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CEREBRUM
Centro Iberoamericano de Neurociencias, Educación y Desarrollo Humano
Neurocircuito
¿Qué aporta la neuroeducación al educador?
Kévin Valentín
i
, Anna Lucia Campos
ii
De las trepanaciones craneanas a las
neuroimágenes, de los papiros del Egipto
hasta la lectura del genoma humano, el
ser humano quiere saber la razón de su
propio ser, quiere saber qué es y cómo
funciona este espectacular órgano que
nos hace diferentes de las demás
especies vivas en la tierra: el cerebro
humano.
Aprender es una de las principales
funciones del cerebro humano, y uno de
los objetivos primordiales de la educación
y de toda la humanidad. El hombre
aprendió cómo hacer fuego, a cultivar la
tierra, a construir viviendas. Aprendiendo
el hombre se concibió un futuro y aseguró
la continuidad de la especie. Frente a esta
habilidad innata del ser humano para
aprender, nos preguntamos ¿qué tanto
saben los educadores de las bases
neurobiológicas que subyacen al
aprendizaje?
La evolución de los estudios en
neurociencia hace emerger una nueva
rama, aún emergente, denominada
neurociencia educacional. Esta nueva
ciencia estudia la evolución y las bases
neurobiológicas del aprendizaje y otras
funciones cerebrales que influyen en los
procesos de enseñanza y aprendizaje. En
este campo, la reunión de la biología, la
ciencia cognitiva (psicología cognitiva,
neurociencia cognitiva), la ciencia del
desarrollo (y neurodesarrollo) y la
educación, ayudan la investigación de las
bases biológicas de los procesos de
enseñanza y aprendizaje.
El cerebro sigue siendo relativamente
desconocido, pero 30 años antes lo era
más. Los avances en neurociencias
permitieron comprender mejor el
funcionamiento del cerebro y observar por
ejemplo el papel que la curiosidad, la
emoción, o la atención tienen en la
adquisición de nuevos conocimientos.
Actualmente, se ha demostrado
científicamente que la adquisición de
conocimientos, ya sean en las aulas o en
la vida, no es solo memorizar, ni repetir
una y otra vez, sino que también es hacer,
experimentar y emocionarnos, mejor dicho
es vivir el aprendizaje: la experiencia, las
emociones, los sentimientos, las
percepciones, las sensaciones, los
movimientos, sus mecanismos cerebrales
y sus expresiones conductuales son
informaciones que los agentes de la
educación deben conocer para
fundamentar su praxis.
En este sentido es importante primero
comprender que el aprendizaje tiene una
base neural ya que este sucede en el
cerebro. Con esta visión, la neurociencia
educacional busca explicar el aprendizaje
como proceso biológico, donde el sistema
nervioso tiene su rol, y todo lo que afecta
el cuerpo también afecta el cerebro. El
cuerpo humano funciona como un sistema
donde si algo (estómago, corazón,
circulación sanguínea…) no funciona bien,
influye en los demás procesos. Y la
memoria y el aprendizaje se vinculan con
estos factores (Blakemore y Frith, 2005).
Mirando el contexto actual, la juventud,
hoy en día, está cambiando muy
rápidamente, el cambio generacional es
impactante con todos los avances
tecnológicos, el acceso fácil y rápido a la
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información, lo que permite que el joven
de hoy:
• Se movilice por el mundo en redes
sociales.
• Tenga información de forma rápida
y al alcance de un «clic», y falta de
reflexión-acción.
• Necesita información multimodal y
lectura hipertextual.
• Pertenezca a la generación digital
y de la hiperinformación.
• Requiere satisfacción inmediata a
sus acciones, falta disciplina
personal y organización básica.
• “Multitasking” (Multitarea).
• Tenga poca tolerancia a la
frustración.
• Tenga poca empatía y acción pro-
social.
Este cambio de contexto va acompañado
de la política local que busca mejorar el
acceso y la calidad de la educación, de
ahí que la neurociencia educacional pase
a ser una herramienta para proponer un
fundamento con base de rigor científico,
que ayude a mejorar la calidad de la
educación, fortaleciendo el perfil del
educador.
