaba por sobre una de las profundas quebradas que hacen prácticamente inaccesible la cima de La Campana, cuando resbaló y comenzó a rodar cerro abajo. Su cuerpo cayó cientos de metros y solamente se detuvo sobre una gran roca que se levanta justo antes del inicio de una nueva quebrada. Fue tal el impulso que había adquirido con la caída, que su cuerpo quedó grabado definitivamente sobre la piedra. En efecto, desde una altura aproximada de 1.800 metros y dominando todo el Valle de Ocoa, la imagen aparece grabada sobre una gran roca de más de tres metros de altura y dos de ancho. El demonio aparece enclavado en la roca. Tiene cerca de dos metros de altura. En su mano izquierda sostiene el clásico tridente. Su cuerpo nace sobre un campo de llamas, aunque la acción del tiempo ha borrado partes de su cola y de la base. Su aspecto es impresionante al caer la tarde, señalan los lugareños; al reflejar el sol sobre las rocas, la figura demoniaca resalta y se ve nítida “a kilómetros de distancia”. La imagen la hicieron los jesuitas o los antiguos españoles para asustar a los indios y nada más –asegura José Bazurra, concesionario de una mina de cuarzo ubicada unos 500 metros más abajo, y amplio conocedor de la zona–, cualquier otra explicación es falsa. La necesidad de asustar a los indios tenía dos caras. Por un lado, alejarlos de la zona donde se explotaban ricos yacimientos auríferos. Pero hay también otra explicación: al ser expulsados los jesuitas del país, por orden de Carlos III, enterraron –según se cuenta– sus riquezas en algún lugar del país... Bazurra, de 75 años, quien conoce cada centímetro de los cerros, se muestra escéptico. “¿Cree usted que al irse enterraron la fortuna? Yo pienso que se la llevaron toda...”. En Ocoa hay quienes piensan que no se la llevaron y que posteriormente la encontró Bazurra. Diario La Segunda. Lunes 11 de agosto de 1975, p. 4. Por Rodolfo Sésnic e Iván Lepe. 141 Antigua mina en el camino desde La Campana a las Campanitas
  • 4. 142 Olmué, de tierra indígena a posesión comunitaria La Hacienda de Olmué se ubicaba en el extremo este de la Cuenca de Limache, lindando al oeste con la estancia de Lliu Lliu y Pelumpén, al sur con la Estancia el Palmar y al norte con Ocoa. En Olmué, la historia fue muy particular. En 1612, la dueña de estas tierras, Mariana Osorio, las donó a sus indígenas de encomienda y a una cuñada. Al morir Mariana de Osorio, hacia 1620, los indígenas quedaron vacos, esto es, sin encomendero y disponibles para adjudicarse a otro español. Pero a la vez, las tierras de Olmué quedaron bajo el dominio de los aborígenes, enmarcadas ahora dentro del derecho de propiedad español. Además, la señora Mariana habría nombrado -en un segundo testamento- a un “patrono” para que resguardase y protegiese a los indígenas. De esta suerte, en este terruño tenemos dos protagonistas: los indígenas y los herederos de la familia. ¿Qué pasó con la familia heredera de Mariana de Osorio? No es claro, en la medida que no disponemos de los documentos originales. Por un lado se afirma que habría heredado la propiedad Manuel Roco Campofrío Carvajal, con el título de Patrono de Olmué. Uno de sus siete hijos, Melchor Carvajal, fue el siguiente sucesor.Éste vendió en 1690 parte de la propiedad a Franciso Hidalgo, un potentado hacendado de Caleu. Por otro lado, según se desprende de un embrolloso juicio, la rama de la familia de Mariana que se quedó en Olmué fue la de su cuñada, María Alvarado, quien vivió en el lugar junto a su marido, el capitán Lázaro de Aránguiz. Esto concuerda con el primer testamento de Mariana, en donde María Alvarado y su familia figuran también como sus herederos (junto a los indígenas), en la parte donde estaban las casas y herramientas principales de la propiedad. En 1639 habrían vendido su parte a Bernabé Fuentes. Veamos ahora qué pasó con los indígenas: (a) Como dueños de gran parte de las tierras, decidieron arrendarlas. Primero a un tal Riberos, pero a su muerte se vieron “...solos y desamparados experimen- tando los agravios de los pasajeros y hurtos que nos hacían de los caballos por nuestra soledad”, por lo que volvieron a arrendarlas. Además, según afirmaron, “nos conviene tener en las dichas tierras persona español y tal cual convenga para nuestra defensa y para que fomente nuestras labranzas y sementeras, con bueyes, arados y carretas que nos faltan”. Además, el arrendamiento caía sobre tierras baldías. Ellos se reservaron para sí lo que consideraron necesario para sus sementeras.Con esta práctica, los indígenas atrajeron una fuerte presión sobre sus tierras, tanto social como económica. Los arrendatarios, a su vez, subarrendaron tierras y las administraron como suyas. “...Mando se les entregue la estancia de Olmué, la que al presente tengo, de la cual les hago gracia y donación para mis indios, para ellos y sus mujeres, hijos y descendientes [...]