En varias partes del mundo existen grupos que pregonan y están intentando vender la idea de que la tierra es plana. Otros insisten en declararse enemigos de cualquier manifestación de progreso, ignorando los avances del pasado. En esta nueva realidad están los antivacunas.
1. Terraplanistas y antivacunas
Juan Manuel Arias Castro
No parece serioy hasta sepuede decir que es un invento de alguienpara distraer laatención
de laciencia y la sociedad la existencia de grupos, en varias partes del mundo, que pregonan
y están intentando vender la idea que la tierra es plana. Por otro lado, otros insisten en
declararse enemigos de cualquier manifestación de progreso, ignorando los avances del
pasado. En esta nueva realidad están los antivacunas, cuyos orígenes se remontan a hace
más de un siglo, y cuya creciente popularidad hizo que la Organización Mundial de la Salud
(OMS) los incluyera en 2019 -antes de que apareciera el nuevo coronavirus- entre las 10
amenazas para la salud pública mundial, junto a otros desafíos como la calidad de aire y el
cambio climático, y enfermedades como el dengue, VIH, entre otras.
Estecolectivo (patronímico irritante), aún pequeño, logra apelaralmiedo y a lasuperioridad
moral, para influir y ganar seguidores. En medio de los anuncios recientes sobre la rápida
búsqueda de una vacuna para el nuevo coronavirus, ya registran protestas en Alemania y
en Estados Unidos, donde uno de cada cinco estadounidenses la rechazaría, según una
encuesta reciente.
Entre los argumentos de los antivacunas están la lucha contra las élites industriales o
empresariales, las teorías de que los laboratorios para ganar dinero crean virus y tiempo
después venden las vacunas, las teorías de conspiración política y los posibles efectos
adversos -no probados-. La mayoría de estos, alejados de una crítica racional y necesaria,
motivados por el sesgo de la negatividad y la desconfianza en las instituciones.
El mayor riesgo del movimiento es que parece ignorar que las mejores condiciones de salud
que tenemos hoy como sociedad -o que teníamos antes de la pandemia- y la posibilidad de
tener una vida más larga, responden en gran medida al trabajo y los descubrimientos de
científicos que también aportaron en el pasado en la prevención de infecciones mortales,
al conocimiento y los avances de la medicina.
De acuerdo con la OMS, la vacunación previene actualmente de dos a tres millones de
muertes al año, y se podrían evitar más de un millón adicionales si se mejora la cobertura
global. Esto debería ser razón suficiente para despertar el instinto de cooperación.
No hay duda de que debemos velar por las libertades individuales -aceptar o no una vacuna
en el cuerpo propio-, pero hay situaciones donde el bienestar colectivo debe primar. En
lugar de rechazar la solución, se debe exigir que la búsqueda rápida se haga de forma
responsable, sin populismo electoral y, más importante aún, que una vez confirmada se
garantice el acceso a esta.
2. La pandemia nos ha dado una oportunidad para reafirmar -o recobrar- la confianza en la
ciencia y la gratitud con esta. Dejemos la controversia para lo político, lo artístico, lo
económico, si se quiere; pero no caigamos en el juego de alentar movimientos activistas
que desconozcan la historia, los hechos y los datos para impulsar su causa y sepultar la
confianza en una cura y en un nuevo hito para el progreso de la humanidad.
Escrito el 16 de junio de 2020