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Salmos para “sentir y gustar internamente” *
Benjamín González Buelta S.J.
http://www.cpalsj.org/
I. La necesidad de la mística
Quisiera recordar la conocida y profética frase de Karl Ranher: El cristiano
del futuro o será un místico o no será cristiano. Hoy no nos basta con un
Dios de catecismo, ni siquiera de eruditos cursos de teología que dialoguen
con la cultura actual y con las otras religiones. Necesitamos hacer la
experiencia de Dios, encontrarnos cara a cara con él, para decir, en las
múltiples situaciones de nuestro mundo secular, como Jacob en su camino
desconocido: “Dios estaba aquí y yo no lo sabía” (Gn 28, 16). Para exclamar
como Job en el fondo de los infiernos humanos: “Te conocía sólo de oídas,
ahora te han visto mis ojos” (Job 42,5). Para dejarse sorprender como
Jesús por un Centurión romano que era de otra religión: “Les aseguro que
no he encontrado a nadie en Israel con tanta fe” (Mt 8,10).
Dice J.B. Metz que hay dos tipos de místicos: Místicos de ojos cerrados y
místicos de ojos abiertos. El místico de ojos cerrados vive con una inusitada
hondura y consciencia, el viaje sin fin del encuentro con Dios que cada uno
de nosotros iniciamos desde el día primero de nuestra existencia. Salir de
sus manos, y entrar en el espacio y el tiempo de nuestro mundo, no fue una
despedida, sino el comienzo de un encuentro que ya no tiene orillas. Se
cierran los ojos para vivir la intimidad poblada por el misterio inagotable de
Dios. En cambio, el místico de ojos abiertos, abre bien los ojos para percibir
toda la realidad, porque sabe que la última dimensión de todo lo real está
habitada por Dios. Se relaciona con el mundo, dándose cuenta de las
señales de Dios que llena todo lo creado con su acción incesante, con su
fascinante creatividad sin fin. La pasión de su vida es mirar y no se cansa
de contemplar la vida porque busca en ella el rostro de Dios.
Todos tenemos algo de las dos místicas. Tal vez la pedagogía de la mística
de ojos cerrados ha sido más desarrollada en la historia de la espiritualidad.
Esta tarde, yo me quisiera fijar más en la pedagogía de la mística de ojos
abiertos, porque tal vez esté más presente en este libro de salmos que
presentamos en esta tarde. Los Ejercicios de San Ignacio son una gran
escuela de mística de los ojos abiertos porque nos van conduciendo desde
el encuentro con Dios en la intimidad, (mística de ojos cerrados), a la
contemplación de Dios en todas las cosas, (mística de ojos abiertos).
Tres pequeñas anécdotas pueden servirnos de parábolas de lo que deseo
expresar. Las dos primeras están ligadas a dos Casas de Ejercicios que los
jesuitas tenemos en la Rep. Dominicana. La tercera sucedió en Roma.
a) Nuestra casa de Ejercicios Espirituales, llamada Manresa Loyola,
está junto al mar Caribe. Con frecuencia yo solía bajar hasta los
arrecifes de coral donde los pescadores se alineaban para lanzar sus
anzuelos. Les oía exclamar mirando exaltados el agua: “¡Un mero,
una dorada! ¡Allí se acerca un cardumen!”. Yo miraba y miraba, pero
nunca logré ver nada. Ellos sabían leer la profundidad del mar. Yo era
un analfabeto. Ellos podían distinguir la presencia de un pez en lo que
para mía no era más que un reflejo fugaz perdido en medio de tantos
otros reflejos. Ellos sabían leer lo que estaba bajo las aguas, pero yo
sólo era capaz de percibir los colores y los movimientos de la
superficie. Ellos tenían una sensibilidad que yo no tenía. Habían
crecido junto al mar. Desde niños habían jugado en el agua, hasta la
playa se habían retirado muchas veces para sentarse en la brisa
fresca de la tarde a procesar historias de amores y de trabajos. El
mar estaba unido a sus sentidos con una sabiduría que para mí no
existía. El mar era una palabra siempre en movimiento, un discurso
que no se repetía. Para los pescadores el mar era transparente, y
cuando estaban delante de él les hablaba a todos sus sentidos: a sus
ojos con los colores cambiantes, a su olfato con el olor fuerte de las
algas y el salitre, a su piel con el pasar fresco de la brisa, al oído con
el rasgarse de las olas en el acantilado, al gusto de saborear el
bienestar de sentirse envueltos en su magia.
Esta primera parábola nos ayuda a comprender la necesidad de crecer en
una sensibilidad nueva que nos permita descubrir a Dios en la hondura de
este mundo secular, donde la superficie aparece cada día más alejada de
Dios, donde las imágenes explícitas de Dios son cada vez más desvanecidas
y ausentes, pero donde Dios se mueve en la hondura con una creatividad
incesante, con una pasión infinita por nosotros. Existen innumerables
reflejos de esa pasión absoluta de Dios por nosotros en la superficie del
agua. Pero necesitamos una nueva sensibilidad para percibir esos reflejos.
b) En la otra Casa de Ejercicios, Manresa Altagracia, me encontré un
día con el Director, que estaba bastante molesto. En el camino de la
entrada principal de la casa, crecía una hierba pequeña de media
docena de hojas, de unos diez centímetros de altura, que llaman
junquillo. Cuando se la quiere eliminar es muy difícil, porque se
extiende por debajo de la tierra con unas raíces muy finas y crea
unas cepas de donde salen nuevas plantas. Cuando se la arranca en
un sitio, puede brotar a los pocos días un poco más allá. El buen
padre estaba cansado de limpiar una y otra vez esa entrada que
afeaba la Casa de Ejercicios. “Ya sé lo que voy a hacer, - me dijo voy a echar una buena capa de asfalto para acabar con el junquillo”.
Una semana más tarde, todo el camino de tierra estaba cubierto por
una gruesa y bella capa de asfalto negro. “Ahora sí que el junquillo ya
no brotará más”, me comentó satisfecho. Pero unos días más tarde,
unas hojitas verdes empezaron a asomarse en medio del asfalto. A
las pocas semanas todo el asfalto estaba atravesado por esas plantas
tan tenaces, como si fuesen afiladas agujas de acero. ¿Cómo unas
hojas tan frágiles pueden atravesar un asfalto tan duro? ¿Cómo el
misterio de la vida vegetal logra orientar esas hojas hacia la luz a
pesar de la oscuridad del asfalto negro?
Ese es el misterio de la creación y de la historia, la fortaleza incontenible de
la vida alentada por Dios que brota desde el fondo de todas las situaciones
humanas aplastadas por los sistemas sociales y políticos injustos, desde las
innumerables y nuevas formas de injusticia que padecen hoy los pobres de
este mundo, desde los infiernos de nuestra realidad. Desde el fondo de la
historia, la vida brota siempre incontenible, más fuerte que cualquier
intento de sofocarla, más sabia que nuestras disposiciones para reprimirla,
desde la misteriosa actividad incesante de Dios en la discreción y el respeto
a la historia humana. Necesitamos atención para acoger esas hojas verdes
que atraviesan el asfalto.
c) Hace unos meses me contaban unas religiosas carmelitas lo
siguiente. “Una niña muy pobre de la India necesitaba una cirugía de
la que dependía su vida y que no era posible realizar en su tierra. Con
la colaboración de distintas personas fue llevada hasta Italia. La
cirugía fue un éxito. Mientras la niña estaba internada en la clínica, su
padre se hospedaba en la casa de las religiosas Carmelitas de la
Caridad de Santa Joaquina de Vedruna. Al final, el padre hizo este
comentario: “¡Esto es increíble y admirable! Yo soy un habitante de la
India y he sido acogido en Italia, soy de religión hindú, me hospedo
en una casa de religiosas católicas y mi hija ha sido operada gratis
por un médico musulmán!”.
Algunos viven como una confusión angustiosa y como una amenaza para su
fe el encuentro de las diferentes culturas y religiones que se realiza en este
mundo globalizado. Pero, ¿no se ha abierto un nuevo camino asombroso
para la experiencia del Dios que se nos ha revelado en Jesús de Nazaret?
¿No estamos ante el nacimiento de una nueva utopía, la de un mundo
pluricultural, pluriétnico y plurirreligioso que camina en diálogo hacia la
reconciliación de todas las cosas en Cristo? Toda la humanidad forma una
sola comunidad que tiene en el único Dios el mismo origen, el mismo
destino y está animada por el mismo Espíritu con su presencia activa en la
historia humana, en todas las personas, culturas, sociedades y religiones,
para construir entre todos el Reino de Dios. En vez de un terreno que nos
lleve a disolvernos en el relativismo, o amurallarnos en fundamentalismos
de distintas especies, ¿no se ha abierto para nosotros un nuevo espacio
para descubrir la acción admirable de Dios en otras cultura y religiones?
Tal vez este es hoy nuestro desafío principal: Crear una nueva sensibilidad
contemplativa para percibir a Dios en medio del mundo secular, indiferente
ante Dios y cambiante como la superficie del mar. Y percibirlo también allí
donde se dice que no está, en las situaciones humanas aplastadas por los
sistemas sociales o los accidentes de la vida, entre los descalificados de la
historia, de donde, según nuestros análisis ya no puede salir nada bueno.
La culturas y religiones acogidas de cerca en las personas que las viven, nos
abren un espacio nuevo para crecer en el insondable misterio de la
generosidad creadora de Dios y de su acción incesante con iniciativas
liberadoras siempre nuevas.
II. Intento resumir en diez pasos este proceso contemplativo:
1) Punto de partida: asumir que hoy necesitamos crear una nueva
sensibilidad contemplativa para percibir el misterioso actuar de Dios
en nuestro mundo cambiante, secularizado y en proceso de
globalización.
Estamos en una nueva situación, en una nueva cultura. Dios se nos revela
de maneras nuevas. Cuando sólo vemos ausencia de Dios, y no salimos de
una queja recurrente, y vamos de lamento en lamento, por los malos
tiempos que vivimos, tal vez es porque tenemos una mirada que todavía no
ha aprendido a verlo en la nueva realidad en la que estamos inmersos.
Recordamos las palabras de Isaías: Miren que realizo algo nuevo, ya está
brotando, ¿no lo notan? (Is 43,19) Isaías, urgido desde lo que ha visto en
su contemplación, le dice al pueblo que abra sus sentidos a la realidad, a lo
nuevo. No les dice, como en otras ocasiones, “recuerden”, “hagan
memoria”, “piensen”, “reflexionen”, “ponderen”..., sino “miren”, abran bien
los sentidos, perciban la realidad de otra manera, saquen de su vida las
programaciones que les tienen presa la mirada, sacúdanse de encima la
oscuridad y el frío del invierno que los tiene congelados, perciban los brotes,
lo germinal que rompe las cortezas endurecidas, los asfaltos que quieren
silenciarnos.
El pueblo judío está abatido por la experiencia dura del exilio. La visión de
su realidad cotidiana les había llenado el corazón de tristeza y la mirada de
monotonía. Eran “tan realistas”, tan fieles a las evidencias que les
trasmitían sus sentidos, que sólo podían ver un cautiverio perfectamente
organizado que les impedía darse cuenta de los brotes germinales, de lo
nuevo que Dios realizaba en ese momento.
Pero el profeta ya tiene otra sensibilidad diferente y nueva. En su corazón
arde la certeza de que la creatividad de Dios no se puede apresar, y por lo
tanto siempre hay que estar atentos, despiertos, mirando la realidad con
ojos nuevos, porque en cualquier momento puede brotar algo inesperado y
sorprendente.
Hay que estar mirando siempre el horizonte para ver si aparece un punto
pequeño, insignificante, que avanza y crece al acercarse como novedad
salvadora. Y hay que estar mirando siempre la hondura de los corazones,
para ver si Dios hace surgir algo nuevo, una intuición pequeña que cruza el
firmamento interior como una estrella fugaz, algún sueño que abra la vida a
nuevas posibilidades.
El profeta, el que “es” profeta, no sólo dedica algunos momentos de su
tiempo a ver por dónde se asoma el futuro, sino que es contemplativo las
veinticuatro horas, en la claridad luminosa del día donde todo parece tan
real y evidente, y en la oscuridad de la noche cuando todo parece incierto,
amenazante y misterioso. El profeta ha ido configurando su sensibilidad
contemplativa en el día más radiante y en la noche más oscura. Y
contempla la acción de Dios siempre, cuando se enclaustra en su silencio y
cuando comparte las labores comunes de la vida, cuando ve pasar por las
calles los defensores de los sistemas sociales injustos con la seguridad
armada de su poder, y cuando ve pasar la vida frágil, tenaz e irreductible,
de sus vecinos que se afirma en cada paso.
¿Dios está vivo? ¿Dios tiene algo que hacer en este mundo? ¿Le falta a Dios
la imaginación para crear nuevas posibilidades, la sabiduría para abrirse
paso a través de la “puerta pequeña” y el “callejón estrecho” de tantas
vidas honestas que en toda partes lo buscan de todo corazón? ¿Estaremos
nosotros presos de la “herejía emocional” (J.A. García) de sentirnos en el
mundo como si Dios ya no tuviese nada que hacer en nuestra vida personal
y en nuestra sociedad?
Lo que aquí se plantea es un problema de sensibilidad. Es lo que dice
Isaías: “Ver”, “notar”. Creo que en esta época de fermentación constante en
la que nos ha tocado vivir cambios dramáticos y sumamente acelerados,
donde Dios parece desaparecer a veces de nuestro entorno, donde todos
parecemos arrollados por fuerzas incontrolables que nos llevan de un lado
para otro, necesitamos crear una sensibilidad nueva, para poder percibir
cómo Dios llega hoy hasta nosotros en la discreción de los brotes
incontables que crecen por todas partes y anuncian el futuro.
Este pequeño libro nace de encontrarme con muchas personas que ya
crecen en esta sensibilidad nueva cada día. No se trata sólo de creer en
Dios, sino de ver cómo trabaja, de saborear el gusto de esforzarnos con él
por el futuro más humano que él alienta, de abrazar lo nuevo que llega
desde él, de besarlo con reverencia en las sonrisas y también en las cruces
de tantos hijos e hijas suyos.
Pero esta tarea no es fácil, pues estamos expuestos permanentemente a
estímulos poderosos que intentan crear en nosotros otra sensibilidad
diferente a la de Jesús de Nazaret. Día y noche nuestros sentidos son
asaltados con tecnologías estudiadas por los técnicos de la comunicación
humana, por imágenes deslumbradoras que nos conmocionan con fuertes
impactos emocionales, se alojan dentro de nosotros y se van adueñando de
nuestros sentimientos, pensamientos y decisiones.
2) Ante un progresivo apagarse del misterio en el mundo secularizado,
presenciamos intentos huecos de reencantamiento del mundo. Nos
revelan la necesidad de trascendencia del ser humano, pero también
nos alertan sobre caminos extraviados.
En su libro “Rumor de Angeles” (Ed. Herder, Barcelona, 1975), Peter Berger
siente la permanencia de lo sobrenatural en el mundo secular, no como
hecho masivo situado en el centro de la cultura, sino como “un rumor de
ángeles” que la sociedad científica y técnica no puede extinguir:
“El redescubrimiento de lo sobrenatural significará, ante todo,
una recuperación de la apertura en nuestra percepción de lo
real. No será solamente como en gran medida han subrayado
los teólogos influidos por el existencialismo una superación de
la tragedia. Quizá, más exactamente, será una superación de
la trivialidad. Con esta apertura a los signos de la
trascendencia se redescubren las verdaderas proporciones de
nuestra experiencia. Éste es el aspecto cómico de la redención;
nos permite reír y jugar con una plenitud nueva” (p. 169).
En el mundo secular y agnóstico, desde la necesidad que todos tenemos de
trascendencia, aparecen intentos vanos de reencantamiento del mundo:
a) En su libro “La tentación de la inocencia” (Ed. Anagrama, Barcelona,
1996) Pascal Bruckner afirma que “el ocio, la diversión, la abundancia
material constituyen a su nivel una tentativa patética de reencantamiento
del mundo” (p.45). Es el invento del consumismo. Los centros comerciales
son el exponente más brillante. En ellos “se huele un aroma a tierra
prometida donde la miel y la leche fluyen en abundancia, donde por fin la
humanidad se redime de sus debilidades” (p.49). Al final nos sentiremos
desnudos y engañados, con el paladar desabrido por haber comido
alimentos que no quitan el hambre y bebido aguas que no quitan la sed.
b) Las grandes liturgias seculares. Los grandes eventos deportivos con sus
cofradías de seguidores fervorosos y entregados, con sus rostros pintados
con los colores de su equipo, con sus símbolos, cantos y consignas, tienen
un aire de religión. Los partidos políticos tienen también sus rituales, sus
celebraciones de cierre de campaña, sus símbolos y su pretensión única y
excluyente de enderezar la historia humana. Eventos ecológicos,
espectáculos artísticos, cumbres mundiales, exaltan con razón dimensiones
importantes de la existencia. Pero las dimensiones profundas del ser
humano en medio del universo y de la historia, su necesidad de encuentro
con el Dios personal para el que estamos radicalmente hechos, los grandes
enigmas del sufrimiento y de la dicha, no se recogen ni se celebran, quedan
a la intemperie de la secularidad congelante.
c) Los fundamentalismos se consideran los únicos dueños del misterio.
Algunos son pacíficos e invitan a entrar en su arca de Noé a los que quieran
salvarse, mientras el resto de la humanidad se ahoga en el diluvio. Otros
son violentos e impositivos. Es el fundamentalismo del sable que degüella y
de la dinamita que hace estallar por el aire todo lo que no se ajuste a su
visión.
d) En la posmodernidad han regresado los dioses envueltos en un aroma de
misterio, y han surgido muchos caminos religiosos que nos hablan de la
trascendencia pero que nos pueden bloquear el acceso al Dios vivo, al único
Dios de todos los seres humanos.
3) La contemplación supone, no la huida del mundo, sino el respeto
cálido de lo real.
El universo ha salido de las manos de Dios en la creación inicial, sigue en su
manos de trabajador sin sábado en la creación continua, y en nuestra
realidad cotidiana ya se va construyendo la nueva creación, la que introdujo
Jesús en nuestra historia, la que nunca pasará porque ya es reino de Dios
en medio de nosotros y tiene consistencia de eternidad.
A veces la palabra contemplación evoca huida del mundo, desviar la mirada
hacia bellos paisajes de vacaciones exóticas. Pero lo que aquí decimos es
todo lo contrario: mirar el mundo, hundir la mirada en la realidad hasta que
se disuelvan las cáscaras que la cubren, hasta que se nos vaya haciendo
transparente y nos revele lo que sólo se nos puede regalar, la acción de
Dios en medio de nosotros. Se me nublan los ojos de tanto aguardar a mi
Dios (Salmo 69,4) Es el Señor el que tiene que mostrarse, y tenemos que
permanecer atentos a lo real donde él se nos revelará en el momento
oportuno, aunque se nos nuble la vista de tanto mirar y esperar.
Con frecuencia idealizamos las personas y situaciones duras, proyectando
sobre ellas nuestros deseos religiosos, y creemos que ya estamos
confiriendo a la realidad su verdadero rostro. Pero es una operación
cosmética sin valor. Con la misma pintura con que coloreamos a nuestro
gusto la realidad dura, estamos ocultando al mismo tiempo la realidad y a
Dios que actúa en medio de ella. Idealizar no es contemplar. Lo mismo
sucede cuando demonizamos la realidad, como si Dios no hiciese nada en
esa situación.
Dios respeta la realidad que ha creado y puesto en nuestras manos. Actúa
en medio de nosotros dialogando, proponiendo. No nos salva la imposición
de Dios sino su exposición. Jesús es el riesgo de Dios en nuestra historia,
una existencia expuesta, que nos invita a dialogar con Dios desde su misma
vida, que es un perfecto e insuperable diálogo entre una persona humana y
el Padre de bondad. Desde siempre y por siempre el Señor mira y no tiene
límite su salvación (Eclo 39, 20). Esta mirada salvadora de Dios, y su
propuesta concreta, que es salvación inagotable, que es vida y liberación
para todas las persona oprimidas por cualquier clase de miseria, es lo que
tenemos que descubrir en toda situación.
Con frecuencia oímos decir, yo soy realista, para significar que sólo se cree
lo que se ve y lo que se toca, lo que se puede medir y contar, lo que forma
parte de nuestro mundo científico y técnico. Es fundamental conocer lo
mejor posible nuestra realidad en un proceso científico que se abre siempre
a nuevos descubrimientos en el abismo de lo grande en el universo, de lo
pequeño en cada átomo y de las generaciones que se suceden en la
historia. Pero quedarse ahí, con toda la fascinación de este viaje sin fin, y
no mirar más profundo, es quedarse en un oasis de laboratorio o de
biblioteca, sin adentrarse en las dimensiones más radicales, las que sólo
son accesibles a la mística, y que la poesía y otras formas de arte evocan
sin descanso. El místico encarnado es el más realista.
4) Nuestra mirada está cautiva y necesitamos liberarla para ver. Todos
nuestros sentidos necesitan esta curación.
Nuestra manera de ver, en esta cultura de la imagen, está muy
determinada por los camarógrafos que constantemente nos tramiten la
información sobre la realidad; generalmente miran según el ojo del amo
que les paga. Se ha generado en las sociedades actuales una manera
comprada de mirar. Por eso tenemos que liberar nuestras miradas, tanto
para mirar nosotros, como para no entrar en las expectativas de los que nos
miran con ojos que no respetan nuestra propia realidad personal.
Necesitamos desactivar el tiempo acelerado que crea en nosotros entrañas
impacientes. Todo se realiza al instante: informaciones, comunicación,
transacciones financieras. El mando a distancia es el símbolo que todo lo
cambia en unos segundos. No hay tiempo para permanecer, para durar en
la contemplación reposada superando los impactos emocionales que
sorprenden y marcan nuestra afectividad en segundos.
Necesitamos recrear los espacios que ahora están inundados de marcas
comerciales y de consignas políticas, de imágenes y sonidos que no cesan,
convirtiéndonos en depredadores audiovisuales, que engullen estímulos
audiovisuales sin descanso y sin poderlos procesar de manera adecuada.
Los nuevos espacios de la contemplación, son la “ecología espiritual”
necesaria para percibir la realidad de otra manera.
Necesitamos desarmar el corazón hinchado por la autosuficiencia científica
y técnica que piensa que todo lo podemos lograr sin necesidad de recurrir a
Dios, y que hay que eliminar “el factor Dios” (J. Saramago), porque es un
elemento perturbador para construir una sociedad humana de calidad.
Hay que mirar de otra manera para ver y ofrecer una visión alternativa de
la realidad, para saber qué vivimos y desde dónde lo vivimos. Pero esto
supone un largo proceso contemplativo que es ascético y místico, íntimo y
social, personal y comunitario inseparablemente.
5) Existen “colirios” privilegiados para liberar nuestra mirada ciega.
Todos participamos de alguna manera de las diferentes cegueras de este
mundo. “Necesitamos “colirios” que nos devuelvan la vista, como la iglesia
de Laodicea en el Apocalipsis (Ap 3,18). Tal vez podamos identificarnos con
alguno de los ciegos que presento:
a) Sansón era un gran líder de su pueblo, pero fue cegado con astucia en la
plenitud de su esplendor, y después de arrancarle los ojos ya sólo sirvió
para darle vueltas a la rueda para moler el trigo de sus amos cargado de
cadenas y para divertirlos con sus bailes (Jue 16).
b) Hay ciegos de nacimiento, totales o parciales, porque nacen y crecen en
sistemas sociales y religiosos que nunca les han permitido ver algunas
dimensiones fundamentales de la vida (Jn 9,1).
c) Hay personas de buena voluntad que se quedan ciegos en medio del
compromiso y se sientan en la orilla del camino, cuando se nublan las
razones porque todo el esfuerzo parece encaminarse a la confrontación
mortal con los poderes establecidos del Templo y del Imperio (Mc 10, 4852).
d) Incluso podemos quedarnos ciegos de repente por un exceso de luz que
llega desde Dios y nos hace ver que nuestros caminos habituales, que
veíamos ayer tan generosos y sensatos, sólo son muerte y basura, como le
sucedió a Pablo camino de Damasco (Hch 9,1). Pero en medio de esas
cegueras llega el Señor, y nos devuelve una nueva visión de la realidad.
Todos necesitamos liberar la mirada de nuestras cegueras para contemplar
la realidad como Dios la mira. En la Biblia encontramos muchos ejemplos
que nos sirven de parábolas para comprender cómo situaciones humanas,
que parecen totalmente negativas, son privilegiados espacios para recobrar
una visión alternativa a la impuesta por los que dominan este mundo.
Job había contemplado la realidad desde la salud, la riqueza, la familia
exitosa y el reconocimiento social. Pero herido en toda su persona, sin
familia, arruinado y enfermo, se sienta entre la ceniza, en el basurero de la
casa (Job 2, 8) Al mirar la realidad ahora desde la proximidad a los últimos
ve cómo éstos son acosados como burros salvajes, explotados en su
trabajo, despojados de sus tierras, de sus hijos pequeños (Job 24, 1-13). Al
cambiar su mirada sobre lo real, surgen nuevos interrogantes sobre Dios.
“Dios no hace caso a sus súplicas” (24,12). “¿Por qué el todopoderoso no
señala plazos para que sus amigos puedan presenciar sus intervenciones?”
(24,1). Más adelante sentirá que Dios está ahí, solidario de los últimos,
como una presencia de vida: “Te conocía sólo de oídas, ahora te han visto
mis ojos” (42,5).
En la atalaya (Ez 33,1) el centinela es colocado en lo alto para que vigile
los caminos de acceso a la ciudad. Se separa de la actividad cotidiana
donde los demás viven sumergidos, para levantar la cabeza y mirar el
futuro. Es una misión de soledad, de vista aguda para poder ver largas
distancias, de vigilancia permanente para no ser sorprendido, de
discernimiento para saber si lo que se acerca por los caminos del futuro es
vida o muerte. Esa es la misión del profeta, decir lo que ve en el pueblo
aunque le cueste la vida. Si no avisa, el es el culpable de la muerte que
llega (33,6), porque lo que Dios quiere es la vida para todos. “Juro que no
quiero la muerte del malvado, sino que cambie de conducta y viva” (33,11).
El desierto es a lo largo de toda la Biblia un lugar privilegiado para nuevas
experiencias del Dios que camina en medio de su pueblo (Éxodo). Al
desierto lleva Dios al pueblo de nuevo para que tome distancia de su
desorientación, mire su vida con ojos libres y regrese a su amor primero
(Oseas). El Espíritu llega hasta el profeta Juan en el desierto, lejos del
Templo y sus instituciones, y le ayuda a ver que los tiempos están maduros
para anunciar la inminencia del reino de Dios (Lc 3,2). El mismo Jesús fue
conducido por el Espíritu al desierto, para que contemplara la realidad de su
pueblo, y para que, a través de la lucha contra distintas expectativas sobre
el Mesías que lo tentaban, se clarificase en él la originalidad irrepetible de
su vida enteramente surgiendo desde el Padre, y dedicada al servicio del
reino (Mt.4,1)
El paso por la noche es también una experiencia en la que se afina la
sensibilidad para percibir la realidad de otra manera. En la noche larga
puede llegar el ladrón en el momento menos pensado, y puede llegar
incluso disfrazado de “ángel de luz”. Pero en la noche también llega el
Señor y hay que abrirle la puerta para que entre (Lc 12,35-40). No
sabemos a qué hora llega. Pero en la noche, el espíritu se hace más
vigilante, y la mirada se agudiza para descubrir nuevas formas de presencia
del Señor en medio de nosotros. “Amo de mi ser las horas oscuras en las
cuales se ahondan mis sentidos” (R. M. Rilke).
6)

