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El guerrillero ciego
                             y otros « cuentos »




Hernando Vanegas Toloza




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Índice




El guerrillero ciego                  3



Si me matan, acuérdate de mí         19



Así no se mata un hombre             37



Las mariposas de mi Sierra           44



Un tiempo de mierda                  50



Un río lleno de cadáveres flotando   57




                                          2
El guerrillero ciego



La vida de la guerra transcurre en un completo absurdo para los que nunca la

hemos vivido. Es imposible entender todo ese cuento de la disciplina, y los

sacrificios que toca padecer, sí padecer, porque nadie me puede decir eso de

vivir. No podemos hablar de ‘vivir’ los sacrificios de la guerra. No. Es imposible.

Padecemos un sinnúmero de sacrificios cuando sufrimos la guerra. Incluso los que

no participamos de las hostilidades, los civiles, padecemos esa guerra y ella nos

exige sacrificios y nos hace padecer. Alguien me dice que no podía ser de otra

manera. Pero la verdad es que yo pienso que sí podía ser de otra manera.



Pero no desvariemos filosofando sobre la guerra. Lo que me mueve es sentir lo

que siente un guerrillero en la vida guerrillera, o como dice el guerrillero Jesús

Santrich, el ‘adentro guerrillero’. Pero más que un guerrillero cualquiera, quiero

sentir lo que siente ‘Pepe de los Santos’, ‘el guerrillero ciego’.




No sé si Pepe de los Santos nació ciego. Algunos dicen que él vió hasta los diez

años, como dicen de Leandro Díaz. Lo cierto es que Pepe no ve. No ve, mas sin

embargo se mueve. Más que moverse, anda. Y pareciera que sabe adonde dirige

sus pasos. Tampoco sé si Pepe nació en el monte. Porque todo pareciera indicar



                                                                                 3
que nació en el corazón de la madreselva. Y que conoce todos los secretos

guardados durante siglos.



Cuando un guerrillero ingresa enseguida va a una escuela de formación, el

equivalente de las escuelas de cadetes de las fuerzas militares oficiales. Acá es

igual, pero distinto. Es lo mismo, pero al mismo tiempo no lo es.



Esa etapa es supremamente dura, difícil, en donde se templa el carácter del

futuro guerrillero. En donde atesora los principios filosóficos y políticos para su

futura vida. Pero me cuenta mi confidente que Pepe de los Santos la pasó sin

mayores contratiempos. Se levantaba cinco minutos antes que el resto, y

comenzaba con su paciencia jobiana a desamarrar la hamaca, envolverla y

convertirla casi en un nudo. Igual hacía con la cobija. Y como si fuera ya un

guerrillero veterano las acomodaba arriba de su morral o equipo. Cuando sonaba

el pito, o las palmadas, o lo que fuera con lo que el comandante de guardia los

despertaba, ya José de los Santos estaba de pié. Sabía exactamente por donde

coger para ir a la formación. Era como si tuviera un radar en la frente, igual que

las palomas que siempre saben a dónde regresar. Daba sus pasos con seguridad

en una superficie irregular, llena de barro. Nunca lo vieron caerse aunque sus

pantalones a veces llenos de barro, demostraban que no siempre las tenía todas

consigo. Pero llegaba casi de los primeros a la formación y ocupaba exactamente

el mismo lugar, el que le correspondía por su estatura. ¿Cómo la hacía? Vaya

usted a saberlo! Pero llegaba, formaba en primera fila, le correspondía el



                                                                                 4
número diez y entonaba el himno como cantaba un canario. Tenía una voz

preciosa que los reclutas disfrutaban en las horas culturales cuando él accedía a

cantar; cuando no quería, nadie, ni el mismo comandante, lo convencía de

hacerlo. Pero el himno lo cantaba con la voz saliéndole de lo profundo de su ser:




                          “Por justicia y verdad
                          junto al pueblo ya está
                          con el fuego primero del alba,
                          la pequeña canción
                          que nació en nuestra voz
                          guerrillera de lucha y futuro.


                         Con Bolívar, Galán,
                          ya volvió a cabalgar,
                         no más llanto y dolor de la Patria
                          somos pueblo que va
                          tras de la libertad
                          construyendo la senda de Paz.


                          Guerrilleros de las Farc
                          con el pueblo a luchar
                          por la patria, la tierra y el pan.
                          Guerrilleros de las Farc
                          a la voz de la unidad
                          alcanzar la libertad.




                                                                                5
Cada mañana los reclutas guerrilleros sentían que su moral se elevaba a la

enésima potencia cuando cantaban el himno acompañados por Pepe de los

Santos, su voz transmitía optimismo, firmeza, belleza armónica, que los demás

muchachos y muchachas sentían los penetraba hasta la más profunda de sus

células y les infundía una energía increíble. Los que más sufrían se decían: ‘Si

Pepe de los Santos puede, ¿Por qué yo no?’ Y empezaban a trabajar con su

energía redoblada, recargada. Era el ejemplo de Pepe de los Santos el que los

impelía a sacar energías de donde no tenían para adelantar las actividades del

día.



En el aula, nadie que no supiera que era ciego podría diferenciarlo de los demás.

Sentado, con su cuaderno de apuntes sobre la tabla que habían acondicionado

como pupitre, se le veía encorbado escribiendo. ¿Escribiendo? Sí, escribía en su

cuaderno con una tabla que él había traído cuando ingresó para escribir en

braile. Escribía cuestiones precisas, importantes. Nada de dibujitos ni cosas por

el estilo. Ya tenía como tres cuadernos en el equipo de las conferencias dictadas

por Santrich –el director de la escuela-, o por Gabriel, o por cualquier mando que

dictara la charla. Y su cerebro y mente chupaba toda la información como una

esponja, allí la elaboraba y almacenaba para usarla en el momento preciso. Pero

el interrogante más importante que rondaba mi cabeza había sido resuelto.

¿Cómo fue posible que la Dirección de la organización accediera a ingresar a una

persona ciega? Dicen que hubo meses de discusiones de la Dirección del Frente,



                                                                                6
que después enviaron la consulta al Secretariado y que allí se tomaron su tiempo

para responder. Según dicen el viejo Marulo consultó a todos los demás miembros

del Secretariado y a los del Estado Mayor, que incluso se dio una reunión de éstos

para definir sobre el ingreso de Pepe de los Santos. En todo caso primó su caso

particular. Su familia había sido asesinada por los paramilitares, a él –dicen- no

lo asesinaron porque se dieron cuenta que era ciego. A su padre y madre los

mataron de un rafagazo, los dos viejos abrazados, temblando por el miedo. A su

hermana embarazada le dieron dos tiros en el pecho y después le abrieron el

vientre y cortaron la matriz preñada y mataron al bebé, que de todos modos se

iba a morir al desangrarse quien le garantizaba la vida. A su cuñado lo torturaron

salvajemente, le quitaron las uñas, y después le iban cortando a pedazos.

Primero los dedos, después los brazos, después los pies, las piernas, los muslos.

Todo con la motosierra. A todo resistió su cuñado, miembro de la U.P., llorando

por el dolor, pero con una dignidad a toda prueba. Finalmente lo mataron

abriéndolo desde el pecho hasta los genitales, de un motosierrazo. Fue tal el

impacto de Pepe de los Santos, que acurrucado en un rincón de su casa de

bahareque, sentía el dolor de su familia, y hoy en la Sierra, cuando escucha el

sonido de la motosierra sus nervios se ponen en alerta y sus músculos se tensan.

Allí quedó sin rumbo, perdido no porque no pudiera ver sino por el shock

producido por la masacre. Lo rescataron unos vecinos que vieron pasar primero al

ejército y después a los ‘paracos’. Ya sabían que había ocurrido lo peor. Lo que

nunca esperaron fue encontrar a Pepe de los Santos con vida. Hay quien dice que




                                                                                7
su ceguera lo salvó porque el ‘sapo’ que llevaban los paramilitares dijo: “A ese

no, ese es ciego, es un inservible”.



A los meses, Pepe de los Santos pidió el ingreso a la guerrilla. Los que lo supieron

creyeron que se había vuelto loco, más de uno se rió de su pretensión, otros

decían que era un inmenso disparate, y los más que la guerrilla no lo iba a

aceptar porque era descabellada la idea. Evidentemente el único que sabía de lo

que él era capaz era Pepe de los Santos, pero la decisión de su ingreso estaba en

manos ajenas. Su destino sería definido por otras personas y no por él. Esa fue la

primera enseñanza que aprendió Pepe de los Santos. Si lo aceptaban, de ahí en

adelante el destino de su vida estaba en otras manos, en manos de la

organización. Y él se sonreía cuando los compañeros campesinos de la vereda,

cuando el camarada de la U.P., fueron a convencerlo de que su decisión no sólo

era descabellada sino estúpida, que en realidad iba a ser una carga para sus

compañeros de armas, que sería un estorbo, que se iba a hacer matar al primer

enfrentamiento, que iba a hacer matar a los que estuvieran a su lado, en fin, que

era una locura. Entonces Pepe de los Santos cerró la discusión con esta sentencia

que nadie sabe de dónde la sacó: “La guerra es la locura del ser humano”. Todos

los que estaban en esa reunión quedaron anonadados y más convencidos de que

Pepe de los Santos se había vuelto loco, loco de remate. Sólo él sabía que no

estaba loco. Y comenzó la espera, larga, tediosa, viviendo de los trabajos que los

vecinos le daban para que comiera. Él se iba para las casas vecinas y allí se ponía

a ayudarlos en faenas agrícolas. Arar la tierra con bueyes, sembrar, y cuando la



                                                                                   8
cosecha recogerla, palear el fríjol para extraerlo de la vaina, pilar el arroz, y

moler la caña para hacer la panela, que era uno de los oficios que más le

gustaba, por el olor del guarapo cuando el trapiche extraía el jugo, después

tomarse unas buenas totumas y sentir en cada sorbo el sabor dulce de la caña y

le agradaba muchísimo sentir el olor del guarapo cuando lo estaban cocinando,

sacándole la cachaza y después ya cuando lo vertían a la dobera para que se

solidificara y formara la panela. Mientras transcurría el tiempo, muchos

pensaban que el tiempo iría quitándole la idea loca a Pepe de los Santos. Él y sus

compañeros estaban ajenos al debate que se daba al interior de la organización

en torno al caso de Pepe de los Santos. Las posiciones eran encontradas. Unos

planteaban con un realismo cruel que Pepe de los Santos sería la causa de la

muerte de muchos guerrilleros que por el afán de protegerlo se harían matar

para sacarlo de alguna situación comprometida por la presencia de la tropa

oficial. Otros creían que si bien era ciego, su estado al haber perdido toda la

familia y el trauma de guerra que sufrió lo conducirían a realizar alguna acción

suicida contra la tropa y se haría matar. Otros creían que él podría cumplir

algunas tareas de organización en las zonas de mayor control de la organización.

Fueron meses y meses de discusiones. Hasta que se fue dando un consenso casi

inconsciente, primaba el sentido de humanitarismo, de solidaridad, de

comprensión de su vivencia. Así lo fueron recogiendo en las diferentes

comisiones, en las columnas, en las reuniones de direcciones de Frente, luego de

Bloque y todas iban llegando al Secretariado. Marulo valoró la posición de cada

uno de los miembros del Secretariado y se tomó la decisión en conjunto. Se



                                                                                9
aprobaba el ingreso de Pepe de los Santos. Se informó entonces a la Dirección de

Bloque, ésta a la de Frente y ésta comisionó a Santrich para ir a informarle.

Dicen los que acompañaron a Santrich que llegaron de madrugada a la casa de

Pepe de los Santos, se quedaron tendidos en el monte circundante hasta estar

seguros de que no estaban espiando a Pepe de los Santos y en la mañanita a las

5, cuando apenas comenzaba a despuntar el alba, lo llamaron. -‘Pepe, Pepe!’

-‘Quién es? –Yo, Santrich! –‘Ya voy, ya voy!’ Se abrazó con todos y cada uno y se

pusieron a hacer café. Allí Santrich le informó la decisión. Era aceptado pero con

una condición. Si la organización veía que era muy difícil para él, entonces lo

enviaban a una zona para que adelantara trabajo político, una zona diferente a

la en que él vivía actualmente. Dicen los muchachos que fue la única vez que

vieron llorar a Pepe de los Santos. Estaba feliz! Ni siquiera fue capaz de decir lo

que sentía, eso se los contó meses después en una hora cultural cuando hicieron

                                          como una especie de presentación de

                                          cada uno. Salieron de la casa cuando

                                          caía la noche, después de permanecer

                                          allí todo el día hablando, protegidos

                                          por la guardia que habían establecido

                                          para tal efecto. Fueron caminando

                                          despacio, poco a poco, como se camina

en la noche, sin encender la luz, sólo con la luz de la luna cuando ella alumbra el

paso de los luchadores. Allí se inició el desarrollo de Pepe de los Santos. La

enorme capacidad para improvisar los llevó a desarrollar la forma de ‘marchar’



                                                                                10
de Pepe de los Santos. La marcha se adelantó con 3 en vanguardia, Santrich y

Pepe de los Santos caminando agarrado al morral de Santrich, Rafael detrás de

Pepe de los Santos por si se caía poderlo ayudar con prontitud y 3 más en la

retaguardia. Así fueron avanzando, cada noche caminaban 10 ó 12 horas, durante

el día descansaban en el monte y comían comida enlatada, porque a pesar de ser

zona de trabajo de la guerrilla era imprescindible conservar el secreto de su

ingreso por las implicaciones que tendría y porque las tropas oficiales podrían

aprovechar para lanzar un ataque. Hoy me dicen que esas marchas nocturnas les

enseñó la forma en que Pepe de los Santos podría realizar las marchas, incluso él

racionalizó la experiencia y se ha convertido en un experto en marchas nocturnas

y enseña a los hoy reclutas cuáles son los secretos que él ha atesorado. ‘–No hay

que preocuparse por ver, no haga esfuerzos para ver, su ojo, su pupila se dilatará

de acuerdo con la oscuridad y la poca luz que hay la captará; dé un paso cada

vez, no pretenda caminar como de día, no pretenda caminar rápido; en la noche

se camina poco a poco, sin prisa, disfrutando del frío de la noche, sintiéndolo en

las narices, en las manos, en el rostro’. Después de 7 días de marchas nocturnas

llegaron a un territorio en el que podrían caminar de día. Ahí comenzó otra

prueba para Pepe de los Santos. La disposición de la marcha era la misma, pero

tenía que ser más rápida. Entonces comenzó a mostrar de lo que era capaz.

Pensaron cómo hacerlo y el mismo Pepe de los Santos dio la clave. Yo no veo,

pero percibo otras cosas que el vidente no percibe. Yo me muevo por tanteo,

identifico olores, cambios en la sinuosidad del terreno con mi bastón; entonces si

Santrich va adelante yo puedo ir detrás si amarramos un palo largo a su morral,



                                                                               11
yo lo agarro y así voy sintiendo los cambios del terreno con cada movimiento de

Santrich. Dicho y hecho. Al llevarlo a la práctica se dieron cuenta que podían

caminar más rápido que en la noche, no con la velocidad de las marchas de los

videntes, pero sí con igual efectividad. Así, después de otros 7 días llegaron al

campamento.



En el campamento los recibió Adamo, el comandante del Frente, y les dio la

bienvenida. Todos estaban contentos y Santrich les hizo un resumen de la

experiencia vivida, con la orden consiguiente de que la escribiera y la enseñara

en la Escuela que se iba a adelantar allí mismo. En la hora cultural hicieron un

brindis por los nuevos ingresos, se tomaron unos cuántos tragos y Pepe de los

Santos cantó unas canciones que se convirtieron en otra inesperada sorpresa.

Dijo con voz emocionada: ‘Esta canción es de un compositor que es ciego como

yo”, y cantó ‘Soy’ del famoso Leandro Díaz. Le dijeron que esa noche durmiera

tranquilo que al día siguiente comenzaría la instrucción. Durmió en un barracón

hechas las camas de madera y el techo era de plástico, en él cabían 20

guerrilleros y a Pepe de los Santos lo acomodaron en el centro, como dándole

protección y calor entre todos. Al día siguiente comenzó la preparación de Pepe

de los Santos, individualizada. Primero reconocimiento del campamento, él iba

mentalizando, tantos pasos del cambuche al patio de formación, tantos a la

cocina, tantos a la manguera para cepillarse o tomar agua, tantos para ir al

‘meandoco’, tantos para ir al ‘cagandoco’, en fin, fue una semana ardua en que

Pepe de los Santos mostró su inflexible decisión de seguir adelante. Después



                                                                              12
comenzó a hacer cosas que dejaban a los demás guerrilleros con la boca abierta,

como llegar a la formación primero que muchos de ellos, tener su morral

completamente preparado una vez se levantaba, la capacidad para captar los

planteamientos político-militares de la organización, su inmenso poder de

persuasión cuando se presentaban puntos de vista diferentes, y como había

tareas en las que no lo llevaban comenzó a reclamar que ‘yo también puedo’, y

así tenían que llevarlo a recoger leña, a traer la economía, aprender a hacer

equipos y fornituras. Muchos no entendían cuando llegaban a donde él estaba y

les decía: -Ajá, Cachaco, ¿tú que quieres? O, Maritza, ¿cómo te está yendo en el

curso? Fue tanta la inquietud que uno o dos de los más maliciosos comenzaron a

pensar que Pepe de los Santos se las tiraba de ciego. La inquietud fue resuelta

cuando un día Santrich le pidió que explicara sobre la invidencia y dio una charla

magistral sobre eso explicando que los ciegos desarrollan hasta el infinito los

otros sentidos. Así saben qué persona se acerca a ellos por el olor que despiden,

si es de día o de noche por los sonidos, si el día está o no radiante por la alegría

y la risa de los compañeros, en fin, miles de detalles que los videntes pasamos

por alto. Me dicen que los que estaban en la Escuela pensaban que ella sería

diferente si no contaran con la presencia de Pepe de los Santos. Superó todas las

pruebas. Incluso en el entrenamiento de orden cerrado funcionó bien. En orden

abierto la cuestión fue mucho más difícil pero se las arregló para salir adelante.

Hicieron un ejercicio de asalto y copamiento. Al grupo de Pepe de los Santos le

correspondió la defensa. Y detectaron a los ‘enemigos’ mucho antes de que

llegaran. Precisamente Pepe de los Santos estaba de guardia y sintió un olor



                                                                                 13
diferente a todo el que había en el ambiente. Avisó al comandante de guardia y

montaron una emboscada, un contra-asalto al grupo de asalto y los capturaron a

todos pues ellos no esperaban que los estuvieran esperando. Después llegó el

momento de hacer la evaluación de la ‘operación’. Pepe de los Santos les contó

que cuando él presta guardia comienza a escuchar los ruidos circundantes, a

reconocer cuando caen las gotas de agua del rocío, a calcular en dónde caen, en

que clase de hoja, en las anchas se oye taas!, en las delgadas pas!, en golpe más

seco; que después se pone a olisquear en todas direcciones, así sabe la dirección

del viento y si hacia el norte hay un corral, o si la brisa trae el olor de puro

monte, o si hay algún animal por allí para el sur. Dice que esa noche comenzó su

guardia y de pronto sintió el olor de un perfume, recordó que ese perfume lo

usaba Omaira, y le extrañó que no se lo hubiera quitado. Cuando él dijo eso,

Omaira dijo que se había echado un poquito por pura coquetería hacía como tres

días, cuando no sabía que iban a iniciar esta parte del entrenamiento y después

no había tenido tiempo de bañarse. Fue una descomunal enseñanza para todos.

Santrich hizo énfasis en eso. Miren cuán importante es aprender esta enseñanza

de Pepe de los Santos. En la medida de lo posible no debemos usar perfumes,

sólo lo podrían hacer si estamos por ejemplo en un campamento general, cuando

hay reunión de casi todo el Frente y podemos arreglarnos un poco más, con

perfumitos y cosas de esas para coquetear un poco y sentir otro olor en nuestros

cuerpos que no sea el olor de monte. Pero por fuera es mejor por la seguridad

propia y de todos no usar nada de eso. La otra enseñanza que nos deja es lo que

puede lograr un olfato entrenado, unos sentidos entrenados. Pepe de los Santos



                                                                              14
detectó el olor del perfume porque toda su vida ha estado entrenándose para

agudizar sus sentidos y aumentar sus posibilidades de supervivencia. Imaginen

entonces lo que nosotros lograríamos concientizándonos de que el entrenamiento

es parte de toda la vida, que cada día hay que ejercitar lo que hemos aprendido.

Terminado el entrenamiento, se hizo la evaluación de todo el curso y a ella

asistió el Comandante Adamo. Se vio lo bueno, lo malo, lo feo, y lo peor, y se

sacaron conclusiones y recomendaciones. También se hizo una valoración del

desempeño de cada uno de los ‘cadetes’, destacándose muchos de ellos, entre

ellos hicieron una mención especial del significado de Pepe de los Santos. Este

como siempre agradeció a sus compañeros y les dijo que él hoy se consideraba un

guerrillero porque todos sin excepción lo habían ayudado a serlo, y como ya era

característico en él terminó con una sentencia: ‘No nos envanezcamos porque

existe un guerrillero sino porque existe la Guerrilla’. A partir de allí cada uno de

ellos iría a desempeñar sus trabajos en diferentes unidades y ocasionalmente se

volverían a ver, por ejemplo, en una Asamblea de Guerrilleros del Frente.



Pasado un año y medio del ingreso de Pepe de los Santos la tropa oficial lanzó

una operación y se metió a la zona en que trabajaba la comisión de Pepe. Ante

esto el comandante de ella informó a la Dirección del Frente y le ordenaron

hostigarlos, para que avanzaran con miedo, mucho más del que llevan siempre

las tropas oficiales cuando entran a territorio de trabajo de la guerrilla. Se

dispuso entonces montar una emboscada aprovechando que iban subiendo el

cerro de La Pinta y allí hay un paso muy estrecho de unos 300 metros. Pepe de



                                                                                 15
los Santos había sido asignado para cuidar los equipos, pero de pronto lo vieron

refunfuñando, mascullando que si acaso ‘él no era un guerrillero como los

demás’, que ‘qué cuento era ese de quedarse cuidando los equipos como si

alguien se atreviera a robárselos’, y así un montón de cosas. Estaba

emputadísimo, con una cólera de mil demonios. Al fin el comandante de la

comisión advirtió la situación, la comentó con los otros compañeros y decidieron

que él fuera a la emboscada, sin comunicárselo a Adamo porque ya no había

tiempo. Se apostó a Pepe de los Santos en un sitio que permitiera fácilmente

salir de la zona. Los militares oficiales iban subiendo penosamente, poco a poco,

sin prisas, y como a la una de la mañana llegaron al sitio de la emboscada. De

pronto les estalló el mundo. Traaam! Sonó el minado de ‘gorros chinos’ y

comenzaron los rafagazos de los fusiles Galil, Fal y AK. Se oyeron gritos de

terror, lamentos, quejidos. Pepe de los Santos cumplió la orden que recibió y

fumigó la zona que le correspondía ‘como si estuviera viendo’, en un abanico

comprendido en 45 grados de su posición. Se produjo de pronto un silencio y el

comandante dio la orden de retirada. Pepe de los Santos salió agarrado del

morral de una estrellita que había bajado del cielo para ayudarlo. Se retiraron en

silencio no sobre el propio filo sino por la falda, medida sabia porque como a los

10 minutos los militares se habían reagrupado y repuesto del susto y estaban

fumigando todo el filo con fuego de fusilería y tres rocketazos que mandaron.