Sin embargo, también observamos que
hay una gran brecha por cerrar entre la
investigación neurocientífica y la práctica
pedagógica, por lo que surge una línea de
pensamiento y acción que promueve
rigurosa formación interdisciplinaria para
fomentar la unión entre investigación y
práctica educativa, entre investigadores
neurocientíficos y profesionales de la
educación, denominada neuroeducación.
En este sentido, la neuroeducación ayuda
a formar en los docentes las bases de un
conocimiento científico que carece el
sistema educativo, para contribuir
significativamente con la innovación y
transformación de los procesos de
aprendizaje, enseñanza y desarrollo
humano.
La neuroeducación, entre otras cosas,
ayuda al educador a entender la relación
cerebro-aprendizaje y todos los factores
conexos. Veamos algunos de estos
aportes de gran importancia.
Un conocimiento crucial es acerca del
proceso de neurodesarrollo, proceso de
maduración biológica de un individuo, lo
que explica el desarrollo progresivo de
varias habilidades, entre ellas las
habilidades cognitivas (Lenroot y Giedd,
2006). Asimismo, deja evidencia de del
valor de las experiencias y su implicancia
en periodos sensibles en la infancia
(Nash, 1997) y durante todas las demás
etapas. Entender como el cerebro, y más
generalmente, como el sistema nervioso
se desarrolla desde la concepción hacia la
adultez es fundamental para favorecer
procesos de enseñanza y aprendizaje
adecuados para los niños, niñas, y
adolescentes en el contexto escolar.
Otro aporte muy importante es acerca de
plasticidad cerebral, ya que todo lo que
aprendemos y las nuevas habilidades que
vamos adquiriendo tienen que ver con la
capacidad plástica del cerebro, que
permite, entre otras cosas, conformar
nuevos circuitos nerviosos o reforzar
conexiones existentes. Un ejemplo
significativo de plasticidad es la
neurogénesis (creación de nuevas
neuronas) durante todo el ciclo vital:
desde el desarrollo embrionario hasta la
muerte. Una investigación clave para
demostrarlo es la que realizó Maguire et
al., (2000) donde evidenciaron que
taxistas tenían el hipocampo con más
masa neural según sus años de
experiencia. Es decir, que en algunas
partes del cerebro aún los adultos siguen
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creando nuevas neuronas. También es
posible evidenciar la plasticidad con la
recuperación de lesión cerebral, la
sinaptogénesis (creación de nuevas
sinapsis -lugar de conexión entre
neuronas) o la poda (eliminación de
sinapsis)(Blakemore y Frith, 2005).
Asimismo, la neuroeducación demuestra
las evidencias neurocientíficas del impacto
de las emociones. Muchas personas
pueden haber olvidado el nombre del rio
más caudaloso de Colombia, o la fórmula
para calcular la energía cinética de un
objeto en movimiento, pero, en cambio,
recuerdan las clases divertidas de ese
profesor en especial (cada uno tendrá el
suyo) que despertó el interés de los
estudiantes con prácticas e historias sobre
sus temas. La emoción es fundamental en
el aprendizaje, para quien enseña y para
quien aprende (Cozolino, 2013).
El estado de ánimo y las emociones
afectan de manera positiva o negativa al
cerebro y a sus funciones. Se ha
comprobado que el estado de ánimo tanto
de los maestros cuanto de los alumnos
ejerce influencia significativa en el
aprendizaje y en la predisposición para
aprender. Las emociones juegan un papel
crucial en el desarrollo humano y puede
modular las funciones cerebrales
superiores como el lenguaje, la toma de
decisiones, la memoria, la percepción y la
atención.
