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Objetivo:
Tomar conciencia de la necesidad de la
reconciliación con Dios y los hermanos para
participar de una manera más plena en la
Celebración Eucarística.
Este sacramento fue instituido por
Jesús durante la última cena, quien en
compañía de sus discípulos tomó el
pan y el vino y dijo: “Yo soy el pan de
la vida, si uno come de este pan vivirá
para siempre, pues el pan que yo os
daré es mi carne, para la vida del
mundo" (Jn.6,32-34, 51). "El que come
mi carne y bebe mi sangre tiene vida
eterna".(Jn 6,54)
Jesús instituyó la Eucaristía como
sacramento del amor; como
manifestación clara, como prueba
absoluta y contundente, de su amor
infinito por cada uno de nosotros.
Podemos verlo en la narración que hacen
los cuatro evangelios de lo que sucedió
en la Última Cena.
En el Evangelio según san Juan leemos:
Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo
Jesús que había llegado su hora de pasar
de este mundo al Padre, habiendo amado
a los suyos que estaban en el mundo, los
amó hasta el extremo” (Juan 13, 1-2).“
Jesús nos ama y anticipa su entrega del
Calvario en la última comida de Pascua
con sus amigos y discípulos: “Esto es mi
cuerpo que es entregado por ustedes… Esta
copa es la Nueva Alianza en mi sangre, que
es derramada por ustedes… Hagan esto en
memoria mía”. (Lucas 22, 19-20)
La Eucaristía es la presencia viva de Jesús
en medio de nosotros. Jesús que nos
enseña con su ejemplo a vivir en el amor
de unos con otros.
1. En la Eucaristía – en la celebración del amor de Jesús
por nosotros – nace la vida cristiana auténtica, y lo que
la vida cristiana es: el seguimiento fiel de Jesús, en el
amor y el servicio.
2. De la Eucaristía – Jesús que está vivo y presente, como
Dios y como hombre, en el pan y el vino consagrados –
esa vida cristiana se alimenta, se nutre.
3. En la Eucaristía y con la Eucaristía – celebrando
alegres el amor misericordioso que Dios nos manifestó
al darnos a su Hijo como Salvador -, nuestra vida
cristiana se fortalece.
4. Todo en la vida cristiana, nos conduce a la Eucaristía,
porque nuestra fe en Jesús nos mueve a encontrarnos
con él y a unirnos vitalmente a él, recibiéndolo en la
Comunión, para luego proyectarlo al mundo, con
nuestras obras de amor y de servicio.
La palabra “Iglesia” quiere decir “asamblea”, “reunión”.
La Iglesia es la asamblea, la reunión, la comunidad de
quienes creemos en Jesús, en sus palabras y en sus
milagros, en su vida, en su muerte, en su resurrección, y
nos esforzamos por seguirlo, haciendo realidad en
nosotros sus enseñanzas y su ejemplo.
Toda comunidad, toda familia, crece y se desarrolla
alrededor de la mesa común, compartiendo los
alimentos, fraternalmente. Esto se manifiesta claramente
en la Iglesia. Nos lo dice el libro de los Hechos de los
apóstoles, cuando habla de las primeras comunidades
cristianas:
“Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a
la comunión, a la fracción del pan y a las
oraciones…Todos los creyentes vivían unidos y tenían
todo en común; vendían sus posesiones y sus bienes y
repartían el precio entre todos, según las necesidades de
cada uno. Acudían al Templo todos los días con
perseverancia, y con un mismo espíritu, partían el pan por
las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de
corazón” (Hechos 2,42.44-47)
Todos los días la Iglesia celebra la Eucaristía hasta en los
rincones más apartados de la tierra. Por las palabras del
sacerdote, dichas con fe, en unión con toda la Iglesia, y
por la efusión del Espíritu Santo, el pan y el vino se
convierten en el Cuerpo y la Sangre de Jesús. Nosotros
lo recibimos en la Comunión y nos hacemos uno con él y
con todos los hombres y mujeres de la tierra. Nos lo dice
san Pablo:
“La copa de bendición, que bendecimos, ¿no es acaso la
comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos,
¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? Porque aún
siendo muchos, un sólo cuerpo somos, pues todos
participamos de un solo pan” (1 Corintios 10,16-17)
En la Eucaristía nos hacemos uno con Jesús, para amar
como él amó; para servir como él sirvió; para compartir
lo que somos y lo que tenemos como él lo hizo cuando
estaba en el mundo.