. Encargo a la conciencia del señor fiscal que lo fuere a quien mueve el mirar por el aumento y bien de estos pobres naturales y al protestar que lo fuere que no consienta que ninguno, no permitan que nadie se les entrometa en la estancia mientras no sean herederos, ni deber enajenar el ganado ni menos la estancia para que se sustenten, acudiéndoles a todos por iguales partes, fines para todos igualmente y sin su consentimiento nadie pueda sembrar ni ocupar las tierras con ganado ni sementeras para granjerías sólo para el sustento hubieren de sembrar, sea sin perjuicio de mis indios, prefiriéndolos siempre en las mejores tierras y en las primeras aguas, atenido a que suele faltar, y los que sembraren tienen obligación de pagar a los herederos sus terrazgos como herederos propios que por esta mi cláusula de testamento les hago donación de ella, de modo que nadie pueda quitárselas ni los Ministros de su Majestad...”. Extracto del Testamento de Mariana de Osorio, 1612. Trapiche minero en Olmué alto, Cajón Grande (b) Como se trataba de indígenas de encomienda, fueron encomendados de nuevo.Algunos de los encomenderos del siglo XVII habrían sido Pedro Figueroa, Lorenzo Figueroa (su hijo), Tomás de Zambrano y Ugalde. Del siglo XVIII sabemos de una encomendera llamada María Carvajal.Los encomenderos no eran dueños de las tierras; sólo podían disponer de los indígenas. Pero con el paso de los años, el número de éstos disminuyó notoriamente.Ya a fines del siglo XVII figuraban en un registro ¡sólo ocho! (c) A los olmueínos se les asignó un Protector de Indios para que velara por su cuidado y buen trato. Contrario a lo que podría pensarse, este protector parece haber desempeñado un papel activo en la protección de los indígenas. (d) Finalmente, ya en el siglo XVIII, se avecindaron un conjunto de españoles pobres y mestizos. Los arriendos y ventas de tierras terminaron amestizando a indios y espa- ñoles en una relación socioeconómica en que se impusieron culturalmente los hispanos. De hecho, ellos defendieron la tierra de la presión de los hacendados del entorno, que en el siglo XVIII buscaban más tierras para plantar trigo. Ahora bien, desde el punto de vista social prevalecieron los indígenas, porque triunfó la idea de comunidad. De esta manera, a fines del siglo XVIII prácticamente no había indígenas en Olmué. El maltrato, las enfermedades y el mestizaje los hicieron desaparecer. 142
  • 5. 143 Además, sus tierras se transformaron en un recipiente que canalizó la expansión demográfica del valle. Resulta revelador el testimonio del indígena Gregorio Inostroza, pidiendo ser cacique del lugar en 1789: “pese a que la Hacienda de Olmué esta la dejó mi señora que fue doña Mariana de Osorio a sus naturales al tiempo de su fallecimiento hoy se han amistado los indios con toda clase de gentes, que la mayor parte se llaman españoles, y estos tienen a los indios con muchas aprensiones que a más de los maltratamientos que les hacen los tienen muy estrechados en las tierras que poseen...”.Fue importante en el destino de estas tierras la formación de la comunidad de Olmué. Hacia 1858 parece ser la más antigua del valle y sólo los mayores de edad sumaban 127. La forma en que se manejó esta comunidad, por el gran número de familias que abarcaba y por el tiempo en que llevaban en esa práctica, fue bastante simple. En efecto, cuando en 1857 falleció el administrador, Pablo Concha, dicha labor se entregó a José Domingo Morales “con el cargo de primer apoderado i de segundo para todo caso fortuito acaecido al primero, a su hijo José Rufino Morales, ambos vecinos residentes en el indicado pueblo...”. Contrariamente al funcionamiento de otras comunidades del valle, aquí no parecen haber existido muchas reglas. Sólo se pide, tanto al primer apoderado como al segundo (padre e hijo), que “administren la hacienda en comunidad tal como si fuera suya o de su propio dominio atendiendo con el mayor esmero i delicadeza todos los negocios concernientes a ella, llevando una contabilidad clara de su administración tal como si la misma comunidad en persona lo hiciera...”. Lo que constituye hoy la Quebrada de Alvarado corresponde a la antigua Estancia El Palmar. Lindaba hacia el este con La Dormida, al sur con Pelumpén y al oeste con Olmué. Pedro de Alvarado compró la propiedad a Ana Jufré de Águila el 28 de abril de 1666 en 1.300 pesos. Según Alvarado, un año después sumaba 700 ovejas y 500 vacunos. No obstante, según su misma versión, la “quebrada de dicho Palmar que tenía de largo hasta una legua” era en su mayor parte montes, lomas y pedregales, escaseando el pasto. Las palmas abundaban y su fruto era muy “codiciado”. La explotación que se hizo de las palmas es impresionante... Para quien recorre estas tierras hoy, la idea de bosques impenetrables podría parecer insólita. Sin embargo, según Alonso de Ovalle, en el siglo XVII los coquitos se exportaban en grandes cantidades al Perú, “porque además del efecto de confitarse, les dan los muchachos buen despacho, porque es el mayor entretenimiento este que tienen en el año”2 .Los cocos