Pepe de los Santos caminó todo el resto de la noche agarrado al morral de su

estrellita y pudieron llegar finalmente todos juntos a la zona acordada. Después

de un merecido desayuno ofrecido por el camarada miliciano a cuya tierra habían



                                                                               16
llegado siguieron camino hacia el sitio en donde estaba Adamo y su guardia.

Llegaron al día siguiente en la mañana y todo era sonrisas, alegría, porque el

parte oficial era de dos militares dados de baja y el retiro de la tropa de la zona.

Salieron corriendo asustados, porque además no habían podido ‘ver a nadie’.

Cuando se informó en la reunión de evaluación que Pepe de los Santos había

participado en la acción, el comandante Adamo se agarraba la cabeza y decía:

‘Cómo es posible, cómo es posible!’. Pepe de los Santos dijo que la

responsabilidad era de él porque había presionado al comandante de la comisión

y que lo había hecho porque ‘él también era un guerrillero como cualquiera de

los otros’.



Hoy no sé si Pepe de los Santos está vivo o no. Su recuerdo viene a mi memoria

cuando leo la noticia de que una persona conocida como José de los Santos fue

capturada en los alrededores de Pereira acusada de ser guerrillero. Inverosímil.

Pero cierto. José de los Santos está preso quizá por las historias conocidas de su

casi homónimo Pepe de los Santos. De la vida de Pepe de los Santos no he vuelto

a saber nada. No sé si ha conseguido casarse, pero creo que cualquier mujer

guerrillera se hubiera enamorado de un hombre con tanto tesón y que además la

seduciría cantándole ‘Soy’ de Leandro Díaz:




                                                                                 17
Yo soy el hombre que compongo versos

            cuando el pensamiento me trae melodías,

             soy el suspiro que se lleva el viento

              soy el sentimiento de la tierra mía.



               Yo soy el hombre que vive en tinieblas

                porque negro es el color de mi destino,

                 yo soy el hombre que emprendió un camino

por donde pasa se encuentra con la miseria.



           Yo soy un grito, yo soy la pena

            soy una queja, soy un suspiro [bis]

            para la gente soy un problema

             ni las tinieblas pueden conmigo [bis].”




                                                            18
Si me matan, acuérdate de mí



                                   Nunca habíamos necesitado decirnos mayor

                                   cosa para entendernos. Las vivencias desde

                                   niños nos habían enseñado a comunicarnos

                                   con los ojos y gestos. Por eso me sorprendió

                                   ese día. No esperaba que me dijera eso,

                                   menos     cuando    nos   despedíamos.   Había

                                   querido que estuviera conmigo porque yo no

                                   podía estar con él. Así fuera por un fin de

                                   semana.     Quizá     fue     una   sentencia

                            premonitoria. Dice mi maestro que el espíritu

cósmico se comunica a través del aire, del vacío. Yo siempre le he creído porque

he vivido cosas realmente inexplicables para el sentido común. O para la ciencia

de hoy.



Había llamado a Joselito y lo había invitado a que nos encontráramos en la

vereda que llamaban la ‘Sin esperanza’, que era como un contrasentido de lo que

ella era. Esa vereda era realmente bonita, y en la Sierra Nevada hay millones de

tierras bellas, hermosas. Llena de matas de café, arábigo y caturra, con matas de




                                                                               19
guineo y plátano intercalados para darles sombra, con sus lomas y filos, con sus

quebradas susurradoras y enamoradoras, que te decían cuánto te querían; con

sus dueños que eran unos amigos de los de verdá verdá. Ella indígena arhuaca,

robada por un blanco que desde que la vio se enamoró de ella y ella de él, y se

fugaron. Yo los vacilaba siempre cantándoles “039, 039, 039, se la llevó”, y ellos

se reían socarronamente, felices, y a veces en ciertos días y momentos me

contaban de sus amores, del problemón que se armó cuando su gente de ella

supieron de esos amoríos, y luego las discusiones que hubo que enfrentar después

de la robada.



Hasta allí llegó él. El viaje había sido tranquilo, llegada a Fundación en la noche

del jueves y salida en la madrugada el viernes. Así que antes del mediodía ya

estaban en la ‘desesperanzada’, como le decía yo. Nuestro abrazo fue más

sentido que nunca, acompañado del beso que siempre nos damos entre los de la

familia, no importa que sea entre hombres. Así besábamos a nuestro padre, así

nos besamos entre hermanos, sin importar la extrañeza que causa en los nos

estén mirando. Muchos, cuando no nos conocen, nos quedan mirando como si

nosotros fuéramos ‘gays’. Nos quedamos mirando, analizando el uno al otro.



-Estás más flaco.

-“Ajá. Tú estás más llenito, te ha convenido la vida en el campo”.

–Y eso que camino bastante. Ven, te voy a presentar a los dueños de la finca.

-Vieja, Venezuela, ya llegó!-le pego el grito.



                                                                                20
Ella salió sonriente, mirándolo con esa mirada escrutadora que propinan los

arhuacos a los extraños, a los forasteros. –Ay, si se parecen! - dijo ella. Ambos

protestamos y dijimos al tiempo: –Yo soy más bonito que él. Todos soltamos la

carcajada. Mientras la vieja Vene le propinaba un abrazo bien morrocotudo y él

le correspondía de igual manera.



Enseguida pasamos al comedor a comernos un sancocho de gallina al estilo

arhuaco, pero ya influenciado por 25 años de vida con los ‘blancos’, que no son

blancos sino mestizos, pero que vergonzantemente no queremos reconocer.

Hablamos del viaje y de la sorpresa que se llevó cuando fue la amiga con mi

carta. Dijo que la leyó tembloroso y lo que más le sorprendió es que “oye, cómo

se parece esa muchacha a Myriam”. Le dije, sí, se parecen mucho. Me preguntó

si era “algo tuyo”. Le dije que no, que era una amiga, una muy buena amiga.

Que yo era amiguísimo del hermano de ella y por eso ella había aceptado viajar y

hacerme el favor de llevarle la carta. “No joda, yo conociéndote como te

conozco, como que no te creo. Pero… bueno!”



Nos sentamos en los bancos de madera hechos de listones de palma, alisados con

machete, y nos recostamos a la pared del mismo material. Se sentía el calorcito

de la cocina, el centro de reunión de todas las casas de clima frío y más entre los

indígenas. Los hijos de Vene, un pocotón, fueron conociendo a Jose y después se




                                                                                21
iban retirando como comprendiendo que necesitábamos aprovechar al máximo

los minutos, los segundos.



–Ajá, y los pelaos, y las niñas, ¿cómo están?

“-Bien, Fabián se quería venir, pero le dije que no.”

–Eche, lo hubieras traído…

-No me atreví, tú sabes que subir a la Sierra es jodido y más para nosotros que

nos tienen en la mira.

–Yo lo sé. Quizá haya sido mejor.

-Echeee, ya usas el ‘quizá’ de los indios.

–No les digas indios porque se ofenden. Son indígenas.

-Ah!, tienen razón. Nosotros usamos el ‘indio’ despectivamente. Los pelaos bien.

Mi mujer ahí como siempre, peleando.

–Y tú, mamando ron como siempre?

–Ajá, y ¿cómo se hace? La vida hay que vivirla, hay que disfrutarla. Y la verdá es

que casi no tomo, a veces paso fiestas con 2 ó 3 tragos. Es más divertido ver las

cagadas de los borrachos. Claro que a veces me desordeno.

–Ah!, ahora voy entendiendo. “Me desordeno” significa 3 ó 4 días ‘perdido’ de la

casa. Bueno, por ahí hay una caja de Ron Caña pa’que le reventemos la pechera.

Claro que no significa que nos la vamos a tomar toda, pero esa está de reserva

ahí.




                                                                               22
-Las viejas están bien. Sufriendo por tu situación. Para ellas es como si hubieras

desperdiciado tu vida. La verdá es difícil de entender que tú, un médico, tengas

que estar metido en la Sierra, escondiéndote.

-Así es la vida. Fíjate que yo por ser comunista me acusan de ser guerrillero y me

quieren zampar en la cárcel, mientras los delincuentes y narcotraficantes andan

paseándose en sus 4x4, ranger, atropellando a todo el mundo, amenazando con

pistolas a quien se les atraviese y comiéndose a las mujeres ajenas que se lo

‘dan’ por miedo a que maten a sus maridos o hijos. Y los polítiqueros ladrones,

que se roban toda la plata y mandan matar al que les denuncie, andan muy

orondos hablando de ‘servir al país’. Ese es el régimen, el sistema.



Ahí recordé que Joselito siempre había sido el hermano que había comprendido

nuestras ideas, no que las compartiera, no, él era liberal, igual que nuestro

papá. Pero él tenía la grandeza de espíritu para comprendernos a Joche y a mí,

así como comprendía a todos los hermanos. Todos de una u otra manera

girábamos en torno a él. A su casa llegaba uno, se tomaba sus rones con él, se

emborrachaba y como casi siempre la mayoría peleaba con él, le decían

“hijueputa, te crees la verga porque te pesa el puño” y cosas por el estilo, y él,

como si nada, aunque a veces se emputaba y entonces lo amenazaba. “-Vergajo,

te callas o te jodo. Estás hablando mierda!” O como a mí, cuando borracho me

ponía cansón: “Nando, no joda, ya está bueno. Estás repite y repite y repite la

misma maricada”. Y llegaba el orden. A veces lo imponía a la brava. Un bofetón




                                                                               23
y el que estaba jodiendo había recibido la correspondiente dosis de sedante.

Parte sin novedad.



-¿Qué hay de Luchito y Jorge?

-Ahí, la misma vaina. Esos no cambian.

-Y del “loco”, ¿sabes algo?

- Nada, y tú, ¿sabes algo?

-No, ya hace muchos años que no sé de él.



Fue cayendo la tarde. Le propuse que camináramos hasta la estación y allí vimos

el atardecer. Podíamos ver todo el plan hasta Barranquilla, y allá al fondo se veía

el hilito del Río Magdalena. El sol iba cayendo y el cielo tenía unos colores

increíbles. Por un lado era rojizo y por el otro se veía el azul intenso.



-¿Te gusta verlo? –Si, acá me vengo a combatir mis depresiones y cuando me

avisan que hay alguna gente para atender. La gente ha acondicionado una pieza

y allí atiendo. Nadie llega a donde Vene por cuestiones de seguridad. Si alguien

llega a buscarme se sabe que el ambiente está enrarecido porque llegó alguien

extraño o porque hay tropa por ahí.

–O sea, ellos te protegen.

–Claro, además es conveniencia doble. Yo aquí estoy en libertad, tengo

garantizada mi comida, ejerzo mi profesión. Aquí soy médico de verdad. No me

preocupa si mis pacientes tienen o no dinero. Pero si vieras lo agradecidos que



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son. Siempre llegan con algo. Que plátano, que yuca, que malanga, que una

gallina, que cuando matan un cerdo, lo que sea, me dejan una presa, en fin, es

como una especie de trueque. A ellos les conviene que esté aquí porque tienen

un médico a la mano. Acá no llegan los médicos del pueblo. Por ahí le mandé una

carta al director del hospital del pueblo y quedó en mandarme un vacunador y

una enfermera para hacerles citologías a las mujeres.

-Así son las cosas. Es igual que en El Banco. Bueno igual que en toda la zona rural

de Colombia. Los pobres no tienen derecho a la salud.

-Derecho tienen, lo que pasa es que los gobernantes, esos h.p. politiqueros se

chupan la plata, se la roban, y le niegan a la gente la posibilidad de ejercer sus

derechos. Con ese médico director que te cuento, quedamos en que íbamos a

organizar unas brigadas en esta parte de La Sierra, él ponía vacunador,

enfermera y odontólogo y medicinas, y yo le organizaba las brigadas de salud en

las diferentes veredas y yo atendía a los enfermos. Así que como ves, no estoy

acabado. La gente se imagina que uno acá está como en una mazmorra. En una

mazmorra estaría si me hubiera quedado allá y el maldito juez de orden público

me hubiera puesto preso por el ‘delito de rebelión’, por ‘subversivo’.

-Oye, tú sabías que ese juez es abogado porque mi papá cuando era

Representante a la Cámara le consiguió una beca que le permitió estudiar

Derecho en Bogotá. ¿Cómo te parece?

-“Así le paga el diablo a quien bien le sirve.” Si el viejo estuviera vivo le pegaría

su correteada. Pero desafortunadamente se nos murió por el infarto que le

produjo la agresión de que fue objeto.



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-Pero tú sabes que “Dios castiga sin palo y sin rejo”. Ese juez se está acabando

por un cáncer que le diagnosticaron hace como tres meses.

-No lo sabía. ¿Cómo se enteraron?

-La vieja Horte estuvo en una fiesta de una amiga en Barranquilla y allí lo

encontró. La amiga de ella se lo presentó y la vieja Horte, tú sabes cómo es ella

de jodida, le dijo: “Ya conozco al Doctor. Él es abogado porque mi papá le dio

una beca en Bogotá y es el juez que quiere encarcelar a Hernando acusándolo de

ser ‘subversivo’ cuando todo el mundo sabe que él es del Partido Comunista y la

Unión Patriótica”.

-Oye, qué hizo ese man?

-Nada, se puso más pálido de lo que está por el cáncer y tú sabes cómo son esas

fiestas. Unas viejas se acercaron a Horte y le contaron lo del cáncer. A la vieja

hasta lástima le dio, tú sabes, su conmiseración cristiana.



En cuestión de segundos recordé la detención en Aracataca, a donde había ido a

visitar a un colega, al que no encontré, y el instante en que me provocó ir a

Telecom a llamar a la casa, y de pronto llegaron los policías, armas en mano,

¡quietos todos!. Me detuvieron junto a dos señores más, recuerdo las

explicaciones que daba cada uno, los ‘tombos’ empecinados en que éramos

guerrilleros, ya nos metían a los tres en el mismo cuento. Llamaron a la policía

contraguerrilla de Fundación y llegó un teniente de apellido Peña, que parecía

había visto el diablo. Yo estaba tranquilo porque pensé que nos llevarían a

Fundación, el pueblo en donde yo vivía. No presentía lo que venía. Nos



                                                                              26
embarcaron en una toyota y nos llevaron a los tres metidos en el vagón de atrás,

tirados en el piso, y tomaron la carretera hacia Fundación, pero antes de llegar

al puente de Ariguaní torcieron y tomaron la vía a Macaraquilla. Cuando me dí

cuenta, me tensioné y pensé: “Estos malparidos son capaces de matarnos y

dejarnos tirados ahí, o en el mejor de los casos hacernos aparecer como

guerrilleros que los atacaron”. En plena vía, se veían a lado y lado, con la luz de

la luna, sembradíos de palma africana; nos hicieron bajar, nos separaron como

100 metros uno de otro y nos hicieron tender boca abajo en la carretera. Me

colocaron un pié con bota en la nuca, y comenzó el martirio, la tortura. Patadas,

estrujamiento con la bota en la nuca y por consiguiente de la cara contra la

tierra, más patadas, y golpes con la trompetilla del fusil en la cabeza, en la

espalda. Al principio sentí un dolor lancinante. Después de un rato ya no sentía

nada. Sabía que mi organismo había desencadenado toda la cascada del dolor,

pero como mis pensamientos eran siempre positivos, creo que también liberaba

endorfinas. Al rato, no sé cuánto tiempo, escuché un disparo. El policía que me

torturaba -otro me apuntaba desde unos 4 metros- dijo: “Ya matamos al primer

hijueputa guerrillero. Así que habla, güevón, porque o de no te vas a quedar

tirado aquí para que te coman los gallinazos.” Yo lógicamente no les podía decir

nada porque nada sabía. Así continuaron por otro rato, no sé el tiempo. De

pronto siento que el policía está manipulando el revólver. Me dice: “Voy a dejar

una bala en el tambor. Vamos a jugar a la ruleta rusa. Si te toca, te toca,

malparido guerrillero”. Yo le decía realmente asustado, cagado, porque la

verdad es que estaba embolsao, que yo no era guerrillero, que era médico, que



                                                                                27
vivía en Fundación. Ningún argumento importó. El ‘tombo’ me pisaba más duro,

le daba vueltas al tambor del revólver, lo colocaba en mi espalda y ¡clic!. Así lo

repitió una y otra vez. No sé cuantas, perdí la cuenta. Yo seguía diciéndole que

era médico, que vivía en Fundación, que no era guerrillero. Fueron como 5 horas

allí, sufriendo esto. Al final, se cansaron, y decidieron llevarnos a Fundación.

Llegamos al cuartel de la Policía. Allí nos pusieron en el patio, cada uno en un

rincón. El teniente dio la orden a los guardias. –“Mucho ojo con estos hijueputas!

¡Son guerrilleros! Si quieren fugarse dispárenles!”. Miro a los otros y uno de ellos

tiene moretones en los ojos y la boca hinchada. Pienso que el tombo que le tocó

a él era más malparido que el que me tocó a mí. Allí pasamos la noche. A la

mañana siguiente estoy mirando la entrada tratando de ver algún conocido para

que avisara a la casa, cuando de pronto entra un hombre que yo conozco. Entra

como Pedro por su casa. Es el ‘compositor’ que iba a mi consultorio a ‘cantarle la

canción vallenata que le hice’ en más de una ocasión, y después me pedía dinero

para tomarse unos traguitos. Ahí entendí que me tenían montado todo un

aparataje de inteligencia. Claro, ahora entiendo por qué una vez un ‘tombo’ me

preguntó si yo le podría entregar la lista de mis pacientes ‘para ver si había algún

guerrillero’. Lógico que me negué. Sin pensar llamé al tipo: ¡Hey, hey, loco! Soy

yo el Doctor Vanegas. El tipo se sorpendió y me preguntó que qué hacía ahí. Le

conté rápido la vaina y le pedí que avisara a mi casa. No tenía esperanzas que lo

hiciera pero lo hice. Como a los 45 minutos comenzaron a llegar mis familiares,

suegro, primos, amigos. En fin, todos los buenos amigos de Fundación.




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-“Oye, nandito, te elevaste. ¿En que estabas pensando? ¿En los amores idos o en

los secretos de la madre-selva?

                                                 -No,   digo,    sí.    Me   estaba

                                                 acordando de la detención en

                                                Aracataca.       Todavía      tengo

                                               pesadillas con esa vaina. Ya se

                                               hace de noche, vamos para la

                                              casa.



                                             Cogimos    el camino.       Saqué dos

                                            linternas   de      la     mochila,   la

                                            inseparable mochila arhuaca que

llevaba siempre colgando de mis hombros. Allí llevaba linternas, una grande para

alumbrar el camino y la Maglite pequeña que uso para mirar la garganta de los

pacientes. Tensiómetro y fonendoscopio. Y un lapicero. Mis armas. Las armas con

las que me defendía de la sentencia de muerte que me profirió un capitán de la

Policía en la comandancia de la Policía en Santa Marta. “Malparido, hijueputa

guerrillero –me gritó, rojo de la ira y la mano en la pistola- algún día te voy a

meter un tiro en la cabeza!” En la Sierra vivía relativamente seguro. Llegamos a

la casa y nos sentamos en la cocina para calentarnos. Estaba haciendo frío, en la

tarde era agradable, en la noche era más intenso. Le dije a Jose, ¿nos tomamos

unos rones antes de comer?




                                                                                  29
-Bueno, así vamos calentando motores.



Entro al cuarto y saco una botella. Le digo a Vene y al viejo Rafael que ya llegó

con dos de sus hijos mayores: -Viejo Rafa, te presento a mi hermano! Después

del acto protocolario, los invito a que nos tomemos un trago.



-Esto hay que festejarlo, tengo más de tres años de no verlo!



Abro la botella, servimos en unas copitas y cada uno hace un brindis. Apuramos

el trago y siento que va bajando caliente por mi esófago calentando todo mi ser.

Comienzo a mamar gallo.



-Viejo Rafa, Vene –les digo riéndome- hoy vamos a bailar todos. Hoy tengo que

aprender cómo bailan los arhuacos! –y le guiño un ojo a Jose.

Vene me responde que “bueno, pero para eso tiene que emborrachar al viejo

este. Él no baila si no se emborracha. Así que prepárate…



Bromas van, bromas vienen. Cuentos van, cuentos vienen. Le pregunto a Jose si

se acuerda de la limpia que nos dio el viejo José cuando le robó los 15 centavos

de los vueltos. Me dice que sí. Le digo que yo entendí por la seña que me hizo

que le dijera a mi papá que yo lo había escondido entre los potes del aceite del

carro. Ahí lo dejó descansar el viejo a él de la cueriza que le estaba dando y me

agarró a mí. Un correazo me pegó en la boca, me la rompió y en seguida se me



                                                                              30
hinchó. Comencé a correr y me salí para la casa de mi abuelita Octaviana Ortiz,

en donde nosotros vivíamos. Más tragos. Llevamos 5 botellas, pero es que somos

ya 8, y según me dijo Rafael algunos de los milicianos se van a acercar, están

prestando guardia en los caminos y cuando cada uno haya prestado su turno se

vienen para acá. Joselito me pregunta con un gesto “¿cómo es la cosa?” Le

comento que hay milicianos que controlan caminos y carreteras, que hacen

guardia y cosas por estilo, pero que están controlando que no haya presencia de

ejército o policía sin ser detectados. “¿Es la guerrilla?” Le digo que no, son

milicianos. La guerrilla va de uniforme y tienen una estructura más rígida, más

disciplinada. Comencé a poner canciones que nos gustaban. “Mi hermano y yo”

de los Zuleta. “El romancero” de Diomedes. Canciones de los Betos, parranderas,

como esa que dice: “Cristian Barnard hágame el favor, cámbieme el corazón, por

uno que sea más fuerte, lo quiero bien indolente, para no volver a quererte, ni

acordarme de tu amor.” También ‘Mercedes’, ‘La tijera’, del Doble Poder:

Ismael Rudas y Daniel Celedón Orsini. Y claro, las de nuestra niñez: “Corazón de

acero”, “ojos indios”, “Ay, Elena” y todas las de Alfredo

Gutiérrez, el mejor acordeonero de todos los tiempos. El

verdadero rey de reyes así no les guste a los vallenatos pendejos

esos que han convertido el Festival Vallenato en una mafia. Después de unas

horas ya siento hambre y le digo a Jose si quiere comer. La vieja Vene nos sirve

otra vez sancocho de gallina, pero la gallina la ha guisado al estilo cachaco. La

sacan de la sopa y la guisan en un picadillo de cebolla y tomate que le da un

sabor agradabilísimo. Eso se lo cuento a Jose. Nos acordamos de las parrandas en



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‘El Yucal’, haciendo sancochos de gallina de ‘Purina’, que la vieja Carmen se

robaba la mitad de las presas; le pregunto por los primos Torres, Lucho, Cheo,

Ricardo (ya sé que murió de una cetoacidosis diabética); le pregunto por ‘el

Feo’, el buen amigo que nos aguantaba las bebetas en su estadero y hasta nos

fiaba y daba desayuno en su casa, o almuerzo, o comida, dependiendo de la

hora. Comemos y después seguimos oyendo música. Le pregunto por Reyes y

‘Calamidad’. “–Ahí están”. Joselito me pregunta por la música guerrillera.