Amar la realidad
contemplarla.

cotidiana

es

condición

indispensable

para

La poetisa cubana Dulce María Loynaz, premio Cervantes 1992, recuerda
cómo su madre la despedía al salir de casa: me miraba un instante con su
mirada capaz de embellecerme, y me decía adiós. El amor descubre y
trasmite la belleza que el ojo frío no puede descubrir en los gestos y
situaciones de la vida cotidiana. Para lo extraordinario, todos tenemos
sentidos, pero nuestra mirada resbala fácilmente sobre lo cotidiano.
Sólo se puede contemplar bien lo que se ama. El amor permite reposar la
mirada, volver una y otra vez sobre la realidad amada, para ver lo que el
ojo simple no es capaz de percibir. Ubi cor, ibi oculus (San Agustín). Donde
está el corazón allí se posa la mirada. Es el corazón el que orienta, reposa y
confiere calidad a la mirada.
El desafío contemplativo es, como dice Ignacio de Loyola, encontrar a Dios
en todas las cosas, a él en todas amando, y a todas las cosas en él
(Constituciones de la Compañía de Jesús, 228). Dios está de diferentes
maneras en toda la realidad, pues Él es el amor siempre activo en el que
subsiste todo lo creado. Amas a todos los seres, y no aborreces nada de lo
que has hecho (Sab 11, 24). Desde toda criatura Dios mantiene una
relación intensa y única con cada uno de nosotros para que nos vayamos
transformando progresivamente en la originalidad que necesita este mundo.
Algo previo es necesario: buscar a Dios en todas las cosas (Const. 228).
Para descubrir a Dios hay que buscarlo. Existe un acercamiento científico a
la realidad que tiene su propia metodología. Pero existe también un
acercamiento contemplativo que también tiene su propio dinamismo. No se
excluyen estos dos acercamientos, más bien se redimensionan el uno al
otro cuando se desea percibir la realidad en toda su plenitud.
El desafío contemplativo es descubrir a Dios en la profundidad de todas las
cosas, y todas las cosas en la profundidad del corazón de Dios. Es un don y
es también una tarea. La mística nos enseña que este don llega desde Dios
de manera impredecible. Ignacio fue sorprendido junto al río Cardoner. Hizo
una experiencia tan intensa de Dios que “le parecían todas las cosas
nuevas” (Aut. 309). Era otro hombre, parecía que tenía unos ojos nuevos.
Pero la ascética vivida en Manresa había vaciado el corazón de Ignacio de
suficiencia y de saberes adquiridos sobre Dios y sobre la vida.
7) No hay contemplación de la realidad sin implicación en la realidad.
A veces escogemos balcones privilegiados para contemplar un espectáculo
que se realiza en un escenario, en un terreno deportivo. Pero los balcones
no son el espacio adecuado cuando se trata de contemplar la realidad.
Dios está implicado en la realidad hasta el punto de enviarnos a su Hijo a
este mundo para llevarnos a nosotros y a toda la creación a su
reconciliación definitiva con él. Nos ha enviado su Espíritu para que asuma
el gemido de parto de la creación entera (Rm 8, 23) y para que nos guíe
hasta la verdad plena (Jn 16,13) Y éste es el punto central de la
contemplación, el descubrimiento que puede cambiar radicalmente nuestra
percepción de la realidad y el sentido de nuestras vidas.
En Jesús contemplamos al mismo tiempo la insuperable implicación de Dios
en nuestra realidad, y la respuesta humana más perfecta que se puede dar
para la transformación de la realidad. Jesús de Nazaret no es el diálogo
entre Dios y un hombre en una soledad protegida, sino en el centro de una
sociedad conflictiva, que pretendía ser fiel a Dios precisamente con las
mismas leyes y rituales con los que le cerraba el paso.
Como Jesús, nosotros tampoco somos invitados a situarnos en un palco
privilegiado para ser espectadores de las personas y de la historia humana
que se mueve en el escenario del cosmos. Sólo al implicarnos para crear la
novedad incesante y salvadora de Dios juntamente con él, en diálogo
constante con él, podremos experimentar cómo el dinamismo del reino que
recorre la historia nos atraviesa también a nosotros mismos. Cuando
intentamos liberar el mundo de sus opresiones y sus carencias, no sabemos
nunca dónde acaba nuestra mano, dónde empieza la mano de Dios y cómo
se unen las dos.
Esta experiencia de liberar la realidad y de crear la novedad de Dios
juntamente con él, dinamiza nuestra vida y la llena de un sentido que nos
plenifica. El que ha hecho esta experiencia ya no será el mismo para el
resto de su vida. Podrá comprometerse, arriesgarse y perder, fracasar o
triunfar, sin que esas circunstancias lo aparten de la “vida verdadera” (EE
139) que ya ha “sentido y gustado internamente” (EE 2) Invocaremos al
Señor, tal vez mirando a la lejanía de la trascendencia, y él nos responderá
desde la proximidad insuperable de nuestra propia acción concreta
liberadora de toda pobreza y opresión: “Aquí estoy” (Is 58,9). Al ayudar a
los demás, nuestra propia “oscuridad se volverá mediodía” y “brotará la
carne sana” en nuestras heridas (Is 58, 8-10).
8) No hay personas ni situaciones donde Dios no esté y donde no pueda
ser contemplado.
Hay que cambiar la imagen de Dios si queremos encontrarlo en las
situaciones sin salida, en las vidas fracasadas. Es necesario bajar al
encuentro de Dios en seguimiento de Jesús, que se abajó hasta el último
peldaño de la condición humana (Flp 2,6-8). Si miramos para arriba, si
buscamos un Dios todopoderoso en la historia, si consideramos que el dolor
no afecta a Dios, si creemos que Dios sólo se encuentra en los espacios no
contaminados por el pecado, la injusticia y la sangre derramada, no lo
vamos a encontrar.
Se nos hace fácil encontrar a Dios en la belleza, la justicia, la armonía, el
amor… Se nos hace difícil descubrir a Dios cuando se presenta como
diferencia que nos desinstala, como necesitado que amenaza nuestros
haberes, como violencia que nos hace temblar y nos encoge. Pero Jesús se
identificó con los últimos, y el juicio final sobre el valor de la vida humana
es precisamente el descubrirlo a él en esos últimos (Mt 25). Incluso los
seres amenazantes llevan sobre su rostro la marca puesta por Dios en el
rostro de Caín para que todo el que lo vea lo respete (Gn 4,15), porque la
dignidad de ser hijo de Dios nunca se pierde. Puede ser que cuando
apartamos el rostro y la mirada de las personas destruidas (Is 53,3)
estemos huyendo del Dios vivo que en la historia es nuestro servidor.
En la pascua de Jesús se nos revela que en todas partes y en toda persona,
se está realizando siempre lo mismo que él vivió. El Padre está a su lado
asumiendo su dolor y acogiendo su amor en la plenitud de la vida sin fin,
porque el amor no puede morir. Sin asumir esta realidad pascual, será
imposible descubrir a Dios en el escándalo de las vidas rotas y de las
situaciones sin salida que encontramos de manera innumerable y
escandalosa por todos los rincones de la tierra.
9) Llega un momento en que la realidad se nos hace transparente.
La implicación en la construcción del reino de Dios juntamente con él es lo
que nos va permitiendo descubrir la acción de Dios en medio de nosotros
como la dimensión más profunda de la realidad. A medida que vamos
constatando una y otra vez esta presencia, con sólo mirar las apariencias de
la superficie, ya intuimos el dinamismo de vida que se mueve por el fondo.
Atravesando las salas del leprocomio de El Rincón, en la
Habana, acompañado de una religiosa Hija de la Caridad, yo
sólo acertaba a ver las orejas y los dedos de los enfermos
roídos por la lepra. Pero ella pasaba con un sonrisa que
encendía a su paso los rostros de los enfermos, despertaba sus
mejores sentimientos de dignidad, de valor. Ciertamente que
ella veía algo que yo no veía todavía, y que los leprosos se
veían a ellos mismos en los ojos de la religiosa con una imagen
diferente a la que le devolvían sus pobres espejos de cristal.
En la encarnación de Jesús se nos ha revelado que Dios puede estar en
nuestra carne, que la eternidad puede moverse en el tiempo, que la
trascendencia es la cara honda de la inmanencia, que el indecible puede
comunicarse de manera inagotable en una palabra humana. “El que me ve a
mí ve al Padre” (Jn 14,9). En todo hijo de Dios podemos encontrar su
huella.
Poco a poco se van uniendo el trabajar con Dios y la sensibilidad para
percibirlo. Nacen comunidades cristianas arrancando cada persona, una a
una, de ambientes hostiles como si fuesen las piedras de una cantera de
indiferencia, se organizan los vecinos, surgen nuevas propuestas de vida
para todos… Poco a poco el espacio se empieza a llenar de signos del reino,
y la realidad se nos hace transparente como si un pedazo de calle, un aula
o una sala del hospital se hubiese pulido hasta volverse un cristal diáfano
que nos permite ver la acción discreta y honda de Dios entre nosotros y con
nosotros.
En la medida en que recorremos esos espacios, y aunque nosotros no los
miremos, ellos sí nos miran a nosotros, sensaciones de sentido y de alegría
nos recorren, sin saber nosotros muy bien de dónde llegaron, al adentrarse
por las puertas de nuestros sentidos. La transparencia es real cuando no
sólo nosotros miramos las huellas de Dios, sino cuando ellas nos miran a
nosotros, cuando a través de ellas nos llega la mirada de Dios que nos
transforma.
La transparencia de la realidad nos va conduciendo a la transfiguración
personal, a la integración de lo que somos en Dios, superando los
mecanismos superficiales que se apoderan de nosotros y que nos
desintegran. Necesitamos hoy más transfiguración: personas transfiguradas
y personas que ven el mundo transfigurado, transparente, es decir, que
saben percibir la acción de Dios en el fondo de la realidad.
10) Así nacen para nosotros los nuevos signos de Dios en el mundo
secular
Tantos discursos diferentes sobre Dios recorren el mundo que ya no
interesan mucho las crónicas sobre Dios, sino encontrarse con personas que
lo transparenten, con instituciones orientadas al servicio de los últimos, y
con las ayudas necesarias para realizar la experiencia del Dios vivo que se
comunica con nosotros. No basta con que les hablen de Dios, quieren
“sentir y gustar” (EE 2) ellos mismos el encuentro con él. Hemos sido
despojados por la cultura actual del significado evangélico de muchos
monumentos, de magníficas obras de arte, pero nos queda lo principal, la
vida misma de toda persona donde el Señor de la historia sigue
sorprendiendo el futuro.
Las personas, comunidades, instituciones evangélicas, se convierten hoy en
los signos vivos del resucitado. Hay mucha música desgarrada en nuestros
jóvenes en la que tal vez se expresa la protesta profética contra nuestra
sociedad. Muchas búsquedas que nos parecen desatinadas, son la huida de
un mundo asfixiante, y puede ser el sacudirse el polvo de las sandalias (Lc
10,11). Somos los seguidores de Jesús, que se ahogó en el diluvio de la
injusticia humana, por arriesgar una nueva imagen de Dios, la del que
asume la historia desde los echados a los márgenes, desde los últimos junto
a los que nace y entre los que sirve y muere.
Hoy desde el Espíritu de Jesús nacen nuevas dimensiones de vida dentro de
la Iglesia y fuera de ella. Y esta novedad necesita que la bauticemos con su
nombre, necesita cantos, signos, humor, juegos y perfumes que expresen
lo que siente nuestro corazón y nuestro cuerpo. En las encrucijadas de
nuestro mundo, en los márgenes de la injusticia, de la emigración, en los
campamentos de refugiados, en las fronteras del diálogo y la convivencia
interreligiosa, en el reclamo de “otro mundo posible”, aparecen presencias y
organizaciones que son sensibles al viento universal del Espíritu.
Los signos de Dios no se limitan a una iglesia, a una cultura, a una etnia
determinada. Los verdaderos signos de Dios, como Ghandi o la Madre
Teresa, son signos universales que nacen en todas partes y que todos
podemos entender como referidos a lo mejor de toda la humanidad. Ése es
el lenguaje del Espíritu que, como la música, la belleza, la justicia y el amor,
no necesita traductores porque todos lo comprenden. Aunque hay signos de
gran calidad evangélica, como Mons. Romero, que no todos entienden
ahora. Será necesario que el tiempo sane muchos corazones y nos revele la
verdadera grandeza de los identificados con el crucificado.
Reencantar el mundo no es una sensacional operación de marketing, sino
asumir el paso de Dios en medio de nosotros, en seguimiento del Jesús
pobre y humilde del evangelio, para descubrir y proclamar la alegría de las
bienaventuranzas en cualquier credo o piel donde aparezca. Sólo así
podremos cantar “un cántico nuevo” (Ap 14,3), verdaderamente alegre, al
experimentar que el Señor hace nuevas todas las cosas, absolutamente
todas (Ap 21,5).
III. Conclusión: Crear una nueva sensibilidad contemplativa para el
misterio en el que vivimos.
Un día le preguntaron al P. Kolvenbach si oraba con los iconos orientales. El
respondió que sí. –“Y usted los mira?”. “No - respondió el P. Kolvenbach - ,
son ellos los que me miran a mí”.
Los signos del reino nos miran a nosotros constantemente, nos hablan, nos
transmiten un mensaje, y aunque nosotros no nos demos cuentan, entran
en nuestra intimidad por los ojos abiertos, por todos nuestros sentidos.
Parte de nuestra ascética es hoy descubrir estos signos, darle imagen,
música, arte, espacio, fiesta, de la misma manera que los artistas dan
tiempo a construir los iconos de sus propias experiencias personales.
Tal vez, estos Salmos para sentir y gustar internamente, nos ayuden a
crear esta nueva sensibilidad.
En el centro de los cambios profundos y acelerados que vivimos, Dios está
en medio de nosotros asumiendo, salvando, regalando sentido, en
continuación del Jesús de las bienaventuranzas siempre nuevas. Pero
necesitamos una nueva sensibilidad contemplativa para percibirlo, para
sentir que nos mira y para poderlo mirar. Si sólo queremos encontrarlo en
los limitados espacios de nuestro lenguaje, de nuestra práctica religiosa, de
nuestra cultura y de nuestros cánones artísticos, sufrimos de una ceguera
empobrecedora, y el mundo se nos va convirtiendo cada vez más en un
museo de tiempos pasados exitosos. Incapaces de percibir a Dios hoy, no
tendremos lenguaje inédito para que la gente venga y vea (Jn 1,39), mire y
perciba, allí donde nosotros les invitamos a mirar.
Esta nueva sensibilidad se va formando tanto en la soledad, cuando
entornamos los ojos para dialogar de tú a tú con el misterio personal que
nos habita, como en medio de los encuentros, al escuchar el ruido de la
vida que rueda por las calles agobiada por el estrépito y los horarios, en las
búsquedas humanas, en las confrontaciones que cargan dinamita en la
mochila, al sentirnos nosotros mismos alcanzados por el dolor y por la dicha
de vivir en este mundo concreto amado por Dios.
Las noches oscuras, los desiertos sin caminos seguros, el paso por los
basureros de la historia, la soledad de los centinelas auscultando el tiempo
presente, pueden purificar los sentidos, para percibir y anunciar a Dios de
otra manera, el que va delante, el que nos precede siempre en Galilea, al
que tenemos que descubrir hoy entre nosotros como una fuente inagotable
del sentido y de la alegría insobornable del resucitado.
* Conferencia pronuciada en el Colégio Santo Inácio, Río de Janeiro, el 2 de mayo
de 2005, para presentar la traducción de su libro Salmos para sentir y gustar
internamente (Santander, Ed. Sal Terrae, 2004) al portugués, con el título: Salmos
para sentir e saborear as coisas internamente. Uma ajuda para a experiência dos
Exercícios Espirituais. El libro, con 235 páginas, fue traducido por la Dra. Maria
Clara Bingemer y publicado por el Mosteiro da Santa Cruz, en Juiz de Fora (Brasil),
en diciembre de 2004.

