2. Vicente Saldívar, cariñosamente conocido por Visho, era un joven cerreño muy amigo de andar en
jolgorios y jaranas. Su maestría para pulsar la guitarra era muy bien apreciada en las reuniones. En la
época en que nuestra ciudad minera contaba con eximios guitarristas, Visho se llevaba las palmas cuando
ejecutaba traviesas cachuas, querendones huainitos, acompasadas chimaychas, hermosas mulizas y
desgarradores tristes
3. Reclamado por amigos y compañeros de trabajo, salía diariamente al cerrarse la noche, acompañado de
su infaltable compañera: la guitarra. Eso sí, al asomar las primeras claridades del alba, tras un desayuno
reconfortante y sostenido, dejaba el instrumento en su casa y se iba a trabajar puntualmente. Pase lo que
pase, nunca faltaba a su trabajo.
Una de esas tantas noches de jolgorio, había salido muy entusiasta para animar una fiesta a extramuros
de Paragsha en la que, además de excitante trago y abundantes viandas, habría una profusión de
elemento femenino. Estaba de plácemes. Así que envolviendo su guitarra española en una talega vacía de
harina –nevaba copiosamente- encaminó sus pasos a aquel barrio tan cerreño y tan querido.
4. El jaleo, como se había programado, fue excelente. Se bailó, se comió y se bebió con gran entusiasmo.
Las chicas, a cuál más alegre y bonita, hicieron que las horas parecieran muy breves; la comida cerreña,
pródiga, variada y riquísima, mantuvo las fuerzas al tope; el trago, además de abundante, fue muy fino y
variado.
Cumpliendo con su inveterada costumbre, al aparecer los primeros rayos de luz por el oriente, guardó su
guitarra en su talega y se retiró desoyendo las súplicas y reclamos de los juerguistas. Al salir de la reunión
advirtió que la nieve caída durante la noche había sido tan copiosa que, borrando los caminos de la zona,
la hacía parecer territorio de un insólito y blanco planeta; sin embargo, venciendo mil dificultades y
mirando como hitos las lumbreras mineras, emprendió el regreso a su morada. Los pies al hundírsele en la
nievedificultan su avance, sin embargo, alentado por su buen humor y mantenido por los humos de los
tragos, siguió adelante entonando una melodía lugareña.
5. Ya había logrado avanzar un buen trecho cuando a la altura de Gayachacuna, barrio de su residencia,
creyó oír el angustioso lloro de un niño. Curioso, oteó a su derredor y no alcanzó a descubrir nada. Sólo la
tersura de la nieve que invicta señalaba el horizonte. Intrigado siguió progresando cuando nuevamente
oyó el desgarrador llanto de la criatura. Esta vez sí pudo distinguir un envoltorio cubierto de bayetas y de
jerga de donde partía el lastimero lloro de la criatura.
Con el corazón estremecido de pena, tildando de perversos a los padres que habían abandonado a aquel
pequeño ser en tanto frío, alzó en sus brazos al niño que al instante dejó de llorar. Para poder
transportarlo más cómodamente se puso la guitarra en bandolera como si fuera una escopeta y siguió
avanzando afanosamente pero con la íntima felicidad que su buena acción le deparaba.
6. Había avanzado un buen tramo, cuando una voz cavernosa y horrible, como salida de ultratumba, emergió
del lugar donde se suponía estaba el niño.
— ¡ Visho!… ¡Mira mi “yente”! (diente)…
No había duda. La voz de la que él creía una criatura, era ésa, cavernosa y horrible. Preso de súbito terror,
temblorosas las manos, descubrió los pañales y un grito de pavor se ahogó en su garganta. En lugar del
pequeño que él sospechaba habría de encontrar, apareció un ser terrorífico y horripilante rostro
demoníaco; alargado, cubierto de pústulas repugnantes, ojos tumefactos y agresivos que le miraban; boca
desdentada y babeante, rodeada de negras cerdas que se abrían en una mueca horrorosa que parecía el
espantoso remedo de una risa. Dos colmillos espumosos y fieros como de voraz reptil, le amenazaban
arremetedores.
7. A punto de desmayarse, hizo acopio de las desfallecientes fuerzas que le quedaban y arrojó muy lejos
aquel satánico envoltorio y emprendió la huida desesperada. El joven jaranista hacía esfuerzos
sobrehumanos por avanzar mientras que a sus espaldas, una carcajada mefistofélica hacía estremecer las
soledades.
Fuera de sí, perseguido por aquella risotada infernal, luchando con la nieve, fue progresando hasta que
sus fuerzas le abandonaron a la entrada de una mina en laboreo.
Cuando lo encontraron los mineros que acudían a su trabajo, estaba con los ojos desorbitados y la boca
babeante de espuma y sin sentido. Conmiserativos lo atendieron, lo reanimaron y luego de un buen rato,
el jaranista contó al detalle lo que le había ocurrido. Los mineros intrigados fueron a buscar por el lugar
señalado y, sobre la igualdad de la nieve, se notaban ostensiblemente los pasos del jaranista y se veía
también con gran claridad, una buena cantidad de rastros dejados por las patas de una cabra. Alarmados
siguieron los rastros sobrehumanos por un largo trecho hasta que éstos se perdieron a la entrada de una
mina. Aterrorizados se santiguaron convencidos de que las huellas eran del demonio en persona.
Demás está decir que, desde aquella fecha, Visho dejó la guitarra y no quiso saber de jaranas.
8. Cuando lo encontraron los mineros que acudían a su trabajo, estaba con los ojos desorbitados y la boca
babeante de espuma y sin sentido. Conmiserativos lo atendieron, lo reanimaron y luego de un buen rato,
el jaranista contó al detalle lo que le había ocurrido. Los mineros intrigados fueron a buscar por el lugar
señalado y, sobre la igualdad de la nieve, se notaban ostensiblemente los pasos del jaranista y se veía
también con gran claridad, una buena cantidad de rastros dejados por las patas de una cabra. Alarmados
siguieron los rastros sobrehumanos por un largo trecho hasta que éstos se perdieron a la entrada de una
mina. Aterrorizados se santiguaron convencidos de que las huellas eran del demonio en persona.
Demás está decir que, desde aquella fecha, Visho dejó la guitarra y no quiso saber de jaranas.