Entonces ponemos las canciones de Lucas Iguarán y Julián Conrado. Escuchamos

varias y de las que más le gustaron fueron “Mensaje Fariano” de Julián y

“Guerrilleras” de Lucas. Le cuento que uno es sabanero y el otro guajiro. Que

son dos estilos diferentes. Uno de voz ronca y el otro un cantor vallenato típico.

Ya la fiesta se ha armado. Los muchachos bailan con dos de las hijas de Vene, y

con dos muchachas más que fueron a buscar a la casa del vecino que queda como

a 20 minutos. La rumba como que ya la tenían programada los hijos de Rafa.



-¿Tú los conoces, a los cantantes?

-Sí, una vez me invitó Adán Izquierdo a una fiesta de fin de año y allí los conocí.

Hice llavería con ellos y parrandeamos sabroso. Hubo baile, ron, comida. Mejor

dicho como los fines de año cuando las mejores épocas de la vieja Octa.

-¿Y qué con las guerrilleras? ¿Te cogiste alguna?




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-Nada, marica. Esas viejas son más jodidas pa’darselo a un civil. Creo que son

normas internas que tienen respecto a eso. Porque imagínate que un civil fuera

el amante de una guerrillera. Eso sería peligroso porque así le pueden meter un

‘embuchao’, un infiltrado. Hay una anécdota chévere aquí en el pueblo. Hicieron

una vez fiesta e invitaron a unos guerrilleros que estaban por ahí. En la noche

llegaron y comenzaron a bailar. Había tres guerrilleras lindísimas. Un mancito

que se las daba de ‘Don Juan’ comenzó a apretar a una de esas muchachas y

cuando terminó la pieza la hembrita se rodó en el cinturón unas granadas que

tenía atrás y se las puso en la parte de adelante. Apenas el hombre vio esa vaina

se pegó la cagada del siglo y bailaba bien separado, cagado y preocupado de no

tocar las granadas.

-Ja, ja! Si estaba parao a ese no se le paró por muchos días.

-Claro! Lo que pasa es que la gente le tiene un miedo del putas a esas granadas.

Va llegando la madrugada. Más de uno está ‘alicorado’. Jose y yo nos reímos,

recordando viejos tiempos, parrandas, amanecidas… Jose vuelve a la carga,

parece preocupado por algo.

-Oye, y ¿cómo haces cuando estás arrecho?

-Bueno, eso no es problema. Hay unas muchachas por ahí que me ayudan a

resolver ese problema. Hay campesinas muy bonitas. Una que otra se enamora de

mí y bueno yo creo que en mayor o menor medida le correspondo y tenemos

relaciones. Lo que si evito es relaciones con viejas casadas porque eso es un

peligro. Imagínate a estos cachacos antioqueños, tolimenses, santandereanos,

emputados conmigo y dándome machete. No, no. No joda, yo le tengo más



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miedo a una herida por machete que por un tiro. Yo nunca me he varado en

cuestiones de amor.

-La verdad es que yo quería hablarte de Natalí. Esa vieja te está pegando cacho

con un hermano del Ña. Un día lo ví salir a las 6 de la mañana, bien bañado y

peinado, de la casa que le pagas a ella.

-¿Eso es lo que te preocupa tanto? ¿Por eso diste tanto rodeo? Eso era de esperar.

Ya alguien me había tirado el chisme. Incluso me dijeron que se había mamado

toda la plata que dejé y que venía a veces acá para que le diera más plata. Yo de

güevón le pelaba la cara a Adán para que me regalara algo de billete pa’la

‘pobrecita’! Pero tranquilo, esa relación murió cuando en la cárcel me dí cuenta

de muchas cosas que no valen la pena recordar. Eso es clavo pasao! Tranquilo

viene de tranca. Vamos por otra botella!



La ‘parranda’ la siguieron hasta el amanecer. Jose y yo nos fuimos a dormir a una

casita situada unos 1000 metros de la de Vene. Así estábamos fuera de la bulla.

Como a las 7:30 de la mañana apareció Gigio –un hijo de Vene- con una olla con

humeante café. Nos lavamos la boca y nos tomamos el tinto. Gigio nos dice que

la gente está desayunando allá, que si quiere nos trae el desayuno. Miro a Jose.

Él se encoge de hombros. Está bien –le digo. El frío se siente en el ambiente. Acá

no tenemos la protección del calor del fogón. Entonces toca ponerse chaqueta.

Como a la hora regresa Gigio con el desayuno. Arepa, huevo revuelto, yuca,

plátano, y queso. En una calabaza lleva el café con leche. Delicioso. Leche fresca

de una vaquita que tiene Rafael. Nos damos tiempo y comemos degustando.



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Intercalando frases y comentarios. “-¿Te acuerdas de los bollos limpios de El

Banco?”. –Claro, por eso te decían ‘Joselito, el come bollo’. –“¿O las arepas

ocañeras de la vieja María?” –Claro. Y las mondongadas de las 4 de la mañana en

el mercado para irnos a dormir después de la parranda. Y la abuela echándonos

lengua: “Bandidos, sinvergüenzas, miren la hora en que llegan a dormir. Si eso es

ahora, ¿cómo serán cuando tengan 30 años?”. Nos reimos y siento cuántas cosas

nos han arrebatado. No sé si la situación la logren arreglar los abogados. Pero

con la ‘Justicia sin Rostro’ y los militares y sus ‘paracos’ la cosa no se vé clara.

Después de desayunar ya nos sentimos con fuerzas de subir la loma. Comenzamos

a caminar. Llegamos a la casa en silencio, seseando por el esfuerzo. Cogemos

aire. Vene en la cocina.



-Buenos días!, dijo el tuerto cuando se puyó el ojo sano –digo en broma.

-Buenos días a El Salvador –me dice Vene.- Buenos dias Don José.

-Joselito, Joselito –responde éste- Buenos días Vene. Y, ¿los demás? ¿Durmiendo?

-¿Cómo durmieron? –pregunta Vene.

-Bien, como reyes –responde Joselito.

Al rato sentimos que llegaban unos caballos. Vene se asoma y me dice que ‘son

los muchachos!’ Son tres. Entran a la cocina. Me saludan.

-Camarada médico, dice el Comandante que si puede acompañarlo un rato con su

hermano.

Miro a Jose y le digo silenciosamente que no hay ningún problema.




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-Vene, nos dañaron el sancocho de cabeza de marrano. Será para la próxima,

está bien?



Al salir vemos que hay 3 caballos. Me dicen que dos son para nosotros y el otro

para Milo que nos guiará hasta donde está el Comandante. Nos montamos y en el

camino le explico que Adán Izquierdo debe estar cerca, máximo a una hora, que

no se preocupe, que va a conocer a la guerrilla de verdad. Cabalgamos y antes de

la hora llegamos. Cuando estamos apeándonos del caballo, sale Adán con su

amplia sonrisa de caribeño. Su rostro manifiesta alegría. Me abraza y repregunta

que cómo pasamos la noche. Le digo que bien, que la gente amaneció pero que

nosotros nos acostamos como a las tres. Mamándome gallo me dice que se

imagina que nos trasnochamos sólo hablando. Le digo: -No que vá! Siempre nos

tomamos unos traguitos bien sabrosos recordando viejas épocas. Le presento a

Joselito, le da la mano y luego lo abraza. Le dice:

-El Salvador me ha hablado mucho de ti. Tenía ganas de conocerte.

-Para mí es una sorpresa. No esperaba encontrarme con la guerrilla.

-Entiendo –dice Adán mirándolo fijamente- En la Sierra no es extraño encontrarse

con la guerrilla. A veces la puedes ver de uniforme como nosotros, pero a veces

no sabes diferenciarla de las gentes de la región. Además ten en cuenta que con

‘El Salvador’ nos conocemos desde que estudiábamos bachillerato en el Liceo

Celedón.

-Ah! –dice Joselito- Ahora ya entiendo la confianza que le tienen. Si son viejos

conocidos.



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-Sí, claro –dice Adán- Además ya sabíamos que habías llegado. Aunque el médico

no nos hubiera contado, ayer apenas llegaste nos enteramos que venía visita para

él. Pero, sigan, sigan. No nos quedemos ahí.



Entramos a su ‘caleta’. Era espaciosa, y tenía como muebles una mesa larga, y

un banco, también largo, hecho de madera del lugar. En la mesa estaba una

computadora. Algunos radios de comunicación. Uno de onda larga y otros boqui-

toqui. También había varios libros. Al otro lado estaba la cama, también de

madera, con helechos encima. Nos sentamos y nos dijo: “-Bueno, ya son casi la

uno. Se toman un aperitivo?”. –Claro, ni más faltaba –le respondí. Sacó una

botella de piña colada y nos sirvió en unos vasos. Comenzamos a charlar. Adán

estaba muy interesado en saber cómo andaban las cosas en Santa Marta. Mi

hermano le contó según su parecer. Intercambiamos ideas sobre el proceso de

paramilitarización de Santa Marta. Es a sangre y fuego y es apoyado por los

militares y la policía. Hernán Giraldo se pasea como ‘Pedro por su casa’. Al que

se les oponga lo matan. Están matando 2 ó 3 personas al día. Se apoderaron del

mercado público y desde los graneros se han apropiado de todas las tiendas de

los barrios. Tienen una oficina, a la que todos los comerciantes y empresarios van

a pagar ‘el servicio’, como el servicio público de agua o luz o teléfono. Hablamos

de la participación de los políticos. Joselito pensaba que todos, excepto Juan

Carlos Vives, estaban comprometidos. Adán y yo le dijimos que todos estaban

implicados. Ninguno hacía campaña si no lo avalaba el jefe paraco. Que los

dineros del narcotráfico habían servido para fortalecer el proyecto. La charla



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poco a poco fue derivando hacia aspectos de curiosidad de Joselito. ¿Que cómo

nos financiamos? –De los aportes de amigos, de los impuestos que les cobramos a

ciertos ganaderos y terratenientes, en fin, de muchas fuentes –dice Adán. -¿Y las

relaciones con los narcos? –Ah, te cuento que este Frente, el 19 de las FARC-EP,

nació precisamente en lucha contra los narcotraficantes que venían con sus

bandas a robar a los campesinos que cultivaban la marihuana, por allá en los

años 70-80 –le aclara Adán. Preguntas y preguntas. Respuestas y más respuestas.

Precisas. Adán le dice que por qué no ingresa (a modo de broma). Joselito le dice

que él no tiene la disciplina para esta vida y sería más bien un problema. Adán

suelta la carcajada y le dice: ‘Ustedes están cortados por la misma tijera.

Pareciera que se hubieran puesto de acuerdo para darme las mismas respuestas.

El Salvador siempre me dice lo mismo. Pero bueno, dicen que es mejor un buen

amigo que un mal militante’. Ahora Joselito se la desquita. ‘Oye, Adán, uno allá

en la ciudad tiene la idea de que la guerrilla todo el día está emboscada en el

monte esperando que entre el ejército o la policía para matarlos.” Adán se ríe y

entiende la mamadera’e’gallo y replica que “mucha gente cree eso de veras.

Como el cuento ese de que los comunistas comen niños, o que los ‘doctores’ no

pueden ser negros”. Son mitos producto de la ignorancia de la vivencia de los

guerrilleros. Almorzamos carne asada con yuca, después nos tomamos un café, y

llegó la hora de la partida. Abrazos y recomendaciones mutuas de ‘cuídate

mucho’. Nuevamente los caballos nos llevan, van galopando briosos, como

nerviosos, pero es quizá el deseo de llegar a comer buen pasto. En el camino voy

de último y quiero llenarme del recuerdo de mi hermano montado en el caballo.



                                                                              38
Me impregno todo de esa imagen. Lo veo y siento que la vida me haya llevado por

caminos diferentes a los suyos. Vamos silenciosos. Cada uno rumiando sus

pensamientos y sentimientos. Llegamos donde Vene y recogemos el maletín de

Jose. Vamos caminando hasta la estación. Allí ya está el carro que lo llevará de

regreso. Hablo con el chofer. La cosa está quieta allá abajo. Le recomiendo que

lo lleve hasta Ciénaga y allí lo embarque en un bus para Santa Marta. Que no lo

deje solo hasta que vaya en el bus. Llegó el momento de la despedida. Siento un

nudo en la garganta y ganas de llorar pero me aguanto. Cuando nos abrazamos y

besamos en la despedida me dijo: “-Si me matan, acuérdate de mí!” Yo, con los

ojos inundados por las lágrimas –porque yo soy un llorón- le dije: -Más bien eso te

lo digo yo. Hay más probabilidades de que me maten primero a mí antes de que

tú te mueras.

El carro arrancó y lo seguí con la mirada hasta la primera curva. En ella lo perdí

de vista…




                                                                                39
Así no se mata un hombre




Los vecinos dicen que escucharon de pronto un rafagazo. Tra ta ta ta ta ta ta!

Tra ta ta ta ta ta ta! El tiempo pareciera que hubiera suspendido su transcurrir.

El profesor Santander que pasaba por allí lo vio todo. Eran dos. Uno que disparó.

El otro lo esperaba allí mismo a la vuelta de la esquina en una bicicleta. Salieron

montados los dos en la bicicleta hacia los lados del Peaje. Hubieron otros que los

vieron, pero ninguno se atrevió a decir nada. Solo sabemos que Santander vio

porque alguien lo vio a él pasar cuando sonaron los tiros. Un ‘bolitero’ que se

apostaba en el billar de enfrente había desaparecido como por encanto.




                                                                                40
Pasado el primer momento de desconcierto, siguió un silencio profundo, pesado.

Que se tomó todo el ambiente. Que como un manto acabó con todos los demás

sonidos. Que paró el latir de los corazones de los vecinos. Que dejó en blanco las

mentes. Nadie alcanzaba a dimensionar la tragedia. Todos sabían que había sido

una tragedia, pero nadie, ninguno o ninguna, pensó que sería así. Alguien se

asomó y gritó:



-Mataron a Joselitoooo!



Todos los vecinos comenzaron a salir. La vieja Tere, la ‘chismosa’ del barrio,

como le decíamos cariñosamente, salió corriendo secándose las manos en el

delantal. ¡Nooo, noooo, no es posible. Dios Mío! –gritó. Ella quería a Joselito

como un hijo. Cada día salía de su casa, pasaba por la Farmacia y le decía:

“Jose, supiste lo que pasó anoche en…” Y así repasaban los últimos sucesos de la

barriada.   ‘Chismoseaban’,   les   decíamos   nosotros.   Ese   grito   desgarrado

estremeció el alma de los que estaban saliendo de sus casas. Había salido de lo

profundo de su ser, como de alguien a quien hubieran matado a su hijo. El grito

se escuchó hasta en la casa de Joselito, y claro, los disparos también. Salieron

corriendo. Todos se atropellaron en la puerta, ansiosos, desesperados. Corrieron

los 40 metros que separaba la casa de la Farmacia, en medio la Avenida. Ya se

habían agolpado algunos vecinos. La escena era impresionante, enmudecedora.

Joselito estaba tendido en el piso en medio de un charco de sangre, de lado. Su

cuerpo había sido impactado por 14 balazos de 9mm, de Ingram. El sicario llegó y



                                                                                41
le pidió unas pastillas, Joselito lo miró y se dio vuelta para buscar el remedio,

pero el sexto sentido hizo que volteara la cabeza para mirar a su asesino. Ya éste

había sacado la Ingram del maletín que llevaba a medio abrir. Y lo rafagueó.

Joselito intentó protegerse con la mano derecha, o quizá intentó agarrar el arma

asesina en mano del asesino. El rafagazo lo impacto todo el cuerpo, de abajo

hacia arriba, y le comprometió abdómen, tórax, cuello, cara y cráneo. La muerte

fue instantánea. Tocó todos los órganos vitales. Grandes vasos de abdómen,

corazón y aorta, cara y cerebro. Su mano derecha también recibió balazos. Su

vida fue arrancada de un tajo, en cuestión de dos segundos, o tres, o diez, que

duró el rafagazo. Que había sido decidido por una mente enferma. Ejecutado por

mentes enfermas, como la de los que dispararon. Sus asesinos, los que

dispararon, pertenecían a la banda de los ‘Morrocoyos’, cuyos jefes vivían en el

barrio La Bolivariana, que queda detrás de la Farmacia. A su vez, los jefes

respondían al jefe narco-paramilitar Hernán Giraldo. Y él a su vez recibía

órdenes de los militares y la policía. Dicen que en esta ocasión se saltaron el

conducto regular y al jefe de los ‘Morrocoyos’ le dio directamente la orden el

jefe de inteligencia del batallón Córdoba.



Después llegó Hortensia, como a la hora. Llegaron ‘las autoridades’ a practicar el

levantamiento del cadáver. Su traslado a medicina legal, la autopsia, la espera

por el cadáver. La llegada de la Funeraria, el cajón, el dolor, el velorio. La

llegada de los que de verdad lo sintieron. Quizá la insania de alguno de los

asesinos, o sus amigos, para verificar el ‘éxito’ de la operación de exterminio.



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Pero allí comenzó a rondar una energía invisible. Era el dolor que se

manifestaba, que llenaba los rincones de su casa, que salía de las células de sus

hermanos, de su mujer, de sus hijos e hijas. Ese dolor sublimado, impotente,

acusador. Todos sabíamos quiénes lo habían matado y quiénes habían dado la

orden. Pero no se movió ninguna mano para tomar justicia por propia mano. La

justicia se la dejamos a Dios. Dolor sublimado, interiorizado y exteriorizado,

internalizado. Dolor por una muerte absurda, innecesaria, injusta. Dolor por una

vida a los 53 años segada por la decisión de una mente enferma que vive de la

carroña de la guerra. Que vive como ave de carroña, como gallinazos, y se rodea

de aves de carroña. Siempre, por siempre y para siempre serán ellos carroña.



Con el asesinato de Joselito acabaron la vida de su familia. Acabaron con la vida

de una zona en donde se vivía el amor, la solidaridad, la familiaridad, la

vecindad. Todos recordaban después que Joselito siempre era la persona que

tenía tiempo para escucharlos cuando tenían problemas, los aconsejaba, les daba

amor. Otros recuerdan que cuando andaban afanados por dinero, Joselito les

prestaba lo que tenía y a veces se endeudaba para ayudar a un amigo. “Si él me

pide prestado, yo le presto lo que tenga. A él nadie más le va a prestar, en

cambio a mí me pueden prestar quién sabe cuántos amigos”, decía. Otros

recuerdan que él les escuchaba los cuentos de sus amoríos y les decía “con esa

hembra no te metas, que te puede traer problemas”. Otro recordó que Joselito

fue el sostén solidario cuando tuvo problemas con una bandita de malandros y él

frenteó a los manes y les dijo, “Eche, locos, dejen a ese man quieto porque él es



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buena gente. Si lo siguen jodiendo van a tener problemas con todo el barrio”, y

los malandrines se aquietaron. Igual hacía en las parrandas, invitaba a los que

podía. Claro que a veces se emputaba y más de uno probó la contundencia de sus

puños. Pero después de la pelea, les decía “No joda, esto no está bien. ¿Para qué

peleamos? Mejor vamos a beber ron”, y se iban de parranda.



¿Quién, que mente enferma pudo haber mandado asesinar a Joselito? Ahora lo

sabemos. Los que lo ejecutaron son delincuentes, malandros, asesinos,

drogadictos. Eso lo sabemos. Después del asesinato pasaron por el retén,

siguieron por el Yucal y allí, en la casa de Pacheco, se pusieron a festejar ‘el

éxito’ de la acción criminal, con el resto de la banda. Hubo ron, hubo cerveza,

hubo perico y también pastillas. Festejaban los asesinos el haber matado a un

hombre bueno, a un ser amoroso.



                                      A    Joselito   le   habían    hecho     la

                                     ‘inteligencia’. Sabían que casi siempre

                                    estaba solo en la Farmacia. Sabían que

                                   siempre estaba desarmado. Sabían que sólo a

                                  la hora del almuerzo estaba acompañado y a

                                veces a las 4 iba la vieja Hortensia para estar

                               con él, y después cuando cerraba se iban para su

                              casa a tomar tinto y a hablar. O las más de las

                              veces llegaba directamente a la casa y allí lo



                                                                              44
esperaba. Era una rutina conocida y detallada por el ‘bolitero’ que desde tres

meses antes se había apostado en la acera del billar de enfrente. Así que los

asesinos, los ‘valientes’, sabían que iban sobre seguro para masacrar un hombre

cuya única protección contra las balas era su sinceridad, su don de gentes, su

honradez. Un hombre, desarmado, que decía las cosas de frente, sencillamente,

sin rodeos ni florituras ni poses. Un hombre que nunca había sido de izquierda, ni

sindicalista, ni antigobiernista. Joselito era liberal, militaba en el grupo político

de Juan Carlos Vives, y en una ocasión por allá en 1982 aspiró al Concejo de

Santa Marta porque nuestro padre lo metió en el embeleco y lo hizo ubicar como

suplente de una miembro de una lista de Miguel Pinedo. Después de ese ‘lapsus’

como lo llamaba él, regresó a las filas de Juan Carlos. No tenía más dinero que el

que se ganaba con su salario de administrador-aseador-dependiente de la

Farmacia de la hermana. Una Farmacia que ella sostenía para sostenerle a él un

trabajo. Una Farmacia que después de la muerte de Joselito llegaron unos

‘paracos’ con la pretensión de comprársela porque el ‘lugar era estratégico’.



De un tajo acabaron con los sueños de sus hijos de terminar sus estudios.

Quitaron de unos balazos la presencia entrañable de un ser entrañable para sus

hijos. Para sus hermanos. Para sus vecinos. Para mí. Sólo los cobardes actúan de

manera cobarde. Los cobardes tienen que saber que a un hombre no se le mata

así, a mansalva, sin oportunidad de defensa, arteramente. Los cobardes que

tiemblan cuando un hombre de verdad los enfrenta, aún sin armas. Como los

enfrentó Joselito. Como los enfrentan otros. Esos cobardes van recibiendo su



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merecido. Los sicarios fueron asesinados por sus propios compañeros. La banda

desarticulada por sus propios protectores y manejadores. Los jefes presos por

uno de los cientos de asesinatos, hoy purgan cárcel, pero cuando los necesiten de

nuevo los sacan y los reutilizan.



