“Las lucecitas, que brillan, de noche en el cementerio, Están diciendo a los vivos. Que se acuerden de los muertos.”
Una reflexión sobre una noche de introspección y recuerdo
2. “Yo no sé qué tienen, madre,
Las flores del campo santo,
Que cuando las mueve el viento
Parece que están llorando.”
3. Cuando el frío viento de finales de Octubre
comenzaba a desnudar las ramas de los árboles,
saltaban las castañas en los anafes de las
castañeras apostadas en las esquinas de las
calles, y los días mortecinos daban paso al mes
de Noviembre, el pueblo esperaba la llegada del
día 1, Día de Todos los Santos, para esa noche
emprender el sendero que conducía al
cementerio.
4. El pueblo acudía al él en cualquier día del año,
cuando acompañaban a algún cortejo fúnebre, y
cruzaban sus senderos siendo conscientes de
que la luz que se filtraba entre los cipreses
disponía el ánimo a renegar de la muerte cuando
ya se ha desbordado el vaso de la vida. En estas
ocasiones sus visitas eran de despedida.
5. Pero acudían a él de distinta forma la tarde del
Día de Todos los santos, sintiendo solamente la
soledad que allí reinaba y lo que
verdaderamente significaba. Ese día acudían
para acompañar a los seres que habían perdido.
6. Era costumbre pasar la tarde y la noche del día
1 de Noviembre (día de Todos los Santos), al 2
de Noviembre (día de Los Fieles Difuntos), en
el cementerio, velando la tumba o nicho del ser
más querido y visitando a las familias que
velaban igualmente a los suyos.
7. La sepulturas de segundo orden, con sus nichos
en fila, eran encaladas y adornadas con flores,
rosarios, e incluso alguna fotografía del
difunto.
Las de primer orden, sepulturas de ladrillo
cuadrado, mausoleos de mármol de carrara y
panteones familiares, se limpiaban e igualmente
se adornaban con flores.
8. Era conocimiento popular que las noches de
veladas fúnebres estuvieran llenas de extraños
ruidos que los veladores aseguraban venir de las
tumbas, mezclados con el monótono soniquete del
rezo de Santo Rosario y las Letanías. Las
palmatorias, lamparillas de aceite y las antorchas
alumbraban pobremente el corro de piadosos que
se asentaban en torno a la sepultura de que las
que también aseguraban ellos mismos ver salir los
fuegos fatuos, volando como mariposas fosfóricas
que les hacían cerrar los ojos.
9. Eran noches de espesa bruma e intenso frío.
Los veladores encendían hogueras en torno a la cual
se asentaban para protegerse del rocío de la noche
si estaba raso, o del chirimiri del agua si llovía,
cubiertos con capotes.
El olor del incienso se mezclaba con el de la
podredumbre que rezumaba de las tumbas más
recientes, y los familiares, piadosos, no cesaban en
sus rezos dando de tanto en tanto un trago de
aguardiente para entrar en calor y aliviar las penas.
10. Grupos de mujeres oraban pidiendo indulgencia
por el alma del que ya tan solo quedaban huesos,
depositaban su ofrenda de flores en el hueco del
nicho y rezaban fervorosamente el rosario a la
luz de la luna; otros, los de más posibles
económicos, enviaban a los mayordomos con librea
a permanecer velando de pie, las plañideras
piedras de los mausoleos, engalanados con flores
de trapo y colosales blandones.
11. Llegada cierta hora de la madrugada, los que allí
velaban comenzaban a recorrer la ciudad de los
muertos, suspirando tristemente cuando al ver a
una madre arrodillarse ante la tumba de su hijo, o a
la esposa ante su difunto marido, o la del hijo ante
la de la madre.
Y sale desgarrada de sus gargantas una coplilla,
posiblemente entre sollozos.
12. “¡Mira cuanta cruz de pino
¡Mira cuanta piedra blanca!
¡Mira cuanta florecita!
¡Mira cuanta luminaria!”
“Las lucecitas, que brillan
De noche en el cementerio,
Están diciendo a los vivos
Que se acuerden de los muertos.”
13. Todo esto derivó en que en lugar de un lugar de
recogimiento y oración se fuera convirtiendo poco
a poco en cuna de borrachos y trasnochadores,
pareciendo más un bacanal que un lugar de reposo
eterno, por lo que las autoridades prohibieron
estas veladas a finales del siglo XVIII.
14. En estos días actuales que vivimos, prevalece
la perspectiva festiva de un ritual manipulado y
generador de olvido de lo que significaba esta
noche…, todos celebran Halloween…
15. Por mi parte y como cada noche de difuntos,
encenderé lamparillas por mis seres queridos
que se ausentaron. Su recuerdo se hará
patente…, casi palpable. Unas lágrimas de
ausencia brotarán desde un lugar donde
siempre están conmigo.
16. Sólo quedará silencio, mudo testigo
introspectivo. Tal vez quizás el
rumor de una coplilla rasgue
tímidamente el momento…
“Las lucecitas, que brillan
De noche en el cementerio,
Están diciendo a los vivos
Que se acuerden de los muertos.”
http://glarcar.blogspot.com.es
glarcar@hotmail.com