de las palmas se explotaron pues con gran animación, no sólo para exportarlos al Perú -donde debieron llegar mucho antes que el sebo, los cueros o el trigo- sino también como parte importante de la dieta local. Un juicio de 1667 elevado por Pedro de Alvarado para que se declarase que las palmas de su estancia no eran de uso común, nos permite conocer todo el movimiento humano que generaron los cocos. Según Alvarado:“...por los meses de abril y mayo han acostumbrado diferentes personas el ir con mucha copia de cabalgaduras al dicho potrero para aprovecharse del fruto de dichas palmas por haber estado la dicha estancia despoblada y me temo que quieran continuar con la costumbre que me fuera de irreparable daño por el riesgo que padeciesen dichos mis ganados a si en la poca seguridad de ellos por la copia de gente que suele concurrir como por el peligro que se ahuyenten respecto de la falta El palmar, donde había “selvas” de palmas que tengo de pastores por mi mucha pobreza y porque con las mismas cabalgaduras que traen los que se detienen a coquear me consumen y talan los pastos dejando pereciendo mis ganados respecto de ser el resto de la dicha estancia pedregoso y de muchas asperezas y montañas que esterilizan los dichos pastos...”. La mayor preocupación de Alvarado era lo indefenso que quedaba su ganado. La práctica también afectaba a propietarios vecinos que, con permiso de Alvarado, dejaban su ganado pastando en las montañas. La defensa de los coqueadores es interesante. Según ellos, “por costumbre antigua, los frutos de las palmas se tenían como productos naturales y de uso común que producía la tierra, tales como la madera, paja, carrizales y pangues”.Además, de las palmas dependía el sustento de “muchos pobres que se alimentan con la granjería de dichos cocos” y que los transportaban hastaValparaíso, desde donde seguían camino hacia el Perú. Acusaron a Pedro de Alvarado de querer concretar “por pretextos supuestos” sus negocios particulares.Además, se justificaron asegurando que la estancia era abierta porque“la atraviesan los caminos y vías públicas, las más usadas y frecuentes de este reino” en dirección a La Serena, además de “San Martín de Quillota, Limache, Ligua, Concón y otras partes, el uno por la parte de abajo de la puerta de Til Til y el otro por la loma de Las Palmas”. Por estas razones pedían que se declarase “libre y de uso común” el fruto de las palmas. Aunque en abril de 1667 la Real Audiencia falló que nadie podía entrar a coquear a la estancia de Pedro de Alvarado sin su consentimiento, la práctica se mantuvo. No mucho tiempo después, un nuevo defensor de nuestro terrateniente reclamaba, quizá sin exagerar que “...los vecinos de todo el valle de Limache de su propia autoridad entran al dicho potrero a coquear de que resultan al dicho mi parte gravísimos daños, así porque le despojan de dichos frutos como porque le rompen las
  • 6. 144 cercas y le abren nuevos caminos, para cuyo remedio se ha de servir Vuestra Autoridad de mandar se despache Real Provisión para que persona alguna entre a dicho ejercicio sin dar fianza del interés de la parte y de pagar los daños que causaren”. Veinte años después, la explotación de los cocos era tan masiva que Alvarado ya no estaba preocupado sólo de la suerte de su ganado; también le inquietaba la presión sobre sus frutos. Más allá de los resultados del juicio, en cuyo veredicto se favoreció de nuevo a Alvarado, es importante resaltar:(a) Lo masiva que era, a finales del siglo XVII, la práctica de extraer los cocos (hasta el cura participaba de ella). (b) Indirectamente se aprecia también otro de los usos que se hace de la montaña: el pastoreo. Ambas prácticas incidieron, a largo plazo, en que la población de palmas disminuyese paulatinamente su renovación. Según Cunill, el pastoreo abusivo impidió el repoblamiento natural de los palmares10 .También las coqueadas impidieron la natural conservación y renovación de la especie, en la medida que se consu- mían las semillas. Las colonias de palmas comenzaron a envejecer rápidamente. (c) En términos concretos estamos asistiendo a la formación de una comunidad, donde la explotación se circunscribe a las quebradas y montañas. No está en cuestionamiento la explotación del recurso, al menos no hasta finales del siglo XVII. Se cues- tiona la forma desregulada en que ésta se hace. (d) Además, los documentos hacen referencia a un importante flujo de personas en el área: La Dormida sería uno de los caminos más usados y frecuentados del reino. Otro uso importante de las palmas fue la extrac- ción de sus ramas. Con fines religiosos, para Semana Santa, venían a buscar ramas desde Santiago, aunque también deben haberse uti- lizado en la zona por la misma razón. Además, las usaban para barrer y para cubrir los techos de las casas. Si la disminución de las palmas se explica a largo plazo por las co- queadas, en la medida que impidieron su renovación por la intensiva explotación de semillas, a corto