En la Eucaristía estrechamos los lazos que nos unen con
Dios y con todos los hombres y mujeres del mundo, a
quienes podemos llamar hermanos.
Ir a Misa, participar en la Eucaristía, es:
– Permanecer atentos a lo que el sacerdote hace y dice en ella,
– Responder con alegría y entusiasmo a las oraciones que entona el sacerdote,
– Tomar en cada momento la posición que corresponde: de pies, sentado, de
rodillas, porque con ello se indica una actitud interior muy concreta,
– Orar con toda la asamblea,
– Acercarse a recibir a Jesús en la Eucaristía para hacernos uno con él y con
toda la comunidad cristiana.
Cuando participamos en la Misa – como debe ser -, nuestra vida tiene que
cambiar:
– Tenemos que hacernos mejores hijos, mejores hermanos, mejores amigos,
mejores esposos, mejores padres…
– Responder más fielmente a nuestros compromisos con la familia, con la
sociedad, en el estudio, en el trabajo…
– Vivir cada día con mayor interés y decisión nuestra condición de cristianos:
hacernos verdaderos seguidor de Jesús, imagen viva y siempre renovada de
Jesús resucitado.
No se “da” Misa. Ni se va a “oír” Misa. La Misa se celebra. Se participa en la
Misa. En la Misa no hay espectadores. Todos: el sacerdote y los fieles, somos
actores, que celebramos alegres y totalmente convencidos, nuestra fe.
Comulgar no es un simple acto de devoción, como rezar un Rosario, o hacer una
Novena a un santo.
Comulgar es asumir en nuestra vida a Jesús Dios-hombre; alimentarnos de su
Cuerpo y de su Sangre, para “ser como él”. Es unirnos vitalmente a Jesús, para
“parecernos a él”; para dejar de ser como somos y empezar a ser, con nuestra
propia carne y nuestra propia sangre, lo que él fue cuando vivió en nuestro
mundo.
Comulgar es asumir en nuestro ser de hombres y de mujeres, frágiles y limitados,
el ser de Jesús: Dios verdadero y hombre perfecto, y esto implica renunciar a ser
lo que hasta ahora hemos sido, para empezar a ser “criaturas nuevas”, hombres y
mujeres nuevos.
Participar en la Misa y comulgar, es asumir en nuestra propia vida, la Vida, la
Pasión, la Muerte y la Resurrección de Jesús, y su amor por todos los hombres y
mujeres del mundo.
Esto quiere decir que recibir a Jesús Eucaristía debe llevarnos a vivir nuestra vida,
nuestros afanes de cada día, nuestras penas y nuestras alegrías, teniendo siempre
nuestra mirada puesta en él. Vivir las 24horas del día, los 365 días del año,
conscientes de la presencia activa y operante de Dios en nosotros.
La Carne y la Sangre de Jesús nos transforman, en la medida en que nosotros
queramos dejarnos transformar; en la medida en que le abramos las puertas de
nuestro corazón.
No podemos acercarnos a comulgar si no estamos en comunión
con Dios, es decir, si le hemos rechazado, ya que esto será
acercarnos de manera indigna a la mesa del Señor, pues
estamos en pecado, y acercarnos en estas condiciones es
mucho peor que no hacerlo, pues es una grave ofensa a Dios,
como nos lo dice el apóstol san Pablo (1Co 11, 27- 28). Si
estamos en pecado es necesario reconciliarnos con Dios por
haberle ofendido a él o a nuestro prójimo; para esto, Jesús nos
dejó un sacramento que nos devuelve la comunión con Dios y
nos reinserta en él, y es el sacramento de la reconciliación (Jn
20, 21- 23), y que es administrado por los sacerdotes y los
obispos.
