Este documento es una declaración de amor a una mujer libre y sabia que enseñó al narrador sobre la libertad, la naturaleza y el lenguaje. La describe como una mujer bella y vibrante que le mostró nuevos mundos, colores y formas de pensar más allá de lo establecido. Gracias a ella, el narrador pudo expresarse con un lenguaje más pleno y convocar a otros a celebrar la libertad y la esperanza representada por esta mujer.
Instrucciones para la aplicacion de la PAA-2024b - (Mayo 2024)
Hetaira nuestra
1. Hetaira nuestra
La conocí en el universo habido. Siendo ella mujer de libertad primera. En esa exuberancia que me tuvo
perplejo. Durante toda la vida mía. Siempre indagándola por su pasado sin fin. Siendo este presente su
expresión afín a lo que se ama en anchura inmensa. Siendo su belleza el asidero de la ternura. En su andar
vibrante. En caminos por ella pensados. En ese ejercicio lujurioso sublime, herético. Me fui haciendo a su lado,
como sujeto de verso ampliado. Me dijo, en el ahora suyo, lo mucho que podía amarme. Diciéndole yo lo de
mí viaje al límite gravitatorio. Ofreciéndole todo el ozono vertido en el fugaz comienzo que se hizo eterno. No
por esto siendo mera expresión de momento. Ella, a su vez, me enseñó sus títulos. Siendo el primero de todos
su holgura en lectura y en palabras. Yendo en caravana de las otras. Con ellas deambulando de la mejor
manera. Por ahí. Por los anchurosos valles. Por los mares empecinados en demostrar su fuerza. Cogiendo el
viento en sus manos y arropándolo para que no se perdiera. En fin que, la mujer mía libre; se fue haciendo,
cada vez más explayada en recoger lo cierto. En lucha constante con la gendarmería despótica. Fue cubriendo
con su cuerpo todos los lugares no conocidos antes.
La vi llorar de alegría inmensa. Cuando encontró la yerba de verde nítido. Y las aves volando que vuelan con
ella. Me dijo lo que no decir podían las otras. Juró liberarlas. Y sí que lo hizo. Con su ejército de potenciado.
Uno a uno. Una a una, fueron apareciendo. Espléndidos y espléndidas. Con el traje robado a la Luna nuestra.
Sin oropeles. Pero si hechos con tesitura amable. Elocuente. Enhiesto. En ese andar que anda como sólo ella
puede hacerlo. Todos los lugares, todos, se fueron convenciendo de lo que había en esa belleza extraña. No
efímera. Cambiante siempre. Siendo negra que fuere. Y amarilla superlativa. Y blanca venida a la solidaridad
de cuerpo. En mestizaje abierto, profundo.
Como queriendo, yo, decirle mis palabras, me enseñó a tejerlas de tal manera que surgió la letra, el lenguaje
más pleno. Siendo, ella, lingüista abrumadora en lo que esto tiene de amplitud posible, para enhebrar las
voluntades todas. Haciéndose vértebra ansiosa, a la vez que lúcida para la espera. Me trajo, ese día, los
mensajes emitidos en todas partes. Conociéndola, como en realidad es, me fui deslizando hasta la orilla del
cántico soberbio. Y, estando ahí, triné cual pájaro milenario. Convocando a mis pares para ofrecerle corona
áurea, a ella. Para efectuar el divertimento nuestro, ante su potente mirada. Negra, en sus ojos bellos. Locuaz
conversadora en la historia entendida o, simplemente, en latencia perpendicular, en veces, sinuosa en
curvatura envolvente, en otras. De todas maneras permitiendo el encantamiento ilustrado.
Este territorio que piso hoy; se convertirá en paraíso para las y los herejes todos y todas. Para quienes han ido
decantando sus vidas. Evolucionando enardecidas. Como decir que el ahínco se hace cada vez más cierto; por
la vía de la presunción leal, no despótica. Aclamando la voz escuchada. Voz de ella sensible. De iracunda
enjundia permitida, plena, elocuente. Conocí, lo de ella en ese tiempo en que casi habíamos perdido nuestros
cuerpos. Y nuestras palabras todas. Y sí que, en ese viaje permitido, me hice sujeto mensajero suyo. Llevando
la fe suya; como quiera que es fe de la libertad encontrada.
Uno a uno, entonces. Una a una, entonces; nos fuimos elevando en las hechuras de ella. Transferidas a lo que
somos. Conocimos las nubes no habidas antes. Y los colores ignotos hasta entonces. Y las lluvias nuevas.
Venidas desde el origen de la mujer que ya es mía. Y digo esto, porque primero me hizo suyo, en algarabía de
voces niñas, trepidantes en potencia de ilusiones, engarzadas en el cordón obsequiado por Ariadna; hija de
ella. Concebida en libertaria relación con el dios uno, llamado por ella misma, dios de amplio espectro. Hecho
no de sí mismo; sino por todos y todas. Siendo, por eso mismo, dios no impuesto desde la nada. Más bien dios
dispuesto como esperanza viva vivida.
Cuando terminó mi vida, al lado de ella, me fui al espacio soñándola como el primer día. Cuando, con ella,
comenzó Natura embriagante, nítida. Dominante.