Benjamín González Buelta sj.
Salmos para acompañar los Ejercicios Espirituales
CD, CPAL, Con Ignacio, Javier y Fabro, 2005

Primera semana

NADA QUE PEDIRTE
“…mucho aprovecha entrar en ellos con grande ánimo y liberalidad con su Criador y
Señor, ofreciéndole todo su querer y libertad, para que su divina majestad, así de
su persona como de todo lo que tiene, se sirva conforme a su sanctísima voluntad”.
(Anotación 5)
Hoy no tengo
nada que pedirte,
ni te traigo
ninguna queja.
Yo sólo busco
un encuentro
desde lo infinito
que late en mí.
¡Pobre de mí
si atase
tu respuesta
a mi pregunta
tan medida,
o a mi lamento
tan herido!
¡Pobre de mí
si ya supiese
la respuesta!
Tal vez
sólo encontraría
para mi sed,
mi propia agua
reciclada,
el eco
de mi monótono
decirme,
mi pasado
humedecido
por el sudor
o por el llanto.
Te necesito
más allá
de lo que sé
o de lo que digo
de mí mismo.
¡Hoy descubro
ya presente,
en el amor
con que me atraes,
la pasión
con que me buscas!

LO MÁS IMPORTANTE NO ES

“No somos nosotros
los que hemos amado a Dios,
sino que él nos amó primero”
1Jn 4,10

Lo más importante no es que yo te busque,
Sino que tú me buscas en todos los caminos (Gn 3,9);

que yo te llame por tu nombre,
sino que tú tienes tatuado el mío en la palma de tu mano (Is 49,16);
que yo te grite cuando no tengo ni palabra,
sino que tú gimes en mí con tu grito (Rom 8,26);
que yo tenga proyectos para ti,
sino que tú me invitas a caminar contigo hacia el futuro (Mc 1,17);
que yo te comprenda,
sino que tú me comprendes en mi último secreto (1Cor 13,12);
que yo hable de ti con sabiduría,
sino que tú vives en mí y te expresas a tu manera (2Cor 4,10);
que yo te guarde en mi caja de seguridad,
sino que yo soy una esponja en el fondo de tu océano ((EE 335);
que yo te ame con todo mi corazón y con todas mis fuerzas,
sino que tú me amas con todo tu corazón y todas tus fuerzas (Jn 13,1).
Porque, ¿cómo podría yo buscarte, llamarte, amarte…
si tú no me buscas, me llamas y me amas primero?
El silencio agradecido es mi última palabra,
mi mejor manera de encontrarte.

AMBIGÜEDAD
“… que sienta el desorden de mis operaciones, para que aborreciendo, me enmiende
y ordene” (EE.EE. 63) “…pedir conocimiento del mundo para que aborreciendo,
aparte de mí las cosas mundanas y vanas” (EE.EE.63)
Desde el misterio
brota la ambigüedad
trenzando el espesor del cuerpo
y la sutileza del espíritu.
Camina disfrazada
con ideas bien trabadas,
sentimientos luminosos
y hambres naturales.
Corre maquillada de evangelio,
se instala astuta
en mis rutinas seguras,
en la prisa de mis urgencias
y en el sueño de mis calmas.
Pero mi ambigüedad
empieza a revelarse
por una mano ajena
huidiza en el encuentro,
por un desajuste ligero
asomándose a unos ojos,
por un pequeño sabor amargo
en medio del aplauso,
por una desazón íntima
como poso de fatigas cotidianas.
Al sorprenderla en su trampa,
se repliega de nuevo
a mi fondo más oscuro,
donde la tiniebla y la luz
todavía no han sido separadas.
Herida por la claridad,
deja un rastro de engaño
desangrándose en la huida.
Y se hunde inaccesible
donde no llegan
ni mi ojo ni mi análisis.
¡Señor de mis profundidades
abismales e ignoradas!
Como el primer día de la creación,
búscame y libérame
donde soy tiniebla y engaño,
ordéname con tu Espíritu
donde soy caos originario!

PREGUNTAS DE DIOS
“… para que sienta interno conocimiento de mis pecados y aborrecimiento de ellos”
(EE.EE. 63)
¿Dónde estás?,
dice el Creador.
¿Dónde está tu hermano?,
dice el Padre.
¿Quién te liberó?,
dice el Señor.
¿Dónde están tus acusadores?,
dice el Pastor.
¿Por qué me persigues?,
dice el Hermano.
¿Por qué temes?,
dice el Amigo.
Preguntas de Dios
en nuestra tierra,
como la lluvia
que baja del cielo
y al cielo sube,
preguntas sin final,
preguntas eternas
en la vida
que nos traen,
en la muerte
que se llevan.
Acogidas
como la lluvia,
ya nos van haciendo
eternidad ahora.

HECHO PECADO
“Imaginar a Cristo nuestro Señor delante y puesto en cruz, hacer un coloquio, cómo
de Criador es venido a hacerse hombre, y de vida eterna a muerte temporal, y así a
morir por mis pecados” (EE.EE. 53)
Te has hecho
en nuestra carne
pavor,
llaga,
condena,
y sepultura.
Desde dentro
del pecado,
confundido con él
y maldito,
nos sorprendes ahora
surgiendo de repente
por el mismo centro
del miedo,
del golpe,
del cerco,
del foso,
y en medio
del susto fantasmal
de tu ser luminoso
entre el oleaje
de nuestra noche rota,
nos susurras
con voz estrenada
de amigo:
“Soy yo, no temas.
Camina sobre el agua”.

AQUÍ ESTOY SEÑOR
“… mirando a mí mismo lo que he hecho por Cristo, lo que hago por Cristo, lo que
debo hace por Cristo” (EE.EE. 53)
Aquí estoy Señor,
arado de arriba abajo,
despojado de la vieja cosecha,
sin una sola hierba verde.
Aquí estoy Señor,
la reja de hierro
me ha volteado
de dentro afuera
y ha sacado al aire
la entraña frágil
y la piedra dura.
Aquí estoy Señor,
todo entero al sol que quema
y al rocío de la noche
puro surco rajado,
herido de esperanza,
abierto para la nueva siembra.
Aquí estoy Señor.

GRACIAS PORQUE SOY COMO LOS DEMÁS HOMBRES
“Mirar quién soy yo…, mirar qué cosa es todo lo criado en comparación de Dios;
pues yo sólo ¿qué puedo ser?” (EE.EE. 58)
Te doy gracias Señor,
porque soy como los demás hombres.
Intento estar seguro de mí
ante tu ausencia,
cuadro mi contabilidad
para no ser sorprendido
al final de la jornada.
Me comparo con los otros
y miro desde arriba
a los que juzgo pecadores,
y en la comparación, no en ti,
he puesto mi seguridad.
También yo tengo elaboradas
condenas de moda,
publicamos al servicio
de los que imponen su imperio,
pero escondo en la ambigüedad
mis pecados de siempre,
radicales trampas contigo,
abismales cortes con el otro.
También yo tengo mis seguros
de ahorros y diezmos,
pequeñas monedas al contado
con las que pretendo negociar
la falta de entrega a tu misterio.
También yo salgo satisfecho
de oírme a mí mismo
de pie en el centro del templo.
Como los demás hombres,
ya puedo abrirme a tu perdón
dándome golpes de pecho
al lado del publicano. (Lc. 18, 4-14)

LÍMITE LIBERADOR
“Acabar con un coloquio de misericordia, razonando y dando gracias a Dios nuestro
Señor” (EE.EE. 61)
Mi límite acogido
me libera
de la imposible tarea
de alcanzar la perfección
de centímetros y leyes.
Mi ambigüedad
que todo lo impregna
me libera
de la ingenuidad
en mis relaciones y proyectos.
Mi pecado perdonado
me libera
del orgullo que levanta
el corazón y la mirada
por encima de todas las cabezas.
Mi fragilidad asumida
me libera
de construir la vid
sobre mi suficiencia
quebradiza y vana.
Mi proyecto fracasado
me libera
del miedo a la derrota
que ahoga la fantasía
y congela el futuro.
Mi muerte pasada
me libera
de terrores fantasmales
sus jefes y condenas
sus fosas y demonios.
Hoy mis saberes
son como trajes de niño
colgados del armario,
coloridas vestimentas
que acompañaron mi estatura
en un trayecto del viaje.
Pobres saberes
decorados con títulos y sellos
archivados bajo llave,
alistados en mi estante
como un ejército en papel.
Pero hoy el misterio
se abre ineludible
abismo al final de todos mis saberes
armados de razones y de mapas.
Y hoy es mi ignorancia
un colirio que me lava los ojos,
un ayuno que alivia la razón,
un sosiego indefenso
sin técnica ni horario,
una puerta clandestina
abierta hacia el futuro
controlado inútilmente
por los fuertes y los sabios.
Y llega desde el misterio
un alimento sorpresivo
sin publicidad, sin etiqueta,
un aroma de uno de enero,
una esperanza que desarma
mis razones blindadas.
El misterio es un Tú
que me acoge en la noche
como la única certeza
que no devora mi pasado,
ni se burla de mis saberes pequeños
amigos fieles como perros de ciego
que me condujeron hasta él.

Segunda semana
BAUTÍZAME JESÚS
“Cristo nuestro Señor, después de haberse despedido de su bendita Madre, vino
desde Nazaret al río Jordán, donde estaba San Joán Batista” (EE.EE. 273)
Bautízame Jesús
con el sol y la brisa
de tu gracia cotidiana,
discreta creación
bajando por mi frente.
Sumerge mi cuerpo
en la bondad del pueblo
que corre por el cauce
de sus caminos hondos,
abiertos con sus pies
de trabajo y encuentro.
Vísteme de blanco
al emerger de las aguas
contenido el aliento,
y acógeme en tu pecho
con el abrazo comunitario
de mil brazos abiertos.
Disuelve un grano de sal
en mi paladar,
para que la vida nueva
se conserve entera
con los sabores fuerte
del evangelio.
Úngeme la frente
con tu cruz de sufrimiento
y úngeme el pecho
con el dolor del pueblo.
Cargaré hasta el calvario
la cruz de tu misterio.
Que se alegre el cosmos
en el sonido natural
del metal y la madera,
y que canten las gargantas
hoy, día primero
de la nueva creación.

MIRARME DESDE TI
“… ver a Cristo nuestro Señor, rey eterno, y delante dél todo el universo mundo, al
cual y cada uno en particular llama” (EE.EE. 95)
Mírame tú
Jesús de Nazaret.
Que yo sienta
posarse sobre mí
tu mirada libre,
sin esclavitud
de sinagoga,
sin exigencias
que me ignoren,
sin la distancia
que congela,
sin la codicia
que me compre.
Que tu mirada
se pose
en mis sentidos,
y se filtre
hasta los rincones
inaccesibles
donde te espera
mi yo desconocido,
sembrado por ti
desde mi inicio,
y germine mi futuro
rompiendo en silencio
con el verde de sus hojas
la tierra machacada
que me sepulta
y que me nutre.
Déjame entrar
dentro de ti,
para mirarme
desde ti,
y sentir
que se disuelven,
tantas miradas
propias y ajenas
que me deforman
y me rompen.
DIOS EX-PUESTO
En tu Hijo Jesús
te ex-pusiste,
saliste de la eternidad
a la intemperie de los tiempos,
y en una herencia corrompida,
divino y humano con nosotros,
anidó tu amor un vuelo
de alas solidarias
girando hacia la altura,
elevando sin fin el horizonte.
En tu Hijo Jesús
te ex-pusiste,
te encarnaste para decirte cerca,
en la inaudita pretensión
de ser todas las lenguas y colores
en una carne mortal y reducida,
de ser una parábola inagotable
de acentos infinitos por los siglos,
llegando viva y nueva para todos
hasta el dintel de los sentidos.
En tu Hijo Jesús
te ex-pusiste,
te arriesgaste en el abajo
vigilado, excluido y fracasado,
para ofrecernos la Vida
en encuentros vulnerables,
en la mejilla sin trampa,
a veces besado como amigo
y al final triturado sin remedio
hasta la muerte y el escarnio.
En tu Hijo Jesús
te ex-pusiste,
no te impusiste con teofanías
de fuegos y espantos siderales,
ni con la seducción astuta,
ni con el poder armado,
porque sólo en encuentros libres
pueden engendrarse auroras
para resurgir desde la noche
más divinamente amanecidos.