Su entierro fue multitudinario. Fue todo el barrio. Llegaron amigos de Santa

Marta. Llegaron los familiares de El Banco. Llegaron amigos del pueblo. Estaban

también los ‘paracos’, diseminados en sitios estratégicos, tratando de hacer

pasar desapercibida su ostensible y abominable presencia. “Quizá esperaban que

tú o Joche fueran entierro para asesinarlos”, me dijo un amigo. Donaldo, su

amigo de politicar en el grupo de Juan Carlos, hizo un discurso dolido,

encendido, acusador, exigiendo castigo por el asesinato. Pero los amigos

prudentes, adictos a la prudencia, le impidieron que lo dijera en el cementerio.

La prudencia mataba el sentir de quien no podía sentir corpóreamente. “Las

cosas hay que decirlas de frente, en el momento preciso”, era una de sus

sentencias preferidas. Sólo habló Luchito. Nadie sabe de dónde sacó fuerzas.

Nadie sabe de dónde sacó las palabras que dijo. Él era uno de los que más perdía

con la muerte de Joselito. Era el hermano que lo comprendía por encima de todo

y de todos. Lo enterraron al lado de sus primos, los amigos que se fueron antes.

Juan José, muerto tras una absurda caída desde el carro, un día de parranda de

los tres. Ricardo Torres, que cayó fulminado por una cetoacidosis diabética. Y

ahora Joselito, que sólo cede su vitalidad ante el ataque artero de unos asesinos

cobardes y viles.



                                                                              46
¿Y el que dio la orden? No lo sé, nunca lo he querido saber. Seguramente

disfrutando del merecido ascenso por la encomiable labor cumplida al frente de

la Inteligencia del Batallón Córdoba de Santa Marta. Algún día aprenderá, si es

que no lo ha hecho, que así no se mata un hombre inocente.




                                                                            47
Las mariposas de mi Sierra



Las mariposas de la Sierra vuelan por cientos. Por millares. Levantan vuelo y

pareciera que se extiende una alfombra multicolor por todo el campo. A veces

las veo aterrizar en miles y cubrir con sus colores la tierra. Otras veces las veo

volar solitarias, cargadas de solitariedad, como en una errática búsqueda. Pero

esa apariencia es falsa. Siempre saben a donde van. Danzando. Cursando el aire

con su aleteo parsimonioso. Que produce fluctuaciones. Dicen que el aleteo de

una mariposa en el Amazonas provoca una tempestad en Texas. También que las

certidumbres han caído. Vivimos en completa incertidumbre. Permanentemente

inciertos. No sabemos que pasará en el segundo siguiente de nuestra vida. Así es

la vida. Así de sencilla. Así de compleja. Así de sencilla y compleja. Así la

debemos encarar. Volando, danzando, erráticamente, de un lado a otro, como

sin rumbo fijo. A veces solos, a veces acompañados. A veces solos estando

acompañados. A veces acompañados estando solos. Como las mariposas. Las veo

y me extasío. Son hermosas. Realmente bellas. Son miles. Diferentes. La más

conocida es la mariposa amarilla de Mauricio Babilonia. Que se ven por miles en

los campos de Aracataca y toda la zona bananera. Y hasta le sacaron una

canción. Pero hay otras. Las azules. Las verdes. Las del 88. Todas tienen por

característica que son mariposas. Que vuelan. Que danzan cumbias y porros y

fandangos en el aire. Que me miran y no se ariscan. Como si supieran que soy un



                                                                               48
amigo. Más que amigo, un admirador. Que no desea embalsamarlas y pegarlas a

una pared. Que las quiere seguir viendo vivas. Viviendo. Sintiendo el frescor del

aire de la Sierra. Sintiendo su rumbo alterado por una corriente de aire mayor

que sus fuerzas, que su aleteo. Pero que al final sabe que remontará esa

corriente y seguirá su curso. Un curso dictado por la incertidumbre de la danza.

Eso es. Eso es la danza. Danzar es seguir la plasticidad dictada por la

incertidumbre. Danzar no es dar un, dos, tres… un, dos, tres. No eso no es danza.

Eso es baile. Eso es repetición mecánica de un movimiento. Danza es creatividad,

es pulsión, es sentimiento. Y es incertidumbre. No es repetir el movimiento. Es

crear en cada movimiento. Es sentir la incertidumbre del siguiente paso. O del

siguiente aleteo. Que no es el mismo aleteo anterior. O el mismo paso anterior

así parezca el mismo. Porque el pié no es el mismo, ni su posición, ni la tensión

de los músculos. Así el aleteo no es el mismo así parezca el mismo. Parecen

iguales. No son idénticos. Cada uno es diferente del anterior y del siguiente.

Cada aleteo es creación. Es conocimiento interior. Visión de las verdaderas

fuerzas. De la propia capacidad para crear, para improvisar. Para dejar huellas.

Huellas del danzante. Huellas de manos. Del que surca el aire. Del volador. De la

que al saberse capaz emprende el camino. De la danza, de la creación. Que no

será en línea recta. Que no estará exento de errores y malos pasos. Que estará

cargado de rectificaciones. De arrepentimientos cuando las fuerzas fallen.

Cuando llegues al límite. Cuando crees que no puedes más. Allí verás a las

mariposas volar danzando en tu cerebro. Creando nuevas fluctuaciones.

Buscando nuevas posibilidades. Vislumbrando nuevos caminos, nuevos derroteros.



                                                                              49
Danzando en espiral. Nunca podrás volar en línea recta. Jamás. Como la

mariposa que nunca vuela en línea recta. Así lo hacen los aviones. Pero los

                           aviones son mecánicos, no tienen vida. Por lo menos

                           no vida vivida. Las mariposas tienen vida. Viven la

                           vida de la danza en el aire. Viven la vida creando

                           vida. O danza. Viven en vuelo permanente. Desde que

nacen hasta que mueren. Sólo descansan a intervalos y en las noches. Para seguir

danzando en su vuelo. Para seguir superando los obstáculos, los malos aires, las

borrascas. Para con su aleteo provocar la tormenta en Texas. O en París. O

Londres. Cada una por sí sola. Cada una junto a miles más que cada una crea su

propia fluctuación. Que abre nueva posibilidad. Que abre posibilidades de vida.

De vivir la vida viviéndola. Sintiéndola. Luchándola. Como dijo Jaime Pardo.

Como siempre la hemos vivido. Danzando, volando, creando. Así sea con los

sueños. Dicen que a los hombres y mujeres que hay que temerles son a los que

sueñan sus sueños despiertos. Pero yo sueño dormido y sueño despierto. Son mis

mismos sueños. A mí nadie debería temerme. Y sin embargo persiguen mi volar.

Volar. Danzar. Crear. Sin certidumbres que aten mi vuelo. Que impidan mi sueño.

Que paren mi danzar. Que eviten mi crear. Soy libre en mis sueños. Soy libre al

danzar. Soy libre al crear. Soy libre al danzar con mis maripositas de mi Sierra

Nevada. Soy el más libre de los libres. Al que nada le impide vivir su libertad.

Que es su danza. Su vuelo. Sus sueños. Soy creador de mis propios sueños. Soy

creador de mi propia danza. Soy dueño de mis acciones. Soy constructor de mi

futuro. Soy libre y dueño de mi vida. Así otros quieran arrebatármela. Quitármela



                                                                              50
para que no pueda volar, soñar, danzar. Así nos la quieren quitar a todos los que

volamos y danzamos. Como se la quitaron a Jaime Pardo. Y a miles más. Pero sus

sueños siguen danzando con cada vuelo nuestro. Con cada aleteo de las

mariposas se recrean los sueños de los que les impidieron seguir volando para en

la danza construir el mundo que soñaron. Ellas siguen volando y algunas nacen y

mueren. Pero vuelven a nacer muchas más y siguen volando nuevos vuelos.

Siguen danzando nuevas danzas. Siguen soñando nuevos sueños. Y al mismo

tiempo vuelan, danzan, sueñan y recrean los mismos sueños de los que dejaron

de soñar. Su sueño sigue danzando, volando, en el espíritu universal. En el

espíritu del amor universal. Del que nos impregnamos todos al momento de

nacer. El que celosamente guarda la madre-selva. Desde los tiempos de los

tiempos. Que ella cuida celosamente y amamanta como a un hijo. Que crece

cada día. Que cada día es dado a las nuevas criaturas que nacen. Que navegan en

piraguas. Como dice José Benito. Que de pronto salen volando como mariposas.

Como la azulada. Como la verde. Como la multicolor. Como la tornasolada. Como

la   amada.     Mariposas   que   viven

danzando la danza de la vida. Creando

con su danza la nueva vida. La vida que

todos soñamos. Que entre todos hemos

soñado.   Que    necesitamos   construir

entre todos los sueños. Que creamos en

cada danza. En cada vuelo. En cada palpitar del corazón. En cada beso que




                                                                              51
damos a los que amamos. En cada mirada amorosa que posamos en los demás. En

cada fluctuación que creamos para provocar la tormenta.




               Vuela, vé y díselo



               He visto volar

               las mariposas más hermosas

               de mi tierra,

               mariposas amarillas danzan orgullosas

               en los arroyuelos / de mi Sierra,

               como pidiéndole al cielo

               Paz y clemencia,

               como yo he implorado

               que tu ausencia

               no se prolongue demasiado…



               Y la bella tornasolada

               que con su revolotear

               va describiendo mi andar

               en la montaña verde, verde,

               en la búsqueda del que nada pierde

               y por el contrario todo ha de ganar…



                                                                         52
Oh!, mariposa azul, negro y rojo,

la del noventa y ocho / en tus alas

vuela, vé y decíselo…

dile que…

todas las noches trasnocho

pensando en su amor sincero.



Decíle que mi amor

es cada vez más firme,

que tendría que morirme

para dejar de amarla.



Mariposas, maripositas…

bellezas de mi Sierra…

Mariposita blanca y pequeñita,

símbolo de pureza,

díle que aún después de muerto

la seguiría amando

porque ella es mi puerto

después de cruel naufragio.



                                      53
Mariposita

Vuela, vé y díselo…




                      54
Un tiempo de mierda


                                                        ¿Quién    podría   escribir

                                                        sobre    este   tiempo   de

                                                        mierda?    Un    vago,   un

                                                        desesperanzado.          Un

                                                        escéptico o un luchador.




Porque la vida diaria estaba salpicada de mierda. Una mierda defecada por

cerdos asesinos que iban cercenando vidas por donde pasaban. Américo sentía

náuseas. Estaba asqueado hasta lo más profundo de su ser. Y eso que él se

preciaba de que nada lo alteraba, que había visto tanto y tantas cosas en su vida

que ya nada le espantaba. Primero sintió sorpresa. Después sobrevino un infinito

sobrecogimiento. Se enroscó en sí mismo tratando de comprender lo que sucedía

y por qué sucedía. No lo logró. Entonces dio paso a ese asco que le producía

náuseas cada vez que veía en la televisión o leía en los periódicos de mierda toda

la macabra información de las masacres. Muertos y más muertos. Sangre y más

sangre. Sangre inocente derramada. Si fuera la sangre de los malditos sátrapas

pues no impresionaría tanto, es más, ni siquiera le impresionaría. Pero ver tantos

inocentes muertos por el querer de unos malditos, le producía ese asco que



                                                                                 55
sentía hasta cuando veía la carne en su comida. Carne en proceso de

putrefacción. Carne cortada con motosierras. Cabezas cortadas con machete.

Como ayer con ‘el corte de franela’. Como hoy con el machetazo del

‘mochacabezas’.



Recuerda que un    día una mujer –cuando él había comenzado a trabajar en

derechos humanos- le contó lo que le había pasado, y la escuchó con el mismo

asco que le acompañaba desde hacía tantos años. Ella le dijo algo así, no lo

recuerda con exactitud: “Los gritos de súplica terminaron por enloquecerla. Una

campesina que vivía reposadamente en una finca del alto de San Jorge, zona

rural de Dibulla, en La Guajira, no soportó más los lamentos de quienes

imploraban clemencia antes de recibir un tiro de gracia en la cabeza. La historia

se repitió por lo menos 100 veces. El tormento comenzaba cuando por el camino

se veía despuntar 'la última lágrima', una Toyota blanca, de estacas, en la que

llegaban amarrados de pies y manos los condenados a muerte. En poco tiempo,

los rastrojos de San Jorge se convirtieron en un cementerio clandestino.” Y su

remate lo dejó con la misma sensación. Asqueado. Y así hay miles de miles en

toda la geografía colombiana.



O como le contaba el viejo amigo bacan de curramba: “Hey, pilas, que llamaron

de Barranquilla y me dijo mi tía que secuestraron al viejo Freytter… Eéécheee,

qué va… y acaso ¿qué nos van a pedir si no tenemos ni donde caer muertos?!!

Pues lo mismo dije yo, pero qué va, ese debe estar por ahi emparrandao con sus



                                                                              56
amigos porque que uno sepa ese man no tiene ni enemigos ni plata... Ajá asi es!

                                 dímelo a mi... En todo caso pues habrá que

                                 estar pendiente… Hey de todos modos yo

                                 mañana voy a Bogotá donde unos amigos y si

                                 por si acaso llaman o algo pues yo regreso por la

                                 noche o bueno, yo llamare desde allá... Si,

                                 fresco.

Hey que más, nojoda llegaste un poquito tarde, pero bueno, igual, vamos ahorita

a un lugar donde venden un pescao como el cabrito de san andresito bien mono

cuco… Ah, sí, pero antes déjame pasar por la sede del heraldo que queda aquí

cerquita que voy a ver una vaina porque y-que me secuestraron el viejo...

ñerdaaa, sí hey ? nojoda… que jodía vaina, éche pero no te puedo creer… ese

man debe es andar por ahí, ya aparecerá... Lo mismo digo yo, de todas formas

acompáñame… Sí, sí claro, cómo no, ni más faltaba, tú sabes que tú eres mi

valecita, mi llave, me voy a pegar un baño y ahí nos vamos de una.... Oye

préstame el teléfono pa’hacer una llamada... Si claro, haz dos!!! Alo... ajá y

que más, ¿cómo andas ..? Pues ahí.... Ajá y que fue lo que pasó, ya apareció?...

Si!!!.. Ajá y en dónde andaba y cómo está? Nooo! pues.... lo encontraron muerto

en la carretera que va para Ciénaga... Aló, Aló, estás bien? Ya te paso a mi

mamá... Aló, oye mira no te vayas a venir porque esto está pesado, lo

encontraron torturado, moreteado, sin camisa y le dispararon.....Aló, Aló!

Colgó….... Hey loco sal, lo encontraron… Viste?, yo te lo dije eso no era nada...

No llave, lo encontraron muerto, lo asesinaron... Ñerdaaaaa que gente más



                                                                               57
hijueperra!!! Nojoda loco, no llores, vamos al Heraldo a ver la noticia y después

te pegas una llenura de lebranche pa’olvidar un poco... Buenos días señorita,

tienen el periódico de hoy... No, todavía no ha llegado, pero tenemos el de ayer,

si quiere lo lee mientras llega el de hoy.... Si, está bien, gracias... Nojoda loco,

píllatela, aquí está la noticia: quot;pensionado de la Universidad del Atlántico

secuestrado en pleno medio día en la puerta de su casa delante de su hijo de 4

añosquot;... Disculpe señor llego el ejemplar de hoy, aquí tiene, puede leerlo aquí

mismo... Nojodaaaaaa, si loco, mira la foto, aquí está, hijueputaaaaa lo

volvieron mierda, nojoda y sin camisa tirado ahí como un perro!!!! Ya cálmate

loco, no llores..... Que pasó señor ?.... Por favor señorita tiene un café que me

regale o agua, fue que le mataron el papa, mírelo aquí está, apareció en el

periódico... Que cosa con este país... ya le traigo el agua y el café, un

momentico... Nojoda me voy pa’ Barranquilla..... Nooooo, ¿tú qué? ¿estás loco?,

marica, no ves que te van a joder a ti también, de aquí no te vas, quédate y

bueno ahí vemos que hacemos....” El asco que siento cuando veo que el pobre

bacan no pudo venir ni a enterrar a su papá, nojoda. Lo mismo que siento cuando

recuerdo las muertes de Luis Meza Almanza, Alfredo Castro, Reinaldo Serna,

Humberto Contreras, Jorge Freiter Romero, Lisandro Vargas, Jairo Puello,

Alfredo Correa D’Andreis. Américo hablaba en forma extemporánea. No

recordaba si lo que ahora me contaba lo había soñado, o había sucedido en los

últimos meses o en los tiempos de la violencia, que eran los mismos tiempos pero

diferentes.




                                                                                 58
Pero sí recordaba muy bien lo que había contado Maryuri Caicedo Contreras,

hermana de Hugo Fernando Martínez Contreras e hija de Gustavo Caicedo

Rodríguez, cuando los mataron en Mapiripán. No joda, son vainas que producen

un sobrecogimiento de tu alma, de tu espíritu. Tú no sabes qué hacer y sólo

atinas a salir corriendo al patio a vomitar. Ella apenas tenía 14 años –me dice. La

familia la pasaba bastante bien y ella se sentía protegida por su padre y sus

hermanos. Cuando los ‘paracos’ agarraron a su padre y sus hermanos, todos iban

para el pueblo a buscar que atendieran a su hermano Gustavo que estaba

enfermo. En un santiamén se sintieron ‘agarrados’. Ella alcanzó a ver gente

llorando y los ‘paracos’ los amenazaban diciéndoles que no los buscaran porque

entonces los matarían a ellos. A pesar de la advertencia los buscaron por todos

lados y no los encontraron. Ella, la pobrecita, vio gente tirada en el río, no sabe

cuántas, no alcanzó a contarlas, sólo sabe que eran muchas porque duró

mirando, y mirando, y mirando impresionada mientras caminaba por la orilla. Vio

unas personas que sólo tenían el cuerpo, pero estaban sin manos ni cabezas. No

supo en dónde estaban las cabezas. Fueron desfilando ante la pila de muertos

desperdigados, llorando, con miedo de que los ‘paracos’ regresaran y los

asesinaran a ellos. Siempre que recuerda llora.



Este asco fue mayor cuando oyó lo que le había pasado a Nadia Mariana Valencia

Sanmiguel, hija de José Rolan Valencia, en el mismo pueblo, el mismo día. La

verdad es que nunca se ha sabido cuántos muertos dejaron. Ensangrentaron todo

el pueblo y por todos lados había cuerpos, cabezas, manos, brazos, pies, piernas.



                                                                                59
Fue como un festival de hienas hambrientas, sedientas de sangre. Nadia contó

que su padre era empleado de la alcaldía y era despachador del aeropuerto.

                                                   Llegaron los ‘paracos’ y se

                                                   llevaron a su padre de la casa,

                                                   “todos sus hermanos estaban

                                                   llorando afuera y su mamá

                                                   también, con el niño enfermo

                                                   en   sus   brazos.   Cuando    lo

                                                   agarraron su madre suplicaba a

los ‘paracos’ que por favor no lo mataran porque tenía 5 hijos, un hijito enfermo

y ella. Un ‘paraco’ blanco, con cara de trompá, pañuelo amarrado en la cabeza,

la miró con odio. Ella se replegó asustada y se llevaron al viejo. Al día siguiente,

el inspector y el alcalde llegaron con la noticia presentida de que los ‘paracos’

habían matado a su padre y el cuerpo estaba en el aeropuerto. La gente evitó

que ellas vieran el cadáver, pero hubo gente que les contó que “lo habían

degollado y habían jugado fútbol con la cabeza, y después la dejaron tirada como

a diez metros del cuerpo, toda llena de barro y sangre, parecía un monstruo.

Como si fuera poco el sufrimiento de las familias, los ‘paracos’ no dejaban

recoger los cuerpos. Si algún familiar iba a recogerlos, lo mataban también. De

los que se llevaron hubo algunos que nunca regresaron. Los desaparecieron. Hubo

familias enteras desaparecidas.




                                                                                 60
También se sentía asqueado, la bilis revolviéndose en sus entrañas, cuando

escuchó el relato de Carmen Johana Jaramillo Giraldo, la hijastra de Sinaí Blanco

Santamaría quien contó que en Mapiripán los ‘paracos’ venían con ‘una lista’, y

ella vió a varios de ellos, incluso conoció al “Mochacabezas”, uno de los que

mataba a la gente. Ella escuchaba los rumores que había gente descuartizada

que echaban al río. Desde que los ‘paracos’ llegaron el pueblo se convirtió en un

pueblo fantasma porque eran muy desalmados. Cada ratico se llevaban gente,

hasta que les tocó el turno, se llevaron a su padre. Un día después su madre y

ella –de 16 años- salieron a buscarlo y lo encontraron muerto en el puesto de

policía. Ella dice que “cuando se acercó lo conoció, era su papá. Ella se sentó a

su lado y perdió la noción de todo, casi se vuelve loca, si lo iban a tapar ella

decía que no, no lo tapen que mi papá se va a despertar! Se agachó a su lado y

sentó su cabeza en las piernas de él, allí se dio cuenta de que tenía la garganta

cortada. Tenía además cortaduras de cuchillo en la carita y estaba amarrado con

un nylon negro. Ella preguntaba que por qué lo amarraron si él no era malo, y allí

se quedó llorando por tres horas hasta que la sacaron a la fuerza”. No aguantó,

otra vez volvió Américo a vomitar, a sentir ese profundo asco que carcome su

alma, su espíritu.



¿Cuántos años habían estado sucediendo éstas cosas? Más de 50. Cincuenta años

de náuseas permanentes, de sangre inocente derramada sin razón, cuerpos

mutilados, vientres de mujeres preñadas abiertos a machete para matar ‘la

semilla’, criminales que manifestaban sus bajos instintos jugando al fútbol con



                                                                               61
las cabezas de sus víctimas, ricos que brindaban en sus mansiones con cada

nueva masacre, hasta dicen que en ‘El Nogal’ iban los jefes ‘paracos’ a celebrar

con los que los mandaban. Años y años, generaciones tras generaciones, viviendo

este tiempo de mierda, nauseabundo, fétido, hediondo. Los ‘mochacabezas’, o

los ‘motosierristas’, iban de pueblo en pueblo, los llevaban en aviones o en

helicópteros de las fuerzas militares, los vestían de camuflados, los ayudaban a

cargar los bultos de cocaína que enviaban hacia los países consumidores como

parte del servicio prestado, y ellos hacían ostentación de su poder ante cualquier

hombre o mujer de pueblo. Cuántas niñas no violaron, cuantas mujeres casadas

violaron, para el simple disfrute de mamarse la mujer del que iban a matar,

antes de asesinarlo; cuántos hombres fueron violados por estas bestias que

drogadas llegaba a ejecutar las órdenes de los militares y los opulentos. Cuántos

niños vieron espectáculos grotescos de violación, asesinatos, sevicia, por parte

de estos sátrapas. Cuántos años más tendremos que seguir viviendo este tiempo

de mierda. Que te sobrecoge, que te produce miedo, que te da asco, que te hace

vomitar. Cómo acabar con este tiempo de mierda. Cómo acabar con el desangre

del pueblo. Cómo hacer. Américo me contó que Juan Antonio, hijo de una de las

miles de miles de víctimas, creció y se fue para la guerrilla. Que hoy, después de

unos 5 años de estar allá volvió al pueblo, habló con la gente, y todos están

asombrados. Es un muchacho muy tranquilo, sosegado, que habla de la muerte

de su familia con tono sereno, con mucha madurez. Que hasta se tomó unos

tragos en una fiesta que le hicieron y allí le dijeron que todo el pueblo estaba

muy orgulloso de él. Sólo le escucharon una expresión vulgar cuando dijo:



                                                                               62
“Estos son tiempos de mierda, pero entre

     todos los vamos a cambiar”.




