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LA MIRADA DE JUAN RAMÓN ETXEBARRIA BOROBIA
Mentxu Ramilo Araujo
Me gustaría aprovechar mi ronda de publicación en Doce Miradas para
visibilizar a una persona que lleva trabajando muchos años en Euskadi,
América Latina y África tejiendo redes de solidaridad y espacios de encuentro
entre gentes de distintas edades, procedencias y visiones de la realidad.
Juan Ramón Etxebarria Borobia (JuanRa en adelante y para quienes le
conocemos) es uno de los ocho hermanos de la familia Etxebarria&Borobia.
Nació en Urbina (Álava) y creció “asilvestrado” y ágil gracias al contacto
permanente con la naturaleza.
Desde que le conozco me ha transmitido su gran pasión por las personas:
escucharlas, interesarse por sus vidas, ayudar en la medida de lo posible, de
manera proactiva, con discreción y atención personalizada.
De profesión es cura. Pero es un cura rural poco habitual, porque habla de
manera que se le entiende, desde el corazón y la experiencia cotidiana de vida.
Habla y anima a la acción. Comparte lo que vive, en el entorno presencial y en
las redes sociales. En sus homilías habla de Facebook como lugar donde
compartir con 1400 amistades de todo el mundo (me creo que sean personas
conocidas de verdad) imágenes, reflexiones, lecturas, vídeos, siempre con un
toque de justicia social. También tiene un blog donde, comparte algunas de las
muchísimas presentaciones de fotografías, pinturas y reflexiones que ha ido
enviando por e-mail a lo largo de los últimos años.
Es una persona que lidera desde el ejemplo y desde el cuidado y la atención.
Sé que no le gusta demasiado que hablen de él. Pero no he dado más que
unas pequeñas pinceladas, o puesto unas teselas del mosaico de su vida que,
sin duda, completarían muchísimo mejor todas las personas que le quieren por
ser una persona cercana y transformadora de mentes y corazones.
Bueno, JuanRa, en esta presentación, seguro que me he dejado detalles
importantes de tu vida. Así que, en primera persona, nos gustaría que nos
hablaras un poco más de tu vida.
Háblanos un poco de tus orígenes y de tu familia
Soy de una familia muy normal y de un pueblito pequeño de Álava, Urbina. Una
familia numerosa, ocho hermanos. Soy el mayor; tenía siete años y ya éramos
seis hermanos. O sea, éramos muy seguidos. Además, todos chicos. Mis
padres nos enseñaron, sobre todo, la unión de la familia, de los hermanos y,
también, a hacer las labores de casa: cocinar, fregar, lavar, etc.
Nuestra casa era la última del pueblo, ya en el monte. Vivíamos corriendo por
el campo, subidos a los árboles, haciendo chabolas, etc. Ni necesitábamos salir
de la casa y de la finca para los juegos; venían los chavales del pueblo y allá
jugábamos todos. La naturaleza y la libertad eran nuestras mejores aliadas en
los juegos.
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Aquí nací, junto a mis hermanos, lugar de muchas vivencias, juegos y
aventuras
Nos tocó trabajar mucho. Teníamos gallinas, animales, granja. Lo hacíamos
todo entre todos: ordeñar, limpiar las cuadras, descargar los camiones, llevar la
leche, dar de comer a las gallinas, recoger los huevos, capar los cerdos, etc.
Y todo este trabajo lo hacíamos desde
muy pequeñitos. Con siete u ocho
años aprendíamos a ordeñar. Una
vez, a un hermano de diez añitos le
tocó descargar a él solito un camión
de sacos de piensos compuestos. Y lo
contábamos como una hazaña. Él se
quedó pequeñito para siempre, pero
para nosotros esa vida siempre ha
sido un orgullo.
Mis padres y los dos hermanos
mayores; estoy en brazos de mi padre
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Hacíamos casi todos los trabajos como juego, haciendo competiciones. Por
ejemplo, sacábamos la basura de la cuadra o de los gallineros en carretillas
echando carreras. O cuando cuidábamos las vacas a la orilla de la vía y
pasaba el tren Vasco-Navarro, que ya iba frenando para llegar a la estación,
hacíamos teatro para los pasajeros, que nos miraban absortos por la ventanilla
durante unos instantes.
Somos ocho hermanos; aquí estamos siete, con mis padres
Mis padres fueron, sin duda, partícipes de la infancia creativa y aventurera que
vivimos entre los hermanos. Mi madre, en medio de aquella vida un poco
agreste que llevábamos, aportó una exquisita sensibilidad. Ella, que tenía que
trabajar tanto con ocho hijos, vivió una pasión total por la música clásica.
Recuerdo que, siendo yo bastante pequeño, ella me trajo a Vitoria a los
primeros conciertos y presentaciones de ballet. Su actitud ante todas las cosas
siempre fue positiva y nunca le escuchamos hablar media palabra mal de
nadie.
Mi padre, surgido de las profundidades de Gorbea, fue una persona muy
sencilla, pero también alegre y juguetón, creo que herencia de su madre
Cándida. Tuvo el arte de saber poner orden en aquella tropa de ocho chavales
un poco bruticos y, al mismo tiempo, ser cómplice y alentarnos en nuestros
juegos laborales, pues era el que hacía de juez y nos daba los premios en
aquellas competencias de sacar la basura en carretillas o ver quién llenaba
más rápido el balde leche ordeñando.
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Esta infancia ha marcado mi
vida. La mezcla de trabajos,
de juegos, de libertad y
fraternidad que he vivido en
la niñez, seguro que ha
condicionado mi vida para
siempre. Hasta el día de hoy
nos seguimos reuniendo los
hermanos todas las
semanas. Dicen que la vida
consiste en poner en práctica
dos o tres sueños, que se
tuvieron en la infancia. Y
estoy de acuerdo. Luego, la
vida te va llevando por
muchos caminos, pero son
caminos que inicialmente los
eliges tú. Y siento que todo lo
que he vivido y recorrido por
el ancho mundo no está en
contradicción con los sueños
que tuve en la niñez.
Con mi abuela Cándida, que
nos hacía las medias de lana
Este afán juguetón de la infancia creo que se me ha quedado en mi ADN para
siempre. Y en los momentos más sagrados y sublimes de la vida, se me
ocurren cosas jocosas. Me encanta romper las solemnidades artificiales,
incluidas las de la liturgia, pues creo que la vida ya es en sí misma grandiosa,
sabiéndola vivir, sin necesidad de añadirle aditamentos. Serán reflejos de mi
infancia.
Hoy día la familia se ha multiplicado. Tenemos una casita en el campo y todos
los domingos nos reunimos casi todos, muchos días pasamos de veinte. Este
encuentro de los domingos es un momento muy propicio para la alegría, las
bromas, los juegos y el trabajo colectivo. Todos mis sobrinos, y también mis
cuñadas, han mamado este ambiente. Mis hermanos son buenos
organizadores, se reparten las tareas, todos colaboramos en la cocina y en los
trabajos. Es la única forma de que siga funcionando aquello que sembraron
nuestros padres hace muchos años.
Todos los domingos nos
reunimos toda la familia
en esta casa de
Nafarrate, que aquí
aparece en la primavera
y en el otoño
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También hay que decir que no somos iguales y muchas veces hay diferencias y
debates. Pero ahí quedan siempre, nunca llegan más allá.
Mi madre sigue valiente, con sus ochenta y ocho años. Sufre de las piernas, de
la movilidad. Pero, por ese arrojo positivo que siempre ha tenido, se ha
levantado de la silla de ruedas, en la que ha permanecido un año, y ha vuelto a
caminar. Sigue siendo un referente para nosotros por su actitud y por su
sensibilidad. Todos los hermanos, los ocho, cuidamos de ella.
¿Qué te animó a ser cura y a ser misionero?
Era bastante niño cuando tuve este deseo de ser cura. Lo entendía como una
forma de servir, de ayudar a la gente. Valoraba la posibilidad de estar con la
gente, con todos, de acompañarles. Tantas necesidades que tenemos todas
las personas, problemas y carencias; al mismo tiempo, tantos momentos
especiales en la vida de las familias, de los pueblos, de los pequeños pueblos
como era el mío: momentos de encuentro y de hacer pueblo…, me parecía que
ser curar era una buena oportunidad para acompañar y compartir todas esas
experiencias.
Luego, también muy niño, tuve el deseo de ser misionero. Conocí a misioneros
que transmitían sus vivencias y experiencias. Me atraía vivir todo esto que digo
del acompañamiento a la gente, en los lugares más pobres del mundo.