Un desequilibrio emocional ciertamente
desequilibrará la capacidad de
razonamiento, la memoria, la disposición
física, la concentración y otras tantas
habilidades. Todo aprendizaje involucra
razón, cuerpo y emoción. Por lo tanto, el
estado emocional del maestro ejercerá
una influencia muy significativa en el
desarrollo cognitivo, en la motivación y en
el aprendizaje de los alumnos. Juegos,
buen humor, atención personalizada,
cariño, y tantas otras actitudes positivas
más pueden redefinir el éxito en el
aprendizaje y por que no, redefinir la
relación maestro-alumno y el clima en el
aula.
La importancia del ambiente también es
resaltada en el proceso de aprendizaje.
Aún que la genética tiene su importancia,
el ambiente es primordial para favorecer o
no los procesos de aprendizaje y
enseñanza (Plomin y Asbury, 2005).
También hay muchas evidencias desde
hace muchos años del efecto negativo de
la malnutrición en el desarrollo del
cerebro (Winick, 1969), y su consecuencia
en el aprendizaje es notoria (Scrimshaw,
1998).
Desde muchos años, las investigaciones
demostraron que el aprendizaje se hace
más significativo cuando cerebro y cuerpo
aprenden juntos. Dejar que los alumnos
utilicen el movimiento y el cuerpo para
aprender puede resultar en una estrategia
poderosa para llegar a la comprensión de
un aprendizaje
Sin embargo, en muchos centros
educativos de los diferentes países,
podemos observar un error en común: el
de separar las habilidades intelectuales
del cuerpo, “asignando al “intelecto” la
capacidad de pensamiento y al cuerpo la
capacidad de acción y percepción”, dando
mayor énfasis a las actividades que
desarrollen la cognición descuidando el
desarrollo físico.
La educación del cuerpo, que se quedó
limitada a unos cuantos ejercicios de
psicomotricidad o a unas escasas clases
de educación física en muchos centros
educativos, no está sistematizada y a
cada año que pasa, está siendo
remplazada por actividades puramente
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cognitivas (en educación infantil por las
actividades de “aprestamiento
desenfrenado en hojas”). Actualmente,
con el ingreso de la neurociencia al
mundo pedagógico, los educadores tienen
la oportunidad de entender la importancia
de utilizar el movimiento en su aula para
promover el desarrollo integral del ser
humano, elevar los niveles de aprendizaje
y equilibrar la energía corporal. Los
ejercicios y el movimiento permiten mayor
oxigenación del cerebro, mejoran
habilidades cognitivas, estimulan
capacidades mentales, sociales y
emocionales. Cuerpo y cerebro aprenden
juntos. Ya se sabe también que el
deporte aeróbico regular ayuda a un
mejor desarrollo cognitivo en todas las
edades (Colcombe y Kramer, 2003).
Otro aporte importante es acerca de las
horas de sueño: tener un ritmo de sueño
adecuado beneficia particularmente la
consolidación de la memoria (Ribeiro y
Stickgold, 2014) y el aprendizaje.
Las situaciones de estrés tóxico
cambian al cerebro y afectan las
habilidades cognitivas, emocionales y
sociales. Sin saberlo, muchos maestros
pueden ser los estresores de sus alumnos
a través de sus palabras, gestos, tono de
voz, exigencias y actitud en general. Las
investigaciones acerca del efecto del
estrés tóxico en el cerebro demostraron
que el alto índice de una sustancia
química llamada cortisol, por ejemplo,
puede no solo afectar emocionalmente a
una persona, sino que puede influenciar
otros factores importantes como las
habilidades cognitivas, la memoria y la
salud en general por el efecto negativo
del stress crónico (Kwah, Milne, Tsai,
Goldman, y Plass, 2014).
La habilidad de adquirir, formar, conservar
y recordar la información depende de
factores endógenos y exógenos, de las
experiencias y de la metodología de
aprendizaje utilizada por el educador. Una
de las habilidades cerebrales más
importantes para el aprendizaje es la
memoria. La memoria no solo juega un
papel fundamental como una habilidad en
sí misma, sino que también es una de las
herramientas básicas para el buen
desarrollo y funcionamiento de otras
habilidades. Puesto que el aprendizaje es
el objetivo máximo en educación, se hace
necesario entender la interdependencia
entre memoria y aprendizaje ya que es a
través del aprendizaje que grabamos
datos en la memoria para que en un
determinado momento pueda ser
recuperado, y es la memoria quien
recupera y aplica este aprendizaje.