plazo lo que las hizo desaparecer de vastos espacios fue su corte con el propósito de hacer miel. ¿Por qué fue tan necesaria su dulce savia? La explicación puede relacionarse con las pocas opciones climáticas que ofrecía Chile para la producción de azúcar de caña, debiéndose importar el producto desde el Perú. Uno de los lugares donde se explotó el recurso miel fue justamente La Quebrada de los Alvarado. Trescientos años después, el verdadero nombre de estas tierras -El Palmar- sólo lo podemos encontrar en viejos archivos. El consumo y la demanda, a diferencia de los cocos, parece haber sido fundamentalmente local y regional11 .Una revisión que hicimos en el Archivo Nacional de Santiago arrojó, para el período 1763–1783, 490 solicitudes para cortar palmas; se autorizó el usufructo de 418. Si proyectamos estos datos en el tiempo, hacia atrás y hasta los siglos XIX y XX, podríamos llegar a cifras bastante altas, quizá una diez mil. Podemos hacer esa estimación porque estaba prohibido el corte de las palmas sin autorización de la Real Audiencia o del gobernador.Esto nos sugiere que ya en esos años la autoridad se preocupó de su corte masi- vo, aunque el alto porcentaje de autorizaciones para usufructuar de ellas no es demostrativo de un control demasiado riguroso. Los argumentos de los hacedores de miel son muy variados.Justo Hidalgo, por ejemplo, explicó “...que con lo lluvioso y calamitoso de este año se ha causado considerable estrago en el palmar que se halla en la Quebrada de Jacinto de La Dormida, jurisdicción de Quillota, quedando unas palmas caídas y otras al caer o arrancarse y por lo mismo infructíferas. Entre ellas hay sesenta que yo he comprado y se hallan de igual calidad...”. Con el fin de beneficiarlas “y tener algún logro de ellas” solicitaba su corte. Pedro de Alvarado, descendiente del terrateniente a quien aludimos antes, da razones técnicas y de accesibilidad. En 1765 relató que “...en lo áspero y montuoso de estas quebradas hay unas sesenta palmas imposibles de cosechar su fruto por los despeñaderos, bosques y risquerías donde se habrían de recoger y mucho más difícil es el poderlas derribar [...] sirviendo dichas palmas de hacer más boscosas, sombrías e impe- netrables aquellas quebradas, por cuya razón, ni aún sale pasto en ellas, ni se pueden aprovechar para mantención de los ganados [...] en semejantes circunstancias, y para evitar estos perjuicios sólo se puede tomar el remedio de cortarlas y aprovechándose el único fruto que es hacer miel del agua que lloran con dicho corte”. En noviembre de 1775, Josefa Montoya presenta otro argumento que parece ser frecuente: la pobreza. Encontrándose viuda del alférez Simón de Salas contaba que “...la quebrada que llaman de los Alvarado, jurisdicción de la Villa de San Martín de la Concha, tiene y posee más de ochenta palmas entre frutales y tarifeñas que hubo por herencia de sus padres [...] La suplicante se haya en suma inopia y en términos de perecer por necesidad [...] que me hallo con tres hijas doncellas y dos hijos varones a mi lado sin tener qué darles de comer y lo demás que indis- pensablemente se necesita para su manutención en cuyos términos parece que no puede ser más urgente la licencia pedida [...] en el Reino existen copiosísimos palmares y debe considerarse la prohibición de las leyes”. En el siglo XVIII, en la zona de la Quebrada de los Alvarado, el valor de las palmas parece haberse acentuado. Tal como en Olmué, pero por distintas razones, también hubo una fuerte presión demo- gráfica que implicó una importante subdivisión de la propiedad y una permanente y desgastadora explotación de sus recursos. De éstos, las palmas parecen ser lejos, muy lejos, los más importantes, aunque también lo son el uso del pasto como alimento para el ganado, la pre- sión sobre la leña para combustible y la explotación de los recursos mineros. Es interesante constatar que en el área de la Quebrada de los Alvarado así como en La Dormida, el uso de las montañas estuvo regulado a través del régimen de comunidad. En La Dormida por ejemplo, en noviembre de 1859 había 22 “troncos” comuneros. Por lo menos podemos encontrar cuatro troncos familiares importantes: los Sanhueza, los Hidalgo, los Delgadillo y los Guerra. En 1860, tal como estaba sucediendo en otros rincones de Chile central, hicieron un reglamento para ordenar la explotación de la zona, con el objetivo de “evitar los perjuicios que continuamente están sufriendo en el cuerpo de la estancia por la extracción de montes y otros artículos que produce, como igualmente en los terrenos de comunidades que arbitrariamente toman varias personas sin conocimiento de la comunidad ni autoridad alguna, sólo precavidos de estar las haciendas indivisas y sin partir; en atención pues a cortar de raíz males de tanta trascendencia, y que traiga un reparador que vele y repare por los intereses de la comunidad...”.En la Quebrada de los Alvarado, el uso de la montaña se reguló mediante el mismo mecanismo.