                                           63
Un río lleno de cadáveres flotando




                                El río Magdalena corre ancho a su paso por El

                                Banco. Por las tardes, cuando ya ha pasado el

                                calor, nos sentábamos en las bancas de cemento

                                aún calientes, o en las escalinatas, para ver la

                                hermosura de sus remolinos y lo apacible que

parecían sus aguas, las cuales nosotros sabíamos era mera apariencia. Era

hermoso ver el resplandor del sol sobre las aguas. Y más hermoso todavía era ver

el resplandor de la luna sobre sus aguas las noches de parrandas y jolgorios que

teníamos con mi hermano Joselito. El muelle era el sitio para el esparcimiento

de día o de noche y nos permitía disfrutar de nuestro río. Un río con una historia

enlazada con la historia del país porque por sus aguas surcaron los buques,

champanes, chalupas y ‘piraguas’ que remontaron hacia el centro del país lo que

llamamos la ‘civilización’.


Joselito siempre en su papel de hermano mayor nos decía que el río es hermoso,

pero también es peligroso, peligrosísimo, y lleva en sus aguas la muerte. El río es

fuente de vida, pero también de muerte.


–La muerte- nos asombramos todos nosotros.


                                                                                64
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El guerrillero ciego y otros cuentos

  • 1. El guerrillero ciego y otros « cuentos » Hernando Vanegas Toloza 1
  • 2. Índice El guerrillero ciego 3 Si me matan, acuérdate de mí 19 Así no se mata un hombre 37 Las mariposas de mi Sierra 44 Un tiempo de mierda 50 Un río lleno de cadáveres flotando 57 2
  • 3. El guerrillero ciego La vida de la guerra transcurre en un completo absurdo para los que nunca la hemos vivido. Es imposible entender todo ese cuento de la disciplina, y los sacrificios que toca padecer, sí padecer, porque nadie me puede decir eso de vivir. No podemos hablar de ‘vivir’ los sacrificios de la guerra. No. Es imposible. Padecemos un sinnúmero de sacrificios cuando sufrimos la guerra. Incluso los que no participamos de las hostilidades, los civiles, padecemos esa guerra y ella nos exige sacrificios y nos hace padecer. Alguien me dice que no podía ser de otra manera. Pero la verdad es que yo pienso que sí podía ser de otra manera. Pero no desvariemos filosofando sobre la guerra. Lo que me mueve es sentir lo que siente un guerrillero en la vida guerrillera, o como dice el guerrillero Jesús Santrich, el ‘adentro guerrillero’. Pero más que un guerrillero cualquiera, quiero sentir lo que siente ‘Pepe de los Santos’, ‘el guerrillero ciego’. No sé si Pepe de los Santos nació ciego. Algunos dicen que él vió hasta los diez años, como dicen de Leandro Díaz. Lo cierto es que Pepe no ve. No ve, mas sin embargo se mueve. Más que moverse, anda. Y pareciera que sabe adonde dirige sus pasos. Tampoco sé si Pepe nació en el monte. Porque todo pareciera indicar 3
  • 4. que nació en el corazón de la madreselva. Y que conoce todos los secretos guardados durante siglos. Cuando un guerrillero ingresa enseguida va a una escuela de formación, el equivalente de las escuelas de cadetes de las fuerzas militares oficiales. Acá es igual, pero distinto. Es lo mismo, pero al mismo tiempo no lo es. Esa etapa es supremamente dura, difícil, en donde se templa el carácter del futuro guerrillero. En donde atesora los principios filosóficos y políticos para su futura vida. Pero me cuenta mi confidente que Pepe de los Santos la pasó sin mayores contratiempos. Se levantaba cinco minutos antes que el resto, y comenzaba con su paciencia jobiana a desamarrar la hamaca, envolverla y convertirla casi en un nudo. Igual hacía con la cobija. Y como si fuera ya un guerrillero veterano las acomodaba arriba de su morral o equipo. Cuando sonaba el pito, o las palmadas, o lo que fuera con lo que el comandante de guardia los despertaba, ya José de los Santos estaba de pié. Sabía exactamente por donde coger para ir a la formación. Era como si tuviera un radar en la frente, igual que las palomas que siempre saben a dónde regresar. Daba sus pasos con seguridad en una superficie irregular, llena de barro. Nunca lo vieron caerse aunque sus pantalones a veces llenos de barro, demostraban que no siempre las tenía todas consigo. Pero llegaba casi de los primeros a la formación y ocupaba exactamente el mismo lugar, el que le correspondía por su estatura. ¿Cómo la hacía? Vaya usted a saberlo! Pero llegaba, formaba en primera fila, le correspondía el 4
  • 5. número diez y entonaba el himno como cantaba un canario. Tenía una voz preciosa que los reclutas disfrutaban en las horas culturales cuando él accedía a cantar; cuando no quería, nadie, ni el mismo comandante, lo convencía de hacerlo. Pero el himno lo cantaba con la voz saliéndole de lo profundo de su ser: “Por justicia y verdad junto al pueblo ya está con el fuego primero del alba, la pequeña canción que nació en nuestra voz guerrillera de lucha y futuro. Con Bolívar, Galán, ya volvió a cabalgar, no más llanto y dolor de la Patria somos pueblo que va tras de la libertad construyendo la senda de Paz. Guerrilleros de las Farc con el pueblo a luchar por la patria, la tierra y el pan. Guerrilleros de las Farc a la voz de la unidad alcanzar la libertad. 5
  • 6. Cada mañana los reclutas guerrilleros sentían que su moral se elevaba a la enésima potencia cuando cantaban el himno acompañados por Pepe de los Santos, su voz transmitía optimismo, firmeza, belleza armónica, que los demás muchachos y muchachas sentían los penetraba hasta la más profunda de sus células y les infundía una energía increíble. Los que más sufrían se decían: ‘Si Pepe de los Santos puede, ¿Por qué yo no?’ Y empezaban a trabajar con su energía redoblada, recargada. Era el ejemplo de Pepe de los Santos el que los impelía a sacar energías de donde no tenían para adelantar las actividades del día. En el aula, nadie que no supiera que era ciego podría diferenciarlo de los demás. Sentado, con su cuaderno de apuntes sobre la tabla que habían acondicionado como pupitre, se le veía encorbado escribiendo. ¿Escribiendo? Sí, escribía en su cuaderno con una tabla que él había traído cuando ingresó para escribir en braile. Escribía cuestiones precisas, importantes. Nada de dibujitos ni cosas por el estilo. Ya tenía como tres cuadernos en el equipo de las conferencias dictadas por Santrich –el director de la escuela-, o por Gabriel, o por cualquier mando que dictara la charla. Y su cerebro y mente chupaba toda la información como una esponja, allí la elaboraba y almacenaba para usarla en el momento preciso. Pero el interrogante más importante que rondaba mi cabeza había sido resuelto. ¿Cómo fue posible que la Dirección de la organización accediera a ingresar a una persona ciega? Dicen que hubo meses de discusiones de la Dirección del Frente, 6
  • 7. que después enviaron la consulta al Secretariado y que allí se tomaron su tiempo para responder. Según dicen el viejo Marulo consultó a todos los demás miembros del Secretariado y a los del Estado Mayor, que incluso se dio una reunión de éstos para definir sobre el ingreso de Pepe de los Santos. En todo caso primó su caso particular. Su familia había sido asesinada por los paramilitares, a él –dicen- no lo asesinaron porque se dieron cuenta que era ciego. A su padre y madre los mataron de un rafagazo, los dos viejos abrazados, temblando por el miedo. A su hermana embarazada le dieron dos tiros en el pecho y después le abrieron el vientre y cortaron la matriz preñada y mataron al bebé, que de todos modos se iba a morir al desangrarse quien le garantizaba la vida. A su cuñado lo torturaron salvajemente, le quitaron las uñas, y después le iban cortando a pedazos. Primero los dedos, después los brazos, después los pies, las piernas, los muslos. Todo con la motosierra. A todo resistió su cuñado, miembro de la U.P., llorando por el dolor, pero con una dignidad a toda prueba. Finalmente lo mataron abriéndolo desde el pecho hasta los genitales, de un motosierrazo. Fue tal el impacto de Pepe de los Santos, que acurrucado en un rincón de su casa de bahareque, sentía el dolor de su familia, y hoy en la Sierra, cuando escucha el sonido de la motosierra sus nervios se ponen en alerta y sus músculos se tensan. Allí quedó sin rumbo, perdido no porque no pudiera ver sino por el shock producido por la masacre. Lo rescataron unos vecinos que vieron pasar primero al ejército y después a los ‘paracos’. Ya sabían que había ocurrido lo peor. Lo que nunca esperaron fue encontrar a Pepe de los Santos con vida. Hay quien dice que 7
  • 8. su ceguera lo salvó porque el ‘sapo’ que llevaban los paramilitares dijo: “A ese no, ese es ciego, es un inservible”. A los meses, Pepe de los Santos pidió el ingreso a la guerrilla. Los que lo supieron creyeron que se había vuelto loco, más de uno se rió de su pretensión, otros decían que era un inmenso disparate, y los más que la guerrilla no lo iba a aceptar porque era descabellada la idea. Evidentemente el único que sabía de lo que él era capaz era Pepe de los Santos, pero la decisión de su ingreso estaba en manos ajenas. Su destino sería definido por otras personas y no por él. Esa fue la primera enseñanza que aprendió Pepe de los Santos. Si lo aceptaban, de ahí en adelante el destino de su vida estaba en otras manos, en manos de la organización. Y él se sonreía cuando los compañeros campesinos de la vereda, cuando el camarada de la U.P., fueron a convencerlo de que su decisión no sólo era descabellada sino estúpida, que en realidad iba a ser una carga para sus compañeros de armas, que sería un estorbo, que se iba a hacer matar al primer enfrentamiento, que iba a hacer matar a los que estuvieran a su lado, en fin, que era una locura. Entonces Pepe de los Santos cerró la discusión con esta sentencia que nadie sabe de dónde la sacó: “La guerra es la locura del ser humano”. Todos los que estaban en esa reunión quedaron anonadados y más convencidos de que Pepe de los Santos se había vuelto loco, loco de remate. Sólo él sabía que no estaba loco. Y comenzó la espera, larga, tediosa, viviendo de los trabajos que los vecinos le daban para que comiera. Él se iba para las casas vecinas y allí se ponía a ayudarlos en faenas agrícolas. Arar la tierra con bueyes, sembrar, y cuando la 8
  • 9. cosecha recogerla, palear el fríjol para extraerlo de la vaina, pilar el arroz, y moler la caña para hacer la panela, que era uno de los oficios que más le gustaba, por el olor del guarapo cuando el trapiche extraía el jugo, después tomarse unas buenas totumas y sentir en cada sorbo el sabor dulce de la caña y le agradaba muchísimo sentir el olor del guarapo cuando lo estaban cocinando, sacándole la cachaza y después ya cuando lo vertían a la dobera para que se solidificara y formara la panela. Mientras transcurría el tiempo, muchos pensaban que el tiempo iría quitándole la idea loca a Pepe de los Santos. Él y sus compañeros estaban ajenos al debate que se daba al interior de la organización en torno al caso de Pepe de los Santos. Las posiciones eran encontradas. Unos planteaban con un realismo cruel que Pepe de los Santos sería la causa de la muerte de muchos guerrilleros que por el afán de protegerlo se harían matar para sacarlo de alguna situación comprometida por la presencia de la tropa oficial. Otros creían que si bien era ciego, su estado al haber perdido toda la familia y el trauma de guerra que sufrió lo conducirían a realizar alguna acción suicida contra la tropa y se haría matar. Otros creían que él podría cumplir algunas tareas de organización en las zonas de mayor control de la organización. Fueron meses y meses de discusiones. Hasta que se fue dando un consenso casi inconsciente, primaba el sentido de humanitarismo, de solidaridad, de comprensión de su vivencia. Así lo fueron recogiendo en las diferentes comisiones, en las columnas, en las reuniones de direcciones de Frente, luego de Bloque y todas iban llegando al Secretariado. Marulo valoró la posición de cada uno de los miembros del Secretariado y se tomó la decisión en conjunto. Se 9
  • 10. aprobaba el ingreso de Pepe de los Santos. Se informó entonces a la Dirección de Bloque, ésta a la de Frente y ésta comisionó a Santrich para ir a informarle. Dicen los que acompañaron a Santrich que llegaron de madrugada a la casa de Pepe de los Santos, se quedaron tendidos en el monte circundante hasta estar seguros de que no estaban espiando a Pepe de los Santos y en la mañanita a las 5, cuando apenas comenzaba a despuntar el alba, lo llamaron. -‘Pepe, Pepe!’ -‘Quién es? –Yo, Santrich! –‘Ya voy, ya voy!’ Se abrazó con todos y cada uno y se pusieron a hacer café. Allí Santrich le informó la decisión. Era aceptado pero con una condición. Si la organización veía que era muy difícil para él, entonces lo enviaban a una zona para que adelantara trabajo político, una zona diferente a la en que él vivía actualmente. Dicen los muchachos que fue la única vez que vieron llorar a Pepe de los Santos. Estaba feliz! Ni siquiera fue capaz de decir lo que sentía, eso se los contó meses después en una hora cultural cuando hicieron como una especie de presentación de cada uno. Salieron de la casa cuando caía la noche, después de permanecer allí todo el día hablando, protegidos por la guardia que habían establecido para tal efecto. Fueron caminando despacio, poco a poco, como se camina en la noche, sin encender la luz, sólo con la luz de la luna cuando ella alumbra el paso de los luchadores. Allí se inició el desarrollo de Pepe de los Santos. La enorme capacidad para improvisar los llevó a desarrollar la forma de ‘marchar’ 10
  • 11. de Pepe de los Santos. La marcha se adelantó con 3 en vanguardia, Santrich y Pepe de los Santos caminando agarrado al morral de Santrich, Rafael detrás de Pepe de los Santos por si se caía poderlo ayudar con prontitud y 3 más en la retaguardia. Así fueron avanzando, cada noche caminaban 10 ó 12 horas, durante el día descansaban en el monte y comían comida enlatada, porque a pesar de ser zona de trabajo de la guerrilla era imprescindible conservar el secreto de su ingreso por las implicaciones que tendría y porque las tropas oficiales podrían aprovechar para lanzar un ataque. Hoy me dicen que esas marchas nocturnas les enseñó la forma en que Pepe de los Santos podría realizar las marchas, incluso él racionalizó la experiencia y se ha convertido en un experto en marchas nocturnas y enseña a los hoy reclutas cuáles son los secretos que él ha atesorado. ‘–No hay que preocuparse por ver, no haga esfuerzos para ver, su ojo, su pupila se dilatará de acuerdo con la oscuridad y la poca luz que hay la captará; dé un paso cada vez, no pretenda caminar como de día, no pretenda caminar rápido; en la noche se camina poco a poco, sin prisa, disfrutando del frío de la noche, sintiéndolo en las narices, en las manos, en el rostro’. Después de 7 días de marchas nocturnas llegaron a un territorio en el que podrían caminar de día. Ahí comenzó otra prueba para Pepe de los Santos. La disposición de la marcha era la misma, pero tenía que ser más rápida. Entonces comenzó a mostrar de lo que era capaz. Pensaron cómo hacerlo y el mismo Pepe de los Santos dio la clave. Yo no veo, pero percibo otras cosas que el vidente no percibe. Yo me muevo por tanteo, identifico olores, cambios en la sinuosidad del terreno con mi bastón; entonces si Santrich va adelante yo puedo ir detrás si amarramos un palo largo a su morral, 11
  • 12. yo lo agarro y así voy sintiendo los cambios del terreno con cada movimiento de Santrich. Dicho y hecho. Al llevarlo a la práctica se dieron cuenta que podían caminar más rápido que en la noche, no con la velocidad de las marchas de los videntes, pero sí con igual efectividad. Así, después de otros 7 días llegaron al campamento. En el campamento los recibió Adamo, el comandante del Frente, y les dio la bienvenida. Todos estaban contentos y Santrich les hizo un resumen de la experiencia vivida, con la orden consiguiente de que la escribiera y la enseñara en la Escuela que se iba a adelantar allí mismo. En la hora cultural hicieron un brindis por los nuevos ingresos, se tomaron unos cuántos tragos y Pepe de los Santos cantó unas canciones que se convirtieron en otra inesperada sorpresa. Dijo con voz emocionada: ‘Esta canción es de un compositor que es ciego como yo”, y cantó ‘Soy’ del famoso Leandro Díaz. Le dijeron que esa noche durmiera tranquilo que al día siguiente comenzaría la instrucción. Durmió en un barracón hechas las camas de madera y el techo era de plástico, en él cabían 20 guerrilleros y a Pepe de los Santos lo acomodaron en el centro, como dándole protección y calor entre todos. Al día siguiente comenzó la preparación de Pepe de los Santos, individualizada. Primero reconocimiento del campamento, él iba mentalizando, tantos pasos del cambuche al patio de formación, tantos a la cocina, tantos a la manguera para cepillarse o tomar agua, tantos para ir al ‘meandoco’, tantos para ir al ‘cagandoco’, en fin, fue una semana ardua en que Pepe de los Santos mostró su inflexible decisión de seguir adelante. Después 12
  • 13. comenzó a hacer cosas que dejaban a los demás guerrilleros con la boca abierta, como llegar a la formación primero que muchos de ellos, tener su morral completamente preparado una vez se levantaba, la capacidad para captar los planteamientos político-militares de la organización, su inmenso poder de persuasión cuando se presentaban puntos de vista diferentes, y como había tareas en las que no lo llevaban comenzó a reclamar que ‘yo también puedo’, y así tenían que llevarlo a recoger leña, a traer la economía, aprender a hacer equipos y fornituras. Muchos no entendían cuando llegaban a donde él estaba y les decía: -Ajá, Cachaco, ¿tú que quieres? O, Maritza, ¿cómo te está yendo en el curso? Fue tanta la inquietud que uno o dos de los más maliciosos comenzaron a pensar que Pepe de los Santos se las tiraba de ciego. La inquietud fue resuelta cuando un día Santrich le pidió que explicara sobre la invidencia y dio una charla magistral sobre eso explicando que los ciegos desarrollan hasta el infinito los otros sentidos. Así saben qué persona se acerca a ellos por el olor que despiden, si es de día o de noche por los sonidos, si el día está o no radiante por la alegría y la risa de los compañeros, en fin, miles de detalles que los videntes pasamos por alto. Me dicen que los que estaban en la Escuela pensaban que ella sería diferente si no contaran con la presencia de Pepe de los Santos. Superó todas las pruebas. Incluso en el entrenamiento de orden cerrado funcionó bien. En orden abierto la cuestión fue mucho más difícil pero se las arregló para salir adelante. Hicieron un ejercicio de asalto y copamiento. Al grupo de Pepe de los Santos le correspondió la defensa. Y detectaron a los ‘enemigos’ mucho antes de que llegaran. Precisamente Pepe de los Santos estaba de guardia y sintió un olor 13
  • 14. diferente a todo el que había en el ambiente. Avisó al comandante de guardia y montaron una emboscada, un contra-asalto al grupo de asalto y los capturaron a todos pues ellos no esperaban que los estuvieran esperando. Después llegó el momento de hacer la evaluación de la ‘operación’. Pepe de los Santos les contó que cuando él presta guardia comienza a escuchar los ruidos circundantes, a reconocer cuando caen las gotas de agua del rocío, a calcular en dónde caen, en que clase de hoja, en las anchas se oye taas!, en las delgadas pas!, en golpe más seco; que después se pone a olisquear en todas direcciones, así sabe la dirección del viento y si hacia el norte hay un corral, o si la brisa trae el olor de puro monte, o si hay algún animal por allí para el sur. Dice que esa noche comenzó su guardia y de pronto sintió el olor de un perfume, recordó que ese perfume lo usaba Omaira, y le extrañó que no se lo hubiera quitado. Cuando él dijo eso, Omaira dijo que se había echado un poquito por pura coquetería hacía como tres días, cuando no sabía que iban a iniciar esta parte del entrenamiento y después no había tenido tiempo de bañarse. Fue una descomunal enseñanza para todos. Santrich hizo énfasis en eso. Miren cuán importante es aprender esta enseñanza de Pepe de los Santos. En la medida de lo posible no debemos usar perfumes, sólo lo podrían hacer si estamos por ejemplo en un campamento general, cuando hay reunión de casi todo el Frente y podemos arreglarnos un poco más, con perfumitos y cosas de esas para coquetear un poco y sentir otro olor en nuestros cuerpos que no sea el olor de monte. Pero por fuera es mejor por la seguridad propia y de todos no usar nada de eso. La otra enseñanza que nos deja es lo que puede lograr un olfato entrenado, unos sentidos entrenados. Pepe de los Santos 14
  • 15. detectó el olor del perfume porque toda su vida ha estado entrenándose para agudizar sus sentidos y aumentar sus posibilidades de supervivencia. Imaginen entonces lo que nosotros lograríamos concientizándonos de que el entrenamiento es parte de toda la vida, que cada día hay que ejercitar lo que hemos aprendido. Terminado el entrenamiento, se hizo la evaluación de todo el curso y a ella asistió el Comandante Adamo. Se vio lo bueno, lo malo, lo feo, y lo peor, y se sacaron conclusiones y recomendaciones. También se hizo una valoración del desempeño de cada uno de los ‘cadetes’, destacándose muchos de ellos, entre ellos hicieron una mención especial del significado de Pepe de los Santos. Este como siempre agradeció a sus compañeros y les dijo que él hoy se consideraba un guerrillero porque todos sin excepción lo habían ayudado a serlo, y como ya era característico en él terminó con una sentencia: ‘No nos envanezcamos porque existe un guerrillero sino porque existe la Guerrilla’. A partir de allí cada uno de ellos iría a desempeñar sus trabajos en diferentes unidades y ocasionalmente se volverían a ver, por ejemplo, en una Asamblea de Guerrilleros del Frente. Pasado un año y medio del ingreso de Pepe de los Santos la tropa oficial lanzó una operación y se metió a la zona en que trabajaba la comisión de Pepe. Ante esto el comandante de ella informó a la Dirección del Frente y le ordenaron hostigarlos, para que avanzaran con miedo, mucho más del que llevan siempre las tropas oficiales cuando entran a territorio de trabajo de la guerrilla. Se dispuso entonces montar una emboscada aprovechando que iban subiendo el cerro de La Pinta y allí hay un paso muy estrecho de unos 300 metros. Pepe de 15
