2. Al ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a él.
Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo:
«Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los
Cielos.
Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia.
Felices los afligidos, porque serán consolados.
Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.
Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia.
Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios.
Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.
Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el
Reino de los Cielos.
Felices vosotros, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en
toda forma a causa de mí.
Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el
cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron
3. Todos buscamos la felicidad. Pero,
en medio de un mundo agobiado
por malas noticias y búsquedas
insatisfechas, Jesús nos la promete
por caminos muy distintos de los
de este mundo. La sociedad en
que vivimos llama dichosos a
los ricos, a los que tienen éxito,
a los que ríen, a los que
consiguen satisfacer sus deseos.
Lo que cuenta en este mundo es
pertenecer a los VIP, a los
importantes, mientras que las
preferencias de Dios van a los
humildes, los sencillos y los pobres
de corazón.
4. La propuesta de Jesús
es revolucionaria,
sencilla y profunda,
gozosa y exigente. Se
podría decir que el
único que la ha
llevado a cabo en
plenitud es él mismo:
él es el pobre, el que
crea paz, el
misericordioso, el
limpio de corazón, el
perseguido. Y, ahora,
está glorificado como
Señor, en la felicidad
plena.
5. Las bienaventuranzas
nos expresan la
radicalidad del
evangelio. Tal vez la
formulación, un tanto
arcaica, nos impide
descubrir su
importancia. En realidad
lo que quiere decir Jesús
es que seríamos todos
mucho más felices si
saliéramos de la
dinámica del
consumismo egoísta y
entrásemos en la
dinámica del compartir.
6. Los santos y la alegría de Jesús
Celebramos el día de todos los Santos por todo lo alto, con globos
de luz y alegría, proclamando las bienaventuranzas del Reino.
Vivir la vocación a la santidad es sinónimo de participar de la
dicha de ser discípulos de Jesús, alegría y luz del mundo.
Los santos, que nos han precedido en el camino, nos muestran con
el testimonio de sus vidas cómo hacernos niños, trabajar por el
pan de cada día, poner en el centro a los pobres, ser
pacificadores, consolar a los tristes, luchar por la justicia,… Vivir
las bienaventuranzas en lo cotidiano es el mejor camino hacia la
santidad, que es lo que nos muestra Jesús en la alegría del
Evangelio.
Ojalá la fiesta de todos los Santos, los canonizados y los anónimos,
nos ayuden a “cargar las pilas” con la vocación a la que estamos
llamados. Una santidad en el día a día, que se desgasta en lo
concreto y apuesta por los sueños del Reino de Jesús.
¡Felicidades, queridos amigos! ¡Recibamos la felicidad de ser
bienaventurados!