  • 7. 145 Ocoa se ubica en el sector nororiental de la Cordillera de la Costa. Según un documento del siglo XVIII, los límites de esta propiedad eran: “por una parte con las tierras de Llay Llay [...] por medio y por el poniente la divide una punta de un cerro que da vista a el valle de Quillota la cual asi se halla en medio de otras dos puntas; y por el lado del norte, la divide el río que sale de la Concagua por el dicho partido de Quillota y por la parte de el mar la dividen las vertientes de los cerros que van desde Til Til para Caleu...”. La propiedad sumaba 1.400 cuadras de riego y más de 6.000 cuadras “en los faldeos del palmar”, que podían utilizarse para el ramoneo de los animales. Hacia 1634 su dueño era Francisco Pedraza, potentado encomendero chilote. Tenía plantaciones de cáñamo que ocupaba en la elaboración de jarcia, cuya producción de cuerdas era destinada al ejército que por esos años estaba en la frontera del Biobío. También tenía viña, molino, curtiduría para preparar suelas y cordobanes, ganado, yuntas de bueyes y mulas,“fundamentales para el acarreo de minerales y leña por los ásperos sende- ros de ese entonces”. En 1643, el nuevo propietario de Ocoa era Diego Hernán- dez de Herrera, mercader que en esos años tenía el aprovisionamiento de trigo de Valdivia. No obstante, por circunstan- cias diversas, la propiedad volvió luego a manos de Francisco Pedraza. A principios del siglo XVIII, la estancia fue adquirida por los jesuitas. Cuando la orden religiosa fue expulsada de la Mo- narquía Española, en octubre de 1767, la propiedad fue avaluada en 40.771 pesos y un real. Por entonces, las casas principales se ubicaban a los pies del Cerro La Calavera.Se trataba de la típica construcción colonial de adobe y quincha, con forma de U. Disponía de siete cuartos, una capilla, una bodega, una fábrica de adobe y un molino. También había una viña con más de 8.000 plantas. Junto a ellas estaba la ramada de matanza. La cantidad de ganado era apreciable, sumando 1.791 ovejunos, 689 vacunos y otros 357 animales, entre caballos, mulas y burros.De las palmas, afirmó Vicuña Mackenna, habrían cosechado entre 600 y 800 fanegas de cocos anuales, los que eran muy apetecidos por las tripulaciones de los barcos. Para acarrear la producción hacia el puerto habrían abierto la ruta por la Cuesta de Pachacama. En el inventario que se hizo de los bienes jesuitas cuando pasaron a la Junta de Temporalidades, la institución que se encargó de la administración de sus bienes, sólo se consignó que había “un palmar algo grande de palmas frutales y tarifeñas”5 . Cuando se expulsó a los jesuitas, en 1767, la propiedad fue arrendada a Nicolás de Zárate en 1.255 pesos anuales. En 1771, su nuevo propietario fue Diego Echeverría y Aragón, hijo de Bernardo Echeverría Vela, pre- sidente de la Real Audiencia, corregidor del Perú y más tarde regidor y alcalde de Santiago, y de doña Isabel de Aragón.La propiedad se mantuvo prácticamente intacta hasta 1822, momento en que la viuda de Diego Echeverría (desde 1808), Mónica Larraín Lecaros, hizo la partición entre sus hijos. La muerte de una de las herederas llevó a un juicio de partición que se verificó en 1843. La propiedad se dividió en cinco hijuelas: Ocoa, Vista Hermosa, Rabuco, Maitenes de Ocoa y Las Palmas. Al decir de Vicuña Mackenna, esta última, aunque no estaba a la vista, era la más pintoresca de todas: “...se interna hacia el cerro La Campana, que desde esta localidad, se ostenta con toda su aspereza y majestad en la colosal pirámide de pórfiro. A su pie, en esta quebrada, como en las de Olmué, Caleu, Pocochay, existen ruinas de los trapiches de oro que en siglos ya remotos labraron su renombre”. En el siglo XIX, la familia Echeverría no tuvo más que conservar la infra- estructura productiva implementada en el siglo XVIII por los jesuitas. Se mantuvo la crianza de ganados, la explotación de la viña, el beneficio del oro con trapiches y lavaderos, las viejas plantaciones de cáñamo para labrar jarcia y el uso de los cocos de las palmas. Las guerras de inde- pendencia alteraron fuertemente este orden. Después de la Batalla de Maipú, desertores realistas se refugiaron en los cerros de Colliguay, desde donde bajaban para asolar los campos o a los viajeros. Perseguidos por un regimiento patriota, se refugiaron en el Cerro La Campana del Valle de Ocoa, “desde donde hacían sangrientas incursiones en la hacienda...”