Existen algunas personas que pretenden negar que los obispos
y sacerdotes tengan la autoridad y el poder de Dios para poder
perdonar los pecados. En tiempos de Jesús pasó lo mismo, pues
los fariseos negaban o dudaban que Jesús pudiera hacerlo (Lc 5,
20 -26), mas Jesús había recibido de su Padre este poder,
mismo que, como ya vimos en la cita de san Juan, él mismo
confirió a los apóstoles.
Somos personas débiles que constantemente caemos en hacer
lo malo debido a nuestra propensión al pecado, como nos lo
dice san Pablo (Rm 7, 21- 25). Jesús lo sabe, por lo que lo malo
no es caer sino no querer levantarse y preferir vivir en pecado.
Tan pronto como por nuestra debilidad nos apartamos de Dios,
es necesario regresar a él por medio del sacramento de la
reconciliación, que es un momento de encuentro con el amor
de Dios, un reencuentro con el Padre.
Jesús, para ilustrar este hecho del abandono que hace el
hombre a Dios por medio del pecado y de cómo este abandono
trae al hombre la infelicidad total, propuso la siguiente
parábola (Lc 15, 11-24). En esta parábola vemos con claridad
cómo el hombre abandona y rechaza el amor de Dios y prefiere
vivir según sus propios criterios, y cómo Dios está siempre
esperando con ansia su regreso, no para reprenderlo, sino para
llenarlo con sus bendiciones y llevarlo de nuevo a casa.
Analicemos detenidamente la situación del hijo que se alejó de la casa de su
padre:
1. Abandono del padre
El muchacho se siente autosuficiente y decide vivir su vida, pues considera
que no necesita del padre y, tomando lo suyo, se va. El cristiano se siente
autosuficiente y decide vivir su vida sin Dios, toma la gracia que ha recibido
del bautismo y camina solo.
2. Experimentar las consecuencias del pecado
El muchacho, al vivir lejos del padre, comienza a pasar hambre, siente tristeza
y reconoce que está en una situación de infelicidad. El cristiano empieza a
sentirse triste, amargado y no sabe cuál es la causa, culpando al cónyuge, a los
hijos, etc. de la situación desagradable en la que se encuentra.
3. Decide regresar al padre.
El muchacho analiza y ve que estaría mejor en casa del padre aún cuando
sólo lo recibiera como uno de sus empleados, así que, arrepentido, decide
regresar a confesar su culpa y a pedir ser admitido nuevamente en la casa del
padre. El cristiano analiza su conciencia y busca salir de esa situación de
infelicidad, angustia, intranquilidad, etc., reconciliándose con Dios, ya que
solamente con él podrá recuperar la paz.
4. Regreso al padre
El muchacho, con decisión firme y corazón
arrepentido a los pies de su padre, confiesa su
culpa y pide ser readmitido en su casa. El
cristiano va ante el sacerdote (representante
del Padre) y ahí, a sus pies, con un corazón
arrepentido, confiesa su culpa y pide ser
admitido de nuevo en la Iglesia.
5. Fiesta de bienvenida
El muchacho, ya reconciliado, participa de la
fiesta preparada en su honor como signo de
comunión con su padre. El cristiano, ya
reconciliado con el Padre y readmitido en la
Iglesia, participa del banquete eucarístico,
fiesta preparada en su honor para entrar en
comunión con Dios.
Este cuadro comparativo nos muestra cómo se realiza el
proceso del pecado en el hombre y cuál es el camino para
regresar al Padre. Es claro que lo primero que debemos
hacer es darnos cuenta de que nos hemos apartado de
Dios y de que estaríamos mejor en la casa del Padre, y
que, por lo tanto, debemos regresar.