La verdad, no me dice nada ese sacerdocio dedicado principalmente a lo
litúrgico y a lo sacramental. Creo más en un sacerdocio social, creo en un
compartir profundo de la vida, sin diferencias ni credos ni etiquetas. Y también
creo en ese momento importante de reunirse la comunidad y celebrar las cosas
que nacen y vienen de la vida. Tampoco creo en una solemnidad hecha de
ritos y fórmulas repetidas, no me dice nada, me parece vacía. Creo que la vida
misma, el encuentro de las personas, la celebración de las conquistas que
hacemos juntos cada día, ya es litúrgica en sí. Y así hay que vivirlo y
demostrarlo, pero sin muchas añadiduras que rompan la magia que tiene la
vida misma. O descubres a Dios en esa convivencia y trajín de la vida
cotidiana, muy apegado a la realidad, o no me interesa para nada ese Dios
fuera de la vida normal.
Tampoco creo en un protagonismo especial del sacerdote. Creo en el
protagonismo de la comunidad. Sería posible una comunidad sin sacerdote,
que se reúne, que se organiza, que celebra la vida, la presencia de Jesús en su
vida. El sacerdote es uno más; tiene su papel, como todos los tienen. Pero es
uno más, junto a toda la comunidad, o si no, es un estorbo.
Creo que tú eres a quien más le gusta viajar en la familia. ¿Qué significa
viajar para ti? ¿Qué lugares y personas recuerdas con especial cariño?
Cuando era joven no había tanta costumbre de viajar a lugares lejanos. Con
veinte años sólo viajaba a los rincones escondidos de la geografía alavesa,
siempre con chavales. Salidas, campamentos, aventuras, con un grupo de
veinticuatro chavales muy activos del barrio de Zaramaga, en Vitoria. Lo
pasábamos excelente, todos trabajábamos, cocinábamos, y todos éramos
iguales, no había diferencias entre monitores y chavales. Corrimos aventuras
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increíbles, imborrables hasta hoy. Hoy nos hubieran denunciado por poner en
riesgo la vida de aquellos críos y crías. Para mí fue una escuela de convivencia
e igualdad muy profunda. Creo que así lo sentimos todos hasta hoy y dicen
ellos que les marcó definitivamente, pues en situaciones de cerrada
competencia que les toca vivir en la sociedad actual, no han podido renunciar a
los valores profundos que descubrieron en aquella infancia y adolescencia de
juegos, de aventuras, de trabajos, pero de profunda igualdad.
En una de las acampadas con el grupo de chavales de Zaramaga
Con veintiséis años fui a Ecuador, donde permanecí treinta años. Allí, sobre
todo, viajé al Ecuador profundo. Vivía y trabajaba en una extensa zona, sin
comunicaciones. Recorría a pie todos los caminos, los senderos, subiendo
cerros y llegando a las últimas casas. Me gustaba llegar a los lugares remotos,
donde parecía que se terminaba el mundo, y descansar en una hamaca con
una taza de café bien negro, conversando con la gente sencilla. Siempre he
disfrutado escuchando a la gente humilde y sabía. Tuve la oportunidad de
recorrer todo el Ecuador, todas las provincias. Siempre me ha apasionado
conocer la cultura de cada lugar, descubrir sus raíces, ir al fondo de la vida de
los pueblos. Las simplificaciones y los estereotipos no me dicen nada, me
aburren soberanamente.
Después de treinta años de estancia en Ecuador, regresé de nuevo a mi tierra.
Cuando volví, tuve la oportunidad de cumplir un viejo sueño de la infancia:
conocer África. Siempre me atrajo este continente, desde los diez años. Quería
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conocer África para descubrir mejor las raíces del ser humano, de la vida
humana. Me interesaba acudir a las fuentes de donde surgen los valores más
profundos en los que creo: la familia, la comunidad, el pueblo. Y me seducía
muchísimo descubrir los colores, las formas, que en África me las imaginaba
más puras y originales.
Al llegar a África, vi todo el horror y toda la violencia que es capaz de generar el
ser humano. Vi campos de refugiados donde se hacinaban cientos de miles de
refugiados, una pobreza extrema, desnutrición en los niños, una represión
enorme. Y todo ello, porque en esa zona hay el maldito coltán, ese mineral de
los móviles y de esos aparititos que tienen a medio mundo adormecido,
mientras allá, aquellos países de Congo y de Rwanda se desangran, y las
multinacionales se enriquecen y los gobiernos poderosos del mundo sostienen
esta espiral porque les viene muy bien ser aliados de aquellos gobiernos
represores y tener aquí a la gente absorta dándole a la maquinita sin tener
conciencia de la sangre y la muerte que hay detrás.
Pero como he dicho antes, lo que me interesaba era conocer a la gente
sencilla, a la gente pobre y buena que resiste con tremenda dignidad todas
esas miserias. Me interesaba conocer a las familias, a los niños, a las mujeres.
Me interesaba conocer a esas personas que están ahí, junto a los que más
sufren, dando la vida, ayudando y sirviendo. Me interesaba conocerles, ver
cómo viven, cómo sienten, cómo piensan. Porque creo que ahí está la raíz para
enfrentar los males que les acechan. Y de verdad que pude conocer aquello
que me interesaba y que me ha marcado para siempre. Tengo rostros de
personas, imágenes, ojos brillantes, historias, vivencias, danzas, cantos, de
África, guardados dentro de mí para siempre.
Una de las veces que fuimos a
Rwanda, llegamos de noche. Al
amanecer del día siguiente, vimos
una multitud de mujeres con sus
vestidos multicolores, sus
parasoles protectores y sus niños
y niñas a la espalda, que venían
danzando. Venían a darnos la
bienvenida. Eran las madres de
los niños desnutridos, que
nosotros habíamos apoyado
desde Kuartango, las personas
más pobres. Era un derroche de
vida, de alegría y de amor.
Esta imagen de la acogida que nos
brindaron en Rwanda, ha quedado
profundamente grabada
Esa imagen que se ha quedado grabado en mi retina, de la gente más pobre
luchando por su vida con una hermosura profunda, ilumina mi visión de África.
Recuerdo uno de los campos de refugiados que visité en R. D. de Congo, que
tenía como doscientas mil personas hacinadas. Después de ver las tiendas de
campaña amontonadas, nos acogieron en una pequeña cabañita, donde
estaríamos más de treinta personas apretadas y nos explicaron su vida, sus
problemas y esperanzas, con tal dignidad, que desde entonces todo lo demás
que hay en el mundo me parece relativo.
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Uno de los campos de refugiados que visitamos en R. D. de Congo
Otro de los sueños que he cumplido es llegar a donde viven los indígenas de la
selva latinoamericana. En concreto, he viajado por el Amazonas y sus
afluentes, he navegado durante días y días, en unos paisajes increíbles, donde
termina el mundo occidental conocido y sólo hay agua, naturaleza y selva
virgen. He entrado en las profundidades de la jungla de Brasil, de Bolivia y de
Ecuador. Y, en medio de todo ello, he encontrado comunidades indígenas y he
compartido con ellas. Muchas cosas son atractivas de la vida natural y
comunitaria de los indígenas. Pero, ahora quiero resaltar, sobre todo, su gran
capacidad de resistencia, de lucha y de organización. Es admirable, es un
ejemplo.
Para mí, llegar a un pueblo indígena de la Amazonía, reunirme con la
comunidad y escucharles sus historias, sus vivencias y, sobre todo, sus planes
y proyectos de resistencia, me parece increíble. Recuerdo, como expresión de
esta resistencia y, al mismo tiempo, belleza indígena, una vez en que, después
de ocho días de navegación por diversos ríos de la selva boliviana, llegamos a
una comunidad indígena remota, y unos jóvenes nos dieron un concierto de
violín magistral, herencia que habían recibido hace tres siglos de los jesuitas y
la han conservado con toda fidelidad, incluidos los cuadernos con las notas
musicales y miles de estrofas escritas con letra de caligrafía. Los que creemos
saber tantas cosas de luchas y resistencias, de tácticas y estrategias, no
sabemos nada, cuando llegamos a conocer el mundo indígena
latinoamericano.