. En esas correrías fueron apoyados por un hacendado realista de la zona, dueño de Purutún: el Marqués de la Cañada Hermosa. La llegada del ferrocarril en 1863 les abrió nuevas perspectivas a estas tierras: primero, al creciente mercado urbano de Valparaíso, hasta donde pudieron llegar con legumbres, leche, pasto, trigo candeal y cebada. Segundo, desde Valparaíso, las mismas mercaderías pudieron salir -según Félix Echeverría- rumbo al norte, donde la minería atrajo a millares de hombres. Ello permitió a los herederos mantener con las hijuelas el mismo estatus que la familia tenía con la gran propiedad. Todos se casaron y se entroncaron con importantes familias de la época. A fines del siglo XIX, las diferentes hijuelas de Ocoa tomaron diversos destinos en manos de sus propietarios. Una de las hijuelas modelo fue la de José Rafael Echeverría, el que invirtió sus ganancias como segundo principal accionista de “Caracoles” (rico mineral de plata de Antofagasta) en modernizar su parte: Los Maitenes de Ocoa. La pregunta es por qué las palmas se conservaron más en la vertiente de Ocoa que en la de Olmué. Aunque no es descartable pensar en una dis- tribución diferente, según el espacio y, por lo tanto, en una mayor o menor posibilidad de explotación o disminución del recurso, parece que estamos frente a distintas formas de aprovechamiento de éste. Hacia Olmué, la Quebrada de los Alvarado o La Dormida, la explotación de palmas fue simplemente brutal. Buscando explicaciones a estas diferencias de con- servación, nos atrevemos a formular por lo menos dos: (a) Hacia Olmué la división de la propiedad fue mayor, por lo tanto, la presión sobre el espacio y sus recursos también fue más intensa. Las palmas que tocaban por partición testamentaria eran reclamadas detalladamente y se convirtieron en una importantísima fuente de subsistencia familiar. Pero además, los frutos y semillas de esta especie se cosecharon indiscriminadamente, sin pensar que el recurso podría acabarse. Ocoa, donde las selvas de palmas se conservaron Raíz indígena de la palabra Ocoa “...para su mayor inteligencia se ha de suponer que Oca en idioma indio significa el coco que en nuestro español quiere decir el Valle de los cocos y ococa se compone de co y de oca; co, que significa agua y oca que significa coco, que quiere decir en el Valle del Agua de los cocos y entonces se decía, liquidada la c, en el Valle de Ocoa...”. La Compañía de Jesús, con Francisco de Herrera, sobre el deslinde de la estancia de Ocoa, en el partido de Quillota. 1724-1725. Real Audiencia volumen 2100, pieza 1, Foja 78. Aporte de Marcia Villar, paleógrafa e investigadora.
  • 8. 146 (b) En Ocoa, la propiedad se mantuvo, al menos durante todo el siglo XVIII y parte importante del siglo XIX, bajo una sola administración. En ese lado de la cordillera, la hacienda tenía límites mucho más amplios, con variadas alternativas de subsistencia, en la medida que era regada por el Río Aconcagua. Hacia Olmué, La Dormida y La Quebrada de los Alvarado, el suelo ofrecía menos opciones agrícolas y se dependía más de la generosa oferta de recursos de la montaña. En Ocoa, la explotación minera y de las palmas fue una de las alternativas económicas. Hacia Olmué y la Quebrada de los Alvarado, la minería y las palmas se convirtieron en la alternativa de subsistencia. Con todo, la explotación de los palmares en Ocoa quizá fue mucho mayor; de hecho, aunque plantadas “por su sombra y por sus cocos”, Vicuña Mackenna las vio hasta donde hoy está el túnel La Calavera.Quizá la pérdida de los mercados peruanos durante las guerras del período de emancipación hizo disminuir las importaciones de azúcar, lo que habría incentivado la explotación de la miel de palma. La explotación indus- trial de las palmas par- te en Cocalán en 1878, mientras en Ocoa se habría hecho algunas décadas más tarde. Uno de los pioneros en el manejo de ellas fue Raúl Ovalle Ugarte, quien en 1948 compró la Hijuela de Las Palmas. Ovalle manifestó siempre mucho respeto por la palma, por lo que el corte de ésta para hacer miel (que fue lo que aceleró su desaparición en otros contornos) se llevó a cabo con muchos resguardos. No se hacía una explotación intensiva del mismo lugar, se rotaba. Además se tenía en cuenta que la regeneración era extraordinariamente buena. El corte de la palma se hacía cerca de la raíz, volteando la palma cerro arriba. Después del corte se le sacaba punta al tronco como a un lápiz grafito. Luego, con la misma corteza de la palma se aprisionaba el tronco para que no floreciera la savia, porque ésta debía pasar naturalmente por el “palmito” para transformarse en miel.Con el frío de la noche la palma cicatrizaba, por lo que al día siguiente había que “afeitarla”para que volviese a manar.El proceso, que iba gota a gota, podía demorar dos años. En efecto, el frío del invierno detenía el flujo de la savia. Entonces se alquitranaba el tronco hasta la llegada de la temporada estival. Se calcula que en nueve meses una palma podía dar hasta 500 litros de savia. Aunque su consumo podía ser puro, el procesamiento industrial incluía otros secretos. La savia se concentraba y añejaba en tambores metálicos donde se mezclaba savia de seis