No basta, pues, con estar arrepentido, sino tomar
acciones concretas para regresar a la casa del Padre,
como lo hizo el joven de la parábola, por lo tanto, no
podemos admitir, como lo hacen los hermanos separados,
que basta con arrepentirse de los pecados para que Dios
nos perdone, es necesario ir a la casa del Padre con un
corazón arrepentido y decir, ante el vicario o
representante del Padre: “Padre, he pecado contra el cielo
y contra ti”, de la misma forma como lo hizo el joven de la
parábola.
Siguiendo el itinerario del joven de la parábola, podemos
descubrir los cinco pasos necesarios para hacer una buena
reconciliación:
1. Examen de Conciencia (v.17):
Darnos cuenta de que hemos abandonado a Dios y revisar la
causa.
2. Dolor de haber pecado (v.18):
Sentir tristeza al darnos cuenta de que al pecar hemos
ofendido a Dios y/o a nuestros hermanos. Hacernos
conscientes de un verdadero arrepentimiento de corazón.
3. Propósito de enmienda (v.20):
De nada nos sirve arrepentirnos si no estamos dispuestos a
no repetir las acciones cometidas y a cambiar nuestras
actitudes.
4. Confesar nuestras culpas ante el sacerdote(v.21):
Buscando la reconciliación de parte del Padre y poder
escuchar de sus labios: “en el nombre de Dios, yo te
perdono; vete en paz y no peques más” (no suponer que Dios
ya nos perdonó, como lo hacen los que no participan del
sacramento de la reconciliación).
5. Cumplir la penitencia:
Dar una satisfacción por haber ofendido a Dios y al prójimo,
algo que nos ayude a perseverar en la gracia.
Algunas personas no saben distinguir las faltas graves de las
faltas que no rompen nuestra comunión con Dios.
Las faltas que rompen nuestra comunión con Dios, son
aquellas que cometemos con pleno conocimiento y pleno
consentimiento, y que, por lo tanto, nos impide acercarnos al
sacramento de la Eucaristía.
El pensamiento correcto ante nuestras acciones es
preguntarnos: con esto que estoy pensando o que voy a hacer
o a dejar de hacer, agrado más a Dios? En lugar de
preguntarnos si con ello le ofendemos y en qué grado le
ofendemos.
Ahora bien, existen pecados que se llaman “habituales”, los
cuales no pueden ser perdonados hasta que la persona no
abandone el pecado, se arrepienta y haga el firme propósito
de no volver a realizarlo, al menos de manera intencional o
premeditada. Este es el caso de los que viven en unión libre o
los que están únicamente casados por el civil.
Vivimos tiempos difíciles y en una sociedad en la que,
pienso, se ha perdido el sentido de pecado. Aparentemente
todo está bien, todo lo que hagamos está justificado, todo se
pasa por alto, total, a veces decimos, “si él lo hizo por qué yo
no lo puedo hacer”, pero sobretodo decimos eso cuando se
trata de cosas no tan buenas, como son, la corrupción, el
engaño, el robo, la violencia, la deshonestidad… en fin,
tantas cosas que no son ajenas a nosotros ni a los que nos
rodean.
Justamente, en medio de este contexto, es que nosotros,
como cristianos estamos llamados a ir contra corriente, a ser
testimonios, a denunciar todo aquello que no es correcto,
pero sobre todo a ver qué estamos haciendo mal en nuestras
propias vidas. Necesitamos hacer un alto en el camino para
examinarnos a la luz de Aquél a quien seguimos, Jesucristo.
Participar en la Cena del Señor es unirnos a
Él, estando reconciliados unos con otros,
celebrando nuestra fe movidos por el Espíritu
Santo y llamados por el Padre a través de
Jesús a ser hermanos de todos.
Señor, queremos tomar conciencia de tu presencia en la
Eucaristía, que podamos valorar tu entrega por nosotros.
Tú siempre nos perdonas cuando nos acercamos
arrepentidos a Ti.