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Estos indígenas nos sorprendieron tocando el violín en las profundidades de
la selva de Bolivia
Pero la vida, sin duda, tiene sorpresas. Yo creo que las decisiones y los
caminos fundamentales los tomas tú, a partir de tus inquietudes, de tus centros
de interés vitales, que se van manifestando desde tu niñez y juventud. Pero
muchas veces, unos caminos te llevan a otros. En Brasil me encontré con lo
que nunca me había imaginado. Unas amigas ecuatorianas me introdujeron en
las favelas de Bello Horizonte, donde ellas trabajaban con una entrega total.
Después de haber recorrido muchos lugares del planeta, donde yo creía que
estaba el fin del mundo, en la favela tuve la sensación de haber llegado al
infierno. Y así se lo dije a ellas. Pero más fuerte fue su reacción, cuando se
rebelaron ante este comentario mío y me mostraron “la vida que hay en la
favela”. La gente de la favela vive hacinada, rebuscando en los basurales. Las
criaturas se arrastran por los pequeños callejones de menos de un metro de
anchura por donde corren los desagües, con una putrefacción y una hediondez
insoportable. Estas mujeres amigas les acompañan, les animan, les ayudan.
Me contaban historias hermosísimas de mujeres que vivían sacando cosas de
la basura, de un amor, de una fe y de una sensibilidad tan exquisitas, que uno
no puede menos de sobrecogerse. Uno aprende a callar, a hacer silencio, para
dejar de hacer análisis y comentarios fáciles y escuchar estas historias reales.
Mis amigas ecuatorianas son valientes y comprometidas, viven denunciando
esta realidad, peleando con las autoridades, para lograr cambiar estas
injusticias y conseguir mejores condiciones de vida para los habitantes de la
favela. Pero luego se abrazan de tal manera a aquellos niños y niñas y a
aquellas personas de la favela, sin escrúpulos, que me ayudaron a entender
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dónde está realmente en esta sociedad el compromiso revolucionario y la
radicalidad.
De la favela de Belo Horizonte me traje una
pequeña medallita, que me regaló mi amiga
Tania, porque tenía historia. Tania visitaba
todos los sábados y domingos la favela
“Vila da luze”. Pero, una vez, decidió
permanecer una semana entera viviendo
allá. Le acogió una mujer muy pobre y
sencilla, que vivía sola. Tania le propuso
acompañarle en el trabajo. La mujer le
contó que “reciclaba”, es decir, iba a los
basureros a rebuscar en la basura. Así que
Tania le acompañó todo el día. Dice que
encontró unos tomates algo dañados, pero
que aún se podían aprovechar.
En la favela “Vila da luze”, de Belo
Horizonte, en Brasil
De la favela de Belo Horizonte me traje una pequeña medallita, que me regaló
mi amiga Tania, porque tenía historia. Tania visitaba todos los sábados y
domingos la favela “Vila da luze”. Pero, una vez, decidió permanecer una
semana entera viviendo allá. Le acogió una mujer muy pobre y sencilla, que
vivía sola. Tania le propuso acompañarle en el trabajo. La mujer le contó que
“reciclaba”, es decir, iba a los basureros a rebuscar en la basura. Así que Tania
le acompañó todo el día. Dice que encontró unos tomates algo dañados, pero
que aún se podían aprovechar. Después halló una bolsa de papel con restos
de pollo. Al mediodía, aquella buena mujer le invitó a comer a Tania de lo que
habían recogido. Tania, que es de una sensibilidad exquisita, por supuesto
comió, venciendo el natural escrúpulo. Dice que era una mujer que siempre
estaba alegre y contenta y que era muy religiosa. Al final del día, aquella mujer
le regaló a Tania en agradecimiento una medallita de la Virgen, que le contó
cómo la había encontrado en la basura, y que estaba ya un poco gastada.
Pero, decía la mujer, que esa
imagen le daba a ella fortaleza.
Y en gratitud se la regaló a
Tania. Tania me la dio como
recuerdo de la favela. Y para mi
simboliza la increíble capacidad
de resistencia de los pobres y el
amor inconmensurable de
personas dispuestas a darlo
todo por los más pobres.
Tania y Vitorinha. Tania me enseñó a descubrir la vida que en la favela
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¿Qué destacarías de tu etapa misionera en Latinoamérica?
Fueron treinta años en Ecuador que los viví intensamente. Seguramente hubo
momentos bajos, malos, como en todas las cosas de la vida. Pero ahora mismo
me parecen treinta años apasionantes, aprendiendo y disfrutando, luchando
junto a los más pobres y compartiendo profundamente con el pueblo
ecuatoriano.
De todo aquello me han
quedado cientos, miles de
amigos y amigas. Ya sé que
decir esto es un poco
exagerado. Pero quiero indicar
que no son las típicas amistades
de cuadrilla, de grupo, sino
relaciones labradas en una
convivencia y en un trabajo muy
profundo, en el que, de alguna
manera -junto a otras muchas
personas- logramos hacer un
proyecto muy global y
participativo y de todo el país,
que ha servido para cambiar un
poco el devenir del pueblo
ecuatoriano.
En Ecuador me sentí dichoso
junto a la gente más pobre,
como aquí con Fito y Janeth, en
su casa de Ambache, en 1977
Cuando llegué a Ecuador, nos decían los compañeros que ya llevaban años
allá, que había que estar por lo menos un año en silencio, escuchando,
aprendiendo, para no meter la pata y después poder ser eficaz en el trabajo.
Recuerdo que me pasé más de dos años escuchando, hasta que me dijeron:
“¡JuanRa, ya es hora de que empieces a hablar!” Bueno, es simplemente una
anécdota. Con ello quiero decir que desde el principio me apasionó aquel estilo
de vida y de trabajo, muy desde abajo, desde los más pobres; muy en
coordinación y en equipo; escuchando mucho a la gente, muy ordenado y
sistemático, donde tú no eras el experto, que tenía la última palabra, sino que
participabas en un proyecto muy colectivo. Un proyecto muy utópico y, al
mismo tiempo, muy real y de mucha entrega y de esa catarsis profunda que es
estar en silencio, morderte la lengua y escuchar horas y horas a los más
pobres y a los demás compañeros y compañeras del equipo. Una verdadera
catarsis para los creídos europeos que creemos saberlo todo.
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En 1979 hicimos la “misión” en Rosa Blanca. Aquí estamos con Pascualita, y
toda su familia, que nos acogió en su casa
Grandes profetas y maestros orientaron este caminar nuestro, como el obispo
de los indios Proaño, como el pedagogo brasileño Paulo Freire con su
“Pedagogía del oprimido”. Otros, como Pedro Casaldáliga, Oscar Romero,
Gustavo Gutiérrez, Jon Sobrino… Todos incidían en lo mismo: un proyecto de
cambio profundo, de liberación. Al mismo tiempo, una metodología de mucha
escucha, de caminar juntos, de participación de todos. Y una teología
desarrollada desde abajo: la teología de la liberación. Con estos principios
trabajamos haciendo comunidades y organizaciones. Se logró dar un cambio
de la realidad, poco a poco. No se politizó el proceso tempranamente ni se
buscó llegar aceleradamente al poder para cambiar las cosas. Pero los
cambios que se están dando en Ecuador -y, también, en otros países de
América Latina-, se deben, sin duda, a este trabajo largo, callado, muy de base,
de las comunidades de base, de las organizaciones indígenas y de muchos
grupos populares.
Ecuador es el país de Latinoamérica que más ha reducido en estos últimos
años los niveles de pobreza. Estoy convencido que todo este compromiso
concientizador y organizativo durante muchos años es el que está generando
un cambio político y la mejora de la situación general.
Con todo este trabajo se creó un modelo de Iglesia radicalmente distinto al que
estamos acostumbrados. Una iglesia de los pobres, de comunidades, de
seglares, que lee y reflexiona juntos la palabra de Dios y ésta le aboca a un
compromiso transformador tanto personal como social y político. Al principio,
hubo muchos conflictos con los que siempre habían estado acostumbrados a
dominar la Iglesia.
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Como en todos los lugares y en todas las cosas, también en Ecuador, hay un
sector de los políticos y un sector de la Iglesia, que se resisten a estos cambios
profundos que vienen de abajo. Pero, esta experiencia a muchos nos ha
marcado; sobre todo, ha marcado a mucha gente de Ecuador y ha creado un
estilo de vida, que será siempre una referencia.
Esta cercanía a la gente y a sus raíces, me llevó a interesarme por la Cultura
Montubia. El hombre y la mujer de la Costa ecuatoriana, que es mezcla de
indio, negro y blanco, ha creado la cultura montubia. Una cultura, que tiene
identidad propia, pero que, en general, ha sido desconocida y poco valorada.