años con otra de dos, para acelerar el envejecimiento. Luego la refinaban a fuego en fondos de cobre, le restituían el agua, más jugo de cocos y azúcar. Así nacía la miel. Raúl Ovalle, por testamento, decidió en 1964 donar el palmar de Ocoa al Estado de Chile. Su señora e hijo heredarían su usufructo. En 1968 pidió que el testamento se abriese y se hiciese efectivo. El palmar pasó a conformar el Parque Nacional La Campana. El legado corresponde a la mayor reserva de palmas que hay en el país y habría sumado, hacia 1974-75, 110 mil palmas adultas, considerando como mínimo cinco metros de tronco limpio. Arturo Eugenín y su esposa, Cristina Urzúa, sobrina de Ovalle, heredaron el Fundo Las Palmas de Ocoa. En él tienen cerca de setenta hectáreas donde mantienen en crecimiento unas mil palmas. Desde 1982, ya no explotan su miel. “Cuando el viajero recorre de noche estas selvas creería entender las sombras de algún fantasma caminando hacia él, por el paleteo que en medio del silencio, producen las hojas movidas por la más sencilla brisa”. Con respecto a los cocos explicó: “forman racimos en número de 1 a 2 y hasta 4, los cuales contienen una gran cantidad de frutos pequeños a tal punto que un árbol da hasta una fanega, pero más generalmente la mitad y con frecuencia todos los años. Son los muchachos que están encargados de cogerlos y para ello tiran una soga provista de una piedra a modo de envolver el follaje o penco y envolviéndose después su cuerpo con esta soga suben arriba con la ayuda de sus manos. Los racimos cortados se bajan con la cuerda y se ponen en un lugar para hacerlos madurar si no lo están, lo que permite a los cocos desprenderse del racimo. En este estado están todavía cubiertos de una cáscara blanda muy apetecida de los bueyes, ovejas, así es que para tenerlos limpios no hay más que librarlos en un corral a la avidez de estos animales”. Los cocos, todavía en el siglo XIX, se exportaban al Perú. Con respecto a la miel, Gay afirmó que era preferida a la de caña, “como mejor y más digestible”. Gay, Claudio. 1973. Historia Física y Política de Chile. T. 2. Ed. ICIRA. Santiago de Chile, pp. 169-170. Impresiones de Claudio Gay sobre las coqueadas de palmas 146 Extracción de miel en Ocoa, años 70. Foto de Pablo Weisser en: Rundel P & P Weisser. 1975. La Campana, a new National Park in Central Chile. Biol. Conserv. 8: 35-46.
  • 9. 147 Capilla La Dormida, Monumento Nacional La Dormida y su despertar La Cuesta La Dormida habría tomado su nombre de la siesta que, tras subirla y a la sombra de las palmas, se tomaba Pedro de Valdivia en sus viajes al valle de Limache, en donde emplazó una casa fuerte para controlar la explotación de los lavaderos del Estero Marga Marga. Valdivia habría ordenado a su gente levantar a los pies de la cuesta una capilla, lugar de detención obligada antes de proseguir el viaje. Dicha capilla se destruyó con el paso del tiempo, y en su lugar se levantó otra que la tradición histórica de la zona cree se remontaría hacia 1645.Esta iglesia es Monumento Nacional desde 1989, en parte gracias al estudio de Lamartine12, y sobre todo debido al entusiasmo de Elsa Estela Figueroa, profesora de religión del lugar.Los esfuerzos realizados por la comunidad para recuperar el templo, que se encon- traba en estado ruinoso, encontraron la acogida de las autoridades y en el verano del 2005 fue entregado de nuevo a la comunidad local y a la Parroquia del Rosario de Olmué, a la que pertenece. A partir del desarrollo de la minería en el Norte Chico y debido a la necesidad de intercambiar productos agrícolas con el valle central, la ruta por La Dormida pasó a ser una de las más usadas y frecuen- tadas del reino. La Hacienda de Olmué era una de las detenciones obligadas para tomar el descanso necesario después de una larga jornada de camino, y proseguir luego la marcha. Gran parte de la vida que se apreciaba en el entorno de la cuesta a fines del siglo XVII y luego durante el siglo XVIII se debió al movimiento humano de los palmeros, los coqueadores y a los mineros que hormigueaban por el lugar, trabajando alguna veta de oro o de cobre, y que dejaron las laderas de Las Vizcachas, La Dormida y La Campana (hacia Olmué y hacia Ocoa) como un queso holandés. La más grande fue la Mina La Ramayana, cuyas ruinas aún se pueden ver en la ladera norte de Las Vizcachas. No obstante, hacia finales del siglo XVIII, el tráfico decayó. El camino por La Dormida sólo era transitable por mulas y caballos, mientras que el que había por Melipilla, aunque más largo, lo podían transitar carretas. A fines del siglo XVIII, el go- bernador Ambrosio O’Higgins abrió una nueva ruta entre Santiago y Valparaíso, que se unía con la vieja ruta que venía desde Melipilla en Casablanca. El camino, que entró en uso en 1795, dejó a La Dormida aún más dormida.