¡QUIÉN PUDIERA VER!
“… pedir conocimiento de los engaños del mal caudillo y ayuda para dellos me
guardar, y conocimiento de la vida verdadera que muestra el sumo y verdadero
capitán, y gracia para le imitar” (EE.EE. 139)
Quien pudiera
ver
cuánto tiene
de mendigo,
el oro
en la muñeca,
el maquillaje
en el espejo,
la firma
en el cheque,
el título enmarcado
en la pared.
Quién pudiera
ver
cuánto tiene
de infinito,
una mano
agotada,
un rostro
tras las rejas,
una sonrisa
sin paga,
el aroma compartido
del café.
¡Quién pudiera
mirar
con ojo simple
las personas
y las cosas como son!
¡Quién pudiera ver!

DON SIN RAZONES
“… considerar cómo Cristo nuestro Señor se pone en un gran campo de aquella
región de Hierusalén en lugar humilde, hermoso y gracioso” (EE.EE.144)
Sólo al percibirte
sin razones,
podemos regalarnos
sin razones.
Sólo al encontrarte
en el fondo de la nada,
podemos darnos
por nada.
Sólo al unificarnos
en tu silencio,
podemos entregarnos
en silencio.
Sólo al reposar
en tu misterio,
podemos ir muriendo
en el misterio.

SEÑOR, TEN PIEDAD DE MÍ
“… para que yo sea recibido debaxo de su bandera… en summa pobreza espiritual…
en la pobreza actual… en pasar opprobrios y injurias por más en ellos le imitar”
(EE.EE. 147)
Señor, ten piedad de mí.
Por haber contemplado la vida
me veo comprometido a morir.
Por haber contemplado
el rostro de un pobre,
se me han levantado las sospechas
en todas las palabras,
expedientes y jardines.
Señor, ten piedad de mí.
Por querer taladrar con la mirada
la cáscara de todo lo real
para descubrirte como la última verdad
que hace existir todas las cosas,
hoy me encuentro en esta soledad
donde sólo tú puedes encontrarme.
Señor, ten piedad de mí.
Nadie puede buscarte y morir.
Nadie puede verte y vivir.

EL OJO DE LA AGUJA
“… por imitar y parescer más actualmente a Cristo nuestro Señor, quiero y elijo
más pobreza con Cristo pobre que riqueza, opprobrios con Cristo lleno de ellos que
honores, y desear más de ser estimado por vano y loco por Cristo, que primero fue
tenido por tal, que por sabio ni prudente en este mundo” (EE.EE. 167)
Se estrechó
tanto mi existencia,
estrujada en un puño
de intereses ajenos,
que se deslizó con suavidad
por el “ojo estrecho
de la aguja”
hasta tu encuentro.
Fui tan despojado
del esplendor
pegado a mis costados
como tesoro embustero,
que atravesé ágil
el “callejón estrecho”
que me condujo
al futuro nuevo
de tu reino.
Fui tan humillado
por la descalificación social,
y por mi propio límite
llevado a todos los oídos
por el viento sin amo,
que doblé el cuello
y entré hermano
por “la puerta pequeña”
del nosotros verdadero.

Tercera semana

CRUCIFIXIÓN
“Considerar cómo todo esto padece por mis pecados, etc., y qué debo yo hacer y
padecer por él” (EE.EE. 197)
Ya el dolor del pueblo
ha taladrado
mis manos y mis pies,
y ha incrustado
su obsesión de espinas
alrededor de mi frente.
Y llevo en el costado
un boquete abierto,
por donde entran
en mi pecho sin defensa
el frío y las protestas
que vagan por la calle
buscando un corazón
donde alojarse.
¿Por qué me abandonaste?
Ya no puedo
bajarme de la cruz
hecha de pueblo.
Padre, acoge
mi espíritu
en tus manos,
y resucita
al tercer día
este misterio

EL AHORA NUEVO
“Considerar lo que Cristo nuestro Señor padece en la humanidad” (EE.EE. 195)
En el misterio de la tierra,
"sin saber cómo" (Mc. 4,27),
se gesta la vida nueva
en el grano de trigo.
Un muro de Berlín,
tan mellado por las balas,
tan manchado por la sangre,
un día se convierte
en juguete de los niños
"sin saber cómo".
Todos quieren apoderarse
de la espiga madura.
Pocos quieren enterrarse
como grano de trigo
donde se forma el futuro
"sin saber cómo".
Todos se lanzan a las calles
con bailes y banderas
cuando la libertad estalla.
Pocos se esconden vivos
en la oscuridad clandestina
donde se busca a tientas,
"sin saber cómo".
Todos sueñan con el Reino,
lo prometen, lo pintan y lo cantan.
Pocos lo alimentan
en el germen diminuto
de intuiciones y de insomnios
sin horarios y sin paga
donde empieza tembloroso
"sin saber cómo".

PERDER LA VIDA
“Considerar lo que Cristo nuestro Señor padece en la humanidad…, considerar cómo
todo esto padece por mis pecados etc., y qué debo yo hacer y padecer por él”
(EE.EE. 195, 197)
Perder la vida,
liberar una existencia,
cultivar una amistad,
sanar una esperanza.
Después ya pueden desaparecer
disfrutando su estreno
por caminos inéditos
sin dejar su dirección.
Perder la vida
derramando los días
sobre frentes sin etiqueta
de sinagoga o de partido,
sobre buenos y malos
como la lluvia y el sol
que regala el Padre de todos.
No querer contabilizar
si nuestros esfuerzos
han resbalado estériles
sobre la piel cerrada
hasta el polvo del camino,
o si han calado fértiles
hasta el secreto
donde germina la vida.
Perder la vida
como el que apuesta
un jornal con su cansancio
o la fortuna heredada.
Gira la ruleta
trucada por los amos
que controlan el casino,
y deciden que nuestro número
no cabe en este tablero.
Se roban nuestro esfuerzo
y nos dejan entre las manos
un billete sin premio.
Los seres nuevos,
la entrega de los días,
la apuesta audaz,
nacen de vidas
tan perdidas a sí mismas,
que el Espíritu de todos
las esconde en su misterio
como en papel de regalo,
para abrirlas entre el pueblo
el día de la fiesta sin ocaso.

CRUZ
“Considerar cómo la divinidad se esconde, es a saber, cómo podría destruir a sus
enemigos, y no lo hace, y cómo dexa padescer la la sacratíssima humanidad tan
crudelíssimamente (EE.EE. 196)
Una meta cotizada
nos exige esfuerzo
duro y largo.
Pero un cálculo
nos da la confianza
de que vale la pena.
Tal vez la cruz
sólo es una inversión.
Por amor a otra persona,
sacrificamos con gusto
tiempo, fuerza y dinero.
La cruz se llama
solidaridad con el otro
que siento de algún modo
parte de mí mismo.
Un golpe repentino
puede fulminarnos al instante,
y nuestra existencia
queda herida sin remedio.
Se pierde la salud,
un ser querido,
o la estima pública.
Se desgaja una rama verde,
una parte viva del yo.
Cuando esta mutilación
encuentra su reposo,
la cruz se llama aceptación.
Existe la cruz libre,
la que escojo,
de la que no huyo,
pero una vez clavado
ya no puedo bajarme
cuando quiero.
Se entregan
los proyectos a los clavos,
la fantasía a las espinas,
el nombre a los rumores,
los labios al vinagre
y los haberes al reparto.
Aquí la cruz se llama
fidelidad al Amor en el Amor,
que es canto y fortaleza
resucitando por la herida.

BRASA
“… trayendo en memoria frecuente los trabajos, fatigas y dolores de Cristo
nuestro Señor, que pasó desde el punto que nasció hasta el misterio de la pasión en
que al presente me hallo” (EE.EE.206)
Para ser brasa
en el centro del hogar,
hay que haber ardido
enteramente,
hasta el corazón
de la madera.
Sólo así la brasa
será fuego contenido
sin manchas negras
de nostalgia vegetal,
sin añoranzas
de brisas y de ríos.
La brasa agradece
la ceniza que la cubre,
la esconde y la protege,
no necesita llamaradas
que reclamen atenciones.
Su intimidad naranja
caldea sin dar miedo,
y en su ternura sobria
nadie se calcina.
Vive lenta y duradera,
ni crepita quejas
ni seduce soledades.
Como memoria tibia
de encuentros libres
que sonríen por la vida,
ama su borde de ceniza.

HERIR AL INFINITO
“… qué debo hacer yo y padecer por él” (EE.EE. 197)
No crece la vida de Dios
desde la muerte humana,
sino la plenitud humana
desde la muerte de Dios.
No realza la fortaleza de Dios
la debilidad nuestra,
la debilidad de Dios
construye nuestra fortaleza.
Porque sólo los ídolos
se alimentan de la sangre ajena,
pero Dios derrama la suya
para salvar la nuestra.
El cauce frío del hierro
que desgarra la carne,
orada con el mismo golpe
el corazón encarnado de Dios .
Y donde un golpe nos hiere
acude incesante el agua viva,
pues sólo puede manar Amor
por el boquete abierto al Infinito.

PLENITUD DE POBRE
“Considerar cómo la divinidad se esconde” (EE.EE. 196)
Señor de mis amistades,
con su último reducto
inalcanzable al abrazo
que sella la cercanía
y la distancia.
Señor de las miradas amigas
que me llegan tiernas y lejanas
como el respirar fresco
de pozos hondos y ajenos.
Señor de mis palabras
inspiradas como lluvia
que dio vida a semillas enquistadas,
y se escondió en la tierra.
Señor de todas las vidas
recreadas en mi encuentro
que pisan alegres su propio sendero
sin mi sangre en sus arterias,
sin mi apellido en sus papeles.
Señor de mi último secreto,
originalidad solitaria,
mañana ya engendrado
en mi ayer ambiguo e ignorado.
Señor de mi exhuberancia
generosa y derrochada,
hoy mi vida tiene olor
a vid recién podada.
Señor, no tengo
ni tu firma ni tu anillo.
No tengo de ti más
que esta búsqueda,
esta ruptura, esta distancia.
Cuando me recuesto a la sombra
de tanto bello, noble y justo,
siempre despierto con más hambre de camino,
con una ausencia más huérfana,
con una pregunta más ahondada,
atizado todo mi misterio
por las señales de tu paso.
Hoy no tengo más que el hueco
que dejaron en mis manos
los clavos de tu cruz.
Y por esas dos heridas,
se derrama sobre la tierra
toda el agua que quise inútilmente asegurarme
y que nunca me ha faltado.

Cuarta semana
LA MIRADA DEL MAR
“… mirar cómo Dios habita en las criaturas, en los elementos dando ser, en las
plantas vegetando, en los animales sensando, en los hombres dando entender” (235)
Caminé al lado
del mar y su oleaje
con roncos desgarrones
contra los corales afilados.
Fantasías adentradas
hasta mi centro,
me llevaban con prisa,
cerrados los sentidos,
sin contemplar la alegría
del cosmos con su palabra
de color y movimiento.
Pero al regreso,
encontré el mar
dentro de mí.
El me había mirado,
e impregnó de paz azul
mi íntimo reposo.
Y las palmas,
también jugaban
por mis rincones
con su danza verde
de brillos astillados
en los filos de las hojas.
Y la brisa con ungüento
de yodo y sal
en la punta de los dedos,
andaba en silencio
acariciando cicatrices.
Y el cosmos entero
buscaba recrearme
hasta la médula del hueso.
¡Y yo sin notarlo,
discreto Dios
de los humildes
sacramentos!

TU ALEGRÍA INSOBORNABLE
“… pedir gracia para me alegrar y gozar intensamente de tanta gloria y gozo de
Cristo nuestro Señor” (EE.EE. 221)
Concédenos, Señor, tu alegría insobornable.
La diversión tiene precio y propaganda
y sus mercaderes son expertos.
Se alquila la evasión fugaz
con sus rutas exóticas y vanas.
Se bebe el gozo con tarjetas de crédito
y se estruja como un vaso desechable.
Pero tu alegría no tiene precio,
ni podemos seducirla.
Es un don para ser acogido y regalado.
Concédenos, Señor, tu alegría sorprendente.
Más unida al perdón recibido
que a la perfección farisaica de las leyes.
Encontrada en la persecución por el reino,
más que en el aplauso de los jefes.
Crece al compartir lo mío con los otros,
y se muere al acumular lo de los otros como mío.
Se ahonda al servir a los criados de la historia,
más que al ser servidos como maestros y señores.
Se multiplica al bajar con Jesús al abismo humano,
se diluye al trepar sobre cuerpos despojados.
Se renueva al apostar por el futuro inédito,
se agota al acaparar las cosechas del pasado.
Tu alegría es humilde y paciente
y camina de la mano de los pobres.
Concédenos, Señor, la “perfecta alegría”.
La que mana como una resurrección fresca
entre escombros de proyectos fracasados.
La que no logran desalojar de los pobres
ni la cárcel de los sistemas sociales
ni los edictos arbitrarios de los amos.
La decepción más honda y golpeada
no puede blindarnos para siempre
contra su iniciativa inagotable.
Tu alegría es perseguida y golpeada,
pero es inmortal desde tu Pascua.
Concédenos, Señor, la sencilla alegría.
La que es hermana de las cosas pequeñas,
de los encuentros cotidianos
y de las rutinas necesarias.
La que se mueve libre entre los grandes,
sin uniforme ni gestos entrenados,
como brisa sin amo ni codicia.
Tu alegría es confiada y veraz,
ve la más pequeña criatura amada por ti,
con un puesto en tu corazón y en tu proyecto.

ESCOJO LA VIDA
“Mirar el officio de consolar que Cristo nuestro Señor trae, y comparándolo cómo
unos amigos suelen consolar a otros” (EE.EE. 224)
Esta mañana
enderezo mi espalda,
abro mi rostro,
respiro la aurora,
escojo la vida.
Esta mañana
acojo mis golpes,
acallo mis límites,
disuelvo mis miedos,
escojo la vida.
Esta mañana
miro a los ojos,
abrazo una espalda,
doy mi palabra,
escojo la vida.
Esta mañana
remanso la paz,
alimento el futuro,
comparto alegría,
escojo la vida.
Esta mañana
te busco en la muerte,
te alzo del fango,
te cargo tan frágil,
escojo la vida.
Esta mañana
te escucho en silencio,
te dejo llenarme,
te sigo de cerca,
escojo la vida.

APARICIONES
“Considerar cómo la divinidad que parescía esconderse en la pasión, paresce y se
muestra agora tan miraculosamente por los verdaderos y sanctíssimos effectos
della” (EE.EE. 223)
Apareciste
cuando el alma
no tenía prisa
ni de llegar,
ni de crecer,
ni de morir.
Cuando te fuiste,
el cuerpo
no hizo balance
ni de ausencias,
ni de caricias,
ni de preguntas.
Y me dejaste
una sorpresa,
una certeza,
un corazón.
¡Nunca te fuiste!

EL SENTIDO QUE BUSCAS
“Cómo la divinidad… se muestra agora en la resurrección … por los verdaderos y
sanctísimos effectos della” (EE.EE. 223)
El sentido que buscas
llega él solo hasta ti,
al transformar una herida
en una ventana,
al construir un puente
con las piedras de un muro,
al recoger una angustia
y convertirla en palabra,
al encontrar vivos en otros
tus días perdidos,
al mirar la pobreza
y contemplar profecía.
LÍBRANOS SEÑOR DE LA TRISTEZA
“Mirar el officio de consolar que Cristo nuestro señor trae” (EE.EE. 224)
Líbranos, Señor, de la tristeza.
Mana desde heridas viejas
y desde nuevos golpes repentinos
no bastante llorados
en lo que tienen de despojo,
ni bastante acogidos
en lo que tienen de nueva libertad.
Se infiltra astuta en la mirada
y apaga el brillo
de las realidades cotidianas.
Va depositando
en la coyuntura de los huesos
su rigidez y su torpeza.
Un aire inasible
empapa de desazón indescifrable
los recuerdos luminosos.
Las certezas cálidas de ayer
parecen arqueología ajena,
esculturas sin nombre
en plazas olvidadas.
Como nube empujada por el viento
con formas grotescas y cambiantes
nos oculta el horizonte
con su amenaza fantasmal.
La tristeza se esconde
bajo el deber cumplido
y la respuesta esperada por la gente.
Maquilla su rostro
con arrugas de ayuno.
Se disfraza de sensatez
que todo lo calcula bien.
Va doblando las espaldas
con el ancho escapulario
de los "cofrades resignados",
que han visto y saben todo,
y ya no esperan nada nuevo
que valga la pena celebrar.
Al pasar las siluetas juveniles
con sus risas de colores,
va quedando un poso de nostalgia,
de oportunidades nunca atrapadas
en el puño ya sin fuerza.
La tristeza nos deja en el alma
un residio de vida usada,
de Dios de catecismo
con las preguntas y respuestas
ya sabidas de memoria,
repetidas hasta el tedio.
¡Líbranos de la tristeza,
Señor de la alegría!