Hicimos con los compañeros de Manabí investigaciones sobre las
manifestaciones de la cultura montubia. Cuando estuve en Baba (Los Ríos)
realizamos con la gente un trabajo muy interesante, creamos un ballet de
danza montubia, que aún pervive hasta hoy, compusimos canciones, etc. Fue
todo un despertar montubio, que ha marcado un hito en Baba y en la provincia
de Los Ríos.
El Ballet Folclórico Danzas-Baba es la planta más hermosa que ha surgido en
la sabana de la provincia de Los Ríos
¿Cómo resumir los treinta años que pasé en Ecuador en unas pocas líneas?
Además, fueron años de vivencias intensísimas. En los lugares en los que viví
y trabajé: Bahía de Caráquez, San Vicente, Jama, Pedernales, San Isidro,
Baba, visitaba todas las comunidades, que en total pasan de varios cientos.
Según el estilo de vida y de trabajo que llevábamos entonces, visitar la
comunidad quiere decir llegar a todas las casas del recinto, que son alrededor
de treinta familias en cada comunidad. Tanto en Manabí como en Los Ríos, las
casas están muy alejadas unas de otras, lo que suponía transitar infinidad de
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senderos, pasar riachuelos y esteros, atravesar cafetales, cacaotales y
bosques cerrados o potreros inmensos sorteando las vacas. Y llegar a cada
casa significaba pasar largos ratos con la familia, comer con ellos, compartir
muchas tertulias, en muchas ocasiones sentados en el suelo; dormir en sus
casas, en el suelo o en catres de caña. Son miles de familias que visitábamos y
conocíamos.
Y luego venía la reunión en cada comunidad. Reuniones, que las hacíamos en
todos los lugares posibles: en las casas, debajo de un árbol, sentados en unos
troncos, en las escuelas, en las capillas. Eran infinidad de reuniones eternas,
participando todos, aprendiendo a participar. Se valoraba la palabra de los más
pobres, no había prisa. Esperábamos todo lo que hiciera falta para que alguien,
que en su vida había abierto la boca en público, dijera una palabra; y la
anotábamos como un verdadero triunfo de esta humilde organización de los
pobres que estábamos iniciando. Lo anotábamos todo en cuadernos.
¿Cómo expresar en pocas palabras toda esta riqueza? Si en este momento
tuviera que destacar un nombre de alguna persona, que resuma mis treinta
años en Ecuador, me atrevo a nombrar a dos personas. Dos personas
especiales. “Especiales” sí, en el sentido síquico, dos personas con síndrome
de down, “El Toño” y “El Viejito”. Ambos fueron mis compañeros inseparables
durante muchos años, mis amigos entrañables, que contribuyeron, sin duda, a
hacerme la vida más feliz en Ecuador.
Toño Cagua era de Pedernales. “El Toño” era síndrome de down agudo y
sordomudo, pertenecía a una familia muy pobre, sus hermanas eran
lavanderas, que apenas podían atenderle. Toño era infaltable en nuestra casa,
pasaba largos ratos, nos alegraba la vida, comía con nosotros. Era alegre,
bromista, juguetón. Uno de los oficios que nos hacía era traernos la leche cada
día. Iba con un cueceleches sin asas a casa de la señora Minta y, al regresar,
traía los dedos metidos en la leche para sujetar el recipiente, dedos que
siempre tenían una buena cantidad de mugre en las uñas. Iba ligero, a paso
rápido, inclinado hacia adelante con el cueceleches al frente, e iba tan absorto
que atravesaba por la mitad la cancha donde jugaban los jugadores de voleibol.
Los jugadores paraban el juego, se reían y le aplaudían. Toño a lo suyo.
En San Isidro estaba “El Viejo” o “El Viejito”. Su nombre, Hólber Garibaldi
Moncayo Mejía. También síndrome de down; era mudo, aunque sí oía. Asiduo
en nuestra casa y mi compañero inseparable en tantos viajes y recorridos por
los caminos de San Isidro. De un humor extraordinario, exquisito, era un gran
artista y, sin duda, el mejor mímico que he conocido. No había reunión,
encuentro, celebración, en que “El Viejito” no diera su sesión magistral de
mímica. Por ejemplo, hacía como que iba a sacar una fotografía a todo el grupo
y pasaba largo rato realizando todos los preparativos, ubicando a todos,
señalando los gestos, las posiciones de cada uno. La gente le quería y le
respetaba mucho. Y, además, era muy inteligente, sabía perfectamente cuándo
era el momento de hacer sus payasadas y cuándo debía dejarlo discretamente.
Con el micrófono daba conciertos, discursos, casi se nos olvidaba que era
mudo de lo bien que lo hacía, pero él siempre alegrando la vida de la gente.
Ambos murieron tempranamente. “El Toño” murió de una forma trágica; alguien
se lo llevó en un carro y desapareció. Me tocó dar muchas vueltas hasta que
por lo menos supimos su destino final. “El Viejito” murió cuando se le fue
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acabando el humor y las ganas de vivir, que exactamente fue al día siguiente
de morir la Mamá Zoila, que era su abuelita y la que lo cuidó con todo cariño
hasta el final.
Si he querido resumir con estas dos personas mi larga estancia en Ecuador, no
es simplemente por contar anécdotas entretenidas, sino porque éste fue
realmente el sentido de nuestra vida y trabajo en Ecuador, no sólo mío sino de
todos los compañeros y compañeras misioneros: la cercanía y la amistad
profunda con las personas más pobres. Ésa fue nuestra vida allá, estar
totalmente dedicados a la gente más humilde y sencilla, compartir con ella,
convivir, acompañarles en toda su vida, en sus sufrimientos y tragedias, tan
comunes en la vida del pobre, pero también en sus fiestas y alegrías, que sólo
se conocen de verdad cuando se convive profundamente con ellos.
Sí, luego se hizo un profundo trabajo con las comunidades, con la organización
de los pobres, con las bodegas, botiquines, trabajos comunitarios, cajas de
ahorro, etc., pero todo partió de una convivencia intensa con la gente más
pobre.
Toda esta experiencia ecuatoriana ha quedado grabada para siempre como lo
mejor que he vivido. Sigo cultivando estas vivencias y valores. No es algo
pasado.
Además de viajar, aprender y escuchar a las personas, otra de tus
aficiones (de la cual podemos decir que eres un profesional) es la pintura.
¿Cómo comenzaste a pintar?
Todas estas vivencias que
estoy contando de Ecuador
fueron las que desataron en
mí un deseo de dibujar y de
pintar. Empecé con un lápiz y
un rotulador de punta fina.
Llegaba de las visitas del
campo, de las reuniones, de
las misiones, a casa, de
noche, y a la luz de la vela,
me ponía a dibujar. A
expresar la realidad que veían
mis ojos, el trabajo esclavo de
las haciendas, la explotación
de los patrones y de los
comerciantes. Pero, sobre
todo, con los dibujos trataba
de exponer los sueños y
proyectos que mostraban los
hombres y mujeres del campo
en aquellas reuniones casi
clandestinas.
Uno de mis primeros dibujos, a rotulador, que
recoge modelos de casas manabitas, con sus
familias
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Además, esta gente sencilla, muchas veces analfabeta, expresaba sus ideales
con mucho gracejo y con una alegría contagiosa, que yo trataba de revelar en
aquellos dibujos rudimentarios, pero que luego los exponíamos en las mismas
reuniones y despertaban muchas reflexiones y comentarios sabrosos. Me tocó
colaborar en cantidad de folletos y publicaciones populares, donde el dibujo era
un arma pedagógica de mucha fuerza. Hice varias colecciones de postales con
pinturas naifs muy simples y mensajes utópicos, que expresaban muy bien el
contenido de nuestros trabajos y vivencias con la gente.
Recuerdo el primer encargo que me hicieron los compañeros del grupo. Hacer
los dibujos para un libro de alfabetización, basado en la pedagogía de Paulo
Freire, que se basaba en palabras generadoras y arrancaba cada tema con un
dibujo de la realidad, que se analizaba entre todas las personas alfabetizandas.
Recuerdo los primeros dibujos: la casa, el machete, el agua, el trabajo, etc. Y
otro encargo que me hicieron, las ilustraciones para un libro de oraciones
populares. Con el tema del nacimiento de un niño, me imaginé la fuerza de la
vida, de la sexualidad, de la pareja, en aquel entorno profundamente vitalista y
tropical. Me pareció que la pintura era algo mágico. Esa fuerza suya para
expresar la realidad con sus sueños y utopías y desatar procesos
organizativos, me subyugaba.