  • 16. los Santos había sido asignado para cuidar los equipos, pero de pronto lo vieron refunfuñando, mascullando que si acaso ‘él no era un guerrillero como los demás’, que ‘qué cuento era ese de quedarse cuidando los equipos como si alguien se atreviera a robárselos’, y así un montón de cosas. Estaba emputadísimo, con una cólera de mil demonios. Al fin el comandante de la comisión advirtió la situación, la comentó con los otros compañeros y decidieron que él fuera a la emboscada, sin comunicárselo a Adamo porque ya no había tiempo. Se apostó a Pepe de los Santos en un sitio que permitiera fácilmente salir de la zona. Los militares oficiales iban subiendo penosamente, poco a poco, sin prisas, y como a la una de la mañana llegaron al sitio de la emboscada. De pronto les estalló el mundo. Traaam! Sonó el minado de ‘gorros chinos’ y comenzaron los rafagazos de los fusiles Galil, Fal y AK. Se oyeron gritos de terror, lamentos, quejidos. Pepe de los Santos cumplió la orden que recibió y fumigó la zona que le correspondía ‘como si estuviera viendo’, en un abanico comprendido en 45 grados de su posición. Se produjo de pronto un silencio y el comandante dio la orden de retirada. Pepe de los Santos salió agarrado del morral de una estrellita que había bajado del cielo para ayudarlo. Se retiraron en silencio no sobre el propio filo sino por la falda, medida sabia porque como a los 10 minutos los militares se habían reagrupado y repuesto del susto y estaban fumigando todo el filo con fuego de fusilería y tres rocketazos que mandaron. Pepe de los Santos caminó todo el resto de la noche agarrado al morral de su estrellita y pudieron llegar finalmente todos juntos a la zona acordada. Después de un merecido desayuno ofrecido por el camarada miliciano a cuya tierra habían 16
  • 17. llegado siguieron camino hacia el sitio en donde estaba Adamo y su guardia. Llegaron al día siguiente en la mañana y todo era sonrisas, alegría, porque el parte oficial era de dos militares dados de baja y el retiro de la tropa de la zona. Salieron corriendo asustados, porque además no habían podido ‘ver a nadie’. Cuando se informó en la reunión de evaluación que Pepe de los Santos había participado en la acción, el comandante Adamo se agarraba la cabeza y decía: ‘Cómo es posible, cómo es posible!’. Pepe de los Santos dijo que la responsabilidad era de él porque había presionado al comandante de la comisión y que lo había hecho porque ‘él también era un guerrillero como cualquiera de los otros’. Hoy no sé si Pepe de los Santos está vivo o no. Su recuerdo viene a mi memoria cuando leo la noticia de que una persona conocida como José de los Santos fue capturada en los alrededores de Pereira acusada de ser guerrillero. Inverosímil. Pero cierto. José de los Santos está preso quizá por las historias conocidas de su casi homónimo Pepe de los Santos. De la vida de Pepe de los Santos no he vuelto a saber nada. No sé si ha conseguido casarse, pero creo que cualquier mujer guerrillera se hubiera enamorado de un hombre con tanto tesón y que además la seduciría cantándole ‘Soy’ de Leandro Díaz: 17
  • 18. Yo soy el hombre que compongo versos cuando el pensamiento me trae melodías, soy el suspiro que se lleva el viento soy el sentimiento de la tierra mía. Yo soy el hombre que vive en tinieblas porque negro es el color de mi destino, yo soy el hombre que emprendió un camino por donde pasa se encuentra con la miseria. Yo soy un grito, yo soy la pena soy una queja, soy un suspiro [bis] para la gente soy un problema ni las tinieblas pueden conmigo [bis].” 18
  • 19. Si me matan, acuérdate de mí Nunca habíamos necesitado decirnos mayor cosa para entendernos. Las vivencias desde niños nos habían enseñado a comunicarnos con los ojos y gestos. Por eso me sorprendió ese día. No esperaba que me dijera eso, menos cuando nos despedíamos. Había querido que estuviera conmigo porque yo no podía estar con él. Así fuera por un fin de semana. Quizá fue una sentencia premonitoria. Dice mi maestro que el espíritu cósmico se comunica a través del aire, del vacío. Yo siempre le he creído porque he vivido cosas realmente inexplicables para el sentido común. O para la ciencia de hoy. Había llamado a Joselito y lo había invitado a que nos encontráramos en la vereda que llamaban la ‘Sin esperanza’, que era como un contrasentido de lo que ella era. Esa vereda era realmente bonita, y en la Sierra Nevada hay millones de tierras bellas, hermosas. Llena de matas de café, arábigo y caturra, con matas de 19
  • 20. guineo y plátano intercalados para darles sombra, con sus lomas y filos, con sus quebradas susurradoras y enamoradoras, que te decían cuánto te querían; con sus dueños que eran unos amigos de los de verdá verdá. Ella indígena arhuaca, robada por un blanco que desde que la vio se enamoró de ella y ella de él, y se fugaron. Yo los vacilaba siempre cantándoles “039, 039, 039, se la llevó”, y ellos se reían socarronamente, felices, y a veces en ciertos días y momentos me contaban de sus amores, del problemón que se armó cuando su gente de ella supieron de esos amoríos, y luego las discusiones que hubo que enfrentar después de la robada. Hasta allí llegó él. El viaje había sido tranquilo, llegada a Fundación en la noche del jueves y salida en la madrugada el viernes. Así que antes del mediodía ya estaban en la ‘desesperanzada’, como le decía yo. Nuestro abrazo fue más sentido que nunca, acompañado del beso que siempre nos damos entre los de la familia, no importa que sea entre hombres. Así besábamos a nuestro padre, así nos besamos entre hermanos, sin importar la extrañeza que causa en los nos estén mirando. Muchos, cuando no nos conocen, nos quedan mirando como si nosotros fuéramos ‘gays’. Nos quedamos mirando, analizando el uno al otro. -Estás más flaco. -“Ajá. Tú estás más llenito, te ha convenido la vida en el campo”. –Y eso que camino bastante. Ven, te voy a presentar a los dueños de la finca. -Vieja, Venezuela, ya llegó!-le pego el grito. 20
  • 21. Ella salió sonriente, mirándolo con esa mirada escrutadora que propinan los arhuacos a los extraños, a los forasteros. –Ay, si se parecen! - dijo ella. Ambos protestamos y dijimos al tiempo: –Yo soy más bonito que él. Todos soltamos la carcajada. Mientras la vieja Vene le propinaba un abrazo bien morrocotudo y él le correspondía de igual manera. Enseguida pasamos al comedor a comernos un sancocho de gallina al estilo arhuaco, pero ya influenciado por 25 años de vida con los ‘blancos’, que no son blancos sino mestizos, pero que vergonzantemente no queremos reconocer. Hablamos del viaje y de la sorpresa que se llevó cuando fue la amiga con mi carta. Dijo que la leyó tembloroso y lo que más le sorprendió es que “oye, cómo se parece esa muchacha a Myriam”. Le dije, sí, se parecen mucho. Me preguntó si era “algo tuyo”. Le dije que no, que era una amiga, una muy buena amiga. Que yo era amiguísimo del hermano de ella y por eso ella había aceptado viajar y hacerme el favor de llevarle la carta. “No joda, yo conociéndote como te conozco, como que no te creo. Pero… bueno!” Nos sentamos en los bancos de madera hechos de listones de palma, alisados con machete, y nos recostamos a la pared del mismo material. Se sentía el calorcito de la cocina, el centro de reunión de todas las casas de clima frío y más entre los indígenas. Los hijos de Vene, un pocotón, fueron conociendo a Jose y después se 21
  • 22. iban retirando como comprendiendo que necesitábamos aprovechar al máximo los minutos, los segundos. –Ajá, y los pelaos, y las niñas, ¿cómo están? “-Bien, Fabián se quería venir, pero le dije que no.” –Eche, lo hubieras traído… -No me atreví, tú sabes que subir a la Sierra es jodido y más para nosotros que nos tienen en la mira. –Yo lo sé. Quizá haya sido mejor. -Echeee, ya usas el ‘quizá’ de los indios. –No les digas indios porque se ofenden. Son indígenas. -Ah!, tienen razón. Nosotros usamos el ‘indio’ despectivamente. Los pelaos bien. Mi mujer ahí como siempre, peleando. –Y tú, mamando ron como siempre? –Ajá, y ¿cómo se hace? La vida hay que vivirla, hay que disfrutarla. Y la verdá es que casi no tomo, a veces paso fiestas con 2 ó 3 tragos. Es más divertido ver las cagadas de los borrachos. Claro que a veces me desordeno. –Ah!, ahora voy entendiendo. “Me desordeno” significa 3 ó 4 días ‘perdido’ de la casa. Bueno, por ahí hay una caja de Ron Caña pa’que le reventemos la pechera. Claro que no significa que nos la vamos a tomar toda, pero esa está de reserva ahí. 22
  • 23. -Las viejas están bien. Sufriendo por tu situación. Para ellas es como si hubieras desperdiciado tu vida. La verdá es difícil de entender que tú, un médico, tengas que estar metido en la Sierra, escondiéndote. -Así es la vida. Fíjate que yo por ser comunista me acusan de ser guerrillero y me quieren zampar en la cárcel, mientras los delincuentes y narcotraficantes andan paseándose en sus 4x4, ranger, atropellando a todo el mundo, amenazando con pistolas a quien se les atraviese y comiéndose a las mujeres ajenas que se lo ‘dan’ por miedo a que maten a sus maridos o hijos. Y los polítiqueros ladrones, que se roban toda la plata y mandan matar al que les denuncie, andan muy orondos hablando de ‘servir al país’. Ese es el régimen, el sistema. Ahí recordé que Joselito siempre había sido el hermano que había comprendido nuestras ideas, no que las compartiera, no, él era liberal, igual que nuestro papá. Pero él tenía la grandeza de espíritu para comprendernos a Joche y a mí, así como comprendía a todos los hermanos. Todos de una u otra manera girábamos en torno a él. A su casa llegaba uno, se tomaba sus rones con él, se emborrachaba y como casi siempre la mayoría peleaba con él, le decían “hijueputa, te crees la verga porque te pesa el puño” y cosas por el estilo, y él, como si nada, aunque a veces se emputaba y entonces lo amenazaba. “-Vergajo, te callas o te jodo. Estás hablando mierda!” O como a mí, cuando borracho me ponía cansón: “Nando, no joda, ya está bueno. Estás repite y repite y repite la misma maricada”. Y llegaba el orden. A veces lo imponía a la brava. Un bofetón 23
  • 24. y el que estaba jodiendo había recibido la correspondiente dosis de sedante. Parte sin novedad. -¿Qué hay de Luchito y Jorge? -Ahí, la misma vaina. Esos no cambian. -Y del “loco”, ¿sabes algo? - Nada, y tú, ¿sabes algo? -No, ya hace muchos años que no sé de él. Fue cayendo la tarde. Le propuse que camináramos hasta la estación y allí vimos el atardecer. Podíamos ver todo el plan hasta Barranquilla, y allá al fondo se veía el hilito del Río Magdalena. El sol iba cayendo y el cielo tenía unos colores increíbles. Por un lado era rojizo y por el otro se veía el azul intenso. -¿Te gusta verlo? –Si, acá me vengo a combatir mis depresiones y cuando me avisan que hay alguna gente para atender. La gente ha acondicionado una pieza y allí atiendo. Nadie llega a donde Vene por cuestiones de seguridad. Si alguien llega a buscarme se sabe que el ambiente está enrarecido porque llegó alguien extraño o porque hay tropa por ahí. –O sea, ellos te protegen. –Claro, además es conveniencia doble. Yo aquí estoy en libertad, tengo garantizada mi comida, ejerzo mi profesión. Aquí soy médico de verdad. No me preocupa si mis pacientes tienen o no dinero. Pero si vieras lo agradecidos que 24
  • 25. son. Siempre llegan con algo. Que plátano, que yuca, que malanga, que una gallina, que cuando matan un cerdo, lo que sea, me dejan una presa, en fin, es como una especie de trueque. A ellos les conviene que esté aquí porque tienen un médico a la mano. Acá no llegan los médicos del pueblo. Por ahí le mandé una carta al director del hospital del pueblo y quedó en mandarme un vacunador y una enfermera para hacerles citologías a las mujeres. -Así son las cosas. Es igual que en El Banco. Bueno igual que en toda la zona rural de Colombia. Los pobres no tienen derecho a la salud. -Derecho tienen, lo que pasa es que los gobernantes, esos h.p. politiqueros se chupan la plata, se la roban, y le niegan a la gente la posibilidad de ejercer sus derechos. Con ese médico director que te cuento, quedamos en que íbamos a organizar unas brigadas en esta parte de La Sierra, él ponía vacunador, enfermera y odontólogo y medicinas, y yo le organizaba las brigadas de salud en las diferentes veredas y yo atendía a los enfermos. Así que como ves, no estoy acabado. La gente se imagina que uno acá está como en una mazmorra. En una mazmorra estaría si me hubiera quedado allá y el maldito juez de orden público me hubiera puesto preso por el ‘delito de rebelión’, por ‘subversivo’. -Oye, tú sabías que ese juez es abogado porque mi papá cuando era Representante a la Cámara le consiguió una beca que le permitió estudiar Derecho en Bogotá. ¿Cómo te parece? -“Así le paga el diablo a quien bien le sirve.” Si el viejo estuviera vivo le pegaría su correteada. Pero desafortunadamente se nos murió por el infarto que le produjo la agresión de que fue objeto. 25
  • 26. -Pero tú sabes que “Dios castiga sin palo y sin rejo”. Ese juez se está acabando por un cáncer que le diagnosticaron hace como tres meses. -No lo sabía. ¿Cómo se enteraron? -La vieja Horte estuvo en una fiesta de una amiga en Barranquilla y allí lo encontró. La amiga de ella se lo presentó y la vieja Horte, tú sabes cómo es ella de jodida, le dijo: “Ya conozco al Doctor. Él es abogado porque mi papá le dio una beca en Bogotá y es el juez que quiere encarcelar a Hernando acusándolo de ser ‘subversivo’ cuando todo el mundo sabe que él es del Partido Comunista y la Unión Patriótica”. -Oye, qué hizo ese man? -Nada, se puso más pálido de lo que está por el cáncer y tú sabes cómo son esas fiestas. Unas viejas se acercaron a Horte y le contaron lo del cáncer. A la vieja hasta lástima le dio, tú sabes, su conmiseración cristiana. En cuestión de segundos recordé la detención en Aracataca, a donde había ido a visitar a un colega, al que no encontré, y el instante en que me provocó ir a Telecom a llamar a la casa, y de pronto llegaron los policías, armas en mano, ¡quietos todos!. Me detuvieron junto a dos señores más, recuerdo las explicaciones que daba cada uno, los ‘tombos’ empecinados en que éramos guerrilleros, ya nos metían a los tres en el mismo cuento. Llamaron a la policía contraguerrilla de Fundación y llegó un teniente de apellido Peña, que parecía había visto el diablo. Yo estaba tranquilo porque pensé que nos llevarían a Fundación, el pueblo en donde yo vivía. No presentía lo que venía. Nos 26
  • 27. embarcaron en una toyota y nos llevaron a los tres metidos en el vagón de atrás, tirados en el piso, y tomaron la carretera hacia Fundación, pero antes de llegar al puente de Ariguaní torcieron y tomaron la vía a Macaraquilla. Cuando me dí cuenta, me tensioné y pensé: “Estos malparidos son capaces de matarnos y dejarnos tirados ahí, o en el mejor de los casos hacernos aparecer como guerrilleros que los atacaron”. En plena vía, se veían a lado y lado, con la luz de la luna, sembradíos de palma africana; nos hicieron bajar, nos separaron como 100 metros uno de otro y nos hicieron tender boca abajo en la carretera. Me colocaron un pié con bota en la nuca, y comenzó el martirio, la tortura. Patadas, estrujamiento con la bota en la nuca y por consiguiente de la cara contra la tierra, más patadas, y golpes con la trompetilla del fusil en la cabeza, en la espalda. Al principio sentí un dolor lancinante. Después de un rato ya no sentía nada. Sabía que mi organismo había desencadenado toda la cascada del dolor, pero como mis pensamientos eran siempre positivos, creo que también liberaba endorfinas. Al rato, no sé cuánto tiempo, escuché un disparo. El policía que me torturaba -otro me apuntaba desde unos 4 metros- dijo: “Ya matamos al primer hijueputa guerrillero. Así que habla, güevón, porque o de no te vas a quedar tirado aquí para que te coman los gallinazos.” Yo lógicamente no les podía decir nada porque nada sabía. Así continuaron por otro rato, no sé el tiempo. De pronto siento que el policía está manipulando el revólver. Me dice: “Voy a dejar una bala en el tambor. Vamos a jugar a la ruleta rusa. Si te toca, te toca, malparido guerrillero”. Yo le decía realmente asustado, cagado, porque la verdad es que estaba embolsao, que yo no era guerrillero, que era médico, que 27
  • 28. vivía en Fundación. Ningún argumento importó. El ‘tombo’ me pisaba más duro, le daba vueltas al tambor del revólver, lo colocaba en mi espalda y ¡clic!. Así lo repitió una y otra vez. No sé cuantas, perdí la cuenta. Yo seguía diciéndole que era médico, que vivía en Fundación, que no era guerrillero. Fueron como 5 horas allí, sufriendo esto. Al final, se cansaron, y decidieron llevarnos a Fundación. Llegamos al cuartel de la Policía. Allí nos pusieron en el patio, cada uno en un rincón. El teniente dio la orden a los guardias. –“Mucho ojo con estos hijueputas! ¡Son guerrilleros! Si quieren fugarse dispárenles!”. Miro a los otros y uno de ellos tiene moretones en los ojos y la boca hinchada. Pienso que el tombo que le tocó a él era más malparido que el que me tocó a mí. Allí pasamos la noche. A la mañana siguiente estoy mirando la entrada tratando de ver algún conocido para que avisara a la casa, cuando de pronto entra un hombre que yo conozco. Entra como Pedro por su casa. Es el ‘compositor’ que iba a mi consultorio a ‘cantarle la canción vallenata que le hice’ en más de una ocasión, y después me pedía dinero para tomarse unos traguitos. Ahí entendí que me tenían montado todo un aparataje de inteligencia. Claro, ahora entiendo por qué una vez un ‘tombo’ me preguntó si yo le podría entregar la lista de mis pacientes ‘para ver si había algún guerrillero’. Lógico que me negué. Sin pensar llamé al tipo: ¡Hey, hey, loco! Soy yo el Doctor Vanegas. El tipo se sorpendió y me preguntó que qué hacía ahí. Le conté rápido la vaina y le pedí que avisara a mi casa. No tenía esperanzas que lo hiciera pero lo hice. Como a los 45 minutos comenzaron a llegar mis familiares, suegro, primos, amigos. En fin, todos los buenos amigos de Fundación. 28
  • 29. -“Oye, nandito, te elevaste. ¿En que estabas pensando? ¿En los amores idos o en los secretos de la madre-selva? -No, digo, sí. Me estaba acordando de la detención en Aracataca. Todavía tengo pesadillas con esa vaina. Ya se hace de noche, vamos para la casa. Cogimos el camino. Saqué dos linternas de la mochila, la inseparable mochila arhuaca que llevaba siempre colgando de mis hombros. Allí llevaba linternas, una grande para alumbrar el camino y la Maglite pequeña que uso para mirar la garganta de los pacientes. Tensiómetro y fonendoscopio. Y un lapicero. Mis armas. Las armas con las que me defendía de la sentencia de muerte que me profirió un capitán de la Policía en la comandancia de la Policía en Santa Marta. “Malparido, hijueputa guerrillero –me gritó, rojo de la ira y la mano en la pistola- algún día te voy a meter un tiro en la cabeza!” En la Sierra vivía relativamente seguro. Llegamos a la casa y nos sentamos en la cocina para calentarnos. Estaba haciendo frío, en la tarde era agradable, en la noche era más intenso. Le dije a Jose, ¿nos tomamos unos rones antes de comer? 29
  • 30. -Bueno, así vamos calentando motores. Entro al cuarto y saco una botella. Le digo a Vene y al viejo Rafael que ya llegó con dos de sus hijos mayores: -Viejo Rafa, te presento a mi hermano! Después del acto protocolario, los invito a que nos tomemos un trago. -Esto hay que festejarlo, tengo más de tres años de no verlo! Abro la botella, servimos en unas copitas y cada uno hace un brindis. Apuramos el trago y siento que va bajando caliente por mi esófago calentando todo mi ser. Comienzo a mamar gallo. -Viejo Rafa, Vene –les digo riéndome- hoy vamos a bailar todos. Hoy tengo que aprender cómo bailan los arhuacos! –y le guiño un ojo a Jose. Vene me responde que “bueno, pero para eso tiene que emborrachar al viejo este. Él no baila si no se emborracha. Así que prepárate… Bromas van, bromas vienen. Cuentos van, cuentos vienen. Le pregunto a Jose si se acuerda de la limpia que nos dio el viejo José cuando le robó los 15 centavos de los vueltos. Me dice que sí. Le digo que yo entendí por la seña que me hizo que le dijera a mi papá que yo lo había escondido entre los potes del aceite del carro. Ahí lo dejó descansar el viejo a él de la cueriza que le estaba dando y me agarró a mí. Un correazo me pegó en la boca, me la rompió y en seguida se me 30
  • 31. hinchó. Comencé a correr y me salí para la casa de mi abuelita Octaviana Ortiz, en donde nosotros vivíamos. Más tragos. Llevamos 5 botellas, pero es que somos ya 8, y según me dijo Rafael algunos de los milicianos se van a acercar, están prestando guardia en los caminos y cuando cada uno haya prestado su turno se vienen para acá. Joselito me pregunta con un gesto “¿cómo es la cosa?” Le comento que hay milicianos que controlan caminos y carreteras, que hacen guardia y cosas por estilo, pero que están controlando que no haya presencia de ejército o policía sin ser detectados. “¿Es la guerrilla?” Le digo que no, son milicianos. La guerrilla va de uniforme y tienen una estructura más rígida, más disciplinada. Comencé a poner canciones que nos gustaban. “Mi hermano y yo” de los Zuleta. “El romancero” de Diomedes. Canciones de los Betos, parranderas, como esa que dice: “Cristian Barnard hágame el favor, cámbieme el corazón, por uno que sea más fuerte, lo quiero bien indolente, para no volver a quererte, ni acordarme de tu amor.” También ‘Mercedes’, ‘La tijera’, del Doble Poder: Ismael Rudas y Daniel Celedón Orsini. Y claro, las de nuestra niñez: “Corazón de acero”, “ojos indios”, “Ay, Elena” y todas las de Alfredo Gutiérrez, el mejor acordeonero de todos los tiempos. El verdadero rey de reyes así no les guste a los vallenatos pendejos esos que han convertido el Festival Vallenato en una mafia. Después de unas horas ya siento hambre y le digo a Jose si quiere comer. La vieja Vene nos sirve otra vez sancocho de gallina, pero la gallina la ha guisado al estilo cachaco. La sacan de la sopa y la guisan en un picadillo de cebolla y tomate que le da un sabor agradabilísimo. Eso se lo cuento a Jose. Nos acordamos de las parrandas en 31
