Roboam, hijo de Salomón, gobernó de manera superficial y complaciente, temiendo más a los hombres que a Dios. Como resultado, el rey de Egipto invadió Jerusalén y robó los tesoros del templo, incluyendo los escudos de oro que representaban las riquezas espirituales, los cuales Roboam reemplazó por escudos de bronce de menor valor. Este documento enfatiza la necesidad de tener un corazón dispuesto a Dios por sobre las apariencias externas.