Una de mis pinturas naif, que recoge el país utópico, las regiones de Ecuador,
las distintas razas y culturas, formando una comunidad
Alguien podrá pensar que estoy hablando de una pintura profesional. Nada de
nada, era la cosa más simple del mundo. Dibujos infantiles, ingenuos, para
mostrar la vida de la gente: el trabajo esclavo de las haciendas, la explotación
del comercio, los macheteros, la familia, la vida de la comunidad, las casitas de
caña sobre postes de madera, los burritos, los chanchitos, etc. El mérito que
tenían no era la perfección de los trazos, sino que quizás eran los únicos
17. 17
dibujos que mostraban la realidad de la Costa ecuatoriana, que estábamos
profundamente empeñados en transformar.
La primera experiencia de la magia del dibujo y de la pintura, la tuve al día
siguiente de llegar a Ecuador. Llegué un 19 de abril de 1977 a Guayaquil.
Vinieron los compañeros a recibirme y viajamos más de diez horas para llegar
a Bahía de Caráquez, en la provincia de Manabí. En Bahía, me recibió Peli
Romarategui, al que ya había conocido en Vitoria. A la mañana siguiente me
invitó a su taller. Era un local inmenso, con miles de tarros llenos de pequeñas
teselas de mosaico y de vidrios de colores. Y en el centro del taller, unas
grandes mesas donde Peli hacía mosaicos y vitrales. Esa posibilidad de grabar
la vida de la gente, sus luchas y esperanzas, en un mural, me pareció algo
mágico.
El mosaico de Peli en Pedernales, un derroche de vida y de color, pone
imagen a los sueños de liberación que tuvimos con los pobres de Ecuador
Siempre me iba al taller a verle a Peli hacer sus obras de arte y a ayudarle. El
trabajo de los misioneros creando comunidades y proyectos de liberación con
18. 18
las personas más pobres y Peli plasmando estos sueños utópicos en sus
murales, me parecía una síntesis muy sugestiva. Peli y el embrujo de sus
murales influyeron fuertemente en mi decisión de dedicarme a la pintura.
Peli, en la hamaca, me
muestra alguno de los
bocetos de sus murales
La vida y el trabajo de Peli siempre me han parecido apasionantes: su vida en
el taller, cómo te explicaba lo que hacía y su habilidad con los materiales, pero
también sus ideas y su testimonio de vida. Era de una laboriosidad y una
fidelidad total, aunque también tenía su humor socarrón. Llenó Ecuador de
obras de arte, tenía predilección por dejar su arte en los lugares más pobres.
Los compañeros del grupo me encargaron recoger su vida y sus obras en un
libro, que se tituló: “Ecuador, la cara oculta de la belleza. Vida y obra
artística del misionero vasco Peli Romarategui”.
En un momento decidí permanecer tres años en Vitoria, para estudiar pintura.
Hice la carrera de ilustración y tuve la oportunidad de poder estudiar: dibujo,
pintura, diseño por ordenador, fotografía, historia del arte. Lo que buscaba,
sencillamente, era tener herramientas para expresar más profundamente la
esencia de la vida. Desde entonces he seguido aprendiendo con distintos
pintores.
En estos momentos eres el cura del valle de Kuartango. ¿Qué actividades
realizas en el valle?
Como uno se puede imaginar, dar el salto desde Ecuador, con todas estas
experiencias que he contado de treinta años, a Kuartango, un pequeño valle
rural alavés, es un salto en el vacío demasiado grande. Me quedé sin palabra,
literalmente. Pero volví a apoyarme en las pocas cosas sustanciales en las que
siempre he creído. Me dije, bueno, no tengo grandes objetivos para mi nueva
experiencia en Kuartango. Si logro, al final, hacer algunos amigos y amigas, me
doy por satisfecho. Por otro lado, pensé, lo que siempre funciona es convivir
con la gente, estar cerca de la gente, de la vida del pueblo, y si algo tiene que
surgir y nacer, nacerá de ahí. Y, además, una experiencia infalible para mí es
confiar en la gente sencilla. Confiando en la gente sencilla, siempre se acierta.
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El paradisíaco y escondido valle alavés de Kuartango
En el valle de Kuartango he podido percibir una relación muy especial
entre las personas mayores ¿Qué ha sucedido en los últimos años para
dar protagonismo a las personas mayores del valle?
Blog: Personas mayores de Kuartango
Ya había una práctica interesante en Kuartango, que yo no hice más que
continuar. La gente vive en núcleos rurales muy pequeños y mantenemos
encuentros habituales dinamizados por Cáritas.
Las reuniones
con las
personas
mayores son un
espacio muy
sencillo de
compartir, de
intercambiar. Se
recogen
experiencias,
historias. Se
habla un poco
de todo.
Los mayores de Kuartango participan activamente en la
vida social del valle
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La gente se ha ido soltando y cogiendo confianza. Terminó resultándome muy
interesante, un verdadero libro de historia y de aprendizaje de la vida de
Kuartango. Era ir conociendo todo, la vida de los pueblos, de las familias. Fui
componiendo para mí el tupido árbol genealógico de Kuartango y rellenándolo
de anécdotas.
Además, tenemos un pequeño equipo de personas voluntarias que nos
reunimos y acompañamos a los grupos de mayores. Hablamos mucho entre
nosotros. Hemos ido logrando una gran sintonía. Creemos profundamente en el
potencial y en la capacidad de las personas mayores de Kuartango.
Yo siento que todo lo que ha venido después, ha ido surgiendo de estos
infinitos diálogos, tanto con la gente mayor como con los voluntarios. De las
reuniones eternas, pero al mismo tiempo rigurosamente planificadas y
evaluadas, de las sobremesas interminables con un café delante, han ido
naciendo los proyectos que hoy día llevamos. Creo que ninguna de las
iniciativas que han surgido en Kuartango tiene un autor reconocido. Cuando se
confía en la gente, cada cual tiende a poner lo mejor de sí al servicio de la
comunidad y se desatan ideas y energías más fuertes que muchos proyectos
hechos en un despacho.
Comenzamos casi como un juego recogiendo miles de fotografías antiguas,
pero este sencillo juego ha generado todo un proceso que aún continúa y no
sabemos hasta dónde llegará. Cada foto antigua la escaneábamos y la
proyectábamos con un cañón sobre la pantalla. El objetivo era documentar la
imagen hasta el último detalle. Pero aquello no tenía fin. Podíamos tirarnos
horas con una foto. Salían historias, anécdotas y personajes detrás de cada
foto. Parecía que aquel trozo de papel en blanco y negro empezaba a coger
movimiento y era como una película.
Nos pareció que todo este bagaje no podía quedar oculto. Así que
comenzamos a pensar cómo difundirlo. Planificamos una exposición. Hicimos
un vídeo. Lo grabamos todo en un DVD. Siempre, lo teníamos claro, las
personas mayores de Kuartango eran las autoras intelectuales de todo este
trabajo. Enlace del vídeo: https://www.youtube.com/watch?v=cPfQSODnQFQ
Dándole muchas vueltas a todo ello, descubrimos que no nos interesa una
historia que se queda en el pasado. Y estamos tratando de mostrar cómo los
valores y características fundamentales de Kuartango han evolucionado a los
largo del tiempo y cómo se siguen mostrando hoy. Y estos descubrimientos lo
vamos a plasmar en un libro fotográfico y literario: el ayer y el hoy de
Kuartango. Un libro realizado por más de treinta autores, es decir todas las
personas mayores de Kuartango con las que nos reunimos y que escriben el
libro con la pluma del corazón.
Me parece muy interesante el Encuentro Intergeneracional del que nos
hablas. ¿Podrías explicarnos su origen y qué pretende?
Uno de los grandes hallazgos que hemos tenido en Kuartango, y que también
ha nacido de una idea primigenia muy simple, son los encuentros
intergeneracionales. Comenzó de una manera tan sencilla. Un día nos
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reunimos los mayores y los niños. Los niños y adolescentes, después de un
año de ensayos, nos mostraron los bailes que estaban aprendiendo. Y las
personas mayores echaron a volar sus recuerdos y rescataron historias,
cuentos, canciones y juegos de su infancia.