  • 10. 148 Traslado de locetas en Cuesta La Dormida, enero 2002 Fuentes generales Archivo Capitanía General, Archivo Histórico Nacional. Archivo Real Audiencia, vols. 488, 2.363 y 2.441. Archivo Histórico Nacional. Venegas F. 2000. Limache y su memoria histórica: desde La Conquista Española hasta la llegada del Ferrocarril (1541-1856). Ed. Fundación Minardi de la Torre. Venegas F. 2009. Los herederos de Mariana Osorio. Comunidades Mestizas de Olmué: Repúblicas campesinas en los confines del Aconcagua Inferior, ss. XVII-XXI. Santiago. Referencias específicas 1 Gómez de Vidaurre, Felipe. 1889. Historia geográfica, natural y civil del Reino de Chile. COLECHI. Tomo XV. Imprenta Ercilla. Santiago de Chile. 2 de Ovalle, Alonso. 1888. Histórica relación del Reino de Chile. COLECHI. Tomo XII. Imprenta Ercilla. Santiago de Chile. 3 Silva R. 1980. Viajeros en Quillota durante el siglo XIX. Editorial El Observador. 4 Graham M. 1992. Diario de mi residencia en Chile. Ed. Francisco de Aguirre. Santiago de Chile. 5 Vicuña Mackenna B. 1940. De Valparaíso a Santiago. Ed. Universidad de Chile. Santiago de Chile. 6 Krebs A, U Tapia & P Schmid. 2001. Los alemanes y la comunidad chileno-alemana en la historia de Chile, pp. 214-215. 7 Astudillo F. 1986. Historia de Quilpué. Ed. Universitaria. Santiago de Chile. 8 Vicuña Mackenna B. 1968. La Edad del Oro en Chile. Ed. Francisco de Aguirre. Santiago de Chile. 9 de Vivar, Gerónimo. 1987. Crónica y Relación copiosa y verdadera de los reinos de Chile. Ed. Universitaria. Santiago de Chile. 10 Cunill, citado por Quintanilla V. 1975. Biogeografía de la Quinta Región. Revista Geográfica de Valparaíso Nº6. 11 Carvallo V. 1876. Descripción Histórico-Geográfica del Reino de Chile. COLECHI. Tomo X. Imprenta de la Librería El Mercurio. Santiago de Chile. 12 Lamartine F. 1979. Capilla La Dormida. Universidad de Chile. Valparaíso. Hacia 1828, los vecinos de Limache (entre los que destacan los Ba- ñados, que eran de La Dormida) se empecinaron en darle título de villa a una calle polvorienta, poblada de casas, que unía la Hacienda Trinidad con el Camino Real.Para ello se comprometieron, si obtenían esa categoría (la de villa), a “hacer carril” la cuesta, esto es, repararla por su cuenta y costo, “hasta hacerla transitable y cómoda como la de Valparaíso”. Un decreto del 4 de febrero de 1828 aprobó la idea y se concedió a la aldea de Limache el título de Villa Alegre (lo que hoy se conoce como Limache Viejo), con la obligación de que sus vecinos reparasen la cuesta. Pero ellos no pudieron llevar a cabo tamaña obra, por sus dimensiones y alto costo. La idea quedó en el más completo olvido cuando el gobierno se entusiasmó con otra:unir Santiago yValparaíso con un ferrocarril, proyecto que se hizo realidad en 1863. El trazado ferroviario pasó por la Hacienda de Limache, del hacendado Ramón de la Cerda, y éste aprovechó la oportunidad para trazar una nueva ciudad, la que fue autorizada por el intendente de Valparaíso, el 20 de febrero de 1857, y a la que se le dio el título de San Francisco (conocido como Limache Nuevo). La idea de mejorar el camino por La Dormida volvió a resurgir en la década de 1940. Esta vez, por un proyecto de la Dirección de Obras Ferroviarias del Ministerio de Obras Públicas, que recogía una vieja idea que tuvo el presidente Manuel Montt (1851-1861): unir Valpa- raíso con Santiago a través de un túnel ferroviario por La Dormida. El proyecto, que incluía lo que sería el segundo túnel más largo del mundo, también quedó en el olvido. Y así llegamos al año 2000, año en que comenzaron los trabajos de pavimentación de la cuesta que fueron inaugurados el 2003. Al contrastar los temores existentes cuando se estaba ejecutando el proyecto con las percepciones actuales, parece ser que la obra ha traído más beneficios que problemas. Primero, se mejoró la conecti- vidad con Santiago. Segundo, el aumento de la afluencia de turistas capitalinos ha permitido un fortalecimiento de la “industria turística” en Olmué. Aunque el empleo generado por el turismo aumenta durante el verano, la mejora del camino ha permitido extenderlo durante todo el año, fundamentalmente durante los fines de semana. La cuesta se ha convertido además en un anfiteatro natural para contemplar los valles de Limache y Olmué o los fenómenos microclimáticos que convergen en él, además de ser un punto de recreación en el invierno, por las nevadas que suelen caer en su cima. Por otra parte, siendo el poblamiento de la zona en torno al camino, efectivamente la mayor circulación de vehículos ha alterado la tranquilidad del lugar. El turismo, no necesariamente ha beneficiado a las comunidades agrícolas de La Dormida, Las Palmas, Quebrada Alvarado y Olmué. Sólo ésta última ha desarrollado el turismo rural. En consecuencia, los desafíos presentes se relacionan con lograr que las comunidades campesinas de la zona se organicen para aprovechar el nuevo esce- nario económico que abrió la pavimentación de la cuesta, que pasa por ofrecer sus tradiciones a una sociedad que nunca ha perdido el interés por conocerlas.
  • 11. 149 Huasos en el antiguo camino entre Santiago y Valparaíso, dibujo de Touanne para el álbum de “La Bonite”.