En el campo pedagógico, a cada curso
nuevo hay una mayor exigencia de las
habilidades relacionadas con la memoria
puesto que los aprendizajes se vuelven
cada vez más complejos. Es de vital
importancia que el educador entienda la
estrecha relación entre la memoria y el
aprendizaje, para a partir de ahí, planificar
estrategias que armonicen con los
sistemas naturales que tiene el cerebro
para aprender y que realmente permitan
que el conocimiento llegue a ser
comprendido y almacenado en el cerebro.
Además, tener conocimientos acerca del
funcionamiento de la memoria, permitirá al
maestro personificar el aprendizaje,
puesto que cada alumno es un individuo y
su capacidad de memoria va a depender
exclusivamente de su cerebro y de la
influencia de factores como el consumo
de
glucosa, los niveles de estrés, el
nivel
nutricional,
el
uso
de
drogas
o
medicamento,
etc.
Aunque las investigaciones sobre el
cerebro humano, como las mencionadas
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anteriormente, van acercándose más al
contexto educativo, muchas de las
afirmaciones que hacen sobre cómo es y
cómo funciona el cerebro no pasan de
malinterpretación, generalización errónea,
especulaciones o mitos que, finalmente,
no contribuyen al fortalecimiento de la
neurociencia educacional. En efecto,
investigaciones han demostrado que las
palabras “cerebro” o “neuro-algo” tienen
un efecto de impacto en las personas, que
terminan por suponer confiable la
información científica (Weisberg, Keil,
Goodstein, Rawson, y Gray, 2007) y esta
condición da pie a muchas concepciones
falsas o erróneas llamadas neuromitos.
Es por ello que la neurociencia
educacional, y los neuroeducadores,
tienen la gran responsabilidad de filtrar
información, erradicar y evitar neuromitos,
construyendo sobte principios sólidos su
práctica, a partir de evidencia científica
(Campos, A., 2012). Un ejemplo muy
común es el mito de que usamos solo el
10% de nuestro cerebro. Hoy se ve en
películas y en publicidades este tema,
pero la realidad científica es que todo lo
que está en el cerebro se usa, no tiene
sentido dejar sin usar alguna parte
(Howard-Jones, 2011).
Otro neuromito muy común en la
educación tiene que ver con la gimnasia
cerebral o “BrainGym” diciendo que
“haciendo ejercicio de coordinación
ayudaríamos a conectar los hemisferios
cerebrales”; cuando lo único que se
desarrolla es la habilidad motora de la
actividad como tal, pero no se ha notado
ningún cambio en el cuerpo calloso (parte
del cerebro que está encargado de
comunicar los hemisferios), y finalmente
ningún efecto sobre habilidades cognitivas
(Spaulding, Mostert, y Beam,
2010)(Stephenson, 2009). Se trata
también de generar una cultura más
crítica y analítica de la información
científica que se puede observar en los
medios de comunicación.
En los últimos años, la neurociencia viene
desvelando los misterios del cerebro
humano, lo que va permitiendo un mayor
conocimiento acerca de su
funcionamiento- vamos entendiendo, por
ejemplo, cómo trabajan los sistemas de
memoria, cómo la buena alimentación
permite un mayor desarrollo cognitivo,
como es importante conocer el sistema
atención para modular la práctica
pedagógica, o cómo desde el aula se
puede estimular las funciones ejecutivas y
la autorregulación desde la primera
infancia, lo que aumentará las
probabilidades de éxito académico de los
estudiantes y de mejor comportamiento.
De hecho los aportes que vienen
brindando la neurociencia educacional son
de gran interés para los educadores.