Fue un intercambio entrañable y simpático. Al año siguiente, otros grupos y
generaciones del Valle, sintieron envidia sana y quisieron participar. Y desde
entonces no ha dejado de crecer la participación. Este encuentro tiene magia,
todo el mundo pone lo mejor de sí mismo. Es muy simpático ver a los niños
observar las actuaciones de los mayores y a éstos reírse con ganas viendo
actuar a sus hijos, nietos y biznietos y, al final, integrarse todos en un baile
colectivo. Ver a Juliana, con sus noventa años sobre el escenario, contando
cuentos de su infancia, y a Urtzi, con seis años, observándola atento, y
después fundirse ambos en la recreación de un juego infantil, no tiene precio.
Celebrando el 5º Encuentro Intergeneracional de Kuartango
También en Kuartango tenéis en marcha el proyecto “Kuartango
Solidario”. Háblanos un poco de él.
En nuestro Valle se está logrando la implicación de mucha gente alrededor de
un sentimiento: “Kuartango Solidario”. Es un espíritu que mucha gente lleva
dentro y que le hace sacar a flote valores cargados de moral y ética. Estamos
en un contexto social, que a veces a uno le invita a desconfiar, a ver como
peligro y amenaza al otro, al que viene de fuera. Pero estoy convencido que los
sentimientos profundos de mucha gente son sentimientos solidarios.
Recuerdo que una vez, después de visitar Rwanda y haber visto una realidad
trágica de niños y niñas desnutridos y huérfanos, etc., me escribieron una carta
desde allá, que me tocó el corazón. No pude menos de sacar ciento cincuenta
copias y repartirlas a la gente de Kuartango. Así fue naciendo nuestra
colaboración y nuestro hermanamiento con Kayenzi, en Rwanda.
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La Cena Solidaria, un momento importante en nuestro Hermanamiento con
Kayenzi (Rwanda)
Este movimiento de “Kuartango Solidario” va mucho más allá de la ayuda
económica. Hemos podido adentrarnos en la realidad de otros pueblos, de
otras culturas. Nos está ayudando a superar el miedo a lo distinto. Hoy, todos
los que participamos en este proyecto somos interiormente más ricos. Nos
ayuda a no tragarnos “las historias oficiales”. Conocemos mejor la historia que
hay detrás del “coltán” y de los minerales de los móviles, la implicación de
nuestros países poderosos en las injusticias que allá se viven.
Para los kuartangeses el hermanamiento con Rwanda está creando vínculos
afectivos y espirituales con personas que viven a miles de kilómetros y nos está
dando objetivos morales conjuntos.
Varios vecinos de Kuartango han tenido la oportunidad de visitar Rwanda, de
ver la realidad de hambre, las enfermedades, la pobreza. Pero, sobre todo, han
visto a la gente, a los niños, sus miradas limpias, sus ganas de vivir, de sonreír,
de bailar. Y también de compartir, lo poco que tienen lo comparten. Kuartango
cada vez está más metida en la realidad africana. Ahora ve más de cerca el
horror de las guerras, de la esclavitud y verifica con sus propios ojos el robo por
parte del capital de las grandes riquezas que atesora África y acaban en las
manos de los de siempre.
Los hijos e hijas de las personas de Kuartango y otros niños y niñas de la
ikastola se están interesando por la realidad de nuestros hermanos africanos.
También los jóvenes del Instituto se han acercado hasta Kuartango Solidario
para conocer esta realidad. Y estos chicos y chicas han interiorizado, mucho
mejor que nosotros los adultos, cuál es el espíritu de considerarte unido a
gentes tan lejanas.
Esta relación con el pueblo ruandés nos está cambiando y podemos decir que
nos ha dado más de lo que hemos dado.
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Varios vecinos de Kuartango han tenido oportunidad de visitar Rwanda,
como Ascen, que lo ha hecho en dos ocasiones
Se trata de lograr un cambio profundo, no superficial. Se trata de aumentar
nuestra capacidad de acogida al otro, al distinto, de cambiar las relaciones
entre nosotros mismos.
Todo este proceso va abriendo horizontes en Kuartango. Hemos organizado lo
que llamamos “Noviembre: mes solidario en Kuartango”. Noviembre de
2013 lo dedicamos a conocer y profundizar en el continente africano: charlas
sobre África, talleres lúdicos, con toda la gente y, también, con los niños de la
Ikastola y con los grupos de mayores, terminando con la cena solidaria. Y
noviembre de 2014 lo hemos destinado a conocer y comprometernos con el
Comercio Justo. El cambio que queremos conseguir comienza por nosotros
mismos: cambiar los hábitos de consumo, conseguir unas relaciones
comerciales más justas y equitativas.
Cada año también acogemos a “las Voces del Sur”, nos han visitado personas
inmigrantes, personas de Ecuador, de Perú, de Angola, de Rwanda y
compartimos con ellos sus experiencias profundas de vida y de trabajo y
nuestras inquietudes y deseos de superarnos.
Creo que un verdadero trabajo popular debe evitar protagonismos e ideologías
sectarias. Nosotros llevamos todas estas actividades coordinadamente con
todas las instituciones que componen el Valle de Kuartango. Nos reunimos
permanentemente representantes del Ayuntamiento, la trabajadora social, la
animadora sociocultural, la Iglesia, Cáritas, la asociación sociocultural, para
ponernos de acuerdo y coordinar todos los proyectos, evitando personalismos y
parcelas independientes.
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¿Cuéntanos con más detalle qué son las “Acuarelas Solidarias”? ¿Cómo
surgió esta idea? ¿Qué pretendes con estas acuarelas?
Aquel sueño, que venía desde la infancia, de conocer África, que cumplí hace
cinco años, no pude menos de plasmarlo con la pintura. Quizás en estos trazos
se expresa algo de aquel niño que soñaba con África: la aventura, el misterio,
lo lejano. África era lo que había imaginado y muchísimo más, era un mundo
nuevo, distinto de Latinoamérica, los colores, la luz, los olores. El alma de sus
gentes. Sus valores, también.
Con estas
acuarelas
trato de
mostrar a las
mujeres
africanas, que
las veo
hermosas,
orgullosas,
serenas
Tuve la gran oportunidad de presentar las pinturas africanas dentro de todo un
proyecto solidario. La primera exposición de las pinturas fue en Donosti al
celebrar el décimo aniversario de la muerte del misionero vasco Isidro
Uzkudun, que pagó con su vida la entrega al pueblo ruandés en junio de 2000.
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De ahí vinieron diversas exposiciones en los tres territorios de Gipuzkoa,
Bizkaia y Araba. Y todas ellas dentro de proyectos o campañas solidarias.
Soy una enamorada de tus acuarelas solidarias. Casi siempre representan
a mujeres africanas haciendo múltiples actividades (conversando,
bailando, trabajando, recogiendo agua, cocinando). ¿Por qué pintas
generalmente figuras femeninas?
Es lo que hay: ellas son el motor de la vida cotidiana en los poblados. Cuando
haces algo para mejorar la vida de la gente, una reunión sobre la escuela, la
organización de la comunidad, la atención a los niños desnutridos o
discapacitados o una fiesta para celebrar los avances de la comunidad, el
noventa por ciento de quienes participan son mujeres.
Presento a las mujeres africanas llevando un niño a la espalda,
transportando una carga, como una forma de mostrar la esperanza que hay
en África
Trato de mostrar a estas mujeres, que yo las veo hermosas, orgullosas,
serenas. Por eso, las muestro caminando, llevando un niño a la espalda,
transportando una carga en la cabeza. El movimiento, la danza, el color, ese
halo de luz que ellas arrastran, quiere indicar la marcha del continente africano
hacia la libertad.
Ése es mi desafío: mostrar la esperanza que hay en África. O dicho de otra
manera, reflejar a las personas que, frente a las tragedias que viven, ofrecen
dignidad y resistencia. Esa África es real, existe. Yo la he visto, la veo. Esa
África es posible. Y lo será más claramente si lográsemos una justa distribución
de la riqueza.
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Con estas pinturas deseo que afloren las sensaciones vitales y solidarias que
nos aporta del continente africano. Esperanza sí, pero con justicia.
El movimiento, la
danza, el color,
ese halo de luz
que ellas
arrastran, quiere
indicar la marcha
del continente
africano hacia la
libertad
Me gustaría que hicieras un ejercicio de mirar a mujeres del mundo que
conozcas y que, en un párrafo, las describieras cómo las percibes tú
desde tu experiencia de vida. Y si es posible cómo percibes su pasado,
presente, futuro
SILVINA CAGUA
Silvina Cagua, la conocí en Pedernales (Ecuador) en el año 1980. Una mujer
muy pobre, vivía en la loma de Chiquimble. Me admiraba su fortaleza, hacía
carbón y caminaba horas para sacarlo a vender y atender a sus cinco hijos.