TU GRACIA NOS BASTA
“Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi entendimiento y toda mi voluntad,
todo mi haber y mi poseer; vos me lo disteis, a vos, Señor, lo torno; todo es
vuestro, disponed a toda vuestra voluntad; dadme vuestro amor y gracia, que esta
me basta” (EE.EE. 234)
No puedo abrumarte
con tercos argumentos
ni con obsesivas oraciones,
para que me concedas
salud para servirte,
vida larga para hacer más cosas,
honra para encontrar
las puertas abiertas,
abundantes recursos
para ser más eficiente.
No puedo pedir tampoco
sufrimientos
presumiendo de mis fuerzas,
como si tú necesitases
una cuota de dolor
para concedernos
las cosas necesarias.
Yo sólo quiero pedirte
lo que tú siempre me ofreces,
tu amor y tu gracia
que engendran vida,
pero pueden llevar a la muerte
por defender a los asaltados,
que crean salud,
pero pueden llevar a perderla
en el servicio de los débiles,
que nos hacen amables,
pero pueden provocar
descalificación social
por no amoldarnos a las leyes,
que fructifican la tierra
con todos los bienes necesarios,
pero pueden dejarnos sin nada
por hacernos hermanos
de los echados de tu mundo.
Yo sólo quiero pedirte
tu amor y tu gracia.
Que los acoja en mí
como la última verdad
y que mi corazón diga:
“Me basta” (EE. EE., 234)

TÚ Y YO NOS VAMOS HACIENDO
En ti estoy,
de ti vengo,
a ti voy.
Estás fuera de mí,
puedo encerrarme.
Estás dentro de mí,
puedo encerrarte.
No puedo dejar
de estar en ti.
Mi carne
extiende raíces
que llegan hasta ti.
Puedo olvidarlo.
Mi espíritu
es una chispa
que brota
de tu incendio.
Puedo ignorarlo.
No puedo dejar
de venir de ti.
Mis ojos
buscan su horizonte.
Mi corazón,
su hogar universal.
Puedo extraviarme
en una encrucijada.
Puedo paralizarme
en algún hogar.
No puedo dejar
de ir hacia ti.
No vi tu rostro
cuando salí de ti.
No fue una despedida.
Allí empezó
un encuentro sin orillas.
Cada tarde
añado en mi lienzo
un nuevo rasgo tuyo.
Cada tarde
añades en tu lienzo
un nuevo rasgo mío.
En medio del camino
al adivinar una frente,
al estrechar una mano,
al mirar unos ojos,
al nacer el futuro,
al morir el presente,
yo te descubro,
yo me descubro.
Dentro de mí,
los dos a la par,
uno hacia el otro,
nos vamos haciendo…
Ahora te veo,
Señor marginado,
maestro sirviendo,
madre exprimida,
padre sin nada,
infinito pidiendo,
libre clavado.
Ahora te veo,
pueblo en camino.
Y en este misterio
se pierden mis días,
mis razones
y mis sueños.
Tú y yo
nos vamos haciendo
tu pueblo.

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Benjamín González Buelta. Salmos para gustar y sentir