Sin embargo, para vincular la práctica
pedagógica con los aportes
neurocientíficos, es de máxima
importancia que el educador tenga un
conocimiento elemental de la estructura
macroscópica del cerebro, como las zonas
esenciales del sistema nervioso, de los
hemisferios, los lóbulos y la corteza
cerebral, así como entender la estructura
microscópica del cerebro, al conocer las
células nerviosas que lo componen -
neuronas y glías- y el sistema de
comunicación entre ellas y su enorme
relación con el aprendizaje.
Los aportes de la neuroeducación al
campo educativo abren la puerta al
desarrollo humano porque el conocimiento
acerca del cerebro y su funcionamiento
transforma el perfil del educador y le
permite replantear su práctica pedagógica.
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Presenciamos tantas fallas en los
sistemas educativos de los diferentes
países porque todos ellos han buscado
una transformación, sin antes entender
que esta transformación viene desde
adentro, de las estructuras mentales, de
uno mismo y de los demás. Muchos
maestros han rotulado a sus alumnos
clasificándolos según sus fortalezas o
debilidades. Varias características de la
personalidad del ser humano permanecen
estables durante muchos años, mientras
que otras van sufriendo cambios
significativos, fruto de la influencia positiva
o negativa del entorno en el proceso de
desarrollo humano y del propio cerebro
(una experiencia traumática en la vida de
un ser humano puede cambiar por
completo su actitud y su estilo de vida a
partir de la experiencia).
¿Qué significa esto para el contexto
educativo? Que no siempre se puede
pronosticar el éxito o el fracaso académico
de un alumno, sellando su suerte con
rótulos de “buen alumno” o “mal alumno”.
Aunque un alumno no presente una
conducta y un nivel académico esperados,
demostrando una inestabilidad en su
proceso de desarrollo, no significa que así
será por tiempo indefinido ya que la
neurociencia ha demostrado el enorme
potencial que tiene el cerebro para
aprender y reaprender. Según la
frecuencia, intensidad, duración de las
experiencias de aprendizaje ofrecidas, el
alumno podrá pasar por cambios
significativos y adquirir las habilidades
necesarias para su desarrollo y
aprendizaje.
Esta interrelación entre estabilidad y
cambio en el desarrollo del ser humano,
sumado a la plasticidad del cerebro y su
gran capacidad de enseñarse a sí mismo,
obliga a todo educador a esforzarse no
solo por no poner rótulos o limitar a sus
alumnos, sino que le da la justificación
necesaria para que sea esforzado,
creativo y dinámico en su propuesta
pedagógica.
El educador es pieza fundamental para la
incorporación de los aportes de la
neurociencia en el ámbito educativo. Su
capacidad, creatividad, responsabilidad y
sus conocimientos son sus principales
recursos para la transformación en la
práctica pedagógica. Sin embargo, la
pregunta es: ¿qué tanto saben los
profesores acerca de la relación cerebro-
aprendizaje-desarrollo humano?
Tenemos un porcentaje muy alto de
educadores que fueron formados bajo el
enfoque de corrientes como el
conductismo, lo que les da, de alguna
manera, formas tradicionales de ver la
educación. Complementario a este hecho,
están los maestros que no se dedicaron a
actualizar conocimientos y a innovar su
práctica.
Comprender cómo aprende el cerebro,
cómo funcionan los sistemas de memoria,
las funciones ejecutivas, las emociones, la
atención, etc., permitirá al educador
repensar su forma de enseñar
implementando nuevas estrategias que
activen el potencial del cerebro de sus
alumnos para aprender, pero antes que
nada, permitirá al educador recrear su
propia misión de vida y valorarse como eje
fundamental en el desarrollo de un ser
humano.
Finalmente, la neuroeducación en la
actualidad, no solo aporta al educador
conocimiento acerca de las bases
neurobiológicas que subyacen al
aprendizaje, sino que aportará al sistema
educativo una base sólida, científica, que
podrá sostener acciones de gran
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envergadura en la formación docente, en
el diseño curricular y en las estrategias de
enseñanza que podrán llevarnos a una
verdadera transformación de la educación.
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