Tenía unas piernas recias de caminar. Su marido, Eugenio, la mayor parte del
tiempo la pasaba borracho.
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Silvina formó el primer grupo con el que comenzamos las comunidades y la
organización de los pobres. Eran sólo cuatro personas, tres varones y ella. No
faltaba nunca a las reuniones. Casi no hablaba, pero era muy firme en el
trabajo. Era la primera en aquel trabajo comunitario de una cuadra de maíz,
que hicieron para formar la primera bodega comunitaria. Fue el arranque de
todo un proceso de liberación de los más pobres de Pedernales.
La última vez que la vi estaba a punto de dar a luz a su sexto hijo. Estaba en su
casa con dolores, pero tenía dificultades. Llegó Eugenio, borracho como
siempre. Y Silvina le pidió que fuera a buscar una partera. Eugenio le dijo:
“Anda, no me jodas, siempre has parido sola, y ahora me vienes con parteras”.
Y tirada en el suelo como estaba, el marido la pateó, hasta que acabó
desangrándose. Su niña quedó viva y fue atendida por las vecinas.
A Silvina siempre la seguimos recordando en todos los encuentros y reuniones.
Ella fue nuestra primera mártir de aquella tierna organización que estaba
comenzando.
LUCHA LEONES
Lucía Leones, “Lucha”, era la esposa de Chabelo Bermúdez e hija de Santos
Leones y vivía en el recinto Tachina, de Pedernales, cerca del cerro
Patapájaro. Era una época llena de entusiasmo en los inicios de nuestra
organización. Treinta familias formaban la comunidad de Tachina. Las
reuniones de la comunidad en la casa de Chabelo eran una fiesta, no tenían
fin. Todos sentados en el suelo en la sala central, transcurría la reunión entre
momentos de seriedad alternados con bromas y comentarios sabrosos.
Ellos se sentían felices, pues aquella experiencia les estaba liberando de
muchas dificultades que vivían: deudas, angustias, etc. Al inicio ninguno sabía
leer ni escribir y nadie podía leer la palabra de Dios en la reunión, pero con los
cursos de alfabetización aprendieron muchos.
Si quiero traer aquí a Lucha no es porque tuviera un protagonismo especial.
Era una más de aquel maravilloso grupo de mujeres de Tachina, Mediano y
Chiquimble. Mujeres muy pobres, de gran energía, cariñosas. Tanto Lucha
como su marido Chavelo eran personas muy tiernas, acogedoras y
entrañables.
Pero la recuerdo ahora porque la muerte temprana de Lucha me marcó para
siempre. Lucha estaba embarazada y se puso enferma. Cada día estaba peor.
Su familia no quería llevarla al hospital. Yo me ofrecí a hacerlo, pero ellos se
resistían pues temían que si Lucha moría, se quedara por allá lejos, ya que el
hospital estaba a cinco horas de distancia en un todo terreno y ya empezaba el
invierno.
Lucha se fue agravando en el hospital y su situación se hizo irreversible. Murió
al lado de su esposo Chabelo y de algunas enfermeras. No pude evitar las
lágrimas, pensando en sus seis hijos pequeños y en el panorama familiar que
dejaba. Chabelo cerró con sus dedos los ojos de Lucha. A mí me entregaron el
feto, que había nacido muerto y yo me comprometía a entregárselo a la familia,
porque para ellos eso tenía mucha importancia y querían enterrarlo junto a la
mamá.
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Y nos fuimos para Pedernales, cinco horas majando lodo en el todoterreno por
los caminos enfangados. Atravesamos la bahía en una canoa. Era ya el
comienzo del invierno, nos envolvía la bruma y una lenta llovizna. Todos en
silencio. Ante el cadáver de Lucha me hice la promesa de no abandonar a los
pobres nunca en la vida en cualquier lugar que me encontrara.
Fue duro llegar a Pedernales y participar en el velorio de Lucha. Sus hermanas,
sus hijos, iban llegando de la montaña de Tachina. El encuentro con Lucha
muerta era desgarrador.
Aquella gente, que yo quería tanto -aunque ahora nuestros caminos se han
alejado- seguirán siendo mis compañeros y compañeras del alma hasta el final
de mi vida en mi visión profunda de la sociedad en la que creo.
VILMA VÉLIZ
Estoy convencido que con un grupito de mujeres como Vilma Véliz se puede
cambiar el mundo. Estoy seguro que con Vilma, que en este momento es la
presidenta de la UOCASI (Unión de Organizaciones Campesinas de San Isidro,
Ecuador), está garantizada la pervivencia de las comunidades de San Isidro.
Aquel trabajo apasionante que llevamos todos los misioneros durante más de
treinta años de creación de comunidades eclesiales de base, a pesar de la
involución de la Iglesia y de la nueva racha de sacerdotes espiritualistas,
sacramentalistas y alejados de la realidad, continúa adelante gracias a Vilma y
a buen grupo de personas muy valiosas y muy convencidas.
Vilma Véliz, con un nieto en brazos, y sus dos hijas, Yéssica y Pilar
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Vilma pertenece a un gran clan familiar, todos ellos muy comprometidos en la
creación del nuevo Ecuador. Tanto su esposo Gualberto, como sus cuatro hijos
Héctor, Gualbi, Pilar y Yéssica, y ahora sus yernos, nueras, nietos, además de
sus hermanos y hermanos y todos los sobrinos y sobrinas, comenzando por
sus padres Félix y Zeneida que aún viven, forman parte de la comunidad de
Piquigua. Ellos viven veinticuatro horas al día de dedicación plena a la causa
de la liberación de los más pobres.
Llevan infinidad de acciones y compromisos: trabajos comunitarios, caja de
ahorros, huertos orgánicos, misiones, catequesis, reuniones de la comunidad,
etc., con una constancia y fidelidad grandes. Todos han terminado estudiando
en horas nocturnas y capacitándose para servir mejor a su pueblo y ahora,
también, muchos de ellos son profesores y profesoras en diversas instituciones
educativas.
Todo ello lo hacen muy en comunidad, sin renunciar en ningún instante a sus
raíces y a su identidad montubia. Las reuniones de su comunidad son una
gozada. Todos acomodados en la gran sala, sentados por los suelos,
comienzan siempre leyendo y reflexionando la palabra de Dios. Participan,
hacen comentarios profundos y todo se va desgranando con sosiego y
tranquilidad y aderezado con muchos toques de humor, de esos grandes
bromistas, como son Gualberto Pinargote, Ramón Véliz, Manuel Rosales, y a
cuya escuela de la chispa y el ingenio se van uniendo las nuevas
generaciones.
La comunidad de Piquigua reunida
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A Vilma la conocí cuando era muy joven, con veinte y pocos años y los cuatro
hijos tiernitos. En todo encuentro, en toda reunión, yo esperaba las palabras de
Vilma, porque siempre eran como una luz radiante para alumbrar los
acontecimientos de la vida. Sentía que en ella se unía la clarividencia, el coraje
y la ternura.
Para mí fueron treinta años apasionantes buscando caminos en la organización
de los pobres. Haber conocido y compartido con personas como Vilma es un
regalo, cuya herencia te queda para siempre. Vilma, la verdad, era única,
especial. Pero parecidas a Vilma hubo muchas, cada una con sus dotes de
coraje, de entrega, de compromiso, tanto mujeres como hombres. Su
organización y su comunidad continúan firmes
Podía seguir nombrando otras mujeres, de cada una de los cuales podría
relatar una larga y apasionante historia, como Enriqueta Salvatierra, Elena
Bravo, Estrella Marcillo, Vicenta Vélez. Y también hombres, como Milagro
Zambrano, Guido Moreira, Santos Leones. Pero he querido solamente nombrar
a Vilma Véliz, pues ella representa muy bien a todo un grupo de personas, en
las que creímos profundamente y con quienes hicimos juntos un camino de
liberación muy importante.
MUKAMANA GAUDENCE
Mi visión de las mujeres africanas está mejor expresada en mis pinturas que en
cualquier relato que pueda escribir. Pero ahora quiero mostrar con pocas
palabras a nuestra mejor amiga en África, Mukamana Gaudence. El primer
impacto de la profundidad de su vida lo recibes desde que la miras por primera
vez. Su piel es de un negro absoluto y sobre su negrura destacan unos ojos
brillantes y vivos y una dentadura totalmente blanca, de la que enseguida brota
una carcajada.