  • 32. ‘El Yucal’, haciendo sancochos de gallina de ‘Purina’, que la vieja Carmen se robaba la mitad de las presas; le pregunto por los primos Torres, Lucho, Cheo, Ricardo (ya sé que murió de una cetoacidosis diabética); le pregunto por ‘el Feo’, el buen amigo que nos aguantaba las bebetas en su estadero y hasta nos fiaba y daba desayuno en su casa, o almuerzo, o comida, dependiendo de la hora. Comemos y después seguimos oyendo música. Le pregunto por Reyes y ‘Calamidad’. “–Ahí están”. Joselito me pregunta por la música guerrillera. Entonces ponemos las canciones de Lucas Iguarán y Julián Conrado. Escuchamos varias y de las que más le gustaron fueron “Mensaje Fariano” de Julián y “Guerrilleras” de Lucas. Le cuento que uno es sabanero y el otro guajiro. Que son dos estilos diferentes. Uno de voz ronca y el otro un cantor vallenato típico. Ya la fiesta se ha armado. Los muchachos bailan con dos de las hijas de Vene, y con dos muchachas más que fueron a buscar a la casa del vecino que queda como a 20 minutos. La rumba como que ya la tenían programada los hijos de Rafa. -¿Tú los conoces, a los cantantes? -Sí, una vez me invitó Adán Izquierdo a una fiesta de fin de año y allí los conocí. Hice llavería con ellos y parrandeamos sabroso. Hubo baile, ron, comida. Mejor dicho como los fines de año cuando las mejores épocas de la vieja Octa. -¿Y qué con las guerrilleras? ¿Te cogiste alguna? 32
  • 33. -Nada, marica. Esas viejas son más jodidas pa’darselo a un civil. Creo que son normas internas que tienen respecto a eso. Porque imagínate que un civil fuera el amante de una guerrillera. Eso sería peligroso porque así le pueden meter un ‘embuchao’, un infiltrado. Hay una anécdota chévere aquí en el pueblo. Hicieron una vez fiesta e invitaron a unos guerrilleros que estaban por ahí. En la noche llegaron y comenzaron a bailar. Había tres guerrilleras lindísimas. Un mancito que se las daba de ‘Don Juan’ comenzó a apretar a una de esas muchachas y cuando terminó la pieza la hembrita se rodó en el cinturón unas granadas que tenía atrás y se las puso en la parte de adelante. Apenas el hombre vio esa vaina se pegó la cagada del siglo y bailaba bien separado, cagado y preocupado de no tocar las granadas. -Ja, ja! Si estaba parao a ese no se le paró por muchos días. -Claro! Lo que pasa es que la gente le tiene un miedo del putas a esas granadas. Va llegando la madrugada. Más de uno está ‘alicorado’. Jose y yo nos reímos, recordando viejos tiempos, parrandas, amanecidas… Jose vuelve a la carga, parece preocupado por algo. -Oye, y ¿cómo haces cuando estás arrecho? -Bueno, eso no es problema. Hay unas muchachas por ahí que me ayudan a resolver ese problema. Hay campesinas muy bonitas. Una que otra se enamora de mí y bueno yo creo que en mayor o menor medida le correspondo y tenemos relaciones. Lo que si evito es relaciones con viejas casadas porque eso es un peligro. Imagínate a estos cachacos antioqueños, tolimenses, santandereanos, emputados conmigo y dándome machete. No, no. No joda, yo le tengo más 33
  • 34. miedo a una herida por machete que por un tiro. Yo nunca me he varado en cuestiones de amor. -La verdad es que yo quería hablarte de Natalí. Esa vieja te está pegando cacho con un hermano del Ña. Un día lo ví salir a las 6 de la mañana, bien bañado y peinado, de la casa que le pagas a ella. -¿Eso es lo que te preocupa tanto? ¿Por eso diste tanto rodeo? Eso era de esperar. Ya alguien me había tirado el chisme. Incluso me dijeron que se había mamado toda la plata que dejé y que venía a veces acá para que le diera más plata. Yo de güevón le pelaba la cara a Adán para que me regalara algo de billete pa’la ‘pobrecita’! Pero tranquilo, esa relación murió cuando en la cárcel me dí cuenta de muchas cosas que no valen la pena recordar. Eso es clavo pasao! Tranquilo viene de tranca. Vamos por otra botella! La ‘parranda’ la siguieron hasta el amanecer. Jose y yo nos fuimos a dormir a una casita situada unos 1000 metros de la de Vene. Así estábamos fuera de la bulla. Como a las 7:30 de la mañana apareció Gigio –un hijo de Vene- con una olla con humeante café. Nos lavamos la boca y nos tomamos el tinto. Gigio nos dice que la gente está desayunando allá, que si quiere nos trae el desayuno. Miro a Jose. Él se encoge de hombros. Está bien –le digo. El frío se siente en el ambiente. Acá no tenemos la protección del calor del fogón. Entonces toca ponerse chaqueta. Como a la hora regresa Gigio con el desayuno. Arepa, huevo revuelto, yuca, plátano, y queso. En una calabaza lleva el café con leche. Delicioso. Leche fresca de una vaquita que tiene Rafael. Nos damos tiempo y comemos degustando. 34
  • 35. Intercalando frases y comentarios. “-¿Te acuerdas de los bollos limpios de El Banco?”. –Claro, por eso te decían ‘Joselito, el come bollo’. –“¿O las arepas ocañeras de la vieja María?” –Claro. Y las mondongadas de las 4 de la mañana en el mercado para irnos a dormir después de la parranda. Y la abuela echándonos lengua: “Bandidos, sinvergüenzas, miren la hora en que llegan a dormir. Si eso es ahora, ¿cómo serán cuando tengan 30 años?”. Nos reimos y siento cuántas cosas nos han arrebatado. No sé si la situación la logren arreglar los abogados. Pero con la ‘Justicia sin Rostro’ y los militares y sus ‘paracos’ la cosa no se vé clara. Después de desayunar ya nos sentimos con fuerzas de subir la loma. Comenzamos a caminar. Llegamos a la casa en silencio, seseando por el esfuerzo. Cogemos aire. Vene en la cocina. -Buenos días!, dijo el tuerto cuando se puyó el ojo sano –digo en broma. -Buenos días a El Salvador –me dice Vene.- Buenos dias Don José. -Joselito, Joselito –responde éste- Buenos días Vene. Y, ¿los demás? ¿Durmiendo? -¿Cómo durmieron? –pregunta Vene. -Bien, como reyes –responde Joselito. Al rato sentimos que llegaban unos caballos. Vene se asoma y me dice que ‘son los muchachos!’ Son tres. Entran a la cocina. Me saludan. -Camarada médico, dice el Comandante que si puede acompañarlo un rato con su hermano. Miro a Jose y le digo silenciosamente que no hay ningún problema. 35
  • 36. -Vene, nos dañaron el sancocho de cabeza de marrano. Será para la próxima, está bien? Al salir vemos que hay 3 caballos. Me dicen que dos son para nosotros y el otro para Milo que nos guiará hasta donde está el Comandante. Nos montamos y en el camino le explico que Adán Izquierdo debe estar cerca, máximo a una hora, que no se preocupe, que va a conocer a la guerrilla de verdad. Cabalgamos y antes de la hora llegamos. Cuando estamos apeándonos del caballo, sale Adán con su amplia sonrisa de caribeño. Su rostro manifiesta alegría. Me abraza y repregunta que cómo pasamos la noche. Le digo que bien, que la gente amaneció pero que nosotros nos acostamos como a las tres. Mamándome gallo me dice que se imagina que nos trasnochamos sólo hablando. Le digo: -No que vá! Siempre nos tomamos unos traguitos bien sabrosos recordando viejas épocas. Le presento a Joselito, le da la mano y luego lo abraza. Le dice: -El Salvador me ha hablado mucho de ti. Tenía ganas de conocerte. -Para mí es una sorpresa. No esperaba encontrarme con la guerrilla. -Entiendo –dice Adán mirándolo fijamente- En la Sierra no es extraño encontrarse con la guerrilla. A veces la puedes ver de uniforme como nosotros, pero a veces no sabes diferenciarla de las gentes de la región. Además ten en cuenta que con ‘El Salvador’ nos conocemos desde que estudiábamos bachillerato en el Liceo Celedón. -Ah! –dice Joselito- Ahora ya entiendo la confianza que le tienen. Si son viejos conocidos. 36
  • 37. -Sí, claro –dice Adán- Además ya sabíamos que habías llegado. Aunque el médico no nos hubiera contado, ayer apenas llegaste nos enteramos que venía visita para él. Pero, sigan, sigan. No nos quedemos ahí. Entramos a su ‘caleta’. Era espaciosa, y tenía como muebles una mesa larga, y un banco, también largo, hecho de madera del lugar. En la mesa estaba una computadora. Algunos radios de comunicación. Uno de onda larga y otros boqui- toqui. También había varios libros. Al otro lado estaba la cama, también de madera, con helechos encima. Nos sentamos y nos dijo: “-Bueno, ya son casi la uno. Se toman un aperitivo?”. –Claro, ni más faltaba –le respondí. Sacó una botella de piña colada y nos sirvió en unos vasos. Comenzamos a charlar. Adán estaba muy interesado en saber cómo andaban las cosas en Santa Marta. Mi hermano le contó según su parecer. Intercambiamos ideas sobre el proceso de paramilitarización de Santa Marta. Es a sangre y fuego y es apoyado por los militares y la policía. Hernán Giraldo se pasea como ‘Pedro por su casa’. Al que se les oponga lo matan. Están matando 2 ó 3 personas al día. Se apoderaron del mercado público y desde los graneros se han apropiado de todas las tiendas de los barrios. Tienen una oficina, a la que todos los comerciantes y empresarios van a pagar ‘el servicio’, como el servicio público de agua o luz o teléfono. Hablamos de la participación de los políticos. Joselito pensaba que todos, excepto Juan Carlos Vives, estaban comprometidos. Adán y yo le dijimos que todos estaban implicados. Ninguno hacía campaña si no lo avalaba el jefe paraco. Que los dineros del narcotráfico habían servido para fortalecer el proyecto. La charla 37
  • 38. poco a poco fue derivando hacia aspectos de curiosidad de Joselito. ¿Que cómo nos financiamos? –De los aportes de amigos, de los impuestos que les cobramos a ciertos ganaderos y terratenientes, en fin, de muchas fuentes –dice Adán. -¿Y las relaciones con los narcos? –Ah, te cuento que este Frente, el 19 de las FARC-EP, nació precisamente en lucha contra los narcotraficantes que venían con sus bandas a robar a los campesinos que cultivaban la marihuana, por allá en los años 70-80 –le aclara Adán. Preguntas y preguntas. Respuestas y más respuestas. Precisas. Adán le dice que por qué no ingresa (a modo de broma). Joselito le dice que él no tiene la disciplina para esta vida y sería más bien un problema. Adán suelta la carcajada y le dice: ‘Ustedes están cortados por la misma tijera. Pareciera que se hubieran puesto de acuerdo para darme las mismas respuestas. El Salvador siempre me dice lo mismo. Pero bueno, dicen que es mejor un buen amigo que un mal militante’. Ahora Joselito se la desquita. ‘Oye, Adán, uno allá en la ciudad tiene la idea de que la guerrilla todo el día está emboscada en el monte esperando que entre el ejército o la policía para matarlos.” Adán se ríe y entiende la mamadera’e’gallo y replica que “mucha gente cree eso de veras. Como el cuento ese de que los comunistas comen niños, o que los ‘doctores’ no pueden ser negros”. Son mitos producto de la ignorancia de la vivencia de los guerrilleros. Almorzamos carne asada con yuca, después nos tomamos un café, y llegó la hora de la partida. Abrazos y recomendaciones mutuas de ‘cuídate mucho’. Nuevamente los caballos nos llevan, van galopando briosos, como nerviosos, pero es quizá el deseo de llegar a comer buen pasto. En el camino voy de último y quiero llenarme del recuerdo de mi hermano montado en el caballo. 38
  • 39. Me impregno todo de esa imagen. Lo veo y siento que la vida me haya llevado por caminos diferentes a los suyos. Vamos silenciosos. Cada uno rumiando sus pensamientos y sentimientos. Llegamos donde Vene y recogemos el maletín de Jose. Vamos caminando hasta la estación. Allí ya está el carro que lo llevará de regreso. Hablo con el chofer. La cosa está quieta allá abajo. Le recomiendo que lo lleve hasta Ciénaga y allí lo embarque en un bus para Santa Marta. Que no lo deje solo hasta que vaya en el bus. Llegó el momento de la despedida. Siento un nudo en la garganta y ganas de llorar pero me aguanto. Cuando nos abrazamos y besamos en la despedida me dijo: “-Si me matan, acuérdate de mí!” Yo, con los ojos inundados por las lágrimas –porque yo soy un llorón- le dije: -Más bien eso te lo digo yo. Hay más probabilidades de que me maten primero a mí antes de que tú te mueras. El carro arrancó y lo seguí con la mirada hasta la primera curva. En ella lo perdí de vista… 39
  • 40. Así no se mata un hombre Los vecinos dicen que escucharon de pronto un rafagazo. Tra ta ta ta ta ta ta! Tra ta ta ta ta ta ta! El tiempo pareciera que hubiera suspendido su transcurrir. El profesor Santander que pasaba por allí lo vio todo. Eran dos. Uno que disparó. El otro lo esperaba allí mismo a la vuelta de la esquina en una bicicleta. Salieron montados los dos en la bicicleta hacia los lados del Peaje. Hubieron otros que los vieron, pero ninguno se atrevió a decir nada. Solo sabemos que Santander vio porque alguien lo vio a él pasar cuando sonaron los tiros. Un ‘bolitero’ que se apostaba en el billar de enfrente había desaparecido como por encanto. 40
  • 41. Pasado el primer momento de desconcierto, siguió un silencio profundo, pesado. Que se tomó todo el ambiente. Que como un manto acabó con todos los demás sonidos. Que paró el latir de los corazones de los vecinos. Que dejó en blanco las mentes. Nadie alcanzaba a dimensionar la tragedia. Todos sabían que había sido una tragedia, pero nadie, ninguno o ninguna, pensó que sería así. Alguien se asomó y gritó: -Mataron a Joselitoooo! Todos los vecinos comenzaron a salir. La vieja Tere, la ‘chismosa’ del barrio, como le decíamos cariñosamente, salió corriendo secándose las manos en el delantal. ¡Nooo, noooo, no es posible. Dios Mío! –gritó. Ella quería a Joselito como un hijo. Cada día salía de su casa, pasaba por la Farmacia y le decía: “Jose, supiste lo que pasó anoche en…” Y así repasaban los últimos sucesos de la barriada. ‘Chismoseaban’, les decíamos nosotros. Ese grito desgarrado estremeció el alma de los que estaban saliendo de sus casas. Había salido de lo profundo de su ser, como de alguien a quien hubieran matado a su hijo. El grito se escuchó hasta en la casa de Joselito, y claro, los disparos también. Salieron corriendo. Todos se atropellaron en la puerta, ansiosos, desesperados. Corrieron los 40 metros que separaba la casa de la Farmacia, en medio la Avenida. Ya se habían agolpado algunos vecinos. La escena era impresionante, enmudecedora. Joselito estaba tendido en el piso en medio de un charco de sangre, de lado. Su cuerpo había sido impactado por 14 balazos de 9mm, de Ingram. El sicario llegó y 41
  • 42. le pidió unas pastillas, Joselito lo miró y se dio vuelta para buscar el remedio, pero el sexto sentido hizo que volteara la cabeza para mirar a su asesino. Ya éste había sacado la Ingram del maletín que llevaba a medio abrir. Y lo rafagueó. Joselito intentó protegerse con la mano derecha, o quizá intentó agarrar el arma asesina en mano del asesino. El rafagazo lo impacto todo el cuerpo, de abajo hacia arriba, y le comprometió abdómen, tórax, cuello, cara y cráneo. La muerte fue instantánea. Tocó todos los órganos vitales. Grandes vasos de abdómen, corazón y aorta, cara y cerebro. Su mano derecha también recibió balazos. Su vida fue arrancada de un tajo, en cuestión de dos segundos, o tres, o diez, que duró el rafagazo. Que había sido decidido por una mente enferma. Ejecutado por mentes enfermas, como la de los que dispararon. Sus asesinos, los que dispararon, pertenecían a la banda de los ‘Morrocoyos’, cuyos jefes vivían en el barrio La Bolivariana, que queda detrás de la Farmacia. A su vez, los jefes respondían al jefe narco-paramilitar Hernán Giraldo. Y él a su vez recibía órdenes de los militares y la policía. Dicen que en esta ocasión se saltaron el conducto regular y al jefe de los ‘Morrocoyos’ le dio directamente la orden el jefe de inteligencia del batallón Córdoba. Después llegó Hortensia, como a la hora. Llegaron ‘las autoridades’ a practicar el levantamiento del cadáver. Su traslado a medicina legal, la autopsia, la espera por el cadáver. La llegada de la Funeraria, el cajón, el dolor, el velorio. La llegada de los que de verdad lo sintieron. Quizá la insania de alguno de los asesinos, o sus amigos, para verificar el ‘éxito’ de la operación de exterminio. 42
  • 43. Pero allí comenzó a rondar una energía invisible. Era el dolor que se manifestaba, que llenaba los rincones de su casa, que salía de las células de sus hermanos, de su mujer, de sus hijos e hijas. Ese dolor sublimado, impotente, acusador. Todos sabíamos quiénes lo habían matado y quiénes habían dado la orden. Pero no se movió ninguna mano para tomar justicia por propia mano. La justicia se la dejamos a Dios. Dolor sublimado, interiorizado y exteriorizado, internalizado. Dolor por una muerte absurda, innecesaria, injusta. Dolor por una vida a los 53 años segada por la decisión de una mente enferma que vive de la carroña de la guerra. Que vive como ave de carroña, como gallinazos, y se rodea de aves de carroña. Siempre, por siempre y para siempre serán ellos carroña. Con el asesinato de Joselito acabaron la vida de su familia. Acabaron con la vida de una zona en donde se vivía el amor, la solidaridad, la familiaridad, la vecindad. Todos recordaban después que Joselito siempre era la persona que tenía tiempo para escucharlos cuando tenían problemas, los aconsejaba, les daba amor. Otros recuerdan que cuando andaban afanados por dinero, Joselito les prestaba lo que tenía y a veces se endeudaba para ayudar a un amigo. “Si él me pide prestado, yo le presto lo que tenga. A él nadie más le va a prestar, en cambio a mí me pueden prestar quién sabe cuántos amigos”, decía. Otros recuerdan que él les escuchaba los cuentos de sus amoríos y les decía “con esa hembra no te metas, que te puede traer problemas”. Otro recordó que Joselito fue el sostén solidario cuando tuvo problemas con una bandita de malandros y él frenteó a los manes y les dijo, “Eche, locos, dejen a ese man quieto porque él es 43
  • 44. buena gente. Si lo siguen jodiendo van a tener problemas con todo el barrio”, y los malandrines se aquietaron. Igual hacía en las parrandas, invitaba a los que podía. Claro que a veces se emputaba y más de uno probó la contundencia de sus puños. Pero después de la pelea, les decía “No joda, esto no está bien. ¿Para qué peleamos? Mejor vamos a beber ron”, y se iban de parranda. ¿Quién, que mente enferma pudo haber mandado asesinar a Joselito? Ahora lo sabemos. Los que lo ejecutaron son delincuentes, malandros, asesinos, drogadictos. Eso lo sabemos. Después del asesinato pasaron por el retén, siguieron por el Yucal y allí, en la casa de Pacheco, se pusieron a festejar ‘el éxito’ de la acción criminal, con el resto de la banda. Hubo ron, hubo cerveza, hubo perico y también pastillas. Festejaban los asesinos el haber matado a un hombre bueno, a un ser amoroso. A Joselito le habían hecho la ‘inteligencia’. Sabían que casi siempre estaba solo en la Farmacia. Sabían que siempre estaba desarmado. Sabían que sólo a la hora del almuerzo estaba acompañado y a veces a las 4 iba la vieja Hortensia para estar con él, y después cuando cerraba se iban para su casa a tomar tinto y a hablar. O las más de las veces llegaba directamente a la casa y allí lo 44
  • 45. esperaba. Era una rutina conocida y detallada por el ‘bolitero’ que desde tres meses antes se había apostado en la acera del billar de enfrente. Así que los asesinos, los ‘valientes’, sabían que iban sobre seguro para masacrar un hombre cuya única protección contra las balas era su sinceridad, su don de gentes, su honradez. Un hombre, desarmado, que decía las cosas de frente, sencillamente, sin rodeos ni florituras ni poses. Un hombre que nunca había sido de izquierda, ni sindicalista, ni antigobiernista. Joselito era liberal, militaba en el grupo político de Juan Carlos Vives, y en una ocasión por allá en 1982 aspiró al Concejo de Santa Marta porque nuestro padre lo metió en el embeleco y lo hizo ubicar como suplente de una miembro de una lista de Miguel Pinedo. Después de ese ‘lapsus’ como lo llamaba él, regresó a las filas de Juan Carlos. No tenía más dinero que el que se ganaba con su salario de administrador-aseador-dependiente de la Farmacia de la hermana. Una Farmacia que ella sostenía para sostenerle a él un trabajo. Una Farmacia que después de la muerte de Joselito llegaron unos ‘paracos’ con la pretensión de comprársela porque el ‘lugar era estratégico’. De un tajo acabaron con los sueños de sus hijos de terminar sus estudios. Quitaron de unos balazos la presencia entrañable de un ser entrañable para sus hijos. Para sus hermanos. Para sus vecinos. Para mí. Sólo los cobardes actúan de manera cobarde. Los cobardes tienen que saber que a un hombre no se le mata así, a mansalva, sin oportunidad de defensa, arteramente. Los cobardes que tiemblan cuando un hombre de verdad los enfrenta, aún sin armas. Como los enfrentó Joselito. Como los enfrentan otros. Esos cobardes van recibiendo su 45