Concédenos el poder nosotros perdonar a los que nos
hacen mal, para que con un corazón sincero nos
acerquemos a celebrar la Eucaristía y recibirte como Pan
que nos da vida eterna y nos une en un mismo cuerpo.
María Santísima, intercede por nosotros para que
alcancemos la gracia de vivir más plena y conscientemente
el misterio de la Eucaristía para vivir como hermanos,
anunciando con la palabra y la vida el amor que Dios nos
tiene a todos.
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  • 1. Objetivo: Tomar conciencia de la necesidad de la reconciliación con Dios y los hermanos para participar de una manera más plena en la Celebración Eucarística.
  • 2. Este sacramento fue instituido por Jesús durante la última cena, quien en compañía de sus discípulos tomó el pan y el vino y dijo: “Yo soy el pan de la vida, si uno come de este pan vivirá para siempre, pues el pan que yo os daré es mi carne, para la vida del mundo" (Jn.6,32-34, 51). "El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna".(Jn 6,54)
  • 3. Jesús instituyó la Eucaristía como sacramento del amor; como manifestación clara, como prueba absoluta y contundente, de su amor infinito por cada uno de nosotros. Podemos verlo en la narración que hacen los cuatro evangelios de lo que sucedió en la Última Cena. En el Evangelio según san Juan leemos: Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Juan 13, 1-2).“ Jesús nos ama y anticipa su entrega del Calvario en la última comida de Pascua con sus amigos y discípulos: “Esto es mi cuerpo que es entregado por ustedes… Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre, que es derramada por ustedes… Hagan esto en memoria mía”. (Lucas 22, 19-20) La Eucaristía es la presencia viva de Jesús en medio de nosotros. Jesús que nos enseña con su ejemplo a vivir en el amor de unos con otros.
  • 4. 1. En la Eucaristía – en la celebración del amor de Jesús por nosotros – nace la vida cristiana auténtica, y lo que la vida cristiana es: el seguimiento fiel de Jesús, en el amor y el servicio. 2. De la Eucaristía – Jesús que está vivo y presente, como Dios y como hombre, en el pan y el vino consagrados – esa vida cristiana se alimenta, se nutre. 3. En la Eucaristía y con la Eucaristía – celebrando alegres el amor misericordioso que Dios nos manifestó al darnos a su Hijo como Salvador -, nuestra vida cristiana se fortalece. 4. Todo en la vida cristiana, nos conduce a la Eucaristía, porque nuestra fe en Jesús nos mueve a encontrarnos con él y a unirnos vitalmente a él, recibiéndolo en la Comunión, para luego proyectarlo al mundo, con nuestras obras de amor y de servicio.
  • 5. La palabra “Iglesia” quiere decir “asamblea”, “reunión”. La Iglesia es la asamblea, la reunión, la comunidad de quienes creemos en Jesús, en sus palabras y en sus milagros, en su vida, en su muerte, en su resurrección, y nos esforzamos por seguirlo, haciendo realidad en nosotros sus enseñanzas y su ejemplo. Toda comunidad, toda familia, crece y se desarrolla alrededor de la mesa común, compartiendo los alimentos, fraternalmente. Esto se manifiesta claramente en la Iglesia. Nos lo dice el libro de los Hechos de los apóstoles, cuando habla de las primeras comunidades cristianas: “Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones…Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común; vendían sus posesiones y sus bienes y repartían el precio entre todos, según las necesidades de cada uno. Acudían al Templo todos los días con perseverancia, y con un mismo espíritu, partían el pan por las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón” (Hechos 2,42.44-47)
  • 6. Todos los días la Iglesia celebra la Eucaristía hasta en los rincones más apartados de la tierra. Por las palabras del sacerdote, dichas con fe, en unión con toda la Iglesia, y por la efusión del Espíritu Santo, el pan y el vino se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Jesús. Nosotros lo recibimos en la Comunión y nos hacemos uno con él y con todos los hombres y mujeres de la tierra. Nos lo dice san Pablo: “La copa de bendición, que bendecimos, ¿no es acaso la comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? Porque aún siendo muchos, un sólo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan” (1 Corintios 10,16-17) En la Eucaristía nos hacemos uno con Jesús, para amar como él amó; para servir como él sirvió; para compartir lo que somos y lo que tenemos como él lo hizo cuando estaba en el mundo. En la Eucaristía estrechamos los lazos que nos unen con Dios y con todos los hombres y mujeres del mundo, a quienes podemos llamar hermanos.