  • 1. Salmos para “sentir y gustar internamente” * Benjamín González Buelta S.J. http://www.cpalsj.org/ I. La necesidad de la mística Quisiera recordar la conocida y profética frase de Karl Ranher: El cristiano del futuro o será un místico o no será cristiano. Hoy no nos basta con un Dios de catecismo, ni siquiera de eruditos cursos de teología que dialoguen con la cultura actual y con las otras religiones. Necesitamos hacer la experiencia de Dios, encontrarnos cara a cara con él, para decir, en las múltiples situaciones de nuestro mundo secular, como Jacob en su camino desconocido: “Dios estaba aquí y yo no lo sabía” (Gn 28, 16). Para exclamar como Job en el fondo de los infiernos humanos: “Te conocía sólo de oídas, ahora te han visto mis ojos” (Job 42,5). Para dejarse sorprender como Jesús por un Centurión romano que era de otra religión: “Les aseguro que no he encontrado a nadie en Israel con tanta fe” (Mt 8,10). Dice J.B. Metz que hay dos tipos de místicos: Místicos de ojos cerrados y místicos de ojos abiertos. El místico de ojos cerrados vive con una inusitada hondura y consciencia, el viaje sin fin del encuentro con Dios que cada uno de nosotros iniciamos desde el día primero de nuestra existencia. Salir de sus manos, y entrar en el espacio y el tiempo de nuestro mundo, no fue una despedida, sino el comienzo de un encuentro que ya no tiene orillas. Se cierran los ojos para vivir la intimidad poblada por el misterio inagotable de Dios. En cambio, el místico de ojos abiertos, abre bien los ojos para percibir toda la realidad, porque sabe que la última dimensión de todo lo real está habitada por Dios. Se relaciona con el mundo, dándose cuenta de las señales de Dios que llena todo lo creado con su acción incesante, con su fascinante creatividad sin fin. La pasión de su vida es mirar y no se cansa de contemplar la vida porque busca en ella el rostro de Dios. Todos tenemos algo de las dos místicas. Tal vez la pedagogía de la mística de ojos cerrados ha sido más desarrollada en la historia de la espiritualidad. Esta tarde, yo me quisiera fijar más en la pedagogía de la mística de ojos abiertos, porque tal vez esté más presente en este libro de salmos que presentamos en esta tarde. Los Ejercicios de San Ignacio son una gran escuela de mística de los ojos abiertos porque nos van conduciendo desde el encuentro con Dios en la intimidad, (mística de ojos cerrados), a la contemplación de Dios en todas las cosas, (mística de ojos abiertos). Tres pequeñas anécdotas pueden servirnos de parábolas de lo que deseo expresar. Las dos primeras están ligadas a dos Casas de Ejercicios que los jesuitas tenemos en la Rep. Dominicana. La tercera sucedió en Roma. a) Nuestra casa de Ejercicios Espirituales, llamada Manresa Loyola, está junto al mar Caribe. Con frecuencia yo solía bajar hasta los arrecifes de coral donde los pescadores se alineaban para lanzar sus anzuelos. Les oía exclamar mirando exaltados el agua: “¡Un mero, una dorada! ¡Allí se acerca un cardumen!”. Yo miraba y miraba, pero nunca logré ver nada. Ellos sabían leer la profundidad del mar. Yo era un analfabeto. Ellos podían distinguir la presencia de un pez en lo que
  • 2. para mía no era más que un reflejo fugaz perdido en medio de tantos otros reflejos. Ellos sabían leer lo que estaba bajo las aguas, pero yo sólo era capaz de percibir los colores y los movimientos de la superficie. Ellos tenían una sensibilidad que yo no tenía. Habían crecido junto al mar. Desde niños habían jugado en el agua, hasta la playa se habían retirado muchas veces para sentarse en la brisa fresca de la tarde a procesar historias de amores y de trabajos. El mar estaba unido a sus sentidos con una sabiduría que para mí no existía. El mar era una palabra siempre en movimiento, un discurso que no se repetía. Para los pescadores el mar era transparente, y cuando estaban delante de él les hablaba a todos sus sentidos: a sus ojos con los colores cambiantes, a su olfato con el olor fuerte de las algas y el salitre, a su piel con el pasar fresco de la brisa, al oído con el rasgarse de las olas en el acantilado, al gusto de saborear el bienestar de sentirse envueltos en su magia. Esta primera parábola nos ayuda a comprender la necesidad de crecer en una sensibilidad nueva que nos permita descubrir a Dios en la hondura de este mundo secular, donde la superficie aparece cada día más alejada de Dios, donde las imágenes explícitas de Dios son cada vez más desvanecidas y ausentes, pero donde Dios se mueve en la hondura con una creatividad incesante, con una pasión infinita por nosotros. Existen innumerables reflejos de esa pasión absoluta de Dios por nosotros en la superficie del agua. Pero necesitamos una nueva sensibilidad para percibir esos reflejos. b) En la otra Casa de Ejercicios, Manresa Altagracia, me encontré un día con el Director, que estaba bastante molesto. En el camino de la entrada principal de la casa, crecía una hierba pequeña de media docena de hojas, de unos diez centímetros de altura, que llaman junquillo. Cuando se la quiere eliminar es muy difícil, porque se extiende por debajo de la tierra con unas raíces muy finas y crea unas cepas de donde salen nuevas plantas. Cuando se la arranca en un sitio, puede brotar a los pocos días un poco más allá. El buen padre estaba cansado de limpiar una y otra vez esa entrada que afeaba la Casa de Ejercicios. “Ya sé lo que voy a hacer, - me dijo voy a echar una buena capa de asfalto para acabar con el junquillo”. Una semana más tarde, todo el camino de tierra estaba cubierto por una gruesa y bella capa de asfalto negro. “Ahora sí que el junquillo ya no brotará más”, me comentó satisfecho. Pero unos días más tarde, unas hojitas verdes empezaron a asomarse en medio del asfalto. A las pocas semanas todo el asfalto estaba atravesado por esas plantas tan tenaces, como si fuesen afiladas agujas de acero. ¿Cómo unas hojas tan frágiles pueden atravesar un asfalto tan duro? ¿Cómo el misterio de la vida vegetal logra orientar esas hojas hacia la luz a pesar de la oscuridad del asfalto negro? Ese es el misterio de la creación y de la historia, la fortaleza incontenible de la vida alentada por Dios que brota desde el fondo de todas las situaciones humanas aplastadas por los sistemas sociales y políticos injustos, desde las innumerables y nuevas formas de injusticia que padecen hoy los pobres de este mundo, desde los infiernos de nuestra realidad. Desde el fondo de la historia, la vida brota siempre incontenible, más fuerte que cualquier intento de sofocarla, más sabia que nuestras disposiciones para reprimirla, desde la misteriosa actividad incesante de Dios en la discreción y el respeto
  • 3. a la historia humana. Necesitamos atención para acoger esas hojas verdes que atraviesan el asfalto. c) Hace unos meses me contaban unas religiosas carmelitas lo siguiente. “Una niña muy pobre de la India necesitaba una cirugía de la que dependía su vida y que no era posible realizar en su tierra. Con la colaboración de distintas personas fue llevada hasta Italia. La cirugía fue un éxito. Mientras la niña estaba internada en la clínica, su padre se hospedaba en la casa de las religiosas Carmelitas de la Caridad de Santa Joaquina de Vedruna. Al final, el padre hizo este comentario: “¡Esto es increíble y admirable! Yo soy un habitante de la India y he sido acogido en Italia, soy de religión hindú, me hospedo en una casa de religiosas católicas y mi hija ha sido operada gratis por un médico musulmán!”. Algunos viven como una confusión angustiosa y como una amenaza para su fe el encuentro de las diferentes culturas y religiones que se realiza en este mundo globalizado. Pero, ¿no se ha abierto un nuevo camino asombroso para la experiencia del Dios que se nos ha revelado en Jesús de Nazaret? ¿No estamos ante el nacimiento de una nueva utopía, la de un mundo pluricultural, pluriétnico y plurirreligioso que camina en diálogo hacia la reconciliación de todas las cosas en Cristo? Toda la humanidad forma una sola comunidad que tiene en el único Dios el mismo origen, el mismo destino y está animada por el mismo Espíritu con su presencia activa en la historia humana, en todas las personas, culturas, sociedades y religiones, para construir entre todos el Reino de Dios. En vez de un terreno que nos lleve a disolvernos en el relativismo, o amurallarnos en fundamentalismos de distintas especies, ¿no se ha abierto para nosotros un nuevo espacio para descubrir la acción admirable de Dios en otras cultura y religiones? Tal vez este es hoy nuestro desafío principal: Crear una nueva sensibilidad contemplativa para percibir a Dios en medio del mundo secular, indiferente ante Dios y cambiante como la superficie del mar. Y percibirlo también allí donde se dice que no está, en las situaciones humanas aplastadas por los sistemas sociales o los accidentes de la vida, entre los descalificados de la historia, de donde, según nuestros análisis ya no puede salir nada bueno. La culturas y religiones acogidas de cerca en las personas que las viven, nos abren un espacio nuevo para crecer en el insondable misterio de la generosidad creadora de Dios y de su acción incesante con iniciativas liberadoras siempre nuevas. II. Intento resumir en diez pasos este proceso contemplativo: 1) Punto de partida: asumir que hoy necesitamos crear una nueva sensibilidad contemplativa para percibir el misterioso actuar de Dios en nuestro mundo cambiante, secularizado y en proceso de globalización. Estamos en una nueva situación, en una nueva cultura. Dios se nos revela de maneras nuevas. Cuando sólo vemos ausencia de Dios, y no salimos de una queja recurrente, y vamos de lamento en lamento, por los malos tiempos que vivimos, tal vez es porque tenemos una mirada que todavía no ha aprendido a verlo en la nueva realidad en la que estamos inmersos.
  • 4. Recordamos las palabras de Isaías: Miren que realizo algo nuevo, ya está brotando, ¿no lo notan? (Is 43,19) Isaías, urgido desde lo que ha visto en su contemplación, le dice al pueblo que abra sus sentidos a la realidad, a lo nuevo. No les dice, como en otras ocasiones, “recuerden”, “hagan memoria”, “piensen”, “reflexionen”, “ponderen”..., sino “miren”, abran bien los sentidos, perciban la realidad de otra manera, saquen de su vida las programaciones que les tienen presa la mirada, sacúdanse de encima la oscuridad y el frío del invierno que los tiene congelados, perciban los brotes, lo germinal que rompe las cortezas endurecidas, los asfaltos que quieren silenciarnos. El pueblo judío está abatido por la experiencia dura del exilio. La visión de su realidad cotidiana les había llenado el corazón de tristeza y la mirada de monotonía. Eran “tan realistas”, tan fieles a las evidencias que les trasmitían sus sentidos, que sólo podían ver un cautiverio perfectamente organizado que les impedía darse cuenta de los brotes germinales, de lo nuevo que Dios realizaba en ese momento. Pero el profeta ya tiene otra sensibilidad diferente y nueva. En su corazón arde la certeza de que la creatividad de Dios no se puede apresar, y por lo tanto siempre hay que estar atentos, despiertos, mirando la realidad con ojos nuevos, porque en cualquier momento puede brotar algo inesperado y sorprendente. Hay que estar mirando siempre el horizonte para ver si aparece un punto pequeño, insignificante, que avanza y crece al acercarse como novedad salvadora. Y hay que estar mirando siempre la hondura de los corazones, para ver si Dios hace surgir algo nuevo, una intuición pequeña que cruza el firmamento interior como una estrella fugaz, algún sueño que abra la vida a nuevas posibilidades. El profeta, el que “es” profeta, no sólo dedica algunos momentos de su tiempo a ver por dónde se asoma el futuro, sino que es contemplativo las veinticuatro horas, en la claridad luminosa del día donde todo parece tan real y evidente, y en la oscuridad de la noche cuando todo parece incierto, amenazante y misterioso. El profeta ha ido configurando su sensibilidad contemplativa en el día más radiante y en la noche más oscura. Y contempla la acción de Dios siempre, cuando se enclaustra en su silencio y cuando comparte las labores comunes de la vida, cuando ve pasar por las calles los defensores de los sistemas sociales injustos con la seguridad armada de su poder, y cuando ve pasar la vida frágil, tenaz e irreductible, de sus vecinos que se afirma en cada paso. ¿Dios está vivo? ¿Dios tiene algo que hacer en este mundo? ¿Le falta a Dios la imaginación para crear nuevas posibilidades, la sabiduría para abrirse paso a través de la “puerta pequeña” y el “callejón estrecho” de tantas vidas honestas que en toda partes lo buscan de todo corazón? ¿Estaremos nosotros presos de la “herejía emocional” (J.A. García) de sentirnos en el mundo como si Dios ya no tuviese nada que hacer en nuestra vida personal y en nuestra sociedad? Lo que aquí se plantea es un problema de sensibilidad. Es lo que dice Isaías: “Ver”, “notar”. Creo que en esta época de fermentación constante en la que nos ha tocado vivir cambios dramáticos y sumamente acelerados, donde Dios parece desaparecer a veces de nuestro entorno, donde todos
  • 5. parecemos arrollados por fuerzas incontrolables que nos llevan de un lado para otro, necesitamos crear una sensibilidad nueva, para poder percibir cómo Dios llega hoy hasta nosotros en la discreción de los brotes incontables que crecen por todas partes y anuncian el futuro. Este pequeño libro nace de encontrarme con muchas personas que ya crecen en esta sensibilidad nueva cada día. No se trata sólo de creer en Dios, sino de ver cómo trabaja, de saborear el gusto de esforzarnos con él por el futuro más humano que él alienta, de abrazar lo nuevo que llega desde él, de besarlo con reverencia en las sonrisas y también en las cruces de tantos hijos e hijas suyos. Pero esta tarea no es fácil, pues estamos expuestos permanentemente a estímulos poderosos que intentan crear en nosotros otra sensibilidad diferente a la de Jesús de Nazaret. Día y noche nuestros sentidos son asaltados con tecnologías estudiadas por los técnicos de la comunicación humana, por imágenes deslumbradoras que nos conmocionan con fuertes impactos emocionales, se alojan dentro de nosotros y se van adueñando de nuestros sentimientos, pensamientos y decisiones. 2) Ante un progresivo apagarse del misterio en el mundo secularizado, presenciamos intentos huecos de reencantamiento del mundo. Nos revelan la necesidad de trascendencia del ser humano, pero también nos alertan sobre caminos extraviados. En su libro “Rumor de Angeles” (Ed. Herder, Barcelona, 1975), Peter Berger siente la permanencia de lo sobrenatural en el mundo secular, no como hecho masivo situado en el centro de la cultura, sino como “un rumor de ángeles” que la sociedad científica y técnica no puede extinguir: “El redescubrimiento de lo sobrenatural significará, ante todo, una recuperación de la apertura en nuestra percepción de lo real. No será solamente como en gran medida han subrayado los teólogos influidos por el existencialismo una superación de la tragedia. Quizá, más exactamente, será una superación de la trivialidad. Con esta apertura a los signos de la trascendencia se redescubren las verdaderas proporciones de nuestra experiencia. Éste es el aspecto cómico de la redención; nos permite reír y jugar con una plenitud nueva” (p. 169). En el mundo secular y agnóstico, desde la necesidad que todos tenemos de trascendencia, aparecen intentos vanos de reencantamiento del mundo: a) En su libro “La tentación de la inocencia” (Ed. Anagrama, Barcelona, 1996) Pascal Bruckner afirma que “el ocio, la diversión, la abundancia material constituyen a su nivel una tentativa patética de reencantamiento del mundo” (p.45). Es el invento del consumismo. Los centros comerciales son el exponente más brillante. En ellos “se huele un aroma a tierra prometida donde la miel y la leche fluyen en abundancia, donde por fin la humanidad se redime de sus debilidades” (p.49). Al final nos sentiremos desnudos y engañados, con el paladar desabrido por haber comido alimentos que no quitan el hambre y bebido aguas que no quitan la sed. b) Las grandes liturgias seculares. Los grandes eventos deportivos con sus cofradías de seguidores fervorosos y entregados, con sus rostros pintados con los colores de su equipo, con sus símbolos, cantos y consignas, tienen un aire de religión. Los partidos políticos tienen también sus rituales, sus
  • 6. celebraciones de cierre de campaña, sus símbolos y su pretensión única y excluyente de enderezar la historia humana. Eventos ecológicos, espectáculos artísticos, cumbres mundiales, exaltan con razón dimensiones importantes de la existencia. Pero las dimensiones profundas del ser humano en medio del universo y de la historia, su necesidad de encuentro con el Dios personal para el que estamos radicalmente hechos, los grandes enigmas del sufrimiento y de la dicha, no se recogen ni se celebran, quedan a la intemperie de la secularidad congelante. c) Los fundamentalismos se consideran los únicos dueños del misterio. Algunos son pacíficos e invitan a entrar en su arca de Noé a los que quieran salvarse, mientras el resto de la humanidad se ahoga en el diluvio. Otros son violentos e impositivos. Es el fundamentalismo del sable que degüella y de la dinamita que hace estallar por el aire todo lo que no se ajuste a su visión. d) En la posmodernidad han regresado los dioses envueltos en un aroma de misterio, y han surgido muchos caminos religiosos que nos hablan de la trascendencia pero que nos pueden bloquear el acceso al Dios vivo, al único Dios de todos los seres humanos. 3) La contemplación supone, no la huida del mundo, sino el respeto cálido de lo real. El universo ha salido de las manos de Dios en la creación inicial, sigue en su manos de trabajador sin sábado en la creación continua, y en nuestra realidad cotidiana ya se va construyendo la nueva creación, la que introdujo Jesús en nuestra historia, la que nunca pasará porque ya es reino de Dios en medio de nosotros y tiene consistencia de eternidad. A veces la palabra contemplación evoca huida del mundo, desviar la mirada hacia bellos paisajes de vacaciones exóticas. Pero lo que aquí decimos es todo lo contrario: mirar el mundo, hundir la mirada en la realidad hasta que se disuelvan las cáscaras que la cubren, hasta que se nos vaya haciendo transparente y nos revele lo que sólo se nos puede regalar, la acción de Dios en medio de nosotros. Se me nublan los ojos de tanto aguardar a mi Dios (Salmo 69,4) Es el Señor el que tiene que mostrarse, y tenemos que permanecer atentos a lo real donde él se nos revelará en el momento oportuno, aunque se nos nuble la vista de tanto mirar y esperar. Con frecuencia idealizamos las personas y situaciones duras, proyectando sobre ellas nuestros deseos religiosos, y creemos que ya estamos confiriendo a la realidad su verdadero rostro. Pero es una operación cosmética sin valor. Con la misma pintura con que coloreamos a nuestro gusto la realidad dura, estamos ocultando al mismo tiempo la realidad y a Dios que actúa en medio de ella. Idealizar no es contemplar. Lo mismo sucede cuando demonizamos la realidad, como si Dios no hiciese nada en esa situación. Dios respeta la realidad que ha creado y puesto en nuestras manos. Actúa en medio de nosotros dialogando, proponiendo. No nos salva la imposición de Dios sino su exposición. Jesús es el riesgo de Dios en nuestra historia, una existencia expuesta, que nos invita a dialogar con Dios desde su misma vida, que es un perfecto e insuperable diálogo entre una persona humana y el Padre de bondad. Desde siempre y por siempre el Señor mira y no tiene límite su salvación (Eclo 39, 20). Esta mirada salvadora de Dios, y su
  • 7. propuesta concreta, que es salvación inagotable, que es vida y liberación para todas las persona oprimidas por cualquier clase de miseria, es lo que tenemos que descubrir en toda situación. Con frecuencia oímos decir, yo soy realista, para significar que sólo se cree lo que se ve y lo que se toca, lo que se puede medir y contar, lo que forma parte de nuestro mundo científico y técnico. Es fundamental conocer lo mejor posible nuestra realidad en un proceso científico que se abre siempre a nuevos descubrimientos en el abismo de lo grande en el universo, de lo pequeño en cada átomo y de las generaciones que se suceden en la historia. Pero quedarse ahí, con toda la fascinación de este viaje sin fin, y no mirar más profundo, es quedarse en un oasis de laboratorio o de biblioteca, sin adentrarse en las dimensiones más radicales, las que sólo son accesibles a la mística, y que la poesía y otras formas de arte evocan sin descanso. El místico encarnado es el más realista. 4) Nuestra mirada está cautiva y necesitamos liberarla para ver. Todos nuestros sentidos necesitan esta curación. Nuestra manera de ver, en esta cultura de la imagen, está muy determinada por los camarógrafos que constantemente nos tramiten la información sobre la realidad; generalmente miran según el ojo del amo que les paga. Se ha generado en las sociedades actuales una manera comprada de mirar. Por eso tenemos que liberar nuestras miradas, tanto para mirar nosotros, como para no entrar en las expectativas de los que nos miran con ojos que no respetan nuestra propia realidad personal. Necesitamos desactivar el tiempo acelerado que crea en nosotros entrañas impacientes. Todo se realiza al instante: informaciones, comunicación, transacciones financieras. El mando a distancia es el símbolo que todo lo cambia en unos segundos. No hay tiempo para permanecer, para durar en la contemplación reposada superando los impactos emocionales que sorprenden y marcan nuestra afectividad en segundos. Necesitamos recrear los espacios que ahora están inundados de marcas comerciales y de consignas políticas, de imágenes y sonidos que no cesan, convirtiéndonos en depredadores audiovisuales, que engullen estímulos audiovisuales sin descanso y sin poderlos procesar de manera adecuada. Los nuevos espacios de la contemplación, son la “ecología espiritual” necesaria para percibir la realidad de otra manera. Necesitamos desarmar el corazón hinchado por la autosuficiencia científica y técnica que piensa que todo lo podemos lograr sin necesidad de recurrir a Dios, y que hay que eliminar “el factor Dios” (J. Saramago), porque es un elemento perturbador para construir una sociedad humana de calidad. Hay que mirar de otra manera para ver y ofrecer una visión alternativa de la realidad, para saber qué vivimos y desde dónde lo vivimos. Pero esto supone un largo proceso contemplativo que es ascético y místico, íntimo y social, personal y comunitario inseparablemente. 5) Existen “colirios” privilegiados para liberar nuestra mirada ciega. Todos participamos de alguna manera de las diferentes cegueras de este mundo. “Necesitamos “colirios” que nos devuelvan la vista, como la iglesia de Laodicea en el Apocalipsis (Ap 3,18). Tal vez podamos identificarnos con alguno de los ciegos que presento:
  • 8. a) Sansón era un gran líder de su pueblo, pero fue cegado con astucia en la plenitud de su esplendor, y después de arrancarle los ojos ya sólo sirvió para darle vueltas a la rueda para moler el trigo de sus amos cargado de cadenas y para divertirlos con sus bailes (Jue 16). b) Hay ciegos de nacimiento, totales o parciales, porque nacen y crecen en sistemas sociales y religiosos que nunca les han permitido ver algunas dimensiones fundamentales de la vida (Jn 9,1). c) Hay personas de buena voluntad que se quedan ciegos en medio del compromiso y se sientan en la orilla del camino, cuando se nublan las razones porque todo el esfuerzo parece encaminarse a la confrontación mortal con los poderes establecidos del Templo y del Imperio (Mc 10, 4852). d) Incluso podemos quedarnos ciegos de repente por un exceso de luz que llega desde Dios y nos hace ver que nuestros caminos habituales, que veíamos ayer tan generosos y sensatos, sólo son muerte y basura, como le sucedió a Pablo camino de Damasco (Hch 9,1). Pero en medio de esas cegueras llega el Señor, y nos devuelve una nueva visión de la realidad. Todos necesitamos liberar la mirada de nuestras cegueras para contemplar la realidad como Dios la mira. En la Biblia encontramos muchos ejemplos que nos sirven de parábolas para comprender cómo situaciones humanas, que parecen totalmente negativas, son privilegiados espacios para recobrar una visión alternativa a la impuesta por los que dominan este mundo. Job había contemplado la realidad desde la salud, la riqueza, la familia exitosa y el reconocimiento social. Pero herido en toda su persona, sin familia, arruinado y enfermo, se sienta entre la ceniza, en el basurero de la casa (Job 2, 8) Al mirar la realidad ahora desde la proximidad a los últimos ve cómo éstos son acosados como burros salvajes, explotados en su trabajo, despojados de sus tierras, de sus hijos pequeños (Job 24, 1-13). Al cambiar su mirada sobre lo real, surgen nuevos interrogantes sobre Dios. “Dios no hace caso a sus súplicas” (24,12). “¿Por qué el todopoderoso no señala plazos para que sus amigos puedan presenciar sus intervenciones?” (24,1). Más adelante sentirá que Dios está ahí, solidario de los últimos, como una presencia de vida: “Te conocía sólo de oídas, ahora te han visto mis ojos” (42,5). En la atalaya (Ez 33,1) el centinela es colocado en lo alto para que vigile los caminos de acceso a la ciudad. Se separa de la actividad cotidiana donde los demás viven sumergidos, para levantar la cabeza y mirar el futuro. Es una misión de soledad, de vista aguda para poder ver largas distancias, de vigilancia permanente para no ser sorprendido, de discernimiento para saber si lo que se acerca por los caminos del futuro es vida o muerte. Esa es la misión del profeta, decir lo que ve en el pueblo aunque le cueste la vida. Si no avisa, el es el culpable de la muerte que llega (33,6), porque lo que Dios quiere es la vida para todos. “Juro que no quiero la muerte del malvado, sino que cambie de conducta y viva” (33,11). El desierto es a lo largo de toda la Biblia un lugar privilegiado para nuevas experiencias del Dios que camina en medio de su pueblo (Éxodo). Al desierto lleva Dios al pueblo de nuevo para que tome distancia de su desorientación, mire su vida con ojos libres y regrese a su amor primero (Oseas). El Espíritu llega hasta el profeta Juan en el desierto, lejos del
  • 9. Templo y sus instituciones, y le ayuda a ver que los tiempos están maduros para anunciar la inminencia del reino de Dios (Lc 3,2). El mismo Jesús fue conducido por el Espíritu al desierto, para que contemplara la realidad de su pueblo, y para que, a través de la lucha contra distintas expectativas sobre el Mesías que lo tentaban, se clarificase en él la originalidad irrepetible de su vida enteramente surgiendo desde el Padre, y dedicada al servicio del reino (Mt.4,1) El paso por la noche es también una experiencia en la que se afina la sensibilidad para percibir la realidad de otra manera. En la noche larga puede llegar el ladrón en el momento menos pensado, y puede llegar incluso disfrazado de “ángel de luz”. Pero en la noche también llega el Señor y hay que abrirle la puerta para que entre (Lc 12,35-40). No sabemos a qué hora llega. Pero en la noche, el espíritu se hace más vigilante, y la mirada se agudiza para descubrir nuevas formas de presencia del Señor en medio de nosotros. “Amo de mi ser las horas oscuras en las cuales se ahondan mis sentidos” (R. M. Rilke). 6) Amar la realidad contemplarla. cotidiana es condición indispensable para La poetisa cubana Dulce María Loynaz, premio Cervantes 1992, recuerda cómo su madre la despedía al salir de casa: me miraba un instante con su mirada capaz de embellecerme, y me decía adiós. El amor descubre y trasmite la belleza que el ojo frío no puede descubrir en los gestos y situaciones de la vida cotidiana. Para lo extraordinario, todos tenemos sentidos, pero nuestra mirada resbala fácilmente sobre lo cotidiano. Sólo se puede contemplar bien lo que se ama. El amor permite reposar la mirada, volver una y otra vez sobre la realidad amada, para ver lo que el ojo simple no es capaz de percibir. Ubi cor, ibi oculus (San Agustín). Donde está el corazón allí se posa la mirada. Es el corazón el que orienta, reposa y confiere calidad a la mirada. El desafío contemplativo es, como dice Ignacio de Loyola, encontrar a Dios en todas las cosas, a él en todas amando, y a todas las cosas en él (Constituciones de la Compañía de Jesús, 228). Dios está de diferentes maneras en toda la realidad, pues Él es el amor siempre activo en el que subsiste todo lo creado. Amas a todos los seres, y no aborreces nada de lo que has hecho (Sab 11, 24). Desde toda criatura Dios mantiene una relación intensa y única con cada uno de nosotros para que nos vayamos transformando progresivamente en la originalidad que necesita este mundo. Algo previo es necesario: buscar a Dios en todas las cosas (Const. 228). Para descubrir a Dios hay que buscarlo. Existe un acercamiento científico a la realidad que tiene su propia metodología. Pero existe también un acercamiento contemplativo que también tiene su propio dinamismo. No se excluyen estos dos acercamientos, más bien se redimensionan el uno al otro cuando se desea percibir la realidad en toda su plenitud. El desafío contemplativo es descubrir a Dios en la profundidad de todas las cosas, y todas las cosas en la profundidad del corazón de Dios. Es un don y es también una tarea. La mística nos enseña que este don llega desde Dios de manera impredecible. Ignacio fue sorprendido junto al río Cardoner. Hizo una experiencia tan intensa de Dios que “le parecían todas las cosas nuevas” (Aut. 309). Era otro hombre, parecía que tenía unos ojos nuevos.
  • 10. Pero la ascética vivida en Manresa había vaciado el corazón de Ignacio de suficiencia y de saberes adquiridos sobre Dios y sobre la vida. 7) No hay contemplación de la realidad sin implicación en la realidad. A veces escogemos balcones privilegiados para contemplar un espectáculo que se realiza en un escenario, en un terreno deportivo. Pero los balcones no son el espacio adecuado cuando se trata de contemplar la realidad. Dios está implicado en la realidad hasta el punto de enviarnos a su Hijo a este mundo para llevarnos a nosotros y a toda la creación a su reconciliación definitiva con él. Nos ha enviado su Espíritu para que asuma el gemido de parto de la creación entera (Rm 8, 23) y para que nos guíe hasta la verdad plena (Jn 16,13) Y éste es el punto central de la contemplación, el descubrimiento que puede cambiar radicalmente nuestra percepción de la realidad y el sentido de nuestras vidas. En Jesús contemplamos al mismo tiempo la insuperable implicación de Dios en nuestra realidad, y la respuesta humana más perfecta que se puede dar para la transformación de la realidad. Jesús de Nazaret no es el diálogo entre Dios y un hombre en una soledad protegida, sino en el centro de una sociedad conflictiva, que pretendía ser fiel a Dios precisamente con las mismas leyes y rituales con los que le cerraba el paso. Como Jesús, nosotros tampoco somos invitados a situarnos en un palco privilegiado para ser espectadores de las personas y de la historia humana que se mueve en el escenario del cosmos. Sólo al implicarnos para crear la novedad incesante y salvadora de Dios juntamente con él, en diálogo constante con él, podremos experimentar cómo el dinamismo del reino que recorre la historia nos atraviesa también a nosotros mismos. Cuando intentamos liberar el mundo de sus opresiones y sus carencias, no sabemos nunca dónde acaba nuestra mano, dónde empieza la mano de Dios y cómo se unen las dos. Esta experiencia de liberar la realidad y de crear la novedad de Dios juntamente con él, dinamiza nuestra vida y la llena de un sentido que nos plenifica. El que ha hecho esta experiencia ya no será el mismo para el resto de su vida. Podrá comprometerse, arriesgarse y perder, fracasar o triunfar, sin que esas circunstancias lo aparten de la “vida verdadera” (EE 139) que ya ha “sentido y gustado internamente” (EE 2) Invocaremos al Señor, tal vez mirando a la lejanía de la trascendencia, y él nos responderá desde la proximidad insuperable de nuestra propia acción concreta liberadora de toda pobreza y opresión: “Aquí estoy” (Is 58,9). Al ayudar a los demás, nuestra propia “oscuridad se volverá mediodía” y “brotará la carne sana” en nuestras heridas (Is 58, 8-10). 8) No hay personas ni situaciones donde Dios no esté y donde no pueda ser contemplado. Hay que cambiar la imagen de Dios si queremos encontrarlo en las situaciones sin salida, en las vidas fracasadas. Es necesario bajar al encuentro de Dios en seguimiento de Jesús, que se abajó hasta el último peldaño de la condición humana (Flp 2,6-8). Si miramos para arriba, si buscamos un Dios todopoderoso en la historia, si consideramos que el dolor no afecta a Dios, si creemos que Dios sólo se encuentra en los espacios no
  • 11. contaminados por el pecado, la injusticia y la sangre derramada, no lo vamos a encontrar. Se nos hace fácil encontrar a Dios en la belleza, la justicia, la armonía, el amor… Se nos hace difícil descubrir a Dios cuando se presenta como diferencia que nos desinstala, como necesitado que amenaza nuestros haberes, como violencia que nos hace temblar y nos encoge. Pero Jesús se identificó con los últimos, y el juicio final sobre el valor de la vida humana es precisamente el descubrirlo a él en esos últimos (Mt 25). Incluso los seres amenazantes llevan sobre su rostro la marca puesta por Dios en el rostro de Caín para que todo el que lo vea lo respete (Gn 4,15), porque la dignidad de ser hijo de Dios nunca se pierde. Puede ser que cuando apartamos el rostro y la mirada de las personas destruidas (Is 53,3) estemos huyendo del Dios vivo que en la historia es nuestro servidor. En la pascua de Jesús se nos revela que en todas partes y en toda persona, se está realizando siempre lo mismo que él vivió. El Padre está a su lado asumiendo su dolor y acogiendo su amor en la plenitud de la vida sin fin, porque el amor no puede morir. Sin asumir esta realidad pascual, será imposible descubrir a Dios en el escándalo de las vidas rotas y de las situaciones sin salida que encontramos de manera innumerable y escandalosa por todos los rincones de la tierra. 9) Llega un momento en que la realidad se nos hace transparente. La implicación en la construcción del reino de Dios juntamente con él es lo que nos va permitiendo descubrir la acción de Dios en medio de nosotros como la dimensión más profunda de la realidad. A medida que vamos constatando una y otra vez esta presencia, con sólo mirar las apariencias de la superficie, ya intuimos el dinamismo de vida que se mueve por el fondo. Atravesando las salas del leprocomio de El Rincón, en la Habana, acompañado de una religiosa Hija de la Caridad, yo sólo acertaba a ver las orejas y los dedos de los enfermos roídos por la lepra. Pero ella pasaba con un sonrisa que encendía a su paso los rostros de los enfermos, despertaba sus mejores sentimientos de dignidad, de valor. Ciertamente que ella veía algo que yo no veía todavía, y que los leprosos se veían a ellos mismos en los ojos de la religiosa con una imagen diferente a la que le devolvían sus pobres espejos de cristal. En la encarnación de Jesús se nos ha revelado que Dios puede estar en nuestra carne, que la eternidad puede moverse en el tiempo, que la trascendencia es la cara honda de la inmanencia, que el indecible puede comunicarse de manera inagotable en una palabra humana. “El que me ve a mí ve al Padre” (Jn 14,9). En todo hijo de Dios podemos encontrar su huella. Poco a poco se van uniendo el trabajar con Dios y la sensibilidad para percibirlo. Nacen comunidades cristianas arrancando cada persona, una a una, de ambientes hostiles como si fuesen las piedras de una cantera de indiferencia, se organizan los vecinos, surgen nuevas propuestas de vida para todos… Poco a poco el espacio se empieza a llenar de signos del reino, y la realidad se nos hace transparente como si un pedazo de calle, un aula o una sala del hospital se hubiese pulido hasta volverse un cristal diáfano
  • 12. que nos permite ver la acción discreta y honda de Dios entre nosotros y con nosotros. En la medida en que recorremos esos espacios, y aunque nosotros no los miremos, ellos sí nos miran a nosotros, sensaciones de sentido y de alegría nos recorren, sin saber nosotros muy bien de dónde llegaron, al adentrarse por las puertas de nuestros sentidos. La transparencia es real cuando no sólo nosotros miramos las huellas de Dios, sino cuando ellas nos miran a nosotros, cuando a través de ellas nos llega la mirada de Dios que nos transforma. La transparencia de la realidad nos va conduciendo a la transfiguración personal, a la integración de lo que somos en Dios, superando los mecanismos superficiales que se apoderan de nosotros y que nos desintegran. Necesitamos hoy más transfiguración: personas transfiguradas y personas que ven el mundo transfigurado, transparente, es decir, que saben percibir la acción de Dios en el fondo de la realidad. 10) Así nacen para nosotros los nuevos signos de Dios en el mundo secular Tantos discursos diferentes sobre Dios recorren el mundo que ya no interesan mucho las crónicas sobre Dios, sino encontrarse con personas que lo transparenten, con instituciones orientadas al servicio de los últimos, y con las ayudas necesarias para realizar la experiencia del Dios vivo que se comunica con nosotros. No basta con que les hablen de Dios, quieren “sentir y gustar” (EE 2) ellos mismos el encuentro con él. Hemos sido despojados por la cultura actual del significado evangélico de muchos monumentos, de magníficas obras de arte, pero nos queda lo principal, la vida misma de toda persona donde el Señor de la historia sigue sorprendiendo el futuro. Las personas, comunidades, instituciones evangélicas, se convierten hoy en los signos vivos del resucitado. Hay mucha música desgarrada en nuestros jóvenes en la que tal vez se expresa la protesta profética contra nuestra sociedad. Muchas búsquedas que nos parecen desatinadas, son la huida de un mundo asfixiante, y puede ser el sacudirse el polvo de las sandalias (Lc 10,11). Somos los seguidores de Jesús, que se ahogó en el diluvio de la injusticia humana, por arriesgar una nueva imagen de Dios, la del que asume la historia desde los echados a los márgenes, desde los últimos junto a los que nace y entre los que sirve y muere. Hoy desde el Espíritu de Jesús nacen nuevas dimensiones de vida dentro de la Iglesia y fuera de ella. Y esta novedad necesita que la bauticemos con su nombre, necesita cantos, signos, humor, juegos y perfumes que expresen lo que siente nuestro corazón y nuestro cuerpo. En las encrucijadas de nuestro mundo, en los márgenes de la injusticia, de la emigración, en los campamentos de refugiados, en las fronteras del diálogo y la convivencia interreligiosa, en el reclamo de “otro mundo posible”, aparecen presencias y organizaciones que son sensibles al viento universal del Espíritu. Los signos de Dios no se limitan a una iglesia, a una cultura, a una etnia determinada. Los verdaderos signos de Dios, como Ghandi o la Madre Teresa, son signos universales que nacen en todas partes y que todos podemos entender como referidos a lo mejor de toda la humanidad. Ése es el lenguaje del Espíritu que, como la música, la belleza, la justicia y el amor,
  • 13. no necesita traductores porque todos lo comprenden. Aunque hay signos de gran calidad evangélica, como Mons. Romero, que no todos entienden ahora. Será necesario que el tiempo sane muchos corazones y nos revele la verdadera grandeza de los identificados con el crucificado. Reencantar el mundo no es una sensacional operación de marketing, sino asumir el paso de Dios en medio de nosotros, en seguimiento del Jesús pobre y humilde del evangelio, para descubrir y proclamar la alegría de las bienaventuranzas en cualquier credo o piel donde aparezca. Sólo así podremos cantar “un cántico nuevo” (Ap 14,3), verdaderamente alegre, al experimentar que el Señor hace nuevas todas las cosas, absolutamente todas (Ap 21,5). III. Conclusión: Crear una nueva sensibilidad contemplativa para el misterio en el que vivimos. Un día le preguntaron al P. Kolvenbach si oraba con los iconos orientales. El respondió que sí. –“Y usted los mira?”. “No - respondió el P. Kolvenbach - , son ellos los que me miran a mí”. Los signos del reino nos miran a nosotros constantemente, nos hablan, nos transmiten un mensaje, y aunque nosotros no nos demos cuentan, entran en nuestra intimidad por los ojos abiertos, por todos nuestros sentidos. Parte de nuestra ascética es hoy descubrir estos signos, darle imagen, música, arte, espacio, fiesta, de la misma manera que los artistas dan tiempo a construir los iconos de sus propias experiencias personales. Tal vez, estos Salmos para sentir y gustar internamente, nos ayuden a crear esta nueva sensibilidad. En el centro de los cambios profundos y acelerados que vivimos, Dios está en medio de nosotros asumiendo, salvando, regalando sentido, en continuación del Jesús de las bienaventuranzas siempre nuevas. Pero necesitamos una nueva sensibilidad contemplativa para percibirlo, para sentir que nos mira y para poderlo mirar. Si sólo queremos encontrarlo en los limitados espacios de nuestro lenguaje, de nuestra práctica religiosa, de nuestra cultura y de nuestros cánones artísticos, sufrimos de una ceguera empobrecedora, y el mundo se nos va convirtiendo cada vez más en un museo de tiempos pasados exitosos. Incapaces de percibir a Dios hoy, no tendremos lenguaje inédito para que la gente venga y vea (Jn 1,39), mire y perciba, allí donde nosotros les invitamos a mirar. Esta nueva sensibilidad se va formando tanto en la soledad, cuando entornamos los ojos para dialogar de tú a tú con el misterio personal que nos habita, como en medio de los encuentros, al escuchar el ruido de la vida que rueda por las calles agobiada por el estrépito y los horarios, en las búsquedas humanas, en las confrontaciones que cargan dinamita en la mochila, al sentirnos nosotros mismos alcanzados por el dolor y por la dicha de vivir en este mundo concreto amado por Dios. Las noches oscuras, los desiertos sin caminos seguros, el paso por los basureros de la historia, la soledad de los centinelas auscultando el tiempo presente, pueden purificar los sentidos, para percibir y anunciar a Dios de otra manera, el que va delante, el que nos precede siempre en Galilea, al
  • 14. que tenemos que descubrir hoy entre nosotros como una fuente inagotable del sentido y de la alegría insobornable del resucitado. * Conferencia pronuciada en el Colégio Santo Inácio, Río de Janeiro, el 2 de mayo de 2005, para presentar la traducción de su libro Salmos para sentir y gustar internamente (Santander, Ed. Sal Terrae, 2004) al portugués, con el título: Salmos para sentir e saborear as coisas internamente. Uma ajuda para a experiência dos Exercícios Espirituais. El libro, con 235 páginas, fue traducido por la Dra. Maria Clara Bingemer y publicado por el Mosteiro da Santa Cruz, en Juiz de Fora (Brasil), en diciembre de 2004. Benjamín González Buelta sj. Salmos para acompañar los Ejercicios Espirituales CD, CPAL, Con Ignacio, Javier y Fabro, 2005 Primera semana NADA QUE PEDIRTE “…mucho aprovecha entrar en ellos con grande ánimo y liberalidad con su Criador y Señor, ofreciéndole todo su querer y libertad, para que su divina majestad, así de su persona como de todo lo que tiene, se sirva conforme a su sanctísima voluntad”. (Anotación 5) Hoy no tengo nada que pedirte, ni te traigo ninguna queja. Yo sólo busco un encuentro desde lo infinito que late en mí. ¡Pobre de mí si atase tu respuesta a mi pregunta tan medida, o a mi lamento
  • 15. tan herido! ¡Pobre de mí si ya supiese la respuesta! Tal vez sólo encontraría para mi sed, mi propia agua reciclada, el eco de mi monótono decirme, mi pasado humedecido por el sudor o por el llanto. Te necesito más allá de lo que sé o de lo que digo de mí mismo. ¡Hoy descubro ya presente, en el amor con que me atraes, la pasión con que me buscas! LO MÁS IMPORTANTE NO ES “No somos nosotros los que hemos amado a Dios, sino que él nos amó primero” 1Jn 4,10 Lo más importante no es que yo te busque, Sino que tú me buscas en todos los caminos (Gn 3,9); que yo te llame por tu nombre, sino que tú tienes tatuado el mío en la palma de tu mano (Is 49,16);
  • 16. que yo te grite cuando no tengo ni palabra, sino que tú gimes en mí con tu grito (Rom 8,26); que yo tenga proyectos para ti, sino que tú me invitas a caminar contigo hacia el futuro (Mc 1,17); que yo te comprenda, sino que tú me comprendes en mi último secreto (1Cor 13,12); que yo hable de ti con sabiduría, sino que tú vives en mí y te expresas a tu manera (2Cor 4,10); que yo te guarde en mi caja de seguridad, sino que yo soy una esponja en el fondo de tu océano ((EE 335); que yo te ame con todo mi corazón y con todas mis fuerzas, sino que tú me amas con todo tu corazón y todas tus fuerzas (Jn 13,1). Porque, ¿cómo podría yo buscarte, llamarte, amarte… si tú no me buscas, me llamas y me amas primero? El silencio agradecido es mi última palabra, mi mejor manera de encontrarte. AMBIGÜEDAD “… que sienta el desorden de mis operaciones, para que aborreciendo, me enmiende y ordene” (EE.EE. 63) “…pedir conocimiento del mundo para que aborreciendo, aparte de mí las cosas mundanas y vanas” (EE.EE.63) Desde el misterio brota la ambigüedad trenzando el espesor del cuerpo y la sutileza del espíritu. Camina disfrazada con ideas bien trabadas, sentimientos luminosos y hambres naturales. Corre maquillada de evangelio, se instala astuta en mis rutinas seguras, en la prisa de mis urgencias y en el sueño de mis calmas.
  • 17. Pero mi ambigüedad empieza a revelarse por una mano ajena huidiza en el encuentro, por un desajuste ligero asomándose a unos ojos, por un pequeño sabor amargo en medio del aplauso, por una desazón íntima como poso de fatigas cotidianas. Al sorprenderla en su trampa, se repliega de nuevo a mi fondo más oscuro, donde la tiniebla y la luz todavía no han sido separadas. Herida por la claridad, deja un rastro de engaño desangrándose en la huida. Y se hunde inaccesible donde no llegan ni mi ojo ni mi análisis. ¡Señor de mis profundidades abismales e ignoradas! Como el primer día de la creación, búscame y libérame donde soy tiniebla y engaño, ordéname con tu Espíritu donde soy caos originario! PREGUNTAS DE DIOS “… para que sienta interno conocimiento de mis pecados y aborrecimiento de ellos” (EE.EE. 63) ¿Dónde estás?, dice el Creador. ¿Dónde está tu hermano?, dice el Padre. ¿Quién te liberó?, dice el Señor.
  • 18. ¿Dónde están tus acusadores?, dice el Pastor. ¿Por qué me persigues?, dice el Hermano. ¿Por qué temes?, dice el Amigo. Preguntas de Dios en nuestra tierra, como la lluvia que baja del cielo y al cielo sube, preguntas sin final, preguntas eternas en la vida que nos traen, en la muerte que se llevan. Acogidas como la lluvia, ya nos van haciendo eternidad ahora. HECHO PECADO “Imaginar a Cristo nuestro Señor delante y puesto en cruz, hacer un coloquio, cómo de Criador es venido a hacerse hombre, y de vida eterna a muerte temporal, y así a morir por mis pecados” (EE.EE. 53) Te has hecho en nuestra carne pavor, llaga, condena, y sepultura. Desde dentro del pecado, confundido con él y maldito, nos sorprendes ahora surgiendo de repente por el mismo centro