La palabra gaudence significa alegría y Mukamana Gaudence es la alegría
encarnada.
Luego, te cuenta su vida y te quedas
sobrecogido. Vivió la guerra del 94 en
Rwanda. Mataron a varios familiares
suyos. Huyó del país con sus padres y
otros hermanos, vagando durante
semanas por las montañas y cargando lo
imprescindible sobre la cabeza. En el
campo de refugiados de R. D. de Congo
vivió dos años y cuando se acabaron los
campos y la mayoría de refugiados
regresaron a Rwanda, sus padres seguían
amenazados y comenzaron a huir como
fieras acorraladas a lo largo del Congo. En
ese momento, Gaudence decidió dedicar
su vida a los más pobres de su país. Se
hizo religiosa, se capacitó durante cuatro
años y estudió enfermería.
Con Gaudence Mukamana
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Ahí fue que nosotros la conocimos y nos contagió su pasión por ayudar a la
gente más pobre. Y nos la contagió, casi sin palabras, con su alegría vital. Nos
dijo: “Mi alegría nace de la misión que estoy realizando, porque es engendrar la
vida. Lo veo en tantos niños malnutridos que se curaron y hoy son felices, en
tantos niños discapacitados: que no andaban y hoy andan, tenían epilepsia y
hoy ya las crisis están controladas, los ciegos escondidos en sus casas hoy día
van a la escuela, sordomudos que hoy estudian, etc. Verlos contentos, me llena
el corazón. Soy feliz y la gente que sirvo son felices, a pesar de otros
problemas que tengan”.
Pero la anchura de la sonrisa de Gaudence, tenía una espina clavada dentro.
Sus padres, muy mayores, llevaban ya catorce años rodando por Congo,
huyendo de todo. Gaudence, venciendo ese punto profundo de repugnancia
hacia la persona que amenazaba a sus padres, logró hablar con él y que
desistiera de su amenaza. Se fue a Congo a buscarlos. Después de un mes
recorriendo el país en camionetas, los encontró. Y regresaron a Rwanda.
Cuando nosotros desde Kuartango compartimos un poco con Gaudence, para
que pueda ayudar a los niños desnutridos y discapacitados, comprar animales
para las familias y ayudar a los niños huérfanos o sordomudos, no estamos
haciendo más que ser un poco más conscientes de las situaciones terribles de
este mundo y embebernos un poco más del coraje de las mujeres ruandesas.
Gaudence lleva el centro de niños desnutridos y
discapacitados, que apoyamos desde Kuartango
32. 32
También quisiera que me dieras tu opinión sobre el papel que está
jugando y podría jugar la Iglesia Católica para:
defender los derechos de las mujeres del mundo
acabar con las desigualdades cada vez mayores entre las personas
Me encantan los gestos, actitudes y comentarios del Papa Francisco. Hay una
anécdota que se me quedó grabada. Lo contaba su sobrina, en una entrevista
desde Argentina. Antes de salir para el cónclave Jorge Mario Bergoglio, su
sobrina le preguntó: “Tío, si sales elegido Papa, ¿te comprarás zapatos
nuevos, porque los tienes ya viejitos?”. Su tío le dijo que no, que aún podían
aguantar. Cuando se dio la noticia de que había salido elegido Papa e iba a
aparecer ante el mundo, su sobrina sólo miraba a sus pies con expectativa,
pensando que era difícil que cumpliera su promesa. Cuando lo vio con sus
zapatos de siempre, respiró tranquila. Pensó que su tío era capaz de cumplir
sus proyectos de cambiar la Iglesia.
A algunos les puede parecer una tontería, un simple gesto simpático. Para mí,
Francisco, con su sencillez y austeridad, consecuente con su proyecto de
reforma de fondo, está marcando un liderazgo mundial, ante una forma de
entender el poder y la autoridad, tanto dentro de la Iglesia como en la política
en general, con tanta prepotencia y arrogancia, incluso ante una sociedad tan
consumista, que cambia de zapatos y de vestido sólo por moda.
Es increíble que dentro de la Iglesia haya gente que todavía está discutiendo si
la mujer puede acceder o no al sacerdocio y a los cargos de responsabilidad.
Es tan absurdo, tan fuera de la historia. Estos sectores de Iglesia del poder, del
control, de la condena, aún tienen mucha fuerza. Ya quieren cargarse la Iglesia
de Francisco.
Yo creo que es más importante en la Iglesia una mayor sensibilidad hacia las
personas, en especial hacia los que sufren, que la defensa de la institución. Le
gradezco a Francisco, y ojalá se sigan dando pasos, su afán por defender a las
víctimas de los abusos sexuales y erradicar la lacra de los curas pederastas.
Yo, personalmente, creo en esta fuerza movilizadora del evangelio, que a
Francisco le empuja a hacer una Iglesia de los pobres y para los pobres y a
mucha gente le lleva hasta los lugares más escondidos del mundo para servir a
los que más sufren. En los últimos rincones del mundo, donde se decide la vida
y la muerte de mucha gente, siempre he encontrado a personas colaborando
desde su motivación cristiana.
En los campos de refugiados de Congo, en los orfanatos de Rwanda, en los
centros de niños desnutridos, en las favelas de Brasil, en las comunidades
indígenas de la selva amazónica, en las minas bolivianas, he encontrado
personas luchando, desde su compromiso cristiano, por los derechos de los
últimos, defendiendo su vida, enfrentándose a las injusticias. También, sin
duda, en lugares de nuestra propia geografía.
En este mundo creo y en estos valores. Y creo en esta Iglesia, cercana a los
que sufren, que lucha por los derechos de las mujeres, que se enfrenta a las
desigualdades. Y la única Iglesia, que puede tener credibilidad como tal, es la
33. 33
que defiende también los derechos dentro de la misma Iglesia, la igualdad de
todos, la igualdad de la mujer y una verdadera democracia y participación.
No creo en otra cosa, ni dentro ni fuera de la Iglesia. Me identifico con una
ideología socialista, de izquierda, revolucionaria. Pero esta ideología me parece
interesante en la medida que es capaz de estar cerca de los que más sufren,
transformando la realidad desde abajo.
En este campo, en el campo de la defensa de la vida, de los derechos de las
personas más pobres, de la igualdad de las mujeres, no concibo protagonismos
especiales. Ni de la Iglesia ni de fuera de la Iglesia. Cada vez más, en nuestra
sociedad moderna, tenemos que saber trabajar en común por la causa de los
más pobres y por la defensa de los derechos de las personas y de la igualdad.
Eres una persona muy inquieta y activa con muchos proyectos en marcha
y en mente. Me gustaría que, para terminar, nos hablaras de algunas de
esas ideas que circulan por tu mente para los próximos meses y años.
En Kuartango tenemos varios proyectos entre manos y nos faltan horas para
poder llevarlos a cabo. Alguien pudiera pensar que en un reducido valle rural,
de pocos cientos de personas, no hubiera tantas cosas que hacer. Pero si
pones ilusión en las cosas y crees en lo que haces, la gente se va implicando.
Ahora mismo estamos metidos en el proyecto de fotos de Kuartango, el ayer y
el hoy de Kuartango. Seguimos con el plan de Kuartango Solidario, con un
montón de actividades de Comercio Justo, para niños, adultos y mayores, y la
campaña solidaria para Rwanda.
He preparado un par de libros digitales, que me gustará publicarlos, si se
pudiera. Uno se titula “Imágenes para la utopía desde Ecuador” y el otro “El
corazón de África. Acuarelas solidarias”. Como ya lo dicen los títulos,
ambos recogen algunas de mis pinturas, a las que he puesto comentarios y
explicaciones, mostrando cómo veo la realidad de estos países desde una
visión utópica, artística y solidaria. Me gustaría editarlos en papel, como una
forma de compartir con mucha gente, que yo sé que piensa y siente igual
Vamos a ver si se puede.
Portada del libro sobre África Portada del libro sobre Ecuador
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Siempre me ha interesado el tema de la cultura de cada pueblo. En Ecuador,
me he acercado, en los diversos lugares que estado, al tema de la Cultura
Montubia. Ahora quiero hacer algunos estudios en Antropología, para tener
mejores herramientas a la hora investigar y profundizar en las raíces culturales.
Sigo bastante dedicado a la pintura. Es una forma de expresar valores y
sentimientos, en los que creo profundamente. Me han hecho propuestas de
exposiciones y proyectos solidarios. Y siento que aún me falta mucho por
hacer.
Muchas gracias, JuanRa, por compartir en este blog tu mirada.