  • 7. Ir a Misa, participar en la Eucaristía, es: – Permanecer atentos a lo que el sacerdote hace y dice en ella, – Responder con alegría y entusiasmo a las oraciones que entona el sacerdote, – Tomar en cada momento la posición que corresponde: de pies, sentado, de rodillas, porque con ello se indica una actitud interior muy concreta, – Orar con toda la asamblea, – Acercarse a recibir a Jesús en la Eucaristía para hacernos uno con él y con toda la comunidad cristiana. Cuando participamos en la Misa – como debe ser -, nuestra vida tiene que cambiar: – Tenemos que hacernos mejores hijos, mejores hermanos, mejores amigos, mejores esposos, mejores padres… – Responder más fielmente a nuestros compromisos con la familia, con la sociedad, en el estudio, en el trabajo… – Vivir cada día con mayor interés y decisión nuestra condición de cristianos: hacernos verdaderos seguidor de Jesús, imagen viva y siempre renovada de Jesús resucitado. No se “da” Misa. Ni se va a “oír” Misa. La Misa se celebra. Se participa en la Misa. En la Misa no hay espectadores. Todos: el sacerdote y los fieles, somos actores, que celebramos alegres y totalmente convencidos, nuestra fe.
  • 8. Comulgar no es un simple acto de devoción, como rezar un Rosario, o hacer una Novena a un santo. Comulgar es asumir en nuestra vida a Jesús Dios-hombre; alimentarnos de su Cuerpo y de su Sangre, para “ser como él”. Es unirnos vitalmente a Jesús, para “parecernos a él”; para dejar de ser como somos y empezar a ser, con nuestra propia carne y nuestra propia sangre, lo que él fue cuando vivió en nuestro mundo. Comulgar es asumir en nuestro ser de hombres y de mujeres, frágiles y limitados, el ser de Jesús: Dios verdadero y hombre perfecto, y esto implica renunciar a ser lo que hasta ahora hemos sido, para empezar a ser “criaturas nuevas”, hombres y mujeres nuevos. Participar en la Misa y comulgar, es asumir en nuestra propia vida, la Vida, la Pasión, la Muerte y la Resurrección de Jesús, y su amor por todos los hombres y mujeres del mundo. Esto quiere decir que recibir a Jesús Eucaristía debe llevarnos a vivir nuestra vida, nuestros afanes de cada día, nuestras penas y nuestras alegrías, teniendo siempre nuestra mirada puesta en él. Vivir las 24horas del día, los 365 días del año, conscientes de la presencia activa y operante de Dios en nosotros. La Carne y la Sangre de Jesús nos transforman, en la medida en que nosotros queramos dejarnos transformar; en la medida en que le abramos las puertas de nuestro corazón.
  • 9. No podemos acercarnos a comulgar si no estamos en comunión con Dios, es decir, si le hemos rechazado, ya que esto será acercarnos de manera indigna a la mesa del Señor, pues estamos en pecado, y acercarnos en estas condiciones es mucho peor que no hacerlo, pues es una grave ofensa a Dios, como nos lo dice el apóstol san Pablo (1Co 11, 27- 28). Si estamos en pecado es necesario reconciliarnos con Dios por haberle ofendido a él o a nuestro prójimo; para esto, Jesús nos dejó un sacramento que nos devuelve la comunión con Dios y nos reinserta en él, y es el sacramento de la reconciliación (Jn 20, 21- 23), y que es administrado por los sacerdotes y los obispos. Existen algunas personas que pretenden negar que los obispos y sacerdotes tengan la autoridad y el poder de Dios para poder perdonar los pecados. En tiempos de Jesús pasó lo mismo, pues los fariseos negaban o dudaban que Jesús pudiera hacerlo (Lc 5, 20 -26), mas Jesús había recibido de su Padre este poder, mismo que, como ya vimos en la cita de san Juan, él mismo confirió a los apóstoles.