  • 19. del miedo, del golpe, del cerco, del foso, y en medio del susto fantasmal de tu ser luminoso entre el oleaje de nuestra noche rota, nos susurras con voz estrenada de amigo: “Soy yo, no temas. Camina sobre el agua”. AQUÍ ESTOY SEÑOR “… mirando a mí mismo lo que he hecho por Cristo, lo que hago por Cristo, lo que debo hace por Cristo” (EE.EE. 53) Aquí estoy Señor, arado de arriba abajo, despojado de la vieja cosecha, sin una sola hierba verde. Aquí estoy Señor, la reja de hierro me ha volteado de dentro afuera y ha sacado al aire la entraña frágil y la piedra dura. Aquí estoy Señor, todo entero al sol que quema y al rocío de la noche puro surco rajado, herido de esperanza, abierto para la nueva siembra. Aquí estoy Señor. GRACIAS PORQUE SOY COMO LOS DEMÁS HOMBRES
  • 20. “Mirar quién soy yo…, mirar qué cosa es todo lo criado en comparación de Dios; pues yo sólo ¿qué puedo ser?” (EE.EE. 58) Te doy gracias Señor, porque soy como los demás hombres. Intento estar seguro de mí ante tu ausencia, cuadro mi contabilidad para no ser sorprendido al final de la jornada. Me comparo con los otros y miro desde arriba a los que juzgo pecadores, y en la comparación, no en ti, he puesto mi seguridad. También yo tengo elaboradas condenas de moda, publicamos al servicio de los que imponen su imperio, pero escondo en la ambigüedad mis pecados de siempre, radicales trampas contigo, abismales cortes con el otro. También yo tengo mis seguros de ahorros y diezmos, pequeñas monedas al contado con las que pretendo negociar la falta de entrega a tu misterio. También yo salgo satisfecho de oírme a mí mismo de pie en el centro del templo. Como los demás hombres, ya puedo abrirme a tu perdón dándome golpes de pecho al lado del publicano. (Lc. 18, 4-14) LÍMITE LIBERADOR “Acabar con un coloquio de misericordia, razonando y dando gracias a Dios nuestro Señor” (EE.EE. 61)
  • 21. Mi límite acogido me libera de la imposible tarea de alcanzar la perfección de centímetros y leyes. Mi ambigüedad que todo lo impregna me libera de la ingenuidad en mis relaciones y proyectos. Mi pecado perdonado me libera del orgullo que levanta el corazón y la mirada por encima de todas las cabezas. Mi fragilidad asumida me libera de construir la vid sobre mi suficiencia quebradiza y vana. Mi proyecto fracasado me libera del miedo a la derrota que ahoga la fantasía y congela el futuro. Mi muerte pasada me libera de terrores fantasmales sus jefes y condenas sus fosas y demonios. Hoy mis saberes son como trajes de niño colgados del armario, coloridas vestimentas que acompañaron mi estatura en un trayecto del viaje. Pobres saberes decorados con títulos y sellos
  • 22. archivados bajo llave, alistados en mi estante como un ejército en papel. Pero hoy el misterio se abre ineludible abismo al final de todos mis saberes armados de razones y de mapas. Y hoy es mi ignorancia un colirio que me lava los ojos, un ayuno que alivia la razón, un sosiego indefenso sin técnica ni horario, una puerta clandestina abierta hacia el futuro controlado inútilmente por los fuertes y los sabios. Y llega desde el misterio un alimento sorpresivo sin publicidad, sin etiqueta, un aroma de uno de enero, una esperanza que desarma mis razones blindadas. El misterio es un Tú que me acoge en la noche como la única certeza que no devora mi pasado, ni se burla de mis saberes pequeños amigos fieles como perros de ciego que me condujeron hasta él. Segunda semana BAUTÍZAME JESÚS “Cristo nuestro Señor, después de haberse despedido de su bendita Madre, vino desde Nazaret al río Jordán, donde estaba San Joán Batista” (EE.EE. 273) Bautízame Jesús con el sol y la brisa
  • 23. de tu gracia cotidiana, discreta creación bajando por mi frente. Sumerge mi cuerpo en la bondad del pueblo que corre por el cauce de sus caminos hondos, abiertos con sus pies de trabajo y encuentro. Vísteme de blanco al emerger de las aguas contenido el aliento, y acógeme en tu pecho con el abrazo comunitario de mil brazos abiertos. Disuelve un grano de sal en mi paladar, para que la vida nueva se conserve entera con los sabores fuerte del evangelio. Úngeme la frente con tu cruz de sufrimiento y úngeme el pecho con el dolor del pueblo. Cargaré hasta el calvario la cruz de tu misterio. Que se alegre el cosmos en el sonido natural del metal y la madera, y que canten las gargantas hoy, día primero de la nueva creación. MIRARME DESDE TI “… ver a Cristo nuestro Señor, rey eterno, y delante dél todo el universo mundo, al cual y cada uno en particular llama” (EE.EE. 95)
  • 24. Mírame tú Jesús de Nazaret. Que yo sienta posarse sobre mí tu mirada libre, sin esclavitud de sinagoga, sin exigencias que me ignoren, sin la distancia que congela, sin la codicia que me compre. Que tu mirada se pose en mis sentidos, y se filtre hasta los rincones inaccesibles donde te espera mi yo desconocido, sembrado por ti desde mi inicio, y germine mi futuro rompiendo en silencio con el verde de sus hojas la tierra machacada que me sepulta y que me nutre. Déjame entrar dentro de ti, para mirarme desde ti, y sentir que se disuelven, tantas miradas propias y ajenas que me deforman y me rompen.
  • 25. DIOS EX-PUESTO En tu Hijo Jesús te ex-pusiste, saliste de la eternidad a la intemperie de los tiempos, y en una herencia corrompida, divino y humano con nosotros, anidó tu amor un vuelo de alas solidarias girando hacia la altura, elevando sin fin el horizonte. En tu Hijo Jesús te ex-pusiste, te encarnaste para decirte cerca, en la inaudita pretensión de ser todas las lenguas y colores en una carne mortal y reducida, de ser una parábola inagotable de acentos infinitos por los siglos, llegando viva y nueva para todos hasta el dintel de los sentidos. En tu Hijo Jesús te ex-pusiste, te arriesgaste en el abajo vigilado, excluido y fracasado, para ofrecernos la Vida en encuentros vulnerables, en la mejilla sin trampa, a veces besado como amigo y al final triturado sin remedio hasta la muerte y el escarnio. En tu Hijo Jesús te ex-pusiste, no te impusiste con teofanías de fuegos y espantos siderales, ni con la seducción astuta, ni con el poder armado, porque sólo en encuentros libres pueden engendrarse auroras para resurgir desde la noche
  • 26. más divinamente amanecidos. ¡QUIÉN PUDIERA VER! “… pedir conocimiento de los engaños del mal caudillo y ayuda para dellos me guardar, y conocimiento de la vida verdadera que muestra el sumo y verdadero capitán, y gracia para le imitar” (EE.EE. 139) Quien pudiera ver cuánto tiene de mendigo, el oro en la muñeca, el maquillaje en el espejo, la firma en el cheque, el título enmarcado en la pared. Quién pudiera ver cuánto tiene de infinito, una mano agotada, un rostro tras las rejas, una sonrisa sin paga, el aroma compartido del café.
  • 27. ¡Quién pudiera mirar con ojo simple las personas y las cosas como son! ¡Quién pudiera ver! DON SIN RAZONES “… considerar cómo Cristo nuestro Señor se pone en un gran campo de aquella región de Hierusalén en lugar humilde, hermoso y gracioso” (EE.EE.144) Sólo al percibirte sin razones, podemos regalarnos sin razones. Sólo al encontrarte en el fondo de la nada, podemos darnos por nada. Sólo al unificarnos en tu silencio, podemos entregarnos en silencio. Sólo al reposar en tu misterio, podemos ir muriendo en el misterio. SEÑOR, TEN PIEDAD DE MÍ “… para que yo sea recibido debaxo de su bandera… en summa pobreza espiritual… en la pobreza actual… en pasar opprobrios y injurias por más en ellos le imitar” (EE.EE. 147) Señor, ten piedad de mí.
  • 28. Por haber contemplado la vida me veo comprometido a morir. Por haber contemplado el rostro de un pobre, se me han levantado las sospechas en todas las palabras, expedientes y jardines. Señor, ten piedad de mí. Por querer taladrar con la mirada la cáscara de todo lo real para descubrirte como la última verdad que hace existir todas las cosas, hoy me encuentro en esta soledad donde sólo tú puedes encontrarme. Señor, ten piedad de mí. Nadie puede buscarte y morir. Nadie puede verte y vivir. EL OJO DE LA AGUJA “… por imitar y parescer más actualmente a Cristo nuestro Señor, quiero y elijo más pobreza con Cristo pobre que riqueza, opprobrios con Cristo lleno de ellos que honores, y desear más de ser estimado por vano y loco por Cristo, que primero fue tenido por tal, que por sabio ni prudente en este mundo” (EE.EE. 167) Se estrechó tanto mi existencia, estrujada en un puño de intereses ajenos, que se deslizó con suavidad por el “ojo estrecho de la aguja” hasta tu encuentro. Fui tan despojado del esplendor pegado a mis costados como tesoro embustero,
  • 29. que atravesé ágil el “callejón estrecho” que me condujo al futuro nuevo de tu reino. Fui tan humillado por la descalificación social, y por mi propio límite llevado a todos los oídos por el viento sin amo, que doblé el cuello y entré hermano por “la puerta pequeña” del nosotros verdadero. Tercera semana CRUCIFIXIÓN “Considerar cómo todo esto padece por mis pecados, etc., y qué debo yo hacer y padecer por él” (EE.EE. 197) Ya el dolor del pueblo ha taladrado mis manos y mis pies, y ha incrustado su obsesión de espinas alrededor de mi frente. Y llevo en el costado un boquete abierto, por donde entran en mi pecho sin defensa el frío y las protestas que vagan por la calle buscando un corazón donde alojarse. ¿Por qué me abandonaste? Ya no puedo bajarme de la cruz hecha de pueblo. Padre, acoge
  • 30. mi espíritu en tus manos, y resucita al tercer día este misterio EL AHORA NUEVO “Considerar lo que Cristo nuestro Señor padece en la humanidad” (EE.EE. 195) En el misterio de la tierra, "sin saber cómo" (Mc. 4,27), se gesta la vida nueva en el grano de trigo. Un muro de Berlín, tan mellado por las balas, tan manchado por la sangre, un día se convierte en juguete de los niños "sin saber cómo". Todos quieren apoderarse de la espiga madura. Pocos quieren enterrarse como grano de trigo donde se forma el futuro "sin saber cómo". Todos se lanzan a las calles con bailes y banderas cuando la libertad estalla. Pocos se esconden vivos en la oscuridad clandestina donde se busca a tientas, "sin saber cómo". Todos sueñan con el Reino, lo prometen, lo pintan y lo cantan. Pocos lo alimentan en el germen diminuto de intuiciones y de insomnios sin horarios y sin paga
  • 31. donde empieza tembloroso "sin saber cómo". PERDER LA VIDA “Considerar lo que Cristo nuestro Señor padece en la humanidad…, considerar cómo todo esto padece por mis pecados etc., y qué debo yo hacer y padecer por él” (EE.EE. 195, 197) Perder la vida, liberar una existencia, cultivar una amistad, sanar una esperanza. Después ya pueden desaparecer disfrutando su estreno por caminos inéditos sin dejar su dirección. Perder la vida derramando los días sobre frentes sin etiqueta de sinagoga o de partido, sobre buenos y malos como la lluvia y el sol que regala el Padre de todos. No querer contabilizar si nuestros esfuerzos han resbalado estériles sobre la piel cerrada hasta el polvo del camino, o si han calado fértiles hasta el secreto donde germina la vida. Perder la vida como el que apuesta un jornal con su cansancio o la fortuna heredada. Gira la ruleta trucada por los amos que controlan el casino, y deciden que nuestro número no cabe en este tablero.
  • 32. Se roban nuestro esfuerzo y nos dejan entre las manos un billete sin premio. Los seres nuevos, la entrega de los días, la apuesta audaz, nacen de vidas tan perdidas a sí mismas, que el Espíritu de todos las esconde en su misterio como en papel de regalo, para abrirlas entre el pueblo el día de la fiesta sin ocaso. CRUZ “Considerar cómo la divinidad se esconde, es a saber, cómo podría destruir a sus enemigos, y no lo hace, y cómo dexa padescer la la sacratíssima humanidad tan crudelíssimamente (EE.EE. 196) Una meta cotizada nos exige esfuerzo duro y largo. Pero un cálculo nos da la confianza de que vale la pena. Tal vez la cruz sólo es una inversión. Por amor a otra persona, sacrificamos con gusto tiempo, fuerza y dinero. La cruz se llama solidaridad con el otro que siento de algún modo parte de mí mismo. Un golpe repentino puede fulminarnos al instante, y nuestra existencia queda herida sin remedio. Se pierde la salud,
  • 33. un ser querido, o la estima pública. Se desgaja una rama verde, una parte viva del yo. Cuando esta mutilación encuentra su reposo, la cruz se llama aceptación. Existe la cruz libre, la que escojo, de la que no huyo, pero una vez clavado ya no puedo bajarme cuando quiero. Se entregan los proyectos a los clavos, la fantasía a las espinas, el nombre a los rumores, los labios al vinagre y los haberes al reparto. Aquí la cruz se llama fidelidad al Amor en el Amor, que es canto y fortaleza resucitando por la herida. BRASA “… trayendo en memoria frecuente los trabajos, fatigas y dolores de Cristo nuestro Señor, que pasó desde el punto que nasció hasta el misterio de la pasión en que al presente me hallo” (EE.EE.206) Para ser brasa en el centro del hogar, hay que haber ardido enteramente, hasta el corazón de la madera. Sólo así la brasa será fuego contenido sin manchas negras de nostalgia vegetal, sin añoranzas
  • 34. de brisas y de ríos. La brasa agradece la ceniza que la cubre, la esconde y la protege, no necesita llamaradas que reclamen atenciones. Su intimidad naranja caldea sin dar miedo, y en su ternura sobria nadie se calcina. Vive lenta y duradera, ni crepita quejas ni seduce soledades. Como memoria tibia de encuentros libres que sonríen por la vida, ama su borde de ceniza. HERIR AL INFINITO “… qué debo hacer yo y padecer por él” (EE.EE. 197) No crece la vida de Dios desde la muerte humana, sino la plenitud humana desde la muerte de Dios. No realza la fortaleza de Dios la debilidad nuestra, la debilidad de Dios construye nuestra fortaleza. Porque sólo los ídolos se alimentan de la sangre ajena, pero Dios derrama la suya para salvar la nuestra. El cauce frío del hierro que desgarra la carne, orada con el mismo golpe
  • 35. el corazón encarnado de Dios . Y donde un golpe nos hiere acude incesante el agua viva, pues sólo puede manar Amor por el boquete abierto al Infinito. PLENITUD DE POBRE “Considerar cómo la divinidad se esconde” (EE.EE. 196) Señor de mis amistades, con su último reducto inalcanzable al abrazo que sella la cercanía y la distancia. Señor de las miradas amigas que me llegan tiernas y lejanas como el respirar fresco de pozos hondos y ajenos. Señor de mis palabras inspiradas como lluvia que dio vida a semillas enquistadas, y se escondió en la tierra. Señor de todas las vidas recreadas en mi encuentro que pisan alegres su propio sendero sin mi sangre en sus arterias, sin mi apellido en sus papeles. Señor de mi último secreto, originalidad solitaria, mañana ya engendrado en mi ayer ambiguo e ignorado. Señor de mi exhuberancia generosa y derrochada, hoy mi vida tiene olor a vid recién podada.
  • 36. Señor, no tengo ni tu firma ni tu anillo. No tengo de ti más que esta búsqueda, esta ruptura, esta distancia. Cuando me recuesto a la sombra de tanto bello, noble y justo, siempre despierto con más hambre de camino, con una ausencia más huérfana, con una pregunta más ahondada, atizado todo mi misterio por las señales de tu paso. Hoy no tengo más que el hueco que dejaron en mis manos los clavos de tu cruz. Y por esas dos heridas, se derrama sobre la tierra toda el agua que quise inútilmente asegurarme y que nunca me ha faltado. Cuarta semana LA MIRADA DEL MAR “… mirar cómo Dios habita en las criaturas, en los elementos dando ser, en las plantas vegetando, en los animales sensando, en los hombres dando entender” (235) Caminé al lado del mar y su oleaje con roncos desgarrones contra los corales afilados. Fantasías adentradas hasta mi centro, me llevaban con prisa, cerrados los sentidos, sin contemplar la alegría del cosmos con su palabra de color y movimiento. Pero al regreso,
  • 37. encontré el mar dentro de mí. El me había mirado, e impregnó de paz azul mi íntimo reposo. Y las palmas, también jugaban por mis rincones con su danza verde de brillos astillados en los filos de las hojas. Y la brisa con ungüento de yodo y sal en la punta de los dedos, andaba en silencio acariciando cicatrices. Y el cosmos entero buscaba recrearme hasta la médula del hueso. ¡Y yo sin notarlo, discreto Dios de los humildes sacramentos! TU ALEGRÍA INSOBORNABLE “… pedir gracia para me alegrar y gozar intensamente de tanta gloria y gozo de Cristo nuestro Señor” (EE.EE. 221) Concédenos, Señor, tu alegría insobornable. La diversión tiene precio y propaganda y sus mercaderes son expertos. Se alquila la evasión fugaz con sus rutas exóticas y vanas. Se bebe el gozo con tarjetas de crédito y se estruja como un vaso desechable. Pero tu alegría no tiene precio, ni podemos seducirla. Es un don para ser acogido y regalado. Concédenos, Señor, tu alegría sorprendente.
  • 38. Más unida al perdón recibido que a la perfección farisaica de las leyes. Encontrada en la persecución por el reino, más que en el aplauso de los jefes. Crece al compartir lo mío con los otros, y se muere al acumular lo de los otros como mío. Se ahonda al servir a los criados de la historia, más que al ser servidos como maestros y señores. Se multiplica al bajar con Jesús al abismo humano, se diluye al trepar sobre cuerpos despojados. Se renueva al apostar por el futuro inédito, se agota al acaparar las cosechas del pasado. Tu alegría es humilde y paciente y camina de la mano de los pobres. Concédenos, Señor, la “perfecta alegría”. La que mana como una resurrección fresca entre escombros de proyectos fracasados. La que no logran desalojar de los pobres ni la cárcel de los sistemas sociales ni los edictos arbitrarios de los amos. La decepción más honda y golpeada no puede blindarnos para siempre contra su iniciativa inagotable. Tu alegría es perseguida y golpeada, pero es inmortal desde tu Pascua. Concédenos, Señor, la sencilla alegría. La que es hermana de las cosas pequeñas, de los encuentros cotidianos y de las rutinas necesarias. La que se mueve libre entre los grandes, sin uniforme ni gestos entrenados, como brisa sin amo ni codicia. Tu alegría es confiada y veraz, ve la más pequeña criatura amada por ti, con un puesto en tu corazón y en tu proyecto. ESCOJO LA VIDA “Mirar el officio de consolar que Cristo nuestro Señor trae, y comparándolo cómo unos amigos suelen consolar a otros” (EE.EE. 224)
  • 39. Esta mañana enderezo mi espalda, abro mi rostro, respiro la aurora, escojo la vida. Esta mañana acojo mis golpes, acallo mis límites, disuelvo mis miedos, escojo la vida. Esta mañana miro a los ojos, abrazo una espalda, doy mi palabra, escojo la vida. Esta mañana remanso la paz, alimento el futuro, comparto alegría, escojo la vida. Esta mañana te busco en la muerte, te alzo del fango, te cargo tan frágil, escojo la vida. Esta mañana te escucho en silencio, te dejo llenarme, te sigo de cerca, escojo la vida. APARICIONES “Considerar cómo la divinidad que parescía esconderse en la pasión, paresce y se muestra agora tan miraculosamente por los verdaderos y sanctíssimos effectos della” (EE.EE. 223) Apareciste
  • 40. cuando el alma no tenía prisa ni de llegar, ni de crecer, ni de morir. Cuando te fuiste, el cuerpo no hizo balance ni de ausencias, ni de caricias, ni de preguntas. Y me dejaste una sorpresa, una certeza, un corazón. ¡Nunca te fuiste! EL SENTIDO QUE BUSCAS “Cómo la divinidad… se muestra agora en la resurrección … por los verdaderos y sanctísimos effectos della” (EE.EE. 223) El sentido que buscas llega él solo hasta ti, al transformar una herida en una ventana, al construir un puente con las piedras de un muro, al recoger una angustia y convertirla en palabra, al encontrar vivos en otros tus días perdidos, al mirar la pobreza y contemplar profecía.
  • 41. LÍBRANOS SEÑOR DE LA TRISTEZA “Mirar el officio de consolar que Cristo nuestro señor trae” (EE.EE. 224) Líbranos, Señor, de la tristeza. Mana desde heridas viejas y desde nuevos golpes repentinos no bastante llorados en lo que tienen de despojo, ni bastante acogidos en lo que tienen de nueva libertad. Se infiltra astuta en la mirada y apaga el brillo de las realidades cotidianas. Va depositando en la coyuntura de los huesos su rigidez y su torpeza. Un aire inasible empapa de desazón indescifrable los recuerdos luminosos. Las certezas cálidas de ayer parecen arqueología ajena, esculturas sin nombre en plazas olvidadas. Como nube empujada por el viento con formas grotescas y cambiantes nos oculta el horizonte con su amenaza fantasmal. La tristeza se esconde bajo el deber cumplido y la respuesta esperada por la gente. Maquilla su rostro con arrugas de ayuno. Se disfraza de sensatez que todo lo calcula bien. Va doblando las espaldas con el ancho escapulario de los "cofrades resignados", que han visto y saben todo, y ya no esperan nada nuevo
  • 42. que valga la pena celebrar. Al pasar las siluetas juveniles con sus risas de colores, va quedando un poso de nostalgia, de oportunidades nunca atrapadas en el puño ya sin fuerza. La tristeza nos deja en el alma un residio de vida usada, de Dios de catecismo con las preguntas y respuestas ya sabidas de memoria, repetidas hasta el tedio. ¡Líbranos de la tristeza, Señor de la alegría! TU GRACIA NOS BASTA “Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer; vos me lo disteis, a vos, Señor, lo torno; todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad; dadme vuestro amor y gracia, que esta me basta” (EE.EE. 234) No puedo abrumarte con tercos argumentos ni con obsesivas oraciones, para que me concedas salud para servirte, vida larga para hacer más cosas, honra para encontrar las puertas abiertas, abundantes recursos para ser más eficiente. No puedo pedir tampoco sufrimientos presumiendo de mis fuerzas, como si tú necesitases una cuota de dolor para concedernos las cosas necesarias. Yo sólo quiero pedirte
  • 43. lo que tú siempre me ofreces, tu amor y tu gracia que engendran vida, pero pueden llevar a la muerte por defender a los asaltados, que crean salud, pero pueden llevar a perderla en el servicio de los débiles, que nos hacen amables, pero pueden provocar descalificación social por no amoldarnos a las leyes, que fructifican la tierra con todos los bienes necesarios, pero pueden dejarnos sin nada por hacernos hermanos de los echados de tu mundo. Yo sólo quiero pedirte tu amor y tu gracia. Que los acoja en mí como la última verdad y que mi corazón diga: “Me basta” (EE. EE., 234) TÚ Y YO NOS VAMOS HACIENDO En ti estoy, de ti vengo, a ti voy. Estás fuera de mí, puedo encerrarme. Estás dentro de mí, puedo encerrarte. No puedo dejar de estar en ti. Mi carne extiende raíces que llegan hasta ti. Puedo olvidarlo. Mi espíritu es una chispa que brota
  • 44. de tu incendio. Puedo ignorarlo. No puedo dejar de venir de ti. Mis ojos buscan su horizonte. Mi corazón, su hogar universal. Puedo extraviarme en una encrucijada. Puedo paralizarme en algún hogar. No puedo dejar de ir hacia ti. No vi tu rostro cuando salí de ti. No fue una despedida. Allí empezó un encuentro sin orillas. Cada tarde añado en mi lienzo un nuevo rasgo tuyo. Cada tarde añades en tu lienzo un nuevo rasgo mío. En medio del camino al adivinar una frente, al estrechar una mano, al mirar unos ojos, al nacer el futuro, al morir el presente, yo te descubro, yo me descubro. Dentro de mí, los dos a la par, uno hacia el otro, nos vamos haciendo… Ahora te veo, Señor marginado, maestro sirviendo, madre exprimida, padre sin nada, infinito pidiendo, libre clavado.
  • 45. Ahora te veo, pueblo en camino. Y en este misterio se pierden mis días, mis razones y mis sueños. Tú y yo nos vamos haciendo tu pueblo.