  • 46. merecido. Los sicarios fueron asesinados por sus propios compañeros. La banda desarticulada por sus propios protectores y manejadores. Los jefes presos por uno de los cientos de asesinatos, hoy purgan cárcel, pero cuando los necesiten de nuevo los sacan y los reutilizan. Su entierro fue multitudinario. Fue todo el barrio. Llegaron amigos de Santa Marta. Llegaron los familiares de El Banco. Llegaron amigos del pueblo. Estaban también los ‘paracos’, diseminados en sitios estratégicos, tratando de hacer pasar desapercibida su ostensible y abominable presencia. “Quizá esperaban que tú o Joche fueran entierro para asesinarlos”, me dijo un amigo. Donaldo, su amigo de politicar en el grupo de Juan Carlos, hizo un discurso dolido, encendido, acusador, exigiendo castigo por el asesinato. Pero los amigos prudentes, adictos a la prudencia, le impidieron que lo dijera en el cementerio. La prudencia mataba el sentir de quien no podía sentir corpóreamente. “Las cosas hay que decirlas de frente, en el momento preciso”, era una de sus sentencias preferidas. Sólo habló Luchito. Nadie sabe de dónde sacó fuerzas. Nadie sabe de dónde sacó las palabras que dijo. Él era uno de los que más perdía con la muerte de Joselito. Era el hermano que lo comprendía por encima de todo y de todos. Lo enterraron al lado de sus primos, los amigos que se fueron antes. Juan José, muerto tras una absurda caída desde el carro, un día de parranda de los tres. Ricardo Torres, que cayó fulminado por una cetoacidosis diabética. Y ahora Joselito, que sólo cede su vitalidad ante el ataque artero de unos asesinos cobardes y viles. 46
  • 47. ¿Y el que dio la orden? No lo sé, nunca lo he querido saber. Seguramente disfrutando del merecido ascenso por la encomiable labor cumplida al frente de la Inteligencia del Batallón Córdoba de Santa Marta. Algún día aprenderá, si es que no lo ha hecho, que así no se mata un hombre inocente. 47
  • 48. Las mariposas de mi Sierra Las mariposas de la Sierra vuelan por cientos. Por millares. Levantan vuelo y pareciera que se extiende una alfombra multicolor por todo el campo. A veces las veo aterrizar en miles y cubrir con sus colores la tierra. Otras veces las veo volar solitarias, cargadas de solitariedad, como en una errática búsqueda. Pero esa apariencia es falsa. Siempre saben a donde van. Danzando. Cursando el aire con su aleteo parsimonioso. Que produce fluctuaciones. Dicen que el aleteo de una mariposa en el Amazonas provoca una tempestad en Texas. También que las certidumbres han caído. Vivimos en completa incertidumbre. Permanentemente inciertos. No sabemos que pasará en el segundo siguiente de nuestra vida. Así es la vida. Así de sencilla. Así de compleja. Así de sencilla y compleja. Así la debemos encarar. Volando, danzando, erráticamente, de un lado a otro, como sin rumbo fijo. A veces solos, a veces acompañados. A veces solos estando acompañados. A veces acompañados estando solos. Como las mariposas. Las veo y me extasío. Son hermosas. Realmente bellas. Son miles. Diferentes. La más conocida es la mariposa amarilla de Mauricio Babilonia. Que se ven por miles en los campos de Aracataca y toda la zona bananera. Y hasta le sacaron una canción. Pero hay otras. Las azules. Las verdes. Las del 88. Todas tienen por característica que son mariposas. Que vuelan. Que danzan cumbias y porros y fandangos en el aire. Que me miran y no se ariscan. Como si supieran que soy un 48
  • 49. amigo. Más que amigo, un admirador. Que no desea embalsamarlas y pegarlas a una pared. Que las quiere seguir viendo vivas. Viviendo. Sintiendo el frescor del aire de la Sierra. Sintiendo su rumbo alterado por una corriente de aire mayor que sus fuerzas, que su aleteo. Pero que al final sabe que remontará esa corriente y seguirá su curso. Un curso dictado por la incertidumbre de la danza. Eso es. Eso es la danza. Danzar es seguir la plasticidad dictada por la incertidumbre. Danzar no es dar un, dos, tres… un, dos, tres. No eso no es danza. Eso es baile. Eso es repetición mecánica de un movimiento. Danza es creatividad, es pulsión, es sentimiento. Y es incertidumbre. No es repetir el movimiento. Es crear en cada movimiento. Es sentir la incertidumbre del siguiente paso. O del siguiente aleteo. Que no es el mismo aleteo anterior. O el mismo paso anterior así parezca el mismo. Porque el pié no es el mismo, ni su posición, ni la tensión de los músculos. Así el aleteo no es el mismo así parezca el mismo. Parecen iguales. No son idénticos. Cada uno es diferente del anterior y del siguiente. Cada aleteo es creación. Es conocimiento interior. Visión de las verdaderas fuerzas. De la propia capacidad para crear, para improvisar. Para dejar huellas. Huellas del danzante. Huellas de manos. Del que surca el aire. Del volador. De la que al saberse capaz emprende el camino. De la danza, de la creación. Que no será en línea recta. Que no estará exento de errores y malos pasos. Que estará cargado de rectificaciones. De arrepentimientos cuando las fuerzas fallen. Cuando llegues al límite. Cuando crees que no puedes más. Allí verás a las mariposas volar danzando en tu cerebro. Creando nuevas fluctuaciones. Buscando nuevas posibilidades. Vislumbrando nuevos caminos, nuevos derroteros. 49
  • 50. Danzando en espiral. Nunca podrás volar en línea recta. Jamás. Como la mariposa que nunca vuela en línea recta. Así lo hacen los aviones. Pero los aviones son mecánicos, no tienen vida. Por lo menos no vida vivida. Las mariposas tienen vida. Viven la vida de la danza en el aire. Viven la vida creando vida. O danza. Viven en vuelo permanente. Desde que nacen hasta que mueren. Sólo descansan a intervalos y en las noches. Para seguir danzando en su vuelo. Para seguir superando los obstáculos, los malos aires, las borrascas. Para con su aleteo provocar la tormenta en Texas. O en París. O Londres. Cada una por sí sola. Cada una junto a miles más que cada una crea su propia fluctuación. Que abre nueva posibilidad. Que abre posibilidades de vida. De vivir la vida viviéndola. Sintiéndola. Luchándola. Como dijo Jaime Pardo. Como siempre la hemos vivido. Danzando, volando, creando. Así sea con los sueños. Dicen que a los hombres y mujeres que hay que temerles son a los que sueñan sus sueños despiertos. Pero yo sueño dormido y sueño despierto. Son mis mismos sueños. A mí nadie debería temerme. Y sin embargo persiguen mi volar. Volar. Danzar. Crear. Sin certidumbres que aten mi vuelo. Que impidan mi sueño. Que paren mi danzar. Que eviten mi crear. Soy libre en mis sueños. Soy libre al danzar. Soy libre al crear. Soy libre al danzar con mis maripositas de mi Sierra Nevada. Soy el más libre de los libres. Al que nada le impide vivir su libertad. Que es su danza. Su vuelo. Sus sueños. Soy creador de mis propios sueños. Soy creador de mi propia danza. Soy dueño de mis acciones. Soy constructor de mi futuro. Soy libre y dueño de mi vida. Así otros quieran arrebatármela. Quitármela 50
  • 51. para que no pueda volar, soñar, danzar. Así nos la quieren quitar a todos los que volamos y danzamos. Como se la quitaron a Jaime Pardo. Y a miles más. Pero sus sueños siguen danzando con cada vuelo nuestro. Con cada aleteo de las mariposas se recrean los sueños de los que les impidieron seguir volando para en la danza construir el mundo que soñaron. Ellas siguen volando y algunas nacen y mueren. Pero vuelven a nacer muchas más y siguen volando nuevos vuelos. Siguen danzando nuevas danzas. Siguen soñando nuevos sueños. Y al mismo tiempo vuelan, danzan, sueñan y recrean los mismos sueños de los que dejaron de soñar. Su sueño sigue danzando, volando, en el espíritu universal. En el espíritu del amor universal. Del que nos impregnamos todos al momento de nacer. El que celosamente guarda la madre-selva. Desde los tiempos de los tiempos. Que ella cuida celosamente y amamanta como a un hijo. Que crece cada día. Que cada día es dado a las nuevas criaturas que nacen. Que navegan en piraguas. Como dice José Benito. Que de pronto salen volando como mariposas. Como la azulada. Como la verde. Como la multicolor. Como la tornasolada. Como la amada. Mariposas que viven danzando la danza de la vida. Creando con su danza la nueva vida. La vida que todos soñamos. Que entre todos hemos soñado. Que necesitamos construir entre todos los sueños. Que creamos en cada danza. En cada vuelo. En cada palpitar del corazón. En cada beso que 51
  • 52. damos a los que amamos. En cada mirada amorosa que posamos en los demás. En cada fluctuación que creamos para provocar la tormenta. Vuela, vé y díselo He visto volar las mariposas más hermosas de mi tierra, mariposas amarillas danzan orgullosas en los arroyuelos / de mi Sierra, como pidiéndole al cielo Paz y clemencia, como yo he implorado que tu ausencia no se prolongue demasiado… Y la bella tornasolada que con su revolotear va describiendo mi andar en la montaña verde, verde, en la búsqueda del que nada pierde y por el contrario todo ha de ganar… 52
  • 53. Oh!, mariposa azul, negro y rojo, la del noventa y ocho / en tus alas vuela, vé y decíselo… dile que… todas las noches trasnocho pensando en su amor sincero. Decíle que mi amor es cada vez más firme, que tendría que morirme para dejar de amarla. Mariposas, maripositas… bellezas de mi Sierra… Mariposita blanca y pequeñita, símbolo de pureza, díle que aún después de muerto la seguiría amando porque ella es mi puerto después de cruel naufragio. 53
  • 54. Mariposita Vuela, vé y díselo… 54
  • 55. Un tiempo de mierda ¿Quién podría escribir sobre este tiempo de mierda? Un vago, un desesperanzado. Un escéptico o un luchador. Porque la vida diaria estaba salpicada de mierda. Una mierda defecada por cerdos asesinos que iban cercenando vidas por donde pasaban. Américo sentía náuseas. Estaba asqueado hasta lo más profundo de su ser. Y eso que él se preciaba de que nada lo alteraba, que había visto tanto y tantas cosas en su vida que ya nada le espantaba. Primero sintió sorpresa. Después sobrevino un infinito sobrecogimiento. Se enroscó en sí mismo tratando de comprender lo que sucedía y por qué sucedía. No lo logró. Entonces dio paso a ese asco que le producía náuseas cada vez que veía en la televisión o leía en los periódicos de mierda toda la macabra información de las masacres. Muertos y más muertos. Sangre y más sangre. Sangre inocente derramada. Si fuera la sangre de los malditos sátrapas pues no impresionaría tanto, es más, ni siquiera le impresionaría. Pero ver tantos inocentes muertos por el querer de unos malditos, le producía ese asco que 55
  • 56. sentía hasta cuando veía la carne en su comida. Carne en proceso de putrefacción. Carne cortada con motosierras. Cabezas cortadas con machete. Como ayer con ‘el corte de franela’. Como hoy con el machetazo del ‘mochacabezas’. Recuerda que un día una mujer –cuando él había comenzado a trabajar en derechos humanos- le contó lo que le había pasado, y la escuchó con el mismo asco que le acompañaba desde hacía tantos años. Ella le dijo algo así, no lo recuerda con exactitud: “Los gritos de súplica terminaron por enloquecerla. Una campesina que vivía reposadamente en una finca del alto de San Jorge, zona rural de Dibulla, en La Guajira, no soportó más los lamentos de quienes imploraban clemencia antes de recibir un tiro de gracia en la cabeza. La historia se repitió por lo menos 100 veces. El tormento comenzaba cuando por el camino se veía despuntar 'la última lágrima', una Toyota blanca, de estacas, en la que llegaban amarrados de pies y manos los condenados a muerte. En poco tiempo, los rastrojos de San Jorge se convirtieron en un cementerio clandestino.” Y su remate lo dejó con la misma sensación. Asqueado. Y así hay miles de miles en toda la geografía colombiana. O como le contaba el viejo amigo bacan de curramba: “Hey, pilas, que llamaron de Barranquilla y me dijo mi tía que secuestraron al viejo Freytter… Eéécheee, qué va… y acaso ¿qué nos van a pedir si no tenemos ni donde caer muertos?!! Pues lo mismo dije yo, pero qué va, ese debe estar por ahi emparrandao con sus 56
  • 57. amigos porque que uno sepa ese man no tiene ni enemigos ni plata... Ajá asi es! dímelo a mi... En todo caso pues habrá que estar pendiente… Hey de todos modos yo mañana voy a Bogotá donde unos amigos y si por si acaso llaman o algo pues yo regreso por la noche o bueno, yo llamare desde allá... Si, fresco. Hey que más, nojoda llegaste un poquito tarde, pero bueno, igual, vamos ahorita a un lugar donde venden un pescao como el cabrito de san andresito bien mono cuco… Ah, sí, pero antes déjame pasar por la sede del heraldo que queda aquí cerquita que voy a ver una vaina porque y-que me secuestraron el viejo... ñerdaaa, sí hey ? nojoda… que jodía vaina, éche pero no te puedo creer… ese man debe es andar por ahí, ya aparecerá... Lo mismo digo yo, de todas formas acompáñame… Sí, sí claro, cómo no, ni más faltaba, tú sabes que tú eres mi valecita, mi llave, me voy a pegar un baño y ahí nos vamos de una.... Oye préstame el teléfono pa’hacer una llamada... Si claro, haz dos!!! Alo... ajá y que más, ¿cómo andas ..? Pues ahí.... Ajá y que fue lo que pasó, ya apareció?... Si!!!.. Ajá y en dónde andaba y cómo está? Nooo! pues.... lo encontraron muerto en la carretera que va para Ciénaga... Aló, Aló, estás bien? Ya te paso a mi mamá... Aló, oye mira no te vayas a venir porque esto está pesado, lo encontraron torturado, moreteado, sin camisa y le dispararon.....Aló, Aló! Colgó….... Hey loco sal, lo encontraron… Viste?, yo te lo dije eso no era nada... No llave, lo encontraron muerto, lo asesinaron... Ñerdaaaaa que gente más 57
  • 58. hijueperra!!! Nojoda loco, no llores, vamos al Heraldo a ver la noticia y después te pegas una llenura de lebranche pa’olvidar un poco... Buenos días señorita, tienen el periódico de hoy... No, todavía no ha llegado, pero tenemos el de ayer, si quiere lo lee mientras llega el de hoy.... Si, está bien, gracias... Nojoda loco, píllatela, aquí está la noticia: quot;pensionado de la Universidad del Atlántico secuestrado en pleno medio día en la puerta de su casa delante de su hijo de 4 añosquot;... Disculpe señor llego el ejemplar de hoy, aquí tiene, puede leerlo aquí mismo... Nojodaaaaaa, si loco, mira la foto, aquí está, hijueputaaaaa lo volvieron mierda, nojoda y sin camisa tirado ahí como un perro!!!! Ya cálmate loco, no llores..... Que pasó señor ?.... Por favor señorita tiene un café que me regale o agua, fue que le mataron el papa, mírelo aquí está, apareció en el periódico... Que cosa con este país... ya le traigo el agua y el café, un momentico... Nojoda me voy pa’ Barranquilla..... Nooooo, ¿tú qué? ¿estás loco?, marica, no ves que te van a joder a ti también, de aquí no te vas, quédate y bueno ahí vemos que hacemos....” El asco que siento cuando veo que el pobre bacan no pudo venir ni a enterrar a su papá, nojoda. Lo mismo que siento cuando recuerdo las muertes de Luis Meza Almanza, Alfredo Castro, Reinaldo Serna, Humberto Contreras, Jorge Freiter Romero, Lisandro Vargas, Jairo Puello, Alfredo Correa D’Andreis. Américo hablaba en forma extemporánea. No recordaba si lo que ahora me contaba lo había soñado, o había sucedido en los últimos meses o en los tiempos de la violencia, que eran los mismos tiempos pero diferentes. 58
  • 59. Pero sí recordaba muy bien lo que había contado Maryuri Caicedo Contreras, hermana de Hugo Fernando Martínez Contreras e hija de Gustavo Caicedo Rodríguez, cuando los mataron en Mapiripán. No joda, son vainas que producen un sobrecogimiento de tu alma, de tu espíritu. Tú no sabes qué hacer y sólo atinas a salir corriendo al patio a vomitar. Ella apenas tenía 14 años –me dice. La familia la pasaba bastante bien y ella se sentía protegida por su padre y sus hermanos. Cuando los ‘paracos’ agarraron a su padre y sus hermanos, todos iban para el pueblo a buscar que atendieran a su hermano Gustavo que estaba enfermo. En un santiamén se sintieron ‘agarrados’. Ella alcanzó a ver gente llorando y los ‘paracos’ los amenazaban diciéndoles que no los buscaran porque entonces los matarían a ellos. A pesar de la advertencia los buscaron por todos lados y no los encontraron. Ella, la pobrecita, vio gente tirada en el río, no sabe cuántas, no alcanzó a contarlas, sólo sabe que eran muchas porque duró mirando, y mirando, y mirando impresionada mientras caminaba por la orilla. Vio unas personas que sólo tenían el cuerpo, pero estaban sin manos ni cabezas. No supo en dónde estaban las cabezas. Fueron desfilando ante la pila de muertos desperdigados, llorando, con miedo de que los ‘paracos’ regresaran y los asesinaran a ellos. Siempre que recuerda llora. Este asco fue mayor cuando oyó lo que le había pasado a Nadia Mariana Valencia Sanmiguel, hija de José Rolan Valencia, en el mismo pueblo, el mismo día. La verdad es que nunca se ha sabido cuántos muertos dejaron. Ensangrentaron todo el pueblo y por todos lados había cuerpos, cabezas, manos, brazos, pies, piernas. 59
  • 60. Fue como un festival de hienas hambrientas, sedientas de sangre. Nadia contó que su padre era empleado de la alcaldía y era despachador del aeropuerto. Llegaron los ‘paracos’ y se llevaron a su padre de la casa, “todos sus hermanos estaban llorando afuera y su mamá también, con el niño enfermo en sus brazos. Cuando lo agarraron su madre suplicaba a los ‘paracos’ que por favor no lo mataran porque tenía 5 hijos, un hijito enfermo y ella. Un ‘paraco’ blanco, con cara de trompá, pañuelo amarrado en la cabeza, la miró con odio. Ella se replegó asustada y se llevaron al viejo. Al día siguiente, el inspector y el alcalde llegaron con la noticia presentida de que los ‘paracos’ habían matado a su padre y el cuerpo estaba en el aeropuerto. La gente evitó que ellas vieran el cadáver, pero hubo gente que les contó que “lo habían degollado y habían jugado fútbol con la cabeza, y después la dejaron tirada como a diez metros del cuerpo, toda llena de barro y sangre, parecía un monstruo. Como si fuera poco el sufrimiento de las familias, los ‘paracos’ no dejaban recoger los cuerpos. Si algún familiar iba a recogerlos, lo mataban también. De los que se llevaron hubo algunos que nunca regresaron. Los desaparecieron. Hubo familias enteras desaparecidas. 60
  • 61. También se sentía asqueado, la bilis revolviéndose en sus entrañas, cuando escuchó el relato de Carmen Johana Jaramillo Giraldo, la hijastra de Sinaí Blanco Santamaría quien contó que en Mapiripán los ‘paracos’ venían con ‘una lista’, y ella vió a varios de ellos, incluso conoció al “Mochacabezas”, uno de los que mataba a la gente. Ella escuchaba los rumores que había gente descuartizada que echaban al río. Desde que los ‘paracos’ llegaron el pueblo se convirtió en un pueblo fantasma porque eran muy desalmados. Cada ratico se llevaban gente, hasta que les tocó el turno, se llevaron a su padre. Un día después su madre y ella –de 16 años- salieron a buscarlo y lo encontraron muerto en el puesto de policía. Ella dice que “cuando se acercó lo conoció, era su papá. Ella se sentó a su lado y perdió la noción de todo, casi se vuelve loca, si lo iban a tapar ella decía que no, no lo tapen que mi papá se va a despertar! Se agachó a su lado y sentó su cabeza en las piernas de él, allí se dio cuenta de que tenía la garganta cortada. Tenía además cortaduras de cuchillo en la carita y estaba amarrado con un nylon negro. Ella preguntaba que por qué lo amarraron si él no era malo, y allí se quedó llorando por tres horas hasta que la sacaron a la fuerza”. No aguantó, otra vez volvió Américo a vomitar, a sentir ese profundo asco que carcome su alma, su espíritu. ¿Cuántos años habían estado sucediendo éstas cosas? Más de 50. Cincuenta años de náuseas permanentes, de sangre inocente derramada sin razón, cuerpos mutilados, vientres de mujeres preñadas abiertos a machete para matar ‘la semilla’, criminales que manifestaban sus bajos instintos jugando al fútbol con 61
  • 62. las cabezas de sus víctimas, ricos que brindaban en sus mansiones con cada nueva masacre, hasta dicen que en ‘El Nogal’ iban los jefes ‘paracos’ a celebrar con los que los mandaban. Años y años, generaciones tras generaciones, viviendo este tiempo de mierda, nauseabundo, fétido, hediondo. Los ‘mochacabezas’, o los ‘motosierristas’, iban de pueblo en pueblo, los llevaban en aviones o en helicópteros de las fuerzas militares, los vestían de camuflados, los ayudaban a cargar los bultos de cocaína que enviaban hacia los países consumidores como parte del servicio prestado, y ellos hacían ostentación de su poder ante cualquier hombre o mujer de pueblo. Cuántas niñas no violaron, cuantas mujeres casadas violaron, para el simple disfrute de mamarse la mujer del que iban a matar, antes de asesinarlo; cuántos hombres fueron violados por estas bestias que drogadas llegaba a ejecutar las órdenes de los militares y los opulentos. Cuántos niños vieron espectáculos grotescos de violación, asesinatos, sevicia, por parte de estos sátrapas. Cuántos años más tendremos que seguir viviendo este tiempo de mierda. Que te sobrecoge, que te produce miedo, que te da asco, que te hace vomitar. Cómo acabar con este tiempo de mierda. Cómo acabar con el desangre del pueblo. Cómo hacer. Américo me contó que Juan Antonio, hijo de una de las miles de miles de víctimas, creció y se fue para la guerrilla. Que hoy, después de unos 5 años de estar allá volvió al pueblo, habló con la gente, y todos están asombrados. Es un muchacho muy tranquilo, sosegado, que habla de la muerte de su familia con tono sereno, con mucha madurez. Que hasta se tomó unos tragos en una fiesta que le hicieron y allí le dijeron que todo el pueblo estaba muy orgulloso de él. Sólo le escucharon una expresión vulgar cuando dijo: 62
  • 63. “Estos son tiempos de mierda, pero entre todos los vamos a cambiar”. 63
  • 64. Un río lleno de cadáveres flotando El río Magdalena corre ancho a su paso por El Banco. Por las tardes, cuando ya ha pasado el calor, nos sentábamos en las bancas de cemento aún calientes, o en las escalinatas, para ver la hermosura de sus remolinos y lo apacible que parecían sus aguas, las cuales nosotros sabíamos era mera apariencia. Era hermoso ver el resplandor del sol sobre las aguas. Y más hermoso todavía era ver el resplandor de la luna sobre sus aguas las noches de parrandas y jolgorios que teníamos con mi hermano Joselito. El muelle era el sitio para el esparcimiento de día o de noche y nos permitía disfrutar de nuestro río. Un río con una historia enlazada con la historia del país porque por sus aguas surcaron los buques, champanes, chalupas y ‘piraguas’ que remontaron hacia el centro del país lo que llamamos la ‘civilización’. Joselito siempre en su papel de hermano mayor nos decía que el río es hermoso, pero también es peligroso, peligrosísimo, y lleva en sus aguas la muerte. El río es fuente de vida, pero también de muerte. –La muerte- nos asombramos todos nosotros. 64