  • 10. Somos personas débiles que constantemente caemos en hacer lo malo debido a nuestra propensión al pecado, como nos lo dice san Pablo (Rm 7, 21- 25). Jesús lo sabe, por lo que lo malo no es caer sino no querer levantarse y preferir vivir en pecado. Tan pronto como por nuestra debilidad nos apartamos de Dios, es necesario regresar a él por medio del sacramento de la reconciliación, que es un momento de encuentro con el amor de Dios, un reencuentro con el Padre. Jesús, para ilustrar este hecho del abandono que hace el hombre a Dios por medio del pecado y de cómo este abandono trae al hombre la infelicidad total, propuso la siguiente parábola (Lc 15, 11-24). En esta parábola vemos con claridad cómo el hombre abandona y rechaza el amor de Dios y prefiere vivir según sus propios criterios, y cómo Dios está siempre esperando con ansia su regreso, no para reprenderlo, sino para llenarlo con sus bendiciones y llevarlo de nuevo a casa.
  • 11. Analicemos detenidamente la situación del hijo que se alejó de la casa de su padre: 1. Abandono del padre El muchacho se siente autosuficiente y decide vivir su vida, pues considera que no necesita del padre y, tomando lo suyo, se va. El cristiano se siente autosuficiente y decide vivir su vida sin Dios, toma la gracia que ha recibido del bautismo y camina solo. 2. Experimentar las consecuencias del pecado El muchacho, al vivir lejos del padre, comienza a pasar hambre, siente tristeza y reconoce que está en una situación de infelicidad. El cristiano empieza a sentirse triste, amargado y no sabe cuál es la causa, culpando al cónyuge, a los hijos, etc. de la situación desagradable en la que se encuentra. 3. Decide regresar al padre. El muchacho analiza y ve que estaría mejor en casa del padre aún cuando sólo lo recibiera como uno de sus empleados, así que, arrepentido, decide regresar a confesar su culpa y a pedir ser admitido nuevamente en la casa del padre. El cristiano analiza su conciencia y busca salir de esa situación de infelicidad, angustia, intranquilidad, etc., reconciliándose con Dios, ya que solamente con él podrá recuperar la paz.
  • 12. 4. Regreso al padre El muchacho, con decisión firme y corazón arrepentido a los pies de su padre, confiesa su culpa y pide ser readmitido en su casa. El cristiano va ante el sacerdote (representante del Padre) y ahí, a sus pies, con un corazón arrepentido, confiesa su culpa y pide ser admitido de nuevo en la Iglesia. 5. Fiesta de bienvenida El muchacho, ya reconciliado, participa de la fiesta preparada en su honor como signo de comunión con su padre. El cristiano, ya reconciliado con el Padre y readmitido en la Iglesia, participa del banquete eucarístico, fiesta preparada en su honor para entrar en comunión con Dios. Este cuadro comparativo nos muestra cómo se realiza el proceso del pecado en el hombre y cuál es el camino para regresar al Padre. Es claro que lo primero que debemos hacer es darnos cuenta de que nos hemos apartado de Dios y de que estaríamos mejor en la casa del Padre, y que, por lo tanto, debemos regresar. No basta, pues, con estar arrepentido, sino tomar acciones concretas para regresar a la casa del Padre, como lo hizo el joven de la parábola, por lo tanto, no podemos admitir, como lo hacen los hermanos separados, que basta con arrepentirse de los pecados para que Dios nos perdone, es necesario ir a la casa del Padre con un corazón arrepentido y decir, ante el vicario o representante del Padre: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti”, de la misma forma como lo hizo el joven de la parábola.
