1. Capricho 2.0
27-02-10
En el vértice de una pirámide
Haciendo equilibrio en el vértice de una pirámide cuyas líneas de fuga se multiplican en
elementos tales como: el tiempo, el espacio, el sonido, los cuerpos, la inteligencia, los
universos posibles, los Looney Toons, Jaques Le Coq, la música, él público, etc; en ése
pequeño, frágil, punto, los actores Gaby Paez y Jorge Costa, y la música Ana Ter Akopov,
parecen convivir sana, cómoda y alegremente.
En un original formato, que consta de tres improvisaciones mudas, acompañadas por el sonido
del piano, y en las que se utilizan diferentes técnicas del teatro del gesto, estos improvisadores
(actores y músicos) despliegan un arte que parece salir a borbotones, como si alguien abriera
una compuerta y fluyera una enorme masa de agua.
Los actores dan muestras de su versatilidad física, su histrionismo explosivo, y también de su
profundidad dramática, cuando la escena lo requiere. El abanico de lo posible se vuelve
ilimitado, ya que Paez y Costa no escatiman en delirio: bailarinas de cajita de música que
cobran vida e intentan matar a su propietario, vendedores de pancho que se baten a duelo a
punta de aderezos, seres que carecen totalmente de equilibrio, bananas que nunca terminan
de pelarse… la lista puede ser - y en efecto, es- infinita.
Por su parte, la labor musical (regularmente a cargo de Ter Akopov, ocasionalmente a cargo de
Diego Outon) requiere, no solo de la maestría del intérprete/compositor, sino también de una
absoluta complicidad con los actores, ya que los dos lenguajes se van retroalimentando
permanentemente. La música acompaña y apoya las acciones de los actores, pero también
propone: climas, estados, ritmo, etc.
La puesta escénica es tan sencilla como apropiada: un par de bancos, donde los actores
“anclan” entre una improvisación y otra, sirven por toda escenografía ya que en caso de ser
necesario algo más, será recreado, a través de la mímica, por los mismos actores. El diseño
lumínico es lo suficientemente versátil como para que el operador lo vaya adecuando a las
escenas. El vestuario –pantalones de vestir, camisa y chaleco- sirve para dar unidad estética, y
también para sugerir neutralidad sin caer en la abulia. Y a modo prólogo y epílogo, suena la
cortina musical de los “Merrie Melodies”, lo cual en sí mismo es un acierto y una alegría.
La alquimia que se produce entre los tres elementos (Actuación-Música-Público) es única cada
función, produciendo una multiplicación de la esencia misma del hecho teatral: el aquí y ahora,
el presente puro. El vértigo de estar todos juntos haciendo equilibrio en ese vértice. Y pasarla lo
más bien.
Sol Lebenfisz