  • 13. Siguiendo el itinerario del joven de la parábola, podemos descubrir los cinco pasos necesarios para hacer una buena reconciliación: 1. Examen de Conciencia (v.17): Darnos cuenta de que hemos abandonado a Dios y revisar la causa. 2. Dolor de haber pecado (v.18): Sentir tristeza al darnos cuenta de que al pecar hemos ofendido a Dios y/o a nuestros hermanos. Hacernos conscientes de un verdadero arrepentimiento de corazón. 3. Propósito de enmienda (v.20): De nada nos sirve arrepentirnos si no estamos dispuestos a no repetir las acciones cometidas y a cambiar nuestras actitudes. 4. Confesar nuestras culpas ante el sacerdote(v.21): Buscando la reconciliación de parte del Padre y poder escuchar de sus labios: “en el nombre de Dios, yo te perdono; vete en paz y no peques más” (no suponer que Dios ya nos perdonó, como lo hacen los que no participan del sacramento de la reconciliación). 5. Cumplir la penitencia: Dar una satisfacción por haber ofendido a Dios y al prójimo, algo que nos ayude a perseverar en la gracia.
  • 14. Algunas personas no saben distinguir las faltas graves de las faltas que no rompen nuestra comunión con Dios. Las faltas que rompen nuestra comunión con Dios, son aquellas que cometemos con pleno conocimiento y pleno consentimiento, y que, por lo tanto, nos impide acercarnos al sacramento de la Eucaristía. El pensamiento correcto ante nuestras acciones es preguntarnos: con esto que estoy pensando o que voy a hacer o a dejar de hacer, agrado más a Dios? En lugar de preguntarnos si con ello le ofendemos y en qué grado le ofendemos. Ahora bien, existen pecados que se llaman “habituales”, los cuales no pueden ser perdonados hasta que la persona no abandone el pecado, se arrepienta y haga el firme propósito de no volver a realizarlo, al menos de manera intencional o premeditada. Este es el caso de los que viven en unión libre o los que están únicamente casados por el civil.
  • 15. Vivimos tiempos difíciles y en una sociedad en la que, pienso, se ha perdido el sentido de pecado. Aparentemente todo está bien, todo lo que hagamos está justificado, todo se pasa por alto, total, a veces decimos, “si él lo hizo por qué yo no lo puedo hacer”, pero sobretodo decimos eso cuando se trata de cosas no tan buenas, como son, la corrupción, el engaño, el robo, la violencia, la deshonestidad… en fin, tantas cosas que no son ajenas a nosotros ni a los que nos rodean. Justamente, en medio de este contexto, es que nosotros, como cristianos estamos llamados a ir contra corriente, a ser testimonios, a denunciar todo aquello que no es correcto, pero sobre todo a ver qué estamos haciendo mal en nuestras propias vidas. Necesitamos hacer un alto en el camino para examinarnos a la luz de Aquél a quien seguimos, Jesucristo.
  • 16. Participar en la Cena del Señor es unirnos a Él, estando reconciliados unos con otros, celebrando nuestra fe movidos por el Espíritu Santo y llamados por el Padre a través de Jesús a ser hermanos de todos.
  • 17.
  • 18.
  • 19. Señor, queremos tomar conciencia de tu presencia en la Eucaristía, que podamos valorar tu entrega por nosotros. Tú siempre nos perdonas cuando nos acercamos arrepentidos a Ti. Concédenos el poder nosotros perdonar a los que nos hacen mal, para que con un corazón sincero nos acerquemos a celebrar la Eucaristía y recibirte como Pan que nos da vida eterna y nos une en un mismo cuerpo. María Santísima, intercede por nosotros para que alcancemos la gracia de vivir más plena y conscientemente el misterio de la Eucaristía para vivir como hermanos, anunciando con la palabra y la vida el amor que Dios nos tiene a todos.